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Señores Rectores,
Señores Vicerrectores,
Señores Profesores,
Señores Alumnos,
Luego de más de diez años como primer Rector de la Universidad ―y cinco previos como
Director General―, juzgué que se había acumulado mucho tiempo en un puesto para una
misma persona. Y creyendo, como creo, en la necesidad de la alternancia y la renovación
como signos de vitalidad de las instituciones, decidí apartarme de las funciones
encomendadas.
Esta se puso en marcha y se decidió nombrar como nuevo Rector al Dr. Gonzalo
Galdos Jiménez, Director de la Escuela de Postgrado, distinguido y respetado miembro del
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claustro, y personalidad acreedora del reconocimiento académico, profesional y
empresarial de nuestro medio.
Quiero que estas palabras, de saludo y congratulación, lleven mis mejores deseos
de éxito a mi muy digno sucesor, de quien todos esperamos una acertada gestión y un
sólido y brillante gobierno institucional.
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Cuando ella fue fundada quince años atrás, en 1994, existían en nuestro país 56
universidades. Hoy existen 103. El incremento del número de universidades no indica,
por sí solo, muchas cosas, dado que un crecimiento similar es observado en muchos países
y, más claramente en los similares al nuestro.
En otras palabras, hoy tenemos 47 universidades más que en 1994. Pero en los
últimos tres lustros la población estudiantil ha aumentado casi un 90%, y los docentes
universitarios se han más que duplicado.
Pero, tras las cifras mostradas, hay otras que es preciso analizar con una visión aún
más auspiciosa. En 1994, la mitad de las universidades eran públicas y la otra mitad
privadas (a razón de 28 cada mitad). Hoy, las públicas son 37, o sea, aumentaron en 32%.
Mientras que las privadas son hoy 66, con lo que su aumento ha sido del 136%.
Finalmente, hay otro dato interesante que vale la pena mencionar. En noviembre
de 1996, se aprobó la Ley de Promoción de la Inversión en la Educación (Decreto
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Legislativo 882). Esta ley ha permitido a las universidades privadas adecuarse a cualquier
forma de organización distinta a la tradicional dentro de las modalidades permitidas por el
derecho común. De las 66 universidades privadas de hoy, prácticamente 3 de cada 4 se
han adecuado a esta legislación. Dentro de ellas, a su vez, las tres cuartas partes han
optado por hacerlo dentro de la modalidad de sociedades empresariales.
Hoy hay muchas razones para sentirse optimistas. Soplan aires nuevos y
saludables que es preciso aprovechar con las alas más desplegadas que nunca. Es cierto
que la calidad de las nuevas universidades es muy variada, y en algunos casos inexistente.
Las diferencias relativas son muy grandes. Pero lo hemos dicho más de una vez: no se
puede cambiar a las universidades desde afuera. Hay que hacerlo desde dentro de ellas.
Y hemos visto que ese cambio es posible si se conjugan el liderazgo, el buen ejemplo y la
competencia, pues esa competencia ha hecho más por el mejoramiento de la educación
superior que cualquier ley imaginable.
En esa dinámica, es preciso reconocer que las instituciones privadas juegan un rol
cada vez más significativo en la democratización de las oportunidades de acceso a la
profesionalización universitaria. Por eso es justo y preciso permitirles que sean capaces
de afrontar con responsabilidad el desafío de prestar esa educación privada en
condiciones de creciente calidad, procurando la inversión de nuevos recursos y la
reinversión de sus excedentes.
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Ahora quisiera invitarles a dirigir la mirada a nuestro interior. Dentro del complejo
sector privado de la educación superior ―que, ya lo dijimos, es indiscutiblemente variado
y heterogéneo, aunque dinámico y plural―, se encuentra el caso de la Universidad
Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC). Ella cumplió con aportar una cuota de innovación y
saludable diferencia. Nacimos, lo decimos así, no para ser una universidad más, sino para
ser una diferente. Esa diferencia la hizo desmarcarse muy pronto respecto a otras.
Fueron múltiples las materias y actividades donde la UPC aparece como primera y
―haciendo honor a su lema― como protagonista del cambio.
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La UPC se acercó a los estudiantes de secundaria a través de sus colegios, y
estableció con estos una relación de generación recíproca de valor con el desarrollo de
asesorías académicas, de talleres vivenciales, de talleres de líderes para estudiantes, y
otras actividades similares. Reconoció los méritos del destacado rendimiento académico
de los estudiantes secundarios para su incorporación en condiciones preferentes a la
universidad e introdujo cambios radicales en sus procesos de admisión. Reconoció
también el programa del Bachillerato Internacional (IB) y los convenios y programas
internacionales análogos para la incorporación al nivel universitario.
