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Linda Wisdom

SERIE JAZZ TREMAINE, Nº 1

HECHIZO DE AMOR
ÍNDICE
Prólogo..............................................................3
Capítulo 1..........................................................5
Capítulo 2........................................................17
Capítulo 3........................................................27
Capítulo 4........................................................37
Capítulo 5........................................................52
Capítulo 6........................................................64
Capítulo 7........................................................72
Capítulo 8........................................................77
Capítulo 9........................................................84
Capítulo 10......................................................94
Capítulo 11....................................................103
Capítulo 12....................................................111
Capítulo 13....................................................126
Capítulo 14....................................................134
Capítulo 15....................................................143
Capítulo 16....................................................154
Capítulo 17....................................................166
Capítulo 18....................................................175
Capítulo 19....................................................183
Epílogo..........................................................194
Agradecimientos...............................................196
RESEÑA BIBLIOGRÁFICA....................................197

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Prólogo

Alderley Edge,

Cheshire, Inglaterra Año 1313

El imprudente uso de la magia había hecho que alguien pusiera en


gran peligro a toda la escuela.
La túnica de terciopelo esmeralda revoloteó alrededor del cuerpo
delgado como una caña de la rectora como si una tormenta hubiese
estallado en su interior. Se produjo el destello de unas llamas rojas y
azules al pie de su bastón cuando lo hizo chocar contra el suelo para
puntualizar cada una de sus palabras con el tañido de la fría piedra.
Ninguna de las trece estudiantes de Eurídice movió un solo músculo
mientras permanecían alineadas, a la espera de su veredicto.
En su primer día en la Academia Arcana, la rectora había dejado
claras las reglas y las consecuencias de su quebrantamiento. Dijo que no
habría excepciones si cualquiera de ellas era vulnerada. Aun así, hoy su
principal regla había sido quebrantada. Una de sus estudiantes había ido
tan lejos como para lanzar una maldición sobre un mortal. Recorrió la fila
de chicas, repasando a cada una con furiosa mirada.
—Lo sen… —empezó a decir una de ellas.
—¡Silencio! —Eurídice giró sobre sus talones para encararse con la
desafortunada aprendiz de bruja—. Quienquiera que lanzara el conjuro
debe dar un paso adelante para responder por sus acciones.
Ninguna de las acolitas abrió la boca. Las trece permanecieron
inmóviles sobre el antiguo suelo de piedra.
—Vuestro silencio cómplice para proteger a la culpable es loable —los
oscuros ojos de Eurídice centellearon como las llamas que brillaban en el
borde de su bastón. Pero nadie se movió—. Sin embargo, tal ofensa fue
hecha contra un miembro de la realeza. Un hombre con poder para cerrar
esta escuela, para hacernos daño e incluso para destruirnos. Estoy segura
de que alguien os ha ordenado que no delatéis a la compañera
responsable, pero ésta debe dar un paso al frente y aceptar su castigo.
Las chicas intercambiaron miradas, unieron sus dedos y, como si de
una se tratase, dieron todas un paso al frente.
—Muy bien. Si así lo queréis —dijo Eurídice. El aire que la envolvía
describió remolinos negros y púrpura mientras emitía el veredicto—. En
adelante, todas vosotras quedáis desterradas de este lugar y confinadas al
mundo durante cien años solamente con los poderes que controláis ahora.
Si alguna de vosotras osara lanzar un conjuro que no obedezca a un bien
mayor, el destierro será extendido. Al cabo de este periodo, seréis
llevadas ante el Alto Consejo Arcano para determinar vuestro destino final
—clavó una mirada furiosa en cada una de las jóvenes que osaron mirarla

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

—. Y espero que aprendáis cómo es el despiadado mundo de los mortales


al que os confinamos.
Golpeó el bastón contra el frío y despiadado suelo de piedra y las
trece acolitas desaparecieron.
La rectora se volvió para encarar a las tres brujas ancianas que
permanecían silenciosamente de pie junto al muro.
—¿Crees que estarán bien, solas en el mundo, Eurídice? —preguntó
Aliene, la de corazón más bondadoso—. ¿Crees que estarán en peligro?
—Difícilmente, querida hermana —rió ahogadamente la rectora—.
Más temo por el mundo.

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Capítulo 1

Pasadena, California Año 2007

—¿Cuánto tiempo vas a quedarte aquí?


—El tiempo que haga falta —Jazz Tremaine se removió en el asiento
del Thunderbird descapotable. Le encantaba su deportivo clásico del
cincuenta y seis azul y blanco, pero no había demasiado espacio para su
envergadura de 1,73 metros.
Aunque era un barrio ideal para una redada policial, con su amplia
franja de casas pijas de un millón de dólares agazapadas tras altas verjas
de hierro y puertas ornamentadas. Aun así, Jazz esperaba no tener que
esperar a Martin «Inmoral» Reynolds durante toda la noche a que volviera
a casa. El pie izquierdo se le estaba durmiendo y la enorme Coca-Cola
light que se había tomado con la cena amenazaba ya con una inminente
necesidad íntima.
Un sonido áspero, un destello de sulfuro y una bocanada de tabaco en
el asiento del copiloto hicieron que Jazz torciera la nariz.
—Irma, apaga esa maldita cosa.
Irma abrió el cenicero y lanzó un suspiro de resignación.
—Me aburro.
—Pues lárgate —espetó Jazz.
—Ja, ja —bufó Irma—. Muy graciosa.
Llevaba puesto su mejor vestido de domingo, con estampado floral
azul marino, un delicado cuello de encaje y botones a juego por delante.
En su cabeza de cabellos canosos ordenados en una férrea permanente
reposaba con sobriedad un fino sombrero de paja azul y blanco, decorado
con diminutas flores. Unos guantes blancos y un bolso de charol azul
completaban el perfecto conjunto años cincuenta. No resultaba
sorprendente, habida cuenta de que Irma había muerto en el asiento del
copiloto del Thunderbird el 12 de marzo de 1956.
Irma era la maldición de la joven bruja de setecientos años, y la única
pega del elegante coche al que tanto afecto profesaba. Su tasa de éxitos
del cien por cien a la hora de eliminar maldiciones había caído al noventa
y nueve cuando se mostró incapaz de deshacerse de la irritante Irma del
coche, por mucho empeño que le pusiera. Al final el cliente de Jazz rehusó
pagarle, y así acabó haciéndose con el deportivo; con Irma como accesorio
extra.
—Podría hacer desaparecer esa farola con un chasquido de los dedos
—Jazz señaló una farola que se erigía en una esquina cercana e hizo eso
precisamente. Otro chasquido, y la farola desapareció—. Pero contigo… —
repitió el gesto delante de Irma, pero no pasó nada—. Contigo, nada.
Niente. Cero. ¡Por mucho que lo intente, siempre estás ahí!
Jazz miró furiosa a Irma, e Irma le devolvió el gesto. El choque entre

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los berrinches de fantasma y bruja produjo un mágico destello plateado en


el coche. En ese momento, un Mercedes gris pasó lentamente junto al
Thunderbird aparcado y Jazz apartó la cara.
—Bien —dijo—. Martin está en casa.
Las verjas de la mansión estilo español del Inmoral se abrieron. El
Mercedes las atravesó, siguiendo el sinuoso trazado del camino privado.
Jazz abrió la puerta y salió de su coche. Alzó la mirada al cielo nocturno y
sintió la atracción de la luna creciente. Suspiró y frotó el feldespato del
anillo que portaba en el dedo anular derecho. La piedra lechosa azulada
brilló tenuemente al tacto.
En dos semanas conduciría hasta el pequeño pueblo de Moonstone
Lake, en lo alto de las montañas Ángelus, para celebrar el ritual mensual
que la mantenía centrada, junto con sus hermanas brujas. El lago y el
pueblo aledaño proporcionaban a Jazz y a dos de sus compañeras
desterradas un santuario muy necesario. Mientras que Stasia y Blair
disfrutaban viviendo en el pequeño pueblo montañoso, Jazz y muchas
otras preferían la oscuridad y la dureza de la ciudad antes que respirar
todo ese aire sin contaminar.
—Deberías dejar la radio puesta —insistió Irma con la voz rasgada de
una veterana fumadora.
—Que te den —gruñó Jazz, cruzando sigilosamente la calle en
dirección a la casa de Martin.
No le costó fundirse con la noche gracias a sus pantalones negros y
chaqueta de cuero, y la camiseta de seda, a juego con lo demás. Su pelo
cobrizo pendía de una trenza firme a lo largo de su espalda. Esa noche
tocaba ser una bruja mala, ideal para enseñar una lección a Martin.
Se detuvo lo justo para dar un golpecito a las verjas con la cintura,
que se abrieron lo justo para dejarla deslizarse antes de que volvieran a
cerrarse.
Arrugó la nariz ante el abrumador olor de las rosas que bordeaban el
camino privado. Las luces de Malibu bañaban un césped que había sido
dispuesto con precisión matemática.
—Pagas una fortuna a un servicio de jardinería para que mantengan
tu césped perfecto, y aun así te atreves a timarme —murmuró Jazz,
deteniéndose a escasa distancia de la casa. Cogió aliento, levantó las
manos y murmuró—: Reanudar.
Un ligero destello viajó de la punta de sus dedos hasta la casa.
Cuando la luz de la bruja se deslizó por las ventanas, se oyó el agudo grito
de una mujer en el interior que Jazz ubicó a unos treinta metros.
—¿Qué le has hecho a esta casa? —gritó la arpía suegra de Martin,
que llevaba diez años muerta—. ¡No vas a conseguir que me crea que mi
hija ha tenido algo que ver en la decoración de esto! ¿Qué has hecho?
¿Contratar a una de tus nenas para que te decore el interior como si fuese
un burdel? ¿O acaso la zorra te ha hecho el trabajito a ti, más bien? ¡Ya le
dije a mi niña que no se casara contigo! ¡Eres un cerdo, Martin Reynolds!
¡Un cerdo!
Jazz sonrió y recorrió el camino hasta la puerta principal. Imaginando
que los gritos de Doreen Hatcher serían demasiado agudos como para que
Martin oyera el timbre, mantuvo el dedo apretado el tiempo suficiente

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para que se considerase un fastidio.


—No eres capaz de vivir sin alcohol, ¿verdad, Martin? —gritó la voz—.
¡Debes de tener el hígado avinagrado a estas alturas! Avinagrado, ¿me
oyes? ¡Y, si no, al menos deberías estar muerto por tanto alcohol, maldita
sabandija alcohólica! Si no supiese que morí de un ataque al corazón,
juraría que fue cosa tuya.
Martin Reynolds abrió la puerta, los ojos muy abiertos y los labios
apretados en una fina línea. Sostenía una copa de whisky en una mano y
llevaba un teléfono inalámbrico sujeto bajo la barbilla.
—Hola, Martin —ronroneó Jazz.
—¡Jazz! Estaba…, eh…, a punto de llamarte —dijo, dando un rápido
paso hacia atrás. La incomodidad era diáfana en su expresión, aunque
notó que no movía la frente a pesar de que sus labios sí. Apostaba a que
la inyección de botox era bastante reciente—. Tu conjuro no funcionó.
Dijiste que se iría, pero no es así, y ha vuelto con ganas de venganza.
Acaba de aparecer de repente. Entro en casa y ¡pum!, ahí está, y diez
veces peor que antes —agitó la mano hacia la habitación—. Tienes que
encargarte de ella.
—¡Vuelve aquí y enfréntate a mí, maldito cobarde! —gritó Doreen
desde el tarro de galletas que había sido maldito antes de su muerte.
Martin dio un respingo. Jazz ni siquiera pestañeó, pero se preguntó
cómo era posible que un hombre tildado de gurú de la industria de la
televisión no llegara a relacionar la repentina reaparición de la maldición
con la presencia de Jazz en la puerta. Una maldición que había eliminado
eficazmente… Hasta que el Inmoral intentó timarla.
—Quizá haya regresado —dijo Jazz— porque has sido un chico malo.
Martin parecía agotado.
—No sé de qué me estás hablando.
—Lo sabes perfectamente. Diste orden de que no me pagaran el
cheque que me extendiste —Jazz dio un paso hacia el vestíbulo, hurgó en
un bolsillo de su chaqueta de cuero, sacó un cheque con un enorme sello
que ponía «Suspensión de pago» recorriendo toda la diagonal y lo meneo
delante de las narices de Martin—. No es una forma muy inteligente de
hacer negocios. Especialmente con una bruja.
—¡Yo no haría eso! —gritó Martin, pasmado—. ¡Debió ser mi mujer
quien dio la orden!
—¡Oh, claro! ¡Échale la culpa a tu dulce y preciosa Leonore! —espetó
la voz de Doreen—. ¡Eres un gusano, Martin Reynolds! Ni siquiera eres
capaz de responsabilizarte de tus propios errores.
—No seas tímida, Doreen —dijo Jazz—. Por favor, únete a nosotros.
Hizo un gesto con la mano hacia la pared más cercana y los rasgos de
Doreen (frente alta, nariz aguileña y barbilla afilada) emergieron de la
escayola. Sus ojos ciegos se clavaron en Martin y éste gritó.
—¿Pensabas que podrías deshacerte de mí tan fácilmente, escoria?
—¡Maldita zorra! —Martin arrojó su copa de whisky a la pared.
Antes de estallar en una lluvia de cristales, Jazz volvió a chasquear los
dedos. La copa flotó hasta posarse suavemente sobre una mesa cercana,
y el rostro de Doreen pasó inmediatamente al cuadro al óleo que había
colgado sobre la chimenea. Jazz pensó que se parecía a un Picasso

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viviente.
—Qué cuadro más barato —se burló Doreen—. Lo compraste en una
de esas rebajas que celebran los artistas que se mueren de hambre, ¿no?
—¿Qué cono estás haciendo? —gritó Martin a Jazz, apuntando con el
dedo a la chimenea—. ¡Es un Picasso!
—Te advertí de lo que pasaría si me la jugabas, Martin —Jazz se
encogió de hombros—. Te dije que la maldición volvería diez veces peor.
—Vale, tú ganas —Martin sacó un pañuelo y se secó la frente de
sudor—. Te extenderé otro cheque. Lo que sea con tal de deshacerme de
una vieja zorra miserable.
—Eh, eh, eh, nada de tacos, y nada de cheques. Ahora lo quiero en
metálico —Jazz extendió la mano—. Cinco mil dólares, por favor.
—¿Cinco de los grandes? —aulló Martin—. Acordamos quinientos.
Jazz sonrió.
—Eso fue antes de que intentases timarme, Martin.
—No tengo tanto dinero en casa.
—Sí que lo tienes. Tienes veinticinco de los grandes en la caja fuerte
de tu despacho —dijo Jazz—. La caja de la que tu mujer no sabe nada.
¿Quieres que la abra por ti? Puedo hacerlo desde aquí, ya lo sabes.
—No —gritó Martin, girando sobre sus talones y enfilando la parte
trasera de la casa—. Espera aquí.
—El primer número es cuatro —le dijo Jazz mientras se alejaba,
siempre dispuesta a ayudar.
A continuación sonrió y se dirigió a la cocina. Había unas cuantas
galletas de chocolate diseminadas sobre la encimera donde estaba la caja
de galletas donde había aparecido la enfurecida cara de Doreen.
—Bien hecho, Doreen. Sabes apretar las tuercas —Jazz quitó la tapa y
cogió unas galletas del tarro. El primer mordisco le obligó a dar otro. No
era capaz de resistirse a las galletas de chocolate.
—Ya le dije que no era un tipo legal, pero ¿me hizo caso? No —se
enfureció Doreen—. Debió haberse divorciado de él antes de que la
cadena cancelase su serie. Y estoy segura de que esconde dinero en
bancos extranjeros.
—Ya es tarde para eso —Jazz dio una palmada simbólica a la tapadera
del tarro de la chica de pan de jengibre—. Leonore tendrá que verlo por su
cuenta.
Martin irrumpió en la cocina y lanzó un fajo de billetes a Jazz.
—Toma. Ahora deshazte de esa vieja zorra.
—Se acabaron las llamadas, Martin —Jazz acarició el dinero con la
punta de los dedos, contándolo al tacto para asegurarse de que sumaba
cinco mil—. Engaña a una bruja una vez, mal por ti; engáñala dos veces, y
sabrás lo que son heridas supurantes y picores eternos en zonas íntimas.
Estaba todo. Se metió el dinero en el bolsillo de la chaqueta, miró el
tarro de las galletas con ceño fruncido y dijo:
—Vete.
El rostro de Doreen se desvaneció al tiempo que la última palabra de
Jazz flotaba en el aire. Martin parpadeó y se quedó con la boca abierta.
—¿Eso es todo? —le sonrió a Jazz—. ¿Dices una jodida palabra y
desaparece? ¿Sin llamativos fuegos artificiales ni rimas arcanas? ¿Sin

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agitar una varita?


—Llevas metido en la televisión demasiado tiempo, Martin —Jazz
abrió un cajón, sacó un martillo para carne y redujo el tarro de galletas a
añicos.
—¿Qué demonios has hecho? —gritó Martin, agarrándose los pelos—.
¡A mi mujer le encantaba ese chisme!
—Culpa a la criada —dijo Jazz—. O compra uno igual en eBay.
Martin se puso a sollozar cubriéndose la cara con una mano. La
tensión grabada en su cara pugnaba con el botox.
—Leonore me matará cuando llegue a casa.
—No podía hacerse de otra manera, Martin. El tarro de las galletas
estaba maldito. Ahora tienes que enterrar los trozos. Y cada uno por
separado, al menos a un metro de distancia. Asegúrate de decir «Vete»
cada vez que entierres uno.
Martin boqueó.
—¡Pero aquí hay un millón de trozos!
—Hmm, no tantos. Puede que sólo mil, pero será mejor que empieces
ya mismo, ¿no crees?
Jazz se volvió para marcharse, se detuvo en la puerta de la cocina y
giró la cabeza para mirar a Martin y al tarro de galletas hecho trizas.
—Una cosa más, Martin.
—¿Qué? —inquirió él, sin molestarse en mirarla.
—Engañar a la gente nunca trae nada bueno. Sólo te fastidia el
karma.
Cuando Jazz volvió a montarse en el Thunderbird, Irma se apresuró a
apagar el cigarrillo prohibido.
—Por Dios, se oían los gritos hasta aquí. ¿Qué le has hecho hacer a
éste?
—Rompí el tarro de las galletas y le dije que tenía que enterrar cada
trozo por separado a un metro de distancia. Menos mal que su parcela es
grande, porque le va a hacer falta —Jazz arrancó el motor, estornudó por
culpa del olor a cigarrillo que aún flotaba en el coche y sacó el dinero que
Martin le había dado—. Y le he cobrado cinco mil dólares.
—No me lo digas —Irma alzó una mano enfundada en un guante
blanco—. Donarás hasta el último centavo al Fondo de Ayuda a las Brujas.
—Corren tiempos extraños para las brujas, Irma. Ojalá el Fondo
hubiese existido hace años, cuando mis hermanas y yo necesitábamos
que nos echaran una mano —Jazz se alejó de la acera—. Tampoco lo
necesito. Saco bastante conduciendo para Dweezil.
—Oh, claro. Servicio de limusina para todo tipo de criaturas —Irma
puso una mueca—. Estoy segura de que tu madre estaría orgullosa de
verte convertida en una taxista.
—Corta el rollo, Irma —espetó Jazz mientras cogía la salida a la
autopista.
—Está demostrado que la eliminación de maldiciones te pone de mal
humor, así que déjame adivinar —advirtió Irma, contemplando las señales
de la autopista pasar a toda velocidad—. Vamos a ver a ese alcohólico.
—Nooo —dijo Jazz—. Yo voy a ver a mi amigo Murphy. Tú te quedarás
sentada en el coche, que es lo que llevas haciendo durante los últimos…

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

—Jazz hizo el cálculo mental—. Cincuenta extraños años.


—Entonces deja que te acompañe alguna vez a hacer tu trabajo —dijo
Irma—. Sabes que podría ser de ayuda.
—Elimino maldiciones, Irma, no las echo —dijo Jazz con una carcajada
—. Hace cincuenta años que no puedes salir de este coche. Además, ¿qué
podrías hacer? ¿Encontrar una sábana blanca para merodear metida en
ella mientras agitas los brazos?
—Si me dieras una oportunidad, sabrías de lo que soy capaz.
Irma levantó la nariz y ladeó la cabeza para mirar por la ventanilla. Un
cigarrillo ardía entre sus dedos enguantados. Jazz nunca había llegado a
averiguar cómo una fantasma de cincuenta años de edad era capaz de
sacarse unos Lucky Strike de la nada cuando le viniera en gana.
Veinte minutos más tarde, Jazz estacionó el coche en un hueco junto
al pub de Murphy. El viejo edificio de una planta frente al puerto tenía un
letrero luminoso descolorido sobre la puerta. No había ningún ambiente.
Se oía música enlatada procedente de un muelle cercano, donde la noria
del parque de atracciones brillaba con luces multicolor.
—Aquí está prohibido aparcar —anunció Irma, con un recién
estrenado Lucky Strike entre los dedos. Suspiró y lo hizo desaparecer
cuando Jazz le clavó su mirada de advertencia.
—Relájate, Irma —Jazz abrió su puerta—. No soy tan afortunada como
para que te lleven a un sucio depósito de vehículos.
En vez de utilizar la alarma antirrobo, Jazz lanzó un conjuro de
espejismo que hacía que cualquiera que no contase con capacidad de
visión mágica no viese más que un destartalado Pontiac en vez del
elegante Thunderbird. Y cualquiera que, a pesar del conjuro, intentase
robar el coche, se encontraría con una fea sorpresa. La última vez que
pasó, en 1980, el ladrón de coches presa de la histeria no paró de farfullar
algo sobre que el coche estaba lleno de serpientes. No es de extrañar que
la policía pensara que estaba colocado hasta las cejas.
Los violines que interpretaban Morrison's Jig sacudieron a Jazz en
cuanto puso un pie en el pub. La música la hizo viajar atrás en el tiempo
hasta la pequeña aldea irlandesa donde nació. Los recuerdos eran tan
fuertes que casi pudo oler la turba ardiendo en la chimenea. Siete siglos
atrás no había pubs, pero había lugares de reunión para los hombres,
donde podían beber y jactarse de sus hazañas. Ella era a quien enviaban a
buscar a su padre, recibiendo bofetadas a menudo a pesar de sus
esfuerzos. Se sacudió de encima los recuerdos en cuanto Murphy la vio y
la saludó con la mano. Devolvió el gesto y se abrió paso por el laberinto de
mesas y sillas. Los parroquianos del Murphy's no hacían caso de la
prohibición de fumar en todo el local. Los dos policías locales que se
sentaban al fondo de la barra no estaban por la labor de hacer cumplir la
ley, habida cuenta de que cada uno tenía un pitillo en la mano.
—Mira qué dama de la noche más sexy y atractiva —dijo Murphy
cuando ella ocupó su lugar habitual delante de los grifos de cerveza.
Murphy empujó una cesta de galletas saladas hacia ella y apoyó los codos
sobre la barra.
—Gracias, amable señor —dijo Jazz, permitiendo que se le escapase
un toque de irlandés antiguo por la voz.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

—Dime, cariño, no tendrás unos látigos y unas cadenas escondidas


debajo de esa chaqueta, ¿verdad? —se inclinó sobre el espacio que
separaba a ambos para obtener una mejor perspectiva.
Ella cogió la jarra y tomó un sorbo de la deliciosa cerveza tibia,
lanzando un suspiro de gusto.
—Eres todo un zalamero, Murphy. ¿Es por eso que los chicos de azul
están aquí, en vez de en su guarida habitual?
Miró fugazmente a los policías y luego volvió con Jazz.
—Últimamente están desapareciendo algunos vampiros, así que
están comprobando todos los bares de la zona. Ya les he dicho que no
suelen frecuentar este sitio. No servimos su refresco preferido —se rió
ahogadamente.
—Apuesto a que han escondo este sitio porque saben que no viene
ningún vampiro. Sólo quieren sentarse a beber —repuso ella, cogiendo un
puñado de galletas saladas para masticarlas ruidosamente. En cuestión de
segundos, la cesta estaba vacía. Murphy la sustituyó por otra llena.
—Seguro que sí —le guiñó a Jazz—. ¿Y qué te trae a mi
establecimiento vestida con un conjunto tan sugerente?
—Vengo de ajustar cuentas con un cliente que me quiso timar.
—¿Uno de los de Dweezil o uno maldito?
—Uno maldito —replicó.
—El mundo estaba más cuerdo antes de que las criaturas salieran de
la carpintería —murmuró Murphy, asintiendo ante la petición de una
Guinness por parte de un cliente—. Y, según los chicos de azul del fondo
de la barra, mucho más seguro.
—Pero no tan emocionante —guiñó Jazz de vuelta—. Vive y deja vivir,
Murphy.
Iba a decir otra cosa cuando sintió un escalofrío recorrerle la nuca. Se
llevó la jarra a la boca y giró la cabeza lo suficiente para observar el
espejo inclinado que había tras la barra. Fue entonces cuando lo vio,
sentado en la mesa del rincón más cercano, listo para interceptar su
mirada en el espejo. Se demostraba así que un vampiro sin reflejo no es
más que un cuento de los tiempos de Bela Lugosi.
Nikolai Gregorivich. Alto, oscuro y arrogante. Sus ojos eran del color
del mar de Irlanda. Sus rasgos, fríos como el hielo. Y era un vampiro.
Hacía treinta años que Jazz no lo veía. ¿Qué estaba haciendo allí?
Una ardiente rabia se hizo con sus entrañas y fluyó por sus venas
como la lava.
Céntrate, Jazz, céntrate.
¿Qué demonios se le había perdido allí? ¿Por qué no estaba en La
Cripta, en el distrito de los almacenes? Allí, los no muertos podían
encontrar todo lo que querían, desde un cero positivo, hasta un A negativo
en caña.
Lo que tenía claro es que no había ido a verla a ella. Quizá fuese por
la misma razón que los dos policías mortales. Nikolai trabajaba para la
agencia de seguridad vampírica. Por su experiencia, Jazz sabía que los
polis vampiros y los mortales no hacían buena pareja en el mismo sitio, a
pesar de que Nikolai parecía llevarse mejor con las autoridades mortales
que los demás de su especie. Una rápida mirada a los dos policías ratificó

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a Jazz la sospecha de que no tenían la menor idea de que había un


vampiro en el establecimiento.
—Eh jazz.
Desvió la mirada del espejo y vio que la jarra de cerveza burbujeaba
en su mano; como…, bueno, como el caldero de una bruja.
—¿Hay algún problema? —preguntó Murphy, arqueando una ceja.
Jazz se tranquilizó y sonrió, observando cómo disminuían las burbujas.
—No pasa nada.
Frunció el ceño mientras pasaba el paño sobre la barra y alzó la
cabeza ante un ruido de fondo.
—¿Qué ha sido eso?
—Probablemente un avión volando a baja altura —mintió ella,
rebajando un poco más su temperamento. A ese paso, acabaría en gestión
de rabietas de bruja. Apartó la jarra con la mano. Sabía que cualquier
fluido que llegase hasta su estómago no haría sino volverse amargo—. Ha
sido una larga noche. Creo que me voy a casa, Murphy.
—No es tan tarde —dijo, con una invitación implícita en el tono.
Sonrió y meneó la cabeza mientras sacaba un billete de veinte y lo
dejaba sobre la barra, ignorando la pelota que Murphy lanzaba sobre su
tejado. Se volvió y se encaminó hacia la puerta.
Otro estruendo hizo vibrar las ventanas cuando llegó a la salida.
—Maldita sea —murmuró, saliendo apresuradamente antes de que su
rabieta de bruja atrajese la atención de los policías—. Y maldito él por
invadir mi territorio.

—Jazz.
Apenas había puesto un pie en la acera para encaminarse hacia el
coche, lo que significaba que no había tenido tiempo para apaciguar el
temperamento. Giró sobre sus talones. Su observador se fundía con las
sombras en un extremo del callejón que bordeaba el pub. Ni siquiera se
preguntó cómo se las había arreglado para salir antes que ella. Sólo
reaccionó.
—¡Nikolai Gregorivich, maldito hijo de puta! —sacó energía suficiente
de las manos para lanzarlo hasta el fondo del callejón. Lo acechó con la
mirada mientras sus manos seguían emitiendo un brillo rojo anaranjado.
Los mechones de pelo flotaban alrededor de su cabeza, cargados de
energía. Una bruja furiosa era capaz de generar energía suficiente como
para iluminar a una ciudad entera. Jazz se precipitaba rápidamente más
allá de la mera furia—. ¡Estás muerto!
Él aterrizó sobre el trasero, pero se incorporó en un abrir y cerrar de
ojos. Sus alargados caninos centellearon en medio de la oscuridad.
—Sí que lo estoy.
Su irónico comentario la dejó fuera de juego por un instante. Tenía
una extraña habilidad para conseguirlo. Estaba claro que ella deseaba
matarlo, pero ya fuera lenta o rápidamente, eso era un tema
completamente aparte.
Una vez recuperada, le disparó una bola de energía. Él la esquivó de
un salto justo a tiempo. La bola impactó en el costado del edificio, dejando

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

una señal de quemadura en los ladrillos desgastados.


—Veo que has aprendido trucos nuevos —el vampiro alzó la mirada
para contemplar las nubes cargadas de electricidad que se condensaban
en el cielo nocturno. Rugió un trueno en la altura, y el aire se cargó de
electricidad a medida que la bruja aumentaba su cólera—. No creo que la
Madre Naturaleza esté muy contenta de que le pises el terreno.
Ella apretó los dientes con tanta fuerza que resultó milagroso que no
se le quebraran. Mantuvo la mirada fija mientras trataba de domeñar su
genio. Las nubes se disiparon, y con ellas desaparecieron los rayos y los
truenos, pero las chispas que revoloteaban alrededor de su cuerpo aún
brillaban como los fuegos artificiales del cuatro de julio.
—Me encerraste —gruñó ella, avanzando hacia él a grandes
zancadas, la furia inscrita en cada músculo. La sangre de bruja producía,
en el mejor de los casos, acidez de estómago a los vampiros—. Estuve
confinada en esa diminuta cárcel de pueblo durante más de un mes antes
de que el sheriff se diese cuenta de que le habías mentido. ¡Demonios, me
podría haber pasado cualquier cosa allí! ¿Es que nunca has visto ninguna
de esas viejas películas de cárceles?
—Estoy seguro de que si hubieses querido salir de allí, te habría
bastado con un conjuro de los tuyos. Además era por tu bien —arrugó la
nariz—. ¿Te importa que salgamos de este callejón? El olor a orina de
borracho nunca me ha entusiasmado.
Ella se mantuvo firme. Aunque él podía moverla con facilidad, sus
arraigados modales se lo impedían. Así que, ¿por qué no hacerle sufrir un
rato más, aunque sólo fuese fastidiándole el olfato?
No había cambiado un ápice desde la última vez que lo vio en 1972.
Medía 1,88 metros, tenía un hirsuto pelo del color de su café matutino y
los ojos de una fusión de verde, azul y gris que siempre le provocaba un
escalofrío en la columna. Eran muchos los vampiros cuyos ojos se volvían
negros o de un brillante azul cobalto cuando eran convertidos. «Ideales
para engatusar a sus víctimas, querida.» Pero los de Nikolai habían
mantenido una inusual mezcla de verde, gris y azul que a ella siempre le
inspiraba el color del mar irlandés durante el crepúsculo. El mismo color
de ojos que pertenecieron a un hombre hacía siglos. Los recuerdos de ese
hombre aún perseguían a Jazz.
El hedor del callejón se mezclaba con el sutil olor a tierra que
embadurnaba su piel. Sabía que era una combinación especial de una
exclusiva farmacia oculta en el distrito comercial más elitista de Londres.
Puede que a Nikolai le importara poco amasar riquezas como solían hacer
muchos de su especie, pero tampoco se conformaba con comprar sus
artículos estéticos en una droguería de barrio. El olor invocó recuerdos que
ella hubiera preferido mantener enterrados y olvidados.
La fuerte atracción que sentía por él no impidió que crispara los dedos
para invocar una llama mágica. Un alma muy vieja residía en el cuerpo de
ese atractivo hombre que no aparentaba más de treinta y cinco años. Pero
eso no reprimía el instinto que le impelía a echar mano de cada pieza de
plata de su joyero para recordarle que ese metal podía acabar con su
existencia.
Lo rodeaba un intenso halo de oscuridad que nada tenía que ver con

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

su existencia como vampiro que llevaba ocho siglos sobre la faz de la


Tierra. Ella siempre había sospechado que había sido un depredador
mucho antes de convertirse en un eterno morador de la noche. Si bien su
gabardina de cuero negro pendía perfectamente según los cánones
vampíricos, sus vaqueros desgastados y su camiseta rojo ladrillo no los
respetaban tanto. Le sentaban maravillosamente bien, como si de una
segunda piel se tratara.
Fingió no darse cuenta de su buen aspecto. Maldito.
—Tengo que hablar contigo —dijo Nikolai con una voz que apenas
superaba el susurro. Su voz ronca aún enviaba espasmos a sus músculos y
suscitaba los recuerdos de cuando le susurraba palabras de deseo al oído
mientras le hacía el amor.
—No tenemos nada de lo que hablar —se dio la vuelta para irse, pero
hubo de detenerse cuando pasó a su lado como una exhalación y se
interpuso en su camino.
—Es importante —insistió, pero manteniendo la distancia. Jazz era de
cuidado cuando se enfadaba. En esos momentos, su temperamento podía
dejar en pañales la escala de Richter. Él sobreviviría, pero a un mortal le
haría falta un cuerpo nuevo tras chocar contra el edificio.
Ella alzó una mano. Una brillante bola de fuego naranja danzaba
sobre su palma. Su sonrisa no tenía nada de agradable.
—Apártate de mi camino, Nikolai, o acabarás pareciéndote a un cirio
romano.
Pero él era tan tozudo como ella y no se movió. Le retó
silenciosamente a que lanzara la bola. Sus dedos chasquearon. ¿Qué era
más difícil; no lanzarla o acertar con ella? Jazz se tomó un instante par
reflexionar.
—¿Has aprendido más trucos, aparte de invocar tormentas y conjurar
bolas de fuego?
La llama se extinguió cuando lanzó su brazo a toda velocidad para
agarrarle del cuello.
—¿Como esto? —chasqueó los dedos y una estaca apareció en su otra
mano. Un segundo después apuntaba hacia el corazón del vampiro.
Golpeó ligeramente el pecho—. La X marca el punto, cariño —ronroneó.
Sus ojos verdes brillaron con fuego mágico que reflejaba la llama que
volvía a su mano.
Él no titubeó ante la inminente amenaza de acabar como un montón
de cenizas a los pies de ella.
—No puedes hacerlo, ¿verdad? Después de todo, no me clavaste esa
estaca en Londres —murmuró él con esa voz que siempre le entibiaba la
sangre y daba un empujón a sus hormonas—. Ni en Florencia, Nueva
Orleans o Boston. Y luego nos volvimos a ver en San Francisco —
embadurnó la última frase con una pléyade de intenciones que ella
escogió ignorar. Había sentido la tierra removerse en más de un sentido
durante las horas previas al amanecer de esa aciaga mañana de abril de
1906.
—Siempre hay una primera vez —la estaca desapareció tan
repentinamente como había aparecido y dio un paso atrás antes de ceder
a la tentación de recorrer su cuello con la lengua, allí donde la carótida

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

hacía siglos que no latía. Deseaba hundir su nariz en la curva de sus


hombros, recorrer su espalda con los dedos hasta la leve curva de su base
que provocaba gruñidos en sus labios. Sabía que sus aumentados sentidos
no pasarían por alto un suspiro, por leve que fuese, o el acelerado ritmo
de su corazón. Temía que pudiera oler la aceleración de las feromonas en
su sangre y notar el aumento de la temperatura de su piel. Sabía que eso
era lo que Nikolai más echaba de menos. Su piel ya no conocía el calor, ni
siquiera durante las noches de verano. Más de una noche ella había
enroscado su cuerpo con el de él para otorgarle la ilusión del calor
corporal, pero nunca podría retenerlo por mucho tiempo.
—Esta vez no —el murmullo con aroma a whisky y a terciopelo la
persiguió y la atrapó en su selectiva intimidad. Luego echó abajo la
desesperada resistencia de su psique y la tiró de espaldas, piernas y
brazos abiertos en inequívoca invitación—. Ni astillas, ni palillos, ni
estacas, Jazz.
—Entonces, fuego —coincidió Jazz, manteniendo a raya la ronquera
de la voz merced a un esfuerzo sobrehumano. Obligándose a centrarse,
reavivó la llama de la mano y la lanzó contra la cara de Nikolai, quien se
quedó lívido al instante y se echó hacia atrás.
—Jazz…
—No —dijo, muy determinada—. Ni se te…
Le dio la espalda deliberadamente y, sin extinguir la llama, salió
corriendo del callejón. Se dirigía hacia lo que le quedaba de cordura, su
coche y…
Esa maldita fantasma.
—Jazz —los pasos del vampiro sonaban tras ella, un gesto muy
intencionado viniendo de un ser que podía ser más sigiloso que la niebla
—. Espera. Yo…, nosotros necesitamos tu ayuda.
—Claro que sí —Jazz no se detuvo, no se volvió, hasta que estuvo a
medio metro del Thunderbird. Se limitó a permitir que la llama anaranjada
de su mano creciera visiblemente—. No se me ocurre otra razón por la que
hayas venido a buscarme después de treinta años.
—Eso fue hace una generación, Jazz —le dijo el vampiro sin emoción
alguna—. Fuerza mayor. Lo fue entonces y lo es ahora.
—Que te f… —empezó Jazz, pero un deleitado chillido fantasmal la
interrumpió, introduciendo un toque de humor instantáneo en la creciente
tensión que había entre bruja y vampiro.
—¿Es ése Nikolai? —saltó Irma, asomándose fuera del coche, como si
pudiese salir de él—. ¡Es él! Nicky, cielo, hace mucho que no te vemos.
¡Ven a darle un beso a tu tía Irma! —arrugó los morros, haciendo que sus
labios refulgieran de manera escalofriante bajo la tenue luz de las farolas.
—Ahora no, Irma —el vampiro estaba centrado en la llama naranja
que bailaba en la palma de Jazz—. Jazz, algunos de los míos han
desaparecido.
—¿Y eso es malo?
—No seas mezquina, no te va —la sombría rabia de su mirada
encajaba a la perfección con el duro temperamento de la bruja. Era lo que
los convertía en amantes ideales—. Si quieres guardarme rencor para
siempre, adelante, pero necesito que me escuches unos minutos. Vamos,

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eso me lo puedes conceder.


—Cáete en una estaca —recomendó Jazz, escudándose tras la puerta
del coche antes de que su curiosidad natural, la obvia atracción de Nikolai
y su traicionera libido la doblegasen.
—Dímelo a mí, cielito —invitó Irma—. Cuando no esté tan
cascarrabias como ahora, le explicaré por qué necesitas su ayuda.
El vampiro atravesó a la fantasma con su mirada y calibró la
disminuida llama que Jazz aún controlaba.
—Atrás —espetó la bruja, montándose en el coche y cerrando de un
portazo. Con un rápido giro de la llave, arrancó el motor y salió rodando
sin dudar en quemar neumático.
—¡Por todos los cielos, algún día conseguirás matarnos a las dos! —se
oyó el eco de protesta de Irma perderse en la noche.

Nikolai sacudió la cabeza frustrado mientras contemplaba cómo


desaparecía su ex amante. Sabía que no era una retirada por su parte.
Jazz nunca se retiraba. Sólo reagrupaba sus fuerzas. El mundo podía
cambiar, pero, por mucho que así fuese, el cambio nunca pasaba por Jazz.
Y dio las gracias a la Providencia por ello.
No le sorprendió que sacara todo su temperamento al verle. Era lo
primero que había notado en ella, la ardiente pasión que parecía alimentar
su alma. Si fuese un vampiro que se alimentara de emociones, ella sola
hubiese bastado para saciarlo. Sin embargo, Jazz lo había sustentado de
otras maneras a lo largo de los siglos.
Sabía que no sería fácil horadar el duro caparazón que ella había
erigido a su alrededor con los años, pero era un hombre testarudo.
Y Jazz Tremaine bien merecía el esfuerzo.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Capítulo 2

Jazz no hizo caso de las quejas de Irma sobre las horas que eran y su
mala actitud hacia Nikolai. El tibio runrún de la cerveza se había disipado
en cuanto divisó al policía vampiro. Ahora sólo le quedaba el humor de
una resaca. En palabras del doctor Phil, tenía muchos asuntos pendientes
con su ex novio.
Pero no podía acallar las insistentes punzadas de su voz dentro de su
cabeza cuando dijo que algunos de los suyos estaban desapareciendo y
que al menos podía dedicarle diez minutos.
No quería darle nada, maldita sea. Otra vez no. Nunca más. Pero, aun
así…
No. Se sacudió firmemente de la cabeza todo pensamiento
relacionado con Nikolai, al menos por el momento. Ya tendría mucho
tiempo para pensar en él más adelante, en sus sueños, quisiera o no
admitir su propia vulnerabilidad. Ahora mismo tenía otros parásitos con los
que lidiar y, con un poco de suerte, con los que acabar, en vez de su ex.
—Pudiste haberme llevado contigo al bar. Sé que tienes el poder para
hacerlo, si te tomaras la molestia de intentarlo —se quejó Irma—. No te
mataría hacer algo bueno de vez en cuando. Pero no, me dejas a merced
de cualquier borracho que pueda aparecer.
Jazz no quería enzarzarse en una discusión con la fantasma gruñona
que ocupaba el asiento del copiloto de su coche. ¿Por qué tenía que
aparecer Nikolai siempre cuando atravesaba un buen momento y pensaba
que su vida iba encarrilada? ¿Y por qué tenía la deprimente sensación de
que no sería la última vez que lo viera? Puede que porque ya lo hiciera en
el pasado, y cada vez que cedía y decidía echarle una mano acababa en
su cama. Así que, o cedía y se dejaba enmarañar en cualquiera que fuese
el problema en el que estaba enfrascado o lo seguía evitando a toda costa
hasta que captara el mensaje. Lo conocía lo suficiente como para saber
que si sentía que necesitaba su ayuda, la acosaría hasta obtener lo que
quería. El problema con ese vampiro cabezota era que podía fastidiarle la
vida indefinidamente. La boca de su estómago se convirtió en un
trampolín. Después de tantas décadas aún le afectaba demasiado. Aún no
tenía claro si quería clavarle una estaca o hacerle el amor.
—¡Lo mínimo que podrías hacer es hablarme!
Regresó de sus pensamientos sobre Nikolai y sus preocupaciones.
—¡Irma, me extraña mucho que quisieras entrar en un
establecimiento donde se sirve alcohol! Jamás se me ocurriría ofender tus
sensibilidades de esa manera, siendo, como eres, un miembro tan
refinado de la alta sociedad. ¿De dónde eras? ¿Raspberry, Iowa?
Irma alzó la barbilla.
—Jasper, Nebraska. Mi abuelo fue unos de los padres fundadores de
nuestra ciudad y abrió el primer banco. Y si no hubiese sido por la

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

generosa naturaleza de mi padre y sus contribuciones a la comunidad, a


los granjeros no les habría ido tan bien durante la Depresión —miró
fijamente a Jazz—. Muchos de ellos no perdieron sus granjas porque
estuvo dispuesto a trabajar con ellos en vez de embargarles las
propiedades. Sí señor —su mirada se mudó en una sonrisa nada amistosa
—. Tú ya andabas por ahí en esa época, ¿verdad?
Jazz dio un respingo. La Irma irritada era mucho peor que la Irma en
cualquier otra circunstancia. Se armó de paciencia mientras escuchaba a
la mujer divagar acerca de su ciudad natal y su muerte. Afortunadamente,
su destino no estaba muy lejos del Murphy's. Aún estaba ignorando la
perorata de Irma diez minutos más tarde, cuando giró por una calle cuyas
viviendas laterales hubiesen sido congeladas en la década de 1880.
Farolas de otro tiempo se erigían como centinelas silenciosos de un
pasado largo tiempo olvidado mientras iluminaban viejas mansiones
victorianas de tres y cuatro plantas. Jirones de niebla cernían sus
fantasmagóricos dedos alrededor de las bases metálicas de las farolas,
otorgando a la noche un aire tenebroso que encajaba a la perfección con
el humor de Jazz. Afortunadamente, cuanto más se acercaba a su casa,
más se aligeraban sus ánimos. En cuanto giró en la calle y vio las casas,
sintió que ése era el lugar donde quería quedarse para siempre.
Si dependiera de ella, ningún promotor inmobiliario jamás podría
construir un edificio de apartamentos de veinte plantas o ninguna otra
construcción en esa zona. Muchas de las casas a cinco manzanas estaban
catalogadas como patrimonio histórico, pero siempre temía que la avaricia
del ayuntamiento encontrase una manera de sacudirse de encima el viejo
pasado. Esa parte de la ciudad representaba una parte de su historia que
Jazz quería mantener intacta. Desde el primer momento se vio tentada de
establecer conjuros de protección especiales en la manzana, pero el Alto
Consejo Arcano tenía muchas normas sobre no usar la magia para algo
que no fuese por un bien mayor. Proteger su casa no parecía estar incluido
en esa categoría. Pero si alguien se ponía tonto con construir allí, tendría
que replantearse su política de no interferir.
—¿Sería mucho pedir que me comprases un pequeño calefactor? —
bufó Irma mientras Jazz giraba para acceder a la zona privada de
aparcamiento y detenía el coche junto a un llamativo Porsche rojo—. Esto
es como un frigorífico.
—El coche no necesita calefacción, y tú tampoco.
—¿Y qué me dices de una mascota? —el fantasma se giró sobre el
asiento para mirar a Jazz—. ¿Qué hay de malo en tener algo de compañía?
Jazz suspiró.
—Irma, aunque puede que una mascota sintiera tu presencia, no
podría interactuar contigo porque no te oiría cuando le hablases. No sería
justo dejar aquí a la pobre mascota sólo para que tú tengas compañía.
Además, tienes un equipo de televisor y DVD para entretenerte —Jazz lo
había dispuesto para que Irma pudiese cambiar de canal verbalmente e
introducir el DVD de la colección que quisiese ver con tan sólo decirlo.
Sabía que a la fantasma le gustaba trasnochar viendo infocomerciales.
—Una casa no es un hogar sin una mascota —dijo Irma
remilgadamente.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

—Me las he arreglado perfectamente sin una todos estos años,


muchas gracias.
—¿Cómo llamas a esos monstruos peludos que tienes en casa?
—Calzado —Jazz abrió la puerta.
—¿Y qué me dices de un canario? —Irma no estaba dispuesta a
rendirse—. Pero sigo necesitando un calefactor. Son criaturas muy
delicadas.
Pero Jazz ya no escuchaba. Activó el sensor que cerraba
automáticamente la puerta del aparcamiento cuando salió del edificio.
Al acercarse a la casa, alzó la vista y vio que la luz destacaba los
elaborados motivos de los cristales tintados de las ventanas de la primera
planta. Krebs había vuelto. Hurra y vaya faena, todo en uno.
Sólo le apetecía subir a la segunda, que era la suya, y enfurruñarse.
Puede que también dejarse llevar por uno de sus berrinches que hacían
que los cuadros se cayesen de las paredes, los jarrones bailasen The
Hustle y los fuegos artificiales volasen por toda la habitación. Nada que
fuese fácilmente rectificable. Pero no, tendría que pararse un momento
donde Krebs y hacerse la buena, porque se haría preguntas si lo rehuía.
Le gustaba que su compañero de piso se preocupara por ella y le
gustaba hablar con él cuando necesitaba un oído paciente. Sobre todo
desde que tenía demostrado que a los hombres no les gusta escuchar las
angustias de una mujer.
Deseó haberse quedado en el Murphy's un par de horas, haber bebido
más cerveza y haberse relajado sin más. En vez de ello, su noche se había
visto arruinada cuando Nikolai apareció y todo tipo de recuerdos salieron a
flote, cuando lo mejor hubiese sido mantenerlos bien enterrados en un
rincón de la mente con la puerta cerrada y atrancada con varios juegos de
cerrojos.
Ella confinada en una asquerosa celda de Praga porque él pensaba
que formaba parte de una banda de ladrones.
Nikolai haciéndole el amor en una villa en la cima de una montaña de
Italia, donde la luna brillaba sobre ellos como plata fundida.
Huyendo de los gendarmes en París.
Eran muchos los exquisitos recuerdos, merced al vampiro de rostro
sombrío que había conseguido acelerarle el corazón con tan sólo tocarle la
cara, pero también eran muchos los referidos a los últimos cinco siglos,
que implicaban argollas, celdas de cárcel y amenazas de ahorcamiento o
decapitación.
Fue entonces cuando decidió que lo mejor sería alejarse de Nikolai. Si
se quedaban juntos demasiado tiempo, sólo conseguiría aprender nuevas
formas de hacer sufrir a un vampiro. Y ella también sufriría. No merecía la
pena.
Demonios. Krebs le caía bien. Era guapo y divertido, y conseguía
hacerla reír. Nikolai y sus demonios habían jugado con su mente
demasiado tiempo; optaría por el camino alegre de momento y dejaría las
rabietas para más tarde.
«Siempre es mejor dejarlo para más tarde», le sugirió una
inconveniente gárgola en su mente.
Le dieron ganas de darse un puñetazo en la mandíbula para acallarla.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Lástima que no pudiera hacerlo en la mandíbula de la gárgola.


Hizo una parada en la nevera y preparó dos copas de Chardonnay
antes de subir a la segunda planta, donde vivía.
Se cambió rápidamente y se puso una camiseta azul pálido y unos
pantalones cortos decorados con nubes. Introdujo sus pies en sus
pantuflas favoritas y se soltó el pelo. Hundió los dedos hasta el cráneo,
masajeándose el cuero cabelludo mientras se dirigía hacia la puerta. Se
percató del tenue brillo que cubría la pared del dormitorio que había
dejado despejada deliberadamente. Hizo una pausa, pensando que sería
un «correo de pared» entrante de una de sus hermanas brujas. La
elaborada letra dorada oscura que se desplegó por la pared le indicó otra
cosa.

«Se avisa que Griet, de la aldea de Ardglass, suma sesenta días a su


destierro debido al uso erróneo de su poder anoche.
Eurídice,
Rectora, Alto Consejo Arcano.»

Las ornamentadas letras fueron desapareciendo poco a poco de la


pared, pero el recuerdo de las palabras estaba impreso en su mente.
—Podría ser peor. Me pregunto qué me habrían hecho a mí si al final
hubiese lanzado esa bola de fuego —murmuró para sí, mientras ascendía
hasta la primera planta—. ¡Y mi nombre es Jazz, desde 1921! —le espetó a
la pared vacía. No es que fuese a servir de gran cosa. El Alto Consejo
Arcano no encajaba bien los nombres modernos. Insistir en sus nombres
de nacimiento era su torpe manera de pensar que mantenían el control
sobre las brujas desterradas. ¡Vamos, hombre!
Una entrañable melodía de jazz se escapaba de la primera planta.
Jazz alcanzó la parte frontal de la casa, donde habían tirado las paredes
para crear un espacio abierto, ideal para trabajar. Si bien el exterior de la
casa reflejaba la riqueza del pasado, el interior de la primera planta era
totalmente vanguardista. Largas mesas estaban cubiertas de
modernísimos ordenadores que harían babear a un loco de la informática.
Un hombre de melena oscura estaba sentado frente a una pantalla plana
de treinta pulgadas que mostraba líneas de código en constante
movimiento.
—¿Por quién es el luto esta noche? —preguntó ella, dejando una de
las copas de vino lo bastante cerca de él, pero no tanto como para
arriesgar un derrame sobre el equipo.
—¿Quién dice que estoy de luto? —preguntó él con voz monótona,
concentrado en la contemplación del monitor. Hizo un gesto de
agradecimiento con la cabeza antes de coger la copa de vino. Tomó un
sorbo y volvió a dejarla en su sitio.
—Sólo pones a Miles Davis cuando la fiesta va de penas —se apoyó
en la mesa pero se alejó cuando él frunció el ceño—. No iba a sentarme ni
nada —protestó, mirando alrededor para asegurarse de que decía la
verdad—. Vamos, Krebs, suéltalo —acunó su copa de vino entre las
manos.
Krebs, también conocido como Jonathon Shaw Tercero, no desvió la
mirada del monitor mientras sus dedos volaban sobre el teclado. Después

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

de ver con él un maratón de Dobie Gillis en TV Land, lo había apodado


cariñosamente como Krebs, en honor a Maynard G. Krebs, cuando
Jonathon dijo que se identificaba con el tranquilo joven rebelde.
—Heather quiere conocer a más gente.
Jazz se sorprendió. Sabía que él tenía la esperanza de que Heather
fuese el amor de su vida. No hacían falta los poderes de una bruja para
saber que la tópica rubia de ojos azules veía en Krebs su billete directo
para la sociedad de California. Lo que ella no sabía era que Krebs había
destrozado a su familia y dilapidado su fortuna hacía quince años. En un
comportamiento típico de Krebs, había rechazado la tradición de acudir a
Harvard para luego subirse al negocio familiar, y había preferido seguir su
propio camino. Tras unos duros años explorando el sexo, las drogas y el
rock and roll, volvió a encarrilarse. Gracias a su tendencia al diseño
inusual de páginas web y muy buen ojo para la inversión inmobiliaria, las
preocupaciones económicas eran cosa del pasado. Cuando alquiló la
segunda planta a Jazz hacía cuatro años, supo que había encontrado a una
buena amiga. Durante una breve noche regada de vino, incluso
acariciaron la idea de hacerse amantes, pero prevaleció la cordura y la
amistad floreció hasta acercarlos más de lo que hubiera sido posible de
haber una relación sentimental de por medio. Jazz se alegraba de que
comprendiera su aspecto de bruja.
El sonido de murmullos en un idioma desconocido consiguió penetrar
la concentración de Krebs. Miró a los pies de Jazz y rezongó.
—¿Es que tenías que traerlas aquí? —preguntó—. Ya es bastante malo
que sepan entrar solas para alborotarlo todo cuando no estoy. Seguro que
piensan que aquí existe una política de puertas abiertas, y en este sitio
precisamente es donde no pueden estar. Sigo convencido de que están
detrás de la desaparición de dos CD míos muy importantes.
Jazz bajó la mirada hasta sus blancas pantuflas peludas, coronadas
con cabezas de conejito, que habrían parecido adorables de no ser por sus
largos y afilados dientes y el hecho de que esos dulces conejos gruñían en
vez de rechinar. Sus orejas se meneaban hacia delante y hacia atrás al
tiempo que las cabezas se movían hacia los lados mientras charlaban
entre sí. Una intricada cadena de oro con una diminuta escoba de oro
rodeaba el tobillo de Jazz. Una pequeña, pero perfecta, amatista
parpadeaba desde el palo de la escoba.
—Vamos, Krebs. Tendrás que demostrar que se comieron esos CD.
Además, estaban solas. Y les caes muy bien.
—Sí claro. Como su cena, quizá. ¿De verdad comprendes lo que
dicen? —preguntó, posando las manos sobre el teclado.
Jazz sabía que la experiencia le había enseñado a no tocar las caras
de los conejos si quería conservar los dedos. Les encantaba mordisquear
todo lo que se acercaba a su boca o cualquier cosa que pudieran alcanzar.
También tenían el sistema digestivo de un triturador de basura.
Jazz asintió mientras bebía el vino.
—¿Qué están diciendo ahora?
—No quieras saberlo —miró alrededor de la mesa—. ¿Tienes algo de
comer por aquí? No he cenado nada —había previsto pasarse por el auto
restaurante Inout camino a casa, pero su encuentro con Nikolai había dado

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

al traste con su apetito de una doble-doble con cebolla y extra de patatas


con un buen batido de chocolate. Lo bueno de ser una bruja era que no
tenía que preocuparse por las calorías. Y, como aún estaba enfadada al
llegar a casa, no se le ocurrió comprobar si había algo de comer en la
nevera cuando se sirvió el vino. Era demasiado vaga como para volver a
bajar y buscar comida si había alguna probabilidad de encontrarla arriba.
Aun así, pensar en la hamburguesa le hizo la boca agua. ¡Maldito fuese
por arruinar sus planes para la cena!
Un leve zumbido sacudió el cielo.
Krebs ladeó la cabeza y dijo:
—Vaya, espero que no sea una tormenta inesperada. No me puedo
creer que no te hayas parado en alguna parte a comprar comida. Si tú no
tienes tiempo para comer, es que el mundo se acaba —echó un ojo a Jazz,
cuya mirada se desvió hacia la izquierda—. Lucyyy, pero ¿qué has hecho?
—preguntó con una mala imitación del acento de Ricky Ricardo.
Ella mostró un gran interés en una pila de papeles que había cerca,
aunque fuese incapaz de leer una sola línea de código.
—Nada.
Pero, tomando en cuenta la inesperada aparición de Nikolai en el
Murphy's, su literalmente violenta reacción hacia él y su solicitud de
ayuda, además del mensaje de pared de Eurídice, la pregunta le sentó
mal.
Él meneó la cabeza y masculló algo parecido a: «Luego la has armado
gorda», y volvió a su trabajo.
—No, en serio, ¿no tienes nada para comer aquí arriba? —estaba
dispuesta a rogar mientras no le preguntase por el trueno. Una de sus
peores rabietas de 1965 provocó un apagón general que acabó en los
titulares de todas las noticias nacionales. Aquello le costó una penalización
de cuatrocientos años.
—Si quieres comer, baja a la cocina, que es donde suele estar —ladeó
la cabeza para escuchar mejor la cháchara de las pantuflas. Jazz sabía que
para él no era más que un galimatías—. En serio, ¿qué dicen?
Uno de los conejos alzó la mirada y rechinó los dientes. Jazz sonrió.
—Fluff y Puff están debatiendo si es verdad que los humanos saben a
pollo —alzó una pierna recta. La pantufla volteó la cabeza hacia abajo y
emitió un chillido. Exhaló de alivio cuando Jazz bajó su pierna, obediente
—. No les gustan las alturas.
Krebs meneó la cabeza.
—Estás muy mal, mujer —miró a las pantuflas parlanchinas—. Una
cosa que nunca he sabido. ¿Son machos o hembras?
Ella se encogió de hombros.
—Nunca lo he averiguado, y ellos nunca me lo han dicho. Supongo
que depende de su humor y de si hay chocolate cerca.
Krebs dio un respingo cuando Fluff, o puede que fuese Puff, lo miró.
Estiró las orejas y las dejó tiesas y las babas empezaron a deslizarse entre
los dientes, derramándose sobre el suelo de madera.
—Si se hacen sus necesidades en el suelo, tendrás que limpiarlas —se
volvió hacia el monitor.
Jazz se inclinó para tener una mejor perspectiva.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

—¿De quién es la página en la que estás trabajando?


—Estoy haciendo labores de mantenimiento para «Citas después de
medianoche». Leticia quería darle un aspecto más pegadizo.
Sus dedos volaban sobre el teclado. En cuestión de segundos, el
código desapareció y fue sustituido por una cortina de lazo negra que cayó
sobre la pantalla. Una pequeña caja plateada cobró vida en la esquina
inferior derecha.
«Bienvenido a Citas después de medianoche», sonó una voz femenina
digitalizada por los altavoces. «Por favor, introduce tu contraseña para
acceder al portal.»
—Se parece más a un burdel en línea especializado en dominadoras
en vez de un servicio de citas —comentó Jazz.
—Es que no es sólo un servicio de citas en línea, sino que está
destinado a vampiros —señaló Krebs, tecleando la contraseña y
comprobando cada página—. Leticia es una mujer de negocios muy
inteligente. Hay muchos servicios de citas por ahí, pero el suyo tiene más
clase y es tan exclusivo que hay vampiros rogando ser aceptados por
todas partes. Gran parte se debe a mi diseño de la página web, por
supuesto.
—Caramba, Krebs, tú los códigos no los validas, los «vanidas» —ella
sonrió y luego estalló en risas—. «Vanidas», vanidad. ¿Lo pillas? Me parto.
—Oh, sí, que ocurrente, mira cómo me río —puso los ojos en blanco.
Jazz saltó de la mesa y se apoyó sobre el hombro de Krebs para leer
los perfiles de los miembros.
—«Contable nocturno busca pareja dada a los números. Antigua
estrella de la NFL busca pareja atlética tipo cero positivo» —agitó la
cabeza—. ¿Estás seguro de que este sitio no está al alcance de
cualquiera? Los anuncios de bares de sangre y los grupos de autoayuda
vampíricos suelen ahuyentar a todo ser vivo. Hasta a mí me dan un poco
de escalofríos.
Él sonrió.
—No con la cantidad de cortafuegos que he instalado, que podrían
rivalizar con el mismo Gobierno de Estados Unidos. El sitio de Leticia no ha
sufrido un solo ataque.
—Quién diría que las criaturas de la noche y los seres mágicos
disfrutarían tanto navegando por la web. Y eso que diseñas sitios
corporativos mayoritariamente para los viejos seres de sangre caliente —
bromeó, le plantó un beso en la cabeza y se acercó más al monitor—.
¿Faltan anuncios de vampiros? —señaló una serie de dibujos que eran
muy vivos para criaturas cuya FRM (fecha real de muerte) significaba que
los individuos llevaban largo tiempo muertos desde el punto de vista
mortal. La mención de Nikolai sobre la desaparición de congéneres suyos
le hizo cosquillas en la trastienda de su conciencia. Echó el pensamiento
despiadadamente al compartimento de la mente donde metía todo lo que
no quería ver, dio un portazo y echó la llave. Lo último que quería era
recordar al hombre que era capaz de elevarla al éxtasis sexual y
traicionarla un segundo después.
Un leve rumor sonó en el cielo.
Krebs habló entre dientes.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

—De verdad espero que no haya tormenta. Tengo que acabar esto
esta noche.
—A mí me ha parecido más un avión volando bajo —dijo Jazz con un
tirón nervioso. Lo último que necesitaba era una lección de la Madre
Naturaleza sobre no pisar su terreno. Cambió de tema rápidamente—. Hay
muchos anuncios de vampiros desaparecidos colgados. Los vampiros
siempre están de acá para allá. No pueden quedarse en un mismo sitio por
mucho tiempo, o la gente empieza a darse cuenta de que no envejecen.
¿Qué puede llevar a los vampiros a pensar que los suyos están
desapareciendo?
—Eso da igual. Algunos dicen que los han secuestrado. Hay incluso
rumores según los cuales existe una especie de cura contra el
vampirismo, y que aquellos que han tenido éxito con el tratamiento han
vuelto a su vida mortal. Hasta ahora, nadie ha salido a decir qué es verdad
y qué no. También hay artículos que hablan de las desapariciones en
algunos espacios vampíricos.
Ella estudió los dibujos.
—Hmm, supongo que no sería lo mismo tener las fotos de los
vampiros desaparecidos pegadas a las bolsas de sangre, ¿no?
Krebs alzó la mirada y sonrió ante la referencia a una versión
vampírica de las fotos de niños desaparecidos impresas en los cartones de
leche.
—¡Eh! ¿Cómo te fue con ese cliente gorrón tuyo? ¿Te pagó al final?
—Por supuesto. Con un poco de ayuda de moi —agitó sus dedos
delante de la cara—. No sólo un bote de galletas, sino toda la casa maldita
con tu suegra muerta y completamente enloquecida no es baladí —se
puso a improvisar un baile sobre el suelo de madera—. Martin «Inmoral»
Reynolds aprendió su lección por cinco de los grandes.
Krebs dejó escapar un silbido.
—Eso es bastante más de la cantidad inicial.
—Lección extendida, tarifa extendida —sus pantuflas de conejo se
pusieron a entonar una cancioncilla desafinada al ritmo de su baile—.
Siempre advierto a mis clientes de antemano de las consecuencias si
intentan timarme con los honorarios. Martin averiguó de primera mano
cuáles pueden ser esas consecuencias. Tiene suerte de que no me
ensañase más —se encaminó hacia la mini nevera que había en un rincón
de la habitación y se puso a rebuscar. Lanzó calumnias sobre un hombre
que era incapaz de ofrecer grasas y tentempiés llenos de colesterol a sus
visitas. Finalmente dio con una copa de pudín de sirope de caramelo—. No
sé qué me gustó más, si ver la cara de su suegra sobresaliendo del cuadro
de Picasso o el pánico que le entró cuando supo el tiempo que le llevaría
enterrar todos los fragmentos de la antigualla de tarro de galletas que le
rompí.
—Y tú sí que sabes de antiguallas —murmuró él.
—Nada de chistes sobre la edad, por favor —una insistente
exploración entre servilletas y cremas no lácteas de tamaño único dio sus
frutos en forma de una cuchara de plástico que parecía razonablemente
limpia.
—¿Cuántos años tienes exactamente?

