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El enigma de esa pequeña nación

Silvia Elisa Aguilar Funes

“¿Qué se siente escribir para dos millones de personas?”, plantea Drago Jančar,
escritor, egresado en leyes, originario de Eslovenia. La pregunta surgió cuando por
la mañana recorría las calles del Centro Histórico de México, ciudad donde vivimos
8 millones 720 mil 916 habitantes.

En la Sala Carlos Chávez se ha reunido un puñado de oyentes para la presentación


de Antología de narradores eslovenos contemporáneos, publicación reciente de la
Dirección de Literatura de la UNAM. Una mujer de cabello rubio entrecano y
anteojos, fuerte, alta, es dirigida a un rincón al lado izquierdo del proscenio. “Se los
perdono porque es la UNAM”, ríe forzadamente y se introduce en la pequeña cabina
de noventa por noventa desde la que hará la traducción simultánea.

Afuera, junto a la mesa de audífonos para los no-angloparlantes, el murmullo de las


organizadoras —parte importante del equipo está compuesto por féminas— crece
con las expectativas que genera esta edición. Cuatro de los autores participarán
para dar a conocer algo acerca de la producción literaria de Eslovenia, una de las
repúblicas que conformaban Yugoslavia y que alcanzó la independencia hace 18
años.

Las barreras lingüísticas han propiciado que la conferencia sea en inglés. Más tarde,
la doctora Rosa Beltrán compartirá que en la agencia de traductores comentaron:
“Tenemos a la persona indicada, se fue como estudiante de intercambio a ese país,
habla perfectamente el eslovaco”. Mientras, curiosos e informados se suman al
auditorio del Centro Cultural Universitario movidos por la duda, ¿quiénes son estos
eslovenos, por qué deberíamos leerlos?

Son las cinco de la tarde, los escritores toman su lugar. Se trata de una generación
que durante el régimen comunista estuvo obligada a hacer loas al nacionalismo por
lo que su búsqueda ahora evade la sublimación de la patria.

El primero es Evald Flisar, novelista, dramaturgo, ensayista y narrador; es también


un viajero que ha parado en al menos 86 países. La historia de Eslovenia, que Flisar
ubica “del lado soleado de los Alpes”, se sostiene en sus escritores, incluso su héroe
fundamental es un poeta, France Prešeren

Con mirada severa detrás de los anteojos, lee el esbozo histórico que ha preparado.
Cuenta a la audiencia que la primera vez que Eslovenia fue un país libre fue en el
siglo VII y después hasta 1991, época en que los escritores organizados propusieron
una constitución que inflamó las fantasías culturales de muchos creadores. El
proyecto no se orientó de esa forma. Como resultado, hoy los escritores enfrentan
el alza de los precios de los libros y la disminución de fomento y divulgación por
parte del estado aunque, señala Flisar, sí cuentan con financiamiento.

Toma la estafeta Andrej Blatnik, quien comparte este diagnóstico debido a su labor
profesional como editor y escritor. Recuerda que durante el gobierno del mariscal
Tito el libro se consideró objeto especial-social, valor que han conservado en el
presente los dos millones de eslovenos que constituyen esa nación. No obstante, el
consumo de libros ha decrecido desde entonces debido al desinterés y los efectos
de la liberalización económica que tuvo por efecto que “la edición se convirtiera en
negocio”.

Pese a que lo ideal es obtener beneficios monetarios e intelectuales de la industria


editorial, Blatnik considera que los 5,000 títulos que se publican al año no rebasan
el interés mercantil. Ofrece más cifras: en promedio, cada ejemplar cuesta €20; de
cada tirada de mil a mil 500 libros se venden unos cuatrocientos en el primer año.

El crecimiento de la industria editorial se basa en hábitos de lectura que surgieron


durante el comunismo pero que han sido rebasadas. Blatnik, también profesor,
explica que la pérdida de interés de los lectores se asocia con una transformación
clave: “en la década de 1980, la gente invertía en libros porque era la única
manera de entretenimiento y porque nutría su vida intelectual, sobre todo obras
provenientes del extranjero conseguidas a través del contrabando”. Ahora los
costos se han elevado y la facilidad de leer a los autores de cualquier país están tan
cerca como internet, lo malo es que el interés disminuyó.

Drago Jančar, editor, periodista y escritor entre los más reconocidos de Eslovenia,
agradece las traducciones de los clásicos —mención que merece un “¡Yuhu!” de la
traductora desde su cabinita— y, conciente de que escribir para las naciones
pequeñas puede orillar al anonimato, comenta: “Lo que nos hace provincianos no
es la lengua, es el miedo que uno tiene de sí mismo y de su potencial.”

“¿Qué se siente escribir para dos millones de personas?” La pregunta surgió cuando
por la mañana recorría las calles del Centro Histórico de México, ciudad donde
vivimos casi nueve millones de habitantes. “Caminé por la calle de Donceles y miré
en las librerías de viejo. Había muchas obras de los grandes autores del inglés,
italiano, alemán, francés, las lenguas más importantes. ¿Significa esto que a la
larga desaparecerá nuestra literatura [la eslovena]? Entonces —parafrasea a Wilde
— ¿qué sentido tiene dedicarse a una actividad tan inútil?”

Drago Jančar fue beneficiado con la beca Fulbright en 1982 para estudiar en los
Estados Unidos. Allí se dio cuenta de que su lengua materna no fue la llave que
abrió esas puertas. “Entonces —cuestiona— ¿por qué escribimos en las lenguas de
nuestras pequeñas naciones?” Y se responde: “El enigma de esa pequeña nación,
es el enigma del mundo. El secreto radica en escribir la diversidad humana.”

Sobre el problema de la creación, Igor Bratož recuerda que el origen de su


vocación, hace 20 años, fue la búsqueda de una literatura que transformara lo viejo
en algo nuevo, “algo que se nutriera de sí mismo, producto de mis lecturas,
naturalmente”. El director de Delo, suplemento cultural de mayor importancia en su
país, empezó por el cuento, relatos breves, y más tarde probó la novela,
experiencia que le mostró la dificultad de escribir. Retomando palabras de Rosa
Beltrán, se describe como “el peor que ha leído”, palabras que la moderadora
matiza: “Uno es el mejor escritor que puede ser”.

La antología es un esfuerzo por intercambiar producciones literarias recientes entre


México y Eslovenia, uno de los 40 volúmenes de traducciones al español, selección
que no “complacerá a todos” como dice Flisar. Al final, ante la pregunta a Jančar
acerca de qué espera de esta edición, da un paso atrás, sonríe y levanta su copa de
vino tinto: “Es sólo una introducción, no hay nada que esperar mientras no sirva
para invitar a conocer más de nuestro país”.

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