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“¿Qué se siente escribir para dos millones de personas?”, plantea Drago Jančar,
escritor, egresado en leyes, originario de Eslovenia. La pregunta surgió cuando por
la mañana recorría las calles del Centro Histórico de México, ciudad donde vivimos
8 millones 720 mil 916 habitantes.
Las barreras lingüísticas han propiciado que la conferencia sea en inglés. Más tarde,
la doctora Rosa Beltrán compartirá que en la agencia de traductores comentaron:
“Tenemos a la persona indicada, se fue como estudiante de intercambio a ese país,
habla perfectamente el eslovaco”. Mientras, curiosos e informados se suman al
auditorio del Centro Cultural Universitario movidos por la duda, ¿quiénes son estos
eslovenos, por qué deberíamos leerlos?
Son las cinco de la tarde, los escritores toman su lugar. Se trata de una generación
que durante el régimen comunista estuvo obligada a hacer loas al nacionalismo por
lo que su búsqueda ahora evade la sublimación de la patria.
Con mirada severa detrás de los anteojos, lee el esbozo histórico que ha preparado.
Cuenta a la audiencia que la primera vez que Eslovenia fue un país libre fue en el
siglo VII y después hasta 1991, época en que los escritores organizados propusieron
una constitución que inflamó las fantasías culturales de muchos creadores. El
proyecto no se orientó de esa forma. Como resultado, hoy los escritores enfrentan
el alza de los precios de los libros y la disminución de fomento y divulgación por
parte del estado aunque, señala Flisar, sí cuentan con financiamiento.
Toma la estafeta Andrej Blatnik, quien comparte este diagnóstico debido a su labor
profesional como editor y escritor. Recuerda que durante el gobierno del mariscal
Tito el libro se consideró objeto especial-social, valor que han conservado en el
presente los dos millones de eslovenos que constituyen esa nación. No obstante, el
consumo de libros ha decrecido desde entonces debido al desinterés y los efectos
de la liberalización económica que tuvo por efecto que “la edición se convirtiera en
negocio”.
Drago Jančar, editor, periodista y escritor entre los más reconocidos de Eslovenia,
agradece las traducciones de los clásicos —mención que merece un “¡Yuhu!” de la
traductora desde su cabinita— y, conciente de que escribir para las naciones
pequeñas puede orillar al anonimato, comenta: “Lo que nos hace provincianos no
es la lengua, es el miedo que uno tiene de sí mismo y de su potencial.”
“¿Qué se siente escribir para dos millones de personas?” La pregunta surgió cuando
por la mañana recorría las calles del Centro Histórico de México, ciudad donde
vivimos casi nueve millones de habitantes. “Caminé por la calle de Donceles y miré
en las librerías de viejo. Había muchas obras de los grandes autores del inglés,
italiano, alemán, francés, las lenguas más importantes. ¿Significa esto que a la
larga desaparecerá nuestra literatura [la eslovena]? Entonces —parafrasea a Wilde
— ¿qué sentido tiene dedicarse a una actividad tan inútil?”
Drago Jančar fue beneficiado con la beca Fulbright en 1982 para estudiar en los
Estados Unidos. Allí se dio cuenta de que su lengua materna no fue la llave que
abrió esas puertas. “Entonces —cuestiona— ¿por qué escribimos en las lenguas de
nuestras pequeñas naciones?” Y se responde: “El enigma de esa pequeña nación,
es el enigma del mundo. El secreto radica en escribir la diversidad humana.”