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

A pesar de que Jazz contaba retazos de su vida a Krebs, no se lo había


contado todo. Después de todo, una mujer tiene que guardarse sus
secretos.
Se limitó a sonreír.
—Soy bastante mayor.
Se acercó a una de las ventanas que daban a la fachada y miró fuera.
Las luminosas atracciones de un parque que ocupaba el cercano paseo
marítimo se veían claramente desde allí. El enorme disco multicolor de la
noria que giraba dominando el océano imprimía magia a la noche. Una de
las razones por las que le encantaba esa casa era porque se encontraba a
diez minutos a pie del paseo marítimo y la playa cuando necesitaba una
ración de algodón de azúcar.
Krebs apartó la vista de su trabajo y notó su expresión pensativa.
—No estás precisamente vestida para dar un paseo, cariño. Además,
pensaba que tus conejitos devoradores de hombres eran criaturas non
gratas después de su última visita.
Jazz se rió y una de las pantuflas gruñó en respuesta.
—Están convencidas de que fueron víctimas de una conspiración.
Fluff dice que no hay manera de que pueda comerse a un hombre entero.
Y Puff tenía la garganta mal ese día.
Krebs fingió estremecerse.
—Jazzy, cariño, me alegra que estés de mi lado.
Ella volvió a subirse a la mesa para acabarse el pudín.
—A la papelera, por favor —dijo Krebs, irradiando con la mirada la
copa que había dejado sobre la mesa. Jazz arrugó la nariz y ejecutó un
lanzamiento perfecto hacia la papelera que había junto a la silla.

Se quedó sentada en silencio, satisfecha con observar a Krebs


realizando su propia magia. Dudaba que él fuese a apreciar que ejercía
una influencia tranquilizadora en ella, cosa que necesitaba urgentemente
después de su enfrentamiento con Nikolai. Al sexy vampiro nunca le
costaba ponerle las hormonas a cien, quisiera ella o no. Estaba decidida a
hacer lo que fuese para no volver a cruzarse con él. Debería ser
razonablemente fácil. No tenía demasiadas relaciones con la comunidad
de los no muertos. Los vampiros no eran su compañía favorita, y a ellos
tampoco les entusiasmaban las brujas. Procuraba mantenerse alejada de
ellos, salvo en la época en la que tuvo que ejercer de chofer de aquellos
que no se veían al volante. Al ser su sangre venenosa para el sistema
digestivo de los vampiros, estaba a salvo de convertirse en un tentempié
nocturno. Tampoco le gustaba trabajar con ellos. Eran terribles con las
propinas.
A pesar de la amplitud de la habitación y la altura del techo, sintió
que la presión crecía sobre ella. Sin decir nada, saltó de la mesa y volvió a
la ventana que dominaba la calle.
Lo primero que vio fue al gato lanudo del vecino derrapar para
detenerse en medio de la acera de enfrente. Oteó la oscuridad y arqueó el
lomo. Jazz imaginó escuchar el siseo saliendo de la boca del felino
mientras contemplaba algo invisible al ojo humano. Cuando el gato salió

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

corriendo, la bruja reparó en un borrón que se movía cerca de la puerta


frontal del vecino. Entonces, todo se quedó quieto. No necesitaba sus
poderes para saber lo que era la figura casi invisible.
—No podías dejarlo sin más, ¿verdad? —murmuró—. Tenías que
recordarme que has vuelto y que pretendes volver a meterte en mi vida
con la excusa de que necesitas mi ayuda. Búscate otra bruja, Nikolai. No
pienso jugar contigo nunca más.
No se paró a pensar cómo había descubierto donde vivía. Si había una
cosa que Jazz comprendía, era que en el mundo sobrenatural había pocos
secretos.

Nick ignoró la fría niebla que lo rodeaba y emborronaba parcialmente


la casa del otro lado de la calle. Con su visión potenciada, la niebla no era
ningún obstáculo. No le costó ver a Jazz frente a la ventana de la primera
planta al tiempo que escuchaba la música de jazz que arrebataba el alma.
Imaginó oler su picante perfume entre mezclándose agradablemente con
su olor natural. Notó que había amilanado el gaélico de su voz, pero lo que
no sabía era que su herencia se manifestaba cada vez que las emociones
se hacían con ella. Por muchos siglos que hubiesen pasado, aún no podía
ocultar según qué cosas.
Escuchó sin complejos la conversación entre ella y su compañero de
piso, que no parecía ser su amante. Volviendo a la escena del bar, recordó
que el único sentimiento intercambiado entre ella y Murphy no había
pasado del coqueteo inocente. Resultaba extraño, porque saltaba a la
vista que Jazz tenía un fuerte apetito sexual. Era difícil de creer que no
hubiese un amante, pero era un alivio que estuviese libre.
Considerando que la acababa de oír murmurando, supo que esa
información no le haría ningún bien. No le había recibido precisamente con
los brazos abiertos cuando la abordó. Se sobresaltó cuando un movimiento
a uno de los lados le recordó la cadera lastimada; parecía curarse más
despacio que de costumbre. El poder de Jazz había aumentado
considerablemente desde la última vez que se vieron. Por el tamaño de la
bola de fuego invocada en el callejón, tuvo suerte de no haber acabado
hecho un montón carbonizado.
Una fugaz sonrisa tocó sus labios. Algunas cosas no cambiaban
nunca.
Avanzó lentamente por la calle hasta el paseo marítimo. Sabía que
había hecho bien en encontrarla, que Jazz era la única que podía ayudarle
a él y a los de su especie; la única bruja con suficiente poder y redaños
para desafiar al Alto Consejo Arcano y emplearlo; para ayudarle a
descubrir cómo y por qué los vampiros que buscaban una escurridiza cura
para el vampirismo no regresaban a la vida mortal, sino que desaparecían
para siempre.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Capítulo 3

—Krebsie, no hay jamón —una Jazz con un serio déficit de sueño


contemplaba el interior de la nevera mientras calambres de frío sacudían
los dedos de sus pies. Cinco minutos de estudio y las estanterías de la
nevera seguían tan vacías como la primera vez que la abrió. El escrutinio
de las estanterías de la puerta resultó igual de fútil. Su rabieta de bruja le
había dejado tan sobreexcitada la noche anterior, que dormir se había
convertido en una tarea casi imposible. Se había levantado con tan mal
pie que ni siquiera se había molestado en lanzarse un conjuro de glamur
para tener un aspecto más presentable hacia el mundo exterior. En vez de
ello, tenía el pelo recogido en un amasijo a un lado de la cabeza y las
marcas de las sábanas seguían dibujadas por toda su mejilla—. Tampoco
hay mantequilla —miró por encima del hombro a Krebs, que estaba
sentado a la mesa. Abrió el tarro de harina de avena que tenía delante—.
Krebs, cariño. No tenemos nada de comer —se aseguró de sonar todo lo
lastimera posible sin llegar al terreno de lo abiertamente patético.
El estaba concentrado en su desayuno, asegurándose de que nada se
le derramase sobre el polo azul marino y sus pantalones caqui.
—Jazz, cariño —le devolvió el tiro—, te toca a ti ir de compras. Si
quieres comida, tendrás que ir a comprarla.
Dejó caer los hombros y la cabeza ante la perspectiva de acometer la
tarea menos grata para ella.
—Yo hice la compra la última vez.
—No, yo hice la compra las últimas tres veces —le recordó él—. Lo
siento, cielo. Tendrás que saltar a la palestra y hacer tu trabajo. Ponte
esas braguitas de tiras de cuero y lidia con la situación. O también puedes
menear la nariz y hacer que aparezca el desayuno.
Se dejó caer sobre la otra silla de la mesa.
—Eso está prohibido. Y gracias a Fluff y Puff ningún repartidor volverá
a esta casa. Además, tengo cosas que hacer hoy —usó su excusa favorita
—. Tengo que pasarme donde Dweezil para recoger mi paga y tengo una
cita para eliminar una maldición en una hermandad femenina —cuanto
más pensaba en esto último, más deseaba no haber cogido el teléfono
media hora antes. Aceptó el trabajo con la esperanza de que un poco de
magia disipase su irritación de la noche anterior. Además, no deberían
volver a castigarla porque, en cierto sentido, utilizaría la magia para el
bien. Ojalá las chicas no hubiesen echado mano de un raro conjuro para
mejorar sus notas o buscarse pareja para el siguiente baile, o ya se
encargaría de darles una lección infernal. Literalmente.
El interés de Krebs se encendió.
—¿Una hermandad femenina? ¿Te refieres a deseables jovencitas
correteando por ahí en camisetas minimalistas y diminutos pantalones, y
puede que incluso menos? ¿De esas que estarían encantadas de aprender

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

el fino arte del sexo con un hombre más veterano? Quizá debería
acompañarte.
Jazz sonrió.
—Ya quisieras. A esa edad, te verían como a un anciano.
—¿Comparamos partidas de nacimiento?
Chasqueó los dedos hacia él. Un montón de chispas revolotearon
alrededor de su cabeza como un enjambre de abejas multicolores.
—Creo que puedo encargarme sola. Teniendo en cuenta la pobre
histérica con la que hablé hace un momento, apostaría a que los números
de sus zapatos son notablemente más altos que sus cocientes
intelectuales. No quiso especificar nada. Dijo que tendría que verlo por mí
misma, lo cual me preocupa. Dijo que era una emergencia extrema e
insistió en que fuese hoy mismo. Seguro que, sea lo que sea lo que hay
allí, no es agradable.
—Interesante. Es una emergencia, pero no irás hasta que te hayas
pasado a ver a Dweezil.
—Es probable que su idea de una emergencia no case mucho con la
mía. Y como no ha dicho que haya vidas en peligro, no pienso
preocuparme.
Perdió la mirada en la cafetera durante un buen rato. Debió haberse
servido una taza antes de sentarse. Una Jazz cansada era una Jazz
irritable.
—¿Comprendes ahora por qué no puedo ir de compras hoy? A lo
mejor podrías hacer una parada en la tienda después de tu reunión —lo
miró esperanzada.
Krebs se levantó y se dirigió hacia la cafetera. Rellenó su taza e hizo
lo mismo con otra. Miró por encima de su hombro, levantando una ceja.
—Sigue intentándolo.
—Pero ¡es que no quiero ir a comprar! —apoyó la frente sobre la
mesa—. Es un sitio horrible, donde las amas de casa suburbanas bloquean
los pasillos mientras cacarean con sus amigas o con el móvil, críos
correteando y gritando por todas partes. Y Fred, el encargado, que se
acaricia sus meloncillos mientras contempla los míos. ¡Y encima no puedo
desintegrarlos! —lloriqueó—. ¡No es justo!
—Deja los pucheros, Jazz. No te van y no vas a conseguir que me
apiade de ti —empujó la segunda taza en su dirección—. Bébete esto. Te
sentirás más humana cuando ingieras algo de cafeína.
Ella alzó la cabeza y le lanzó un gruñido digno de los adorables Fluff y
Puff.
—Quiero una tostada con huevos —un destello de esperanza iluminó
sus ojos—. ¿Nos quedan bizcochos o tiras de tostada francesa? Quizá
debería comprobar la nevera —se dispuso a levantarse.
Krebs agitó la cabeza.
—Te comiste las últimas hace tres días. Si tanta hambre tienes,
prepárate unos copos de avena. Es más sano, de todos modos —sonrió,
consciente de que ella no comería nada extraído de granos naturales lleno
de colesterol bueno. Apuró su cuenco de copos y el zumo de naranja antes
de levantarse—. Tengo que irme. Para facilitarte la vida, he escrito una
lista de la compra y la he dejado junto al teléfono —le plantó un beso en la

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

cabeza y se encaminó hacia la puerta de atrás—. Teniendo en cuenta que


lo necesitamos, eh…, todo, te llevará un rato. Pásalo bien, cielo, y que
tengas un buen día.
—Lo mismo te digo, Krebsie, cariño. Te odio por hacerme ir a la
compra —canturreó Jazz con su mejor voz a lo June Cleaver—. Espero que
al volver a casa no te encuentres pulgas en la cama.
—Qué va, no me odias tanto —dijo Krebs con una sonrisa y un guiño
—. Sólo me quieres como objeto sexual.
—¡En tus sueños, querido! —volvió a canturrear.
Un instante más tarde, oyó el ronroneo del motor del Porsche
alejándose por el camino.
Jazz cogió su taza verde y púrpura extra grande, con la palabra
«Traviesa» escrita con grandes letras a un lado y bebió el saludable
brebaje. Mientras, leyó mentalmente la lista que había en la mesa, al otro
lado de la habitación.
—Comida sana, fuera —unas líneas negras tacharon la mitad de las
referencias de la lista, escritas con letra impecable—. Comida divertida,
dentro.
Una grácil caligrafía cubrió el resto de líneas del papel. El sano de
Krebs consideraría las nuevas referencias como calorías sin más. Para
Jazz, las tortitas individuales rellenas de crema de Hostess eran esenciales
para una dieta bien equilibrada y la base de un excelente picoteo de
medianoche.
Apuró su café y se puso una buena dosis en un vaso de cartón. De
camino a la salida, se hizo con la lista de la compra y su chaqueta de
cuero para combatir el frío matutino. Mientras se dirigía al garaje, el
instinto hizo que mirase al fondo del camino. Buscaba a alguien que sabía
que no estaba. Lo de que los vampiros tenían que mantenerse apartados
de la luz del sol no era ninguna fantasía. Era todo un hecho. Sin embargo,
eso no impidió que una voz familiar pronunciase su nombre en el viento.
—Podrías haberme traído un poco de café —el acento del medio oeste
de Irma asaltó sus oídos en cuanto abrió la puerta—. Nunca piensas en los
demás, ¿verdad?
—Sí, claro, como tú puedes beber café… —Jazz se deslizó dentro del
deportivo y anidó el vaso de cartón entre sus muslos—. Si lo intentases,
acabaría en el asiento, lo cual me cabrearía sobremanera —el coche
arrancó con un poderoso rugido.
—Últimamente todo te cabrea sobremanera —murmuró Irma—. Quizá
deberías haber hablado con Nicky. Puede que incluso más que hablar.
Quizá él te hubiese mejorado el humor.
Jazz también sabía cómo podía Nikolai ponerle de mejor humor. Y no
tenía nada que ver con hablar o escuchar; sólo quitarse la ropa. Lo cierto
era que un apaño también serviría. Obvió despiadadamente el calor que
flirteaba con sus terminaciones nerviosas. ¿Cuántas veces se había
propuesto no caer en las atractivas redes del vampiro? ¿Cuántas veces se
había jurado no volver a tener nada que ver con él? Más de las que podía
contar con los dedos de manos y pies, pero, aun así, maldito fuese,
siempre se las arreglaba para volver a seducirla. Esta vez estaba
dispuesta a no dejarse atraer por él. Claro que, cada desliz de su pasado

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

en relación con él daba a entender que era más fácil de decir que de
hacer.
Además, ¿no tenía ella bastantes problemas en su vida sin tener que
añadir una vez más el «es que me vuelve loca» a la mezcla?
Arrugó la nariz ante el fuerte olor a humo.
—¡Deshazte de ese maldito cigarrillo, Irma! ¿Cuántas veces tengo que
decirte que en este coche no se fuma?
—Como si no hubieras conjurado tu propio humo. Te haré saber que
el predicador Morris no estaría contento con el lenguaje que empleas
delante de una dama —sorbió por la nariz mientras el cigarrillo
desaparecía.
—Entonces es que el predicador Morris nunca llegó a conocerte del
todo, ¿verdad? —Jazz salió a la calle sin mirar.
—Conduces como una loca —murmuró la mujer mayor—. ¿Puedo
saber adonde vamos hoy o tendré que adivinarlo?
—Vamos a hacer recados. Parece que va a hacer un día maravilloso,
así que, ¿por qué no te quedas sentada, cierras la boca y disfrutas del
paseo? —Jazz aceleró en una calle bordeada de palmeras que conducía a
la playa y al paseo marítimo. Bajo la brillante luz del día, la noria parecía
deslustrada, casi destartalada, sin las llamativas luces y la musiquilla que
contribuían a su mística.
Las tiendas turísticas también estaban más tranquilas. Sus dueños y
empleados estaban fuera para disfrutar de lo que quedaba de la calma
matutina. Jazz saludó con la mano y el claxon a los que conocía. Con una
mano puesta al volante, podía tomar su café para mantener intacta su
tasa de cafeína en sangre. La obediencia de Irma sobre guardar silencio
duró hasta que Jazz hizo una parada rápida en un restaurante local de
comida rápida para desayunarse un burrito.
—Deberías considerar comer algo más sano que eso que te estás
tragando. Yo solía cocinar un saludable desayuno para mi Harold todas las
mañanas —dijo Irma—. Tres huevos fritos por ambos lados, beicon o
salchicha, patatas fritas y mis galletas de mantequilla con conservas
naturales que yo misma confeccionaba. Jamás se le habría pasado ir a uno
de esos sitios para comer algo que no parece digno ni para un perro.
Por nada del mundo iba Jazz a admitir que se le hacía la boca agua
por un desayuno campestre. Sólo por eso, estaba dispuesta a intentar una
vez más romper el encantamiento que mantenía a Irma vinculada al
coche… con tal de meterla en una cocina.
—Me sorprende que el bueno de Harold no muriese de un infarto por
todo el colesterol que le metías por la boca todas las mañanas. Apuesto a
que también lo freías todo en tocino y mantequilla pura —apuró lo que le
quedaba de burrito y se lamió los dedos.
—Lo que tenía que haber hecho después de descubrir que me ponía
los cuernos con la sucia de Lorraine Bigelow fue echarle veneno para ratas
en sus galletas, en vez de suicidarme en su maravilloso coche —dijo Irma,
lanzando un gruñido ultramundano.
Por un breve instante, Jazz pensó en ofrecer a la mujer un poco de
consuelo. Claro que Irma la volvía loca, pero si no se hubiese suicidado en
el coche de Harold y hubiese vuelto maldito el vehículo, Jazz no habría

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

sido la afortunada propietaria de un Thunderbird. Conducirlo era casi tan


bueno como un buen polvo. Casi.
—Aunque hacerlo significaba que no quería que llevase a esa zorra en
el coche —concluyó Irma con una sonrisa de autosatisfacción—. Y aunque
conduzcas como una loca, he tenido ocasión de ver mucho mundo.
Y ella que pensaba que la mujer añoraba su pasado. Pero la leve
sombra de tristeza que se pasó por la cara de Irma no pasó desapercibida
para Jazz.
—Y ahora supongo que vamos a ver a ese hombre feo que tiene a
todos esos asquerosos enanos trabajando para él —bufó Irma.
Jazz se tragó un suspiro. El momento había pasado.
Jazz pasó junto a varios talleres de chapa y mecánica en el distrito
comercial hasta que llegó a un pequeño complejo de negocios y giró para
coger el camino de acceso. Había un edificio bajo alargado encajonado en
la parte de atrás, con varias puertas de garaje abiertas, mientras
numerosas limusinas y automóviles recibían un buen lavado de cara a la
jornada de trabajo. El letrero sobre la oficina indicaba que era un «Servicio
de limusinas para todo tipo de criaturas». Jazz aparcó el Thunderbird en
uno de los huecos reservados para visitantes y salió del coche.
—Nada de hacer sonar el claxon o encender las luces porque estés
aburrida —advirtió a Irma—. Dweezil ha amenazado con volar el coche si
montas una de las tuyas aquí. Dice que asustas a los clientes cuando
haces esas cosas.
—¿El hombre con aspecto de aceituna dice que yo asusto a la gente?
—hizo un gesto hacia un troll que salía de la oficina—. Oh, claro, aquí la
rarita soy yo.
Jazz reprimió su risa. Lo último que necesitaba era dar alas a una
fantasma irascible.
—¿Y por qué iba a querer llamar la atención? Ese hombre horrible no
haría más que mandar a esas criaturas para cometer actos repugnantes
con mi cuerpo —bufó Irma, moviendo la cabeza hacia los hombrecillos que
atestaban el lugar, preparando los coches para la jornada—. Sabe Dios de
qué perversiones serán capaces. Al menos, si viniésemos de noche, sé que
Nicky aparecería para protegerme.
Jazz no hizo caso de la vertiginosa sensación que se produjo en su
estómago cuando escuchó decir su nombre.
—Si intentan algo, prometo que te protegeré tan bien como él lo
haría. Además, los vampiros y los enanos no se llevan muy bien, así que
no creo que Nikolai estuviese tentado de venir aquí —ella sabía que era un
hecho, no un rumor—. Puede que sea imaginación mía, pero no creo que
quieran tratar más contigo que tú con ellos —observó al personal de
limpieza que revoloteaba por la zona como diablillos de apenas un metro.
De vez en cuando, alguno de ellos se quedaba parado mirando al
Thunderbird, se volvía para decirle algo a un compañero y provocaba más
miradas.
—Oh, sí, estáis a salvo —espetó Irma, arrimándose a la ventanilla.
Jazz dio un respingo al entrar en la oficina y verse asaltada por las
letras explícitas de Linger Ficken' Good, de Lucky Cock.
—Que las Providencias me asistan —murmuró, deseando tener una

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

escafandra insonorizada. Estuvo tentada de silenciar el equipo estéreo,


pero Dweezil no era nada agradable cuando le privaban de su música.
—¡Hola, Jazz! —saludó la muñeca Barbie que había sentada al otro
lado del mostrador. Tenía la brillante melena rubia recogida en una coleta
bastante desastrosa que al final parecía más mona que desgreñada.
Resultaba el marco ideal para su cara en forma de delicado corazón con
sus grandes ojos azul Dresden. Para mantener la coherencia estética,
vestía una camiseta de tirantes rosa, ajustada meticulosamente metida en
unos inmaculados pantalones de lino blanco que no mostraban una sola
arruga. Unos pendientes dorados tachonados decoraban las orejas
igualmente delicadas, aunque ligeramente puntiagudas de la Barbie. De
no ser por esa forma casi imperceptible de las orejas y el matiz cambiante
de sus ojos ultramundanos, Jazz habría pensado que la joven era una
humana pura y dura. Pero ¿qué humana trabajaría en un sitio como ése?
—Hola, Mindy. ¿Está Dweezil por ahí? —Jazz señaló el despacho
trasero con la cabeza.
La mujer asintió.
—Pero está atendiendo una llamada ahora mismo. ¿Quieres esperar?
Jazz deseó decirle a Mindy que le mandara el dinero sin más, pero el
problema era que Dweezil se olvidaba de pagar a sus empleados a menos
que se pasaran personalmente para cobrar. El curriculum de Jazz podía ser
muy abultado, pero nunca mostraba los típicos empleos de nueve a cinco
que a muchos empleadores les gustaba ver. Además, Dweezil pagaba bien
y pagaba en metálico, para alivio de quien prefería mantenerse alejada
del fisco. Así que Jazz se evitaba muchos quebraderos de cabeza
presentándose para cobrar. Y, a pesar de que Dweezil la volvía loca, sus
piezas de antigüedad le resultaban entretenidas. Incluso después de
tantos siglos deambulando por el mundo, Dweezil ocupaba una categoría
propia. Al menos eso esperaba; odiaba la idea de que hubiese más
Dweezils por ahí.
—No, sería muy fácil para él salir a hurtadillas por la puerta de atrás.
Creo que pasaré y esperaré dentro —se dirigió hacia la puerta cerrada.
—¿Qué quieres decir con que el coche no estaba limpio? ¡Mis putos
coches están más limpios que tu trasero! —el gruñido que dio la
bienvenida a Jazz era tan bienvenido al oído como arañar una pizarra con
las uñas. El ligero olor a almendra quemada que siempre desprendía la
correosa piel oliva de Dweezil producía picor en la nariz. Esa era otra de
las razones por las que procuraba no cabrearlo. Cuanto más se enfadaba,
más hedor a almendra quemada desprendía su piel.
—Dices que mi gente no limpia los coches para escamotearme lo que
me debes. Si no me pagas, no volverás a usar ninguno de mis coches en la
puta vida. ¿Lo pillas? —el sonido de un crepitar plástico indicó que la
llamada se había terminado.
Jazz se dejó caer sobre la silla de cuero que había frente al escritorio
de caoba en forma de L, cuya función era impresionar e intimidar a
cualquiera que se aventurara en ese santuario. Una amplia variedad de
juguetes sexuales vintage decoraban un pequeño armario desde el suelo
hasta el techo, al tiempo que varias obras de arte colmaban las paredes.
Jazz no se había dejado intimidar la primera vez que vio la colección, pero

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

sí que le llamó la atención el vibrador de cama sobre el que se tenía que


echar una mujer para usarlo. Dweezil le propuso prestarle el artilugio a
condición de poder mirar. No perdió demasiado tiempo desestimando tan
generosa oferta.
Ella le devolvió la mirada con una luminosa sonrisa.
—¿Cuál es tu puto problema? —la voz de Dweezil era una
combinación de gruñido, tos ronca y vidrio esmerilado. Echó el teléfono
roto a la papelera y sacó un sustituto del cajón de abajo. Había varios
teléfonos allí esperando su siguiente ataque de ira.
—Tienes que trabajar más en tus habilidades sociales, D.
—¿Por qué iba a cambiar lo que me funciona? —refunfuñó.
—Sí, ¿por qué atraer más clientes cuando puedes espantarlos a todos
con tu encantadora personalidad?
La esquelética criatura conocida como Dweezil (cuyo último nombre
era impronunciable para una garganta humana) medía sus buenos 2,13, e
iba inmaculadamente ataviado con un traje negro de Armani. Cuando Jazz
hablaba de su piel oliva, no se refería alguien del Mediterráneo, sino a una
criatura sobrenatural con la piel del color de una aceituna. Si bien era un
color vistoso para el fruto, no era tan agradable a la vista para cualquiera
mínimamente humanoide. Una melena pajiza, marrón como el barro, se
rebelaba en todas direcciones sobre su cráneo con forma de pelota de
fútbol americano. Como si ya no fuese lo bastante feo con su delgada piel
pegada a sus huesos (al menos ella pensaba que eran huesos), el toque
decisivo lo daba con los dientes verdes amarillentos que poblaban su
boca. Sus ojos negros se clavaron en ella, mostrando su habitual mal
humor.
A pesar de que Jazz llevaba unos cinco años trabajando para Dweezil,
aún no había conseguido descubrir su linaje. Era demasiado bajo para ser
un gigante, no lo bastante feo para ser un troll, y sin duda no era un
trasgo. Se hizo a la idea de que era una combinación de los tres.
Circulaban rumores según los cuales pagaba un extra a su sastre para que
su tercer brazo quedara bien oculto a ojos del mundo. Los cotilleos
también apuntaban a que tenía un segundo pene escondido en alguna
parte. Pero confirmar esos rumores estaba bien abajo en su lista de
prioridades.
—Malditos vampiros. Primero se quejan de que mis coches no están
limpios, y luego me exigen algún tipo de protección porque muchos de
ellos han desaparecido. ¡Como si ése fuese mi problema! —farfulló—. Todo
el mundo sabe que no han desaparecido. Se sometieron a una extraña
cura y han vuelto a ser mortales. Lo más seguro es que estén todos en la
playa, recuperando el moreno perdido. Además, si quieren protección, van
a tener que pagar por ella, y no les saldrá barata —alzó la vista con su
expresión habitual—. Bueno, ¿y tú qué quieres? —el olor a almendra
quemada se hizo más fuerte. Olía como si no le gustase cómo estaba
yendo el día y su presencia fuese a empeorarlo. Dweezil era capaz de
hacer que Ebenezer Scrooge pareciese un filántropo.
—Estamos a final de mes —dijo ella, arqueando las cejas. Al ver que
él no reaccionaba, Jazz abandonó su sonrisa de niña buena—. Es día de
paga.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

La competición de miradas duró unos buenos cincuenta segundos.


Dweezil bajó la mirada primero. Murmuró algunas de sus maldiciones
favoritas mientras buscaba en el fondo del cajón y sacaba un sobre blanco
alargado. Lo sostuvo entre los dos dedos que coronaban su mano
izquierda y lo lanzó sobre el escritorio.
Jazz lo recogió y se aseguró en silencio de que la cantidad era la
acordada. Se guardó el sobre en el bolsillo oculto de su chaqueta.
—Tengo un trabajo para ti para mañana por la noche.
Su primer pensamiento fue para un hombre de pelo marrón oscuro y
ojos del color del mar. Pero ella sabía que conducir no era ningún
problema para él, y que era lo bastante inteligente como para no contratar
los servicios de ningún chofer.
—Mañana libro.
—Pidió que fueses tú específicamente. Y pagará un extra por que así
sea —meneó sus cejas como orugas hacia ella. Por lo que tenía entendido,
los apéndices foliculares sobre sus ojos estaban hechos de auténtico pelo
de insecto. Otra de las cosas que nunca tuvo interés en investigar.
—¿Por mí? ¡Eso me reafirma más, si cabe, Dweezil! —Jazz se echó la
mano a la boca.
—Te pagará el doble de tu tarifa —la tentó.
—Cita caliente, tío bueno, vistas al océano, velas, una buena cena —
bromeó. No recordaba la última vez que había tenido una cita en
condiciones. Por no hablar de sexo… Bueno, ése era un tema que más
valía dejar en el campo de «en otra vida».
Dweezil intentó dibujar una sonrisa en su huesuda cara. Lo que
consiguió fue una expresión que espantaría a los muertos. Jazz juraría que
vio gusanos arrastrarse bajo su piel cuando sonrió.
Dweezil alzó los brazos al aire. Algo se movió bajo su chaqueta.
—Está bien, te pagaré el triple.
La mente de Jazz se aferró a la idea de ganar el triple. Eso sólo podía
significar que el cliente era muy especial. Lo que implicaba que era
alguien a quien Dweezil no quería cabrear y que estaba dispuesto a
pagarle una fortuna. Aquello puso todos sus sentidos en alerta.
—¿Quién es el cliente, D?
—Es un miembro muy bien relacionado de nuestra comunidad —dijo
tan rápidamente que Jazz estuvo segura de que había ensayado el
discurso antes de su negativa—. También le gusta que puedas invocar un
potente conjuro de protección si le hiciera falta uno mientras esté fuera.
—¿Quién, D? —su voz se endureció una fracción—. Y, para que
conste, esos conjuros de protección son un extra y cobro cien por ese
extra.
—El trabajo es para toda la noche, así que estamos hablando de
mucha pasta. Vamos, tampoco pide que vayas en topless todo el tiempo.
Pero tampoco sería molestia, ya sabes. Sacarías más propinas —rió con
alegría ante su retorcido sentido del humor. Jazz no le veía la gracia.
—D —una pléyade de chispas negras, púrpuras y doradas rodeó su
figura. ¡Toda una señal de que no estaba nada contenta!
Dweezil murmuró unas cuantas palabras que Jazz supuso que eran
maldiciones en su idioma. Ya había aprendido por las malas no lanzarle

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

ninguna directamente. La última vez que lo hizo, le llevó tres semanas


recoger todos los gusanos de su piel. Ella vio prolongado su destierro en el
mismo espacio de tiempo. Mereció la pena.
«Justo como cuando el Consejo Arcano te echó más tiempo por lo que
le hiciste a Nikolai», murmuró la molesta gárgola, que residía en su cabeza
y a veces ascendía hasta su consciencia. «Quiere tu ayuda, ¡pues dásela
ya!» No perdió un minuto y le llenó la vil boca de algodón mentalmente.
—Sólo tendrás que llevarle a su club favorito y de vuelta a su casa —
murmuró Dweezil—. Nada del otro mundo.
—No.
Golpeó la superficie del escritorio con las palmas de las manos,
provocando que un consolador de jade empezase a rodar sobre la madera
pulida.
—¡Aceptaste llevarlo por el triple de la tarifa!
Ahora Jazz sabía que no tenía que escuchar el nombre para saber de
quién se trataba ese cliente tan especial, y, en cuanto a ella respectaba, el
triple no era suficiente.
—No he accedido a nada. ¡Además, es asqueroso! Búscate a otro —
zanjó ella.
—¡Tyge Sombra fétida paga en lingotes de oro! —no había cosa que
gustase más a Dweezil que el dinero, pero un cliente capaz de pagar en
lingotes de oro se ganaba automáticamente un puesto especial en su
avariciosa mente. Hacía que los codiciosos ferengi de Star Trek pareciesen
derrochadores—. ¿Sabes lo difícil que es encontrar clientes que paguen en
oro? ¡Es casi imposible, joder!
—¡Sus pedos son nocivos! ¡Literalmente!
—Razón por la cual es ideal que seas una de las pocas que pueden
sobrevivir a ellos —matizó Dweezil alegremente, alzando las manos como
para dar a entender lo buen negocio que era para ambos.
—¡Nunca consigo sacarme ese hedor de la ropa! Tengo que tirarla
porque no me atrevo a donarla a la beneficencia. Y no puedo quemarla
porque el humo huele peor. ¡Sólo las Providencias saben lo que esas ropas
pueden causar en los basureros!
—Sólo con su propina te podrás permitir un armario nuevo —hizo una
pausa—. No puedo decirle que vas a dejarlo tirado, Jazz. Sólo te quiere a ti.
El maestro Sombra fétida no se toma las negativas a la ligera.
Jazz estrechó los ojos ante el toque de vulnerabilidad con toques de
miedo que se había dibujado en el rostro de Dweezil. Sabía que nada
podía con la superconfianza de su jefe, pero la idea de perder el negocio
de Tyge Sombra fétida era lo más parecido. Era divertido contemplar la
avaricia compitiendo con el miedo en su repulsivo rostro. Pero Jazz se
preguntaba el porqué del miedo. ¿De qué podía Tyge echar mano contra
él? Sabía que Dweezil era avaricioso, pero ¿tanto como para empujarla a
hacer un trabajo que sabía que ella no quería aceptar?
—Entonces te harás cargo de la factura de mi ropa —declaró ella.
—Ya te pago el triple, y sus propinas son generosas.
Jazz se levantó.
—Prueba con Vasal. Él hará cualquier cosa por dinero. Ponle una
peluca pelirroja y tacones, y puede que Sombra fétida piense que soy yo.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Dweezil se puso de pie de un salto.


—¡Está bien, pagaré tu maldita ropa! Pero me estás quitando
beneficios —adoptó la postura de un hombre al borde de la pobreza—.
Gracias a z… —retrocedió rápidamente cuando las chispas que
revoloteaban alrededor de Jazz se multiplicaron—. A conductoras como tú,
que se aprovechan de mi generosidad.
Jazz no era tonta. Sabía que si su jefe estaba dispuesto a pagarle el
triple, lo más seguro es que el cliente le hubiese soltado más del
porcentaje habitual.
—Me largo —no necesitaba más tiempo añadido a su destierro, lo que
ocurriría si permanecía allí más rato. La idea de los gusanos cubriendo a
Dweezil resultaba más atractiva por momentos. Pero los sesenta días de
castigo después de lo que Nikolai le hizo aún le dejaban un amargo sabor
de boca.
—Recoge al maestro Sombra fétida mañana por la noche, a las diez —
le dijo Dweezil mientras se iba—. Y ponte algo sexy. Enseña tus armas. Si
te voy a pagar el triple, será mejor que valga la pena.
Jazz salió, exhibiendo su dedo corazón por encima de la cabeza.
—¡Me debes un respeto! ¡Sigo siendo quien te paga el sueldo! —gritó
él. El sonido de su agitación hizo añicos una escultura de cristal que había
sobre el mostrador de recepción. Mindy no se inmutó mientras se hacía
tranquilamente con una escobilla y un recogedor para quitar los restos. Si
Dweezil no se cogía una rabieta al menos una vez al día, los que lo
rodeaban pensaban que se moriría.
Jazz murmuró algunas maldiciones de cosecha propia mientras
deshacía camino hasta el coche.
—Esos hombrecillos asquerosos me estaban mirando —bufó Irma
mientras Jazz arrancaba el Thunderbird—. Estoy segura de que me
estaban imaginando sin la ropa.
—Primero, están demasiado ocupados para mirarte. Segundo, de
ninguna manera piensan que seas Blanca nieves, con o sin ropa.
Con suerte, su sesión en la hermandad femenina sería larga y
complicada, y tendría una razón más que excelente para no hacer la
compra y explicar por qué había pizza para cenar.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Capítulo 4

—¿Qué son esas extrañas letras de la casa? —preguntó Irma. Bizqueó


la vista hacia arriba para abarcar las dos plantas del edificio delante del
cual habían aparcado. Jazz se preguntó si habría un par de gafas en ese
bolso de mano que Irma siempre llevaba en el regazo.
—Las letras son griegas, porque así se hace en las hermandades —
explicó, observando la vivienda. Estaba segura de haber estado allí en la
década de 1930. Todas las casas eran de esa época, y, si mal no
recordaba, varias estrellas de cine menores poseían casa por la zona. De
hecho, había conocido a Clive Reeves en una fiesta celebrada no muy
lejos. No pudo impedir que un escalofrío le recorriera la espalda ante el
recuerdo del hombre que casi le había destruido el alma y la vida. Había
hecho todo lo posible para olvidar la aciaga noche, pero algunos recuerdos
no se borran tan fácilmente.
«Maldito sea. Se pudre en su tumba, que es donde tiene que estar.
¿Por qué no me dejará en paz?»
—Ah —asintió Irma—. He oído algunas cosas de esos grupos. No son
más que chicas que buscan pasárselo bien. Nunca se han molestado en
aprender nada en la universidad. Sólo acudían en busca de un marido que
cuidara de ellas. Entonces, una vez se adaptaban a las actividades del
campus, se apuntaban a las hermandades y se comportaban como
rameras, convencidas de que eran mejores que las chicas que iban por
libre. Todo por vivir en una casa llamativa y llevar esas insignias en la
ropa. Entonces no eran diferentes, y te digo que ahora siguen sin serlo con
respecto al resto del mundo.
—Vaya con la señora Alegrías —murmuró Jazz.
La mirada de Irma hubiese hecho saltar la pintura de una pared.
—Sólo porque me rija por un listón más alto no te da derecho a reírte
de mí —se hundió en el asiento con los brazos cruzados bajo su generoso
busto.
—Te diré algo. Una de estas noches vendré aquí y veremos juntas un
DVD de Animal House —se ofreció Jazz para aplacar a la fantasma gruñona
—. Podrás ver cómo una zorrilla de hermandad recibe su merecido.
—No dejes que esas frescas te den cosas raras de fumar —aconsejó
Irma mientras Jazz giraba por el camino privado—. He oído que te puede
pasar de todo.
—Sí, sí, sí —se ajustó la chaqueta de cuero brillante que llevaba sobre
unos vaqueros cómodos y una camiseta blanca de seda. Un ornamentado
colgante de feldespato engastado en oro reposaba plácidamente en el
centro de su pecho. Pensó que demasiado negro asustaría a las chicas, así
que optó por la versión chic de bruja universitaria.
Unos chillidos ensordecedores procedentes de la casa advirtieron a
Jazz de que lo que encontraría dentro no sería agradable. Llamó al timbre,

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

esperó y, cuando vio que nadie abría, volvió a llamar. Cada vez que tocaba
el timbre los chillidos interiores se hacían más altos y frenéticos. El sonido
resultaba escalofriantemente familiar.
—Que las Providencias me protejan —murmuró—. Espero que no
hayan hecho lo que creo que han hecho.
—¡Haced algo con ellos! ¡El olor es tan asqueroso que estoy a punto
de vomitar! —dijo una muchacha con voz aguda nada más abrir la puerta.
La morena bajita con unos vaqueros cortos mugrientos y un top lila la
miraba fijamente—. ¿En qué puedo ayudarte?
—Soy Jazz Tremaine. Me habéis llamado para un trabajo.
—Gracias a Dios, menos mal que estás aquí —extendió el brazo y
agarró la mano de Jazz para tirar de ella hacia dentro—. No sabemos qué
hacer —alzó las manos en un gesto desesperado—. ¡Tienes que salvarnos!
El primer aviso que tuvo Jazz del tornado que se le acercaba fue un
destello rosa y una serie de chillidos que destrozaban los oídos. Saltó a un
lado justo cuando un cerdo pasó junto a ella con dos chicas pisándole los
talones. Cuando la vieron, patinaron hasta detenerse mientras el cerdo
asustado seguía a la carrera, haciendo patinar sus pezuñas sobre la
madera del suelo. Arrugó el gesto ante el aroma a pocilga que invadía el
vestíbulo.
—Maldita sea —susurró, contemplando el caos que la rodeaba con
horrorizada fascinación.
—Cuidado con donde pisas —le advirtió la chica de los vaqueros
cortos con aire de disculpa—. Ellos, eh, no están domesticados y no hay
forma de sacarlos al jardín para que hagan sus cosas, así que… —su voz
se fue apagando a medida que contemplaba el desastre circundante.
Jazz no hizo caso de ella ni de las demás chicas, que ahora se
arremolinaban a su alrededor como si fuese su última esperanza. Por lo
que notaba en el aire, no andaban muy desencaminadas. Notaba los
intrincados hilos de la magia flotando en el aire como un manto de locura,
con el énfasis puesto en la locura.
No cabía duda de que, fuese lo que fuese lo que habían hecho, había
salido mal, y tampoco hacía falta ver la piara de cerdos para saber que la
habían cagado a base de bien.
—Cuando el Mago repartió los cerebros, ¿alguna de vosotras no tuvo
la ocurrencia de dar un paso al frente para recibir uno? —preguntó Jazz,
sin esperar una respuesta y sin recibir ninguna.
Jazz apartó con suavidad un cerdo curioso que intentaba masticar sus
vaqueros. Si le hubiesen hablado de los cerdos, tenía claro que no se
hubiese vestido de blanco.
—¿Qué habéis hecho? —preguntó en voz baja, con el mismo matiz de
amenaza que había empleado con Dweezil anteriormente.
Las chicas dieron un paso atrás. En ese momento, su miedo hacia Jazz
era tan denso como la magia que inundaba el aire.
—Era una broma —susurró la primera chica. Sus ojos, muy abiertos,
rezumaban preocupación, pero no le faltó el valor para enfrentarse a Jazz.
Ésta reconoció su valor, a pesar de que su sentido común parecía retenido
en alguna parte.
Jazz inspiró hondo y se recordó que las chicas no sabían que habían

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

hecho una tontería con algo muy peligroso.


—¿Qué clase de broma implicaría todo esto? —avanzó hacia el salón y
vio que había más cerdos correteando. El punzante hedor de las heces
estaba por doquier. Por un instante, se sintió devuelta a la infancia.
Entonces, sus recuerdos se hicieron más recientes a medida que
comprendía el desastre que las chicas habían conjurado. Con un gesto de
la mano, hizo que todas entrasen obligadas en la habitación, quisieran o
no. Con otro gesto, detuvo el tiempo.
El papel de la pared y los muebles eran distintos, pero sabía que era
la misma casa que había pertenecido a Josh Levine, allá por 1931. Por un
momento, sintió cómo los recuerdos la recorrían y vio la casa tal como la
había conocido. El gallardo Clive Reeves estaba fuera, bañándose desnudo
en la piscina en compañía de cinco risueñas aspirantes a estrella, y
ninguna de ellas hacía el menor esfuerzo por nadar. Eso debió darle la
primera pista de que la carismática estrella cinematográfica no era el
hombre felizmente casado que pretendía presentar la revista Photoplay.
Pero siempre había tenido debilidad por los morenos, altos y atractivos,
razón por la cual estaba tan emocionada ante la perspectiva de asistir a
una fiesta en la mansión del famoso Clive Reeves. Deseó volver atrás y
reescribir esa noche. «Pero Nikolai…» Apretó los labios para reprimir la
maldición que estaba a punto de salir. Tal como se sentía en ese
momento, probablemente hubiese convertido a las chicas en ovejas, a
pesar de que en esa zona de la ciudad no podía haber ganado. Trajo su
mente de vuelta al problema, a saber, cerdos correteando por todas
partes. Devolvió la vida a la habitación e hizo un gesto con la cabeza a la
cabecilla del grupo. Mientras esperaba una explicación, se preguntó si
alguna vez había sido tan joven.
—Era la noche de «Ajustar las cuentas» —murmuró la morena bajita,
dispersando la mirada por todas partes con tal de no mirar a Jazz—. Todas
conocemos a algún chico que se ha portado como un cabrón con nosotras
—empezó a ganar confianza, se irguió y tuvo menos problemas para
encontrarse con la mirada de Jazz—. Creían que vendrían a una fiesta.
Jazz no tenía dudas sobre lo que los chicos esperaban de dicha fiesta.
—¿Y?
Una chica, con un lazo rosa recorriendo su melena rubia, casi blanca,
saltó del rebaño y dijo:
—Una compañera de mi clase de Psicología es bruja y acude a esas
fiestas alucinantes que se hacen en una mansión de las colinas de
Hollywood —se pavoneó ante la desdeñosa mirada de Jazz—. Me dio un
conjuro que sacó de allí. Dijo que conseguiría que los chicos actuaran
como cerdos. Nos pareció gracioso hacer que corriesen por ahí creyendo
que eran cerdos, cuando en realidad lo son, por así decirlo —sus palabras
fueron apagándose.
Por un instante, Jazz pensó que le explotaría la coronilla. Respiró
hondo varias veces.
—¿Y me habéis llamado porque…?
—Algo salió mal con el conjuro —explicó la morena—. Se suponía que
sólo debían actuar como cerdos. Ya sabes, correr a cuatro patas y chillar.
No debían… —se sobresaltó cuando un cerdo se rozó con su pierna

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

desnuda—. ¡Transformarse en cerdos!


Jazz alzó la mano y chaqueó los dedos.
—Dadme el conjuro.
La chica con el lazo rosa rebuscó en los bolsillos de sus pantalones
cortos y extrajo un trozo de papel doblado. Dio un paso con pies de plomo
y se lo entregó.
Jazz desplegó el papel y escrutó las palabras. Juró mentalmente
encontrar a la idiota que les había dado ese conjuro para darle un poco de
su propia medicina.
—¡Esto no debía pasar! —se quejó una de las chicas, deshaciéndose
de una patada de un cerdo que trataba de escalar por su pierna.
Jazz bajó la mirada hasta lo que fue una bonita alfombra a la que ni el
mejor de los detergentes podría devolver su esplendor, así como a piezas
de mobiliario que habían sido hechas trizas por diminutas pezuñas. Cerca,
un cerdo masticaba feliz y ruidosamente un ramo de flores de seda, cuyos
restos estaban esparcidos por el suelo.
—Ochocientos dólares. Sólo acepto metálico —la mirada horrorizada
que pobló sus caras reveló a Jazz que las chicas no sumaban esa cantidad
de dinero entre todas. No era sorprendente.
—Hemos juntado algo de dinero, pero sólo tenemos cuatrocientos
ochenta —la morena se acercó a la mesa y abrió un pequeño cajón, de
donde sacó los billetes—. A menos que aceptes Visa o MasterCard —su
sonrisa se amilanó ante la expresión de Jazz—. Supongo que no.
—Lo has adivinado —Jazz hizo que dudaba el tiempo suficiente para
preocupar a sus clientes—. Está bien, pero… —se guardó los billetes en el
bolsillo de la chaqueta e hizo una pausa ante las disminuidas sonrisas que
aguardaban el final de la frase—. Pero tenéis que hacerme un favor.
—¿De verdad puedes devolverles la forma?
—¿Qué? ¿Ahora quieres referencias?
—¡No, no! —una de las chicas dio un golpe a la escéptica—. ¿Qué
quieres que hagamos?
—Primero, tenéis que aseguraros de limpiar esta casa de arriba abajo
en persona. Nada de contratar a un servicio de limpieza para enmendar
vuestra metedura de pata. Si queréis que el conjuro funcione, tendréis que
buscar unos cubos y remangaros.
Un puñado de narices se arrugaron ante la expectativa.
—¿Limpiar? ¿Con qué?
—Es fácil. Intentad llenar los cubos con agua caliente y jabón y echad
mano de cepillos y estropajos —dijo firmemente—. Y, por último, dejaréis
que os aplique un conjuro de vinculación para evitar que esto vuelva a
pasar —buscó con la mirada los ojos de cada una de ellas para asegurarse
de que entendían las condiciones. Si hubiese sabido que sus formas y
actitud reflejaban la de Eurídice, Rectora de la Academia Arcana,
probablemente hubiese gritado, horrorizada.
—¿Cuánto durará el conjuro de vinculación? —preguntó una chica.
—Para siempre.
Un tremendo silencio siguió a sus palabras.
—Pero los parciales están a la vuelta de la esquina —susurró otra.
Jazz la atravesó con la mirada.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

—Sé original y estudia —la ira de las chicas era tan palpable como el
aroma a pocilga en el ambiente—. Lo que habéis hecho es muy peligroso.
La magia no es como un juego de mesa, no se juega con ella. No tenéis la
menor idea de cuáles habrían podido ser las consecuencias de un conjuro
mal escrito como éste —pasó junto a ellas, repitiendo inconscientemente
la actitud altiva y arrogante de la rectora—. Si os lo dijera, sufriríais
pesadillas el resto de vuestros días.
—No lo sabíamos —el labio inferior de la morena temblaba mientras
una lágrima empezaba a deslizarse por su mejilla.
—Pues ahora lo sabes —dijo, arrugando el papel y desintegrándolo en
una llama anaranjada con un chasquido de dedos. Las chicas se quedaron
boquiabiertas y dieron un paso atrás—. En lo sucesivo, no propiciaréis más
agravio, os apartaréis de todo lo que ronda la periferia de vuestras vidas.
Porque yo lo digo, ¡maldita sea! —agitó la mano sobre la cabeza de cada
una de las chicas y de ellas manó una cascada de chispas multicolores. De
repente, el aire parecía limpio. Dio media vuelta y regresó al centro de la
habitación. Como si comprendiesen que era su turno, los cerdos entraron
también y se dispusieron a su alrededor—. Muchachos a la fiesta van.
Muchachos de la fiesta no vuelven. En cerditos convertidos se quedan. Por
ello las chicas no padecen. Ahora, los cerditos volverán a su ser y las
chicas… —hizo una pausa—. Aprenderán a comportarse. Porque yo lo
digo, ¡maldita sea!
—Eso no rima —susurró una de las chicas—. ¡Ay! —se frotó, donde
otra le había dado un fuerte golpe.
Un denso vapor manó del suelo y envolvió a los cerdos, que chillaron
e intentaron escapar, pero no era algo que pudiesen evitar. A medida que
la niebla ascendía, las chicas gritaron y los chillidos de los cerdos se
hicieron tan fuertes que casi hicieron temblar el suelo. Entonces, el sonido
se transformó gradualmente en algo más profundo y humano. Tan pronto
como la niebla había aparecido, se disipó, dejando a la vista una docena
de jóvenes desnudos esparcidos por la moqueta.
—¡Mierda! —un fornido muchacho se incorporó de un salto. Cogió
rápidamente un cojín del sofá para ocultar la parte inferior de su cuerpo—.
¿Qué clase de drogas nos habéis dado, malditas zorras? —gritó a las
chicas, avanzando mientras una promesa de venganza se dibujaba en su
mirada. No cabía duda de que estaba furioso y decidido a hacer mucho
daño a la primera chica a la que echase la mano.
—Vale, no hay que ponerse así —determinada a mantener la vista por
encima de su cintura, Jazz se adelantó y dio unos toques en la frente del
chico con la punta de los dedos—. Olvida —susurró. Su cara de rasgos
afilados adoptó una expresión de absoluta consternación. Jazz se movió
entre los chicos y repitió el proceso. Miró por encima del hombro a las
chicas—. Si habéis destruido sus ropas, os sugiero que les encontréis algo
rápidamente y los saquéis de aquí. Tenéis mucho que limpiar —se
encaminó hacia la puerta.
—Eh, ¿Jazz? —llamó la morena, que casi había corrido en pos de Jazz
—. ¿Quiere decir que no recordarán que fueron cerdos?
—Quiere decir que no os acusarán de drogarlos —matizó Jazz—. Fue
una completa estupidez jugar con un conjuro que no teníais por qué usar,

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pero no creo que deba por ello llamaros zorras —abrió la puerta y miró a
la chica—. El conjuro de vinculación me servirá para comprobar que nunca
más volveréis a usar la magia, por muy tentador que sea —advirtió—.
Créeme, no sería bueno que siquiera intentases revertir el conjuro. Las
consecuencias serían muy feas.
Asintió pesadamente con la cabeza.
—Gracias.
Una vez más, Jazz se preguntó si alguna vez fue tan joven.
—No volváis a hacer nada tan estúpido. ¡Y limpiad esas habitaciones
hasta que pasen la prueba del guante!
Salió de la casa.
—¿Cómo ha ido? —preguntó Irma desde el coche. Un destello de luz
se escapó del habitáculo.
Jazz suspiró. Sabía que Irma no podía aguantar mucho sin un
cigarrillo.
—Un puñado de veinteañeras que creían que podrían usar un conjuro
para que unos chicos idiotas actuaran como cerdos idiotas.
Metió el dinero en la guantera.
—Nada de extrañar. Cuando los chicos piensan demasiado, siempre
actúan como cerdos.
—Salvo que, en este caso, los chicos se convirtieron en cerdos
literalmente.
—¡Caray! —Irma se palmeó el pecho como las señoras escandalizadas
—. Eso tampoco debe de ser muy higiénico.
Jazz pensó en el olor que se habría quedado en las paredes. Estaba
convencida de que las chicas nunca conseguirían deshacerse de él.
—No me digas —al arrancar el coche, pensó que el siguiente destino
no sería tan fácil. Se tragó la exasperación que amenazaba con salir de
sus labios—. Y ahora toca hacer la compra.
—Eres una bruja. ¿Por qué no puedes limitarte a menear las manos
para que la comida aparezca en la cocina?
—Porque me castigarían por ello —pensó en el encargado que
siempre la miraba mientras acariciaba los melones. No pensaba que el
consejo fuese a condenarla otros sesenta años por el estallido de una
fruta… o cinco. No cuando el hombre se lo merecía—. Puede que hoy sepa
lo que es que lo rocíen de fruta —dijo para sí.
En ocasiones, el crimen hacía que el castigo mereciera la pena.

***
La llegada del amanecer tiró de las energías de Nick, recordándole
que tenía que descansar. Echó una última mirada a la luna llena, tan
reverenciada por los licántropos como fuente de poder, y se preguntó por
qué tendría también un efecto tranquilizador en Jazz. Había que admitir
que, dado su nivel de energía, eso era muy revelador.
«¡Maldita bruja!»
Tras toda una noche invertida rastreando a un vampiro moroso
(incluso los vampiros tienen que pagar sus facturas), Nick estaba más que
dispuesto a pasar sus horas diurnas descansando. Era un vampiro lo

- 42 -
LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

bastante antiguo como para no necesitar dormir todo el día del tirón, e
incluso se atrevía a salir durante los días nublados sin temor a estallar en
llamas. Pero los días despejados y brillantes como éste los pasaba en la
penumbra de su despacho, donde se dedicaba al papeleo acumulado o se
echaba una siesta. Después de la noche que había tenido, no cabía duda
de que ese día tocaba recargar las pilas.
El edificio de dos plantas cercano al paseo marítimo era tan antiguo
como el cercano tiovivo. Tomó el montacargas hasta la primera planta y
fue directamente a su despacho, que se encontraba al final del pasillo,
tras una puerta con el letrero «Investigaciones Gregory». En cuanto
accedió a la zona de recepción, sus sentidos detectaron que no estaba
solo. Casi de inmediato, supo que su inesperado huésped era bienvenido.
No se molestó en encender la luz. Ninguno de los dos la necesitaba.
—Eres muy confiado, amigo mío. Hasta un crío mortal podría forzar
esa excusa de cerradura —un hombre rubio extendió toda su altura desde
la silla frente al escritorio de Nicky se acercó a él. Su amplia sonrisa lo
confirmaba como amigo, y no como adversario—. Por el cartel de tu
puerta, veo que también has modernizado tu nombre. He de admitir que
Nick Gregory encaja más con el vampiro que tengo ahora delante que
Nikolai Gregorivich.
—¡Flavius! —Nick dio un abrazo de bienvenida al hombre—. ¿Cuándo
has llegado a Los Ángeles?
—Anoche. Tenía varias reuniones que me han traído por la zona, y
pensé que podría pasarme a verte —recorrió con la mirada el despacho,
lleno de muebles de la década de los cuarenta, que tan bien encajaba con
la ropa informal de Nick, pero que tanto contrastaba con el elegante traje
de corte italiano, camisa azul pálido de algodón egipcio, a juego con sus
ojos, y los atildados gemelos de diamante negro de Flavius—. Veo que
sigues pensando que eres Sam Spade.
—Y yo que sigues creyéndote James Bond —sonrió Nick, mostrando
una porción de colmillo—. ¿Dónde resides ahora? ¿Nueva York? ¿París?
¿Roma?
—He estado en Madrid durante los últimos años.
—Haciendo nuevo uso del reactor del Protectorado, ¿eh? —bromeó
Nick.
—Como corresponde a un ejecutivo. Recuerdo que hubo un tiempo en
el que tenías libertad de uso de cualquier reactor de la flota.
Nick tenía que admitir que renunciar a algunos de los privilegios del
Protectorado escocía. Cada reactor de la flota estaba equipado para
satisfacer cualquier necesidad de un vampiro, desde protección de la luz
solar hasta sangre lista para beber, ya fuese embotellada o recién extraída
de una vena voluntaria.
—Cierto. Ni siquiera la primera clase ofrece las ventajas de las Líneas
Vampíricas —sonrió al ver que Flavius se sobresaltaba ante su tono frívolo
—. Sigues siendo demasiado serio, amigo mío.
—Y tú sigues enfrentándote a la autoridad cuando te conviene —el
vampiro mayor volvió a sentarse—. Bueno, cuéntame qué has estado
haciendo. Tengo entendido que Jazz vive por la zona. ¿La has visto? Hace
mucho de lo vuestro, ¿verdad?

