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Destello

Las bombas se escuchaban a lo lejos, o es quizás la costumbre la que


nos llevaba a convivir entre escombros y disparos. Camino entre fierros
retorcidos, veo a madres aferradas a sus hijos en tiernos abrazos de muerte.
A pesar del tiempo aun suelo encontrar nuevos caminos para llegar a la
torre más alta que existe en la ciudad. Desde el piso número trece puedo
ver el atardecer o lo puedo imaginar, naranja, oculto detrás de grandes
columnas de humo provenientes de los miles de buques de guerra y porta-
aviones que aun insisten en seguir luchando. Sus sombras ocultan las
ciudades que están más allá de la línea trazada por nuestros líderes.
El mundo ahora está formado por miles o millones de pequeñas
tribus todas con líderes iguales, desconocidos e invisibles. Cada uno con el
poder suficiente de terminar esta guerra y llevarse con nuestra existencia de
paso. Pero deciden que es muy arriesgado y se dejan llevar por su miedo,
por eso creen que es mejor que nos matemos de a pocos, que cada ser
humano tenga la liberta de acabar con la existencia de otro.

Recuerdo que nadie supo explicar quién inicio la guerra, tampoco


pueden explicar cuál es el motivo. Mi abuelo y el abuelo de mi abuelo ya
vivían bajo los escombros que son nuestro hogar. Mi hogar es el hogar de
otras trecientas personas, pocos más, pocos menos.
Mi abuelo es el abuelo de esas trecientas personas.
Los hombres más sabios cuentan que mucho tiempo atrás existían
enormes líneas imaginarias llamadas fronteras y que esas líneas fueron la
causa de las primeras guerras. Esas líneas dividían al mundo en naciones y
esas naciones nunca estaban conformes con lo que llevaban dentro. Ahora
cada uno es responsable de sí mismo.

Cae la noche, subo al último piso de este gran edificio. Me oculto bajo
un pedazo de madera, que seguramente fue una puerta. Veo pasar dos
gigantescos aviones, ellos no se preocupan ni siquiera en mirarnos, saben
muy bien que esta es una ciudad fantasma, una ciudad escombro con una
sola torre gigante que será destruida dentro de poco.
Las horas pasan y detrás de los cerros que rodean la ciudad logro
distinguir el reflejo amarillo de las fogatas armadas por los vigilantes de la
línea.
Es hora de dormir.

Al despertar siento una mirada en mi nuca, pero sé que no hay nadie.


Somos muy pocos los que nos atrevemos a salir de los refugios, nadie
arriesga el pellejo por algo que no es nuestro. La ciudad es solo la coraza de
nuestros hogares, ¿porque perder una fuente segura de agua y comida?

Siento la misma mirada en mi nuca, y sé que es la misma y sé que


ahora hay alguien, pero prefiero no voltear a ver. Tengo miedo de mí
mismo y de las visiones que aparecen cuando duermo.

Cojo mi arma, la cargo y al voltear me encuentro con dos ojos azules,


tan azules como el fuego. Me quedo en silencio por unos minutos, me
pongo de pie y ella, porque se trata de una mujer, me observa fijamente. Al
otro lado de la azotea veo una nube negra y sé que es hora de ocultarme.
Las tormentas no son solo agua, como contaban nuestros antepasados. Una
gota de lluvia destroza tu piel hasta llegar a tus huesos y te desarma de a
pocos, hasta dejar de ti solo un charco rojizo y espeso.
Corro pues falta poco para que llegue la tormenta, pero ella no se mueve.
Me detengo, la miro. Ella me rodea y se detiene frente a mí una vez más.
Por unos segundos tengo la seguridad de que nada puede hacerme daño, un
extraño calor invade mi interior y siento un pequeño temblor en mis
rodillas.
Me toma de la mano y si hablar me guía por los escalones hacía la
parte más baja del edificio, pero no se detiene y caminamos aún más y más
abajo. Hay caminos subterráneos por todos lados pero ella aun tira de mi
mano sin detenerse.
Un fuerte destello amarillo me ciega.
Todo ha terminado.
Al despertar estoy en medio de una habitación blanca, hay ropa
limpia en la parte baja de la cama y por las ventanas se cuela la luz del sol,
como nunca la había visto.
Inmediatamente reconozco miles de voces. Todos caminan por largas
avenidas y son transportados por enormes vehículos. “son automóviles” me
dice, pero esas palabras en realidad salen de mi boca. Respiro muy fuerte y
cierro los ojos. Al abrirlos sé que todo es en realidad un sueño.

No sucede nada, me visto lentamente. Bajo los escalones y frente a


una gran pantalla hay algunas personas. Todas me miran y me sonríen. Me
detengo, siento en el estómago un vacío, pero no es producto del miedo. No
existe el temor dentro de estas cuatro paredes. Es algo distinto, es hambre.
Apenas pregunte por comida cuando una señora bastante mayor se pusiese
de pie y trajera a la mesa alimentos que nunca había visto y sabores que
jamás había experimentado. “Te extrañamos” me dijo la señora y me dio un
beso en la mejilla.
Siento el contacto en mi piel y recuerdo, recuerdo dos ojos azules y los
busco en las personas frente a la gran pantalla. Al salir de ese lugar consigo
reconocer la torre más alta de la ciudad. Camino sin sentir miedo, sé que
este es mi hogar ahora, sé que este siempre fue mi hogar.

Dos ojos azules, los veo nuevamente. Ahora ella me toma de la mano
y camina junto a mí, el calor dentro de mí aumenta, ya no siento ningún
temblor en las rodillas.
No nos detenemos hasta llegar de frente al mar.
El atardecer es tan naranja como en mi sueño. “Alguna vez pensaste que
sería tan fácil” me pregunta, pero yo no sé a lo que se refiere. Cruza sus
dedos con los míos y se queda en silencio. Dentro de mi deseo que este
momento nunca acabe.

Llega la noche y la ciudad está llena de luces, cientos de personas


caminan a nuestro alrededor emitiendo extraños sonidos. “Son risas” me
dice y ella lo hace yo, por primera vez, lo hago. Reímos hasta llegar a casa.
Este es mi hogar, siempre lo supe.
Toma mi mano y me guía hacía la puerta de mi habitación. Dentro
todo es totalmente oscuro y no sé cómo encender las luces. Ella me desviste
suavemente, me guía a oscuras y me recuesta en la cama. Rie, no la veo,
pero sé que lo hace. Se aleja mientras yo poco a poco me voy quedando
dormido.
Al despertar siento una mirada en mi nuca, busco mi arma pero no lo
encuentro, debajo de mí todo es duro y frio. Me pongo de pie y ella está
parada frente a mí. Llora, y sé que llora porque el llanto es lo único que
conozco, pero ríe. Me mira y camina directamente mí, se detiene y pone
sus brazos alrededor de mi cuello, todo es cálido y ella se va acercando poco
a poco.
Cuando terminamos de besarnos se separa un poco para verme a los
ojos, llora nuevamente. Se queda callada y poco a poco voy distinguiendo
las cosas a mí alrededor, pero no puedo apartar mi mirada de la suya. Me
besa una vez más y al terminar solo escucho que susurra “Alguna vez
pensaste que sería tan fácil”.
Pero no tengo tiempo de responder.

Desde el piso más alto de la única torre de la ciudad aun permanezco


aferrado a ella y distingo un destello blanco que rápidamente va
terminando con todo, con nosotros.

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