La UPC aplicó a los estudiantes del último año de secundaria una prueba de
potencial universitario que, desde 1997, ha totalizado más de 108 mil colegiales
examinados y que este año alcanzó ya a más de 14 mil en Lima y cinco capitales de
provincias.
Nuestra Universidad diseñó los currículos de todas sus carreras sobre la base de los
perfiles profesionales por competencias.
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Todos estos pasos y avances fueron haciendo que la UPC lograrse situarse desde
un primer momento en un terreno diferenciado, desmarcado del conjunto, e
identificándose como una alternativa singular, con características muy definidas e
inconfundibles. Ocupó muy pronto una posición única. Así, cuando en el año 2004, la red
de Laureate International Universities vino al Perú y la invitó a formar parte de ella, lo
anunciamos en voz alta al público y, en especial, a nuestros alumnos. “Nos han escogido
―les decíamos― por las mismas razones que tú: por atrevernos a proponer caminos
distintos.”
Hoy, podemos observar con complacencia que no son pocas sino muchas las
universidades que han diversificado sus sistemas de admisión, que ofrecen carreras
mixtas, que han redefinido sus servicios de documentación e información, que han
adecuado sus sistemas informáticos, que ofrecen programas para adultos que trabajan,
que diversifican su oferta de postgrado.
Y decimos que observamos este nuevo panorama con complacencia porque ello no
hace sino reafirmarnos en la idea de que más ha hecho por la mejoría de los servicios de
educación superior una sana, dinámica y muy exigente competencia que cualquier
mecanismo de control regulatorio o de frustrantes ensayos legislativos.
Hoy, la educación ha pasado a ser un sector muy dinámico dentro del mercado
productivo, sólidamente constituido como un elemento central de nuestra economía,
cuya suerte está ligada a la de nuestro desarrollo.
Decíamos antes que hoy hay muchas razones para sentirse optimistas.
Hablábamos de aires nuevos y saludables. Sería una presunción arrogante e inaceptable
pensar que este nuevo paisaje ha sido posible gracias a la UPC. Pero también sería ciego e
injusto suponer que hubiera sido posible sin el concurso de la UPC. Y ello tenemos que
admitirlo sin arrogancia alguna, con humildad y con conciencia de la inmensa
responsabilidad que ello lleva aparejada.
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En segundo lugar, un desafío que corresponde a las universidades privadas: hay
que asumir con determinación obsesiva el compromiso de seguir respondiendo a las
expectativas de nuestra sociedad, de toda nuestra población, sin exclusiones, marginación
ni postergación de los sectores sociales de menores recursos. La educación superior
privada hoy es una expectativa de todos los niveles socioeconómicos. Y el Estado está
obligado a mantener los mecanismos legales que permitan a la iniciativa privada la nueva
inversión y la reinversión de sus excedentes para continuar ampliando la cobertura y
mejorando la calidad de la educación superior a su cargo.
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Termino esta despedida por donde quise comenzarla: con palabras de gratitud.
Gratitud hacia esas cuatro personas, los cuatro promotores de la Universidad, que,
confiando en mí antes de conocerme plenamente ―gracias a la presentación de un amigo
común, el Dr. Jorge Salmón Jordán― tuvieron la idea de confiarme las responsabilidades
que me entregaron hace quince años y medio. Gracias a David Fischman, Mariana
Rodríguez, Graciela Bancalari y Alfredo Miró Quesada, quienes me invitaron a sumarme a
ellos en esta fascinante aventura de edificar conjuntamente una universidad diferente.
Nunca encontraré las palabras suficientes para expresarles todo mi agradecimiento por lo
que ha supuesto esta empresa compartida y esta experiencia determinante de mi vida.
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Quiero agradecer también a cada uno de mis colaboradores, a quienes me gustaría
de veras dirigirme con su nombre propio en este momento, y cuyo trabajo, apoyo y
consejo, con amistad y lealtad, permitió el cumplimiento de la tarea confiada. He recibido
de ellos innumerables e inolvidables testimonios ―monumentos, diría más bien― de
lealtad, afecto, amistad. Su compañía fue indispensable para lograr lo que se alcanzó. Su
labor fue insustituible para hacerlo en el plazo y con la calidad deseados. La palabra
‘equipo’ queda corta para describir lo que, más bien, fue una gran familia, donde cada uno
quiso cumplir mejor que el otro su papel. Tengo hacia ellos una deuda impagable de
reconocimiento y gratitud. Gracias por ser como fueron. Gracias por ser como son.