- 43 -
LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

A Nick no le sorprendió que en apenas unas horas, y con muy poco


esfuerzo, Flavius hubiese dado con el paradero de Jazz. Aunque no lo
admitiera, Flavius estaba al tanto de los días que Jazz y Nick no se veían.
El vampiro más antiguo había tenido su cupo de roces con la irritable bruja
a lo largo de los siglos.
—Han pasado algo más de treinta años —admitió—. Jazz no cambia.
Flavius alzó una ceja, preguntando silenciosamente los detalles de un
encuentro que sospechaba que era más que un casual roce.
—Suenas como si no hicieseis nada más inocuo que salir a tomar
café. Eso no me lo creo.
—Ni eso. La encontré la otra noche y estalló en llamas mágicas, por
no decir que me arrojó una bola de fuego. Lo siguiente fue amenazarme
con atravesarme con una estaca.
—¿Y eso es una novedad? —rió el vampiro más antiguo.
—En esta ocasión sostuvo una estaca contra mi pecho y se aseguró
de que apuntara directamente al corazón.
Flavius se sorprendió.
—Jazz siempre ha sido una niña dotada para el rencor.
Nick se quedó mirando al ser que lo conocía mejor que nadie. Flavius
era más que un amigo; era su sire. Era el vampiro que lo había convertido
y le había enseñado las habilidades necesarias para sobrevivir en un
mundo que negaba a sus residentes la luz del sol y no conocía más que la
violencia. Flavius había pasado su vida mortal adulta ejerciendo como
cónsul, uno de los puestos más altos en la cadena de mando del ejército
romano, en una época en la que Roma dominaba el mundo. Sabía
perfectamente lo que hacía falta para existir entre depredadores. Su
amistad se reforzaba con el paso de cada siglo. Nick no sabría qué hacer si
alguna vez le pasara algo a su amigo.
Nick estudió la insulsa expresión de Flavius.
—No has venido sólo para hablar de los viejos tiempos. Has hablado
de reuniones. Tienen que ver con los vampiros desaparecidos, ¿verdad?
Flavius inclinó la cabeza.
—Al Protectorado no le ha pasado desapercibido que el número de
desaparecidos ha aumentado considerablemente en el último año. Están
bastante nerviosos, ya que el problema se ha hecho público en el seno de
la comunidad, dados los rumores que circulan acerca de una supuesta
cura contra el vampirismo.
—¿Y se preocupan ahora? Un poco tarde, ¿no crees? —Nick se pasó
los dedos por el pelo, desahogando las zonas donde más se le
arremolinaba. Recorrió la longitud del oscuro despacho—. ¿Por qué no se
preocuparon hace cinco años? ¿O diez? Incluso hace setenta, cuando se
iniciaron los rumores. O cuando les alerté del problema por primera vez.
Eres uno de sus decanos, Flavius. Pero no hicieron nada para proteger a
los suyos cuando empezaron las desapariciones, y siguieron ignorando el
problema por mucho que aumentara con los años —espetó.
—Al principio, pensaban que se trataba de casos aislados. Sabes
como todo el mundo que han pasado cosas así a lo largo de los siglos. Los
nuestros desaparecen por muchas razones. Y tampoco contábamos con
los recursos de hoy en día.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

—¿Aislados? —restalló Nick—. Llevo un tiempo fuera de esta ciudad,


pero nunca han sido casos aislados. Al principio desaparecían uno o dos al
mes. Ahora es ese número a la semana, y puede que más —su sombría
expresión lo decía todo—. Vamos, Flavius, ambos sabemos quién anda
detrás de esto y que hay que pararlo.
Flavius agitó la cabeza.
—No tienes pruebas de que Clive Reeves esté detrás de las
desapariciones.
—¿De verdad crees que me equivoco?
—Siempre el policía testarudo. Debiste quedarte con el Protectorado
en vez de ir por tu cuenta, amigo mío. A estas alturas tendrías una división
a tu cargo.
—No, gracias. Demasiadas reglas —Nick recorrió su atestado y viejo
despacho con la mirada. Si se hubiese quedado en el Protectorado, ahora
estaría en una suite de algún rascacielos del centro, con un elegante
mobiliario y pinturas antiguas decorando las paredes, una cuenta de
gastos ilimitada, secretarias, ayudantes y cualquier información disponible
con un solo guiño de ojo. Por no hablar de unas cuentas personales
saneadas.
En vez de ello, su despacho ocupaba una esquina de un destartalado
edificio, donde el olor del algodón de azúcar y las palomitas no paraban de
colarse por la ventana; había encontrado sus muebles en un mercadillo; el
buzón de voz gestionaba sus llamadas porque no podía permitirse una
secretaria todavía y su cuenta bancaria no paraba de saltar la valla que
separaba los números rojos de los negros, más aficionada a los primeros
que a los segundos. Pero estaba satisfecho, ya que no respondía ante
nadie más que él mismo.
Flavius entrelazó los dedos.
—El Protectorado desea contratarte para que investigues el asunto.
—Ya pasó una vez. Nunca más.
Flavius agitó la cabeza.
—Deseamos contratarte como agente externo —mencionó una cifra
que hizo que la propia cuenta de Nick silbara—. Y estamos dispuestos a
liquidar la hipoteca de este edificio, para que los beneficios sean netos.
A Nick no le sorprendía que estuviesen al tanto de sus problemas
para pagar la hipoteca. El hecho de que ya no trabajase para ellos no
significaba que dejaran de estar al tanto de sus cosas. Sabía que dejar la
organización no implicaba que ella lo dejara a él; algo que nunca le había
dicho a Jazz, aunque hubiese conseguido hablar con ella sin riesgo a
recibir una llamarada mágica.
—No lo creo; lo más probable es que se queden con la escritura. ¿Qué
está pasando, Flavius? Flavius volvió a agitar la cabeza.
—Te prometo que la escritura sería tuya. En cuanto a lo que está
pasando, admitimos que hubo problemas en el pasado…
Nick levantó las manos.
—¿Problemas? Flavius, eres como un padre para mí. Y, en su día, el
Protectorado era como mi familia. Pero no he hablado con ningún agente
suyo, salvo tú, en los últimos ocho años. ¿Por qué recurrir a mí ahora?
Tienes infinidad de agentes más cualificados que yo para atrapar a

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Reeves.
—Lo que pasó, pasado está.
Nick se tomó un momento para recomponer ideas. No quería discutir
con Flavius. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que se
vieron, y prefería invertir el momento recordando viejos tiempos antes
que reabriendo viejas heridas.
—Si quieren contratarme, firmarán mi contrato y me pagarán
diariamente, además de gastos —cuadruplicó su tarifa habitual. El
Protectorado tenía acceso a fondos ilimitados; Nick no.
Hizo una buena caja cuando trabajó para un par de vampiros que
querían encontrar a sus compañeros desaparecidos, pero no tenían mucho
dinero, y aceptó los casos porque le dieron razones más que legítimas de
sus desapariciones. Al contrario de lo esgrimido por el mito popular, no
todos los vampiros eran ricos. Muchos de sus clientes apenas podían
permitirse sus gastos, pero dejar tirado al necesitado no era su estilo.
Ahora pensaba que si iba a investigar el creciente número de
desapariciones, podía cargarlo todo a cuenta del Protectorado.
Flavius estalló en risas.
—No has cambiado en absoluto. ¿Me permites que te diga que eres
tan testarudo como tu bruja?
—No es mi bruja y, créeme, no le gustaría nada que le llamaras eso —
la bola de mego había sido una advertencia clara, y la estaca más aún—.
Si al final voy a hacerlo, exijo completo acceso a los archivos del
Protectorado relacionados con las desapariciones.
—Te proporcionaremos lo que pidas.
Nick meneó la cabeza.
—No. Quiero todo lo que esté en manos del Protectorado. Sé cómo
trabajáis, Flavius. Me daríais lo que consideraseis crucial y no
necesariamente lo que necesitase. Esto lleva décadas pasando, y estoy
seguro de que tenéis registros que cubren todos esos años.
Flavius movió una mano lánguida.
—De acuerdo, yo te daré las contraseñas para acceder a todos
nuestros archivos.
Nick asintió.
—Gracias. Te mandaré un contrato dentro de unas horas. Puedes
firmarlo y devolvérmelo junto con mis honorarios.
Flavius sonrió.
—Es aceptable —se levantó—. ¿Has hablado con Jazz de Clive
Reeves?
Nick se esforzó por ocultar los derroteros de sus pensamientos a ese
respecto.
—Los recuerdos que tiene Jazz de Clive Reeves no son precisamente
de postal —murmuró, poniendo una mueca ante la enorme subestimación
que daba a entender la expresión. No pasó día sin que lamentase aquella
noche en la que no destruyó a esa criatura con aspecto humano, pero sin
ninguna de sus cualidades. Y llamaban monstruos a los de la especie de
Nick. Eso es que nunca habían conocido a Clive Reeves.
—Los tuyos tampoco —le recordó Flavius—. No permitas que ese
prejuicio se interponga en tu investigación, Nico. No podemos interferir en

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

la vida de los mortales sólo porque tengamos una corazonada… y puede


que un rencor.
Nick se volvió para encarar a su sire.
—Entonces dime una cosa. ¿Cómo es que tantos vampiros han
asistido a las fiestas de la mansión de Reeves, y ninguno ha salido de su
propiedad? Y, sabiendo eso, ¿cómo es que nadie ha hecho nunca nada al
respecto?
La sonrisa de Flavius mostró el cansancio de un hombre que también
tenía más preguntas que respuestas.
—Como el Protectorado ha contratado tus servicios, diría que ahora a
ti te corresponde averiguarlo.

—Lo siento, Callie, pero no hago ese tipo de trabajos. No sigo a novios
que supuestamente ponen los cuernos —suspiró Nick, el teléfono pegado
al oído mientras deambulaba por el despacho. Miró el viejo reloj colgado
de la pared. Llegaba tarde a su reunión con Flavius en el Club Insolence,
un garito exclusivo para vampiros adinerados dispuestos a pagar las
escandalosas cuotas de socio por un poco de privacidad. El club no era del
estilo de Nick, pero Flavius disfrutaba con el ambiente elitista que se
respiraba allí. Nick tenía pensado llevarlo a La Cripta, un lugar más
mundano y sucio, la próxima vez que se vieran. Conociendo a Flavius,
sabía que disfrutaría de lo que ambos establecimientos tenían que ofrecer.
—Pero ¡me han dicho que eres el mejor, que puedes hacer lo que
otros no! ¡Por favor! —rogó la mujer—. Necesito saber la verdad sobre
Thomas. Necesito saber que aún me quiere tanto como yo a él.
Nick ahogó un gemido. Tenía ganas de decirle que había una
probabilidad de diez a una a que su novio le estuviese poniendo los
cuernos. La pareja había sido convertida a la vez hacía apenas veinte años
porque querían vivir juntos para siempre. El problema era que los
vampiros hombres solían ser tremendamente promiscuos durante sus dos
primeros siglos de existencia por el mero hecho de que podían y porque el
sexo les gustaba tanto que se convertía en una adicción. De no ser por las
enseñanzas de Flavius, según las cuales era mejor la calidad que la
cantidad, Nick también se habría pasado cada noche con una o más
chicas.
—¿Lo amas de verdad? —le preguntó, sabiendo de antemano cuál
sería la respuesta. Que las Providencias lo guardaran de retoños vampiros
con mal de amores.
—Sí —puede que su corazón ya no latiera, pero sus sollozos se
debían, sin duda, a uno roto—. Juramos que nos amaríamos para siempre.
Por eso nos convertimos a la vez. Pero ahora sale casi todas las noches y
nunca quiere que lo acompañe. Dice que tiene que cazar con otros
hombres. No le creo. Sí que me trae comida a casa, pero ya no pasamos
tanto rato juntos como antes.
Nick se presionó el puente de la nariz con dos dedos y cerró los ojos.
Ojalá no tuviese que lidiar con los caprichos del primer amor. Nunca dura
tanto como se cree.
—Lo siento, Callie, pero de verdad no puedo hacerme cargo de casos

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

así. Te diré lo que puedo hacer. Quiero que hables con una amiga mía. Se
llama Rowena.
—Rowena —repitió—. ¿Ella podrá averiguar si Thomas me pone los
cuernos?
—No, pero puede ayudarte a encontrar tu camino en el mundo de los
vampiros —reprimió a duras penas un sollozo al otro lado de la línea
cuando los hechos cayeron por su propio peso: esa noche se dio cuenta de
que quizá Thomas no volvería nunca. A Nick nunca se le dieron bien las
emociones femeninas. Al menos, Jazz no lloraba cuando estaba sensible
emocionalmente. Ella era más del tipo que lanzan cosas a la cabeza de los
demás—. Tú misma has admitido que has mantenido contactos con otros
vampiros desde vuestra conversión. ¿Qué me dices de tu sire?
—¿Quién?
Nick volvió a ahogar un suspiro.
—El vampiro que te convirtió. Debe encargarse de instruiros sobre las
formas de supervivencia en vuestro nuevo entorno.
—No, simplemente le pagamos a un tipo para que lo hiciese —no
parecía tener la menor idea sobre la existencia de no muerta que le
aguardaba.
Soltó mentalmente más juramentos de los que estaba acostumbrado,
deseando tener a mano algunas de las bolas de fuego de Jazz.
—No debió hacer eso. Su deber es enseñaros cómo existir en nuestro
mundo.
—Thomas tiene amigos vampiros que hacen eso —dijo Callie.
—Dependes demasiado de Thomas para que cuide de ti y se
encargue de las cosas. Si algo le pasara, no lo quieran las Providencias,
serías presa fácil para otros. Tienes que aprender a cuidar de ti misma,
Callie. En nuestro mundo, es esencial cuidar de uno mismo, o acabarás
siendo presa fácil para un vampiro más fuerte que tú, y ahora mismo eres
tan débil como una gata recién nacida —tenía una visión del
constantemente desaparecido Thomas regresando a casa antes del
amanecer con una enorme copa llena de sangre para Callie. ¿Qué mejor
manera de mantenerla bajo su poder monopolizando su fuente de
alimento? Resultaba tentador dar caza a ese cabrón y enseñarle lo que les
pasa a los jóvenes vampiros arrogantes que no siguen las reglas que el
Consejo Vampírico estableció hacía siglos. Pero los vampiros más jóvenes
no veían en el Consejo más que a un puñado de carrozas que no sabían lo
que era vivir en el nuevo milenio. Temía que llegase un momento en el
que estallase una guerra entre las viejas y las nuevas tradiciones, más
progresistas y, a menudo, más autodestructivas.
Cuando colgó, tuvo la sensación de que la joven no llamaría a Rowena
para dar ese primer paso a la independencia, pero ojalá se equivocase. No
quería pensar que la emocionalmente frágil Callie se deprimiera tanto
como para reunirse con el sol, que era la forma vampírica de suicidarse.
Todo por estar enamorada y querer pasar el resto de la eternidad con su
amor.
Gracias a Internet, demasiada gente, muchos de ellos atormentados y
perdidos, podían encontrar vampiros que, por un precio, estuvieran
dispuestos a convertirlos con la promesa de una existencia eterna de

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

riqueza y decadencia.
Lo que esos necios desesperados no sabían era que el precio sólo
cubría la conversión. Luego, se les dejaba a su suerte, y, sin ninguna
formación para comprender sus sentidos aumentados y la sed de sangre,
muchos de ellos se volvían salvajes, mientras que otros no lo soportaban,
y la locura se tornaba en muerte. Cuando Nick formó parte del
Protectorado, su principal tarea había consistido en dar caza a los que
realizaban las conversiones y destruirlos antes de que sus nocivas
prácticas dieran al traste con el equilibrio de la humanidad. Y, como no se
le daba mal pasar desapercibido en la comunidad humana, podía trabajar
al amparo de la ley mortal cuando era necesario. Su responsabilidad en la
muerte de muchos vampiros, a pesar de que la mayoría la merecían, era
la principal razón que le empujó a abandonar la organización que lo había
educado desde sus primeras noches como vampiro. Detestaba la
destrucción de cualquier ser si había forma de evitarla. Rowena, una vieja
amiga, había dado con una especie de solución llevando un refugio para
retoños vampiros que no sabían en qué se habían metido.
Nick tomó nota mental de llamar a Rowena a su vuelta para hablarle
de Callie. Gracias al identificador de llamada, tenía el número telefónico
de la joven vampiresa. Quizá Rowena tuviese éxito donde el propio Nick
había fallado en hacer comprender a la neófita lo que necesitaba, aparte
de esperar constantemente el regreso del errabundo Thomas.
Perdido en la meditación aun a menudo autoimpuesta sobre la suerte
de los vampiros, fue pura coincidencia que en ese momento mirase por la
ventana de su despacho y viese a Jazz paseando por el paseo marítimo.
Aunque pensaba que el destino tenía un retorcido sentido del humor en lo
que a él y Jazz se refería, ese increíble momento de sincronía se llevaba la
palma.
Tomó la salida más rápida del despacho por la ventana, para dar a la
estrecha escalera de incendios de hierro y ascenderla en vez de bajarla.
Las azoteas planas de los edificios le facilitaron la labor de seguirla rumbo
a la galería del paseo y el muelle.
No le sorprendió descubrir que vivía cerca del paseo. La niña que
habitaba en Jazz siempre había sido aficionada a la energía y los vivos
colores de carnavales y ferias. En otro tiempo, pasaron muchas noches
montando en una montaña rusa de madera en Coney Island, visitando
exposiciones y bailando bajo las estrellas. Aquellas noches mágicas tenían
más que ver con Jazz, la mujer, que con Jazz, la bruja. Sonrió. Por aquel
entonces se hacía llamar Jessica Tremaine. Le encantaban las faldas
voluminosas que se arremolinaban con gracilidad desde su diminuta
cintura y solía recogerse el pelo en un elegante moño. Nada que ver con
los vaqueros descoloridos y el jersey abultado que llevaba esa noche, con
su pelo cobrizo sujeto en una coleta suelta.
Pero la magia nunca duró demasiado entre ambos. El trabajo de él se
interpuso en sus vidas y ella entró en cólera cuando se vio obligado a
arrestarla por una u otra infracción, dada su costumbre de ponerse de por
medio. Y así rompieron, entre coloridos gritos y maldiciones. Habían sido
muchas rupturas, pasadas y presentes. Pero siempre encontraban el
camino para volver con el otro. A él le gustaba pensar que quizá las

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Providencias tuviesen algo que ver en ello.


Esa noche, Nick se conformaba con poder seguir el ocioso paseo de
Jazz por los juegos Midway, donde te garantizaban que perdieses el dinero
tan rápidamente como en cualquier mesa de dados de Las Vegas. Notó
que, al paso de ella, los encargados cesaban su típica perorata para atraer
a los transeúntes a una de las casetas para probar suerte con uno de sus
juegos. Lo cierto es que se las arreglaban para no mirarla todos a la vez.
Ella bien podría haber sido una fantasma recorriendo los tableros
desgastados. O alguien que no necesitaba la suerte colando monedas o
encajando anillas por un premio.
—Has ganado sus juegos demasiadas veces, ¿no es así, cariño? —
murmuró.
Jazz se detuvo para comprar un cono de algodón de azúcar y luego se
encaminó hacia el muelle. Mientras disfrutaba de su golosina, de vez en
cuando arrancaba un montón de algodón y lo colaba en el bolso que
llevaba colgado al hombro.
—Portaos bien, vosotros dos —oyó él que advertía al contenido del
bolso—. No quiero que Rex me expulse también del paseo marítimo.
—¿Qué demonios? —murmuró al ver que una oreja peluda asomaba
del bolso. Rió entre dientes y se relajó. Así que aún tenía a Fluff y a Puff,
¿eh?
—¿No te pones hoy las pantuflas devoradoras de hombres, Jazz? —
Nick oyó lo que decía un anciano, bromeando mientras lanzaba el anzuelo
de su caña sobre el pasamano del muelle.
—No, esta vez parece que las lleva a cuestas —murmuró Nick,
recordando su memorable contacto con los dientes de los conejitos. ¡Y la
gente decía que él era un chupasangre!
—No, no las llevo esta noche, Harvey —guiñó ella.
El hombre miró el bolso, que parecía gozar de vida propia.
—Oh, ya veo. Bueno, incluso las pantuflas de conejo necesitan aire
fresco —rió sonoramente—. Prometo no delatarte a la policía del paseo.
—Gracias —Jazz miró las olas que rompían en el muelle—. ¿Hay
suerte?
—Nada. Creo que hoy las olas están demasiado encrespadas y los
peces se han quedado más abajo —se asomó un poco—. ¿Te importaría
echarle algo de tu abracadabra a mi caña? —meneó sus densas cejas en
dirección de Jazz.
—Eres un hombre muy malo, Harvey —lo riñó—. La pesca es más
cosa de habilidad que de magia —y siguió caminando después de
estrecharle con un brazo. Una cháchara confusa surgió del bolso hasta que
ella hizo callar a sus protagonistas.
Nick se sentó con las piernas cruzadas en la azotea durante las
siguientes dos horas. Observó a Jazz montar en el tiovivo, la montaña rusa
y la noria mientras mordisqueaba pasteles de mantequilla, antes de
deshacer el camino por el paseo. Para entonces, hasta el más testarudo
de los pescadores había vuelto a casa.
Nick vio que la bruja vestía la soledad como quien lleva una capa.
Sabía que tenía hermanas brujas. Incluso había conocido a algunas de
ellas a lo largo de los siglos. Pero siempre había tenido la impresión de

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

que ellas necesitaban más a Jazz que al revés, que ella era la
independiente del grupo. Pero también sabía que si cualquiera de ellas la
necesitaba, acudiría en un abrir y cerrar de ojos. Su atractiva bruja era
muy leal.
Sólo hubiese deseado que parte de esa lealtad le tocase a él. Sus
habilidades y conocimientos eran precisamente lo que necesitaba para
desentrañar la verdad de la mansión de Clive Reeves Jr. Si conseguía
mantenerse alejado de sus bolas de fuego, contaba con convencerla para
que lo ayudara.
Cuando Jazz abandonó el muelle en dirección al aparcamiento del
paseo marítimo, Nick volvió corriendo por las azoteas hasta su edificio.
Permaneció en el borde de la azotea, contemplando su agraciada forma
de andar. Cuando salió de la galería, dos pares de orejas peludas
surgieron del bolso y otearon el entorno como periscopios de peluche.
—Sacas a pasear a esas malvadas pantuflas y nunca lo haces
conmigo —el lamento de Irma pudo oírse desde el Thunderbird aparcado
en un extremo del paseo, convenientemente alejado de las farolas.
Nick rió entre dientes.
—Siempre es agradable escuchar que otros también te dan
problemas —susurró al aire, consciente de que no había forma de que ella
le oyera.
Al llegar al extremo del paseo, Jazz alzó una mano con el dedo
corazón levantado. Siguió caminando sin mirar atrás.
La risa entre dientes de Nick creció hasta convertirse en una
carcajada en toda regla.
—No, te jodes tú, cariño. Y te ayudaré tan pronto como pueda.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Capítulo 5

—Lo tengo que hacer por mi propio bien.


Krebs alzó la cabeza ante el anuncio de Jazz y soltó un silbido
apreciando lo que veía.
—Señorita, esa ropa te queda de miedo. ¿A qué estrella del rock
llevarás por ahí esta noche?
Jazz frunció el labio superior en una mueca poco femenina mientras
se ajustaba el corpiño de cuero negro diseñado especialmente para
mostrar sus «encantos». Unos pantalones de cuero a juego muy ajustados
y unos peligrosos tacones de afilado tacón de diez centímetros
completaban el atractivo conjunto. Se había dejado el pelo suelto en una
cascada de rizos cobrizos, maquillado los ojos de negro humo y los labios
de brillante rojo. Vestía también una gabardina de cuero que le llegaba
hasta las rodillas.
—Ojalá. Hasta el roquero más asqueroso sería mejor que lo que me
toca esta noche. Pero la paga es demasiado buena como para decir que
no —le lanzó un beso al aire—. No me esperes despierto, cariño.
A pesar de ser compañeros de piso sin pretensiones, Jazz y Krebs se
aseguraban de que el otro supiese cuándo salían. A ella le enternecía su
insistencia en protegerla aunque pudiese reducir a cualquiera con el mero
poder de una palabra. Bueno, a cualquiera menos al Alto Consejo Arcano.
Ellos lo sabían y lo veían todo, por mucho que ella se esforzase en volar
por debajo de su avispado radar.
Cogió una botella de agua de la nevera de camino a la puerta trasera
y paró en seco en cuanto dio el primer paso fuera. Sabía que los conjuros
de protección de la casa y el resto de la propiedad estaban al día, por lo
que nada peligroso debería haberlos atravesado. Lo cierto es que nada
sobrenatural, maligno o no, debería haber podido penetrarlos. Pero algo sí
lo había hecho. Un eco de trueno resonó en el cielo. Tenía que aplicarse
para que su temperamento no tomase tanto el control, o acabaría
acumulando décadas de castigo añadido en vez de meses. La Madre
Naturaleza solía ser una buena amiga de los miembros del Alto Consejo
Arcano.
—Puedes mostrarte —dijo al aire—. Voy a pasar la noche fuera y no
me apetece que haya por aquí nadie esperando a que vuelva a casa. Eso,
o te fulmino ahora mismo; no me apetecen visitas inesperadas.
Una sombra se desligó del garaje y se puso a un lado.
Jazz soltó un hondo suspiro cuando Nikolai avanzó hacia ella con la
sensual gracia innata de los vampiros. Era lo último que necesitaba esa
noche. Aun así, era todo un placer contemplar a ese hombre, maldita
fuera su estampa.
—Fuera. O, si necesitas oírlo en tu lengua natal… —dijo unas palabras
en ruso.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Él dio un respingo.
—Tu pronunciación es atroz —sus ojos se enterraron en los de ella, no
del modo en que lo hacen los vampiros para seducir a su presa, sino con el
brillo de un hombre que la conocía íntimamente.
Ciertos timbres en la voz de un hombre siempre conseguían encender
los motores de Jazz. Esa criatura masculina (una distinción que necesitaba
recordar) los tenía todos en uno. Le molestaba sobremanera seguir siendo
vulnerable al poder que rezumaba el vampiro.
—No tengo tiempo que perder contigo, Nikolai —dijo ella.
Si la voz de Nikolai acariciaba la periferia de su mundo, el amago de
sonrisa lo hendía directamente.
—Hay cosas que nunca olvidas, y tu preciosa cara retorcida de
frustrada ira es una de ellas.
Jazz debería sentirse furiosa con él, pero no era furia precisamente lo
que recorría sus venas en ese momento.
¿Por qué tenía que afectarla tanto él justamente?
En un abrir y cerrar de ojos, volvió a ganar el control de su ser.
Suspiró profundamente para mantener las riendas, porque en lo profundo
notaba que un leve calambre seguía vivo. Algo sospechosamente parecido
a lágrimas que amenazaban con salir a flote. Él estaba suscitando
recuerdos que ella se negaba a recuperar.
—¿Cómo conseguiste burlar mis conjuros de protección? —unas
diminutas chispas de luz aparecieron sobre su cabeza. Había trabajado
muy duro en esos conjuros, ¡maldita sea! Cualquier depredador que
entrase en sus límites era fuertemente animado a largarse o corría el
riesgo de convertirse en un sapo. Los vampiros eran depredadores de
primer orden. No debería haber conseguido pasar las protecciones.
Cuando volviese a casa, tenía pensado aumentar diez veces la protección
con unas consecuencias incluso peores que las originales.
Rechazó la idea de que sus conjuros quizá lo hubiesen identificado
como un depredador bienvenido; de la misma manera que él ignoró la
pertinente pregunta que ella le había formulado.
—Entonces, hablemos —dijo lenta y cuidadosamente, su acento
eslavo aún impregnado en las palabras—. ¿Acaso es tan difícil? Antes
podíamos pasar noches enteras hablando.
Sí, era difícil. Con él era difícil dejar las cosas sólo en palabras. Pero
ella no iba a admitirlo delante de Nikolai. Jazz siempre podía controlar su
pronto, salvo en lo que respectaba al vampiro. Sus hormonas siempre
parecían dispuestas a interponerse, y, antes de darse cuenta, corría el
riesgo de acabar besándolo, él a ella, ambos con la ropa quitada y
bailando un tango horizontal. Oh, vaya, ya podía sentir su sangre
calentarse con la mera idea.
«Nueva vida, bien. Antigua vida, o sea, Nikolai, mal, muy mal.»
—Como decía, estoy a punto de marcharme.
La mirada del vampiro recorrió su insinuante conjunto.
—¿Es esto lo que te pones ahora para eliminar maldiciones? ¿O es el
uniforme de chofer de Todas las Criaturas? En ese caso, puede que deba
solicitar tus servicios —sonrió.
A Jazz no le sorprendía que estuviese al corriente de su trabajo. Poli o

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

amante, Nikolai siempre había sido bueno en su oficio.


—¿Qué insinúas, Nikolai? ¿Que acabas de darte cuenta del error de
tus formas? ¿Que no puedes vivir sin mí? Oh, espera, es verdad. Ya estás
muerto —alzó el dedo índice para enfatizar el argumento.
Él ladeó la cabeza, contemplándola como si fuese algo inescrutable.
—¿De verdad consigues que la gente se ría con tu idea del sentido del
humor?
—Más veces que menos. Pero suficiente para mí. Dime qué has
estado haciendo, ¿a quién has estado metiendo en la cárcel cuando no me
has tenido a mano? —«¿A cuántas brujas más has seducido a lo largo de
los siglos?» Odiaba que los celos asomaran en su fea cabeza.
—Tienes unas habilidades que necesito —dijo él en voz baja que
encendía sus terminaciones nerviosas.
Un destello de recuerdo azotó su mente como un tren de mercancías.
Una habitación iluminada por una vela; sábanas de seda y mullidas
almohadas, la sensación de su piel desnuda contra la de ella, y la increíble
potencia de su cuerpo mientras copulaban con la ferocidad de criaturas
cuya supervivencia hubiese dependido de ello. Intentó deshacerse de la
agitación suscitada por los recuerdos antes de que él se diese cuenta,
pero no fue lo bastante rápida. ¡Maldito fuese por invocar el pasado con
doble intención! Al menos, no dio muestras de darse por enterado, o ella
no habría dudado en volver a materializar una estaca en la mano. Odiaba
que le recordasen los fracasos del pasado. Nikolai había sido el mayor.
—Necesito tu ayuda, Jazz —insistió, totalmente serio.
Su corazón casi adoptó la escasa intensidad de sus palabras:
—¿Necesitas eliminar una maldición? —demonios, sí que acudía a ella
por trabajo. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida como para creer que
volvía por ella?—. Creía que los tuyos eran inmunes a esas cosas.
—Nuestra existencia es una maldición en sí —dijo tranquilamente.
Jazz dio un paso atrás.
—Eh, mira, tú, más que nadie, sabes que mi estilo no es el de Buffy.
Tendrás que recurrir a otra persona si buscas ese tipo de eliminador de
maldiciones.
Nikolai sonrió y meneó la cabeza.
—Mi forma de humor.
—En ese caso, tienes que trabajar más en él —se metió los dedos
gordos en sendos bolsillos del pantalón.
Él inclinó la cabeza.
—Entonces, pásate por mi despacho cuando termines de trabajar esta
noche.
—¿Tienes despacho? —saltó. Sabía que los vampiros poseían
negocios, pero Nikolai siempre había sido de los que preferían trabajar al
aire libre. Decía odiar tener paredes a su alrededor, y el Protectorado
estaba más que contento con darle rienda suelta en su trabajo. Cierto, era
del ocaso al amanecer, pero prefería dar caza a vampiros proscritos que
pasarse el tiempo detrás de un escritorio lidiando con el papeleo. También
se las arreglaba para insinuarse a la autoridad, cosa que siempre había
supuesto una molesta arruga para el estilo de vida de ella.
Él prosiguió, ignorando su arrebato.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

—Sí, cerca del paseo. Es un edificio de dos plantas, justo antes de los
Midway. En el número 2.200. No tiene pérdida. Tiene un cartel que pone
«Investigaciones Gregory». ¿Podrías estar allí a la una de la mañana?
—No tenemos nada que decirnos.
—Tenemos mucho, si accedes a ello.
—Por los vampiros desaparecidos.
Él asintió.
—Sigo sin ver por qué crees que puedo ayudarte.
—Sólo porque esta vez los vampiros sean las víctimas, no quiere decir
que no pueda pasarles a otros no humanos, o incluso a éstos también —le
dijo—. Todos tenemos algún tipo de poder. ¿Quién dice que lo que les ha
pasado a los míos no les acabe sucediendo a las brujas, a los de Dweezil o
a cualquier otra criatura que haya por ahí? A veces hay que ir por delante
de los acontecimientos, Jazz.
Ella sabía que tenía razón.
Suspiró.
—Está bien, ven aquí mañana a las siete —si iban a hablar, quería
hacerlo en su territorio.
Nick iba a dar un paso adelante, pero una mirada de ella bastó para
que se quedara donde estaba. Sabía que no debía resultarle demasiado
fácil. Los vampiros eran unos bastardos arrogantes, pero no pensaba dejar
que invadiera su espacio.
—¿Vamos a alguna parte, o no? —se quejó una aguda voz desde el
garaje.
Nikolai giró primero la cabeza y después el resto del cuerpo hacia allí.
Sonrió y dijo:
—Hola, Irma.
—¡Nicky, cariño! —trinó—. ¿Sigue poniéndote la zancadilla? Es por la
falta de sexo en su vida. Crispa el cuerpo que es un horror. Lo que yo te
diga. Después de todos estos años, yo misma estoy tan atascada que me
lanzaría a un maratón de buen sexo para dejar los conductos libres. Pero
nada de Harold, después de lo que hizo conmigo. Una cosa no quita la
otra. Jazz, cariño, abre la puerta para que pueda ver a Nicky.
Jazz cerró los ojos.
—No necesitaba imaginar a doña «Boba callada por sabia tomada»
practicando sexo sin parar —murmuró.
Nick sonrió ante lo anacrónico de la expresión empleada por Jazz para
alabar la discreción en las personas.
—Deja que te advierta de una cosa, Nick. La próxima vez que intentes
entrar en esta propiedad sin invitación, las protecciones te repelerán de
tal forma que te arrepentirás.
Supo que se había metido en problemas en cuanto las palabras
abandonaron sus labios. En un abrir y cerrar de ojos, Nick estaba justo
delante de ella. Estaba tan cerca que pudo sentir su poder recorrer todo
su cuerpo, como una sábana caliente. Hubiese sido tremendamente fácil
repelerlo cinco metros con su magia. En lugar de ello, inspiró el olor a
tierra que desprendía su piel y contempló los ojos que juraría que
pertenecieron a otros siglos atrás.
—No hagas esto, Nick —susurró.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

—Somos como dos imanes, Griet —susurró en respuesta, empleando


el nombre al que ella había renunciado hacía siglos—. Cuando pones dos
polos similares juntos, se repelen, pero cuando le das la vuelta a uno de
ellos, acaban unidos el uno al otro —las palabras se colaron entre los
labios de Jazz, justo antes de que él los reclamara con los suyos.
El oscuro sabor ahumado de Nikolai Gregorivich era incomparable.
Tuvo que agarrarse a su cintura para no caer de rodillas y derribarlo con
ella. Sabía que, si eso pasaba, ya no habría marcha atrás. Tal como
estaba, meditó seriamente en arrancarle la camisa y echar mano a esos
molestos vaqueros.
El corpiño de cuero, cuya puesta le había llevado sus buenos treinta
minutos, acabó descartado en apenas segundos. El frío tacto de sus dedos
sobre la cuesta inferior de sus senos envió ondas de choque por todo su
sistema nervioso. ¿Quién necesitaba magia cuando Nick estaba cerca?
—He echado de menos la sensación de tu piel —murmuró,
recorriendo el dibujo de su mandíbula con los labios hasta la garganta—,
su sabor —su boca se posó cerca de la oreja.
Jazz tragó. Sabía que no había forma de combatir las sensaciones que
se abrían paso a través de ella. No era un deseo consciente. Simplemente
no había forma de domar sus hormonas.
—Si veo un solo destello de colmillo, te carbonizo —logró gemir—.
Literalmente.
Notó una sonrisa contra su piel.
—Jamás mancillaría tal perfección. No, cuando puedo saborearte de
otras maneras —su boca volvió sobre la de ella y la cubrió, la lengua
acariciando su piel.
Las imágenes se sucedieron tras los párpados de Jazz. El cuerpo de
Nick empezó a imitar con su cuerpo lo que la lengua hacía con su boca.
Qué capacidad de hacer vibrar su cuerpo. Puede que ella naciese con
magia en la sangre, pero la de Nick era puramente carnal y se antojaba un
pozo de deleite.
Jazz inhaló bruscamente cuando él sostuvo su pezón entre dos dedos.
—Es una pena cubrir una piel tan preciosa —él le besó en la comisura
del ojo—. Sólo la luna debería poder vestir tu cuerpo. Olvida lo que tengas
que hacer esta noche y ven a mi apartamento —su boca volvió a sus
labios.
Jazz se permitió un bocado contagioso más. La tentación se afianzaba
ante ella en un conjunto de 1,88 metros.
—La noche volverá a ser nuestra —dijo, antes de pronunciar palabras
tan carnales que hicieron que su cuerpo palpitara con una excitación que
amenazaba con doblegar sus sentidos.
«Y luego, volverá a amanecer», interrumpió la molesta gárgola que
tenía en el cerebro. Jazz apretó los dientes y empujó tanto a Nick como a
la gárgola. Los extremos de su corpiño pendían, abiertos, el frío aire de la
noche arremolinándose alrededor de sus pezones.
—Quiero que te vayas —dijo ella lentamente, por mucho que le
apeteciese arrastrarlo a la cama del piso de arriba.
Los ojos de Nick estaban nublados con el mismo fervor que
hipnotizaban los suyos.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

—Jazz —su voz prometía que su cuerpo estaba listo para entregarle
su carga de excitación.
Ella agitó la cabeza.
—Si nos acostamos ahora, decidirás que me has doblegado y que
estaré abierta a escuchar lo que sea que quieras decirme —dijo,
tanteando los botones con los dedos, maldiciendo y dándose un golpecito
en el pecho. Atinó a abrocharlos con una facilidad que no había
encontrado la primera vez que se puso la prenda.
—No intentaba seducirte para…
—Lo sé —interrumpió, decidida a no mirarle a los ojos mientras un
amargor ascendía por su garganta—. Como ya he dicho, vuelve mañana a
las siete. Te prometo que te escucharé entonces.
—¿Nada de bolas de fuego? —dijo, mirando las manos de ella.
Jazz no quería sonreír, pero no pudo evitarlo.
—Sólo si me cabreas de verdad.
—¿Vamos a alguna parte o nos pasaremos aquí toda la noche? —la
voz lastimera de Irma acabó con la poca magia que quedaba entre Jazz y
Nick—. Claro que, si estáis haciendo algo, puedo esperar.
Jazz suspiró.
—Es una pena que las bolas de fuego no sirvan con ella.
—Estaré aquí a las siete —en cuanto las palabras salieron de la boca
de Nick, el vampiro desapareció delante de sus propios ojos.
Tuvo que tomar agua y respirar hondo varias veces para calmar sus
ardientes hormonas antes de activar la puerta del garaje. Se deslizó
silenciosamente hacia un lado y las luces interiores se encendieron.
Irma se giró sobre el asiento del coche y miró a Jazz.
—No entiendo por qué vosotros dos no os besáis y hacéis cosas —dijo
mientras Jazz se subía al vehículo.
Jazz no pensaba decirle que, hacía menos de dos minutos, ella y Nick
habían cubierto más que de sobra la parte de los besos.
—Hay cosas que no sabes, Irma —dijo cansadamente—. Déjalo estar,
por favor.
La fantasma pareció desconcertada ante la blanda réplica de Jazz.
Sonrió y extendió una mano para darle unas palmadas en el hombro.
—Es un hombre, cielo. A veces hay que entender sus rarezas. Yo
debería saberlo mejor que nadie después de que mi Harold rompiera
nuestros votos del matrimonio.
Jazz soltó una risa seca.
—Salvo que tú no le perdonaste, ¿verdad? En vez de ello, ajustaste
cuentas suicidándote en su recién estrenado Thunderbird, maldiciendo tu
espíritu para quedarte en ese maldito asiento del copiloto por toda la
eternidad y, de paso, cargándome a mí con tu presencia —señaló.
—Oh, cielo, Nicky no es como Harold, que Dios confunda su
traicionera alma. Él se preocupa verdaderamente por ti. Si tuviese cinco
años menos te enseñaría lo que hace falta para conservar a un hombre.
Jazz agitó la cabeza. Gracias a Irma, sentía que volvía a su equilibrio.
—¿Sabes qué, Irma? Como adoras tanto a Nick, ¿por qué no vas a
encantar su coche? Haríais una pareja perfecta. ¡Los dos estáis muertos!
Irma entrecerró los ojos, alzó una mano y encendió un cigarrillo bien

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

equilibrado entre sus dedos.


—Ésta es exactamente la razón por la que no eres capaz de conservar
a ningún novio.

Conducir la lustrosa limusina negra por la estrecha y sinuosa


carretera de dos carriles por todo el cañón sin una sola farola no era tarea
fácil, pero no era nada que Jazz no hubiera hecho antes. Si bien le gustaba
la vibrante población de Sierra Madre, que yacía anidada a los pies de las
colinas, no le agradaba tanto esa parte del viaje ni el destino. El único
aspecto positivo de tener que concentrarse en el irregular trazado de la
carretera era que no tenía que pensar en Nikolai Gregorivich; corrección,
Nick Gregory.
A ambos lados de la carretera había pequeñas casas apalancadas
contra las montañas, ricas en ventanas de cristales de colores en
consonancia con tonos brillantes y plantas domésticas colgando de vigas
instaladas sobre las entradas. Si bien muchos de los residentes locales
eran conocidos por burlarse del sistema, allá por la década de los sesenta,
las rústicas fachadas de sus casas ocultaban ahora las caras obras
artísticas y el mobiliario de diseño del interior. Y parecía que cada camino
privado se empeñaba en culminar con un Mercedes, un BMW o un
Porsche. Siguió conduciendo hasta alcanzar el final de la carretera. Aparcó
frente a una serie de peldaños de piedra que conducían a una casa
redonda semienterrada, que el propio Bilbo Bolsón hubiese envidiado para
sí. Salió del coche y lo rodeó para llegar hasta una de las puertas traseras.
Un ascenso por esos peldaños de piedra había inmunizado a Jazz de volver
a subirlos nunca más. Por decirlo llanamente, eran peligrosos para
cualquiera que no tuviese cascos en las patas o algo parecido a lo que
puedan tener las cabras montesas, aunque puede que las ventosas
también sirvieran, ya que se pegan muy bien a la piedra. Unos tacones
altos de estilete, por mucho que fuesen del agrado del cliente, eran
claramente incompatibles con las escaleras de Sombra fétida, a menos
que quisiera caerse de culo a la primera de cambio.
Tampoco tuvo que hacer sonar el claxon o esperar por mucho tiempo.
Este cliente en particular parecía saber siempre exactamente cuándo
llegaba.
Mientras aguardaba, volvió a sentir el poder de la luna creciente. Se
alegraba de poder ir pronto a Moonstone Lake. Necesitaba pasar algún
tiempo con sus hermanas brujas y centrarse un poco. Sentía que algunos
aspectos de su mundo estaban al borde del caos, y temía que necesitaría
más fuerza que nunca para lidiar con ello.
Volvió a la realidad y reparó en las luces ultramundanas que se
escapaban por las ventanas con forma de media luna de la casa.
—¿Por qué tendré la sensación de que la tierra que se ha usado para
construir esa casi no es de los viejos Estados Unidos de América? —
murmuró para sí.
Una parte de la base de la colina rodó hacia arriba como la puerta de
un garaje y su cliente avanzó hacia ella sobre unas patas largas y
delgadas que parecían permitirle deslizarse más que caminar. La colina

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

volvió a cerrarse a su paso con el mismo leve zumbido mágico.


Jazz se mantuvo impasible. Lo último que quería que Tyge Sombra
fétida supiera era cuánto lo detestaba. Estaba convencida de que el otro
disfrutaría con su asco más que con cualquier forma de miedo que pudiese
mostrar. Siempre que tenía que pasar tiempo con esa criatura, sentía el
oscuro poder de una antigua y peligrosa magia rezumar de su piel del
mismo modo que una sustancia gelatinosa rezumaba de sus poros. Pero
no alcanzaba a identificar el origen de esa magia. Era algo más parecido a
un olor impuro que la seguridad que le confería su propia magia. Estaba
convencida de que Tyge Sombra fétida era mucho más de lo que
aparentaba a simple vista. No lo soportaba, pero tampoco querría tenerlo
a malas. No tenía duda alguna de que sería un formidable adversario si así
lo decidía. Estaba claro que la criatura tenía un lado excepcionalmente
siniestro, razón por la cual Jazz se aseguraba de guardar para sí su
desprecio hacia ella.
—Puntual, como siempre, mi preciosa Jazz —la voz de Tyge Sombra
fétida era más un eco en su cabeza que un sonido proveniente del
diminuto agujero oscuro que era su boca.
Incluso sin farolas, Jazz podía verlo claramente, como si su piel
refulgiera desde el interior.
Lo describió en su fuero interno como una criatura de apenas metro y
medio, parecida a Jabba el Hutt, pero con patas. El inmenso cuerpo de
Tyge, con forma de lágrima, estaba cubierto de una piel rezumante
verdosa que se asemejaba a un alga de un millón de años de edad.
Mientras avanzaba hacia ella, de su parte trasera surgían estallidos
multicolores de gas nocivo. Maldijo mentalmente a Dweezil por impedirle
que llevara una máscara antigás mientras tratase con su mejor cliente. Si
bien el gas era peligroso para algunos, y letal para muchos, la gente como
Jazz sólo acababa con una leve náusea y dolor de cabeza. Para lamento
suyo, Tyge le había cogido afecto desde la primera vez que trabajó para
él. Desde aquella noche, siempre que salía, solicitaba sus servicios como
chofer. Y, cada vez que Jazz rechazaba la oferta, Dweezil le ofrecía más
dinero. Si alguna vez lograra refrenar su codicia, le sería más fácil decir
que no.
Tyge había intentado convencerla para que dejase a Dweezil y
trabajase como su chofer a tiempo completo. Puede que el dinero hubiese
sido tentador, pero trabajar para una criatura hedionda no. Tratar con él
un par de veces al mes era el límite al que estaba dispuesta a llegar.
—Tienes un aspecto increíble esta noche, Jazz —dijo Tyge, su voz
resonando en su pecho, mientras extendía sus cortos brazos regordetes
culminados en tres dedos largos y delgados, como si quisiese abrazarla.
Jazz esquivó su maniobra limitándose a abrirle la puerta. De ninguna
manera iba a permitir que esos dedos acabados en ventosa fuesen a
tocarle la piel.
Se deslizó y se detuvo frente a la puerta. Sus ojos, del color de la
antracita, la recorrieron de arriba abajo con una minuciosidad que Jazz
temió que pudiera ver a través de su ropa. Se esforzó por mantener las
náuseas bajo control cuando su negra lengua con toques púrpura apareció
para humedecer unos labios inexistentes. Un cálido gas venenoso surgió

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

de su trasero, dejando un olor capaz de acabar con toda vida vegetal que
tuviese la mala suerte de encontrarse dentro de un radio de treinta
metros. Le llevó un rato a Jazz caer en la cuenta de que el tono rosa
indicaba que la criatura estaba levemente excitada. Se alegraba de que
nunca hubiese ido más allá de un rojo pálido. Si alguna vez llegara a ver
un rubí oscuro, desintegraría a ese maldito bastardo sin contemplaciones.
Mantuvo la mirada decididamente plantada sobre su horrible cara. Se
alegraba mucho de no haber tomado nada antes de recogerlo. Estar cerca
de él bastaba para echar la cena.
Los milagros de los que era capaz el todopoderoso dólar.
—Según su itinerario desea ir al Klub Konfuzion —dijo ella,
manteniendo sus rasgos impasibles. Sí, no había duda de que iba a sentir
arcadas si no entraba enseguida en el coche.
—Es correcto. Espero que puedas llevarme también a una fiesta
privada que se celebra en la mansión de Clive Reeves dentro de diez días
—su rostro mutó en una sonrisa. O algo parecido.
Jazz hizo todo lo que pudo para no sobresaltarse. Clive Reeves…
Después de todos esos años, se lo encontraba dos veces en un mismo día;
y eso que el suyo era un nombre que hubiese preferido no volver a
escuchar. Parecía que iba tras ella, maldita fuese su sombra.
Aún tenía pesadillas de aquella infernal noche de 1932. Entonces,
había cruzado una línea que, por fuerza, debía haber acabado con su vida.
Sólo la misericordia del Alto Consejo había salvado su cuerpo, si bien el
alma no se acababa de recuperar del todo.
Sintió la tentación de darle a Tyge un inequívoco «no», pero se lo
pensó dos veces.
Había formas menos directas, mucho más inteligentes, de tratar
asuntos con los mejores clientes de Dweezil, y por una vez usaría su
cabeza, haría una pausa, pensaría y no se limitaría a reaccionar
visceralmente. Sabía que a su jefe le entrarían los siete males si
rechazaba de plano la solicitud de Tyge, pero le daba igual. Por mucho que
el que viviese allí fuese el hijo, y no el padre, maldita fuese su alma en el
Inframundo, no pensaba cruzar los límites de esa propiedad ni por todo el
oro del mundo. Que lo llevase Dweezil. Que fuese él quien volviese a casa
envuelto en un manto de toxicidad, para variar.
—Tendrá que tratar ese tema con Dweezil —le dijo en cambio. Tyge
encajaba las negativas igual de mal que D. Jazz era una bruja con un
fuerte instinto de supervivencia, y no estaba del todo segura de qué
poderes controlaba exactamente el maestro Sombra fétida. Por lo que
sabía, ese gas podía convertirse en algo verdaderamente peligroso si se le
irritaba; como si ya no fuese lo bastante asqueroso. Pero, pasase lo que
pasase, la mansión de Clive Reeves era el último sitio que pisaría.
Tyge inclinó la cabeza.
—Por supuesto. Hablaré con él por la mañana.
Estaba convencida de que lo haría. Menos mal que escogió ese
momento para entrar en el coche. Ella cerró la puerta con firmeza cuando
estuvo dentro. Una vez al volante, activó el sistema especial de filtrado de
aire que extraía la letal sustancia rosa de Tyge a la atmósfera sin perjuicio
para el conductor o el peligro de convertirlo en una forma peor de

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

contaminación. Menos mal que implicaba que el panel de privacidad


siempre tenía que estar levantado. La idea de cualquier forma de contacto
físico con esa criatura legamosa y pestilente le revolvía el estómago.
Incluso con el panel subido, podía oír los aullantes tonos agudos de la
música favorita de Tyge y el mudo ascenso y descenso de su voz mientras
hablaba por su móvil.
—No imagino cómo podrá tener un solo amigo —se dijo, girando por
la estrecha carretera para coger la autopista.
El tráfico estaba cargado en dirección al distrito de los almacenes de
San Pedro, cerca de los muelles.
De día, había vida en el embarcadero, con estibadores cargando y
descargando los barcos que se alineaban en el puerto y llenaban los
almacenes circundantes con sus bienes. Los edificios que permanecían
vacíos y a oscuras durante esas horas cobraban otra forma de vida al
anochecer. Eran la sede de clubs underground que satisfacían a una
exclusiva clientela que prefería el lado más extremo de la vida. Jazz sabía
que los vampiros no eran los únicos seres que salían por la noche. Pero no
había humano con deseo de seguir viviendo después de esa noche que se
atreviese a entrar en lugares así.
Se resistió el impulso de imprecar a las criaturas que permanecían
inmóviles a la entrada del club mientras salía del coche. La fuerte mezcla
de pescado muerto, salitre y combustible diesel le quemaban los ojos y la
nariz. Pero sabía que preferiría esos olores a lo que había en el club
cualquier noche de la semana. Su abrigo se contoneó alrededor de su
cuerpo mientras se dirigía a la parte posterior del coche para abrir la
puerta. Tyge se deslizó fuera y se cimbreó en su peculiar forma de
resbalar tan cerca de ella que tuvo que contener el aliento para paliar el
persistente olor sobre su piel.
Los ojos de Tyge relucieron con un oscuro destello cuando la
contempló bajo las luces rojas y amarillas que iluminaban el edificio. Era la
única decoración del club. Jazz sabía que los símbolos que rodeaban la
densa puerta eran una combinación del nombre del establecimiento y un
conjuro de protección para que ningún humano despistado acabase donde
no debía.
—Quizá te apetecería pasar dentro. Puedo asegurarte que se te
trataría como mi invitada más distinguida —su lengua, del color de una
berenjena fresca, volvió a hacer acto de aparición.
¿Acababa de cazar una mosca o es que quería probar el sabor de su
piel? Cualquiera de las perspectivas le resultaba igual de repulsiva.
—Lo siento, pero no puedo —no, no lo sentía en absoluto, pero, eh,
sabía mentir como la más pintada. Se negaba a pasar un segundo más
con Tyge si no tenía por qué hacerlo—. Dweezil tiene una estricta norma
de no confraternizar con los clientes.
Tal regla no existía, y ella lo sabía. Dweezil creía en hacer todo lo que
fuese necesario para hacer felices a los clientes, y al infierno con las
sensibilidades de sus empleados. A algunos conductores no les importaba
el precio por mantener contentos a sus clientes y llevarse su parte en
propinas. Pero Jazz era condenadamente más selectiva.
Tyge sonrió, como si supiera que le estaba mintiendo, pero estaba

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

dispuesto a perdonar esa transgresión. Por ahora.


—Si tan sólo te tomases el tiempo para conocerme de verdad. Sé que
de ambos surgiría una bellísima descendencia, mi querida Jazz. Podría
darte acceso a riquezas que sólo puedes imaginar. Tengo mucho que
ofrecer a una belleza como tú.
Jazz sintió que la sonrisa se le resquebrajaba en la boca y a
continuación perdió el control tan duramente conseguido.
—Creo que antes comería pescado podrido —replicó, viendo cómo el
asco ganaba la batalla al miedo de faltarle al respeto.
Los ojos de Tyge se iluminaron merced a sus palabras y un gas rojo
brillante se encaramó literalmente por su trasero, haciendo que el olor a
pescado muerto de los muelles pareciese perfume francés.
—No conoces a los de mi especie tanto como crees, mi atractiva Jazz.
Acabas de mencionar nuestro afrodisíaco más potente —se deslizó hasta
la entrada donde un corpulento ogro situado frente a la puerta le hizo un
gesto con la cabeza y le permitió pasar mientras los que aguardaban en la
cola mostraron su descontento con gruñidos y protestas. Bastó una mirada
del ogro para callarlos.
Con un incipiente dolor de cabeza, Jazz llevó la limusina al
aparcamiento de la parte posterior y encajó el vehículo de forma que el
morro diera al exterior. Pensó para sí que la música que regurgitaba del
club era una mezcla de punk eléctrico que hacía sangrar los oídos y un
toque de New Age para darle más respetabilidad. Sacó un reproductor de
DVD portátil de su funda e introdujo una de sus películas favoritas. Se
acomodó sobre el mullido sillón de cuero y se puso los auriculares. Sabía
que tendría más espacio si se ponía detrás, pero no tenía ninguna
intención de someterse a ese castigo. Fuese como fuese, para ella la
noche acabaría en una ducha caliente que ella llamaba descontaminación
extrema, y su ropa en una bolsa de residuos tóxicos que guardaba para
ocasiones como ésa.
—Debí haber traído palomitas —suspiró.
La película no atrajo su atención durante demasiado tiempo, ya que
Nick seguía acaparando sus pensamientos. Por un momento, deseó que
Irma estuviese con ella para que la distrajese de tantos pensamientos
sueltos. Se apresuró a reconsiderar la idea. Su presencia significaría humo
de tabaco, quejarse de Tyge y sus olores y una constante cháchara de lo
que haría en la cama con Nick… Ni hablar. Podía vivir con sus inoportunas
reflexiones unas horas más.
De hecho, había alcanzado la marca de seis meses desde la última
vez que pensó en Nick. Todo un hito para ella. ¿Era mucho pedir que
pasaran unas cuantas décadas más antes de volver a toparse con él?
Podía eliminar maldiciones con un chasquido de sus dedos, pero no había
conjuro que le quitase al vampiro de la cabeza y, si tenía que ser honesta
consigo misma, de su corazón.
No alcanzaba a comprender por qué la había buscado. Se había
ganado una reputación con dificultad a lo largo de los años como eficaz
eliminadora de maldiciones. Pero no gozaba de la capacidad investigadora
de Nick. Se reunía con su cliente, evaluaba el grado de la maldición,
imaginaba qué era necesario para deshacerse de ella y la devolvía a

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

dondequiera que hubiese venido. Luego recogía el dinero y vuelta a


empezar.
Y ahora, esto.
Estaba segura de que Nick no estaba usando sus informes sobre
vampiros desaparecidos como treta para acercarse a ella de nuevo (sobre
todo porque la noticia también había aparecido en el radar de Krebsie).
Primero, porque Nick era demasiado directo en su trato con todo el
mundo. Y segundo: refiérase al primero. Se quedó mirando el pequeño
monitor parpadeante e intentó desesperadamente que la película se
llevase sus pensamientos. Pero esa noche, ni la magia de Sandra Bullock y
Nicole Kidman estaba afilada.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Capítulo 6

Nick sintió una agitación en la magia en cuanto llamó al timbre y la


puerta se abrió con un chirrido digno de una casa encantada de
Halloween.
—Olvídalo, D. ¡Esta noche no trabajo por mucho dinero que me
ofrezcas! ¡Estoy mala, maldita sea! Lo único que me apetece es quedarme
en casa para sufrir.
Nick siguió la rasposa voz hasta el fondo de la casa y se encontró a
Jazz en la cocina, frente a una humeante olla negra de hierro en el fogón
principal y otra más pequeña en uno de los secundarios. Inhaló el aroma
de las raíces de jengibre y astrágalo con limón. Permaneció en silencio
durante un instante, disfrutando de la imagen de su atractiva bruja con
aspecto nada encantador, enfrascada en una tarea doméstica. Llevaba
unos pantalones de pijama de algodón púrpura que hacían juego con la
amatista que le guiñaba desde la tobillera y una camiseta de manga larga
con un colorido diseño de caramelos Tootsie. Llevaba el pelo recogido en
una caótica coleta que hacía que la punta de cada mechón apuntase en
una dirección diferente. Y, si mal no se equivocaba, su nariz rivalizaba con
la de Rudolph en Nochebuena. Estornudó y el contenido de la olla más
pequeña bulló fuera de los bordes.
—Al menos ha funcionado para algo —murmuró, echando mano de un
paño para limpiar el desastre—. A la maldita cosa le habría llevado otros
cinco minutos para hervir. Es injusto que no pueda hacerlo en un
microondas.
—Buenas noches.
Jazz se dio la vuelta precipitadamente y se dejó caer contra la
encimera.
—Maldita sea. Mierda —su expresión era toda una advertencia de que
sería mucho menos que receptiva esa noche—. Dije esta noche, ¿verdad?
Bien, vale, pasa. Pero no esperes que sea una gran anfitriona —se sacó
rápidamente un pañuelo de la manga y se puso a estornudar como una
posesa. Una tostada saltó de la tostadora y cruzó la habitación. Si Nick no
hubiese tenido reflejos sobrenaturales, le habría dado en toda la cara—.
Te aseguro que no es buen momento —murmuró mientras se secaba la
nariz.
Las brujas no enfermaban a menudo, pero cuando eso pasaba,
parecía una venganza mágica, y también era muy entretenido. El vampiro
estaba más que dispuesto a sentarse a disfrutar del espectáculo.
—Al revés, esto podría irme bien —reparó en la cafetera llena y se
sirvió una taza. Si bien no podía asimilar alimentos sólidos, sí que era
capaz de tomar líquidos, y el café era su favorito. Sabía que el café de Jazz
estaría a su gusto. Caliente y fuerte. Miró la taza negra y dorada y rió al
leer en voz alta. «Los vampiros son los mejores amigos de los

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

necrófagos.»
—Fue un regalo de Navidad —vertió el contenido de la primera olla en
una taza que rezaba: «Pensar en clave de bruja». Apoyó la cadera en la
encimera mientras sorbía el líquido caliente. Cuando alzó la cabeza, sus
ojos estaban tan rojos como la nariz.
—¡Pequeños cabrones!
Nick sacudió la cabeza tras escuchar el sonido de una furibunda voz
masculina, pero Jazz no movió un pelo.
—Oh, vaya, ¿qué han hecho ahora? —murmuró ella en un tenue
suspiro. Miró a Nick—. Ahora verás la vida que tengo y por qué estaría mal
que me convirtiese en una gran bruja mala sólo por ayudarte con tu
problema de los vampiros desaparecidos, cuando hay días en los que no
doy abasto con lo que pasa aquí.
Unos chillidos agudos y una farfullada cháchara inundaron la cocina al
tiempo que dos pantuflas peludas irrumpían en la cocina. En un abrir y
cerrar de ojos se deslizaron en los pies de Jazz.
—¿Sabes lo que han hecho estos pequeños cabrones peludos? —un
Krebs con el rostro enrojecido apareció a continuación, deteniéndose en
seco al comprobar que Jazz no estaba sola.
—No te preocupes, sabe lo que son —dijo Jazz, sonándose la nariz,
tirando el pañuelo a la basura y sacando uno nuevo de la manga—. Nick,
Krebs. Krebs, Nick.
—Hola —saludó Krebs, recordando sus modales antes de volverse a
Jazz—. Creía que ibas a mantenerlos encerrados.
—Sí, como si eso fuese posible.
Krebs bajó la mirada a las pantuflas, que enseguida gruñeron su
versión de «Ni te acerques».
—¿Sabes qué es esto? —sostuvo en alto un pequeño trozo de algodón
negro mientras mantenía las distancias.
—Es demasiado pequeño para ser un pañuelo, y tengo la sensación
de que me vas a decir lo que era y que no me va a gustar lo que oiga —se
miró a los pies—. ¿Qué habéis hecho?
Una de las pantuflas lanzó una brillante sonrisa mientras se arrullaba
en el pie de Jazz entretanto la otra soltaba un discreto eructo. Las orejas
rotaron como antenas, y finalmente la cabeza giró. El conejo se alargó y
alcanzó una raíz de regaliz que había caído al suelo, mientras su
compañero gruñía y agarraba el otro extremo rápidamente, dando inicio a
una peculiar versión de juego del tira y afloja. Los violentos gruñidos de
los conejos inundaron la habitación mientras pugnaban por el control de la
raíz. La gracia hizo que Jazz perdiera el equilibrio.
—Conejitos malos —se volvió a su compañero de piso—. Krebs, las
venas del cuello te van a explotar. Te va a dar un ataque si no te calmas
—aconsejó.
—Esto… —respiró hondo—. Esto era mi camiseta de Grateful Dead. La
que me firmó Jerry García en su setenta y dos gira europea —horadó con
la mirada a los malvados conejos que masticaban su respectiva porción de
raíz—. ¿Sabes cuánto me ha costado en eBay?
—Y yo que pensaba que fue malo que se comiesen mis botas
favoritas —murmuró Nick.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

—Se comieron mis pantuflas de goma de pato porque ellos tenían que
ser los únicos —dijo Jazz.
Krebs siguió respirando pesadamente por la nariz.
—Tengo una trituradora, y sé cómo usarla —amenazó a Fluff y a Puff.
Totalmente ajenos al remordimiento, uno se limitó a bostezar mientras
que el otro le hacía una pedorreta.
Jazz cogió el trozo de algodón justo a tiempo para su siguiente
estornudo. La licuadora ronroneó alegremente antes de que la tapa saltara
por el aire y cayera sobre la encimera.
—Hablaré con ellos —prometió—. Otra vez —alzó la mano para pedir
silencio cuando él ya tenía la boca abierta para hablar—. Dame un respiro,
Krebs. Sabes muy bien que no puedo castigarlos porque tienen ese escudo
protector suyo. Además, aunque pudiese castigarlos, eso no haría más
que te guardaran más rencor a ti. ¿De verdad quieres arriesgarte a perder
medio equipo informático, o al menos todo tu guardarropa?
Krebs volvió a mirar a los conejos, furibundo.
—La venganza será mía.
—Tú vete a Las Vegas y disfruta —le animó.
Krebs propinó a Nick una curiosa mirada.
—¿Estás segura?
Nick sonrió ante la idea de que un humano quisiera proteger a Jazz de
un vampiro, por mucho que no supiera que lo era. Le gustó incluso más
que su gesto protector fuese el de un hermano más que el de un amante.
Ella asintió.
—Estoy resfriada. ¿De verdad quieres estar cerca de mí? —su
siguiente estornudo activó la trituradora de basura, lo cual le ayudó a
decidirse.
Krebs volvió a mirar a Nick.
—No te ofendas, pero ¿quién eres exactamente?
—Alguien que necesita una eliminadora de maldiciones —le dijo Jazz
—. Conduce con cuidado, ten un buen viaje, gana en las mesas y
encuentra una rubia que esté cañón para compartir con ella las ganancias.
Krebs desapareció el tiempo suficiente para hacerse con una pequeña
maleta, murmuró una despedida y se fue después de lanzar una mirada
asesina a las felices pantuflas que se habían acabado su raíz de regaliz y
ya buscaban a su alrededor otra cosa a la que hincarle el diente.
—Algunas cosas nunca cambian —comentó Nick, levantándose para
rellenar su taza. Cuando la pantufla más cercana le gruñó, Nick le mostró
parte de un colmillo. La pantufla cedió sabiamente.
Jazz depositó la taza sobre la mesa y luego acercó la segunda olla. El
aire se llenó de tomillo fresco y hierbabuena mientras ella tomaba un paño
y se cubría la cabeza. Se inclinó sobre la olla e inhaló el balsámico vapor.
Sorbió sonoramente por la nariz.
—Puede que no sea una curandera como Lilibet —suspiró,
mencionando a una de sus hermanas brujas—, pero conozco mis hierbas.
¿Por qué no podré curar un simple resfriado?
Nick sonrió.
—Sigue siendo más seguro que cuando pasas por el síndrome
premenstrual.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Jazz se estremeció. Sus tonos nasales salían ahogados por el paño.


—En esos momentos, hasta yo me asusto. La última vez que tuve la
regla, un pollo asado se salió del horno y se puso a bailar la Macarena.
Krebs entró en la cocina justo cuando empezaba el baile. Para entonces,
ya estaba acostumbrado prácticamente a todo, por lo que se limitó a
preguntar si el ave no debería estar bailando más bien el baile del pollo —
se asomó por debajo del paño un instante. Una sonrisa se dibujó en la
comisura de sus labios, tal como él esperaba—. Pero no has venido a ver
cómo la casa reacciona con mis estornudos, ¿verdad? Sé que te dije que
vinieras esta noche, pero ¿por qué te molestas con esto? Me contarás tu
problema y yo te diré que no tengo forma de ayudarte. Fin de la historia —
inspiró profundamente, permitiendo que el vapor inundara sus fosas
nasales.
—Clive Reeves.
Jazz se quedó petrificada ante el sonido de ese nombre. Si antes
estaba pálida, entonces su tez adoptó el tono de la nieve.
—Tú sabes que los vampiros están desapareciendo y yo que Clive
Reeves está relacionado. Pero necesito la magia de una poderosa bruja
para acceder a su propiedad desapercibido. Intenté colarme en sus
terrenos y fui reprendido. Sin duda estableció una protección para
mantenerme específicamente alejado.
Nick vio una sombra de frío dolor en sus ojos color musgo, y odiaba
haber sido su causante. Sintió la tentación de inclinarse sobre la mesa y
cogerle de la mano; dudaba que ella supiese apreciar el gesto.
—Últimamente no paro de escuchar ese nombre —dijo Jazz,
esforzándose para mantener el tono de voz. Hizo una larga pausa,
midiendo sus pensamientos, sus reacciones, el calado de su resfriado y su
involuntario pasado frente a la presencia de Nick en ese momento—. Mira,
Nick —dijo finalmente—, Clive Reeves está muerto y no hay rumores de
que su hijo se haya pasado al Lado Oscuro, como su padre —de repente
estrechó la mirada y la afiló a través de las brumas de su resfriado—. Ya
que estamos, ¿por qué crees que Júnior tiene algo que ver con las
desapariciones? ¿Y por qué iba a establecer una protección para
mantenerte a raya?
—Por lo que ocurrió en 1932.
Las manos de Jazz empezaron a temblar con tanta violencia que tuvo
que dejar el paño a un lado. Alzó la mirada desde las brumas de la esencia
de hierbas, mostrando una extraña vulnerabilidad que lo preocupó. Ella
nunca revelaba sus debilidades a nadie. Ni siquiera a los que mejor la
conocían.
—Clive quería ser como nosotros —apremió Nick—. Quería poder e
inmortalidad. Quería convertirse en los personajes que interpretaba en sus
películas. Cuando descubrió lo que éramos tú y yo, buscó una forma de
obtener lo que tenemos.
—Eso no era todo lo que ansiaba —murmuró ella.
—Jazz… —descartó con un gesto de la mano lo que fuese a decir.
—Sólo tenía que pedir el granito de arena vampírico —apartó la taza y
la olla a un lado, posó las manos entrelazadas sobre la mesa y cerró los
ojos. Nick guardó silencio mientras la miraba armarse para la inminente

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

conversación. Cuando los volvió a abrir, estaban tan oscuros que parecían
negros.
—Dime por qué piensas que Clive Reeves Jr. está relacionado con las
desapariciones.
—Creo que Clive Reeves Jr. no existe —declaró, y esperó a la
reacción. Ella lo contempló, incrédula—. De alguna manera, en el
momento de su muerte —los labios de Jazz se movieron en un silencioso
juramento mientas él proseguía—, Clive Reeves se las arregló para
transferir su fuerza vital al cuerpo de su hijo. El hombre que todo el mundo
toma por su hijo es en realidad el padre. No ha dejado la propiedad, y
menos aún la mansión, en décadas. Dicen que allí su magia es más
poderosa, y que se siente más vulnerable lejos de su base de operaciones,
por así decirlo. Cuenta con esclavos que le proporcionan todo lo que
quiere y una selección de vampiros para todo lo demás —sus labios se
torcieron en una mueca de asco.
—Eso no es posible —Jazz meneó la cabeza para subrayar su
negación.
—Es más que posible si se emplea el conjuro adecuado.
—¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? Si es así, entonces ha
usado… —Jazz respiró profundamente y se inclinó sobre la mesa, como si
temiese que le oyesen oídos indiscretos—. Ha usado las artes oscuras para
lograr lo impensable. Nadie juega con eso, a menos que desee perder todo
lo que le hace ser lo que es. Lo ensucia —siseó la última frase con un asco
que convirtió sus labios en una mueca de desdén.
—Y puede volverle muy poderoso —señaló él.
Jazz apartó la mirada.
—No puede haber conseguido tal cosa. Murió. Le hundí esa botella en
el corazón literalmente. La sangre se derramó por todas partes —se
estremeció ante el recuerdo—. No tenía pulso. ¡La única razón por la que
lo toqué era para asegurarme de que estaba acabado! Sí, ya sé que perdí
la consciencia después y la volví a recuperar, pero no quería correr el
riesgo de equivocarme —se masajeó las sienes con los dedos.
Nick comprendía su angustia. Matar a otra persona iba contra su
código. El acto incluso había dañado una parte de su ser. Sin duda, Clive
era el más débil, el mortal; pero, de alguna manera, había conseguido
obtener un poder enorme, atacar y casi matar a Jazz antes de que ella
pudiera defenderse. Cuando llegó Nick, el cuerpo muerto de Reeves yacía
en el suelo mientras una debilitada Jazz cubierta de sangre trataba de
arrastrarse fuera de la habitación. La única razón por la que el Consejo
Arcano no la sentenció a muerte fue porque se vio en la obligación de
defenderse de la magia oscura. Sentenciaron que actuó en defensa propia
y que no se le podía castigar por ello.
Nick se preguntó si el Consejo tomó esa decisión porque sabían que
Jazz ya se castigaría duramente ella sola. Después de todo, vivir con
sangre en las manos era más difícil que recibir una muerte rápida. Él lo
sabía mejor que nadie.
—Entonces ya se sabía que Clive Reeves buscaba a cualquiera que
hubiese lidiado con el lado oscuro del ocultismo —prosiguió ella—. Estaba
convencido de que, con la ayuda adecuada, lograría vivir para siempre.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Como has dicho, quería encarnar a sus personajes. Algunos mortales se


hicieron eco de sus creencias y acudieron a él con la esperanza de
hacerse con su poder. Otros consideraban que era una broma, e incluso
pensaban que había perdido la cabeza. Clive buscaba a cualquiera que
poseyera una mínima pizca de magia con la esperanza de que le ayudara
a alcanzar sus anhelos. Al parecer, después de todo, ocurrió —su voz
tembló con un antiguo dolor que no había sido curado.
Muchas veces, Nick lamentaba no haber cedido a su lado más oscuro
y haber aniquilado al hombre que casi había acabado con el espíritu de
esa magnífica mujer. Habría sido tan fácil. Podría haberse llevado el
cuerpo a las colinas y dejar que los coyotes y los gatos salvajes se
encargaran de él. En vez de ello, al igual que Jazz, creyó que todo había
terminado. La viuda de Clive Reeves se llevó a su hijo, aún un bebé, a
Europa para huir del escándalo. Jazz desapareció del mapa y Nick no supo
dónde había estado hasta que se volvieron a ver, tiempo después.
Tuvieron que pasar más de cuarenta años. Nick regresó a Los Ángeles sólo
por un vago rumor que aseguraba que Reeves no era lo que parecía. El
hombre que decía ser el hijo de Clive Reeves había vuelto a Hollywood
para crear un nuevo imperio cinematográfico centrado en las peculiares
películas de horror que nutrían el mercado de culto. Clive Reeves Jr.
también era conocido por sus fiestas extravagantes, donde los seres
sobrenaturales eran más que bienvenidos. A raíz de ello, Nick supo de
algunos vampiros que habían sido invitados y de los que nunca más se
volvió a saber.
Sabía que Jazz se resistiría cuando acudiese a ella a pedirle ayuda,
pero no había forma de doblegar a Reeves sin ella. Esperaba que su deseo
de venganza superara a sus temores. Sólo tenía que mirar el dolor que se
reflejaba en su rostro para ver que no había superado esos tiempos.
Quería que hiciese algo para cerrar las heridas que aún le sangraban.
Observó silenciosamente cómo ella rumiaba sus palabras. El único sonido
de la habitación era la suave charla entre Fluff y Puff.
Jazz estornudó sonoramente. Las rojas amapolas del albero se
abrieron de golpe. Se secó la nariz con un pañuelo que se sacó de la
inagotable manga.
—No me gusta lo que oigo, Nick. Ese monstruo no debería estar vivo y
andar suelto todos estos años, como si nada hubiese pasado. Debería ser
polvo en la cripta de un mausoleo en el Hollywood Memorial Park. ¿Sabes
que la noche del funeral casi fui al cementerio para echar sal alrededor de
toda la cámara mortuoria? No quería que hubiese la menor posibilidad de
que se levantara de nuevo, por no mencionar… —se calló cuando se le
quebró la voz—. Y ahora descubro que ni siquiera está allí y que está
haciendo daño a una nueva generación de capullos —al darse cuenta de
su insulto no intencionado, murmuró—: Lo siento, ya sabes a qué me
refiero.
Nick asintió.
—Lo peor es que no sabemos si se detendrá ahí. Si ve que matar
vampiros no le ayuda en cualquiera que sea su objetivo, quizá vaya a por
otros miembros de la comunidad mágica. Tiene que saber que vives aquí y
que eres mucho más poderosa que hace setenta y cinco años. Por no

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

hablar de la revancha —ella dio un respingo ante su referencia sobre la


muerte que ella propinó a Reeves. O al pensar que lo hizo.
Volvió a poner la olla delante de ella y recogió el paño.
—Te odio —dijo, pero toda credibilidad en su voz se vio anulada por la
fuerza de su estornudo. El agua de la olla salió despedida hasta la cara de
Nick. Gruñó mientras se secaba el cálido líquido perfumado de la mejilla.
Una leve sonrisa apareció en los labios de Jazz—. Deberías alegrarte de
que esta vez no tenga agua bendita a mano.
Jazz debería saber que Nick no dejaría evaporarse el comentario.
Tenía la cabeza tan embotada que no lo vio venir.
Aquello a lo que ella llamaba su alma cosaca se levantó, rodeó la
mesa, la cogió en brazos y reclamó su boca. Ella se vio barrida por la
oscuridad que lo envolvía y no sintió más que los duros músculos de un
hombre en perfecta forma física.
«Algunas cosas no pueden pasarse por alto. Sólo puedes conquistar
tu pasado si te enfrentas a él.»
Pero ella no había escogido enfrentarse a él. Ni aquí, ni ahora. No de
esa manera, ni con él. Furiosa, prácticamente saltó atrás. Se agarró al
borde de la mesa para no caerse.
—¡No vuelvas a hacer eso! —gritó—. ¡Sabes que odio que saltes a mi
cabeza! ¿Por qué no puedes coger la vía lenta por una vez? Dame una
oportunidad para que asimile todo esto. Me has contado mucha mierda
que no esperaba oír. Así que deja que me lo piense y me pasaré por tu
despacho mañana por la noche si me siento con fuerzas —se sacó otro
pañuelo de la manga para enfatizar.
Nick inclinó la cabeza.
—Creo que ya te sientes mejor —y desapareció sin más. Jazz se
quedó con el ceño fruncido por esas últimas palabras, hasta que se dio
cuenta de que su cabeza no estaba tan embotada como antes, ni su nariz
se comportaba como un grifo abierto.
—¿Quién hubiese dicho que bastaba con un beso de vampiro para
curar un resfriado? —murmuró.
Su intento de chiste se desinfló en cuanto pensó en la tarea que le
aguardaba. Puede que le hubiese dicho a Nick que se lo pensaría hasta la
noche siguiente, pero ambos sabían que accedería. Demostraba que había
perdido la cabeza. Sólo una loca accedería a enfrentarse al hombre que
había protagonizado sus pesadillas durante los últimos setenta años. Pero
no era el horror de su violación o acabar hecha una pulpa sanguinolenta
cada vez que cedía el control a su subconsciente. Era su propia imagen
agarrando un pedazo de cristal de una botella de champán rota y
hundiéndoselo en el corazón lo que alimentaba sus pesadillas. Se había
sentido tan débil después del ataque que ni siquiera fue capaz de invocar
su magia. Sólo pudo arrastrarse por el suelo ensangrentado, agarrar el
trozo de cristal y, cuando Reeves fue a por ella, confiando que no se
resistiría más, clavárselo en el pecho hasta lograr que le reventara el
corazón. Así pues, si lo había matado esa noche, ¿cómo, al borde de su
muerte, se las había arreglado para transferir su espíritu al cuerpo de su
hijo?
Ella apenas estaba familiarizada con los conceptos básicos de la

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

magia necesaria para acometer un acto tan retorcido. No era una materia
que se impartiese en la Academia Arcana, salvo para advertir a las
aprendices que tales prácticas estaban prohibidas. Sabía que el precio por
hacer eso era el alma y lo que le quedaba de humanidad al practicante. La
mera idea se antojaba repugnante.
Pero también significaba que, debido a lo que Clive Reeves había
hecho en el pasado, Jazz tendría que volver a adentrarse en la guarida del
diablo. Cada gramo de su ser se lo pedía a gritos.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Capítulo 7

Jazz metió en la parte de atrás la llamativa bolsa de plástico naranja


con el rótulo «Residuos tóxicos» y se deslizó en el asiento del conductor.
Curada del resfriado y más en sí, se levantó dispuesta a hacer lo que se
había propuesto el día anterior.
—No sé lo que llevas ahí, pero apesta —se quejó Irma. El cigarrillo
que tenía entre los dedos desapareció con la misma rapidez que había
aparecido—. Sólo por una vez, ¿puedo elegir yo adónde ir?
—¿Qué más te da dónde vayamos? Ni siquiera puedes salir del coche
—Jazz salió a toda prisa del garaje y enfiló la carretera. Estaría más
contenta cuando la bolsa estuviese lejos de ella, en manos de Dweezil.
Después, tenía pensado equiparse adecuadamente para la visita al
despacho de Nick esa noche. Se juró que mantendría la conversación
dentro de los límites profesionales y a Nick fuera de los de ella. Tampoco
es que en eso último tuviese muchas alternativas, habida cuenta de que él
podía plantarse a centímetros de ella en menos de lo que dura un
parpadeo.
Sólo tenía que asegurarse de que no la besaba. Solía ceder cuando
eso pasaba. Y ceder en cualquier aspecto con Clive Reeves sería muy
malo.
—Una de las cadenas de cable locales ha anunciado un autocine que
pone películas clásicas cada fin de semana —le informó Irma—. Si vamos
allí, podré volver a ver una película en la gran pantalla. Este fin de semana
celebran un festival de cine de Humphrey Bogart y de Robert Mitchum el
siguiente. Siempre he pensado que eran dos hombres muy atractivos —
dijo con un toque picarón.
—Conozco ese cine, pero está en el otro extremo del valle. Ni hablar
de ir allí —Jazz sabía que debería sentirse culpable por no darle nunca un
gusto a Irma, pero la mujer era más irritante que un sarpullido a todas
horas. Nunca había pedido a la fantasma que le hiciera compañía todos
esos años, y ya se estaba cansando de su actitud predispuesta a la riña.
Aun así, aunque Irma no sabía lo que estaba haciendo cuando se condenó
con una maldición en ese coche, Jazz sí sabía en qué se metía cuando
aceptó quedarse con ese Thunderbird y su irritable complemento. Todo
por saberse especialmente atractiva al volante. El remordimiento hizo acto
de presencia y se preguntó por qué no podría alquilar La reina de África, El
halcón maltés y alguna película de Robert Mitchum a modo de oferta de
paz.
Irma se enfurruñó un instante, pero luego miró por encima del
hombro y arrugó la nariz.
—Ese hedor está empeorando.
Jazz había metido la ropa en dos bolsas y había rociado el exterior con
un espray anti olores, pero se veía que la medida no había funcionado

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

demasiado, si el hedor amenazaba con abrumar a su fantasmagórica


acompañante.
—No te preocupes, desaparecerá dentro de poco —dijo. Al menos eso
esperaba, matizó; porque el olor empezaba a amenazar a su propio olfato.
El Thunderbird salió disparado. Decidió que lo primero que haría con
la paga de Sombra fétida sería comprarse un corpiño y un abrigo nuevos
para sustituir los que había tenido que tirar. Sus pechos nunca habían
tenido mejor aspecto que en ese corpiño, y la chaqueta era sencillamente
una manzana del pecado. Había pensado que si adoptaba un aspecto
oscuro y peligroso, Tyge se contendría un poco. Debió imaginar que no
serviría de nada. El pervertido le había invitado a subir a su casa para un
aperitivo matutino. Declinó sin lamentarlo.
«A Nick también parecía gustarle mucho», susurró la voz de su
cabeza.
No era de extrañar que se pusiera mala; un instante con Tyge, por
escaso que fuera, bastaba para provocar una infección.
Mindy ni siquiera trató de detenerla cuando Jazz atravesó corriendo la
recepción hacia el despacho. Puede que tuviera que ver con la llamativa
bolsa de residuos tóxicos que exudaba un olor que no desaparecería
fácilmente de la recepción sin una importante fumigación mágica.
Dweezil levantó la vista de una pila de papeles sobre el escritorio.
—Vaya, mira a quién ha traído el gato negro. Anoche estabas
demasiado mala como para trabajar, pero veo que hoy estás tan
recuperada como para venir a exigir tu paga.
—Las maravillas de la medicina moderna, D. Y esto es para ti —Jazz
depositó la bolsa sobre el escritorio y se dejó caer sobre la silla que tenía
delante.
—¿Qué cojones? —sorbió por la nariz y utilizó un bolígrafo para alejar
la bolsa. Le dio un golpe y cayó al suelo—. ¡Mindy, saca esto de aquí! —
aguardó a que la rubia elfa entrase con un guante de densa goma puesto.
Empleó dos dedos para coger la bolsa y la mantuvo lo más alejada posible
de su cuerpo. La sacó por la puerta trasera y luego regresó a la recepción
—. ¿Qué intentas hacer, asfixiarme?
—Caramba, Dweezil, estás usando palabras que tienen más de cuatro
letras. Estoy impresionada —puso un papel sobre el escritorio—. Aquí
tienes el recibo por la ropa que me puse la noche que trabajé para Tyge.
Puedes añadirlo a lo que ya me debes.
Los ojos se le hincharon cuando vio el total de la suma.
—¿Toda esta mierda es nueva? Supuse que te pondrías algo viejo que
podría deducir del coste original.
—Aprecio la ropa de mi armario. Vas listo si pensabas que iba a
echarla a perder. Mejor comprar algo nuevo con lo que aún no haya
desarrollado un vínculo de aprecio. Y ya conoces a Sombra fétida. Le gusta
que sus conductoras tengan un buen aspecto. Me dijiste que hiciera lo que
fuese necesario.
Mindy volvió a entrar, deteniéndose únicamente para coger el recibo.
—Lo tendré listo en un minuto —dijo.
—No pienso conducir para él nunca más.
—Eh, nada de rabietas de bruja aquí. Eres la única en quien puedo

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

confiar para esto. Es un cliente muy valioso que se deja mucho dinero.
Además, le gustas —le echó una mirada de soslayo, derivándola poco a
poco hacia sus pechos.
—Arriba esos ojos, D. Arriba. Es un pervertido absoluto —se inclinó
hacia delante—. ¿Te ha dicho tu gente de la limpieza lo que hizo en el
coche esa noche? Su especie es capaz de hacerse el amor a sí misma, y
no me refiero a una paja. Es asqueroso, D.
—Dame un respiro, Jazz. Sacas mucha pasta conduciendo para mí.
Más de la que nunca harías con tu negocio de eliminar maldiciones.
Jazz entrecerró los ojos.
—Gusanos, D. Montones de ellos arrastrándose por lugares que nunca
podrías alcanzar, y mucho menos imaginar. Harían falta meses deshacerse
de ellos.
Dweezil se cedió.
Jazz sonrió. La prepotente criatura siempre cedía cuando recibía de su
propia medicina.
—¡No puede entrar ahí! —los gritos de horror de Mindy fueron la
primera advertencia. La repentina apertura de la puerta de Dweezil fue la
segunda. Fue lo que vino detrás lo que hizo que Jazz se levantara de un
salto.
—Dweezil Quix… —el recio hombre, ataviado con un traje oscuro y
una dorada placa de detective adosada al bolsillo de la chaqueta, frunció
el ceño ante unos papeles que llevaba en la mano.
Jazz le ayudó a pronunciar el nombre correctamente, incluidos los
chasquidos y los silbidos.
—Esto es una orden de registro de sus propiedades —el hombre puso
unos papeles en la mano de Dweezil. Una leve sombra de asco cruzó su
cara al caer sus ojos en los alargados dedos verdes que se enrollaron
sobre las hojas.
—¿Qué buscan? —Dweezil se levantó serenamente de la silla,
agitando los papeles en su mano.
—Mira, amigo, si no colaboras con nosotros, acabarás encerrado en
tan poco tiempo que no sabrás cómo ha sido —el hombre reparó en Jazz y
luego le propinó una segunda mirada—. ¿Eres humana?
Ella esbozó una amplia sonrisa.
—Tan genuina como la tarta de manzana.
Sabía que Dweezil no la delataría. Tener una humana en el despacho
le ahorraría un montón de molestias si la policía decidía tenerlo en la
misma consideración que Jazz. Además, ella no tenía planeado pasar un
tiempo a la sombra. Había un corpiño de cuero y una chaqueta que le
llamaban a gritos.
—¿Puedo saber qué estás buscando? —preguntó Jazz, manteniendo
su fachada de chica amistosa.
—¿Eres abogada?
—Ni en sus sueños —poco sabía el detective que esa frase estuviera
tan cargada de verdad—. Es sólo que he trabajado para Dweezil durante
un tiempo y siempre ha sido honesto conmigo —mintió. No podían
penalizarla por mentir, a menos que emplease la magia. Siempre había
tenido la molesta sensación de que Dweezil estaba metido en algo de

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

dudosa legalidad. Siempre supo que tenía los dedos metidos en turbios
asuntos, pero, siempre que no le afectaran, le daba igual. Un cosquilleo de
preocupación creció en su mente. ¿Qué demonios habría hecho para
llamar la atención de la policía?
—Bueno, hermana… —¿hermana? ¿Le acababa de llamar hermana?
¿De qué libro de Raymond Chandler había salido ese tipo?—. Parece que
tu jefe ha estado vendiendo sustancias ilegales a sus clientes. Además,
tenemos sospechas fundadas de que pueda estar relacionado con la
desaparición de ciertos vampiros —no parecía muy triste ante la idea de
que hubiese unos cuantos vampiros menos en la ciudad. Jazz sabía que los
vampiros que pagaban sus impuestos eran propietarios de muchos clubs
clandestinos. El alcalde no estaba dispuesto a dejar de ingresar ese dinero
en impuestos, y, además, eso le haría parecer como un eficaz freno contra
la comunidad sobrenatural—. Si colabora con nosotros, nos iremos lo
antes posible. Si no… —su voz se apagó, pero la amenaza quedó pendida
en el aire.
—¿Dweezil traficando? —rió ella—. Se han equivocado de hombre. Se
pone malo tan sólo con mirar a una aspirina.
—Sí, eso te habrá dicho —el policía bizqueó, como si tratase de
establecer que era realmente humana.
—¡Dweezil! ¡Se están llevando todos tus archivos! —irrumpió Mindy
por la puerta. Sus ojos brillaban de inquietud y su piel mostraba un
ultramundano brillo dorado. Incluso las puntas de sus orejas parecían más
prominentes.
El detective se quedó mirándola, inseguro de lo que era y a la vez
poco deseoso de averiguarlo. Dio unos pasos atrás.
Jazz se adelantó y arrancó los papeles de la mano de Dweezil. Hojeó
rápidamente el contenido.
—Aquí pone que tienen derecho a llevarse todos tus archivos de la
empresa.
—¿Cómo cojones quieren que trabaje sin mis registros? —saltó
Dweezil, como un elfo enloquecido.
—Sigue así y le encerraremos de verdad —la advertencia del
detective no era una amenaza infundada.
Jazz se levantó. Había algo en esa situación que no olía del todo bien.
Aunque, después de pasar tiempo con Tyge, su sentido del olfato aún no
había vuelto a la normalidad.
—¿Entonces, en qué quedamos, vampiros desaparecidos o drogas?
El detective la miró con el ceño fruncido.
—¿Estás segura de que no eres abogada?
Jazz puso los ojos en blanco.
—Sólo es una pregunta sobre el procedimiento. Sólo he venido a
recoger mi paga.
—Créeme, cielito, pasará tiempo antes de que puedas ver un cheque.
Ahora Jazz sí que estaba enfadada. Tanto por el apelativo de «cielito»,
como por la promesa de que no recibiría su dinero. ¡Ese corpiño y la
chaqueta eran caros, maldita sea! Los había elegido porque sabía que le
reintegrarían el dinero.
—Habló de documentos, nada de congelar cuentas —argumentó.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

—¡No pueden congelar mis jodidas cuentas! —gritó Dweezil, su rostro


ahora era una mezcla de su habitual verde oliva, pero con motas y hojas.
Jazz miró al detective, a quien parecía no importarle desenfundar su
pistola y disparar a Dweezil allí mismo. Era cierto que D era un capullo,
pero esa redada olía a trampa contra ella. Además, D no se merecía ese
trato. Tenía la sensación de que acabaría en medio de una situación en la
que no le apetecía nada estar. La sospecha cobró vida propia. Se juró a sí
misma que si descubría que una persona no muerta (corrección: criatura)
estaba detrás de todo eso, acudiría a su despacho en el paseo para
atravesar su muerto corazón con una estaca.
—Detective Larkin, hemos encontrado esto en uno de los
contenedores —un oficial de uniforme entró con una bolsa naranja de
residuos tóxicos.
—Ábrela —ordenó el detective sin perder de vista a Dweezil y a Jazz
—. Una inteligente forma de ocultar drogas. Demonios, ese olor espantaría
a cualquier perro rastreador.
—¡No! —saltó Jazz de la silla sin perder el tiempo. Le horrorizaba
imaginar cómo olería ahí dentro, ya que había guardado la ropa nada más
llegar a casa.
El oficial abrió la bolsa y un repugnante vapor gris verdoso flotó hacia
arriba. El hombre puso los ojos en blanco y cayó redondo al suelo.
—Oh, mierda —murmuró Jazz, logrando esbozar una débil sonrisa
ante el detective, que no parecía muy contento de ver a su oficial tendido
sobre el frío suelo.
—Creo que tendremos que hablar en la comisaría.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Capítulo 8

—Advertí que no abriera la bolsa —le recordó Jazz al detective Larkin.


Resultó ser un individuo ajeno a cualquier sentido del humor. Tras su
anuncio en el despacho de Dweezil, no le quedó más remedio que dejar
que la llevaran a la comisaría. Ahora se encontraba sentada en una sala
de interrogatorios cuya decoración y olor catalogaría como «Grotesco
Temprano». No tenía la menor idea de qué o quién había estado allí antes
que ella, pero, fuese lo que fuese, necesitaba una buena cantidad de
desodorante, jabón y agua—. ¿Y puedo recordarle que pude reanimar al
oficial? No sufrirá ningún efecto secundario de importancia por el gas,
salvo un dolor de cabeza que le durará de una a tres semanas. Y, dado
que no me ha leído mis derechos, deduzco que no estoy arrestada por
haberme desecho de una bolsa llena de hedionda basura.
Larkin le lanzó una mirada que decía claramente que cerrara «el puto
pico», y ella no tuvo más remedio que acatar. Puso un vaso de espumoso
café delante de ella y se sentó en la silla opuesta, antes de ponerse a
hojear el contenido de una delgada ficha.
—Con lo sabelotodo que eres, seguro que te las arreglas bien para
mantenerte lejos de los problemas.
—Hago lo que puedo —se preguntó cuál sería su reacción si viese sus
auténticas fichas policiales, en plural. Calculó que con ellas se podrían
llenar unas cuantas furgonetas de mudanza. Pero, para eso, primero
tendrían que rastrear todas sus identidades pasadas.
El detective la miró.
—Te pregunté si eras humana, y dijiste que sí.
Ella rechazó la acusación con un gesto de la mano.
—No, yo sólo dije que tan genuina como una tarta de manzana. Y,
aparte, soy humana —pensó que omitiría decir que era mucho más vieja
que la horrible corbata que llevaba holgadamente colgada alrededor de su
grueso cuello.
—Y una bruja.
Jazz no hizo caso de la hostilidad de su mirada.
—Sí, bueno, ese tipo de acusaciones pasó de moda hace siglos en
Salem. Mire, los dos sabemos que me ha traído hasta aquí por la bolsa,
hecho que puedo explicar.
El detective se echó atrás en la silla y cruzó los brazos delante de su
pecho.
—Pues explica.
—Uno de los clientes de Dweezil tiene un… —buscó una descripción
adecuada y se decidió— problema de higiene.
—La mala higiene no hace que un vapor venenoso salga de una bolsa
de ropa sucia. Y a todo esto, ¿de dónde has sacado una bolsa de residuos
tóxicos?

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

—Ocurre cuando se trabaja con Tyge Sombra fétida. Dweezil tiene


bolsas de ésas a mano precisamente por él —no hizo caso de su
escepticismo y cogió el vaso de café. Sorbió el líquido templado y decidió
que lo único bueno que tenía era saber que tenía cafeína en alguna parte.
Tampoco hizo caso de la seca risa de Larkin—. Emite unos olores
realmente asquerosos, capaces de trastornar a la gente, e incluso cosas
peores. El que su oficial se desmayara es prueba de ello. Las brujas somos
inmunes a los gases, razón por la cual soy su chofer. La ropa de la bolsa es
la que me puse hace dos noches, cuando trabajé para el señor Sombra
fétida. Como puede ver, es imposible que me la vuelva a poner después
de haber estado cerca de él, así que lo más sensato fue guardarla en una
bolsa de residuos tóxicos. ¿Quién iba a saber que iban a aparecer ustedes
en el establecimiento de Dweezil y que le ordenaría a uno de sus oficiales
abrir la bolsa?
—Dios, las cosas que hacéis las brujas por dinero —murmuró—. ¿Hay
más de las tuyas trabajando para él?
Jazz negó con la cabeza, tomando otro sorbo del brebaje que se hacía
pasar por café. Juró que, si tenía que volver a ese sitio, haría que antes
parasen en un Starbucks.
—¿Por qué no?
—No lo sé.
Echó un vistazo a sus notas y volvió a levantar la mirada.
—¿Y qué tipo de bruja eres?
—¿Quiere decir que si soy una bruja buena o una mala? —estaba
claro que la frivolidad no funcionaba con ese hombre—. Me dedico a
eliminar maldiciones.
—¿Y eso qué es?
—Hay personas que vinculan una maldición a un objeto. A mí me
contratan para deshacerme de dicha maldición.
—¿Quieres decir que de verdad hay gente que cree en esa mierda y
te paga por ello?
—Esto es Los Ángeles, detective Larkin. No hay nada imposible.
—¿Como un tipo que se tira pedos venenosos y otro que se parece a
una aceituna estirada?
Jazz asintió.
—¿Y qué? Usted cree que todas las brujas tienen verrugas, pelos en la
cara y graznan al reírse, ¿no? Sinceramente, detective, hace años que no
cocino ojos de tritón, patas de rana o alas de murciélago en un caldero
burbujeante —«Concretamente desde "Pociones 101"».
Larkin se revolvió, incómodo.
—Vale, ya he explicado el origen de los vapores de la bolsa y hemos
debatido sobre mi trabajo. ¿Hemos terminado ya? —preguntó.
El detective se lo pensó.
—Sólo quería hacerme una idea del trasfondo. Hablemos de tu jefe.
—Va listo si cree que le voy a hablar de las actividades ilegales de
Dweezil. No existe ninguna. Ahí está la gracia. Le gusta hacer el dinero de
manera legal. Así no tiene que preocuparse de perderlo. Como ya he
dicho, lo suyo no son las drogas.
—¿Y cuál es «su cosa»?

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Jazz plantó las palmas de las manos sobre la mesa y se echó hacia
delante.
—¿Ha echado una mirada en sus estanterías?
La cara del detective permaneció tan impasible y evasiva como le fue
posible.
—La orden sólo cubría sus papeles.
—Ya, y me tengo que creer que no miraron en todas partes de todos
modos. Me niego a creer que se les pasó por alto que Dweezil colecciona
incunables eróticos y juguetes sexuales.
Larkin emitió un sonido de asco, como si le hubiesen plantado en las
narices uno de los vibradores o penes de látex de Dweezil.
—¿Qué es él exactamente?
—Nunca hemos discutido de política o religión.
Larkin gruñó algunas palabras entre dientes.
—No, me refiero a qué es.
Jazz se tocó el anillo de feldespato en busca de tranquilidad y se
recostó en el respaldo. Dudaba que el otro se diese cuenta de que la
piedra del anillo respondía con un leve brillo.
—Ni idea.
—Eres una bruja.
—Eso no significa que conozca el trasfondo familiar de todo el mundo.
Por lo que sé, Dweezil es el último de su especie —ojalá.
El detective se echó hacia atrás, tamborileando con los dedos sobre la
mesa. Jazz a punto estuvo de decirle que era molesto. Pero estaba segura
de que él ya lo sabía.
—Tu jefe está hasta el cuello de problemas.
—Ya me lo imaginé cuando irrumpió en su despacho y se llevó todos
sus archivos. Pero no alcanzo a imaginar por qué creen que trafica con
drogas o que tenga nada que ver con vampiros desaparecidos —«O cómo
habéis averiguado lo de los vampiros desaparecidos.»
—¿Trabajas a menudo llevando vampiros?
—No mucho.
—¿Más o menos?
Jazz se encogió de hombros.
—A los vampiros, las brujas no les caemos muy bien, y el sentimiento
es bastante recíproco. Así que sólo conduzco para ellos cuando no hay
ningún otro chofer disponible y el vampiro no tiene objeciones al respecto.
—Eso no explica por qué no les gustan las brujas —entrecerró los ojos
—. ¿O acaso eres tú en concreto quien no les agrada?
—¿Bromea? ¡Todo el mundo me adora! Vale, salvo los vampiros. No
les gusta ninguna bruja. Tenemos una especie de tregua. Ellos no nos
muerden y no se ponen malos por nuestra sangre, y nosotras no los
desintegramos con conjuros devoradores de carne.
Se sorprendió.
—Estás bromeando, ¿verdad?
—¿De verdad está interesado en saber lo que pregunta o sólo tiene la
esperanza de que diga alguna estupidez que incrimine a Dweezil?
—Ambas cosas —dijo involuntariamente, y luego pareció estupefacto
por haberlo admitido.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

—La sangre de las brujas es venenosa para los vampiros. En el mejor


de los casos, les puede provocar acidez, y en el peor los mata.
El asco se hizo patente en su expresión.
—Pensaba que ahora los vampiros iban a clubes a tomar su sangre.
—Así es, pero, de vez en cuando, se envalentonan un poco con tanta
fiesta y las cosas se pueden salir un poco de madre. Por eso prefieren
mantenerse alejados de nosotras —«Salvo uno.»
—¿Conoces a Clive Reeves, hijo?
No parpadeó una sola vez ante la pregunta, a pesar de que el
estómago le dio un vuelco. Estaba claro que sus reflejos se estaban
acostumbrando a escuchar ese nombre, por perturbador que fuese para
ella.
—Veo las películas de su padre todos los Halloween.
—¿Quieres decir que no asistes a las fiestas que celebra en su
mansión?
—No. Es un lugar que prefiero evitar a toda costa.
—¿Te han invitado alguna vez?
—No.
—¿Has llevado a alguien allí?
—De nuevo, no —Jazz pensó que, mientras no le preguntase si alguna
vez llevaría a alguien, todo seguiría bien.
El detective guardó silencio durante un instante, contemplándola
ociosamente, tamborileando con los dedos sobre la mesa.
—Háblame de tus clientes. ¿Alguno tiene costumbres extrañas, salvo
tirarse pedos extrafuertes?
—Nunca hablo de mis clientes, detective Larkin. La discreción es mi
divisa —sonrió—. Bueno, no del todo, pero siempre quise decir esa frase.
Mire, su insistencia en mantenerme aquí se resume en una sola cosa:
acoso. Usted lo sabe tan bien como yo. Dweezil no le cae bien a alguien, y
le ha echado a la policía encima. A usted no le ha gustado lo que le pasó a
su oficial, y la está pagando conmigo. ¿Por qué no admitimos que no sé
nada y le pierdo de vista el tupé? —dijo ella, empeñándose en no mirar el
nacimiento de su pelo, en franco retroceso.
Una llamada a la puerta puso un ceño fruncido en la cara de Larkin y
una sonrisa en la de Jazz. No faltaba mucho para alcanzar el punto en el
que estaba dispuesta a usar algo de magia para terminar con esa estéril
conversación. Era consciente de que el detective daba rodeos a la espera
de que ella dijera algo que pudiera inculpar a Dweezil. Pero ella sabía que
cualquier cosa que dijese contra su jefe no le serviría de nada al policía.
Dweezil era un inmoral que recorría la cuerda floja, pero siempre
procuraba mantener el equilibrio para no tener que preocuparse de cosas
como las redadas policiales. Por desgracia, alguien debió decidir que era
un buen objetivo que acosar.
Los ojos de Jazz brillaron peligrosamente cuando dos hombres
accedieron a la sala. Omitió a uno de ellos inmediatamente. El otro
implicaba pasar un tiempo en la sombra.
—Este hombre ha venido a llevarse a la señorita Tremaine —anunció
el detective.
Pudo ver la sutil interacción entre los tres hombres. Policías que se

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

reconocían mutuamente. La advertencia de que ese hombre era un


vampiro cosquilleó en la punta de la lengua de Jazz, pero lo dejó estar. No
quería pensar que intentaría algo que la mantuviese en la cárcel después
de todo. Si ocurría eso, no habría manera de que fuera a besarlo nunca
más en lo que quedaba de milenio.
—Nick Gregory —Nick extendió la mano a un ahora sonriente y afable
Larkin.
Jazz imaginó que Nick estaría empleando algo de su hipnosis
vampírica sobre el detective. Estaba claro que a ella no le había sonreído
de esa manera, y se sabía mucho más guapa.
—Hemos acabado aquí. La señorita Tremaine ha colaborado mucho —
su mirada recayó en ella. Ella le dedicó su mejor sonrisa de niña
americana buena mientras se incorporaba. Si bien detestaba la idea de
que Nick la estuviera salvando, estaba más que dispuesta a aceptar esa
ayuda con tal de salir de ese lugar. Además, quería averiguar lo que
estaba pasando en el despacho de Dweezil. Aunque había momentos en
los que la criatura no le caía nada bien, no tenía intención de presenciar
cómo la policía le pasaba por encima por algo que no había hecho.
Así que, por el momento, aceptaría la ayuda de Nick. Podría seguir
sola, una vez fuera del edificio y de regreso a las instalaciones de Dweezil
para recoger su coche. Deseó que la policía no hubiese requisado el
coche, aunque la idea de que Irma pasase un tiempo en un depósito le
animó un momento.
—No te alegres tanto de salir de aquí. Pueden pensar que eres
culpable de algo —murmuró Nick.
—¿No es un poco temprano para que andes por el mundo, Nick? ¿No
temes que se te pegue demasiado el sol? —lo siguió mientras atravesaban
una concurrida sala común. Ser amable con él le estaba costando menos
de lo que se imaginaba. O quizá tuviese algo que ver con la cantidad de
agentes uniformados que había por todas partes. No dejaba de ser irónico
que la última vez que estuvieron rodeados de tantos uniformes, él la
metiera en la cárcel y que en esta ocasión la estuviera sacando.
Una tenue sonrisa asomó en los labios de Nick.
—¿Cuánto tiempo crees que llevas aquí dentro?
—Sabes muy bien que no tengo sentido del tiempo —levantó las dos
muñecas para mostrar que no llevaba reloj. Hacía tiempo que aprendió
que las brujas y los aparatos que miden el tiempo no van muy bien juntos.
Nick empujó la puerta delantera y dejó que saliera ella primero. Miró
hacia arriba y se quedó pasmada al ver que era noche cerrada.
—Normalmente, al menos siento los cambios en el tiempo —murmuró
ella.
—El detective Larkin debía de ser un conversador fascinante si
consiguió que no notaras el paso de las horas —Nick indicó con la mano el
aparcamiento de los visitantes.
—Disfrutan haciéndote esperar en una sala asquerosa hasta estar
listos para entrar y hablar de absolutamente nada —refunfuñó—. Y el café
que hacen es asqueroso. Apuesto a que lo hacen aposta para que los
criminales confiesen con tal de tomar uno mejor en la cárcel.
—Arrojar una bolsa de residuos tóxicos llena de ropa pestilente no es

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

precisamente nada.
—Como si pudiera meterla en una lavadora y luego donársela a la
beneficencia. Dweezil tiene un contenedor en la parte de atrás
exclusivamente para esas cosas; y no acaban en el vertedero, donde los
vapores multiplican por diez la pestilencia habitual —caminó en silencio,
disfrutando del aire fresco, mucho mejor que el reciclado que llevaba
horas respirando—. Por algo llaman al tipo Sombra fétida. Gracias por
sacarme de ahí, hicieras lo que hicieras.
Nick rió ahogadamente.
—No te ha dolido tanto, ¿verdad?
Jazz aceleró el paso. Cuando alcanzó el borde del aparcamiento, se
detuvo en seco.
—¿Has conducido mi coche? —un trueno resonó fugazmente en el
cielo.
—¿Alguna vez has pensado en asistir a un cursillo de control de la ira?
—le dijo Nick. Se dirigió hacia la puerta del copiloto y la abrió—. Irma,
cariño, vamos a tener que cambiar un momento.
La fantasma se aferró al libro de bolsillo que tenía en las manos como
si su vida dependiese de ello.
—No pienso moverme de aquí.
—Y yo no pienso sentarme en el asiento del copiloto de mi propio
coche —Jazz se encaminó hacia la puerta del conductor. Oteó el interior y
se dio cuenta de que el asiento estaba más alejado del volante—. ¿Cómo
has entrado? Si le has hecho el puente…
—Le di permiso para que condujese —le informó Irma—. Fue mío
antes de ser tuyo. Y si doy mi permiso, el coche arranca sin necesidad de
llave —miró a Nick con una sonrisa picante—. Deja que conduzca ella,
puedes sentarte conmigo, guapetón.
Nick rodeó el coche, bloqueando suavemente sus intenciones de
montarse en el asiento del conductor. Ella notó la intensidad de su poder,
aunque no llegó a tocarla. Podría haberle empujado, pero no se atrevió a
ponerle una mano encima. Tocarle siempre le había traído problemas.
—Hace unos días, te habría acusado de echar a la poli encima de
Dweezil con tal de ajustar cuentas conmigo —murmuró Jazz.
—Ya sabes que no lo haría, Jazz. No uso a terceros para alcanzar mis
objetivos —por un instante, sus ojos parecieron brillar con la misma
intensidad que su feldespato—. Soy una persona muy directa.
—Lo sé, y la idea se desvaneció en cuanto se me ocurrió —se conjuró
para olvidar las dos últimas veces que habían estado juntos. El recuerdo
de sus besos solía provocar que su mente vagara por confines prohibidos.
Nick resopló y paseó la mirada por el aparcamiento.
—Supongo que esta noche me mandarás a casa. Dime una cosa,
¿cuál será tu excusa mañana? ¿Una jaqueca?
El embeleso de Jazz era digno del suyo.
—Tú haz lo que él te pida, nena, y así podremos irnos a casa —se
quejó Irma—. No quiero perderme al doctor House.
Jazz decidió que el remolino que se le estaba formando en la boca del
estómago se debía a no haber comido casi nada durante el día y al mal
café mientras esperaba que el aspirante a Sam Spade fuese al grano.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

—No vendrás a mi despacho esta noche, ¿verdad? —dijo Nick,


mostrando fragmentos de sus sentimientos.
—Tengo que prepararme para mi viaje a Moonstone Lake —dijo ella,
evitando sus ojos—. Además, tengo que llevar a su alteza a su cita con
Hugh Laurie.
Nick se apartó para dejarle el paso libre a su coche. Una vez delante
del volante, Jazz cerró la puerta y se arrebujó en el asiento.
—No puedes ignorar esto con la esperanza de que algún día
desaparezca, Jazz —dijo Nick. Se apoyó en la ventanilla y le dio un fugaz
beso en los labios.
Unos días atrás, Jazz hubiese pensado seriamente en lanzarle una
descarga, aunque ello supusiese otros sesenta años de castigo. Ahora,
apenas podía resistirse a que le besara los labios hormigueantes.
—¡Vente, Nicky, podemos apretarnos los tres! —trinó Irma. Nick
levantó la mirada y sonrió al ver que la fantasma se apartaba un poco en
el asiento para dejar un par de centímetros de espacio adicional.
—No es necesario, Irma —volvió a mirar a Jazz. Notó por todo el
cuerpo el calor que se desprendía de la mirada del vampiro.
Afortunadamente, antes de hacer ninguna estupidez, como meterlo en el
coche por la fuerza, él miró a Irma, le lanzó un beso, se dio la vuelta y
empezó a caminar.
—No tenías por qué ser tan grosera con él —bufó Irma—. Hacer las
maletas para ese viaje tuyo al lago no te llevará tanto tiempo.
Jazz arrancó el motor y metió la marcha.
—¿No decías que querías ir a casa para ver House? —miró
rápidamente alrededor, pero, como era de esperar, Nick había
desaparecido.
Se dijo a sí misma que no podría rechazarlo indefinidamente. No
resolvería nada. Pero, si le ayudaba, tendría la oportunidad de aclarar las
cosas entre ambos y, como dijo él, afrontaría su pasado. Si podía
enfrentarse a Clive Reeves sin querer matarlo, estaba segura de que esa
acción valdría mucho más que sesenta días de su destierro. Y, lo más
importante, se sentiría entera por primera vez en muchísimo tiempo.
Bien, hablaría con él a su regreso.
Entonces le diría a Nick que lo mejor sería no volver a verse más.
Necesitaba decirle que nunca podría haber nada entre ellos.
Cruzó la mirada sobre su propia nariz. Estaba segura de que había
crecido una fracción de centímetro.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Capítulo 9

Moonstone Lake

Primera noche de luna llena

Las tres mujeres vestían túnicas azul pálido que se movían con la
brisa nocturna mientras recorrían el borde del lago hasta una roca plana
que asomaba sobre las aguas. Se desplazaban con pie seguro y grácil a lo
largo de la orilla de piedra, hasta coronar la roca. Parecían salidas de una
estampa etérea, mientras la luna arrancaba de ellas destellos de plata.
—Que nuestro santuario nos siga proporcionando protección y fuerza
—entonó Stasia Romanov, sacando unos polvos multicolores de una bolsa
de malla dorada y lanzándolos al agua. La brisa tiró de sus cabellos
castaños hasta dotarlos de vida propia.
—Que nuestro santuario nos proporcione sustento y nos siga
alimentando —siguió Blair Fitzpatrick con una pizca de polvos plateados.
Su cabello, marrón más oscuro, con mechas rojizas también pareció
cobrar vida.
Jazz fue la última, con su melena cobriza pendiendo de sus hombros
en ondas sueltas.
—En esta luna llena, pedimos que nuestro santuario esté siempre ahí
para nosotras, en tiempos de necesidad —abrió su amplia bolsa y extrajo
sus polvos, del cremoso color de las perlas. En cuanto los polvos tocaron
el agua, el lago adquirió el extraño color traslúcido del feldespato, a juego
con las gemas que llevaban las mujeres. En ese instante, los colgantes y
los anillos de las tres cobraron brillo. En el momento en que una estrella
fugaz atravesó el aterciopelado cielo nocturno, las tres se miraron entre sí
y estallaron en alegres risas.
—¡Y gracias por hacer que no surgiera el monstruo del lago y nos
comiera! —gritó Jazz sobre las aguas trémulas mientras giraba sobre sí
misma.
—Eso es, Jazz, tú anímele a que se tome un bocado nocturno —le riñó
Blair.
Más tarde, mientras deshacían camino por la orilla, Stasia desvió la
mirada hacia el lago. Surgió un leve chapoteo en el centro, cuyas ondas
concéntricas aumentaban de intensidad a medida que se acercaban a los
bordes.
—¿Creéis que es verdad? —preguntó.
—¿El qué? ¿Que tenemos un monstruo viviendo en el lago? —Blair
siguió su mirada—. Has leído demasiadas de las novelas de fantasía que
vendes, Stasi. Lo único que encontrarás ahí son peces, trozos de barcas y
millas de redes de pesca encalladas en el fondo.
—Eso no quiere decir que no haya nada viviendo en el lago —dijo

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Jazz, haciendo una pausa para contemplar el agua, que ahora permanecía
en calma, con la salvedad de chapoteos esporádicos—. ¿Alguna vez
alguien ha visto algo extraño?
Stasi meneó la cabeza.
—Los críos del instituto suelen venir por aquí a medianoche y
aseguran haber visto la cabeza de la criatura asomando del agua, pero
nunca se ha confirmado nada, por lo que todo el mundo asume que han
estado bebiendo o algo.
—Al menos nadie se pasa en las noches de luna llena. Si supieran qué
hacemos aquí y por qué lo hacemos, seguramente esperarían
encontrarnos bailando desnudas alrededor de una hoguera —bromeó
Blair.
—Oh, claro, ¿en una noche como ésta? —se quejó Jazz,
estremeciéndose bajo su túnica—. Debe de haber seis grados bajo cero.
¡Me he puesto ropa interior larga, y aun así estoy helada!
Las otras dos chocaron hombros amistosamente mientras apretaban
el paso. No repararon en el difuso perfil de una cabeza recubierta de
escamas que se asomaba del agua y miraba en su dirección.
Siguiendo su costumbre de antiguo honrada, las mujeres se
levantaron para contemplar el amanecer, que las inundó de rojos naranjas
y dorados. De esa forma, pudieron disfrutar juntas de las primeras horas
de la mañana, antes de que Jazz tuviera que regresar a la vida en la
ciudad.
Cuando Stasi y Blair descubrieron Moonstone Lake en 1854, el pueblo
minero recibía el acertado nombre de Última Oportunidad. Fue muñéndose
a medida que las minas se agotaban y algunos de sus residentes
emigraban en busca de fortuna, mientras otros preferían quedarse en
busca de estabilidad. Stasi y Blair se quedaron, trabajando como
camareras en la pequeña cafetería que al final adquirieron. Cuando
abandonaron el lugar, aduciendo asuntos familiares, también eran dueñas
del edificio donde se encontraba la cafetería. Stasi y Blair se turnaron a lo
largo de los años en el papel de nieta o sobrina nieta para mantener la
propiedad del edificio de cara al día que decidiesen regresar.
Hacía dos años que decidieron volver al pequeño pueblo. Restauraron
el viejo edificio y abrieron un negocio de hostelería para atender a los
turistas que hacían una parada de camino a las estaciones de esquí, más
arriba en la montaña. Empezaron a bromear sobre que también estaban
allí para vigilar al monstruo mítico que supuestamente habitaba en el lago.
Ambas dieron un paso más lejos al repartir conjuros de desinterés por los
bosques que rodeaban parcialmente el pueblo. Muchos urbanistas
visitaban el lugar con la idea de construir centros turísticos, pero siempre
se marchaban pensando que el lugar no les convencía. Pero como ambas
mujeres eran conscientes de que siempre podía haber alguien que se
saltara los efectos de los conjuros, tomaron más precauciones y
compraron las parcelas que rodeaban el lago mediante una empresa
fantasma. Este era su pequeño paraíso particular, y pretendían que así
siguiese siendo.
Por el momento, Stasi disfrutaba regentando su tiendecita de lencería
que también ofrecía novelas románticas, mientras que Blair explotaba su

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

lado más ocioso, vendiendo material retro; desde muñecas Madame


Alexander de los años cuarenta, mesas de cromo de los cincuenta, hasta
ropa teñida de los sesenta. A Blair le resultaba fácil mantener un
inventario variado, ya que sus hermanas tenían mucho material
almacenado de tesoros personales por todo el país, del que, de vez en
cuando, querían deshacerse.
En invierno, el pueblo recibía la visita de los turistas que hacían una
parada de camino a varias estaciones de esquí, mientras que el verano
atraía a los pescadores y a los excursionistas.
Stasi y Blair gozaban de compañía masculina siempre que la
deseaban, pero, por puro afán de auto conservación, preferían mantener
sus secretos y no mimaban relaciones a largo plazo. Jazz venía cada mes
para celebrar la ceremonia de la luna junto con cualquier bruja que
hubiese en ese momento por la zona. Durante los últimos meses, sólo
habían sido tres las visitantes del lago en la primera noche de luna llena.
Las tres tomaron asiento en la terraza de la azotea del edificio, cada
una con su respectivo café expreso matutino, dejando a mano unos
prismáticos.
Mientras relataba los acontecimientos de las últimas semanas, Jazz se
preparó para lo peor cuando pronunciase el nombre de Nick. No salió
decepcionada.
—Espera un momento. ¿Utilizaste fuego mágico y no acertaste?
Chica, si eso es verdad, has perdido la mano —Blair meneó la cabeza—.
Esa sabandija se merecía unas cejas chamuscadas, como poco.
—Salvo que acabaría pareciéndose más a un fuego artificial del
cuatro de julio que a un hombre con las cejas chamuscadas —dijo Stasi
con suavidad—. Los vampiros y el fuego no casan muy bien que digamos.
—Hay formas —señaló Blair. Ella, mejor que nadie, debía de saberlo,
ya que estaba especialmente dotada para los ingeniosos conjuros
vengativos—. ¿Necesitas ayuda con algo?
—No, gracias. Ahora mismo nos necesitamos mutuamente —admitió
Jazz, reacia, aunque la idea de hacerse con algunos conjuros vengativos
de Blair le resultaba atractiva. Deseó no haber mencionado a sus amigas
el regreso de Nick. Ahora que sabían que había vuelto a la circulación, le
exigirían conocer los detalles más escabrosos. Sabían que había pasado
algo malo en 1932, pero Jazz nunca les contó toda la historia. Era una
noche de la que prefería no hablar con nadie, ni siquiera con las personas
más allegadas.
—Supongo que no hace falta que te pregunte si Nick ha cambiado —
dijo Stasi con su amable sonrisa—. Sigue estando buenísimo y jugando a
ser poli, ¿verdad?
—No creo que cambiase demasiado aunque no fuese un vampiro —
dijo Jazz, dando un sorbo al café—. Su fondo de armario está más
actualizado, pero sigue siendo el poli que lleva dentro… a pesar de haber
dejado el Protectorado.
—¡Bromeas! Creía que estaba quirúrgicamente unido a ese grupo.
Darth Vader con colmillos —rió Blair con disimulo. «Nick, yo soy tu
destino», entonó con voz grave, provocando las risas de las demás.
—Genial, acabo de tirar la espuma —resopló Jazz, meciéndose hacia

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

delante y hacia atrás en la silla, aceptando el pañuelo que Stasi siempre


tenía a punto.
—Fuimos a una maratón de La Guerra de las Galaxias hace un par de
semanas. Es fácil que Vader se te venga a la cabeza cuando lo has visto
en cuatro películas —explicó Blair.
—¡Ja! No la creas. Estaba demasiado ocupada pegando la mirada a
los pantalones ajustados de Han Solo —bromeó Stasi.
Jazz miró a sus hermanas brujas y sintió la tibieza y la paz de su
compañía. Era lo que necesitaba. Necesitaba el lago y la ceremonia para
centrarse en su poder, y a sus hermanas para hacer lo mismo con sus
emociones.
Le gustaba desempeñar el papel de bruja temible o listilla, pero aquí
podía ser ella misma. Una bruja que aún estaba inmersa en el proceso de
encontrarse a sí misma. ¿Quién sabe? Quizá lograra impresionar al Alto
Consejo Arcano y le levantaran el destierro. Sigue soñando. Eso ocurrirá el
día en que la Tierra rote en sentido contrario.
Contempló la extensión boscosa y pensó en la vida más allá para una
bruja desterrada.
«¿Qué haré entonces?»
—Venga, Jazz, cuéntales a estas paletas alguna noticia de la gran
ciudad —las palabras de Blair la devolvieron a la realidad—. ¿Cómo le va
al buenorro de Krebs? Tienes que traértelo algún día.
Jazz sonrió.
—Sigue diseñando páginas web para los no muertos, y hace poco
preparó una para un club de jazz especializado en licántropos —siguió
hablando de los últimos trabajos que había realizado. Stasi y Blair rieron al
escuchar la historia de la hermandad femenina, y rogaron más—. Había
una mujer muy agradable que necesitaba librarse de una maldición que le
había echado un ex novio —dijo Jazz—. Estaba convencido de que ella la
había fastidiado al romper con él y le lanzó una maldición que hacía que
viese su imagen en cualquier hombre con el que saliese. Estaba
convencido de que así la recuperaría.
—¡Es un enfermo! —espetó Blair.
Jazz asintió.
—No tardó mucho en perder los nervios. Cogió una excedencia en el
trabajo y se escondió en su apartamento. Afortunadamente, una amiga
suya me conocía y se puso en contacto conmigo. La pobre estaba al borde
de la enfermedad física de tanto estrés —sus delicados rasgos se
oscurecieron con los recuerdos.
—Eso no es amor. Es asqueroso —se estremeció Stasi.
Jazz estaba de acuerdo.
—Podía notar su obsesión prendida en todo, como si hubiese entrado
en el apartamento y hubiese empapado con él todas las paredes. Creo que
eso era lo que estaba afectando su salud. Así que pensé que necesitaba
probar de su propia medicina —sonrió.
—¡Bien! —gritó Blair, brindando con su taza de café—. ¿Verrugas,
forúnculos o llagas supurantes?
Jazz agitó la cabeza.
—Cada vez que él la mira, siente que algo oscuro y maligno se

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arrastra cerca. No es algo que pueda ver. Sólo la sensación de que hay
algo. Se le pasará en unos seis meses, y creo que para entonces ni
siquiera podrá pensar en ella con el más mínimo afecto. Mi propia cosecha
de la terapia de aversión.
—La gente no es consciente del daño que se puede hacer en nombre
de la pasión —dijo Stasi—. El amor no debería atar, sino liberar.
—Habló la románica empedernida —bromeó Blair.
—Por eso queremos a Stasi —Jazz dedicó una cálida sonrisa a la mujer
que consideraba más cercana a ella que su propia sangre—. Aun así, lo
que algunos creen que son maldiciones, resultan no tener nada que ver
con la magia. Un hombre estaba convencido de que su perro estaba
maldito porque no paraba de comerse su ropa y sus zapatos, e incluso le
daba al mobiliario. Decía que su mujer había lanzado una maldición sobre
el perro porque el marido había ganado la custodia del animal en el
divorcio. Resultó que no era nada de eso. El perro estaba estresado por
todo el proceso, y necesitaba pasar más tiempo de calidad juntos.
—Los perros son tan fáciles de entender… Son casi humanos —
meditó Blair.
—Sí, éste era un cachorro de lo más lindo. Lo malo es que el idiota de
su dueño pensó que no tenía por qué pagarme al no haber maldición que
eliminar. Le expliqué cuáles serían las consecuencias, y me soltó el dinero
muy alegremente —Jazz sonrió.
Stasi hojeaba desinteresadamente las páginas de la revista Allure.
—Nos hubiese encantado que vinieses a vivir aquí, Jazz. Hay espacio
de sobra para ti.
—Soy feliz en Los Ángeles. Entre la eliminación de maldiciones y
conducir para Dweezil no me aburro —Jazz estiró sus piernas, enfundadas
en unos vaqueros. Con sus negras botas de tacón alto, los vaqueros
negros ceñidos, la camiseta verde esmeralda y la chaqueta negra de
cuero, junto con unas gafas de sol Stenson, parecía una versión sexy de la
mujer de Marlboro. Hubiese preferido llevar a Fluff y a Puff, pero sus
pantuflas estaban vedadas en Moonstone Lake desde un desafortunado
episodio con una ardilla.
—No sé cómo puedes ser feliz trabajando para un tipo tan espantoso
—declaró Blair, estremecida.
—Puede que Dweezil sea asqueroso y…
—Espeluznante —añadió Stasi.
—Y un completo pervertido —dijo Blair, arrugando el labio.
—Por no hablar de su tercer brazo y segunda polla —Jazz encajó los
gritos a dos bandas—. Pero paga bien.
—No es para menos —Stasi encogió las piernas sobre la silla y rodeó
sus rodillas con los brazos. Su falda se deslizó sobre sus piernas—.
Trabajando para él tienes que llevar en coche a un montón de criaturas
asquerosas.
—Alguien tiene que hacerlo, y estoy mejor cualificada que la mayoría
—sorbió su expreso con triple moca, pensativa—. Algunos incluso dejan
buenas propinas.
—Teniendo en cuenta su aspecto y su olor, no es para menos —dijo
Stasi, arrugando la nariz—. Incluso tienes que llevar a esa criatura

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

espantosa que requiere de un coche especial.


Jazz asintió.
—Tyge Sombra fétida es lo más asqueroso que os podáis echar a la
cara.
—Lo contamina todo, por lo que nos has dicho —dijo Blair.
—El olor de sus pedos es tan inimaginable como su color. El sistema
de reciclaje de aire de la limusina es tecnología punta, pero mi ropa nunca
se libra del hedor. Dweezil disfruta recordándome que el gas no me puede
hacer daño, pero se olvida de que sigo teniendo sentido del olfato —emuló
unas arcadas—. Al menos deja buenas propinas. En cierto modo me
recuerda al conde de Brambleton —las tres mujeres se estremecieron ante
el recuerdo del responsable de su destierro.
—Para ser un miembro de la realeza, era mucho más que repulsivo.
No se bañaba nunca, y tenía el pelo y la barba lleno de liendres —Blair
cerró las manos alrededor de su taza de café para mantenerlas calientes
en el fresco aire de la mañana.
—Eso no era nada extraño por aquel entonces. Que yo recuerde,
nosotras tampoco éramos de mucho bañarnos antes de entrar en la
escuela —Stasi posó los pies sobre la barandilla y estudió las uñas de los
dedos mientras hojeaba una revista que tenía en el regazo. Paseó una
mano por los dedos de los pies. La brillante pintura rosa de uñas
desapareció al instante. Miró de nuevo la revista, tocó uno de los botes de
pintura impresos y luego repitió el gesto con cada uno de los dedos,
obteniendo instantáneamente un vivo tono coral que hacía juego con el
garabateado diseño de su falda hasta las rodillas y su jersey. Una
intrincada cadena de oro rodeaba uno de sus tobillos, del que pendía una
diminuta escoba. Era una tobillera idéntica a las que decoraban los tobillos
de Blair y Jazz en todo momento, con la excepción de que la suya lucía
una cremosa perla, la de Jazz una amatista intensamente púrpura y la de
Blair un topacio vivamente azul.
—En serio Stasi, sabes que puedes ir a cualquier tienda, comprar laca
de uñas y aplicártela manualmente, ¿verdad? —preguntó Jazz—. O puedes
soltarte la melena y acudir a un salón de belleza, donde lo harán por ti —
alzó las manos y mostró sus uñas pintadas de escarlata.
—Lo sé, pero a veces es más divertido probar cosas con antelación —
Stasi hizo lo mismo con las uñas de las manos y se echó hacia atrás para
admirar el efecto—. Así no acabo con algo que no me gusta.
—Jake llega tarde —Jazz cogió los prismáticos que tenía cerca y se los
llevó a los ojos para otear el terreno. Había varias casas en las cercanías.
—Apenas unos cinco minutos —Blair sorbió su expreso con vainilla y
caramelo—. No es famoso por quedarse dormido. Es una pena que nunca
haya tenido la ocasión de comprobar esa información de primera mano.
Una verdadera pena.
—Será mejor que se enfunde ese bonito trasero suyo en sus vaqueros
ajustados y se suba pronto a ese tejado, porque tengo que meterme en la
carretera dentro de media hora —Jazz mantuvo los prismáticos apuntados
hacia una cabaña no muy alejada.
—La señora Benedict bromea con que, en cuanto tiene el café hecho
y la primera hornada de galletas lista, lo tiene a su puerta, listo para

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trabajar —dijo Blair.


—¿Sigue haciendo esas deliciosas galletas fermentadas? —preguntó
Jazz, recostándose en la silla, los pies enfundados en las negras botas aún
apoyados en la barandilla.
—Cada jueves por la mañana, como un reloj. Y a veces nos manda
una hornada… con él —no hizo falta que fuera explícita sobre el apetito
que eso provocaba en la bruja rubia, cuyos provocadores labios estaban
bañados por la ligera capa de saliva al relamerse—. La última vez, lo
mandó con una jarra de mermelada casera de frambuesa y una bandeja
de galletas —dijo Stasi con un sentido de reverencia hacia la imagen de un
atractivo hombre acarreando mermelada casera y galletas.
—¡Ahí está! —Blair arrancó los prismáticos de las manos de Jazz, casi
estrangulándola con la correa cuando se los llevó a los ojos—. Muy buenos
días —ronroneó—. Tienen razón los que dicen que un cinturón de
herramientas hace al hombre.
—¡Quiero mirar! —Stasi se echó hacia delante para hacerse con los
prismáticos.
—¡No, yo primero! —dijo Jazz, sacando la cabeza de la correa
mientras estiraba el brazo—. ¡Además, los tenía yo primero y me los has
robado!
Blair sostenía los prismáticos con una mano, mientras con la otra
repelía los intentos de las otras dos.
—Tres minutos —canturreó—. La regla es tres minutos cada una. Y
eso significa tres minutos sin interferencias.
Stasi se dejó caer de espaldas sobre la silla.
—Quienquiera que creara esa regla estaba mal de la cabeza —dijo,
jugueteando inconscientemente con los corazones que colgaban de sus
pendientes dorados.
—Fuiste tú quien la sugirió. Yo voté por que fuesen cinco minutos —se
sintió Blair obligada a señalar, mientras se acomodaba en la silla para
disfrutar del panorama. Depositó su taza de café sobre la mesa de cristal
que había al lado.
—¿Pañuelo? —preguntó Stasi—. ¿Vaqueros largos o cortos? ¿Lleva
camiseta?
Blair asintió.
—Pañuelo rojo, atado limpiamente alrededor de la frente, con ese
mechón de pelo que tan bien se le escapa. Pantalones cortos y camiseta
verde oscuro —sus hombros se elevaron y volvieron a caer, delatando un
suspiro—. ¿Creéis que hoy hará tanto calor como para que se quite la
camiseta? ¿Cuánto creéis que tardará en ponerse a sudar? —miró a la
tenue mañana y sopesó la posibilidad de usar un poco de magia para dar
algo de calor al asunto.
—Con la Madre Naturaleza no se juega —dijo Stasi, meneando la
cabeza en gesto de reproche ante la previsión de las intenciones de Blair
—. No tiene sentido del humor —dio un suave golpecito con el pie desnudo
a una bola de pelo que se arrebujaba junto a la silla. Una cabeza cubierta
de pelo negro surgió de la bola y miró hacia arriba con canino deleite. Se
inclinó hacia delante para recoger al perrito, que emitió un agudo ladrido y
le cubrió la boca con besos con aroma de salchicha.

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—Vale, tus tres minutos se han agotado. Me toca —Jazz hizo


revolotear unos dedos impacientes frente al campo visual de Blair,
exigiendo su ración de prismáticos. Dispuso las lentes para ver mejor—.
Madre mía, es casi tan bueno como una buena taza de café al despertar.
¿Habéis visto qué manos más increíbles tiene? Son de las que dan rienda
suelta a la imaginación.
Stasi contó los segundos, que faltaban hasta los tres minutos.
Después de darle los prismáticos a la otra bruja, le quitó el perro del
regazo y lo abrazó contra su pecho.
—Algún día tendrás que hacerte con un perro de verdad —dijo Jazz,
devolviendo el pequeño animal, después de que Stasi devolviera, con
cierta reticencia, los prismáticos a Blair.
—Bogie es un perro de verdad —dijo Stasi, acariciando su cabeza y
haciéndole cosquillas detrás de las orejas—. Es un cruce de chihuahua y
yorkie. Son dos razas muy antiguas y respetadas.
—Sólo porque la AKC diga que son razas, no quiere decir que este
bicho sea un perro —dijo Jazz.
—¡Deja de burlarte de mi Bogie! —estrechó al animal contra el pecho,
recibiendo a cambio un húmedo beso—. ¡Es un perro maravilloso!
—No es un perro.
—Lo es.
—Un perro ladra. Esa cosa gime como un gato escaldado. Un perro se
lame el trasero. Este bicho se lame las patas como si un poco de tierra
fuese repugnante. Sólo los gatos hacen eso. ¿Crees que también podrá
caer sobre todas sus patas? Veamos —Jazz se lo quitó y lo sostuvo en alto,
a cierta distancia del suelo.
—¡No es divertido! —Stasi lo recuperó.
—Se parece más a una pelusa que a un perro de verdad —argumentó
Jazz.
Con un suspiro de lamento ante la distante figura masculina que
trabajaba sobre el techo inclinado de la casa con grácil seguridad, Jazz se
obligó a levantarse de la silla.
—Tengo que irme.
—Vamos en serio, Jazz. Vente a vivir con nosotras. El trabajo no será
un problema —dijo Stasi, siguiéndola por las escaleras que descendían
desde la azotea. Su diminuto perro le pisaba los talones con un feliz trote,
pero cualquiera que se fijase se daría cuenta de que sus patas nunca
llegaban a tocar el suelo—. Hay espacio de sobra en el edificio para abrir
cualquier tipo de negocio. Piensa en lo maravilloso que sería que
viviésemos aquí más de nosotras.
—Alucinarías con la cantidad de chicos monos que hacen parada de
camino a las estaciones —la tentó Blair.
—Disfruto de este sitio cada vez que vengo, pero me gusta el sitio
donde vivo y me va bien —aseguró Jazz. Una difusa imagen de Nick se
demoró en algún rincón de su mente antes de que la desterrara sin piedad
—. Quién hubiese dicho que hay tantas maldiciones en Los Ángeles —rió
secamente, cuando ya estaban en la zona de aparcamiento detrás del
edificio—. Sobre todo en Hollywood.
—¡Ya era hora de que aparecieses! ¡Una se podía haber muerto de

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vieja esperándote! —les llegó la quejumbrosa voz de una mujer.


Jazz puso los ojos en blanco.
—¡Tu reloj dejó de funcionar en 1956! —espetó.
—Deberías ser más agradable con ella —susurró Stasi—. Todos estos
años no han sido nada fáciles para ella, con todo eso de no poder salir del
coche.
—¿Para ella? Soy yo la que tiene que cargar con el muerto —Jazz
lanzó una mirada encendida a la canosa mujer. «Fantasma», se corrigió
mentalmente. «¡Fantasma, fantasma, fantasma!» El sombrero decorado
con flores se irguió con su cabeza mientras seguía criticando las
habilidades sociales de Jazz y su falta de consideración hacia los demás.
Jazz dio un pisotón en el suelo—. ¡Estás muerta, Irma! ¡El tiempo no es un
problema para ti! —murmuró algunos juramentos entre dientes, pero nada
mágico. Tampoco conocía ningún conjuro que pudiera afectar al objeto de
su enfado.
—Has sido capaz de eliminar todas las maldiciones a las que te has
enfrentado —dijo Blair—. ¿Cómo es que no has conseguido sacar a Irma
del coche?
Jazz meneó la cabeza. Sacó las llaves del bolsillo de la chaqueta.
—Ojalá lo supiera. Ninguna otra maldición me ha dado tantos dolores
de cabeza. Es como si algún maldito conjuro la mantuviera a salvo. No sé
cuántos libros de conjuros he leído, pero nunca he dado con nada que
funcione.
—¿Nos vamos o no? —gritó Irma. Un hilillo de humo de cigarrillo se
escapaba por la ventanilla.
Jazz miró a las alturas, como si buscara ayuda y luego abrazó a sus
amigas.
—Buen viaje —murmuró Stasi al oído de Jazz. Blair repitió las mismas
palabras cuando le tocó abrazarla.
Jazz sonrió y luego se volvió hacia el coche.
—¡Ya te he dicho que nada de fumar en mi coche! —restalló.
—Tampoco tengo que preocuparme por un cáncer de pulmón —Irma
se llevó el cigarrillo hasta los labios pintados con Tangee y exhaló un anillo
de humo perfecto—. Y olvidas que fue mi coche antes que el tuyo, razón
por la que no veo por qué no puedo tener una mascota para hacerme
compañía cuando me dejas aquí sola. También podría protegerme.
—Nada de mascotas —insistió Jazz—. Y la única razón por la que
consideras que el coche es tuyo es porque moriste en él.
Stasi y Blair permanecieron hombro con hombro observando cómo el
elegante Thunderbird rugía al salir del aparcamiento. Ambas mujeres
rodearon el edificio para ir a la parte delantera del edificio, donde estaban
sus establecimientos.
—Si Irma no estuviese ya muerta, estoy segura de que Jazz aceptaría
gustosa el castigo si pudiera hacerla aparecer en algún lugar inimaginable
—dijo Stasi.
Blair rió.
—Si Irma no estuviese muerta, Jazz la habría convertido en un cojín
de asiento y la hubiese colocado en esa limusina especial que usa para
llevar de paseo a Tyge Sombra fétida.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Stasi miró por encima de su hombro, en la dirección por la que se


había ido el coche.
—¿Has notado algo cuando Jazz nos ha contado lo que le ha pasado
últimamente?
—Nada nuevo, aparte de que sigue sin salir con nadie, ¿por?
Stasi agitó la cabeza.
—Puede que piense que nos haya hecho creer que nos lo ha contado
todo, pero estoy segura de que no es así. Nuestra Jazz se ha guardado
algo, y si lo ha hecho…
—Sólo puede significar una cosa —concluyó Blair la frase.
Ambas se miraron fijamente.
—¡Tiene que ver con Nick!

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Capítulo 10

—¿Qué quieres decir con que aún no te has pasado por allí? Me
prometiste que irías a la tienda y lo recogerías por mí. ¡Cerrarán dentro de
un par de horas!
La acusación implícita en la voz de Krebs pilló a Jazz por sorpresa. Sin
duda debió comprobar la identidad del que llamaba antes de contestar al
móvil. No era fácil tratar con Krebs cuando estaba irritado. Y su código de
bruja le impedía invocar uno de esos buenos y viejos conjuros inofensivos
que le hiciese olvidar la promesa que le había hecho. Una promesa, todo
sea dicho, que hizo una mañana en la que estaba desesperada por un café
y él mantuvo el tarro como rehén hasta que ella accedió a recoger cierto
material informático que había encargado especialmente.
—Una promesa que me arrancaste antes de decirme exactamente
dónde tenía que ir. No soy bienvenida allí.
—Esa subida de tensión no fue culpa tuya, así que no la uses como
una excusa. Limítate a ir a la tienda, decirles que vas a recoger mi
encargo, firmar el albarán y salir. Ellos se encargarán de cargar las cajas
en el coche.
Jazz abrió la boca y luego volvió a cerrarla cuando se dio cuenta de
que Krebs ya había colgado.
—Está bien —murmuró, metiéndose el móvil en un bolsillo de la
chaqueta. Los tacones de sus botas chocaron con fuerza contra el suelo
del aparcamiento prácticamente vacío. Pasó junto a varios espacios vacíos
que estaba acostumbrada a ver llenos de mini furgonetas y utilitarios de
todo pelo. Era el día álgido de las rebajas en el centro comercial, y se
imaginó que estaría lleno. Numerosos vehículos pasaron por su lado, sus
conductores buscando afanadamente los esquivos huecos más cercanos a
las entradas, pero no hicieron caso de los espacios vacíos. Los sonidos del
tráfico estaban amortiguados por la estructura de hormigón.
Tenía su Thunderbird a la vista cuando una abrumadora ola de sofoco
la absorbió. El paso le titubeó por un momento. Sabía instintivamente que
acelerarlo no haría más que ralentizarla mientras cruzaba el umbral
invisible que se antojaba como una barrera pegajosa. Al mirar a su coche,
que estaba en una de las secciones vacías, supo por qué los demás
conductores pasaban de largo, a pesar de estar muy cerca del ascensor
del aparcamiento. Ella tampoco hubiese querido.
A medida que avanzaba con los ojos puestos en su coche, que los
demás mortales veían como un vulgar sedán, una alta figura se desgajó
de las sombras, cerca del parachoques frontal, y se quedó cerca del faro
posterior. El hombre la estaba esperando, no había duda. Irma estaba
inmóvil en el asiento del copiloto con una expresión que Jazz nunca había
visto en la enojadiza fantasma. Pavor.
Jazz no la culpó. Ella tampoco se sentía muy valiente, aunque no

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

estaba dispuesta a admitirlo. Tenía la mala sensación de que la situación


que se le venía encima requeriría que echase mano de toda su astucia,
más que de sus poderes.
—Buenas tardes —el hombre esbozó una sonrisa que parecía tan
amenazadora como un vaso de leche, pero bajo la cual se arrastraba una
nefasta promesa. Si hubiese sabido leer auras, habría visto que la que
tenía delante era tan oscura como su ropa: unos pantalones negros y un
polo a juego con un símbolo bordado sobre el corazón que no podía
encontrarse ni en Ralph Lauren ni en Lacoste y le conferían el aspecto de
cualquier hombre. El pelo canoso profesionalmente dispuesto y su tez
morena hacían pensar en el típico jubilado adinerado que puede
encontrarse en cualquier campo de golf. Jazz estaba convencida de que no
había pisado uno en más de setenta años—. Tienes un coche muy bonito
—dijo, esgrimiendo una cálida sonrisa que le heló hasta el tuétano.
Bueno, jugaría a su juego.
—Me gusta —después de todo ese tiempo, era capaz de hacer teatro
con cualquiera. Hoy sería la típica mujer trabajadora soltera que disfruta
de una tarde ociosa en el centro comercial, donde las rebajas del cuarenta
por ciento eran el reclamo de sirena para cualquier mujer, bruja o no, con
sangre en las venas. Por mucho que le fastidiara, no le quedaba más
elección que seguirle el juego. Un mal paso podría provocar una mala
caída. Ya jugó a ese juego una vez y perdió. No volvería a ocurrir.
Mantuvo la mirada en un ornamentado anillo dorado que el hombre
llevaba en la mano derecha mientras pasaba los dedos sobre la parte
posterior del Thunderbird. Una oscura niebla del color del aceite de motor
fresco permaneció en el aire durante un instante, antes de asentarse
sobre el brillante metal. Estaba totalmente concentrado en el coche, y
actuaba como si Irma no estuviese allí. Si bien los humanos no podían
percibir a la fantasma, Jazz sabía que el hombre que tenía delante era
muy consciente de la presencia de Irma. Si mal no se equivocaba, el
hombre incluso se alimentaba del miedo de la fantasma como si estuviese
disfrutando de un banquete. Una vez más, Jazz domó la furia que se
acumulaba en su interior. No era momento para ceder al temperamento.
Era más bien el momento de pensar mucho antes de hablar.
—Lo han mantenido en unas condiciones excepcionales. ¿Existe
alguna posibilidad de que lo vendas? —dijo, alzando una ceja y
manteniendo la sonrisa en los labios. A ojos de un profano, hubiese
pasado por un típico admirador de coches clásicos. Para Jazz, era la
maldad encarnada—. Estoy dispuesto a ofrecer una buena suma por esta
preciosidad.
El sonido del dolor emocional de Irma atravesó el cuerpo de Jazz
como un cuchillo afilado.
—No, no se vende —la cortesía le escoció en la lengua, pero estaba
dispuesta a hacer cualquier cosa para evitar problemas. No estaba segura
de si la barrera pegajosa que había atravesado impedía que los de fuera
los viesen, pero vista la criatura que tenía delante, estaba convencida de
que no le costaría nada presentar una ilusión a ojos mortales. Deseaba
que cualquier inocente que no se hubiese percatado de la oscuridad y
pasara por allí no viese más que a dos personas manteniendo una

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educada conversación. Sin embargo, sabía que una mala palabra lo


precipitaría todo al abismo, y ella no podía permitirse bajas colaterales
entre humanos que no tenían ni idea de lo que estaba contaminando su
dimensión—. Tiene valor sentimental.
El hombre mantuvo la mirada, de un negro homogéneo, en su cara.
Ella mantuvo sus rasgos impasibles a pesar de que algo diminuto se
deslizaba por su piel, escrutándola en busca de un punto débil en el que
anidar. Parecía calibrar sus auténticos sentimientos. La ira y el odio se
redoblaron en su interior, pero los domeñó antes de que explotasen y
convirtió mentalmente al diminuto ser en un bicho mágico tostado. Si
insistía, haría algo al respecto.
—¿Te gustan las reliquias del pasado? —no se movió del sitio, una
mano aún posada sobre el metal. El reverso seguía reluciendo con una
oscura sombra del tono del aceite, mientras ésta fluía por los lados del
coche.
—Valoro algunas cosas —dijo, negándose a apartar la mirada. Eso
indicaría miedo, por no decir que apartar la mirada de una cobra es la
mejor manera de recibir su picadura. Lo que tenía delante hacía que la
picadura de una cobra fuese tan peligrosa como un corte con un papel.
Sabía que la criatura que se escudaba en una forma humana era
infinitamente más peligrosa. Sus dedos le picaban, ansiosos por lanzar
una llamarada de fuego mágico, pero sabía que de nada serviría, ya que lo
que tenía delante no era más que una maligna ilusión para infundirle
terror—. Ahora, si no te importa, tengo una cita y llego tarde.
No se apartó, sino que se quedó observándola, la mirada oscura y
escrutadora. Jazz sentía como si esa mirada se hundiese en ella
intentando tocar una parte de su ser que había mantenido bien enterrada.
Una violación que aborrecía con todo su ser.
—Deberías estar muerto —dijo ella con voz queda—. Te hundí una
botella rota en el corazón. ¿Cómo lograste sobrevivir?
La sonrisa del hombre no menguó mientras contemplaba el coche, y
luego a ella, hablando como si no hubiese oído la pregunta:
—Sí, es una maravilla, sin duda. Si alguna vez piensas vender el
coche, estaría interesado —sacó una tarjeta de visita del bolsillo y la
extendió. Jazz no se movió para cogerla. Él se encogió de hombros y la
dejó sobre el coche—. Que tengas un buen día.
Pasó junto a ella, el sonido de sus pasos amortiguándose lentamente
hasta que desapareció de su vista.
Jazz dedicó una larga y dura mirada a la tarjeta rectangular que había
depositado sobre el coche. Unas letras del color de la sangre describían un
nombre que había oído demasiadas veces últimamente: Clive Reeves. Un
ligero remolino de humo negro salió de la tarjeta y ésta desapareció sin
dejar marca en la chapa del coche. Por desgracia, la sustancia oleosa que
había manchado la parte posterior del Thunderbird ahora cubría toda la
superficie y no resultaría fácil de quitar. Aunque sabía que ningún mortal
era capaz de apreciar los daños provocados al vehículo, ella no sólo los
veía, los sentía hasta los huesos.
—Me siento muy sucia —sollozó Irma desde su asiento.
Jazz se dobló y vomitó frente al coche que había junto al suyo. Se

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

apartó y apoyó la espalda en la pared, deslizándose hacia abajo hasta


quedar sentada en el suelo de cemento. Suspiró con el aliento
entrecortado.
—Lo maté una vez. No tengo ningún problema en volver a hacerlo. Y
esta vez me aseguraré de que no vuelva.
Esa noche, Nick siguió el sonido de las campanas hasta el jardín
trasero. Al doblar la esquina de la casa, vio que las luces del garaje
estaban encendidas, iluminando la escena que se desarrollaba frente a él.
Krebs, botella de cerveza en mano, estaba tirada en una silla en un
extremo del césped, contemplando cómo Jazz pasaba un paño húmedo
por el costado de su coche, que estaba aparcado en pleno camino privado,
frente al garaje. Lo que parecía una especie de oscuro aceite nocivo
desapareció de la superficie del vehículo y se transfirió al paño que ella
manejaba con la misma furia que si hubiese sido un arma. El sonido de las
campanas provenía de un equipo de sonido portátil que yacía a los pies de
Krebs. Nick podía ver que la melodía no era del gusto del hombre.
—La luz cubre la oscuridad para que no vuelva nunca más —
murmuraba mientras repasaba la superficie con el paño—. La luz no da la
vida.
Los movimientos de Jazz eran lentos y gráciles, como una bailarina,
mientras sus labios se movían pronunciando palabras en un idioma
olvidado. El sonido de sus palabras irradió un brillo dorado sobre el coche,
las campanas creaban el contrapunto de sus acciones y la furia que se
traducía en brillantes tonos rojos, dorados y púrpuras a su alrededor. Un
rico aroma a cedro flotaba en el aire, aunque él sabía que no había cedros
en el vecindario. Nick reparó en que el olor procedía de Jazz. Estaba
usando agua cargada con cedro y aceites. También había un gran caldero
cerca con una gran vara de salvia apagada dentro. Había un gran cristal
de cuarzo junto al recipiente. Había más cristales dispuestos alrededor del
coche. Sabía que la escoba apoyada junto al garaje no estaba allí como
decoración.
Era una parte importante del ritual de Jazz. Estaba lanzando un
conjuro de limpieza. Estaba invocando una poderosa magia; limpiando el
coche de algo tan oscuro que podía sentirlo como una sustancia pútrida.
Tenía una muy mala sensación de saber de dónde procedía esa
sustancia, y no le inspiraba nada bueno. Se acercó un poco, sin adentrarse
en el círculo que Jazz había creado entre su alrededor y el coche.
—¿Qué ha pasado?
Jazz giró sobre sus talones. Su camiseta y sus pantalones vaqueros
piratas estaban empapados de agua y sudor. Su expresión presagiaba un
mal momento para quienquiera que se interpusiera en su camino. Ahora,
Nick era ese obstáculo. Nada mejor que un objetivo de más de 1,83
metros para el desahogo de una bruja.
—Maldito cabrón, me dijiste que no podía abandonar su propiedad.
¡Dijiste que no había salido de la mansión en años! ¡Pero no me dijiste que
había dominado el arte de la proyección astral! —su acusación lo atravesó
como una lija bien afilada. No hizo falta ninguna magia para que el paño
húmedo que tenía en la mano se estrellara contra el pecho de Nick;
simplemente una mano tan rápida como cualquier jugador de béisbol

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apuntando adonde lo habría hecho con una bola de fuego. En cuanto el


paño atravesó el círculo, ella lo volvió a sellar. Acabó cayendo al suelo con
un húmedo chasquido. Ella lo fulminó con la mirada, convirtiéndolo en
cenizas en apenas segundos.
Sus palabras hicieron que se tambaleara sobre sus talones. Que Jazz
desintegrara un paño húmedo no era ninguna novedad. Pero el dato de
que se había topado con Clive Reeves sí que lo era. No se esperaba que el
tipo se enfrentara a ella abiertamente.
—No lo sabía —su mirada desconcertada pasó de sus furibundos
rasgos a Irma, que estaba arrebujada en el asiento del coche, las lágrimas,
surcando sus mejillas más pálidas de lo habitual.
Jazz, volvió a mirarlo con furia, se giró y encendió la varita de salvia
con una bola de fuego. La vara cobró vida, emitiendo un profundo aroma a
salvia blanca.
Nick tenía la inquietante sensación de que esa bola de fuego podría
haber acabado fácilmente en él.
—Vale —volvió a mirar a Jazz, dispuesto a afrontar su ira. Comprendía
su enfado, y estaba dispuesto a encajarlo y a aceptar toda la
responsabilidad por lo ocurrido. Aceptó que el abierto enfrentamiento de
Clive Reeves con ella fuera de sus dominios era culpa suya y de nadie más
porque en su momento no supo atajarlo—. Nunca hubo ningún informe
sobre que pudiese abandonar su cuerpo. Nadie lo ha visto abandonar su
mansión en décadas. Incluso construyó sus oficinas y su estudio allí, dado
que sus terrenos son tan amplios.
Los ojos de Jazz brillaron con un oscuro tono verdoso que pareció
dotarlos de vida propia y restallaron con más ira de la habitual. Era como
si pudiesen invocar un peligroso conjuro por sí solos.
—Te daré una noticia, vampiro: tus informes estaban equivocados,
porque, por las Providencias, te juro que lo tenía junto a mi coche hace
dos horas —tendió la mano hacia atrás para indicar el Thunderbird.
Nick miró al vehículo. Aún quedaban leves rastros de la corrupta
sustancia negra sobre la chapa azul y blanca, normalmente inmaculada.
Sabía que Jazz no iba a ninguna parte sin poderosos conjuros de
protección aplicados al coche, pero saltaba a la vista que ni ellos habían
sido capaces de frenar a ese mal en particular. También estaba claro que
Jazz estaba enfurecida, dispuesta a reducirlo a polvo igual que al paño.
—¿Qué ocurrió exactamente? —volvió a preguntar.
Jazz se volvió para volver a lanzar su conjuro de limpieza. Cogió otro
paño y lo empapó en el agua antes de frotar la superficie.
—Fue en el centro comercial. Al volver al coche, noté que lo rodeaba
una especie de barrera densa. Sentí como si fuese… —buscó una
descripción adecuada, no lo consiguió y tiró de lo primero que le vino a la
mente—. Una especie de sustancia pegajosa y repugnante que tuve que
atravesar. Estaba de pie, junto al coche —sus palabras temblaban con la
emoción, pero sus movimientos no dejaron de ser gráciles—. Intentó
hacerse pasar por un desconocido interesado en coches clásicos. Estaba
allí, sonriente y amistoso, como si… —volvió a fallarle la descripción—. Yo
sólo quería… —apretó el paño húmedo en un puño. Se sacudió los
pensamientos y volvió al trabajo.

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Jazz recogió uno de los cristales de cuarzo que yacían cerca del
caldero y lo metió en el agua antes de dirigirse hacia el coche y dejarlo en
el regazo de Irma.
—Para ti.
—¿Qué? —saltó Irma cuando el cristal atravesó su figura para quedar
tranquilamente posado sobre el asiento.
—Te ayudará a calmarte —explicó Jazz.
—¡Ni siquiera puedo sostenerlo! —Irma bajó la mirada hacia el cristal
sobre el que estaba «sentada».
—Puede calmarte, aunque esté debajo de tu trasero —espetó Jazz,
disponiéndose a coger la escoba.
Nick observó cómo finalizaba el conjuro barriendo alrededor del
coche, desterrando el mal que quedaba.
—Que se vaya para no volver. Que se vaya donde para siempre
pueda arder —murmuró—. ¡Porque yo lo digo, maldita sea! —la fórmula de
Jazz del «así sea» era más directa y Nick tenía que admitir que iba con
ella.
La oscuridad se desvaneció.
A pesar de que el mal parecía haber desaparecido, Irma tenía aspecto
de seguir traumatizada.
Nick se quedó en su sitio, contemplando cómo Jazz abría el círculo,
despejaba las herramientas y apagaba el equipo de sonido.
—Tengo que informar al Protectorado de esto. Los Antiguos han de
saber lo que os ha pasado a ti y a Irma.
Jazz se envaró.
—No les dirás nada. No han movido un dedo por ti en el pasado, ¿por
qué molestarte ahora? —captó su expresión—. ¡Dame un respiro, Nick! Te
han tenido cogido de los colmillos durante los últimos dos milenios.
—¿Colmillos? —intervino Krebs, pasando la mirada de la una al otro—.
¿Quién tiene colmillos? ¿Él tiene colmillos?
—El Protectorado y sus malditos Antiguos tienen sus propios planes,
que no tienen nada que ver contigo y, por supuesto, conmigo tampoco —
prosiguió ella, ignorando a Krebs.
—Tiene todo que ver con nosotros. Nos han pedido que echemos una
mano con el asunto de Clive —señaló Nick—. Ya sabes cómo son. Si
supiesen que no estamos a la altura del trabajo, no nos habrían pedido
ayuda.
La sonrisa de Jazz era de todo menos atractiva. Por un instante, un
trueno restalló en los cielos.
—La única razón por la que piensan que puedo ser de utilidad es que,
en caso de que haya bajas, esperan que sea yo en vez de tú. Eres más
vulnerable frente a ellos que yo. Puede que hayas abandonado el
Protectorado, pero te siguen considerando uno de los suyos —avanzó
decididamente hacia él. Una bruja enfadada es una bruja peligrosa. En ese
momento, Jazz era comparable a un arma nuclear.
—Eh, chicos —terció Krebs, pero no era tan tonto como para entrar en
la zona de peligro. Ya conocía las manifestaciones del temperamento de
Jazz—. Para vuestra información, no estamos solos aquí. Pensemos en los
vecinos que podrían estar mirando desde sus ventanas. No queremos

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

hacer nada que les anime a llamar a la policía, o algo peor, que nos echen
del barrio, ¿verdad?
Nick se mantuvo en su sitio mientras una ventolera los envolvía,
levantando polvaredas a su paso. Cuando las diminutas partículas se le
clavaron en la piel como miles de cuchillas, lanzó un siseo de dolor y
exhibió sus colmillos.
—¡La leche! —Krebs prácticamente se subió al respaldo de su silla, la
volcó y se cayó de espaldas. Se revolvió en el suelo y se puso a cuatro
patas.
Al verlo, Jazz se dio cuenta de lo lejos que había llegado. Se puso a
caminar en pequeños círculos, los brazos en jarra, lanzando cortos y
profundos suspiros para ahuyentar la rabia. Los colores que manifestaban
su hostilidad fueron difuminándose.
Nick también se tomó su tiempo para serenarse.
—Te pido disculpas —dijo, inclinándose profundamente ante un
tembloroso Krebs.
—Es sólo que yo… Joder —se pasó la mano por el pelo. Alzó las
manos, las palmas hacia fuera—. ¿Sabéis qué? Me voy adentro a ponerme
un copazo. Puede que apure la botella. Lo único que os pido es que no
voléis nada por los aires —retrocedió hasta la casa.
Nick agachó la cabeza, dejando escapar un leve suspiro.
—¿No lo sabía?
—No, no lo sabía —Jazz respiró profundamente varias veces,
calmando sus acelerados latidos—. No es algo que se pueda sacar en
cualquier conversación. «Oh, por cierto, Krebs, ¿te acuerdas del tipo que
vino de visita? Es un vampiro que ni vive ni respira.» Krebs trata con
vampiros en su trabajo, pero lo hace todo por teléfono o Internet. Le insté
a que lo hiciera así por su propio bien. Cree que me complace al seguir mi
recomendación. A veces me da la sensación de que piensa que son una
especie de club underground, aspirantes, nada serio.
—Definitivamente no es lo mismo que echarse uno a la cara —miró a
Irma, hecha un ovillo en su asiento—. ¿Estás segura de que era Clive?
—Sólo porque no tuviera el mismo aspecto que antes y hayan pasado
más de setenta años no quiere decir que no sepa reconocer al diablo —su
rostro se tensó con el dolor que afloraba en su interior—. Mira, hazme un
favor y márchate. Ahora mismo no estoy de humor para hablar de
estrategias. No quiero saber nada de informes o lo que hay que hacer a
continuación; ni siquiera lo capullo que sigues siendo.
Nick quiso decirle que era eso precisamente lo que tenían que hacer,
pero concluyó que no era el mejor momento.
Además, tenía que hacer algunas llamadas. Inclinó la cabeza en un
breve asentimiento.
—Te llamaré luego —mientras se alejaba, vio a Jazz en el ojo de su
mente. La ira y el miedo pugnaban en su mirada, y su piel estaba tan
pálida como el pergamino. Antaño se hubiese quedado y habría hecho
todo lo posible para reconfortarla. Ahora, sabía que lo mejor era irse y
dejar que se serenase ella sola, por muchas que fuesen sus ganas de
quedarse.
Ninguna mujer había conseguido jamás hacerle sentir vivo, bueno,

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

tanto como era posible en él, como Jazz lo había hecho.

Jazz no pensó en nada extraño cuando escuchó el leve sonido de


voces proveniente del garaje mientras cruzaba la extensión posterior de
césped. Como no necesitaba dormir, Irma se pasaba las noches viendo la
televisión, y Jazz le facilitaba un buen surtido de DVD. Pero… salió a buen
paso y utilizó la puerta del lateral de la estructura. Dos cabezas giraron
hacia ella. Una era de pelo canoso, la otra más oscura. Fue ésta la que
captó su atención.
—¿Qué estáis haciendo aquí? —vale, su hosca bienvenida no le
permitiría aspirar a Miss Buenos Modales, pero había salido a reconfortar a
Irma, convencida de que la mujer aún estaría impresionada por los
acontecimientos del día. Habida cuenta de que probablemente había sido
la peor situación mágica en la que se había visto Irma, Jazz se sentía en la
obligación de asegurarse de que estaba bien. Pero en ese momento sintió
algo parecido a celos.
Nick se levantó de la silla que ocupaba junto a la puerta del copiloto.
—Me he pasado a ver a Irma. Quería asegurarme de que se
encontraba bien.
Jazz lanzó una rápida mirada en dirección a Irma. La última vez que la
había visto era un triste manojo de lágrimas. Ahora, obviamente gracias a
las atenciones de Nick, estaba de lo más alegre.
—¿No es maravilloso el detalle que ha tenido Nick? Ahora que Jazz
había limpiado el coche y al fantasma, los rizos grises de Irma volvían a
estar como recién salidos de la peluquería, y sus manos enguantadas
reposaban plácidamente sobre su bolso azul. Aún quedaba algo de
aflicción en sus ojos del mismo color, pero tenía mucho mejor aspecto que
hacía unas horas.
—Oh, sí, es todo un príncipe —sostuvo en alto un cubo de palomitas
de mantequilla y un vaso extra grande de Coca-Cola light. Llevaba una
bolsa de chocolatinas en un bolsillo de los vaqueros. Irma no podía comer
la comida basura que solía acompañar el visionado de las películas, pero
eso no impedía que Jazz se dejase llevar—. Pensé que quizá te apetecería
ver una película.
Jazz depositó el botín sobre la cercana mesa de trabajo, se acercó al
televisor e introdujo el DVD.
—Probablemente no sea de tu estilo —advirtió a Nick.
Él sonrió.
—Estoy seguro de que me gustará cualquier cosa que hayas elegido
—se recostó en la silla con los brazos cruzados sobre el pecho, el gesto de
un hombre dispuesto a quedarse.
Deseó haber escogido una buena película para chicas, llena de
lágrimas, en vez de una comedia. Nick y ella se habían echado a la
espalda una buena ración de películas a lo largo de los años. A juzgar por
la expresión de sus ojos, él recordaba los viejos tiempos en los que los
cines ofrecían unos agradables, oscuros y, en ocasiones, desiertos
anfiteatros.
El rostro de Irma se iluminó y aferró una mano a otra deleitada,

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

cuando la pantalla se encendió.


—¡Arsénico por compasión! —dijo, emitiendo un leve suspiro—. Cary
Grant es uno de mis actores favoritos. A Harold nunca le gustó. Siempre
dijo que John Wayne era el único actor que merecía la pena.
Jazz abrió la puerta del conductor y se deslizó en el coche. Echó el
asiento hacia atrás todo lo que pudo para estirar las piernas, puso el cubo
de palomitas entra ambas y sostuvo el refresco en la mano. Adoraba su
coche, pero ojalá viniese con posavasos. Sintió la tentación de girarse y
abrazar a Irma, algo que nunca se le había ocurrido desde que la fantasma
se había convertido en su inoportuna pasajera. Pero entonces tampoco
había sido manchada con magia negra. Sin embargo, sabía que no había
forma de que pudiera tocarla y darla consuelo físico. No haría más que
atravesarla. Pero sí podía darla su tiempo. Por un instante, su mirada
coincidió con la de Nick, que la miraba con una emoción que dotó sus ojos
de un oscuro brillo.
Irma giró la cabeza a ambos lados para asegurarse de que gozaba de
la atención de todo el mundo.
—Había visto a ese hombre antes, pero no tiene sentido. Claro que
fue hace muchos años y tenía un aspecto diferente.
Jazz se puso rígida.
—¿Cuándo lo viste, Irma?
—En un retrato del cine Excelsior de nuestro pueblo —se dio unos
golpecitos en la barbilla con el dedo mientras meditaba—. Promocionaba
una película que tenía algo de la noche en el título.
Jazz intercambió otra mirada con Nick.
—El hombre de medianoche —susurró la bruja, viéndose abrumada
por los recuerdos de una película sobre un actor de terror obsesionado con
una actriz secundaria y de cómo acababa destruyéndola. En esa época, no
se imaginaba lo cerca que estaba la verdad de la ficción.
—Sí —se estremeció Irma—. Era un retrato espantoso. A mí no me
gustaban las películas de terror, y Harold pensaba que era tirar el dinero.
Madre mía, eso fue hace muchos años.
Jazz tuvo que forzar sus labios para hablar.
—Fue en 1932 —le costó disimular la emoción de su voz.
—Pero no hemos podido ver a Clive Reeves hoy —argumentó Irma—.
Murió hace mucho tiempo. Algunos dicen que por eso funcionó tan bien su
película… Porque fue la última —al estar mirando a Nick en ese momento,
se perdió el respingo instintivo de Jazz—. Pero no era un fantasma,
¿verdad?
—No, Irma, no lo era —dijo Nick.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Capítulo 11

El cigarrillo que había aparecido entre los dedos de Irma desapareció


tan pronto como había aparecido. Sus labios, habitualmente pintados con
Tangee, parecían desnudos.
—Entonces ahora es una especie de monstruo y por eso me ha hecho
algo horrible.
Jazz se reprimió el comentario mordaz que le hubiese hecho en el
pasado.
Irma respiró hondo.
—Por favor, decidme que vais a hacer algo con esa criatura. Que vais
a destruirlo —su mirada derivó en Jazz—. A eso te dedicas. Te deshaces de
cosas horribles por los demás. El que esté muerta no quiere decir que no
tenga sentimientos —su voz aumentó un par de tonos—. Me hizo sentir
sucia y me hizo daño. Estoy segura de que no se me pasará pronto.
Si Jazz no hubiese sabido que Irma era una fantasma, hubiese jurado
que su tensión se estaba disparando.
—Elimino maldiciones, pero no se me permite arrebatar vidas —
reprimió el viejo recuerdo que la quemaba como el ácido.
—¿Y qué es él? ¡Haz que desaparezca antes de que se le ocurran más
fechorías!
Jazz deslizó con su magia su vaso de Coca-Cola hasta posarlo
delicadamente sobre la mesa de trabajo.
—Vamos a ocuparnos de él, Irma —dijo Nick en voz baja— Clive no
volverá a acercarse más a ti.
La mirada de Irma se paseó entre los dos.
—Entonces sí que es ese actor que todo el mundo piensa que murió
en 1932. ¿Es un vampiro, un hombre lobo o sólo un científico loco que
cree poder vivir para siempre? Porque, si sigue vivo, no puede ser
humano, y de ninguna manera es un fantasma como yo —la idea de que
Clive Reeves pudiera ser un fantasma la encolerizaba.
Jazz se frotó la cara con las manos.
—Digamos que no tenemos muy claro lo que es, ya que la inteligencia
que informa a Nick no lo es tanto —mantuvo controlado su nivel de estrés
cuando horadó a Nick con la mirada. Habida cuenta del día que acababa
de pasar, no resultó tarea fácil.
—Pero tenéis la intención de destruirlo.
—Ése es el plan —Jazz esperaba sonar más confiada de lo que se
sentía. Esa tarde, Clive Reeves había demostrado tener unas inesperadas
habilidades mágicas. Habilidades que temía que ni siquiera Nick pudiese
equiparar.
—Quiero ayudar —la aflicción dibujó nuevas arrugas en el rostro de
Irma. Jazz no sabía que los fantasmas pudiesen envejecer, pero en ese
momento Irma parecía tener diez años más. Sus labios se tensaron con

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

determinación—. Quiero ver cómo sufre —siguió hablando antes de que


Jazz pudiera intervenir—. Pero tengo que poder abandonar este coche —se
golpeó el muslo. Su puño atravesó su pierna y el asiento, pero su furia
suplió la insustancialidad del gesto. Jazz no vio humor alguno en la acción
cuando percibió la rabia y el dolor que la acompañaban—. ¡Por favor,
encuentra un conjuro que me ayude a salir de este coche! ¡Quiero
acompañarte cuando destruyas a esa criatura infernal!
Jazz se quedó sin palabras. Irma siempre había sido petulante, incluso
completamente sarcástica, pero nunca la había visto implorar, y menos
aún con tanta pasión. Dudaba que nadie pudiera comprender su
necesidad de justicia como ella misma. Sólo deseaba poder satisfacer la
petición de la fantasma.
—Nunca he sido capaz de encontrar un conjuro que te libere del
coche, Irma —dijo con dulzura—. No creo que necesites uno para salir,
sino tu propia determinación. Tienes que dejar el pasado, perdonar a
Harold y seguir adelante a tu manera. Quizá ésa sea la única manera de
abandonar el coche.
Las lágrimas surcaron las capas de maquillaje Coty que Jazz sabía que
siempre acompañaban a Irma, mientras la arbórea fragancia de Noche en
París les envolvía.
Se diría que Irma inspiró profundamente varias veces, cosa difícil
cuando llevas cincuenta años muerta, y luego devolvió la mirada a la
película. Su voz le salió ronca cuando habló al fin.
—Quizá tengas razón.
Irma guardó silencio durante el resto de la reproducción, aunque se
permitió alguna que otra sonrisa.
Cuando terminó, Jazz y Nick salieron del garaje. La bruja contempló el
cielo y Nick siguió su mirada.
—¿Recuerdas la noche que condujimos hasta las colinas y nos
sentamos bajo el cartel de Hollywood?
El recuerdo le hizo sonreír.
—Por aquel entonces era Hollywoodland. Nos sentamos sobre cada
letra porque sencillamente parecía que era lo que había que hacer. Pensé
que tendría una glamurosa carrera cinematográfica, pero en los créditos
no llegué más allá de «segunda chica del coro» o «chica pelirroja» —hizo
una mueca.
Nick hizo chocar su hombro con el de ella en un gesto de simpatía.
—Eso se debía a que no eras capaz de actuar una pizca, ya fuesen
películas mudas o no.
—¡No era tan mala! —protestó ella, dándole una parodia de golpe.
—Una muñeca pepona lo hubiera hecho mejor —sonrió.
—Tú estabas celoso porque pensaron que Bela Lugosi interpretaba
mejor a un vampiro que tú.
—Mi acento era mejor, pero él tenía la capa.
—Sí, pero tú tenías los colmillos de verdad. Tendrías que haberlos
enseñado. Puede que tú hubieses sido la figura de culto, en vez de él. Y al
menos no tuviste que soportar a directores de reparto que esperaban algo
más que la lectura de un guión —la risa de Jazz se extinguió tan pronto
como empezó. Recordar lo que le había pasado a manos de un miembro

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

de la comunidad cinematográfica solía agriarle el humor.


También le recordó por qué había acumulado más abusos mentales
en su cerebro contra Nick. Ella creía que la rescataría. Que mataría a un
monstruo mortal que era tan malo como los sobrenaturales que él cazaba.
Pero Nick no apareció como un caballero andante con colmillos a lomos de
un blanco corcel. Jazz tuvo que arreglárselas por sí sola, como tantas otras
veces.
Y, también como tantas otras veces en el pasado, se las había
arreglado para arrastrarla a cualquiera que fuese el caso en el que estaba
trabajando, haciéndole sentir ese magnetismo tan suyo y de nadie más.
Ella deseaba odiarlo, pero nunca fue capaz. Y se odiaba por ser tan
blandengue en lo referente a Nick.
¿Por qué no se habría enamorado de un agradable licántropo? De ser
así, podría llevárselo a Moonstone Lake, y él podría merodear por los
bosques, cazando conejos, mientras ella asistía a la ceremonia mensual.
Ambos disfrutarían de la luna llena.
Miró hacia la casa y vio luces encendidas en la primera planta. Dado
el estruendo de los Beach Boys, dedujo que Krebs estaba trabajando en
algo que requería una algarabía musical de fondo.
Recordar el pasado no era una buena idea. Al igual que Irma, respiró
hondo varias veces para volver al momento.
—Tengo que descubrir cómo ha hecho lo de hoy —dijo ella, volviendo
a una versión más fría y cuerda de sí misma—. Conozco un lugar que
puede albergar las respuestas que necesitamos. Iré allí por la mañana.
Nick le echó una mirada afilada, pero ella se negó a devolvérsela. El
hecho de que se fuese durante el día significaba que no quería que la
acompañara.
Antes de que Jazz parpadeara, se lo encontró delante de ella.
—Esto es cosa de los dos —dijo secamente—. Y, dado que es capaz
de proyectarse astralmente, iré adonde tú vayas.
—No lo creo… por mucho que vuelvas a lucir el manto del
Protectorado —hizo un gesto para acallarlo cuando se dispuso a replicar—.
No me vuelvas a decir que lo dejaste Nick. Siempre serás uno de ellos.
Sólo les ha faltado poner su logotipo en tu trasero.
Si no hubiera existido el riesgo de rajarse la boca, Nick habría dejado
que le crecieran los colmillos.
—Al menos espera a la puesta de sol.
—Te lo acabo de decir. No eres bienvenido adonde voy mañana —se
dispuso a rodearlo, pero él le bloqueó el paso con facilidad.
—¿Por qué siempre tienes que hacer las cosas tan difíciles?
Jazz pudo jactarse de no echarse atrás y de afrontar las miradas. Se
odiaba por desear levantar la mano y posarla sobre su mejilla. Sabía que
hallaría la piel áspera fría al tacto. Solía decirle que tenía calor de sobra
para los dos.
—Vale, si quieres probar suerte y conseguir que te marquen el trasero
antes siquiera de atravesar el umbral, adelante. Porque voy a la
Biblioteca, y tú, más que nadie, sabes que los vampiros no son
bienvenidos. Dicen los rumores que el Bibliotecario ha convertido a los
tuyos en soportes de libros que ha repartido por toda la sala. ¿De verdad

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

quieres arriesgarte?
Nick dio un respingo. Sabía muy bien que decía la verdad. El fuego
mágico de Jazz era una nimiedad en comparación con lo que le podría
pasar en ese sitio. Cualquier lugar que rindiera servicio a magos y brujas
solía tener en sus puertas un letrero de «Los vampiros no son
bienvenidos».
—¿Crees que averiguarás algo allí?
—Hay una sección que quizá tenga la información necesaria, si se me
permite el acceso. Por desgracia, el Bibliotecario y yo nunca nos hemos
llevado bien, y no hay manera de que acceda a esa sala sin su permiso —
lo miró directamente a la cara—. Quiero que el pasado muera de la
manera más horrible. Quiero que corra la sangre y ver los pedazos de ese
monstruo esparcidos a los cuatro vientos —mientras hablaba, un viento
helado se coló entre los dos, acariciando la piel expuesta de Jazz con
dedos árticos. No se sobresaltó ante el frío tremendo que sabía
procedente del Alto Consejo Arcano. Era la advertencia de que tenía que
atender su aviso o afrontar su ira.
Jazz fue lo bastante inteligente como para ceder.
Levantó la mirada para observar el rostro de Nick, notando cómo la
luz de la luna hendía sus ojos verdes como el mar. «Ojos que imitan los
tonos verdes del mar Esmeralda.»
Él sintió las últimas tramas de su retirada a pesar de que no moviera
un solo músculo. Y lo que sea que viera en su cara, nada tenía que ver con
él. La rabia se enroscaba en lo más hondo.
—¿En qué piensas cuando me miras, Jazz? —preguntó—. ¿A quién
ves?
Sintió que el dolor le atravesaba la carne como la punta de un
cuchillo. En todos los años que conocía a Nick, jamás le había preguntado
eso. Era como si nunca hubiese querido saber que había habido otra.
Jazz hurgó concienzudamente en sí misma, hallando la fuerza
necesaria para mantener la verdad enterrada a tanta profundidad que
esperaba que ni ella podría encontrarla. En cuanto la encontró, se obligó a
cruzarse con su mirada. Quería que no cupiese duda alguna sobre lo que
iba a decir.
—Nada. No veo ni siento nada.
—Mentirosa —murmuró él, con una fina sonrisa atravesándole los
labios—. Compartimos mucho pasado, Griet —ella detestaba que
emplease su nombre de nacimiento—. Hemos compartido muchas
aventuras a lo largo de los siglos. Tantas como veces hemos compartido
nuestros cuerpos —redujo el tono de la voz hasta convertirla en un
murmullo seductor que se extendió por sus terminaciones nerviosas como
diminutas descargas eléctricas—. Recuerdo que algunas noches
estábamos tan ansiosos por estar juntos que ni siquiera esperábamos a
encontrar una cama. ¿Recuerdas esa noche en Venecia, cuando nos
detuvimos en ese puente desierto, te levanté las faldas y te presioné
contra mi cuerpo? —una negra luz iluminó sus ojos—. Al tocarte, te hallé
tan húmeda por mí que mi pene entró con suma facilidad, y tú te sentiste
tan bien. Nos deseábamos tanto que apenas te hicieron falta unos
segundos para alcanzar el orgasmo.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Jazz inhaló el almizcle de su piel y luchó contra los recuerdos que le


traían más calor a sus terminaciones nerviosas.
—Bebí demasiado vino esa noche.
Nick pasó por alto la mentirijilla.
—Sé sincera contigo misma. Era el hambre que siempre flotaba entre
los dos. Nunca hemos podido estar alejados el uno del otro demasiado
tiempo. Incluso ahora nuestros cuerpos se reclaman, porque se saben el
uno del otro —se acercó, hasta que el suave algodón de su camiseta tocó
su pecho.
Jazz sintió que los pezones se le endurecían produciendo un dolor de
baja intensidad. Se le humedeció la ropa interior al recordar los placeres
que Nick podría proporcionarle.
—¿Por qué niegas nuestra evidencia, Jazz? —susurró, permitiendo que
la oscuridad se deslizara con su voz de un modo que sabía que arrodillaría
a la mayoría de las mujeres, si no postrarlas directamente. Ella estaba
decidida a no ser una de ellas.
—Porque éste no es el momento —dijo, inyectando acero en su voz, el
mismo que inyectaba en su columna vertebral. Lo rodeó. Antes de que
pudiera alejarse de él, Nick le agarró del brazo y la atrajo hacia sí—. ¡No,
te digo que no! —se zafó de su agarre y levantó las manos para dejar claro
que no quería que la tocase. Si de ellas se hubiesen desprendido destellos
de magia, Nick habría sentido tentaciones de seguir presionando, pero no
había nada. Esta vez, era Jazz, la mujer, quien lo rechazaba, no Jazz, la
bruja. Ella seguía meneando la cabeza—. Te haré saber si descubro algo
en la Biblioteca.
—Vendrás a mi despacho —insistió Nick.
—Iré —replicó ella, poniendo rumbo a la casa.
Se alegró de que no insistiera en retenerla mientras se disponía a
entrar en la casa por la puerta trasera.
Ver la delicadeza con la que trató a Irma la desarmó, igual que le
habían desarmado sus bromas antes de tocarla.
Cuando abrió la puerta, escuchó el murmullo del viento y supo que
Nick se había ido.
Hizo una parada para servirse una copa de vino antes de subir a su
refugio de la segunda planta. No hizo caso del elegante pergamino en la
pared que rezaba: «Tienes un mensaje».
Se quitó la ropa y se puso una camiseta de manga larga de calceta y
cuello en V, y unos pantalones de pijama ¿el mismo tejido.
Al mirar la pared, sabía que no podría pasar el mensaje por alto
durante demasiado tiempo.
—Abrir mensaje.
El anuncio inicial desapareció, y en su lugar aparecieron nuevas
letras.
«Por favor, dime que has pasado una noche salvaje por ahí de
marcha, porque la mía está siendo suficiente para meterme en el mismo
coma que un par de pacientes míos. Escríbeme en cuanto llegues.»
Jazz sonrió. Sabía quién era el remitente aunque el mensaje no
llegara firmado. Sólo había una hermana bruja que pudiese sentir cuando
ella se encontraba mal y necesitaba hablar.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

—Mensaje para Lili. No ha sido tan emocionante como te gustaría —


dijo, observando las letras formarse en la pared—. He pensado en la época
en la que vivimos en Boston.
«Y aquí estaba yo, esperando escuchar algo divertido. ¿De qué época
en Boston estás hablando?»
Jazz, que siempre esgrimía esa apariencia de dureza y resistencia
ante sus amigos, tenía ganas de dejarse caer al suelo y llorar como una
niña. Pero en vea de ello, saltó sobre el diván blanco y negro y se recostó
sobre un montón de cojines rojos.
No quería decir las palabras. Si lo hacía, los recuerdos la anegarían.
Pero si no lo hacía, supurarían como una herida sin curar.
—Leory Biggs, de Cotton Holler, oeste de Virginia. Un orgulloso
miembro del decimoquinto de infantería de Virginia —susurró,
contemplando el nombre formarse en la pared. En vez de igualarse a las
letras del resto de la frase, de un profundo dorado, éstas se volvieron
negras, del color del luto.
«Que yo sepa, la última vez que pronunciaste este nombre fue
cuando vimos Lo que el viento se llevó en Boston.»
—Me dijo que planeaba volver al oeste de Virginia para casarse con
Annie. Ni siquiera podía escribirle una carta para decirle que la quería
porque ella no sabía leer, y no quería que el párroco local le leyese algo
tan personal. Perdió una pierna y medio pecho en esa batalla. Al final, se
ahogaba en su propia sangre, y lo único que pude hacer fue quedarme con
él y ver cómo se moría.
«Por aquel entonces no gozábamos de los conocimientos médicos que
tenemos hoy, y aun así no hubiésemos podido hacer nada por él entonces.
Así funcionan las cosas, Jazz.»
—Pudiste haberlo salvado, Lili —fue incapaz de contener su
amargura, incluso siglo y medio después de lo ocurrido.
«Y sigues sin querer comprender que nunca puedo elegir a qué
paciente curar. Mi don es también una maldición. Son tantos a los que
quise curar y no se me permitió.»
—Si de verdad fuese una maldición, yo la eliminaría y serías libre de
curar a quien desearas —murmuró Jazz, consciente de que la pared la
oiría, por muy bajo que hablase, y que sus palabras llegarían a Lili.
Recordó los días y las noches de 1865 como si hubiese sido ayer. Por
aquel entonces se hacía llamar Jessie, y ella la curandera, Lilibet, viajaban
de campamento en campamento curando a los heridos y haciendo todo lo
posible por que los últimos momentos de los soldados fuesen más
cómodos.
«Por alguna razón los camilleros lo dejaron junto a los moribundos,
Jazz. Del mismo modo que sabes que no se nos permite hacer algunas
cosas. No interferir con un Poder Superior siempre ha sido la más sagrada
de las reglas.»
—Lo sé —dijo con tristeza—. Pero lo único que deseaba era volver a
casa y casarse con Annie, tener hijos y cultivar la tierra. Que sepamos,
Annie nunca llegó a saber lo que le pasó. Pudo pensar que encontró a otra.
«Sólo recuerda esto. No murió solo, como muchos otros lo hicieron.
Pero tú no lo recuerdas por eso. Lo recuerdas por el color de sus ojos —las

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

palabras desaparecieron y la pared se quedó en blanco durante un


instante—. Has vuelto a ver a Nick, ¿no es así?»
Jazz se sorprendió al ver las palabras impresas en la pared.
—Tiene un despacho junto al paseo.
«¿Y?»
—Trabaja como detective privado. Dice que ha dejado el
Protectorado, pero ambos sabemos que uno sólo se va del Protectorado
cuando se muere.
«¿Quieres saber lo que pienso?»
—¿Me va a gustar? —agarró uno de los cojines y lo abrazó contra el
pecho. La aterciopelada textura no le reconfortó tanto como le hubiese
gustado. Miró más allá y vio las puntas de cuatro orejas que aparecieron a
un lado del diván. Un instante después, les siguieron las cabezas de Fluff y
Puff, sus expresivas caras encendidas de preocupación.
Las pantuflas se encaramaron y consiguieron deslizarse en sus pies.
«Estoy segura de que no te gustará, pero creo que es necesario que
lo diga.»
—Pues dilo.
«Cuando te has pasado siglos reconfortando a los hombres, te
convences de que lo hiciste porque el color de sus ojos te recuerda a tu
primer amor de la aldea. No creo que éste sea el caso. Creo que todos
ellos son un recordatorio de Nick y que, aunque sea un ser inmortal, sigue
habiendo una probabilidad de que sea destruido. Creo que te sentabas
junto a esos hombres en sus momentos finales porque temías en secreto
perder a Nick si le pasara algo. Que, si alguna vez llegara ese momento,
no tendrías la oportunidad de despedirte de él y al menos con los soldados
sí podrías hacerlo.»
Jazz sintió que su estómago se precipitaba en caída libre. Afrontar la
verdad era muy duro, pero verla escrita era mucho peor.
—La psicología no es uno de tus puntos fuertes, Lili —dijo con dureza.
«La primera vez que reconfortaste a un moribundo con ojos del color
del mar de Irlanda fue después de que Nick se enfrentase a ese demonio
mongol. Habría muerto de no haberse alimentado de ese soldado
moribundo. Dos meses después, viniste conmigo al campo de batalla para
ayudar a los heridos.»
Si cerraba los ojos con mucha fuerza, no vería las malditas palabras
de la pared. Si gritaba «¡borrar!», desaparecerían. Pero no sería tan fácil
borrarlas de su mente.
—Nick es más una china en mi zapato que otra cosa.
«Y aun así, siempre le vuelves a abrir las puertas de tu vida y de tu
cama, independientemente de las veces que te haya hecho daño en el
pasado. Teniendo en cuenta todo lo que ha pasado, nunca le has dado con
la contundencia que se merece. Sé honesta contigo misma, Jazz. Todo
tiene que ver con Nick.»
—No es así.
«Sí que lo es, así que deja de mentirte a ti misma. Tengo que dejarte.
Cuídate. Hablaremos pronto.»
—Cuídate —repitió Jazz, viendo cómo las palabras se borraban de la
pared.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Se quedó allí sentada durante un largo instante, escuchando los


murmullos que intercambiaban Fluff y Puff. De vez en cuando, una de las
pantuflas giraba la cabeza hacia ella para observarla y luego seguir
charlando con la otra.
Recostó la cabeza sobre el diván y gimió.
—¿Por qué todo tiene que reducirse siempre a Nick?

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Capítulo 12

Jazz se inclinó sobre el lavabo para tener una mejor perspectiva del
espejo del baño. Lo que vio no le agradó mucho. Hizo una mueca al ver de
cerca sus ojos enrojecidos y su aspecto victimista. Hasta sus huesos
delataban que no había dormido esa noche.
—Podría ser peor —murmuró, lanzando un conjuro menor de belleza
que le quitó el rojo de los ojos y añadió brillo a su piel. Habida cuenta de lo
que estaba a punto de enfrentarse esa mañana, necesitaría todas las
armaduras de las que pudiese disponer.
Krebs estaba en la cocina, acunando una taza de café, cuando Jazz
hizo acto de presencia. Cogió una de sus tazas favoritas y sacó un par de
galletas de mantequilla de cacahuetes del tarro, Krebs levantó la mirada y
arqueó una ceja, sorprendido por la sobriedad (para ser Jazz) de su falda y
el jersey. Devolvió la mirada a su café.
—Entonces Nick es un vampiro de verdad, ¿eh? Esos colmillos que
mostró eran de verdad, no parecían labor de un dentista cosmético. ¿Bebe
sangre, se pasa la noche despierto? ¿Si le diera el sol, acabaría hecho un
amasijo de cenizas?
—Lo ha sido desde que lo conozco —inhaló la rica fragancia de
vainilla francesa mientras vertía el líquido en su taza.
—¿Y de eso cuánto hace?
Tomó varios sorbos con cautela para activarse.
—Demasiado.
—Ya lo entiendo. Si me lo dijeras, tendrías que matarme.
—No, haces un café demasiado bueno como para querer matarte,
pero no quieras saberlo —se sentó en la silla de enfrente y tomó otro
sorbo. Cerró los ojos, feliz mientras la cafeína inundaba su organismo.
Krebs se estiró sobre la mesa y cogió su mano.
—Cuéntamelo, Jazz.
Ella meditó varios segundos antes de responder.
—¿Recuerdas los avisos en línea acerca de las desapariciones de
algunos vampiros? —aguardó a que asintiera—. Una organización
vampírica ha contratado a Nick para investigarlas.
—A pesar de verlas colgadas, no parecían noticias muy importantes.
¿Por qué querría nadie investigarlas?
—Más bien mantenerlas en secreto por una buena razón —Jazz no
quería entrar en demasiados detalles si no era necesario. Si Krebs iba a
tratar con la comunidad vampírica, prefería que se mantuviera fuera de
sus límites tanto como le fuese posible, y estaba segura de que los
vampiros con los que trataba estarían de acuerdo con ella.
—Vamos, Jazz, seguro que hay más. Te olvidas de que siempre estoy
trabajando para vampiros —dijo, esparciendo azúcar moreno sobre sus
copos de avena—. ¿Qué está pasando realmente?

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Jazz cerró los ojos un instante, tratando de recordar si alguna vez


había intentado explicarle su vida a alguien que no formara parte de su
mundo. En una palabra, no.
—Tú trabajas con vampiros a través del correo electrónico o el
teléfono. Nunca has conocido a ninguno de tus clientes en persona, y eso
es porque ellos así lo quieren, cosa que, si bien recuerdas, me pareció
bien —señaló ella—. El mundo real difiere mucho de intercambiarse
correos con alguien cuyo apodo es «Que te den». No estamos hablando de
gente que se viste de negro y se pone colmillos de pega, o va a un
dentista para que les afile los caninos. Hablamos de gente con la que hay
que tener mucho cuidado, que vive exclusivamente de una dieta líquida
que resulta consistir en la sangre que te corre por las venas. Criaturas que
no pueden soportar un moreno, literalmente, para las cuales un infarto
equivale a una estaca atravesada en el corazón, y créeme cuando te digo
que lo único que conseguirás con el ajo será darles mal aliento. Debí
haberte hablado de esto la primera vez que Leticia te abordó para que
diseñases su sitio y luego empezó a remitirte nuevos clientes, pero tú
disfrutabas haciendo cosas distintas y a ellos les gustaban tus diseños. Y
sus sitios web eran todo un reto para ti.
—Vale, lo he captado. Tengo que tener en cuenta que son de verdad,
y no criaturas nocturnas de pega; cosa que, he de confesar, pensaba quizá
porque me resultaba más fácil que admitir que existen realmente —se le
puso mal cuerpo—. Pero no entiendo por qué no podías decirme lo que era
realmente. Nunca he hablado con nadie de Leticia y su gente. ¿Crees que
iba a anunciar a los cuatro vientos que he visto a un auténtico vampiro
vivito y coleando?
—Nick no está exactamente vivito y coleando —matizó Jazz con
delicadeza—. Sé que eres capaz de guardar un secreto. Es sólo que no
quería arrastrarte hacia algo de lo que no necesitas formar parte. Algo
peligroso, feo y… enfermizo —susurró—. Lo que se lee en los libros y se ve
en las películas ni por asomo se asemeja a la realidad.
—Vale, ya me estás asustando. Si tan malo es, entonces tú tampoco
deberías verte envuelta. ¿Te ha liado ese Nick con algo que sólo tiene que
ver con su mundo? —inquirió—. Sé que no estuve para ver cualquiera que
fuese la magia maligna que afectó al coche ayer y que tanto te alteró, y
que tampoco puedo ver a la fantasma que dices que hay dentro, pero me
has enseñado cosas suficientes a lo largo de los últimos años para saber
que, fuese lo que fuese lo que ocurrió, no era nada bueno. Y si tan malo
es, entonces deberías preocuparte por ti y no molestarte por ellos.
Jazz hundió los dedos en su pelo.
—Tienes razón, Krebs. No fue nada bueno. La mejor película de terror
sería como una acampada en comparación con lo que está pasando —
apuró su café y las galletas y se levantó para rellenar su taza y la de Krebs
—. Por eso debo hallar la manera de que lo que ocurrió ayer no vuelva a
repetirse, ni a mí, ni a nadie.
—Espera un momento. Cuéntame todo lo que está pasando —le pidió
Krebs, volviendo a cogerle de la mano—. Sabes que puedo mantener un
secreto —dijo, cuando captó su expresión—. No estoy preocupado por mí.
Bueno, un poco sí cuando hablas de todos esos vampiros y las cosas que

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

están pasando —admitió con una tímida sonrisa—, pero también me


preocupas tú. Nunca te había visto tan estresada. De hecho, ni siquiera
recuerdo haberte visto realmente asustada, pero…
—Pero esto es infinitamente mucho más de lo que he tenido que lidiar
en el pasado —se puso detrás de él y se inclinó, enrollando sus brazos
alrededor de su cuello. Le soltó un beso en la coronilla—. Eres un amigo
maravilloso y te quiero mucho, pero ahora mismo me haría muy feliz que
estuvieses lejos de aquí si pasara algo. Digamos… en Siberia. Y tengo
entendido que en la Antártida también se está muy bien en esta época del
año. ¿No hay pingüinos allí? Siempre te han encantado La marcha de los
pingüinos y Happy Feet.
—Caramba, Jazz, ¿y por qué no me mandas al Polo Norte para
conocer a Santa Claus? —seguía teniendo mal aspecto—. Mira, sé que no
eres una de esas brujas que bailan desnudas a la luz de la luna (maldita
sea) y que tienes un enorme poder que los pobres mortales no seríamos
capaces de entender —se recostó y cogió una de las manos que
reposaban sobre su hombro—. Y, aunque no sé lo que pasa, diría que vas
a por un Pez Gordo, con mayúsculas, por lo que me tienes para lo que
quieras, nena. A veces, los meros mortales podemos ser de utilidad.
Jazz necesitó un momento para darse cuenta de que tenía las mejillas
húmedas por las lágrimas.
Él se levantó y se giró, mirándola fijamente con una sonrisa
encorvada. Por un fugaz instante, creyó ver un atisbo de la naturaleza de
Nick en su cálida mirada.
—Tienes que prometérmelo, Jazz. Prométeme que si hay algo que
esté en mi mano, me dejarás hacerlo —dijo, asegurándose de que ella lo
miraba a los ojos.
Jazz se acercó para abrazarlo.
—Te prometo que si hay algo que puedas hacer, te pediré ayuda —
era un juramento que sabía que podría mantener fácilmente. No había
manera de que un pobre mortal como Krebs pudiera ayudarla a derrotar a
un monstruo como Clive Reeves.
—¿Y qué puedo hacer? —preguntó Krebs, cruzando los dedos.
—Ahora mismo me voy en busca de alguna información que ayude a
Nick en su investigación —fue a por un vaso para el viaje y lo llenó de
café.
—No puedo creer que con los ocho ordenadores que tengo arriba, por
no mencionar el portátil que he instalado específicamente para tus
necesidades, necesites salir en busca de información —parecía divertido
—. Jazz, en Internet puedes encontrar lo que necesites. A menos que sea
necesario que hables con alguien cara a cara —hizo una pausa—. Porque,
la persona que piensas ver es de carne y hueso, ¿verdad?
Jazz rió.
—Siempre me lo he preguntado. Créeme, si pudiera hacerlo desde
aquí, lo haría. Pero lo que necesito no puede encontrarse en la autopista
de la información —dijo secamente—. La persona a la que voy a ver se
considera por encima de la informática —no le apetecía nada emprender
el viaje que le aguardaba. Se encaminó hacia la puerta, pero hizo una
pausa cuando una idea se le pasó por la mente. Habría sido muy fácil

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

pasarla por alto. «Salvo que acabas de hacer una promesa y no puedes
romperla.» Maldijo mentalmente a la pequeña gárgola que tenía en la
cabeza y siguió avanzando hacia la puerta. Si bien había pensando en una
forma de aprovechar las habilidades de Krebs con los ordenadores, no
deseaba que buscase ninguna información acerca de Clive Reeves, a
menos que ella estuviese delante. Hacía mucho que había lanzado
conjuros de protección sobre los ordenadores, pero era consciente de que
siempre había muchas probabilidades de que algo saliera mal,
especialmente con Reeves exhibiendo poderes de los que no se sabía
nada. Además, se odiaría si a Krebs le pasase algo sin que ella pudiera
evitarlo.
—¿Qué pasa?
—Sólo una de esas ideas que salen solas —dijo meneando la cabeza
—. Hasta luego —se marchó, antes de que esa vocecilla aflorase de nuevo.

—Esa tienda de licores es de lujo comparada con este lugar


espantoso —dijo Irma, contemplando las fachadas de los establecimientos
delante de los cuales había aparcado Jazz—. Nunca me llevas a ningún
sitio agradable, pero esto se lleva la palma. ¿Qué demonios te trae a un
sitio tan horrible? —inquirió, entornando los ojos mientras miraba a Jazz—.
No puedo creer que esto tenga algo que ver con Nicky. ¿Es uno de esos
burdeles vampíricos disimulados? Creerás que no estoy al tanto de esos
establecimientos, pero los hombrecillos del taller no paran de hablar de
estas cosas. Esos pervertidos sólo piensan en el sexo —dio un tirón de la
correa de su bolso, apretando los dedos, como si temiese que alguien se lo
fuera a robar.
—Parece que no son los únicos con la cabeza llena de sexo, ya que
siempre sacas el tema a la mínima de cambio —Jazz lanzó el conjuro de
ilusión sobre el coche y puso un pie sobre la quebrada acera. Los dos
edificios bajos que tenía ante sí no eran nada alentadores. Había una
librería adulta a la derecha y una tienda de artículos para drag queens a la
izquierda. Peor aún parecía la oscura callejuela que se abría entre ambos.
El luctuoso pitido de un tren en la lejanía no hizo sino añadir enteros al
tétrico panorama. Cuando pidió que la guiasen hasta la Biblioteca, no
esperaba acabar en un sitio como ése.
—La mayoría de las bibliotecas están situadas en edificios modernos
y limpios, o incluso bonitos e históricos —murmuró. Por añeja que fuese, la
Biblioteca no tenía por qué llevarla a un sitio tan viejo y desabrido como
los conocimientos que encerraba—. ¿Por qué no podemos ir a la que
tenemos cerca de casa? —preguntó Irma—. Hay cerca un parque
maravilloso donde puedo ver a los niños jugando si aparcas bajo ese
imponente roble. Demasiado sol no es bueno para la piel.
—En esa biblioteca no encontraría lo que necesito —lanzó un suspiro
y levantó la mano derecha, con la palma hacia fuera. El feldespato de su
anillo brilló tenuemente cuando proyectó su poder hacia el exterior y se
puso a buscar—. Solicito humildemente acceso al reino que me ofrecerá la
guía que no podré hallar en ningún otro lugar —dijo con voz formal.
Odiaba la formalidad necesaria para algunos aspectos de la magia, pero

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

cuando se trata con gente que lleva viva miles de años y son acérrimos
creyentes en la etiqueta, sabía que era esencial comportarse conforme a
los cánones de decoro de las brujas, a menos que deseara que nunca le
dejasen pasar.
Al salir de la casa, solicitó la ubicación de la Biblioteca y hacia allí se
dirigió. Ahora tenía que esperar a que le mostrasen la puerta. En ningún
momento se figuró que aquello le llevaría a una encrucijada entre una
librería para adultos y una tienda de drag queens.
Ante ella apareció una diminuta burbuja de luz dorada.
—¿Es Campanilla? —preguntó Irma, asomándose por la puerta del
coche.
—Ni se le acerca. Enseguida vuelvo.
—¿Qué pasa si viene algún depravado? —dijo, mirando a su alrededor
—. Ya sabes que si tuviese una mascota, podría protegerme mientras no
estás.
—Eres la única fantasma de la manzana que desea un perro guardián.
Si se acerca alguien, fulmínalo con encantamientos etéreos —Jazz se fijó
en la luz que se dirigía hacia el callejón—. Debí haber imaginado que la
entrada estaría en un sitio más lúgubre que una librería para adultos —
arrugó la nariz al pasar junto a un contenedor de basura lleno a rebosar
que olía como si no lo hubieran vaciado en años. La pequeña burbuja de
iluminación se detuvo al final del callejón, parpadeó tres veces y
desapareció—. Lo que les cuesta hacerlo fácil —observó la pared de
cemento llena de pintadas con imaginativas posturas sexuales que ella no
se imaginaba practicando aunque tuviese las articulaciones de goma—.
Busco la Biblioteca —dijo en voz alta.
El aire frente a ella titiló hasta que el muro de cemento desapareció
para revelar una enorme puerta de madera maciza tallada con llamativos
ornamentos. Aferró con los dedos la enorme aldaba de bronce con forma
de grifo y golpeó la puerta tres veces.
El grifo abrió los ojos y observó fijamente a Jazz, al tiempo que su pico
se abría en algo parecido a un bostezo.
—¿Qué es lo que quieres, bruja?
—Necesito un consejo que sólo puedo hallar aquí. Solicito permiso
para entrar —ojalá pudiese girar el pomo v entrar sin más, pero el
guardián de la puerta de la Biblioteca tenía sus propias reglas. Sin
acatarlas, no se entraba.
El pico del grifo volvió a abrirse en un amplio bostezo.
—¿Contraseña?
—Hermoine sacaba mejores notas que Harry.
—Algún día, bruja, tu impertinencia será tu perdición —graznó el
grifo.
—Puede, pero hoy no —aguardó a escuchar el chasquido metálico y
luego empujó la pesada puerta, que fue abriéndose con el chirrido de
goznes viejos y madera adusta. Atravesó el umbral, consciente de que se
adentraba en un reino diferente que nada tenía que ver con el humano.
Jazz se quedó quieta mientras la puerta se cerraba tras ella. Estaba
en un pasillo oscuro que desprendía olor a polvo, cuero, papel y
ancestrales objetos que clamaban en silencio la magia que los envolvía. A

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

medida que se adentraba en el vestíbulo imbuido en penumbra, las


antorchas que adornaban las paredes fueron encendiéndose, iluminando
su camino hasta alcanzar la entrada a una sala que parecía extenderse
kilómetros y kilómetros. Filas de intrincadamente talladas estanterías de
madera albergaban antiguos grimorios, rollos y pergaminos. Se decía que
una parte de la biblioteca de Alejandría se encontraba allí, pero nunca
había sido capaz de encontrarla.
Sabía que no alcanzaba a imaginar la hondura de la magia que se
apreciaba en el aire. Estaba allí realmente. El mero hecho de estar allí hizo
que se sintiera como la bruja más poderosa del mundo, aunque nunca
empleaba esas palabras en voz alta. Sería la mejor forma de que su
destierro no conociese fin.
—¿Qué es lo que buscas, joven bruja?
Miró a su derecha y se encontró a un hombre sentado en un taburete
elevado a la altura de un mostrador que llegaba a la cintura. Llevaba unos
anticuados calzones verde botella que le llegaban a las rodillas, un
descolorido chaleco sobre una camisa de lino del color del pergamino viejo
y un largo abrigo a juego con los calzones. Sobre el mostrador cerca de su
centro de poder, había, inmaculadamente dispuestos, antiguos rollos,
libros encuadernados en cuero e incluso lo que parecían unas cuantas
tablas de piedra.
Unos entrecerrados ojos la observaban encaramados al puente de
unas viejas gafas de media lente, posadas sobre su nariz aguileña. Su fino
pelo marrón parecía igual que la primera vez que entró en la Biblioteca
con su clase, hacía más de siete siglos, cuando les enseñó el adecuado
uso de las instalaciones. Fueron muchas más las prohibiciones que las
permisiones. A pesar de haber optado por la vestimenta adecuada,
compuesta de falda negra hasta la pantorrilla y un jersey de cuello vuelto
con cinturón plateado para resaltar las botas negras, el hombre aún la
miraba como si se hubiese presentado con un bikini minimalista. Sus
reglas para la Biblioteca eran tan irritantes como él.
—El Bibliotecario —dijo ella, consciente de que si no se dirigía a él
adecuadamente y con el tono de respeto adecuado, la expulsaría de allí
como ya lo había hecho antes. La expulsión había durado ochenta años,
antes de que siquiera se dignase a escuchar una disculpa suya. Decir que
tenía sus más y sus menos con el irritable mago era quedarse corta.
Frunció sus delgados labios como si acabase de chupar un limón.
—El Bibliotecario —le corrigió, alargando la vocal la primera palabra.
—El Bibliotecario —repitió ella. «¿Por qué no se podrá acceder a esto
en línea?»
El hombre sorbió por la nariz.
—El material de referencia pertinente deberá ser leído en su forma
original —sonrió, satisfecho de haberla desconcertado con su admisión de
que había leído sus pensamientos—. ¿Qué buscas aquí?
Qué bien, la cosa no iba a ser nada fácil.
—Necesito información sobre proyección astral combinada con otras
formas de magia destinadas a contaminar un objeto.
Volvió a sorber por la nariz.
—No es nada nuevo. Mira por allí —hizo un gesto hacia su derecha

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

con una pluma y volvió a su tarea, omitiéndola efectivamente de su


medite y su presencia.
Jazz sacudió la cabeza.
—Disculpa, Bibliotecario, pero lo que busco está en una sección de la
que se nos enseñó que no hablásemos a la ligera —odiaba tener que pedir
permiso formalmente, pero sabía que era la única manera para poder
cruzar el portal que conducía a la sala donde estaban todas las obras
relativas a magia destructiva.
El Bibliotecario levantó la vista y volvió a mirarla por encima de sus
medias lentes antes de ponerse derecho y volver a la página de
pergamino que tenía delante.
—No eres lo suficientemente veterana para entrar en esa sala. Vuelve
a solicitarlo dentro de mil años. Siempre que devuelvas cualquier material
prestado a su debido tiempo, quiero decir.
Jazz se tragó la réplica que a punto estuvo de estallar por su boca. Ya
sabía que sería difícil, pero no tanto ¡Era tan sencillo como que no le caía
bien a ese hombre! Sí, era un poco tarde, vale, diez años tarde, por el
amor de las Providencias, pero al final había devuelto el rollo. Había
tomado prestado Cincuenta formas de hechizar a tu amante con la
intención de emplear cada uno de los hechizos con Nick. ¡Incluso había
pagado las exageradas multas por la tardanza sin una sola palabra de
queja! ¿Qué más quería ese fósil reaccionario? Tampoco pensaba
preguntárselo. Hasta ese día, seguía convencida de que había abultado la
multa a modo de castigo. Mantuvo la voz controlada.
—Por favor, Bibliotecario, te pido humildemente permiso para acceder
a la sala que contiene los volúmenes de magia destructiva, pues estoy
segura de que ahí está lo que necesito —odiaba desempeñar el papel de
la chica con modales, pero el Bibliotecario era capaz de dar lecciones a
cualquier diva del buen comportamiento.
Volvió a levantar la mirada y la observó con mirada afilada.
—¿Qué te hace pensar que lo que necesitas se encuentra en la sala
de la magia destructiva? Una sala peligrosa para muchos y sólo intacta
porque su material ha de protegerse de aquellos que harían un mal uso de
él. De ser por mí, la habría desintegrado hace siglos.
Jazz se resistió al impulso de poner los ojos en blanco. ¿Dónde se
había metido ese hombre en los últimos mil años? Como si los magos
hubiesen evitado cualquier fechoría cuando la gente era tan avispada. El
viejo mago necesitaba una banda ancha como agua de mayo.
—Un hombre que supuestamente murió hace setenta y cinco años ha
empleado la proyección astral junto con magia destructiva para
asustarme.
—No sabía que te asustaras con tanta facilidad, joven bruja —dijo con
una sonrisa carente del menor atisbo de humor.
Jazz se lo tomó como un cumplido, aunque no estaba muy segura de
que lo fuese.
—Por lo general, no me asusta nada, pero ahora me enfrento a algo
completamente desconocido, y sí, me pone los pelos de punta. Ese
bastardo está empleando magia oscura para destruir a los vampiros de
una manera cruel y torcida para cualquier ser sobrenatural. He de

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

encontrar el modo de detenerlo.


—A mí eso me suena a alguien con una gran gesta entre manos —dijo
—. Cuantos menos vampiros haya en nuestro mundo, mejor —sorbió por la
nariz y volvió al trabajo.
—Pero no acabará ahí, ¿verdad? —le devolvió Jazz el tiro—. Cuando
haya terminado con los vampiros, quizá se sienta tan envalentonado como
para seguir con otros. Es lo que suelen hacer los malvados psicóticos que
ansían dominar el universo —dijo, propinándole una dura mirada que
pretendía decir: «¿Sabes lo que quieto decir?».
Jazz sintió las punzadas de la magia recorrer todo su cuerpo mientras
el Bibliotecario (con la «e» larga) calibraba su sinceridad. A lo largo de los
siglos, muchos habían sido los estudiantes a mago o bruja que habían
intentado ganar acceso a esa sala para demostrar su valía. No existía
nada más atractivo y a la vez aterrador que entrar en un lugar prohibido. Y
una sala que contuviera conocimientos ilimitados sobre magia destructiva
era lo más ilícito que nadie pudiera echarse a las manos. El castigo por tal
infracción no era agradable. Los pocos que consiguieron atravesar ese
umbral sin permiso jamás hablaron de lo que allí vieron o encontraron.
Incluso el portal que allí conducía no estaba hecho para los débiles de
corazón.
El Bibliotecario chasqueó los dedos. Un agudo sonido surgió del techo
al tiempo que una criatura alada marrón se dirigía hacia Jazz. La bruja dio
un respingo, pero no se movió del sitio. ¡Cómo odiaba a los murciélagos!
Si esa cosa iba a por su pelo, saldría por piernas.
—Félix, muestra a la joven bruja la sección 22F —ordenó—. Asegúrate
de que no se salga del camino.
—Puedo encontrarlo yo sola si me facilitas la dirección o me dibujas
un mapa —dijo Jazz.
—Eso es inaceptable. Félix te acompañará y permanecerá en el portal
hasta que hayas concluido tu investigación, para que tengas un regreso
seguro. De lo contrario, te resultaría imposible encontrar el camino de
vuelta a nuestro mundo —dijo con una fría sonrisa.
—¿Nuestro mundo? Sé que la Biblioteca está ubicada en otro plano,
más allá del mundo de los mortales, pero ¿me quieres decir que la sala de
la magia destructiva está en otro plano diferente? —¡qué poco le gustaba
oír eso! ¿Por qué no estaría buscando libros de extrañas hierbas y
talismanes? Esas secciones contaban con sofás rellenos de plumas,
amplias sillas y excelentes lámparas de lectura. Por no hablar de los
rumores sobre ciertas máquinas de café que habían puesto en algunas de
las salas de lectura. Lo que hubiese dado por una buena dosis de cafeína
en ese instante.
El mago lanzó un suspiro largo y sufrido.
—¿Recuerdas alguna cosa de tus enseñanzas en la Academia acerca
del uso de la Biblioteca? Cada sección está ubicada en un plano distinto. El
portal que conduce a la sección de la magia destructiva no sólo es el más
antiguo, sino también el más difícil de hallar, y por una buena razón. A fin
de cuentas, no podemos dejar que cualquiera vaya merodeando por allí,
¿verdad? Si una aprendiz de bruja o uno de mago entrasen ahí, podría
haber serias repercusiones, razón por la cual debo tomar tantas

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precauciones —recogió su pluma—. Te sugiero que no te demores


siguiendo a Félix. Tienes una hora para encontrar lo que necesitas —tomó
un gran reloj de arena de mármol verde que apareció de repente en el
borde de su mostrador y lo giró. La arena empezó a fluir enseguida hacia
abajo en un blanco torrente.
Jazz se quedó boquiabierta.
—¿Una hora? Es imposible que encuentre lo que busco en una hora.
Tendré suerte si no me lleva todo el día.
El Bibliotecario miró el reloj y la arena que fluía. Arqueó una ceja y
dijo:
—Cincuenta y nueve minutos y contando.
—Podrías reiniciar la cuenta —sugirió Jazz.
La volvió a mirar por encima de sus gafas con una expresión que
implicaba que mejor se habría quedado callada. Dio unos golpecitos en el
cristal. Por un momento, dio la sensación de que la arena fluía a mayor
velocidad.
Jazz dijo algo entre dientes mientras salía corriendo en pos del
murciélago que había salido volando. En un momento dado, redujo el paso
para otear uno de los portales. Una joven ataviada con un vestido
medieval estaba sentada en una mesa de madera. Levantó la mirada del
antiguo libro de conjuros que estaba estudiando y reparó en la moderna
ropa de Jazz antes de esbozarle una sonrisa.
Jazz se había olvidado de que el tiempo no significaba nada en la
Biblioteca. Resultaba tan fácil toparse con alguien del siglo XVI como del XXI.
El silbido del murciélago le trajo de vuelta al presente.
—¿Sabías que en algunas partes las alas de murciélago fritas se
consideran una exquisitez? —murmuró Jazz, consciente de que el fino oído
de la criatura la captaría. Sonrió ligeramente cuando la respuesta del
animal le recordó a un gruñido. Volaba a escasa distancia por delante de
ella, indicando el camino.
A medida que se adentraban en las entrañas, sintió un creciente frío
húmedo. Deseó haberse puesto una chaqueta, ya que el jersey estaba
demostrando no ser suficiente en ese ambiente de humedad. Cruzó los
brazos sobre el pecho en un esfuerzo por mantener el calor.
—La calefacción centralizada no iría mal —murmuró, observando aquí
y allí los portales que exhibían antiguos montones de libros y rollos. En
algunos de ellos había brujas y magos investigando sus contenidos. Otros
estaban vacíos, pero el zumbido de la magia era fuerte, y más de una vez
notó cómo unos ojos rojos o naranjas brillantes la observaban desde los
portales sumidos en la oscuridad. No quería ni imaginar qué tipo de
criaturas vivían en esas zonas.
No necesitó al murciélago revoloteando alrededor de su cabeza, sus
correosas alas cada vez más lentas en sus movimientos, para saber que
habían llegado a su destino. Sólo tuvo que mirar al frente, hacia la enorme
y brillante entrada de roca volcánica negra, con plateados hilos de
telaraña cruzándose ante el acceso. Levantó la cabeza para mirar la
esquina superior izquierda. La araña con el abdomen hinchado (no era de
extrañar que no hubiese insectos por allí) parecía estar reparando un jirón
de su tela. Giró la cabeza y la observó a través de ojos rojos como la

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sangre, como si evaluase qué sabor tendría su bocado. Se resistió a la


tentación de usar fuego mágico contra la criatura. A pesar de odiar a las
arañas con todo su ser, también apreciaba su pellejo, y sabía que si
reducía a cenizas a la guardiana del portal, el Bibliotecario haría lo mismo
con ella. También tema claro que a él no lo desterrarían por eso.
Félix planeó por el aire, agitando las alas levemente mientras lanzaba
un agudo chillido hacia el portal. La telaraña se dividió en el centro y la
fina barrera se elevó como el telón de un cine, salvo que allí no había
palomitas, Coca-Cola light o siquiera una pantalla aguardándola.
—Quizá debería haber dejado que Nick me acompañara después de
todo —inhaló profundamente y atravesó el pétreo umbral, notando una
breve sensación de desorientación mientras cruzaba a un plano distinto.
Arrugó la nariz por el fuerte olor que la rodeó y empezó a quemarle la
garganta. El azufre no encajaba definitivamente nada bien con su
perfume. Dudaba que encajara con ningún aroma conocido para el
hombre, incluido el aroma de mofeta.
—¡Oh, qué asco! Aquí vendría bien un cargamento entero de
ambientadores. Quienquiera que dijera que el azufre huele a huevos
podridos se quedó muy corto. Es mucho peor que eso —se apretó el
reverso de la mano sobre la nariz. La necesidad de respirar a través de la
mano era fuerte, pero saber que saborearía lo que estaba oliendo le animó
a mantener la boca firmemente cerrada. Los recuerdos del viejo Londres,
donde todo tipo de desechos y cosas peores, embadurnaban sus calles de
tierra también contribuyeron a que respirara a bocanadas cortas.
Las antorchas, sujetas a la pared a intervalos aleatorios, dotaban al
lugar de una pobre iluminación. La estructura cavernosa parecía
interminable, sin el menor rastro de silla o sofá a la vista, y mucho menos
un taburete de tres patas para el visitante ocasional.
—No me extraña que el límite sea de una hora. Es lo máximo que
cualquiera soportaría antes de desmayarse —murmuró para sí—. Y yo que
pensaba que Sombra fétida era malo —se sobrecogió ante un leve sonido,
o quizá varios, dependiendo de si el que lo hacía no tenía varias patas,
dando saltitos en las sombras más alejadas. Jazz no era como cualquier
chica cuando se trataba de bichos que reptaban, pero algunos contaban
con pinzas venenosas y colmillos, así que ella sabía cuándo llevar unas
botas pesadas. Estudió el lugar a la espera de asegurarse de que huían de
ella en vez de sentirse atraídas.
En vez de estanterías, las paredes de piedra revelaban huecos
tallados que le recordaron a las catacumbas de París, aunque, en vez de
huesos humanos, contenían pilas de libros, pergaminos y rollos
cuidadosamente dispuestas de acuerdo al tamaño. Temía que los leves
zarcillos de humo que desprendían algunos de los libros no tuvieran nada
que ver con el fuego, y sí con el contenido de los volúmenes. Cruzó los
dedos para no tener que abrir ninguno de ellos.
Se detuvo frente a un alto barril situado a la entrada del portal y
extrajo un par de guantes protectores que brillaban con una capa de
magia defensiva. Sabía que había muchos tipos de magia oscura y
destructiva que se podían filtrar a través de la piel y no quería arriesgarse
a contagiarse. No quería descubrir cuáles eran los métodos de

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descontaminación del Bibliotecario.


No hubo de pasar mucho tiempo en la sala antes de sentir las
sobrecogedoras emociones que experimentó cuando Reeves violó
mágicamente a Irma dentro del coche. La misma sensación sofocante
parecía embadurnar su piel como denso aceite. No hizo caso de la
sensación mientras recorría la sala aparentemente interminable,
deteniéndose aquí y allí para estudiar algunos títulos inscritos o sellados
sobre antiguos tomos encuadernados en cuero y leer por encima rollos
que se traducían automáticamente para darle una idea de sus contenidos.
—No tendré tiempo de encontrar lo que busco en una hora —
murmuró, experimentando la frustración apenas iniciada su búsqueda—.
Ni en un año podría conseguirlo —dio vueltas en un círculo cerrado,
dejando que sus sentidos se proyectaran libremente. Sabía que era
peligroso, porque hasta el aire rezumaba algo tan oscuro y tan prohibido,
por lo que debía procurar no dejarse atraer. Había mucho poder flotando
en el ambiente, y no sería difícil que la doblegase. Pero sabía que no tenía
elección si quería descubrir lo que necesitaba—. Pido ayuda. Solicito que
mis preguntas sean respondidas. Muéstrame qué puede tocar a los que no
viven sin temor a represalia. Muéstrame lo que puede traer al que no vive
a la luz del día sin perjuicio de su existencia —preguntó en voz alta. Luego
esperó, deseando que la respuesta estuviese allí—. Me conformo con una
pista —dijo, algo desesperada—. ¡Un rumbo que tomar! ¡Un mapa estaría
bien!
Un diminuto punto de luz apareció en la distancia. Se lo tomó como el
primer síntoma de que su pregunta recibiría respuesta.
La luz no se hizo más intensa a medida que se fue acercando a ella,
sino que mantuvo el suave y estable destello que le guiaba hacia ella. No
halló nada reconfortante en la luz que flotaba sobre una mesa de piedra.
La vieja mesa colocada contra la pared y llena de inscripciones grabadas
en un antiguo idioma por los bordes, tampoco resultaba más
tranquilizadora. Un gran pergamino de bordes marrones descansaba sobre
la áspera superficie de la mesa. Tuvo la vertiginosa sensación en la boca
del estómago de que la tinta roja que formaba las arcaicas palabras y los
símbolos inscritos no procedía de agua tintada. Incluso con los guantes
protectores en las manos, hizo falta todo su valor para tocar el pergamino.
—Por favor, que esto sea piel de algún animal o algún tipo de papel
hecho a mano —murmuró, tocando los bordes con suma cautela.
El papiro se antojaba como algo vivo al tacto de sus dedos. A pesar
de los guantes, se sintió mancillada por la sensación, mientras las letras
se movían conforme iba tocando. Ahora comprendía por qué el
Bibliotecario había limitado su tiempo allí. Estaba convencida de que si
pasaba allí un solo minuto más de la hora concedida, saldría de allí
gritando. De hecho, ya estaba dispuesta a hacerlo. Jazz no era conocida
por su cobardía, pero también tenía un fuerte instinto de auto
conservación. El lugar le inspiraba que mantuviese ese instinto tan alerta
como le fuese posible.
—Aquel que se alimenta de la energía vital de quienes caminan entre
las sombras tomará su fuerza para sí arrebatándoles lo que los mantuviera
vivos —leyó en alto—. Aquel que arrebate la energía vital de los

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

caminantes de las sombras requerirá de más sustento a medida que


pasen las lunas. Gobernará a aquellos que haya conquistado hasta la
noche que una sombra lo envíe a la tierra del vacío eterno —dio un paso
atrás, resistiéndose al fuerte instinto de frotarse las manos en la falda.
Esperaba que el repulsivo residuo que imaginaba que impregnaba los
guantes no hallase una manera de salir con ella.
Mientras contemplaba el antiguo pergamino, las letras y los símbolos
que los adornaban cobraron vida, creando imágenes repelentes que
describían criaturas y cosas de una naturaleza oscura. Peor aún, era como
si lo que estaba viendo buscase una forma de meterse en su cabeza. Por
un momento, no supo si el grito salió de su cabeza o sus labios.
Un agudo chillido la arrancó hasta el momento presente. Venía de
lejos y parecía ansioso. Se dispuso a lanzar un suspiro para centrarse
cuando el aire enrarecido le recordó que no estaba en el mejor sitio para
ejercicios respiratorios.
—No es suficiente —gritó, a pesar de estar más que dispuesta a
abandonar el sitio que se cernía sobre ella como una nociva capa. A juzgar
por los crecientes chillidos, Félix no estaba dispuesto a discutir con ella. Le
vino a la cabeza la imagen de la arena agotándose en el reloj—. ¡Ya le dije
que una hora no era tiempo suficiente! —estaba conducida de que si podía
explorar el pergamino un poco más, hallaría lo que estaba buscando. Y no
tenía ninguna intención de sacarlo a hurtadillas. Conociendo al
Bibliotecario lo más seguro es que tuviese protecciones por todas partes
para asegurarse de que eso nunca ocurriera, y además, no se imaginaba a
sí misma llevándose nada de allí. Pero eso no quitaba que necesitase más
tiempo, aunque se había sentido tan repelida por lo que había visto y
encontrado hasta el momento que también era consciente de que tenía
que salir de allí antes de que ese lugar la consumiera.
Justo antes de que los chillidos del murciélago se intensificaran como
para hacerle sangrar por los oídos, Jazz sintió que la habitación se
deslizaba, cuando el suelo de piedra se movió repentinamente bajo sus
pies. El pergamino que tenía delante se elevó y voló hasta la cripta de la
que había salido. Casi al mismo tiempo, el aire se hizo muy difícil de
respirar.
Como si eso no bastase para asustarla, miró hacia el portal y vio que
la telaraña empezaba a deslizarse lentamente hacia el suelo para volver a
cerrarse. Sabía que si no llegaba a la salida a tiempo, se quedaría
atrapada allí para siempre. Estaba claro que no era una buena opción para
una bruja que disfrutaba de los espacios abiertos con mucha luz y ninguna
magia maligna.
—¡Vale, ya lo pillo! Se acabó el tiempo. Será mejor que me largue
antes de convertirme en la última adquisición de esta colección —corrió de
vuelta hasta la telaraña y apenas pudo salir antes de que se cerrara por
completo. La araña de la esquina superior correteó hasta el otro lado y
permaneció allí, masticando ruidosamente a su última víctima.
A Jazz le llevó un instante darse cuenta de que el suelo ya no cedía
bajo sus pies y que el aire olía a agradables hierbas en vez del hedor a
azufre. Respiró hondo varias veces, depurando su memoria olfativa.
Dio un palmetazo a Félix cuando éste hizo un picado sobre su cabeza,

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

a punto de enredar sus garras en su pelo.


—Si me tocas el pelo serás alimento para mis pantuflas —gruñó
mientras reanudaba el paso. Ahora que estaba fuera de esa sala tan llena
de oscuridad, se encontraba más que dispuesta a salir de allí.
Era una lástima que salir del edificio supusiera tener que pasar
delante del Bibliotecario, con la «e» larga. Incluso llegó a buscar alguna
salida secundaria durante el camino de vuelta, pero no hubo suerte.
Mientras se dirigía hacia la puerta principal ralentizó el paso a la
altura de la sección dividida en salas de lectura. Había un grupo de diez
muchachas vestidas con túnicas azul pálido, sentadas en semicírculo
alrededor de una mujer mayor que les estaba leyendo sobre mitología
griega.
Hacía algún tiempo que había apartado sus recuerdos de las tardes
pasadas en la Biblioteca escuchando viejos cuentos. Habían sido tantos los
años, cuando estuvo sola y asustada, en los que tuvo prohibido volver,
que le fue fácil olvidarse de los buenos tiempos en la Academia. Se
preguntó cómo sobreviviría. Pero hoy, al ver a esas jóvenes, tan parecidas
a sus compañeras de clase de los viejos tiempos, recuperó los recuerdos y
sonrió merced a ellos. Pensó en la cercanía que habían compartido por
aquel entonces, y que seguían compartiendo siete siglos después.
—Tu tiempo se ha terminado, joven bruja —dijo el Bibliotecario, y su
voz juncosa reverberó por la sala en cuanto Jazz entró en la zona de
recepción.
Seguía sentado en su taburete, y el rasgar de su pluma en el
pergamino era el único sonido que rompía el silenció de esa estancia de
alta techumbre. Justo cuando llegaba, el último grano de arena se
deslizaba por el seno superior del reloj. En ese instante, el objeto
parpadeó y desapareció.
—¿Encontraste lo que buscabas en las criptas de la magia oscura? —
preguntó sin levantar la mirada.
—Sólo he sacado más preguntas —suspiró ella. No mencionó las
imágenes que se formaron y que le provocaron escalofríos. Estaba
convencida de que hablar de ellas no haría más que hacerlas realidad. Le
bastaba con todo lo que había visto en los últimos años para tener
pesadillas de sobra.
El mago apenas la miró y dijo:
—Quizá quieras desprenderte de los guantes de protección. No
pueden salir de la Biblioteca.
Jazz arrugó la nariz. Lo último que deseaba era llevárselos.
El Bibliotecario suspiró.
—Fuera —ordenó.
Y así, los guantes desaparecieron de sus manos.
—Gracias —dijo Jazz, antes de dirigirse hacia el vestíbulo y las
amplias puertas dobles que le permitirían escapar de allí.
—Has de recordar algo, joven bruja —las palabras del Bibliotecario la
siguieron—. Cada pregunta tiene una respuesta, pero es posible que no
seas la persona adecuada para darla.
Jazz se dio la vuelta.
—No necesito acertijos. Necesito soluciones. Quiero saber cómo evitar

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que desaparezcan más vampiros inocentes.


—Los vampiros no son inocentes —bufó con arrogante desdén que
sólo un brujo funcionario podría exhibir—. Son viles criaturas que acechan
a los más débiles.
—Y cualquiera que vaya a por ellos fácilmente podría seguir su
carrera con magos y brujas —discutió deliberadamente, aunque fuese una
de las mayores irrespetuosidades posibles. A juzgar por cómo se le tensó
la cara, debió de dar en la diana, lo cual le hizo desear poder entrechocar
los talones y volver a casa… ahora mismo.
—En ese caso, puede que la respuesta que buscas no esté aquí.
—Desde que entré en la Academia Arcana se me dijo que cualquier
respuesta relacionada con la magia estaría aquí —argumentó, perdiendo
la cabeza… otra vez—. Tú, más que nadie, sabes que no tengo otro lugar
al que ir.
La boca del Bibliotecario se estiró en su propia versión de una sonrisa.
—Entonces, puede que lo que necesites no esté aquí.
Jazz contó hasta diez en silencio, luego hizo lo mismo en gaélico, en
italiano, francés y ruso. Sirvió.
—Entonces, ¿adónde debo ir? Dímelo —exigió, a pesar de que la
gárgola de su mente gritaba que enfadar al Bibliotecario no traería nada
bueno.
—Considérate afortunada, joven bruja, por seguir pudiendo poner un
pie en este lugar. La Biblioteca es para aquellos que siguen las doctrinas.
Tú, que fuiste desterrada, sólo puedes venir aquí merced a la compasión
de otros —dijo, agitando su pluma como si fuese un cetro real.
Jazz sabía que el pequeño déspota tenía razón, pero también sabía
que tenía el poder para vetar su paso y el de sus hermanas brujas. Un
brujo funcionario era la persona más hambrienta de poder que podía
encontrarse.
Sólo le quedaba tomar lo que había leído y visto y esperar que fuese
suficiente.
—Gracias por tu tiempo, Bibliotecario —dijo, sin esforzarse demasiado
para que no sonase a mofa. Había pasado la última hora en una sala
apestosa donde Tyge Sombra fétida se habría sentido como en casa.
Ahora sólo le apetecía volver a casa y darse una ducha larga y caliente
con mucho jabón y una plétora de conjuros de limpieza.
La puerta se volvió a abrir con un concierto de crujidos y chirridos, y
Jazz salió tan deprisa como pudo.
—Adiós —dijo la aldaba con forma de grifo a su paso—. Vuelve pronto.
La puerta titiló de nuevo antes de desaparecer y se quedó sola en
medio del sucio callejón que más se parecía al túnel de sus pesadillas.
—¡No puedo creer que me hayas dejado aquí todo el día! —se quejó
Irma en cuanto Jazz salió del callejón y cruzó la acera—. No creerías las
cosas que he visto. Y yo que pensaba que esos hombrecillos del taller eran
unos pervertidos. ¡Alguien se ha orinado literalmente sobre una de las
ruedas! Aunque yo tampoco usaría los servicios de ninguno de esos
establecimientos. Sabe Dios si alguna vez los han limpiado como es
debido. Yo siempre he creído en las virtudes de un baño limpio y fresco a
todas horas. Harold siempre se quejaba de que usaba demasiado

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

ambientador de pino, pero yo quería que cualquiera que entrase en su


baño supiera que estaba como una patena.
Jazz arrugó la nariz por el olor de la rueda.
—Si tuvieras un perro, como no has parado de rogarme todas las
ruedas estarían marcadas —tomó nota de parar en un auto lavado de
camino a casa. Después, se ducharía y se cambiaría antes de ir al paseo…
a ver Nick. Odiaba los rompecabezas, así que ojalá a Nick se le dieran
mejor los acertijos que a ella.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Capítulo 13

Cuando Jazz llegó a casa, se alegró de tenerla para ella sola. Seguía
sintiéndose bastante agitada por su paso por la sección de magia
destructiva de la Biblioteca, y lo último que quería era tener a Krebs
merodeando y haciéndole preguntas sobre dónde había estado. No le
habría costado nada notar su incomodidad y pedir una explicación.
Tampoco era nada que pudiese explicarse con facilidad. Al menos con Nick
podía decir lo mínimo imprescindible, que él comprendería, mientras que
con Krebs habría que andar con pelos y señales. Al parecer, su compañero
de piso estaba cada vez más metido en su vida, y no sabía si era una
buena idea o no.
Se quitó la ropa y se tomó un momento de meditación para centrarse.
Necesitaba desprenderse del sentido de maldad que había sentido en esa
sala, tan llena de oscuridad.
Cuando se recuperó un poco, se dispuso a tomar un baño relajante.
Escogió un gel que olía a limón y siguió con una crema corporal del mismo
olor, para culminar con un perfume a juego.
—Bruja con aroma fresco de limón —proclamó, siguiendo con la
tendencia y poniéndose una sudadera de manga larga color amarillo
crema, unos pantalones vaqueros gastados, que se ceñían de maravilla a
sus largas piernas las sandalias de dedo amarillas con unos divertidos
diseños y tiras de cuero. Para sumar al aspecto de la joven dispuesta a
pasar una buena noche por su cuenta, se cepilló el pelo hacia atrás y, se lo
recogió en una alegre coleta, decorada con una goma amarilla. Estudió su
reflejo en el espejo mientras se ponía un pintalabios tono coral.
—Soy tan bonita que hasta da miedo.
Esta vez pasó del coche y lo dejó, junto con Irma, en casa mientras
recorría a pie las cinco manzanas que la separaban del paseo. Hasta el
momento, había evitado poner un pie en el despacho de Nick esgrimiendo
cualquier excusa por bruja conocida. Pero ya se le habían agotado, y,
además, había prometido ir después de su paso por la Biblioteca. Seguía
sin tener ganas de hablar del tiempo que había pasado allí, pero tampoco
era algo que quisiera esconder debajo de la moqueta. Incluso ahora,
cuando tenía que encontrarse con él y hablar de sus descubrimientos, se
tomó su tiempo e hizo una parada para comprarse una Coca-Cola light
grande y un pastel con azúcar espolvoreado que la llamaba a gritos.
Incluso meditó seriamente comprar algodón de azúcar, pero no se
imaginaba cómo llevar todo eso. En momentos como ése, deseaba tener
un tercer brazo, como Dweezil.
Nunca había estado en el edificio donde se encontraba el despacho
de Nick, pero en cuanto accedió a las entrañas de la estructura de los
años veinte, con su ornamentado ascensor de jaula a un extremo del
estrecho pasillo y la negra barandilla de brillante hierro forjado que

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

decoraba las escaleras al otro, supo que se ceñía al amor que Nick sentía
por la Historia.
Consultó el directorio de la pared, junto a la entrada, y se dirigió hacia
el ascensor.
Ahora se encontraba en su territorio.
A diferencia de la otra vez, Nick sintió la presencia de Jazz en cuanto
puso un pie en el paseo. Se recostó sobre su destartalado sillón de cuero,
estiró las piernas sobre el escritorio y cruzó los tobillos. Aguardó.
Sonrió al ver que aparecía una delgada sombra al otro lado del vidrio
escarchado de la puerta.
—¡Maldita sea, Nick! ¡Abre la puerta!
Se resistió a la tentación de abrirla con la mente y lo hizo al modo
tradicional. Desenrolló su alta planta del sillón y fue hacia la puerta.
—Vivo para servir a mi señora —dijo, abriendo la puerta y dando un
paso atrás.
Jazz irrumpió en el despacho, como el amanecer que sólo había visto
en la televisión, las manos llenas de comida y bebida. Aún tenía las puntas
del pelo húmedas por la reciente ducha.
Giró en un círculo cerrado, probablemente escrutando cada
centímetro del escritorio.
—Y yo que pensaba que el Protectorado pagaba bien a su gente.
¿Qué? ¿No tenías ningún plan de jubilación para buscarte algo un poco
más elaborado? —depositó la bebida y el plato con un pastel a medio
comer sobre la mesa—. No te ofendas, pero este sitio parece salido del
decorado de una película de detectives de los años cuarenta.
—No me ofendo. No me va tan mal. Compré el edificio por el amplio
refugio de la defensa civil que tiene debajo y que he convertido en un
cómodo apartamento —hizo un gesto para que se sentara en una silla—.
¿Cómo te ha ido en la Biblioteca?
—¡Uff! —soltó ella, dejándose caer sobre la silla—. El Bibliotecario no
ha cambiado en los últimos ochenta años. Sigue siendo un capullo
pomposo —dio un sorbo a su refresco y un mordisco al pastel, esparciendo
azúcar por rodas partes— Después se lamió delicadamente el azúcar que
le quedaba en la punta de los dedos.
Nick volvió a su sillón. El aroma a limón de su piel le provocó la
tentación de comprobar si sabía igual. Pero no creía que fuese el mejor
momento.
—¿Y has logrado averiguar algo de ese sacrosanto centro de
información mágico? —lamentó el sarcasmo cuando vio el cambio en la
expresión de Jazz. Si su corazón aún latiera, podría decirse que se quedó
helado. ¿Qué ocurría en ese lugar, por el amor de Hades?
La fácil sonrisa de Jazz se difuminó.
—Deberías alegrarte de no haber tenido que estar nunca allí. Lidiar
con el Bibliotecario es más que suficiente. Pero la sección donde tienen el
material de la magia oscura, bueno… —respiró profundamente—. Oscura
es quedarse corta. Y el ambiente resulta sofocante, a pesar de que el
portal parece extenderse hasta el infinito. Encontré libros, rollos y
pergaminos con contenidos en los que ni siquiera me apetece pensar. Y
objetos que apuesto a que le provocan pesadillas a cualquiera. Estos

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

siglos me han enseñado formas de maldad que desgarrarían el alma, pero


lo que había allí va mucho más allá de lo imaginable. El portal de la sala
está custodiado por una enorme araña asquerosa que probablemente
consideraría a un dragón como poco más que un tentempié matutino.
Nick se dio cuenta de que ella no se apartó cuando se puso detrás y
posó sus brazos sobre sus hombros. El frío de su piel no se debía al aire
que los rodeaba. Lamentó no tener calor corporal que compartir con ella.
Ninguna manera de darle calor. Sólo podía ofrecer el mínimo consuelo de
su proximidad.
—Dice la leyenda que, en lo más hondo de los montes Cárpatos, hay
una interminable cueva que contiene todos los secretos de los vampiros —
murmuró—. Allí puede encontrarse la historia del primer vampiro y de
cómo llegó a serlo, cómo descubrió como sustentarse y aquello que podía
hacer peligrar su existencia. Parte de la leyenda cuenta que allí hay un vial
que contiene lo que puede dotar al vampiro de una existencia mortal,
donde el sol no lo volvería cenizas o las estacas no serían una amenaza
mortal. Ésos son apenas algunos de los secretos allí albergados y de los
que sólo el Protectorado está al corriente.
—Oh, y seguro que dirán que el primer vampiro fue un hombre —se
farfulló a la pechera—. Fácil de decir cuando lo más probable es que no
haya nadie de la época para decir que es igual de probable que el primer
chupasangre fuese una mujer.
Nick sonrió. Su Jazz había vuelto.
—Ven —retrocedió un paso y tomó su mano, tirando de ella hacia la
ventana.
—Eres consciente de que tienes una puerta perfectamente útil,
¿verdad? —tiró ella de vuelta.
—Sí, pero así es más rápido —abrió la ventana, saltó sobre la escalera
metálica de incendios y tiró de la escala que conducía a la azotea. Si bien
él podía escalar con facilidad por la fachada del edificio, sabía que a Jazz le
haría falta un método más convencional.
Viendo sus intenciones, ella miró por encima de su hombro y meneó
los dedos. El refresco y el pastel desaparecieron de su sitio sobre la mesa.
Mientras llegaba a la azotea, Jazz descubrió que no le hacía mucha
gracia subir por una escalera de incendios de ochenta años de antigüedad
que parecía estar a punto de desintegrarse al menor toque. Al menos no
necesitaba preocuparse por mirar hacia abajo, ya que arriba tenía la
espectacular estampa del trasero de Nick mientras escalaba delante de
ella. Definitivamente habían creado los vaqueros con él en mente.
La azotea estaba cubierta, y había dos sillas y una mesa, sobre la cual
ahora había también una Coca-Cola light y un pastel de azúcar. En un
rincón, un pequeño jardín confería un chapucero efecto floral, mientras
que el otro estaba cubierto por una gran colchoneta de goma, donde se
imaginaba a un Nick, desnudo hasta la cintura, practicando artes
marciales por las noches.
El refugio de Nick.
Se acercó al borde de la azotea y miró hacia el paseo marítimo. Los
tonos enlatados del organillo del tiovivo se mezclaban con las voces de los
adolescentes que hacían cola en la noria o la montaña rusa. Otras voces,

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procedentes de las casetas que ocupaban la hilera central, invitaban a los


visitantes a probar su suerte, al tiempo que otras hacían su agosto
vendiendo comida. Más allá, unos cuantos pescadores se alineaban a lo
largo del muelle lanzando sus cebos con la esperanza de capturar algo
más que un zapato. El fresco aire del mar se hizo sentir en su piel y le
removió el pelo, dotando a sus mechones de vida propia y añadiendo color
a sus mejillas.
—Hay mucha vida ahí fuera —murmuró—. Una inocencia que no tiene
ni idea de lo que pasa en una parte del mundo de la que no sabe nada.
Espero que nunca tengan que descubrirla.
Nick se puso tras ella.
—Algunos se olvidarán, otros descubrirán la verdad De la misma
forma que ha venido pasando a lo largo de los siglos.
Ella se dio la vuelta.
Nick acarició la curva de su mejilla con el dedo gordo.
—Fascinante. ¿Qué has encontrado en esa Biblioteca para estar tan
filosófica?
Lanzó un profundo suspiro.
—Acertijos.
—Los acertijos no son respuestas. Sólo son más preguntas.
—La gente cree que practicar la magia oscura es fácil —asintió Jazz—,
pero hace falta mucho trabajo, mucha astucia y la certeza de que su vida
no volverá a ser la misma. Las recompensas son efímeras y el precio muy
alto para muchos, pero, claro, no lo saben hasta que es demasiado tarde.
Encontré algo que decía: «Aquel que se alimenta de la energía vital de
quienes caminan entre las sombras tomará su fuerza para sí
arrebatándoles lo que los mantiene vivos. Aquel que arrebate la energía
vital de los caminantes de las sombras requerirá de más sustento a
medida que pasen las lunas. Gobernará a aquellos que haya conquistado
hasta la noche que una sombra lo envíe a la tierra del vacío eterno».
Entonces mis sesenta minutos se agotaron, el pergamino volvió solo a su
cripta y me aseguré de salir de allí antes de quedar atrapada con una gran
devoradora de hombres, bueno, eso no lo sé con certeza, pero la araña
era lo bastante grande como para poder serlo.
—«Arrebate la energía vital»… —murmuró Nick para sí—. Sangre.
Toma nuestra sangre —sus ojos lanzaron un breve destello rojo—. Es que
sólo puede significar que toma nuestra sangre para sustentar su propia
vida.
—Entonces, ¿por qué dice que una sombra acabará con él? ¿No morís
cuando se os drena toda la sangre, igual que e cuando se os clava una
estaca o se os decapita?
—Cosas en las que no me apetece pensar demasiado, ya que ninguna
de esas opciones me atrae demasiado —dijo él secamente—. Muchos
creen que la sangre de los vampiros cura enfermedades, e incluso más,
creen que puede prolongar la vida. Pues parece que está pasando.
—Pasa si un vampiro muerde primero a un humano, lo deja
prácticamente exangüe y luego le da de beber de la suya —dijo Jazz,
arrugando la nariz—. Luego se despiertan como seres de la noche,
capaces de vivir a base de una dieta eternamente líquida. Personalmente,

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

la idea de dejar el chocolate y el café por una vida eterna basta para
ahuyentarme.
Nick agitó la cabeza mientras hurgaba en sus recuerdos en busca de
susurros de relatos antiguos, cuentos en los que no habría pensado
demasiado hasta ese momento. Tendría que hablar con Flavius. Como
Antiguo del Protectorado, estaría al tanto de todas las leyendas, fuesen
ciertas o ficticias. A los Antiguos les gustaba remover viejos cuentos de
década en década, ya que evitaba que los mortales supiesen exactamente
lo que se arrastraba por sus calles cuando caía la noche.
—Tenemos que hablar con Flavius —sintió el rechazo de Jazz en
cuanto dijo las palabras—. No me mires así. Quizá vea el sentido del
acertijo donde nosotros no lo vimos. Ha existido mucho más tiempo que tú
y yo juntos.
—¿En serio? En ese caso me sorprende que me hayan pedido ayuda
—dijo con un toque de ironía.
—Preguntar no hará daño.
—Es un Antiguo, Nick. Se limitará a tomar lo que he averiguado y se
lo entregará al Protectorado. No nos dirá nada.
—¿Y por qué no iba a hacer lo correcto? —espetó—. Es mi especie la
que está desapareciendo, mientras que la tuya no ha de temer ser cazada
como animales y, hasta donde sabemos, tratada como poco más que una
fuente de alimento.
Vale, ahora sí que estaba enfadada.
—¿Que no tema ser cazada? Entonces, ¿qué fue para ti la sangrienta
Inquisición de 1233? ¿Qué me dices de Salem, en 1692? ¡Mientras los
tuyos se escondían en las sombras, los míos eran arrastrados a la luz,
quemados en una pira, aplastados hasta morir, lapidados, atados a
caballos y descuartizados como trozos de carne! —avanzó hacia él,
dejándose abrazar por la creciente furia. El trueno restalló en los cielos—.
Y con mis hermanas también cayeron inocentes injustamente acusados
por el mero hecho de ser diferentes. ¿Es una verruga eso que tienes en la
nariz? ¡Seguro que eres una bruja! —plantó sus manos sobre el pecho de
Nick y empujó, pero esta vez él le agarró de las muñecas con fuerza. Ella
se resistió, pero nada pudo hacer contra su fuerza superior—. Mientras los
vampiros se arrastran por las sombras, acechando a quien les viene en
gana, llegando a borrar los recuerdos de sus víctimas de ese encuentro.
Mientras los vampiros tratan a muchos inocentes corno una maldita fuente
de alimento —sus palabras se le antojaron amargas al paladar.
—Me he arrastrado por las sombras durante novecientos años —dijo
con sequedad—. ¿Quieres que comparemos historias de miedo? Yo
también puedo. Así que admitamos llanamente que nuestros respectivos
colectivos no lo han tenido fácil —le apretó aún más las muñecas—. Un
quejido sobrevivido, Jazz. Eso es lo que cuenta. Nos hemos abierto paso
por el mundo lo mejor que hemos podido.
Ella echó la cabeza hacia atrás, inhalando el olor a tierra que siempre
le asociaba. Le miró a la cara, que mostraba arrogancia con un
extraordinario toque de vulnerabilidad.
—¿Por qué no te quedaste fuera de mi vida? —gritó ella, acarreando
siglos de recuerdos, siglos de sexo y de dolor—. He conseguido una buena

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

vida aquí. Tengo todo lo que necesito —no se movió cuando él volvió a
rodearla con los brazos y su mano empezó a acariciarle con dulzura la
curva del cuello.
—No puedo permanecer al margen de tu vida más que tú de la mía —
le murmuró al oído.
—Somos mutuamente nocivos —susurró ella.
—Estamos muy bien juntos —le corrigió él.
—Para una noche, quizá. Pones mi mundo patas arriba y lo siguiente
que sé es que me has arrastrado a tus investigaciones vampíricas, y acabo
en la cárcel porque dices que me estás protegiendo, por mucho que a mí
no me suene a protección. Como esa vez que me arrojaron a una celda
con ese cambiante y casi acabo siendo su merienda de luna llena. Ha
habido momentos en los que te he odiado con todo mi ser —su rabia se
había visto sustituida por dolor por el pasado, por lo que sabía que
ocurriría si permitía que Nick volviese a su vida y por lo que podría pasa si
ambos perdían la batalla contra Clive Reeves.
Aunque no hubiese tenido el don del sexto sentido podía ver un futuro
en el que reconfortaba a un moribundo Nick. Salvo que, al final, lo único
que le quedaría sería un puñado de polvo y ninguna oportunidad de decir
lo que realmente sentía.
Abrió la boca para decirle todo eso, pero Nick se le adelantó.
Tapó sus labios con su boca, arrebatándole el aliento de los
pulmones. Donde la piel del vampiro no generaba calor, la suya lo hizo con
redoblado vigor bajo su tacto mientras la sangre corría por sus venas,
compensando aquello que a él le faltaba.
—No digas una palabra —le susurró a la boca—. Sólo siente.
Y eso hizo. Jazz rodeó el cuello de Nick con sus brazos, alineando su
cuerpo hasta el punto de notar su erección en la cuna de sus caderas. Ella
empujó, exigiendo más; necesitando más. Cuando él se estiró, sin soltarla
un solo momento, ella levantó las piernas y las enrolló en su tronco.
No había chocolate en el mundo que superase el sabor de Nick.
Él la llevó a la mesa y la depositó encima. Ella no se molestó en
desenroscar sus piernas. Notar su contacto sobre ella, sentir su deseo era
demasiado bueno.
—Eres mi sol. Mi calor —dijo él entre sus labios, moviendo sus dedos
a lo largo de la pretina de sus vaqueros y luego hacia arriba, bajo su
jersey. Buscaron el lazo de su sujetador amarillo y luego se deslizó por
debajo para juntar la curva de su pecho, antes de levantar la prenda
cubrírselo con la palma de la mano. Su piel estaba fría, no resultaba
menos excitante por ello. Apretó su mano contra la blanda superficie,
notando su creciente ritmo respiratorio.
—Tu corazón late deprisa por mí, Griet de Ardglass murmuró,
hallando de nuevo sus labios, separándolos con la lengua, hundiéndola
hasta la fuente de su sabor, el olor de su piel y la esencia misma que un
día le presagió que era la mujer de su no vida.
Las brujas y los vampiros se habían enfrentado durante millones. Sus
batallas se habían librado con sutileza y sin derramamiento de sangre.
Nunca se había buscado una tregua, y todos daban por sentado que nunca
llegarían a un equilibrio.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Hasta la noche en que Nikolai Gregorivich asistió a una fiesta en


Venecia bajo la guisa de un rico comerciante eslavo mientras investigaba
a un regente vampírico sediento de sangre italiana. Con la aprobación del
Protectorado lo ejecutó y luego, para sorpresa propia y extraña, se cruzó
con una bella bruja de pelo cobrizo y se acostó con ella.
Nick nunca se había acostado con una bruja antes, ni buscaría a otra
en lo sucesivo. Suponía que no se imaginaba con otra persona debido a
que Jazz suponía un torbellino en su bien ordenada existencia. Además,
sabía que cualquier otra siempre estaría por debajo de ella.
La acercó más hacia sí, recorriendo con las manos sus muslos
enfundados en la tela vaquera hasta alcanzar la juntura. Ella emitió un
sonido quejumbroso mientras sus dedos acorrían la cremallera hasta dar
con la lengüeta. La bajó lentamente, colando sus dedos hasta dar con el
suave tejido. No necesitó ver sus bragas para saber que eran del mismo
amarillo chillón que el sujetador. Su sol. Su luz.
—Sólo estamos tú y yo bajo el cielo nocturno —paseo su boca por la
piel expuesta, justo por encima del cuello del jersey, apartando su pelo a
un lado para besar la delicada superficie de su cuello.
Empleó dos dedos para apartar la seda y penetrar en ella, hallándola
húmeda y acogedora. Sus músculos interiores se contrajeron a su
alrededor.
—Ha pasado demasiado tiempo, Jazz —susurró, hallando su diminuta
protuberancia y frotándola entre el dedo gordo y el índice.
Ella hundió sus uñas en sus hombros mientras levantaba su trasero
de la mesa para mantener la tensión lo más prieta posible, pero él no
sintió dolor alguno por las pequeñas heridas que le estaba infligiendo.
Abrió la pretina de un tirón y la levantó lo suficiente para bajarle los
vaqueros. Con un toque de sus dedos aflojó los cordones de sus caderas
para revelar una piel ruborizada por la excitación. Acercó la cabeza y
encontró la pequeña marca lunar, como si la hubiesen puesto adrede
sobre la encrespada línea del vello.
—La marca de la bruja —murmuró contra su piel.
Ella se estremeció con su tacto y lanzó un tenue sollozo.
—¡Nick! —dijo, tirando de sus hombros, atrayéndolo de nuevo hasta
ella. En cuanto levantó la cabeza, ella buscó la cintura de sus pantalones,
arañando todo el camino con sus uñas.
No se quejaba; él estaba tan ansioso por ella como ella por él.
Nick se bajó los pantalones, la aferró de las caderas y la acercó
bruscamente.
Jazz gritó de placer cuando notó que su pene se adentraba en ella. Lo
rodeó con sus piernas y arqueó la espalda mientras él se le echaba
encima.
Apenas escuchó la ronca voz de Nick murmurando palabras en su
idioma natal no hacía falta traducción, imaginó que podía leerlas en su
mente.
Él la llenó como ningún hombre fue capaz, la excitó hasta el punto
donde el placer y el dolor se encuentran en una corriente de calor. Coló
sus manos bajo su camiseta para sentir su suave y musculosa piel. Sentía
la contracción de sus músculos bajo sus manos y su espalda arquearse

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

mientras bajaba una mano para acariciar su cadera. Notó que se tensaba
cada vez más a medida que ella apretaba con la punta de sus dedos.
Había pasado demasiado tiempo para los dos, y sabía que estaban
demasiado cerca para contenerse.
—Muéstrame la luna —susurró ella— y yo te mostraré el sol.
Los bombeos de Nick aumentaron en intensidad mientras Jazz se
arqueaba más para recibirlos. Sintió que se le endurecían más los pezones
con el orgasmo, a punto de salir disparados como rayos. Cuando
contempló el aterciopelado cielo nocturno mientras gritaba su nombre,
supo que había visto fuegos artificiales.
Y también sintió el cosquilleo de la magia a su alrededor. Hubiera
jurado que unos ojos contemplaban su íntimo acto. Se estremeció por ese
pensamiento y Nick lo malinterpretó su movimiento como un rechazo a su
desatada pasión. Cuando la tomó entre sus brazos, todo pensamiento
sobre un mirón se desvaneció de su mente y se dejó llevar por sus besos
hasta el mismo olvido.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Capítulo 14

—La noche del apagón en Georgia —la sonrisa de Jazz creció,


alimentada por la felicidad postcoital—. Míranos. Casi lo hemos vuelto a
hacer —apoyó la frente en su pecho—. Hmm, no esperarás que me
mueva, ¿verdad? Porque ahora mismo no creo que pueda mover un solo
músculo, por helada que sienta esta mesa en el culo.
—Y vaya culo más adorable —dijo él, posando su barbilla sobre la
cabeza de ella, atacando su cobriza melena con un beso ocasional—.
¿Crees que ha sido el mejor?
Jazz contoneó su desnudo trasero contra la mesa, sonriendo mientras
el pene de Nick se alargaba y endurecía dentro de ella. Había sin duda algo
en la capacidad de recuperación de los vampiros que alegraba sobremanera
su gusto por los orgasmos múltiples. Ella respondió tensando repetida-
mente sus músculos internos, exigiéndole más. Sus gruñidos de placer eran
todo lo que necesitaba para volver a tensarlos.
Cuando los labios de Nick flotaron sobre la vena de su cuello, ella
apartó la cara automáticamente.
—¿Por qué arruinar un momento perfecto como éste? Los colmillos y
las brujas no encajan muy bien, ¿recuerdas? —dijo, hundiendo la cara en
su pecho, inhalando el aroma de su colonia mezclada con su olor personal.
Él respondió con un beso detrás de la oreja, haciendo que se
estremeciera.
—No sé. Parece que nosotros encajamos muy bien —froto sus
caderas, hallando otro punto erógeno que le arrancó un gemido a sus
labios. Le mordió cautelosamente el lóbulo de la oreja, asegurándose de
no dañar su piel. Ella gimió de nuevo, levantando las caderas para
devolver la presión. Nick inhaló el aroma de la excitación que rezumaba
por toda su piel, su sangre corriendo rauda por debajo, pero
lamentablemente hubo de echarse atrás antes de verse impelido más
hacia ésta que hacia su cuerpo. Compartir la sangre era un poderoso
afrodisíaco entre los vampiros, pero el efecto era totalmente contrario
cuando se hacía con una bruja. Jazz y él habían rozado esa fina línea
durante años y cambiar eso no era una opción—. Encajo muy bien dentro
de ti —murmuró, entrando en ella lenta y profundamente, dispuesto a
saborear cada una de sus respuestas físicas.
Llegó hasta el fondo y se detuvo, sintiendo el posesivo agarre que
ejercía ella a su alrededor.
Nick se echó atrás lo justo para ver su cara. Un aterciopelado rubor
encendió su piel, dejando sus ojos verdes como el musgo abiertos,
luminosos y llenos de deseo. Ella jadeó levemente al mirarlo.
—No pares ahora —ronroneó, estirando la mano hacia abajo para
acariciar sus testículos y apretarlos con la suficiente dulzura como para
provocar en él un siseo. Al vampiro no le hizo falta verse en ningún reflejo
para saber que sus ojos refulgían con tonos rojizos.
Aceleró los bombeos, aferrándola de las caderas hasta notar que el
orgasmo le ascendía y amenazaba con explortarle en la cabeza. Si no se

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

hubiese agarrado a Jazz, probablemente se hubiese caído de la mesa, e


incluso de la azotea Nick levantó la cabeza, los ojos llenos de sangre y los
colmillos lechosos plenamente extendidos, mientras rugía exhausto.
Después de aquello, lo único que podía hacer era rodearla con sus brazos
mientras ella luchaba por recuperar el aliento.
Tantas veces sus encuentros habían sido tan ardientes y rápidos, su
mutuo deseo tan poderoso, que no había lugar para más sexo que el
salvaje apareo animal. Esta ocasión no fue menos intensa.
Salvo que, una vez se apagaba la pasión y regresaba la razón, siempre
pasaba algo.
Nunca le dijo a Jazz, y al parecer ella tampoco se había dado cuenta,
que las veces en las que, en el pasado, había conseguido que la arrestaran
bajo cargos falsos, era en realidad por su propio bien. En cada una de esas
veces estuvo envuelto en casos en los que su presa era peligrosa y estaba
loca, hasta el punto de que las represalias pasarían por ella. Por supuesto,
si por aquel entonces le hubiese explicado sus razones, le habría tildado
de mentiroso y hubiese conjurado una estaca.
La personalidad de Jazz era de las más combustibles que conocía.
Atraía a los hombres como la llama a las polillas. Algunos de ellos no se
tomaron bien el rechazo. Otros sospechaban que había más en ella de lo
que se veía a simple vista. Nick sabía que podía cuidar perfectamente de
sí misma, pero algunas veces necesitaba ayuda, y él siempre estaba
dispuesto a brindársela, la quisiera o no.
El Protectorado siempre le había facilitado una identidad segura, y su
fachada como inspector de policía o detective, extranjero le daba libertad
para cazar a sus presas asignadas. El caso es que Jazz solía encontrarse
muchas veces en la misma ciudad, lo cual no siempre era bueno, ya que
podía no estar en situación de protegerla si el trabajo resultaba más
peligroso de lo previsto. Prefería fabricar cargos falsos contra ella y así
mantenerla alejada del peligro. Conocía demasiado bien a su bruja.
Preferiría estar en el fragor de la batalla, luchando junto a él, en vez de
retirarse a lugar seguro.
Si bien prefería que la bruja luchase con él en vez de contra él, se
negaba a ser la causa de ningún mal para ella. La ira del Alto Consejo
Arcano no sería nada en comparación con lo que se haría a sí mismo si le
pasara algo.
Hundió su nariz en sus cabellos e inhaló el aroma a limón. Ácido,
como ella.
—Eh, Nick —la voz de Jazz llegaba amordazada por su pecho—.
Aunque tú no sientas las temperaturas, yo sí, y esta mesa está helada. El
culo se me está volviendo un cubito de hielo.
Nick se echó atrás entre risas. Olvidando que tenía los vaqueros a la
altura de los tobillos, trastabilló y arrebató toda la gracia de sus
movimientos. Jazz saltó de la mesa, arreglándose el vestuario entre risas
también. Se burló de él enseñándole fugazmente los pechos mientras se
ponía el sujetador y el jersey. Se sacó la goma del pelo, recompuso la
coleta y se la volvió a poner.
Miró por encima del hombro y contempló el húmedo desastre que
antaño fue un vaso de Coca-Cola light y un pastel de azúcar, reducidos

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

ahora a manchas por la azotea.


—No pienso limpiar eso —dijo. Lanzó un hondo suspiro cuando Nick la
fusiló con una mirada—. Claro, permite que haga uno de mis trabajos
domésticos de bruja —dijo, enviando los restos a un cubo de basura que
había cerca de la salida de emergencia.
Nick le rodeó el cuello con un brazo y la atrajo hacia sí.
—Parece que hay una celebración en alguna parte —dijo, señalando
más allá del muelle. Se sentaron en el borde de la azotea, Jazz
cómodamente incrustada entre las piernas de Nick, los brazos de él
reposando relajadamente sobre su cintura, las piernas de ambos colgadas
del edificio.
El rostro de Jazz se encendió cuando el cielo pareció explotar en
innumerables colores. El chisporroteante sonido de los fuegos artificiales
reverberó en el aire, obligando a los transeúntes por debajo a que se
detuvieran a mirar.
—Y pensar que me los había imaginado —susurró ella.

—Necesitamos dar con una forma de entrar en los terrenos de la


mansión —dijo Nick mientras descendían por la escalera hacia su
despacho, de camino al refugio subterráneo donde había dispuesto su
apartamento. Aún sentía el hormigueo de haber hecho el amor. Pensó en
repetir en la amplia cama que dominaba su casa. Entonces vio la mirada
de Jazz.
El momento se había perdido.
Jazz no necesitaba alejarse de él físicamente. Ya lo había hecho
mentalmente, tanto que bien podría haber estado en otra galaxia. Él miró
fugazmente sus manos. Hasta el momento, no había fuego mágico que
temer.
La llevó rápidamente hasta el ascensor, pero ella se deslizó fuera
antes de que pudiera echar la puerta enrejada.
—Como sabes todo lo que hago, creo que me iré a casa —dijo Jazz,
dirigiéndose hacia una puerta de cristal que daba al paseo.
—Jazz —la llamó él—. ¡Vale! No hablaremos de ello, ¿qUé te parece?
Se detuvo con una mano sobre el pomo de la puerta y miró por
encima del hombro.
—Tu sentido de la oportunidad no ha cambiado con los años.
—¿Mi…? ¡He sido perfectamente oportuno! —gritó en pos de ella.
Jazz cerró los ojos un momento.
—Haznos un favor a los dos y piensa con tu otro cerebro, Gregorivich
—dijo antes de empujar la puerta y salir.
Nick gruñó con un resoplido y retrocedió al darse cuenta de que había
retorcido algunos barrotes de la puerta enrejada. Cuando enderezó los
barrotes y salió del ascensor, supo que ella ya se había desvanecido del
paseo.
Estaba lo bastante enfadado como para hacer lo que ella no quería. Así
que regresó a su despacho y llamó a Flavius.
—Tenemos que vernos —le dijo a su sire.
—¿Has averiguado algo?

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

—No estoy seguro de que sirva de algo, dado que hay más preguntas
en el acertijo que respuestas, pero es un principio —acordaron verse al
cabo de una hora, lo que daba a Nick tiempo para ducharse y cambiarse
de ropa. Aunque preferiría mantener el olor de Jazz en sus prendas y su
piel durante las siguientes horas, sabía que no sería visto con buenos ojos
allí adonde iba.
Jazz estaba indignada por la facilidad con la que se le pasaba de
amante a poli.
—¿Qué daño le habría hecho olvidarse de ese maldito monstruo unas
horas más? Ese hombre no tiene sentid del romance —se dijo a sí misma
mientras comprobaba lo mensajes del contestador. No esperaba una
disculpa por parte de Nick, pero habría allanado el camino. Se sobresaltó
al escuchar una voz chillona.
—¿Dónde demonios te has metido? Llámame en cuanto oigas esto.
Aunque la frenética llamada de Dweezil no resultó de gran aprecio, sí
que consiguió una cosa: apartó los pensamientos de Jazz de lo que había
pasado en esa azotea y lo que el vampiro había hecho para dar al traste
con toda la atmósfera.
Lo que le sorprendió fue el lugar que Dweezil había escogido para la
reunión.
—Estaré fuera de la oficina hasta que se calmen las cosas —le dijo
cuando Jazz lo llamó—. Estaré en el Klub Konfuzion. Pásate a las once.
—¿El Klub Konfuzion? ¡Bastante tengo con llevar a mis clientes allí! ¿Por
qué iba a querer ir por mi propia cuenta?
—Porque nadie espera verme allí. A las once, Jazz.
—A las once en punto —gruñó, pero ya había colgado.
Jazz miró su desgreñada apariencia. Alegre bruja con aromas a limón
y toques de vampiro; no era la mejor combinación para ir a un lugar donde
imperaban el negro, las cañas de sangre y los colmillos.
Ya llegaba tarde cuando se duchó (otra vez) y se cambió por algo más
adecuado para visitar el club gótico por antonomasia.
Cuando terminó, se estudió en un espejo de cuerpo entero.
—Es como si acabase de pasar de Donna Reed a Kate Rekinsale en
Underworld —murmuró, alisando la delantera del corpiño de cuero—.
Aunque pueda respirar.
Jazz completó su atuendo con un abrigo de cuero negro que rozaba
sus botas de tacón de aguja y se dirigió hacia el garaje.
—Madre mía, ¿es que vas a una fiesta de disfraces? —preguntó Irma
después de mirar a la gótica Jazz de arriba abajo.
En desafío al código del típico vestido negro, Jazz optó por un corpiño
de cuero púrpura y una minifalda minimalista de cuero negro que apenas le
cubría lo esencial, que venía a ser una braguita culotte también púrpura.
Llevaba también unas medias de rejilla hasta el muslo, sujetas con ligas
de seda negra adornadas con lazos púrpura. En una de las ligas llevaba el
móvil y en la otra el lápiz de labios. Todo lo que una bruja podía necesitar
yendo de clubes. La piel visible estaba salpicada de brillantina dorada, los
ojos pintados de negro y los labios muy rojos. Se había recogido el pelo en
un prieto lazo y también había espolvoreado algo de brillantina por
encima. En muchos sitios, sería arrestada por esa ropa. Allí adonde iba, era

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

una garantía de triunfo.


—Siempre dices que no te saco —dijo, metiéndose en el coche
envuelta en una nube de Michael Kors—. Bueno, pues esta noche nos
vamos a un club, al menos yo.
—No puedo creer que vayas a frecuentar borrachos así vestida.
Jazz sintió una sacudida al recordar que no se había Pasado por el pub
de Murphy's desde la noche en que Nick volvió a meterse en su vida. Sabía
que esta noche no ser buena idea. Murphy no comprendería su estilo de
vestir.
—No, no vamos allí.
Durante todo el trayecto, Irma no paró de pregunta a Jazz adonde
iban, pero ésta no soltó prenda.
—¿Qué es ese olor? —Irma puso una mueca mientras Jazz se
adentraba en el recinto del club y aparcaba bajo una farola de vapor que
emitía un extraño brillo verde, en vez del habitual naranja. Miró las
obscenas pintadas que decoraban todos los almacenes, a excepción del
Klub Konfuzion. La única decoración que había allí era la que quería su
dueño. La música de sus entrañas se filtraba al exterior cada vez que se
abría la puerta.
—A pescado muerto, a océano y a saber la de cadáveres que no ha
encontrado la policía —dijo Jazz saliendo del coche y lanzando
protecciones al coche por triplicado.
Irma agitó la cabeza.
—La última vez que vi a una mujer vestida así fue en uno de esos
programas del cable, y no buscaba nada bueno.
—Lo mismo pasa conmigo.
—¿Cuánto tiempo piensas estar en ese sitio depravado? —inquirió
Irma desde el coche. Un matiz de temor pendía de su voz.
Jazz dio media vuelta y regresó al coche. Posó las manos sobre la
superficie metálica y se inclinó para que Irma pudiera verle los ojos.
—No te va a pasar nada —le dijo con suavidad—. Nadie,
absolutamente nadie, se acercará a cinco metros de este coche. Me he
asegurado muy bien de eso. Créeme, si alguien lo intenta, se llevará una
muy mala sorpresa que nunca olvidará.
Irma la estudió durante unos segundos. Satisfecha la respuesta,
asintió lentamente.
—¿Hay alguna probabilidad de que me traigas un Brandy Alexander o
un Pink Squirrel? —preguntó.
—Dudo que aquí sirvan nada de eso, pero quién sabe —habida cuenta
de la inquietud de Irma al quedarse sola no quiso recordarle que cualquier
bebida que tratase de ingerir acabaría irremediablemente en el asiento.
Jazz se enderezó y contempló el club.
Habían pasado tantas cosas desde la última vez que trajo a Tyge
Sombra fétida que tuvo la sensación de que habían pasado siglos en vez de
dos semanas.
Jazz adoptó una sonrisa sensual a la masa muscular de dos metros y
medio que custodiaba la puerta y fue admitida al instante con un gruñido.
Las brujas no eran muy populares en el club, pero los vampiros más
ambiciosos nunca desaprovechaban un cliente dispuesto a pagar.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

La decoración de tonos negros y rojos encajaba con la idea que tenía


casi todo el mundo de un club mayoritariamente para vampiros. Jazz sabía
que a muchos eso les parecía sensual. A Jazz se le antojaba más bien como
el paraíso de cualquier dominadora sadomasoquista.
Hizo una mueca cuando ese ruido que pasaba por música asaltó sus
oídos hasta sentir que casi sangraba por ellos. Invocó unas gafas de sol
para protegerse de la luz pulsada que invadía el recinto desde el techo. Se
preguntaba cómo los vampiros, con su vista y oído mejorados, se las
arreglaban para estar allí sin que les explotara la cabeza. Apenas había
llegado y ya tenía ganas de irse.
Consciente de que necesitaría algo para mitigar el dolor, no perdió un
instante y se fue a la barra.
—Un JB cargado —pidió.
El barman la miró fijamente.
—¿Quieres acompañarlo con algo?
Se bajó las gafas lo suficiente para mostrar sus ojos y mostrar que en
ellos no había ni rastro de rojo.
—Sólo el JB —lo último que le apetecía era nada que llevase algo
parecido a «tipo 0» en la etiqueta.
Con la bebida en la mano, Jazz recorrió el perímetro del club,
respondiendo con gestos de la cabeza a algunas personas que conocía,
propinando duras miradas a los hombres que le entraban y buscando a
Dweezil. Cuantos más minutos pasaban sin verlo, mayor era su grado de
frustración. Ese club, con su música tecno, sus bailarines dando vueltas y
jóvenes en busca de un rollo de una noche no se correspondía
precisamente a su idea de diversión, y deseaba salir de allí lo antes posible.
Cuando dirigió la mirada hacia la pista de baile, casi pasó algo por
alto, pero enseguida volvió a ello. Lo que vio fue suficiente para apretarse
los dientes hasta reducirlos a protuberancias.
—Oh, por el amor de las Providencias —suspiró, abriéndose paso por
el borde de la pista hasta llegar a una rubia bajita que lucía un vestido de
terciopelo negro que podía servir de servilleta para un vampiro que le
estaba mirando el trasero como si planease convertirla en su bocado
nocturno. Como si sintiese la aproximación de Jazz, la joven giró la cabeza,
vio a una bruja enfadada que se le echaba encima, se puso blanca y se
apartó a un lado. Jazz murmuro unas palabras y la chica se quedó
literalmente paralizada.
—¿Qué parte de «ya no puedes usar la magia» no has entendido? —
gruñó Jazz. No podía creer que su conjuro y vinculación sobre la garita de
la hermandad no hubiese funcionado. ¡Había empleado mucho poder en
ese conjuro maldita sea!
La chica era valiente, tenía que admitirlo. No retrocedo. Ladeó su
barbilla finamente esculpida y le clavó la mirada con unos ojos con exceso
de rímel. A Jazz le entraron panas de estrangular al portero porque saltaba
a la vista que esa chica estaba por debajo de la edad permitida, por
mucho que gozara de los atributos que tan bienvenidos eran en el Klub
Konfuzion: ser mona, joven y estar viva.
—Soy adulta y puedo hacer lo que quiera. París Hilton viene siempre
aquí de fiesta.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

El compañero colmillero de la chica siseó a modo de advertencia.


Jazz puso los ojos en blanco y puso una mano delante de su cara.
—Oh, por Dios, ¿sería mucho pedir que usaras enjuague bucal? Hay
muchos sabores de Listerine, ¿sabes? Muchas farmacias abren las
veinticuatro horas.
—Y a lo mejor tú deberías dejarla en paz y largarte —dijo el joven
vampiro, convencido de que se arredraría en cuanto atisbase sus
colmillos.
Jazz ladeó la cabeza y lo miró fijamente. Sabía que no formaba parte
de la comunidad de dieta alta en hierro desde hacía más de un año.
—No te pongas chulo conmigo, vampiro. No puedes ganar —le lanzó
tanto poder encima que tuvo que retroceder trastabillando. Bastó con un
empujón más para que las dejara solas mientras la chica sollozaba su
nombre. No tardó en orientar sus pucheros hacia Jazz.
Jazz volvió a centrar su ira en la universitaria.
—Si París Hilton fuese tan estúpida como para meter uno de sus pies
enfundados en Jimi-Choo en este club acabaría devorada antes de poder
decir «cómo mola». ¿Cuanto a ti, te quedan dos tercios largos para
cumplir los diecinueve? —dijo, con la mandíbula tan tensa que era un
milagro que no se rompiera—. Dame tu espejo —chasqueó los dedos con
dureza al ver que la chica no obedecía inmediatamente—. ¡Ya!
La muchacha hurgó en su minúsculo bolso negro de terciopelo y
extrajo un pequeño espejo.
Jazz lo abrió con la parte reflexiva apuntando a la chica.
—Seré clara para que puedas volver a tu hermandad y les digas a las
demás lo que les pasa a las crías estúpidas que rompen uno de mis
conjuros de vinculación.
Supo que la chica se vio en el espejo envejecer de los diecinueve a
los ciento diecinueve en un instante, mostrando todos los achaques de la
edad, por el mero capricho de Jazz. Detestaba que no obedecieran sus
normas.
La chica boqueó y salió corriendo tan deprisa como se lo permitieron
sus tacones de diez centímetros.
—¿Ahora te dedicas a asustar niñas? Menuda zorra puedes llegar a
ser —se asomó Dweezil tras su hombro. Su mirada permaneció un instante
sobre su escote y se apartó antes de que pudiera lanzarle una bofetada
mágica.
Extendió la mano y vio cómo desaparecía un disco plateado.
—Me alegro de verte, D. Si no te encontraba en los próximos cinco
minutos, pensaba marcharme.
Dweezil miró a su alrededor, empezó a tirar de su brazo, pero la
expresión de Jazz era inamovible.
—Hay un reservado por allí —hizo un gesto con la mano que sostenía
una bebida burbujeante multicolor. Jazz no sabía de qué estaba
compuesta, y tampoco quiso saber qué lía a calcetines sudados olvidados
en una taquilla de gimnasio durante medio siglo.
Lo último que deseaba Jazz era compartir un rincón oscuro con
Dweezil, pero tampoco quería permanecer allí mucho más tiempo y sentía
curiosidad por tanta precipitación. Pensó que cuanto antes lo escuchara,

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

antes podría irse.


—Tic, tac, D, mi taxímetro está bajado, ¿recuerdas? —se deslizó sobre
un banco acolchado. Fulminó con la mirada a Dweezil por insistir en
horadarle el brillante escote con la suya.
—¿Hay ropa interior bajo esa falda? ¿Por qué demonios no te pones
algo tan sugerente cuando trabajas para mí? Podría triplicar las tarifas.
Puede que más si pudieras ponerte agujeros en ese top para enseñar más
las tetas.
Jazz se apoyó sobre la mesa.
—Olvida los gusanos, Dweez. Hablemos de las sanguijuelas. ¿Sabes
dónde atacan primero?
—Perdóóóón —dijo, alzando las manos y tomando el asiento de
enfrente.
—Bien, vamos al grano y dime por qué hemos tenido que vernos aquí
en vez de en tu despacho.
Se miró por encima del hombro y se apoyó sobre la mesa para hablar
en susurros, cosa difícil de oír con la música tan alta.
—Alguien va a por mí.
Jazz arrugó la nariz frente al olor a almendra quemada que empezó a
rezumar el otro. La criatura estaba seriamente afectada.
—¿Y dónde está la novedad?
Si no lo hubiese conocido bien, hubiese jurado n su piel adquirió un
tono verde más pútrido.
—Hablo en serio, Jazz. Creo que alguien me ha echa do una maldición.
Necesito que me la quites y descubra quién ha sido.
Que Dweezil actuara como un capullo integral no era nada nuevo.
Que lo hiciera con un poco más de locura, lo mismo. Pero que rogara que
le ayudase, eso sí que era nuevo. Jazz se recostó sobre el banco y dio un
sorbo a su copa.
—¿Acaso tengo aspecto de Ángel de Charlie, D? Elimino maldiciones,
no soy ninguna investigadora que se dedica a rastrear a quienes las
echan.
—Y, de no ser por mí, no tendrías un trabajo, aparte del dinero de
mierda que haces quitando maldiciones —le recordó—. La poli me ha
arrestado, se han llevado todos mis papeles y me han tenido encerrado
durante una semana, antes de que mi abogado consiguiera que me lo
devolvieran todo. Total, para que esos mismos polis digan que no han
encontrado nada. Pero siguen vigilándome. No existe ninguna razón por la
que me estén acosando tanto, salvo que algún cabrón me haya tendido
una trampa —se recostó sobre el respaldo y respiró hondo—. Vale, te
pagaré.
Ahora Jazz estaba interesada. Si Dweezil se ofrecía a pagarle dinero
contante y sonante, es que estaba seriamente preocupado.
—¿Y dónde está la maldición? ¿Había algo maldito en la oficina?
—Y yo qué coño sé —dijo encogiéndose de hombros—. ¿No te
encargas tú de descubrir esas cosas?
Si de verdad te afecta una maldición, podría ser cualquier cosa —le
explicó, quitándose las gafas oscuras para mirarlo fijamente—. No veo
nada en ti que indique que te hayan echado una maldición personal, así

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

que tiene que ser algo cercano. Dime por dónde empezar.
Dweezil gimió.
—Entonces tiene que ser todo el maldito edificio —bufó—. Tú límpialo,
¿vale?
—Lo cual incluye el garaje.
—Lo que sea —asintió miserablemente, levantando la bebida.
Ella puso su precio.
—¡Cincuenta! —exclamó Dweezil, que casi se ahogó con el trago—.
¿Cincuenta mil?
—Dos edificios; eso es mucho trabajo. Además, tendré que revisar
todos los coches, o —esperó hasta estar segura de que gozaba de toda su
atención— me quedo con veinticinco y no tener que llevar a Tyge Sombra
fétida nunca más.
—Pero él sólo te quiere a ti, y, además, eres la única bruja que tengo
ahora mismo —argumentó—. ¡Y paga en lingotes de oro!
Jazz hizo un gesto displicente.
—Sí, sí, sí. Me importa un bledo. Escoge. Puedes pagarme los
cincuenta en metálico o los veinticinco y no tener que llevar más a
Sombra fétida —zanjó, echando un trago a su whisky, disfrutándolo junto a
la cara de Dweezil. No había cosa que odiase más que perder dinero. La
alternativa que le ponía delante se reducía a cuánto estaba dispuesto a
renunciar. Tenía serias dudas de que nadie le huyese echado una
maldición, pero no pensaba decírselo. Primero comprobaría los edificios
por si tenía razón, aunque la idea no le desagradaba demasiado. Más de
una vez se había sentido tentada de lanzarle algo peor que un mal
episodio con gusanos, y estaba más que dispuesta a asumir el castigo.
Dweezil se echó el vaso a la boca y apuró los restos del contenido
espumoso. Su piel estaba más verde que antes, si es que eso era posible.
—Tendré los cincuenta de los grandes preparados mañana —dijo,
mirándole los abultados pechos por un momento, consciente de que
verbalizar cualquiera de las cosas que tenía en la recámara no sería una
buena idea, y se levantó de la mesa.
Jazz debió saber que no renunciaría en lo que concernía al maestro
Sombra fétida.
—Iré a las nueve.
—¿Cómo esperas que tenga la pasta tan temprano? —dijo Dweezil
frunciendo el ceño.
—Sacándolo de la caja fuerte secreta que tienes en el cuarto de baño.
Murmuró algunas palabras entre dientes y se alejó.
Jazz acunó su copa mientras observaba a los bailarines. Estuvo
tentada de buscar algún compañero para unirse al baile. Le encantaba
bailar, pero sus pensamientos hacia Nick le amargaron la idea de rondar
por el club. Paseó la mirada de la pista de baile hasta la barra, donde
varios clientes se alineaban consumiendo sus respectivas bebidas.
Algunos tomaban ese brebaje que a ella tan poco le atraía. Prefería que la
sangre corriera por las venas y no soportaba verla en un vaso, y mucho
menos notarla en un aliento.
Se quedó paralizada y puso la mirada en el fondo de la barra, donde
había dos hombres apoyados escrutando la pista de baile.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Ambos eran altos. Uno era moreno, el otro de cabello más claro.
Vestían al típico estilo de los vampiros, con justas negras y cómodos
pantalones y gabardinas abiertas. Pero fue el moreno el que más atrajo su
atención. La mayoría de los vampiros preferían el pelo a la altura de los
hombros, ya fuese suelto o en coleta. Probablemente se debiera a que los
más antiguos provenían de una época en la que era normal que los
hombres lucieran un pelo más largo. Otros lo hacían porque pensaban que
eso los hacía más atractivos. En el caso de Hugh Jackman, sí, pero había
infinidad de vampiros que no encajaban en absoluto con esa estética. Nick
era de los que podían ir de ambas formas sin problemas, aunque prefería
el pelo más corto. Una vez dijo algo acerca de piojos. Se estremeció
interiormente al pensarlo.
Como si el objeto de sus pensamientos hubiese sentido su mirada,
Nick volvió la cabeza, arqueó una ceja y levantó su copa a modo de
silencioso brindis.
—Maldita sea.

Capítulo 15

—Maldita sea —dijo Nick, repitiendo las palabras de Jazz.


Flavius miró por encima de su hombro.
—Parece lo bastante enfadada como para provocar una tormenta.
—Ya la conozco en ese estado. Casi no escapo de su bola de fuego —
dijo Nick, irguiéndose.
—¿Qué vas a hacer? —los labios del vampiro más antiguo esbozaron
una entretenida sonrisa.
—Pedir bailar a la dama.
Flavius escrutó el club y se fijó en una ardiente morena.
—Buena idea. Yo mismo siento la necesidad de bailar un poco.
Nick fue hacia Jazz en línea recta. Notó que su expresión de sorpresa,
que había cambiado a rabia al ver a Flavius, ahora era de neutralidad. En
ese momento, no se fijo demasiado en su cara, sino en el resto de
anatomía que asomaba por encima de la mesa. Todo ello bonito, muy
bonito. Si no andaba con cuidado, acabaría babeando por los colmillos.
—¿Te apetece bailar?
Ella se puso de pie en silencio, dejando que contemplar el paquete al
completo.
Vale, sí que estaba babeando. Jazz, la inocente bruja esa misma
tarde, era ahora la Reina de la Noche. Le saltaron imágenes de desatarle
ese corpiño y soltarle la melena. Corrección: arrancarle el corpiño, ya que
desatarlo llevaría demasiado tiempo.
El perfume que le insinuaba la piel desnuda de Jazz y una amplia
cama asaltó sus sentidos cuando ella pasó junto a él de camino a la pista
de baile. En un parpadeo se puso junto a ella, rodeando su cuerpo con los
brazos y moviéndolos al son de la música, con mayor afán sexual que
lírico. Casi perdió el control cuando sus dedos tocaron su piel bajo la
minimalista falda.
—Es curioso verte por aquí —le murmuró él, acercando sus labios a

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los de ella en un amago de lo que habían estado haciendo esa misma


noche. La ropa no sería un obstáculo para repetirlo allí y entonces. Y
tampoco sería la primera vez que se realizaban ese tipo de baile en el
establecimiento.
—Sí —dijo ella, echando la cabeza hacia atrás—. Sobre todo verte a ti
con Flavius. No es muy habitual en él, ¿no?
—Le apetecía cambiar de aires.
—Sí, seguro que difiere mucho de los elegantes lugares que suele
frecuentar. Se le dan bien los rompecabezas. ¿Qué te ha dicho del
acertijo?
Nick la mantuvo entre sus brazos para que no pudiera escaparse.
—No se lo he dicho.
Jazz clavó los ojos en su cara.
—Todavía.
Él aflojó la presa lo suficiente para recorrer sus brazos con las manos
y entrelazarse con sus dedos, lo que no hizo más que acercar aún más sus
cuerpos.
—Podemos hablar de ello.
—O no.
Maldita bruja testaruda.
Jazz deseaba odiarlo. De hecho así era. Pero no le resultaba nada fácil
con Nick frotándose contra su cuerpo, lo que le traía a la mente emociones
que ahogaban su rabia.
Las fosas nasales de Nick se dilataron. Jazz sabía que olía su
excitación, del mismo modo que ella notaba su pene duro y erecto contra
ella. Sentía como su ser se ablandaba y humedecía, la piel ardiente bajo
su tacto. Había ocasiones en las que se planteaba acudir a terapia de
aversión contra vampiros. Aunque dudaba que funcionase en lo que a Nick
concernía.
—No quiero pelearme contigo, Jazz —le murmuró Nick al oído.
—No sabría decir —el aliento se le aceleró cuando Nick empujó sus
caderas contra las de ella.
—¿Te apetece ir a un sitio más tranquilo y acabar esto? —notó la
sonrisa de Nick mientras hablaba.
Jazz siempre percibía las emociones del vampiro cuando estaban
juntos, pero esa noche los sentidos de ambos parecían más
embriagadores que nunca, más íntimos de lo normal. Sabía que el sexo
que habían tenido en la azotea era el más poderoso que habían
experimentado nunca. Se preguntó si eso tendría algo que ver, ya que el
sexo entre ellos siempre había sido intenso, pero lo de hoy había ido más
allá.
Antes de darse cuenta, ambos salieron por una puerta lateral. El
acceso de sólido hierro apenas tuvo tiempo de pirarse tras ellos antes de
que Nick pusiera a Jazz contra el edificio y clavara su boca en sus labios.
«¡Caramba, nene!» Tenía que haber recordado que muchas veces
Nick podía generar calor, y ésta era sin duda una de ellas. Jazz sintió que
estaba a punto de incendiarse mientras él la besaba con la intensidad de
un hombre con siglos de experiencia.
Dio gracias por que la bebida que había elegido no tuviera sangre. Por

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muchas que fuesen las ganas de devorarlo, habría insistido en que se


aplicase una buena dosis de enjuague bucal si ese hubiese sido el caso. En
lugar de ello, deslizó una pierna por el pliegue de su abrigo y la enganchó
en su cadera. Él la sujetó con firmeza y la mantuvo pegada a sí.
Estiramientos con Nick. Buena suerte.
Jazz sintió cómo su bestia sexual se despertaba y rugía como nunca.
Cuando lo hicieron en la azotea fue rápido porque hacía mucho que no se
veían. La segunda fue más lenta e intensa, por el mero hecho de disfrutar
de ese momento «porque sí». Esta noche era diferente. Esta noche era
pura lujuria descarnada.
Nick gruñó mientras le arrancaba la correa y se adentraba en sus
labios, hallándola caliente y húmeda. Deslizó lentamente sus dedos en su
interior, encontrando todos los puntos que le impelieron a contonearse
sobre su mano. Los retiró lentamente y se los llevó a la boca. Jazz fue
incapaz de apartar la mirada mientras Nick se lamía todos y cada uno de
los dedos. Se agitó bajo su mano cuando la puso alrededor de su boca, sus
dedos invadiéndola de nuevo.
—Así somos, Jazz —murmuró—. Pero es más que sexo. Son nuestras
mentes y nuestros cuerpos en perfecta conjunción. Nadie puede darte lo
que yo sí. Y nadie puede ofrecerme lo que tú me das.
Cuando se inclinó para volver a besarla, se saboreo a sí misma.
Deslizó una mano sobre sus pantalones de cuero, encontrando el
bulto palpitante bajo su palma abierta. Apretó, frotando en pequeños
círculos.
Vio el fogoso destello de su mirada abriéndose paso en la oscuridad al
tiempo que los colmillos se le alargaban.
La tentación le dictó que se echara hacia delante y le mordiera el
cuello hasta desgarrarle el cuello. Los vampiros creían que el mejor sexo
se producía cuando había mordiscos y sangre de por medio.
—Tienes razón en cierto modo, Nick —dijo ella con suavidad—.
Estamos hecho el uno para el otro. Salvo que no podemos compartir
sangre sin que acabes con un caso de acidez aguda, y lo único rojo que
ingiero son Cosmopolitan —sintió que el deseo la mordía con tanto ahínco
que a punto estuvo de romperse—. Has acudido a mí por Clive Reeves, no
por nosotros.
Aquello casi la mató, pero consiguió alejarse de él sin volver la vista
atrás.

Jazz sostuvo con cuidado su triple expreso con moca mientras salía
del coche. Habida cuenta de que no había dormido en toda la noche, sólo
le quedaba esperar que el triple café bastara para mantenerla despierta.
—No me has contado lo que pasó entre Nicky y tú anoche —dijo Irma.
—No, no lo he hecho —sorbió el café, disfrutando la inyección de
cálida cafeína concentrada.
—No pude ver mucho desde el coche, pero me dio la sensación de
que no pasaba nada bueno —dijo con la fantástica mirada fija en ella—.
Supongo que no te diste cuenta de que los dos salisteis del edificio, donde
se os podía ver desde el aparcamiento.

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Jazz sintió que las mejillas se le encendían. Creía que había superado
el rubor hacía quinientos años. Estaba claro que no.
—No tardaré mucho. Después, podemos conducir hasta la costa.
—Ahora sé que pasó algo —Irma nunca se daba por vencida
fácilmente. Jazz estaba a punto de pagar por el silencio de forma bastante
literal—. Nunca haces nada agradable por mí a menos que te venga bien a
ti también.
Jazz no tenía ningún problema en ignorar la culpabilidad.
—Dweezil me paga una buena suma por encontrar una maldición y
eliminarla. Compraré un buen calentador para el garaje.
Irma sopesó el soborno.
—Quiero un vestido nuevo.
—Moriste con ese vestido, no puedo cambiar eso.
—No morí con este vestido. Me enterraron con él. Harold debió de
escogerlo para el funeral para que sus clientes pensaran que era un
hombre generoso —bufó—. Quiero algo moderno. Quiero un aspecto que
vaya más con los tiempos.
Jazz se imaginó de repente a Irma enfundada en spandex, y no
precisamente con la faja puesta. Era suficiente para inspirar pesadillas.
—Veré lo que puedo hacer —prometió, preguntándose si existiría
algún conjuro capaz de dotar a una fantasma de un nuevo fondo de
armario, y si encontrar uno implicaría volver a la Biblioteca. Con todo, si
Irma pensaba tanto en su ropa, significaba que no se fijaba tanto en los
enanos del taller. Aquello podría convertirse en una situación muy
ventajosa.
A primera vista, Jazz pensó que Dweezil había vuelto al negocio, pero
se dio cuenta de que los enanos limpiaban las limusinas y los demás
vehículos más por aparentar que trabajaban que para adecentarlos para
los clientes.
—Ya era hora —la recibió Dweezil cuando puso un pie en la entrada.
Fijó la mirada en el vaso de Starbucks que llevaba en la mano—. ¿Has
parado a comprar café? Ya tenemos café aquí.
—Razón por la cual he parado en otro sitio. Me apetecía uno que
fuese potable. El tuyo podría disolver la pintura.
—Yo no tengo ninguna queja —gruñó, metiéndose en su despacho y
dando un portazo. Se oyó cómo echaba el pestillo en toda la habitación.
—Hola, Jazz —saludó Mindy con una brillante sonrisa y una mirada de
compasión. En vez de sentarse tras su mostrador, estaba ante una
pequeña mesa cuadrada situada cerca de una ventana. Encima había un
montón de papeles.
—¿Ha estado muy mal desde la visita de la policía —preguntó Jazz.
Mindy cogió un recibo, lo estudió y luego lo depositó en el montón
correspondiente. Sus largos dedos, de uña pintadas de llamativo rosa,
brillaban al sol.
Como siempre Jazz bebió su expreso y rodeó la zona de recepción,
hizo un gesto hacia unas cajas amontonadas contra la pared.
—¿Son todas de archivos de Dweezil?
Mindy asintió.
—La policía los ha revuelto tanto que harán falta meses para volver a

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ordenarlos —dijo, colocando una factura en otra pila.


—¿Cómo va el negocio? ¿Ha perdido clientes o están volviendo?
—Las llamadas no eran muy seguidas al principio —respondió Mindy
—. Pero luego parece que todo el mundo sabía que habíamos vuelto a
abrir y cada vez hay más. Pero el volumen aún no se ha recuperado, y
también tenemos problemas con el banco.
—Toma —dijo Dweezil, saliendo de su despacho y extendiendo un
sobre manila a Jazz. Ella se apartó a tiempo para que sus agitados dedos
no le tocasen el pecho. Dweezil aprovechaba cualquier oportunidad para
palpárselo, aunque luego acabase con los dedos chamuscados,
literalmente.
Jazz fingió comprobar el contenido y contar la cantidad.
—Vale, primero comprobaré el taller y luego volveré aquí.
—No le digas a nadie lo que estás haciendo —le advirtió Dweezil—. Si
esos enanos creen que estoy maldito, saldrán pitando y no volveré a
verlos. Quién sabe, a lo mejor hasta me denuncian por ponerlos en peligro
cuando mi vida la que está en peligro.
—Puede que tengas razón, D. Esto podría estar relacionado contigo
exclusivamente —dijo, arqueando n ceja—. Volveré en cuanto acabe con
el taller.
—¿No debería acompañarte? —preguntó, deseando claramente que
no fuese necesario. Suspiró aliviado cuando ella le dijo que trabajaba
mejor sola.
Jazz hizo una parada para dejar el sobre en el coche.
—Ni se te ocurra pensar en una juerga de compras —le dijo a Irma.
—Ja, ja. La última vez que estuve en J.C. Penny fue en 1956, y compré
una tabla de planchar y unos calzoncillos largos para Harold —farfulló la
fantasma—. Además, si me llevas de compras, prefiero Nordstrom, o
incluso ver cómo están las tiendas de Rodeo Drive.
Jazz se dirigió hacia el taller. Como no era la primera vez que pasaba
por allí, a los enanos no les resultó extraño que les saludara y entablara
conversación con ellos. Con diálogos casuales, sabría si algún nuevo
cliente se había dejado caer (ninguno) y si algún coche había sido llevado
a talleres externos para llevar a cabo reparaciones de las que los enanos
no pudieran encargarse. Tampoco fue el caso.
Mantuvo sus sentidos alerta mientras recorría el taller, deteniéndose
para tocar una herramienta, palpar una pieza de recambio o incluso posar
la mano sobre un vehículo. Se tomó su tiempo, y dos horas después salió
del taller y se encaminó hacia las oficinas.
—¿Y bien? —Dweezil casi saltó sobre ella en cuanto entró.
—Ahí no hay nada de lo que debas preocuparte aún, no te vendría
mal renovar algunas de las herramientas que están usando —señaló—. Y
los servicios dan asco compra también material de limpieza, hazme el
favor.
—No te pago para que me digas cómo llevar mi negocio —gruñó—.
Limítate a encontrar lo que me está arruinando y a deshacerte de ello.
Dweezil cada vez estaba más desesperado.
—Pensé que el responsable estaría entre ellos. Creo que han estado
robando bebida de los coches y aguándola.

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—No es posible que agüen el licor sin que los clientes se den cuenta
—Jazz deambulaba por la pequeña zona de recepción. Mindy levantó una
vez la mirada y volvió a su tarea. Jazz la contempló un instante,
percatándose del brillo que arrancaba el sol a su rubio pelo, que llevaba
recogido con una banda verde menta a juego con su sedosa camiseta de
algodón, remetida en sus pantalones verdes. Un anillo de plata con una
extraña piedra engastada lanzaba un caleidoscopio de destellos
multicolores desde el anular de su mano derecha. Hoy, era imposible
negar la leve protuberancia de la punta de sus orejas. Cuando alzó la
mirada, sus ojos mostraron remolinos de color etéreo. Estaba claro que
Mindy había decidido dejar de ocultar su herencia. Habida cuenta de lo
que se dejaba caer en ese sitio, mostrar su lado élfico era más una ventaja
que un lastre.
—¿Has comprado material nuevo en los dos últimos meses? —
preguntó Jazz, mirando el monitor plano que había en el mostrador.
—Compramos ordenadores nuevos el mes pasado. Se los llevó la
policía, pero los devolvieron junto con los archivos —respondió Mindy.
Sin cerrar un ápice sus sentidos, Jazz supo que no encajaba. Pero aún
no sabía exactamente qué era.
La sensación se acrecentó cuando pasó frente al de pacho de
Dweezil. Dio media vuelta y entró.
Oh, sí. Alguien le había echado una maldición, y de las grandes. Sólo
tenía que descubrir dónde estaba.
De momento, decidió guardar silencio. No quería que Dweezil
añadiese sus esperpentos a la mezcla.
Algo no iba bien. Había algo allí que definitivamente no debería estar.
Jazz recorrió el escritorio de Dweezil con los dedos pasando sobre
unos bolígrafos y un pequeño reloj con forma de pecho de mujer. No pudo
evitar arrugar el gesto ante esto último.
Sentía que la energía negativa estaba cerca; un poderoso imán de
problemas.
Se volvió y miró las estanterías donde Dweezil almacenaba su
preciada colección erótica. Odiaba tener que mirar esos objetos, pero
estaba convencida de que lo que buscaba estaba oculto entre el surtido de
penes de jade que rodeaban un consolador de plata.
Se acercó lentamente y analizó cada pieza.
—Oculto a plena vista —susurró, tomando un consolador de cristal
por las esquinas del paño de terciopelo sobre el que reposaba. Estaba
segura de que lo habían dejado ahí deliberadamente a un lado como una
ocurrencia tardía para que no destacase.
Lo llevó con cuidado sobre el escritorio y lo dejó posado.
—¿Una nueva adquisición?
—Sí, precioso, ¿eh? —dijo desde la puerta, contemplando con orgullo
su tesoro más reciente.
—No es exactamente la descripción que yo haría, dónde lo
encontraste? —preguntó Jazz, inclinándose para ver más de cerca esos
consoladores de cristal, hasta que encontró lo que estaba buscando.
—En eBay. Había oído que un antiguo califa turco reñía estas
preciosidades para satisfacer a las favoritas de su harén. Dicen que tienen

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la misma forma que su pene. He pagado una fortuna, pero merece la


pena. Me llegó hace un mes aproximadamente.
—Supongo que ahí se encuentra de todo. No vi esta pieza la última
vez que estuve aquí.
Siguió examinando la diminuta mota que apenas era visible dentro
del cristal. Dudaba mucho que ese fallo fuese de manufactura.
—No lo desempaqueté hasta hace unos días. Antes estuvo en el
almacén —Dweezil hizo una pausa—. ¿Algún problema?
Jazz no dejaba de mirar la insignificante mota que parecía vibrar
acorde con su corazón.
—Alguien hizo que compraras esto. No cabe duda de que hay una
maldición en el cristal. Diría que es de las que atraen la mala fortuna a tu
casa. Y está claro que últimamente has tenido de sobra.
—Tengo un maldito negocio que mantener —gruñó Dweezil—. No
necesito ningún maldito problema. Elimina esa maldición del demonio.
Ella se tensó, previendo los problemas.
—No puedo quitar la maldición del cristal sin más, como quien se saca
una astilla del dedo. La única forma te hacerlo con eficacia es destruyendo
el cristal.
—¿Destruirlo? ¿Quieres decir romperlo? ¡Es una antigüedad! ¡Se
hicieron tres y ésta es la única que queda! No puedo ir al Nido del Amor y
comprar otra —entró en el despacho—. Tienes que eliminar la maldición.
Es tu trabajo.
Jazz se aseguró de que sus manos seguían protegió antes de pasarlas
cerca del cristal. Lo último que deseaba era tocarlo, por muy protegidas
que estuviesen sus manos Le daba mucho repelús.
—Si quieres que los problemas desaparezcan, el cristal también
deberá hacerlo. ¿Tienes un martillo? —dijo mirando a su alrededor.
—¡No puedes romperlo! —exclamó Dweezil levantando las manos.
Mindy se acercó y se quedó en la puerta.
—Es muy caro, Jazz.
—Pues tú decides, Dweezil. Un consolador asqueroso en un millón de
trozos o más problemas en tu puerta —argumentó—. La próxima vez,
puede que la poli te cierre el negocio para siempre.
Dweezil se quedó mirando el cristal. La avaricia pugnaba con su
lujuria por el tesoro. Se dejó caer sobre la silla y se tapó la cara con las
manos.
—Vale —suspiró Jazz. Fue al almacén y rebuscó hasta encontrar un
martillo.
Mindy se removió, incómoda.
—¿Es buena idea? —preguntó—. Quiero decir, ¿romperlo no
empeorará las cosas?
—Romperlo liberará la energía negativa, sí —repuso Jazz, poniendo el
martillo sobre el cristal—, pero primero voy a bendecir el martillo para
diluirla.
—No puedo mirar —sollozó Dweezil sin quitársela de delante de los
ojos, mientras Mindy observaba con fascinación.
—La luz vence a la oscuridad. Llévate lo que subyace así lo mando,
¡maldita, sea! —murmuró Jazz, volviendo la cabeza justo cuando

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descargaba el martillo con tanta fuerza como para romper el cristal. En


vez de añicos, el cristal se rompió en trozos grandes y se escapó un aire
que olía a huevos podridos.
En cuanto el mal olor de disipó en el aire, un enorme estruendo
sacudió el edificio hasta el punto de romper las ventanas y hacer saltar la
alarma de seguridad.
Los tres corrieron a la parte delantera, donde vieron mucho humo y
piezas por todas partes donde Jazz había aparcado. Los enanos corrían
fuera del taller, precipitándose hacia el aparcamiento con extintores para
lidiar con los pequeños incendios que se habían declarado en algunos
puntos. Mindy corrió a la parte de atrás para apagar la alarma.
Jazz dejó caer su mandíbula justo antes de notar que todo el aire
abandonaba sus pulmones. Sus oídos aún le pitaban por la alarma, pero
era lo que veía ante sí lo que la dejó conmocionada.
—¡Mi coche! ¡Es mi coche! —resolló, aferrándose a la jamba.
Trastabilló hacia atrás y lo agarró de la camisa hasta desgarrar el tejido—.
¡Tu cristal ha volado mi coche! lo agitó como a un muñeco.
—¡Eh, cuidado con el tejido! —dijo Dweezil, intentando liberarse—.
Además, ¿cómo puedes culpar al cristal? A lo mejor tenías una fuga de
gasolina o algo. ¡Y mira mi oficina! ¡Es un desastre! ¡Con la suerte que
tengo, el seguro no se hará cargo!
Jazz lo zarandeó con tanta fuerza que le chasquearon los dientes.
Teniendo en cuenta que estaban más amarillentos que de costumbre, no
era un panorama nada agradable.
—¡Eso no debió haber ocurrido! ¡No debía haber efecto secundario,
especialmente contra mí! ¡Ha sido tu cristal! —volvió a mirar hacia el
humo que seguía tan denso como en el momento de la explosión. Lo soltó
cuando se dio cuenta de que no podía respirar. Se agarró la garganta y
miró en todas direcciones con agitación. A qué, no lo sabía.
Mindy la cogió del brazo y tiró de ella para que se sentase.
—Toma —cogió una hoja de papel, hizo un cono con ella y le tapó
boca y nariz—. Respira aquí.
—¡Mi coche ha desaparecido! ¡Irma ya no está! ¡Igual que mis
cincuenta mil! Vale, quizá debí poner a Irma primero, ¡pero sí que he
pensado en ella antes que en el dinero! Y eso que ella ya estaba muerta, a
diferencia de mi coche.
Jazz cerró los ojos y respiró hondo varias veces hasta notar que los
oídos dejaban de zumbarle y el mareo la abandonaba. Incluso entonces
sintió tantas náuseas que temió vomitar. Apartó el cono de papel y bajó la
cabeza hasta las rodillas.
Adoraba su coche. Adoraba cómo le hacía sentirse el elegante bólido
cuando lo conducía. Y aunque Irma fuese más molesta que una almorrana,
también era reconfortante en cierto extraño y fastidioso modo.
Irma, que sólo quería una mascota que le hiciese compañía y un
vestido nuevo porque el capullo de su marido le había comprado un
horrible vestido para el funeral, al que estaría condenada el resto de la
eternidad. Irma, que siempre se quejaba de que conducía demasiado
deprisa que nunca la llevaba a ningún sitio especial. ¡Maldita sea!
¿Cuándo había desarrollado tanto afecto por esa fantasma tan

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recalcitrante? ¿Cuándo demonios había empezado a pensar en ella como


una amiga?
¿Qué iba a hacer Jazz sin Irma?
—Eh, espera un momento —asomó Dweezil por su hombro—. Mira —
dijo señalando la ventana.
Jazz giró la cabeza, parpadeando ahora que el humo empezaba a
disiparse. Primero apareció una silueta que le era familiar, y luego, a
medida que el humo clareaba incluso más, vio su coche, un poco tiznado,
pero intacto. Irma estaba en el asiento del copiloto, tosiendo y disipando
el humo con la mano.
—¿Qué ha pasado? —gritó.
Jazz saltó de la silla. Los cristales rotos crujían bajo sus botas
mientras se precipitaba hacia la puerta y salía corriendo.
Irma agitó su bolso frente a la cara.
—¡Te dije que este sitio era peligroso! —se quejó—. Es que nadie
puede estar sentado sin que pase nada. Que si una redada de policía. Que
si estallar por los aires.
Jazz se dio cuenta de que estaba a punto de cometer el mayor error
de su vida. Iba a la carrera con la intención de abrazar a Irma y decirle que
se alegraba de que estuviese de una pieza.
Frenó con tanta vehemencia que se deslizó sobre sus talones. No
estaba tan preparada para un cambio en su relación.
Respiró hondo varias veces y se centró.
—Sólo dime que el dinero ha sobrevivido también.
—¿Dinero? ¿Es eso lo único que te importa? ¡Por haber muerto aquí
dentro! —gritó Irma, la rabia subiéndosele por las mejillas.
—Eso no es viable. ¡Ya estás muerta! —se dio la vuelta para ocultar
su sonrisa mientras murmuraba—. Jamás podré deshacerme de esta
mujer.
Vaya, las cosas volvían a la normalidad.
Casi.
Porque ahora algunas cosas empezaban a encajar y Jazz pretendía
obtener algunas respuestas.
Regresó a la oficina, omitió los molestos aullidos de Dweezil acerca de
la recepción destrozada, su precioso consolador de cristal, los boquetes
que había en el asfalto y que eso no era más que el principio.
Jazz se centró en Mindy.
La rubia elfa dio un paso atrás.
—Ni te muevas —ordenó Jazz, avanzando hacia ella como un tren de
mercancías.
—¡Qué suerte! Parece que tu coche no ha sufrido daños —trinó Mindy,
pero la mano de Jazz, alzada tras cortar el aire, abortó cualquier diálogo
posible. La elfa se quedó quieta, las manos aferradas una a la otra, con un
aspecto tan condenadamente dulce e inocente que a Jazz le entraron
ganas de embadurnarle de barro la melena de Barbie. Imaginó tanta
cantidad de pegajoso barro que hasta la siempre impoluta Mindy tendría
problemas para quitárselo.
—¿De dónde sacaste el cristal, Mindy?
Su mirada azul no se desvió del rostro de Jazz.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

—Lo ha comprado Dweezil.


Jazz mantuvo la mirada sobre Mindy igual que se mira a una cobra.
—Dweezil compró la pieza porque tú la encontraste apianaste la
subasta de eBay para que la ganase él. Impedir una maldición en el cristal
es un proceso complejo apesta a Miranda. ¿Es a quien contrataste para
hacerlo?
Dweezil dejó de deambular de un lado para otro.
—¿Ha sido una especie de trampa? —a pesar de las ventanas rotas y
el olor del humo y el polvo, el lugar se llenó de olor a almendra quemada
—. ¿Es verdad, Mindy? ¿esto es cosa tuya?
—Ella sólo quiere echarle la culpa a otro por haber roto el cristal y que
eso haya afectado a su coche.
—Una mentira más y te convertiré la nariz en algo que hará que la de
Pinocho parezca la de un perro faldero —amenazó Jazz. Casi le salía vapor
los las orejas—. Has usado magia para atraer humanos donde no tienen
que estar y para destruir una morada.
—¡Sólo es un negocio!
—Una morada —repitió—. Sí, los humanos saben de nosotros, pero
seguimos sin atraer atención innecesaria a los de nuestra naturaleza. No
usamos la magia contra nosotros mismos ¡y no volamos mi jodido coche!
Mindy dio un respingo ante el tono de voz de Jazz, que amenazaba
con resquebrajar los cristales que quedaban intactos. Para el delicado oído
de una elfa, era peor que el más estridente de los chirridos.
—¿Y por qué no? —dijo, levantando la barbilla, aunque su aspecto de
muñeca desterraba cualquier atisbo de tenaza—. Dweezil es una criatura
asquerosa que no merece este negocio. Mi familia me dijo que si
encontraba el negocio adecuado, podría quedármelo, pues bien —se puso
las manos en las caderas—, éste es. Podría regentarlo mucho mejor que
él. Lo único que hace es gastarse los beneficios en cosas repugnantes,
como ese cristal.
—Maldita hija de p… —Dweezil se calló justo a tiempo para evitar la
ira de Jazz, hacia él dirigida, cuando estaba haciendo un trabajo tan bueno
con Mindy—. ¡La oficina está destrozada! —contempló el ahora destruido
ordenador, cubierto de fragmentos de cristal, papeles flotando por doquier
y los enanos aún correteando por el aparcamiento para extinguir
pequeños incendios—. ¡Y mi precioso cristal! Esto no puede empeorar.
Jazz ladeó un poco la cabeza. El estridente sonido de las sirenas
hendió el aire, y eso sólo podía significar una cosa.
—Pues acaba de hacerlo.

Dos horas más tarde, Jazz decidió que su nuevo mejor amigo, el
detective Larkin, habría preferido que estuviese en cualquier sitio menos
allí.
Los cegadores colores de su corbata recordaban a un test de
Rorschach y le animaron a ponerse las gafas de sol.
—Así que pasabas por aquí, ayudando a clasificar archivos —dijo,
mirando los retazos de papel esparcidos sobre la moqueta que recordaban

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

a las postrimerías de una loca Nochevieja.


—Así soy yo, generosa como nadie —si hubiese sido más espabilada
habría ocultado las orejas puntiagudas de Mindy. En cuanto el coche del
sheriff irrumpió en el aparcamiento con un camión de bomberos, Jazz
desató la banda de Mindy para que el pelo le tapara las orejas.
—Sí, una santa —dijo, meneando la cabeza—. Y no tendrás la menor
idea de lo que ha pasado, ¿verdad?
Jazz negó con la cabeza.
—Al principio pensamos que era un retumbo ultrasónico o un
terremoto. Pero luego Dweezil dijo que a lo mejor era una fuga de gas.
Larkin contempló el aparcamiento, que presentaba el aspecto de una
zona de combate. Luego se quedó mirando el impoluto Thunderbird de
1956.
—Es increíble que un coche tan bonito no haya sufrido ni un solo
rasguño.
—Estaba en el taller cuando ocurrió —mintió Jazz sin parpadear.
—Sí, claro —se volvió hacia Mindy—. ¿Qué viste tú?
—Ya no trabaja aquí. Estaba aquí para recoger su finiquito —dijo
Dweezil con voz queda.
Mindy lo miró con furia pero fue lo bastante inteligente como para no
decir nada con Jazz delante.
—¿No habrá sido ninguna cosa de brujería? —le preguntó el detective
Larkin a Jazz antes de volver a su coche.
—Mi trabajo nunca incluye explosiones —le aseguró—. Causa
demasiados inconvenientes.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Capítulo 16

—No cuelgues, Jazz —estaba a punto de hacerlo cuando escuchó la


voz de Nick. Permaneció en silencio y a la espera—. Flavius ha
desaparecido.
—¿Has mirado en Rodeo Drive? A lo mejor se ha ido de compras —
lamentó esas palabras en cuanto las dijo. El estrés en la voz de Nick era
incontestable. Pensó que ni siquiera podía abarcar lo que implicaba esa
emoción—. Estaba en el club contigo. A lo mejor le sonrió la suerte.
—Me dejó un mensaje de voz anoche, diciendo que había averiguado
algo y que se reuniría conmigo en el café de la Luna Aullante esta noche.
No ha aparecido.
A Jazz le extrañó la idea de dos vampiros reuniéndose en un café
pensado para una clientela de licántropos, pero no era mal sitio al que ir
cuando había que pasar desapercibido, ya que los licántropos no se
metían con ellos y viceversa.
Ella había vuelto a casa la noche anterior en tal estado de frustración
sexual que meditó seriamente desenterrar su práctico vibrador, pero sabía
que no conseguiría nada de lo que Nick sí era capaz. Además, odiaba
cualquier sustitutivo. Sobre todo cuando se trataba de sexo.
—¿Dónde estás ahora?
—En mi despacho. Pienso volver al Klub Konfuzion ver si encuentro
algún rastro suyo.
—No lo encontrarás —dijo ella—. El propietario era a una bruja muy
poderosa para que no sólo lance conjuros de protección muy poderosos
sobre el establecimiento, sino también para alzar una barrera alrededor
del perímetro para impedir que nadie rastree a los clientes hasta sus
guaridas. Es una de las razones de su popularidad. Los clientes se sienten
seguros cuando se van.
Su gruñido de frustración le sorprendió. Siempre le había gustado el
cortés vampiro, y no quería pensar en su peor faceta.
—¿Sientes algo? —Jazz sabía que, como Flavius era el sire de Nick,
ambos podían comunicarse fácilmente sin necesidad de un móvil.
Pasó un instante antes de que Nick respondiera.
—No siento nada. He intentado contactar con él telepáticamente
varias veces, pero no hay nada —hizo una pausa—. Es como si hubiese
cortado por lo sano.
—Enseguida te vuelvo a llamar —dijo Jazz. Colgó y marcó otro
número. Cuando cogieron la llamada al otro lado de la línea, respiró
hondo. ¡Esto era lo último que le apetecía hacer!—. D, si Sombra fétida
necesita un conductor esta semana, estoy disponible —escuchó su
emocionada cháchara—. Considéralo mi buena acción del año, pero no
esperes encontrarte con esta generosidad nunca más. Como el seguro no
cubre los daños de tu edificio, sácale la suma que creas conveniente.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Colgó a sabiendas de que acababa de ofrecer a Tyge Sombra fétida


un trato que no podría rechazar.
Volvió a llamar a Nick.
—Reúnete conmigo en el muelle —dijo sin más antes de colgar.
Bajó la mirada hacia los animados chillidos.
—Si os portáis bien, podréis acompañarme —recogió a Fluff y a Puff y
los metió con delicadeza en una amplia bolsa de cuero antes de salir hacia
el muelle.
Hizo una parada para comprarle a las pantuflas Un pastel de azúcar y
siguió adelante.
Nick estaba al final, contemplando el océano. Jazz sabía que era
consciente de su presencia, pero siguió mirando las aguas, dándole la
espalda. Una confianza así era muy escasa entre los vampiros, y la
valoraba mucho. Lo valoraba a él.
Una lástima que las brujas y los vampiros no congeniasen tan bien.
Pero que se lo digan a sus respectivos cuerpos.
Permaneció quieta y en silencio por un instante, observando su figura
encorvada, sintiendo el dolor y la frustración que rezumaba. Más allá,
percibió la ira que le inspiraba la impotencia de no poder encontrar a su
amigo y sire.
Jazz no hizo caso del feliz parloteo de las pantuflas mientras
devoraban el pastel. Odiaba pensar en el aspecto que presentaría el
interior de su bolso cuando terminaran. No eran precisamente los seres
más pulcros a la hora de comer. Había sacado su lápiz de labios y su
cepillo antes de colocar dentro a Fluff y a Puff. Cuando les entraba el
apetito, se lo comían todo, estuviese vivo o no. Avanzó sobre los tablones
desgastados. Cuando llegó al extremo, se quedó junto a Nick, haciendo
chocar su hombro con el de él.
—Intuyo que no se ha puesto en contacto contigo para decirte que ha
tenido una noche loca con un bomboncito en un hotel de cinco estrellas —
dijo.
—Cada vez que intento contactar con él… —hizo una pausa y meneó
la cabeza—. Normalmente no tengo problemas para sentir sus
pensamientos. Ahora es como si hubiese un muro entre ambos —se estiró,
apoyando las manos sobre el pasamano.
—¿Nunca pasó antes? —dijo, con la esperanza de que la respuesta
fuese afirmativa. A lo mejor estaba en las montañas de Nepal o algo
parecido, pero no se lo imaginaba contratando a un sherpa para que le
llevase un fondo de armario de diseño hasta la cima. Flavius nació en la
antigua Roma y se crió como un soldado de alta cuna. Su debilidad por las
comodidades mundanas no había cambiado con los siglos.
Nick agitó la cabeza, los ojos aún clavados en la negra superficie del
agua.
—Nunca. Al margen dedo que pasara en nuestras vidas, siempre
hemos respondido a la mutua llamada, o al menos hemos hecho saber al
otro que estábamos a salvo —dijo, tensando la mandíbula—. Está
relacionado con Reeves. Lo sé. Lo noto —cerró los ojos para pensar—. Una
morena le estaba haciendo ojitos y le iba a pedir un baile. Después perdí
su rastro.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Jazz sabía exactamente qué había interrumpido el contacto de Nick


con Flavius. Agachó la cabeza. Otra vez ese maldito rubor. Metió una
mano ausente en el bolso y desgreñó un par de orejas peludas. Quería
abrazar a Nick, pero no estaba segura de si lo aceptaría. Un abrazo
significa simpatía, y él no lidiaba bien con eso.
Antes de que se le pasase algo que decir, su móvil empezó a sonar.
Nick arqueó una ceja.
«Ding, dong, ¿está muerta la bruja?»
Ella se encogió de hombros.
—En su momento me pareció una buena idea —sacó el móvil, miró de
quién se trataba y abrió la tapa—. Hola, D —saludó ella mientras Nick
volvía la cara para escuchar abiertamente—. Bien, estaré allí —cerró la
tapa y levantó la mirada. Seguía sin saber qué decir, pero algo sí que
podía ofrecerle—. He descubierto una manera de entrar en su propiedad.
No hay garantías de que salgamos de una pieza. Con nuestra suerte,
podríamos acabar literalmente hechos pedazos, pero entre tanto
podríamos descubrir qué ha pasado con todos esos vampiros
desaparecidos.
Un destello de sonrisa hendió las sombrías facciones de Nick.
—Es más divertido cuando las probabilidades están en nuestra contra.
—Listos para una buena pelea, ¿eh? —dijo Jazz, devolviendo la
sonrisa.
—Soy un vampiro. Forma parte de mi naturaleza —dijo, ahondando en
su sonrisa—. Y de la tuya también, según recuerdo —bajó la mirada hasta
sus manos, arqueó una ceja y volvió a mirarle a los ojos.
Jazz dio un respingo cuando la imagen de una bola de fuego apareció
en su mente.
—¡Nada de eso! —ordenó, pero no con su habitual vehemencia. Lo
último que deseaba era pelear con él. Lo habían hecho tantas veces a lo
largo de los siglos que sabía que no quería más diferencias entre ellos
antes de enfrentarse a Clive Reeves. Y a tenor de lo poco que aún sabían
sobre él, lo cierto es que iban a ciegas. Pero eso no la detendría, porque
no le gustaban nada los matones, y Reeves era uno de los de peor calaña.
Así que perdonaría a Nick por manifestarse en su mente. Por esta vez.
Jazz se dio la vuela y posó los codos sobre el pasamano. Las coloridas
luces de la noria y el tiovivo dotaban a la noche de un aire festivo que
chocaba con los oscuros y temerosos pensamientos que rondaban sus
cabezas.
—Dentro de unos días podríamos estar en medio de la batalla de
nuestra vida. Incluso podríamos perderla. No es que entre en mis planes,
por supuesto —dijo ella secamente—. Desearía salir de allí lo más entera
posible.
Nick imitó su postura.
—No sería la primera vez. Ni tampoco la última.
—Gracias por creer que al menos sobreviviremos —cogió una
profunda bocanada de aire, asimilando el olor a salitre y pescado con los
aromas más dulces del algodón y los pasteles de azúcar. Al haberse criado
en una aldea costera, siempre había derivado hacia ciudades del mismo
tipo. Sintió cómo el aire elevaba las puntas del pelo y luego un suave tacto

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

bajo su melena.
—Sobreviviremos. Somos los buenos —sus dedos le acariciaron la
nuca dulce y seductoramente, exportando sensaciones al resto de su
cuerpo.
Jazz cerró los ojos. Deseaba dejarse llevar por el ardor que le
provocaba el contacto de Nick. Pero, en vez de imaginarse con él en una
cama, en cualquier parte, le asaltaron imágenes del pasado. El miedo y el
dolor amenazaban con apagar la lujuria que palpitaba en sus entrañas.
Ella le dio un despiadado golpe de gracia antes de que Nick se percatase
de lo que le pasaba por la mente y se concentró. Sabía lo que hacía falta
para olvidar.
—Ocúltanos del mundo exterior. Que la magia se desvele —susurró
Jazz en voz baja, los dedos entrelazados—. Porque así lo digo, ¡maldita
sea!
El aire que los rodeaba se hizo más denso y se transformó en una
masa plateada, reduciendo el paseo a un lienzo de colores empañados y
sonidos amordazados. Tras ellos, el océano sufrió el mismo efecto,
mientras acababan encerrados en una burbuja mágica.
Entonces ella se volvió hacia Nick, colocando la palma de la mano
donde sabía que tenía el corazón. Permitió que su imaginación pensase
que latía por ella. Y, durante una milésima de segundo, estuvo segura de
que así era. Sustituyó la mano por sus labios, sintiendo el suave algodón e
inhalando ese aroma tan particularmente suyo. Lo llevó a lo más hondo de
sus pulmones, como si quisiera imprimirlo en sus recuerdos, y sonrió al
notar que respondía tensando sus músculos. Sabía que si bajaba la mano
notaría otro músculo bien tenso. Pero se limitó a levantar la cabeza, a
ponerse de puntillas y a pasar sus labios sobre los de él.
—Recuerdo la primera vez que hicimos el amor —susurró ella.
—En ese pequeño pueblo a las afueras de Venecia.
—¿Pequeño? La posada era más grande que todo el pueblo. Y la cama
estaba llena de pulgas —dijo, arrugando la nariz.
—No me di cuenta —una mano se puso a explorar bajo la camiseta de
Jazz—. Deduzco de tu conjuro que no llamamos la atención, ¿verdad?
—Sólo ven un muelle vacío, y ni siquiera sentirán ganas de acercarse
—dijo ella, soltando el bolso en el suelo sin hacer caso de los chillidos de
protesta que provenían de su interior. Lo siguiente fue levantar la
camiseta de Nick hasta la cabeza y deshacerse de ella.
—Mi apartamento no está muy lejos de aquí —gruñó Nick de placer
cuando se desenganchó el sujetador—. Mucha privacidad, una cama
enorme —utilizó una mano para acercarla hacia sí mientras la otra
abarcaba un pecho, notando cómo el pezón se volvía como un guijarro al
tacto.
—Esto me gusta. Aire fresco, e incluso con el conjuro queda el morbo
de que nos descubran —no prestó suficiente atención a su cinturón antes
de desabrocharle el pantalón, murmurando juramentos contra los
hombres que escogían botones en vez de cremallera. Otro juego de
palabras envió dichos botones volando por todas partes.
Nick notó un levísimo asomo de desesperación en su voz, su
respiración entrecortada, el enrojecimiento de sus mejillas y reconoció la

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

verdad la audaz bruja tenía miedo. Tanto, que estaba dispuesta a ceder al
sexo más primitivo allí mismo con tal de olvidar que en cuestión de unos
días se adentraría en un infierno desconocido.
Le agarró de las manos cuando empezó a bajarle los pantalones.
—Jazz —ella no le hizo caso y siguió dando tirones. Por muy fuerte
que fuese, no podía medirse a la fuerza sobrenatural del vampiro—. Griet
—un amortiguado sollozo atravesó sus oídos. No era el sonido en sí, sino la
emoción y la desesperación que subyacían.
—Te deseo. ¿Qué hay de malo? —preguntó ella, sin despegar la
mirada del suelo.
—Así no —dijo él, empleando dos dedos para levantarle la barbilla—.
Nosotros compartimos pasión. Si hacemos el amor como lo quieres ahora,
él habrá ganado —le dolió en lo más hondo cuando ella retrocedió.
Jazz respiraba con fuerza por la nariz. Nick percibía su lucha interna
para centrarse. También olía la frenética excitación en su piel. Él quería
anular la intensidad e intensificar la excitación.
—Sólo tienes que decir que no —ella seguía sin encontrarse con su
mirada.
Nick sonrió.
—Ah, pero no es ésa mi intención —le susurró al oído—. Sólo quiero
que este momento sea nuestro —no se molestó en quitarle la camiseta,
sino que se la arrancó del cuerpo como si fuera de papel. El sujetador fue
lo siguiente. Agachó la cabeza y cubrió un pecho con su boca, tomando el
pezón entre sus labios. Se resistió al clamor de su cuerpo por extender los
colmillos y se centró en darle tanto placer como sus cuerpos pudieran
soportar. Mientras lamía, deslizó sus manos hacia los lados de sus bragas,
acariciando su piel desnuda mientras la atraía completamente hacia sí.
Deslizó una mano en su entrepierna, hallando el nido de vello que insistía
en enredarse en sus dedos. Más abajo, ella estaba suave y húmeda para
él. Siguió adelante, buscando su clítoris y tomándolo entre sus dedos.
Jazz boqueó sin aliento mientras el fuego arrasaba su cuerpo. Aferró
su mano con los labios mientras agarraba con fuerza su cabeza,
hundiendo sus dedos entre sus sedosos cabellos negros.
«Esto es sólo para nosotros, Jazz», dijo la voz de Nick en su mente.
«Mágico.»
La imagen mental era tan cruda y erótica que Jazz se tambaleó por el
inmenso poder que la rodeaba. Sus labios se pusieron rígidos a medida
que Nick aceleraba el ritmo seductor de sus dedos dentro de ella, y las
imágenes que se le pasaron por la mente aumentaron la sensación inicial
hasta algo que a punto estuvo de hacerle caer al suelo.
Se vio a sí misma desnuda, arrodillada sobre unos cojines de seda
púrpura oscuro. Tenía el pelo suelto, un salvaje halo que le rodeaba los
hombros. Sus ojos verdes brillaban con un calor que debería derretir al
hombre que tenía delante.
El Nick de su versión, en su gloriosa desnudez, se echó hacia delante,
apoyando una rodilla sobre los cojines mientras Jazz alzaba los brazos para
enroscarlos alrededor de su cuello. Ella le sonrió, los labios separados,
invitando al beso.
«¿Cómo?»

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

«Dije que esto era sólo para nosotros. Lo mínimo que podía hacer era
añadir algo para dar color a nuestra particular burbuja.» Sus palabras
retumbaron en su mente, mientras contemplaba la versión pornográfica
de Nick.
Jazz sintió que sus dedos bailaban otra danza en sus labios mientras
veía al Nick onírico acercarse a su yo ensoñado con la feroz gracia del
depredador de las sombras que era. Y sintió exactamente lo que veía.
Notó el cálido satén de su pene erecto mientras ella describía círculos
en él con los dedos, frotando el fluido precoital con el dedo gordo, antes
de llevárselo a la boca. Lamió delicadamente la salazón de la piel. Con la
mano ferrada al pene, se echó hacia atrás lentamente, sus largas piernas
aún dobladas por las rodillas. Nick no dudó en seguirla, asentándose
firmemente entre sus muslos.
Jazz reaccionó con un respingo. Cada inhalación traía el rico aroma de
su excitación. A juzgar por la sombría luz de los ojos de Nick y la dilatación
de sus fosas nasales, él también sintió lo mismo.
Jazz echó la cabeza hacia atrás, sintiendo las manos de él
enterrándose en su melena, los dedos masajeándole el cráneo. La
sensación de notar lo que le estaba haciendo de verdad y lo que veía en la
visión mágica le hizo sollozar de necesidad al tiempo que su cuerpo se
tensaba hasta límites insoportables. Sintió que Nick se ponía tras ella,
posando el pene sobre su trasero sin que interrumpiese el masaje de sus
húmedos pétalos. Cerró los ojos a causa del insoportable placer que
recorrió todo su cuerpo. ¿O acaso era al cuerpo de su visión?
«Abre los ojos, Jazz. Míranos.»
Se obligó a abrirlos a tiempo para ver cómo los músculos del trasero
de Nick se tensaban mientras bombeaba hasta lo más hondo de ella. Un
primitivo jadeo se le escapó de los labios mientras él la conquistaba y ella
respondía con sus propios sollozos de placer.
Las caderas de Jazz se elevaron instintivamente ante la visión de su
homóloga onírica, sintiendo cómo sus dedos acariciaban la piel sensible a
morir.
«Abre tu mente a mi magia, Jazz. Ve lo que yo veo. Siente lo que yo
siento.»
Sus ojos se abrieron mucho a causa del vértigo que le causó estar
unos segundos en la mente de Nick, viendo su propia cara encendida de
pasión, sintiendo el ardor de su cuerpo mientras él bombeaba en su
interior. Sintió su poder, su sed de su sangre que él apaciguaba con una
fuerza que no sabía de dónde sacaba. Le ofreció la oportunidad de
atestiguar el acto con sus ojos, y viéndose la cara a través de la mirada
del vampiro, supo que él también estaba experimentando el momento
desde su propia mente.
Ella debió arrancarse de su intrusión mental. Exigir que parase. Pero
no, quiso más. Sintió que el cuerpo de Nick se anidaba tras ella, la frialdad
de su piel mientras introducía su rodilla entre sus muslos y los separaba.
Cuando voló fuera de la mente de Nick y regresó a su pleno ser, él la
agarró de las caderas, la elevó lo justo, la inclinó ligeramente y se adentró
en su húmeda cavidad con la misma ferocidad que vio en las imágenes.
Jazz boqueó sin aliento por la profundidad de la que era capaz desde

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esa posición y luego gimió, al fundirse la ensoñación mágica y la realidad


en una sola cosa. Era como si los dos Nick empujaran en equipo mientras
ella y su yo onírico ardiesen de excitación a la vez. Demasiado pronto, su
cuerpo se estremeció con un placer rayano con el dolor. El fuego que
recorría su ser se incrementó a medida que Nick aceleraba sus embates.
Ella empujaba hacia atrás en la misma medida que él lo hacía hacia
delante, rotando las caderas hasta que se sintió volar.
No supo si era la Jazz del sueño la que gritó el nombre de Nick, o si
fue ella de verdad. Por lo que a ella respectaba, fueron las dos, gozando
del orgasmo que sacudió sus cuerpos como una onda de choque. Pugnó
por respirar mientras el aire aserraba sus pulmones entrando y saliendo
de ellos. No resultaba nada fácil sacarle el oxígeno cuando los espasmos
aún se cebaban en su cuerpo.
Las rodillas le flaquearon, y se hubiese caído de no ser porque aún
estaba entre los brazos de Nick. La suave risa del vampiro en su oído
albergaba el mismo espíritu maravillado.
—Caramba —logró decir al fin—. ¿Cómo has hecho eso?
—Los vampiros también podemos conjurar algo de magia cuando la
necesitamos. Por eso no me preocupa lo que estamos a punto de afrontar
—murmuró—. Juntos podemos hacer cualquier cosa, Jazz.
Le temblaban tanto las manos cuando intentó subirse las bragas y los
vaqueros, que casi logró enredar sus prendas. Nick se las apartó y le
arregló la ropa, siguiendo con la suya. Ella murmuró unas palabras, y los
botones regresaron solos a los pantalones de Nick. Él recogió su camiseta
y la echó encima de la cabeza de Jazz.
—No será necesario arrestarte por escándalo público —le dijo.
Ella asintió. Sabía que su tiempo había terminado.
—Tráenos de vuelta el mundo y devuélvenos a él —susurró ella. La
lechosa burbuja desapareció con un leve estallido.
Nick posó las manos en sus hombros, pero no se dio la vuelta. Lo
ocurrido aún mantenía a Jazz temblorosa.
Ella siguió observando el paseo.
—El problema es que el tipo de magia que necesitaremos en la
mansión de Reeves puede atraer una atención indeseada. Preferiría volar
ese sitio sin más.
—Concentrémonos en eliminar a Reeves, y ya veremos lo que
podemos hacer para limpiar la propiedad —dijo, masajeando sus hombros.
De ninguna manera iba Jazz a admitir que Nick había hecho un
excelente trabajo alejando sus mentes de sus temores e infundiéndole
nuevas fuerzas.
—Oh, sí. Para cuando hayamos terminado, no será más que un
recuerdo.

Jazz no paraba de dar vueltas por su dormitorio. Ni siquiera la


cháchara de Fluff y Puff conseguía calmarla. Sentía como si la energía que
se agolpaba en su interior fuese a estallar en cualquier momento y
provocar un desastre antes de que estuviese lista para canalizarla.
Nick y ella apenas contaban con tres días para completar sus planes.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Estaba al corriente de que Nick había ido al Protectorado para informar


sobre la desaparición de Flavius y de que tenía bastantes indicios que
indicaban que Clive Reeves estaba detrás de ello. No preguntó más allá, y
él tampoco dio pie.
Sabían que no sería fácil planificar cada contingencia, así que hicieron
todo lo que pudieron a la espera de lo mejor.
Ya no había vuelta atrás. Esa noche, accederían a la propiedad y a las
entrañas de la mansión de Clive Reeves. El estómago le dio un vuelco al
pensar en volver a la escena del crimen. Estaba tan convencida de haber
matado a Clive Reeves en su día, que le resultaba demasiado fácil pensar
en la mansión en esos términos.
Esta vez, entraría en la casa sabiendo exactamente a qué se
enfrentaba. Y no pensaba irse hasta que uno de los dos estuviese muerto.
Naturalmente, ella apostaba por Reeves.
Entonces, ¿por qué sentía necesidad de más? ¿Para descubrir por qué
ese pequeño fragmento de información parecía brillar en cada esquina de
su conciencia?
Se dio la vuelta y puso la mirada en la blanca pared.
«¿Qué costaría preguntar? El no ya lo tengo. Y tampoco sería la
primera vez.»
—No hay prisa —dijo mirando al reloj y haciendo una mueca—. Vale,
mentí —sacó los pies de las pantuflas de conejo y las dejó en su rincón
favorito, junto a las golosinas de perro. Les gustaba cualquier cosa
crujiente.
Consciente de que no podía postergarlo más, respiró hondo, agitó
brazos y piernas y se encaró hacia la pared. Cerró los ojos e inclinó la
cabeza.
—Solicito humildemente acceso a la Gran Sala —dijo, y aguardó.
En menos de un parpadeo, se encontró en el centro de una estancia
que ensombrecía a muchos grandes salones de castillos. En vez de sus
pantalones de yoga de algodón y la camiseta sin mangas, vestía una
túnica lila, a juego con la amatista de su tobillera (la prenda que solía
llevar en la Academia Arcana).
—¿Qué deseas, Griet? —dijo Eurídice, que estaba sentada al extremo
de una larga mesa llena de intrincados grabados. En su pecho brillaba con
fuego verde una gran esmeralda engastada en un colgante de oro. Otras
dos brujas se sentaban a cada uno de sus lados. Jazz las conocía a todas
de sus años de estudio.
Esperó un instante antes de responder. Si se desviaba un milímetro
de la adecuada deferencia hacia el Alto Consejo Arcano, sería expulsada
de la sala con la misma rapidez y no tendría muchas probabilidades de
volver.
—Tú nos has llamado —le urgió Eurídice con algo más que
impaciencia.
—Aquel que pensé que había destruido, sigue vivo después de todo —
empezó a decir Jazz—. No sólo está vivo, sino que usa magia destructiva
para extraer la fuerza vital de los vampiros con la intención de prolongar
la suya. Probablemente sea la misma magia oscura que utilizó para
transferirse al cuerpo de su hijo recién nacido tras su muerte. Se las ha

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arreglado para seguir viviendo así. Es hora de acabar con él.


—Son muchos los que no echarían en falta a los vampiros sobre la faz
de la Tierra —comentó Eurídice con una torva sonrisa.
—¿Y si ese hombre decidiera que los vampiros ya no son suficiente
para sus planes y optara por intentarlo con otros seres de la comunidad
sobrenatural, como las brujas? —dijo, levantando la cabeza lentamente—.
He de asegurarme de poder detenerlo.
—Entonces acude a una clarividente.
Hete ahí por qué detestaba la idea de estar en ese sitio y tener que
preguntar.
—Buscaste tus respuestas en la Biblioteca —dijo Eurídice—, y
seguiste investigando sin venir aquí antes. ¿Por qué solicitas ahora
nuestra ayuda?
Quizá debería haber pensado en ello antes de venir.
—El único premio de mi búsqueda han sido más preguntas. Hay que
detener a ese hombre —se tragó la impaciencia que sabía que no podía
expresar—. Por favor, necesito saber que lo que planeamos hacer no será
en vano. Si necesito saber algo más, por favor, aconsejadme. No queda
mucho tiempo —se obligó a levantar la cabeza para mirar a los ojos de las
brujas. Jazz no se molestó en explicar cuál era su plan. Sabía que Eurídice
estaba al corriente de todo. Estaba al tanto de todo lo relacionado con las
brujas que había desterrado al mundo exterior. El que estuvieran fuera de
su vista no quería decir que estuviesen fuera de su mente.
Estar frente a Eurídice era el equivalente mágico de estar ante el
director de un colegio.
A pesar de que Jazz no era ninguna jovencita, seguía notando la
misma punzada de autoridad que le inspiraba la figura que tenía delante.
—¿Por qué no has buscado el consejo del Protectorado al respecto?
Este asunto recae más en su jurisdicción.
Claro que sí, no se lo pensaban poner tan fácil.
—Porque acudo a las mías cuando necesito ayuda.
El rostro de Eurídice no mostró emoción alguna.
—Si decides trabajar para los vampiros, no puedes esperar que te
ayudemos. Siempre has sido muy arrogante, joven Griet —dijo la bruja
más anciana—. Y parece que no has aprendido mucha humildad en los
últimos siete siglos.
Contar hasta diez, o hasta diez mil millones, no sería suficiente para
Jazz. ¡Había solicitado una audiencia porque necesitaba ayuda, maldita
sea! Eso era lo que menos necesitaba. «Arréglatelas por tu cuenta.» ¡Vaya
mierda!
—¿Cómo te atreves a decir lo que he aprendido o no? —espetó—.
Vosotras fuisteis quienes nos expulsasteis al mundo exterior antes de
estar listas. ¡Vosotras nos obligasteis a adentrarnos en lo desconocido! No
perecimos durante los primeros años sólo por gracia de las Providencias —
dijo, apretando los puños.
—Y aun así sobreviviste —dijo Eurídice con calma, a pesar de la furia
de Jazz—. E interactúas con seres que no son de los tuyos. Pero cuando
necesitas ayuda, acudes a nosotras. La criatura de la que hablas lleva
décadas acechando a los hijos de la noche. ¿Por qué vienes ahora?

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Jazz retrocedió cuando la revelación cayó sobre ella como un mazazo.


—¿Sabíais que estaba vivo? He vivido todos estos años con la
angustia de haber extinguido una vida, por mucho que mereciese la
muerte. En ese momento, habría abrazado mi propia muerte como precio
por la vida que arrebaté. ¡Y ahora averiguo que sabíais que sobrevivió! —
sintió que un rugido se encendía en su mente, pero se esforzó por no
perder el control. Desmayarse frente al Consejo Arcano no era muy buena
idea. Además, estaba a punto de perder los estribos, si no rompía a llorar
antes.
Dio un paso atrás.
—¡Me mentisteis!
—Cuida tus palabras, Griet —las palabras de Eurídice restallaron
como un látigo de hielo—. Ya deberías saber que la mera concesión de
una audiencia no implica que te vayamos a ayudar.
—Esto ha sido un error —dijo Jazz, agitando la cabeza—. No os
necesito a ninguna —prosiguió, pasando la mirada por cada una de las
brujas. Ninguna de ellas apartó la mirada. Ninguna mostró signo alguno de
simpatía—. Y esta vez me aseguraré de que Clive Reeves muera de una
vez por todas. Ruego me dispenséis.
Cuando desapareció, un olor a quemado se hizo con el aire.
—Ha encontrado su poder —dijo Zafira, una de las brujas.
—La verdadera prueba será cuando se enfrente a él —dijo Eurídice
con un leve suspiro.

La ira que sentía Jazz hacia el Alto Consejo Arcano le ayudó en la


siguiente hora de preparativos. Iba con el piloto automático mientras se
vestía con una camisa de seda negra y unos pantalones de cuero a juego,
y se recogía el pelo en una coleta.
Irma la observó mientras colocaba cristales de cuarzo bajo los
asientos. La magia era tan poderosa que incluso ella podía sentirla.
—Algo va mal —dijo la fantasma mientras iban donde Dweezil—.
Nunca has hecho algo así anteriormente.
—No pasa nada —repuso Jazz tranquilamente—. Sé que últimamente
has estado un poco nerviosa. Los cristales te ayudarán a estar tranquila.
Te dejaré en el garaje lateral del servicio de automóviles. El personal no
suele ir por allí, y te sentirás más cómoda.
Irma abrazó su bolso contra el pecho.
—¿Dejarás las luces encendidas?
—Sí.
Jazz sabía que Irma sospechaba de su comportamiento, pero no sabía
qué más decirle… ¿Que las cosas podían torcerse y ella podría no volver?
Jazz ya había tomado medidas por si se daba tal caso, dejando una carta
para Krebs donde le decía dónde estaba el coche si no estaba de vuelta
por la mañana y que se pusiese en contacto con Stasi y con Blair. Ellas
sabrían qué hacer. No podía anticiparse más.
Una vez en el garaje, cogió una pequeña bolsa negra del maletero y
encendió las luces para iluminar el garaje individual que Dweezil solía
utilizar para aparcar su coche.

- 163 -
LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

—Vas a por el monstruo, ¿verdad? —le persiguieron las palabras de


Irma—. Y crees que no vas a volver. Por eso me has aparcado aquí. Antes
te daba igual lo que pudiera pasarme. Por eso has puesto los cristales en
el coche.
Jazz estuvo tentada de ignorar sus palabras y seguir caminando, pero
fue incapaz. Depositó la bolsa en el suelo, junto a la puerta, y regresó al
coche. Posó las manos sobre la puerta. Mientras miraba a los ojos de Irma,
supo que podía hacer algo.
—Quiero que recuerdes que tienes la fuerza para hacer lo que más
deseas —dijo—. Verás lo que veo. Sentirás lo que siento. Porque así lo
digo, ¡maldita sea!
En cuanto la forma de Irma titiló, Jazz supo que su conjuro había
surtido efecto, sobre todo al sentir otra presencia en su mente.
«¡Veo por mí misma!», restalló la feliz risa de Irma en su mente.
«¿Esto quiere decir que los demás pueden verme y oírme?»
—No, sólo yo —dio unos golpecillos sobre la superficie metálica—. Lo
único que pido es que no grites si las cosas se ponen feas. No puedo
distraerme, o tendré que apagarte.
«Me portaré bien, lo prometo.»
Jazz supo enseguida que la versión de Irma de portarse bien y la suya
propia eran completamente diferentes. Irma no paraba de hablar de las
cosas que se podían hacer en una limusina, desde: «¿Es que tiene qué oler
así?», hasta: «¿Adonde vamos ahora?».
—Nada de hablar o apagaré el audio —advirtió Jazz, saliendo al
aparcamiento del paseo, junto a uno de cuyos edificios le esperaba Nick.
Al igual que ella, vestía completamente de negro.
«¿Nicky viene con nosotras?»
—¿Qué te he dicho, Irma?
«Me portaré bien.» Jazz tuvo la sensación de que Irma se cerraba la
boca con una cremallera. A ver si era verdad.
Jazz se percató de la tensión que cargaban los hombros de Nick y la
aflicción de sus ojos. Sabía tan bien como ella que era probable que no
encontrasen a Flavio en la mansión; que estaba en un sitio al que no
podían ir.
Nick se adelantó y se sentó en el asiento del copiloto. Antes de que
ella pudiera decir nada, la cogió de la nuca y se la acercó, plantándole un
beso lleno de pasión y miedo de no volver a poder tocarla. Ella lo aferró de
los hombros, hambrienta de contacto, de sabor y de todo lo que
descargara aromas de Nick en su alma.
«¡Madre mía!» No hizo falta más para que apagara a Irma. Jazz no
estaba dispuesta a compartir algunas cosas.
—Tengo mucho miedo —susurró ella en su boca.
—Shh, no hables de miedo. Aunque pueda estarlo tanto como tú —
dijo, escrutando su cara con los labios—, sé que tendremos éxito, Jazz.
—¿Cómo lo sabes? Si se ha vuelto más poderoso, puede que nos
encaminemos hacia el desastre —sostuvo su cara entre sus manos,
acariciando la aspereza de su barba—. Vayámonos de aquí, Nick.
Podríamos ir a Europa. A cualquier sitio donde él no esté. Que los malditos
Antiguos y su Protectorado se encarguen de él —dijo sin dejar de recorrer

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

su cara con los dedos, leyendo su expresión como lo haría una ciega—.
¿Por qué tenemos que hacerles el trabajo sucio? Podría conducir hasta el
aeropuerto y cogeríamos el primer avión —rió secamente, sintiendo que el
miedo y el dolor crecían en su interior como una bomba de relojería—.
Escandinavia tiene noches muy largas.
Nick lanzó un profundo suspiro y posó su frente sobre la de ella. Le
frotó los hombros con las manos a modo de gesto tranquilizador.
—Sé de donde te salen esas palabras —dijo con suavidad—. Y sé que
no las dices en serio porque la Jazz que conozco no huye de una pelea. Se
mete de lleno envuelta en bolas de fuego —sonrió, correspondiendo al
leve intento de ella— y lanzando maldiciones sobre los malos hasta
reducirlos a sapos llenos de verrugas.
—Y luego tú te aseguras de que me metan en alguna celda mugrienta
y vuelvo a odiarte —susurró ella, tragándose las lágrimas que sabía que
no podía sacar delante de él—. No está bien, Nick. Sólo dos personas no
pueden salvar el mundo.
—Sí es posible, si esas personas somos nosotros. Y eso es lo que
haremos, Griet del Mar de Irlanda —murmuró contra su piel—.
Terminaremos lo que debió hacerse hace setenta años. Y después —rozó
su oído con la boca— nos iremos a la tierra de las largas noches, nos
buscaremos una posada acogedora y apartada con una cama enorme.
Esta vez nada de pulgas. Lo prometo —volvió a su cara y le dio un beso
que la dejó sin aliento antes de soltarla, volver a su sitio y ponerse el
cinturón de seguridad.
Jazz sorbió ligeramente por la nariz.
—Vale, pero si te mata, encontraré el plano oscuro en el que acabes y
te sacaré de allí —murmuró mientras encendía el motor—. La única que te
puede matar soy yo.
La boca de Nick describió una sonrisa. Esa era la Jazz que conocía y a
la que amaba.
—Trato hecho.
Jazz volvió a encender mentalmente a Irma.
«¿Qué ha pasado? ¿Es que vosotros dos habéis hecho el amor? No, no
es posible. No ha pasado tanto tiempo y no me siento tan satisfecha. ¿Qué
habéis hecho? ¿Qué ha hecho él?»
—Irma —no hizo falta más para nutrir la advertencia.
Nick la miró.
—Se viene con nosotros —explicó Jazz—. Acabo de activarla —salió
del aparcamiento y se dirigió a la siguiente parada—. Si Tyge mira en el
asiento delantero, lo único que verá será un ordenador portátil. No
sospechará ya que sabe que me gusta ver DVD o jugar al ordenador
mientras le espero. Pero es mejor que no hables. Cualquier ruido o
movimiento romperá la ilusión —sus manos temblaban sobre el volante.
Respiró profundamente para centrarse. Miró el anillo de feldespato que
brillaba en su dedo. Por un instante, la piedra brilló con un etéreo fulgor
azul lechoso más fuerte de lo habitual. Lo mismo ocurrió con el colgante.
De repente se sintió más fuerte, más segura de que, pasase lo que
pasase en las próximas horas, hallarían la forma de salir vivos.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Capítulo 17

Cuarenta minutos más tarde, Jazz aparcó la limusina frente a la


madriguera venida a más de Tyge Sombra fétida. Aguardó con aliento
contenido mientras la criatura salía de su casa y se acercaba a ella.
Afortunadamente, estaba tan inmerso en sus propios pensamientos que
apenas le dijo unas pocas palabras antes de subirse en el coche. En lo más
hondo de su mente, Jazz sabía que debía sospechar de su comportamiento
distraído, pero sólo podía sentir agradecimiento por que no esgrimiese sus
habituales jueguecitos salaces al tiempo que ella tenía los pensamientos
en otra parte.
—¿Conoces la dirección de la propiedad? —preguntó él después de
sentarse y permanecer en medio de la nube de sus vapores nocivos.
—Sí —repuso ella.
«¿Eso es lo que llevas? ¡Oh! ¡Huele fatal! ¿Cómo puedes
aguantarlo?», aulló Irma en su mente.
Jazz deseó que la fantasma se mantuviera en silencio y mantuvo una
fina sonrisa en sus labios.
—Dale esto al guarda de la puerta. Con esto podrás acceder a la
propiedad. No te dejará pasar si no lo tienes —le entregó una tarjeta con
su nombre inscrito con una llamativa caligrafía sobre fondo crema antes
de recostarse en el asiento.
Jazz no miró el asiento del copiloto cuando volvió a ocupar su lugar
tras el volante. Sentía la reconfortante presencia de Nick, y de momento le
bastaba.
Mientras cogía la autopista de Hollywood en dirección a las colinas, se
dio cuenta del profundo silencio que reinaba en la parte de atrás de la
limusina. Era la primera vez que Tyge no ponía su música favorita o usaba
su teléfono móvil. A pesar de que no le gustaban los cambios de
comportamiento repentinos, Jazz no pensó en ello y mantuvo su atención
en la carretera hasta ver su salida.
A continuación condujo el coche a través de la sinuosa carretera sin
iluminación que sabía que terminaba bruscamente en su destino. Miró al
frente y vio luces procedentes de una casa de dos plantas que parecía
dominar las propias colinas. El estómago se le revolvió tanto que sólo
necesitaba un poco de sal para convertirlo en masa para galleta salada.
«¿Ahí es donde vive?», oyó que susurraba Irma. «Parece salida de
una película de terror.»
—El hogar del diablo —dijo Jazz por lo bajo, deteniéndose frente a las
grandes verjas de hierro decoradas con un enorme murciélago en cada
mitad. Estaba segura de que el tipo alto y calvo que se le acercaba podría
aplastar la limusina sin la menor gota de sudor.
—El señor Tyge Sombra fétida —dijo Jazz, entregándole la tarjeta.
En vez de leerla, pasó los dedos sobre las letras y retrocedió un paso.

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No fue hasta entonces que Jazz se dio cuenta de que el hombre era ciego
y mudo. Un instante después, regresó a su puesto y las verjas empezaron
a abrirse lentamente.
—Allá vamos —susurró mientras echaba a andar.
En cuanto el vehículo atravesó las puertas, Jazz sintió como si una
mano estrangulase el aire fuera de sus pulmones. En vez de las típicas
luces blancas que jalonan los paseos privados, dotándolos de un aire de
cuento de hadas, allí las luces eran rojas, y le conferían al lugar un
aspecto ominoso premeditado. Sabía que la mayoría de sus invitados
gustaban del ambiente gótico. Estudió el terreno, que estaba lleno de
vampiros y otras criaturas elegantemente vestidos mientras paseaban por
los jardines, inconscientes de que algo ajeno se deslizaba rápidamente
dentro y fuera de ellos. Fue esto último lo que sacudió a Jazz hasta sus
cimientos. Era fácil comprobar que los invitados no tenían la menor idea
de las sombrías presencias que se movían entre ellos. Algunas de ellas
parecían resignadas a su eterno destino, otras mostraban expresiones de
frustración mientras seguían a los invitados y trataban de comunicarse
con aquellos que aún no habían cruzado a su sombrío reino. Tenían los
brazos estirados en una postura de súplica, las bocas abiertas,
pronunciando palabras que obviamente nadie podía escuchar. Era una
escena desoladora.
«¿Qué son?»
—Nada bueno —susurró Jazz, siguiendo automáticamente la fila de
coches y limusinas que iban deteniéndose frente a la mansión para
descargar a sus ocupantes. Sintió la curiosidad de Nick, pero no delató su
presencia de ninguna manera.
No le sorprendió comprobar que la mansión gótica no había cambiado
con los años, aunque sí parecía más tenebrosa con las elaboradas
gárgolas que custodiaban la enorme puerta de doble hoja. Si bien las
gárgolas solían proteger a las personas del mal, Jazz sabía que éstas
estaban destinadas a ahuyentar toda forma de bien.
—Volveré a recogerle a las dos de la mañana —le dijo a Tyge
mientras éste se deslizaba fuera del asiento trasero. Mintió, ya que no
tenía intención de abandonar la propiedad. Prefería que pensase que no
estaba allí en caso de que se desatasen los infiernos.
Tyge sonrió, si es que así podía describirse la mueca que elaboraron
sus músculos faciales.
—Los chóferes deberán permanecer en la propiedad hasta que
termine la fiesta, mi adorable Jazz. Quizá prefieras esperar dentro de la
casa en lugar de aquí fuera. Estoy seguro de que al anfitrión no le
importará. Podríamos tomar una copa de vino.
—No, gracias. Aquí tengo bastantes cosas con las que mantenerme
ocupada —por un instante, sintió el desconcierto de una fugaz intrusión en
su mente. Apagó automáticamente a Irma y se esforzó por rechazar al
intruso. Cuando Tyge se echó hacia atrás, supo que había tenido éxito. Le
cosquillearon los dedos con ganas de sacar una bola de fuego—. Ni se le
ocurra volver a hacer eso —tuvo la efímera tentación de acabar con él
ahora y afrontar las consecuencias más tarde.
La hendidura que Tyge tenía por boca se curvó hacia abajo en una

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mueca de disculpa. Ella no se lo tragó.


—Mis más sinceras disculpas, preciosa mía —dijo, inclinando la
cabeza. Dio media vuelta y enfiló las escaleras que conducían a la planta
baja.
Jazz no perdió un segundo y volvió a meterse en la limusina para
llevarla lentamente a la parte trasera de la mansión. Tuvo que echar mano
de toda su concentración para seguir el camino y salir de allí quemando
ruedas.
—No entiendo cómo aguantas conducir para esa criatura —tosió Nick
—. Ningún animal en estado avanzado de descomposición huele tan mal.
—Es lo peor, pero Dweezil disfruta con los lingotes de oro con los que
paga las facturas —dijo ella, contemplando las sombras que recorrían la
propiedad.
«¿Qué son esas sombras que veo por allí?», preguntó Irma.
—¿Tú también las ves? —repuso Jazz.
—¿Ver el qué? —dijo Nick—. ¿De qué demonios estás hablando?
—Aquí pasa algo muy malo —se alejó de los demás coches y aparcó
en el extremo más alejado. Apagó el motor y miró a través del parabrisas.
Nick observó de derecha a izquierda en un esfuerzo por ver lo mismo
que Jazz.
—¿Qué es lo que ves?
Jazz miraba el camino en penumbras que bajaba hasta la piscina con
aspecto de baño romano, decorado con innumerables estatuas eróticas
que rayaban con lo pornográfico. Se llegó a decir que algunas de ellas
habían sobrevivido a la destrucción de Pompeya y habían acabado allí
siglos más tarde. Clive había organizado muchas orgías a pie de piscina.
Jazz se consideraba afortunada al haber oído hablar de ellas sin haber
participado en ninguna. Lo cierto es que, de haber estado, probablemente
no hubiese acabado como una de sus víctimas más adelante, porque no
hubiese albergado la menor intención de volver. Pero lo que captaba su
atención eran las formas sombrías que se desplazaban entre los vivos y no
muertos sin llamar la atención, ignoradas por todos.
—Sombras —susurró—. Muchas sombras —se quedó mirando a tres
que pasaron frente a la limusina. Una se detuvo y se quedó mirando el
coche. Jazz casi lloró por el aire de desesperación de ese rostro lechoso
que observaba desde las sombras—. Éste no es mi don, pero… —cerró los
ojos, se centró y se permitió vagar libre. Omitió las sensaciones de la
fiesta que mantenían a todos difusos y se centró en las sombras.
Sufrimiento. Miedo. Rabia. Sensación de abandono. Volvió a abrir los ojos
—. Son sus víctimas. Lo que quiera que les hiciese no les permite la paz
necesaria para seguir su tránsito —estiró la mano a ciegas para aferrar la
de Nick—. También puede que sean prisioneras, ya que no hay forma de
que salgan de aquí. Están literalmente atrapadas en la propiedad.
La empatía no era uno de los dones de Jazz, pero después de toda la
angustia y el dolor que desprendían las sombras, no le costó nada percibir
las oleadas de furia que expedía Nick. Estaba sentado sin mover un solo
músculo, el rostro como si se lo hubiesen esculpido en piedra.
—Entonces, la única forma de liberarlos es que él muera —soltó su
mano y salió de la limusina—. Hagámoslo.

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Jazz imitó a Nick y rodeó el coche hasta ponerse frente a él. La rabia
lo hacía temblar de la cabeza a los pies. Cuando el vampiro la miró a la
cara, Jazz vio las llamas del infierno brillando en sus ojos, una furia que
nunca había visto antes y que deseaba que nunca fuese dirigida en su
contra. Nikolai el Destructor se revelaba frente a ella.
Ella posó las manos sobre sus hombros.
—Lo que ven no es lo que somos. Lo que oyen será confuso. Nuestra
verdad será una mentira. Al menos que les cantemos en despedida —los
ojos de Jazz brillaron con un tono verde intenso en medio de la oscuridad
—. Porque así lo digo, ¡maldita sea!
Un frío viento sopló a su alrededor, arremolinándose en una nube de
oscuridad. Cuando cesó, Jazz miró a Nick, que ahora era rubio, con un
rostro cuyos huesos le marcaban claramente los rasgos; una atractiva
estrella del cine con un elegante traje con camisa de seda negra y corbata
a juego. Ella lucía un pelo castaño oscuro que le caía en rizos espirales
hasta la cintura. Llevaba un vestido de lentejuelas negro sin tirantes con
un provocativo corte en la pierna. Sus negros zapatos de tacón alto no
eran más que sendas estrechas bandas plateadas por las que asomaban
los dedos de los pies. Hasta sus ojos habían cambiado a un profundo azul
marino con un toque de rojo en el iris. Ambos tenían el aspecto de
vampiros adinerados cuyas intenciones orbitaban en torno al culto de su
propia personalidad.
Jazz bajó la mirada hasta sus pechos, que también habían aumentado
dos tallas.
—Estas nenas nunca han tenido mejor aspecto, pero no te vayas a
hacer ninguna idea —sonrió, mostrando la punta de un colmillo. A pesar
del disfraz, era la Jazz que él conocía y amaba—. Listos para el combate,
colmilludo.
—¿Colmilludo? Será mejor que te mires en un espejo, cariño, porque
tienes tu propio juego —señaló.
Escrutó su dentadura superior con la lengua e hizo una mueca de
sorpresa.
—No sé cómo os las arregláis con estas cosas —paso su brazo por el
de Nick, hizo aparecer dos copas de champán y le dio una—. ¿Nos unimos
a la fiesta, Rodrigo? —ronroneo con una inclinación de la cabeza.
—¿Rodrigo? —dijo, saboreando el champán—. Está bien, Adelina.
Pero el mero hecho de cruzar la propiedad se antojó una tarea
complicada si tenían que sortear las numerosas sombras ataviadas de
túnicas pálidas, algunas más grises que otras. Algunas eran tan pálidas
que apenas si se parecían a un jirón de humo. Jazz dedujo que las más
finas llevaban mucho más tiempo que las demás. Vio que la propiedad
estaba llena de ligeras sombras vampíricas y perdió su cuenta. La mera
contemplación le resultaba desconsoladora.
—Puedes vernos, ¿verdad? —preguntó una forma sombría femenina.
Su rostro era un borrón pálido en la oscuridad. Jazz no creía que fuese a
ser más clara bajo más luz. Levaba allí mucho tiempo. Se preguntó qué
sería de ella cuando fuese tan pálida que nadie pudiese verla—. Sé que
puedes. Por favor, dime que puedes vernos. Eres una bruja, ¿verdad?
«¿Qué es? ¿Es como yo, aunque no lleve puesto eso?», susurró Irma

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en la mente de Jazz. «Supongo que debo considerarme afortunada porque


Harold escogiera ese horrible vestido, o hubiera acabado con una túnica
de ésas para toda la eternidad.»
—Sí, lo soy. Por favor, comprende que podría ser peligroso para mí
dar muestras de que te percibo —dijo Jazz con dulzura, manteniendo la
vista clavada en la iluminada mansión que tenían delante, actuando como
si la sombría forma no hablase con ella—. Estamos aquí para ayudaros, si
vosotros podéis ayudarnos llegado el momento. ¿Sabes cuántos
guardaespaldas tiene dentro?
La forma sombría se quedó con ellos, y la mujer le dijo lo que sabía de
la casa de la última vez que estuvo dentro, que, según ella, fue en 1930.
—Ha situado conjuros de protección alrededor de toda la casa para
que no podamos entrar —dijo, antes de que alcanzaran las puertas
francesas que daban al salón de baile—. Hay una mazmorra subterránea
donde juega con sus víctimas. Oímos sus gritos de auxilio, pero no
podemos acudir. Por favor, ten cuidado. Es un hombre muy malo.
—Sí, lo sé —dijo Jazz sombríamente, sin perder la maligna sonrisa de
sus labios.
Reprimió violentamente la multitud de dragones que poblaban su
estómago en cuanto ella y Nick cruzaron el acceso.
—Podemos hacerlo —susurró Nick, notando su inquietud. Se acercó a
ella—. Sigue sonriendo. Nos observan.
Se esforzó para aparentar ser una atractiva vampiresa que no era,
actuando como si nada en el mundo le importase aparte de pasar una
buena noche. Escrutó la estancia, distinguiendo claramente al personal de
los invitados. Se dio cuenta de que todas las empleadas lucían vestidos de
seda rojo pálido que mostraban un pecho; un collar disimulaba el escote,
pero no hacía nada por esconder las marcas de mordiscos que lucían en
cuello y hombros, y a saber dónde más. Era como si los vestidos indicasen
que esas mujeres estaban listas para ser un bocado rápido. Los empleados
masculinos eran igualmente jóvenes, bien parecidos y sólo llevaban unos
pantalones de cuero ceñidos destinados a resaltar sus encantos innatos.
Estaba segura de que las sonrisas de sus labios teman mas de drogadas
genuinas. En cuanto vio los ojos vidriosos en más de empleado, supo que
tenía razón. La única forma de tenerlos allí era mediante las drogas y, a
buen seguro una poderosa magia. Miró a su alrededor y se alegró de no
ver a nadie familiar en la estancia. Uno de los temores que había
albergado al poner un pie allí era enfrentarse a todas sus pesadillas del
pasado. Sin embargo, el mobiliario era más moderno incluso más
abundante que en 1932. Las estrellas de cine de la época vivían unas
vidas de exceso que Clive Reeves había dejado pequeñas con el rumbo
que había tomado. Y así seguía siendo, más de setenta años después. Aun
así los recuerdos eran más poderosos que la realidad que tenía ante sí. A
su mente le resultó demasiado fácil intercalar en esa estancia los sillones
de estilo romano y las mesas bajas que la dominaron en aquella época.
Las figuras retorcidas buscaban una satisfacción efímera en el mejor de
los casos, y que a la postre no haría sino dejarlas vacías e insatisfechas. El
hambre no acabaría nunca. Otra de las habitaciones estaba iluminada con
velas, sólo había un sillón, y una cascada de agua se derramaba por la

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pared mientras un amplio surtido de obras pornográficas adornaba las


otras tres. Había tanto incienso en el aire que resultaba narcótico para los
sentidos. Sus gritos eran tan altos, tan fuertes, que le quemaba la
garganta, pero nadie la oía. Se tragó la náusea que escalaba por su
garganta.
Un impulso de girarse para salir corriendo de allí se adueñó de ella.
—Buenas noches —dijo una voz que nunca sería capaz de olvidar.
Gracias a la tranquilizadora presencia de Nick a su lado, pudo esbozar
una sonrisa.
—Nuestro anfitrión, supongo —aventuró ella, con un gutural acento
italiano que nada tenía que ver con su voz auténtica.
A pesar de ir vestido formalmente con unos pantalones negros y una
camisa de seda color crema en lugar de la ropa informal que había visto
en el aparcamiento, no dejaba de ser un monstruo. Le bastaba con mirar
en esos ojos carentes de alma, de humanidad, para saber que debía
destruirlo antes de que acabase con nadie más. La presión de Nick en su
brazo fue lo único que pudo detenerla de echar mano de cualquier cosa
que pudiese calcinar a un ser humano hasta los huesos.
«¡Pero si es él! ¡Noto su maldad!» Jazz no hizo caso de la agitación de
Irma que retumbó en su cabeza.
El otro sonrió y describió una honda reverencia.
—Clive Reeves. No creo que nos hayamos visto antes —dijo,
mirándolos a ambos.
Ella estiró la mano. Sus afiladas uñas estaban a juego con las de los
pies. Cuando él correspondió al gesto, no se esperó que le tomara la mano
y le diera un beso en la palma. Se resistió a la tentación de limpiársela en
el vestido.
—Adelina —dijo.
El rostro se le encendió.
—Qué adecuado. Tu nombre significa «noble».
—Rodrigo —la voz de Nick, habitualmente profunda, se hizo más de
barítono, con un sabor más español.
—Encantado —dijo Clive, haciendo otra reverencia—. Me gusta ver
caras nuevas por aquí —observó sus copas de champán.
Menos mal que Jazz había sido lo bastante sagaz como para mutar el
líquido en champán mezclado con sangre antes de entrar en la casa. Pero
seguía habiendo algo en la mirada de ese hombre que la desconcertaba,
sobre todo cuando se tomó su tiempo para estudiar su cara. Sabía que su
conjuro ilusorio seguía en pie, porque de lo contrario la habría descubierto
en ese instante.
—Algunos, como el maestro Sombra fétida, nos han dicho que tienes
el poder de devolvernos a la auténtica vida —dijo ella con suavidad. Sabía
que aunque interrogasen a Tyge, no admitiría que no conocía a alguien
tan bella como ella. Su naturaleza no se lo permitiría. Sabandija.
Frunció el ceño.
—¿Cuánto hace que eres hija de la noche?
Nick se adelantó levemente.
—Algo más de tres siglos en el caso de Adelina. Cuatrocientos en el
mío —dijo sonriendo y acariciando la mejilla de ella—. La primera vez que

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la vi supe que estábamos destinados a pasar la eternidad juntos. Pero


ahora deseamos volver a nuestra vida mortal —explicó, adoptando la
expresión de un vampiro sumamente aburrido—. Después de todo, parece
que no falta quien puede ayudarnos en eso —dijo secamente.
Clive repasó la ropa de Jazz, sopesando el corte y su precio. Jazz elevó
deliberadamente la copa, mostrando una pulsera con un diamante del
tamaño de Texas. Sabía que Clive no quería ni necesitaba dinero, pero
tenía que desempeñar bien su papel.
—Lo que ofrezco no es barato.
—Nada valioso lo es —declaró Jazz—. Pagaremos lo que nos pidas. Ya
estamos cansados de ver anocheceres y deseamos ver cómo sale el sol.
Clive volvió a sonreír.
—La belleza siempre es bienvenida aquí. Se te dará todo lo que
desees. Sólo tienes que pedirlo. Hablaremos de vuestros deseos
personales más tarde —volvió a hacer una reverencia y se alejó para
saludar a más invitados.
Una de las esclavas pasó cerca y les regaló una ligera sonrisa. Nick
respondió con un leve gesto de la cabeza. Ella hizo otro tanto y siguió
caminando. Unos segundos después, un vampiro con los ojos rojos le
agarró del brazo, provocándole magulladuras con los dedos, y se la llevó a
un apartado rodeado de cortinas. A juzgar por cómo lanzó su hambrienta
mirada sobre el pecho descubierto de la mujer, Jazz supuso que su piel
color crema pronto acabaría hecha jirones y ella muerta o algo peor.
Aunque puede que, cuando hubiese acabado con ella, abrazase gustosa la
muerte.
—Aquí nada es real —susurró Jazz, observando las copas llenas de
una mezcla de champán con sangre, los acicalados invitados y la
fastuosidad de la propia mansión—. Es como una escena salida desuna
película surrealista, donde los invitados a la cena no tienen ni idea de que
ellos pueden acabar siendo el plato fuerte.
—Deberíamos movernos —Nick le asió de la mano y entrelazaron sus
dedos.
—Esto no es nada nuevo para ti, ¿verdad? —a pesar de que ella había
asistido a numerosas fiestas sobrenaturales a lo largo de los siglos,
ninguna le había gustado demasiado. A la mayoría de los vampiros nada
les importaba más que ellos mismos y las satisfacciones inmediatas. No
eran distintos de otras criaturas sobrenaturales.
La primera vez que puso el pie en esa casa, estaba llena de mortales
y se sintió como si realmente formase parte del mundo humano. Al final
de la noche, estaba convencida de que se había enfrentado al peor
monstruo de todos Durante los cinco años que siguieron, no hubo noche
que no durmiera con las luces encendidas y abrazada a Fluff y a Puff.
—Lo cierto es que mi especie tiene una mente hecha para el exceso
—dijo Nick en voz baja—. Durante un tiempo, pensé como ellos. Tuve la
suerte de aprender que el exceso no conduce a nada.
—Eso está bien. Puedes asegurarte de que no cometa ningún error,
como ponerme a lanzar bolas de fuego por aquí —desvió la mirada hacia
una bellísima vampiresa que cayó de rodillas frente a un sirviente y
empezaba a desabrocharle la cremallera. Jazz esperaba que la señorita

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colmillos bonitos no fuese a bebérselo literalmente.


«¿Está haciendo lo que creo que está haciendo?» Jazz pensó que Irma
recibiría muchas lecciones de vida antes de que acabara la noche.
—Mira que escaleras más artesanales —dijo Nick, llevándose a Jazz
antes de que su asco la delatase—. «No te delates», le murmuró
deliberadamente en su mente. «Hemos llegado muy lejos»—. Éste es el
estilo que deseo para nuestra casa, cariño.
—Sí, encajaría de maravilla, ¿no crees? —repuso ella, manteniendo el
papel. Fijó la mirada en las sillas y sofás sedosos y acolchados, las mesas
concienzudamente pulidas y las elegantes arañas de luces—. Maravilloso
—hizo una pausa para admirar una de las arañas encendidas con
innumerables velas.
—Adquirí la araña en un castillo inglés del siglo XVI —irrumpió Clive. El
contenido de su copa era más oscuro e intenso que el de las demás—. El
duque propietario no quería deshacerse de ella, pero le hice una oferta
que no pudo rechazar —dijo con una sonrisa escalofriante.
Jazz no quería dar demasiadas vueltas al contenido exacto de su copa
ni a la oferta que le hizo a ese duque.
—Tienes un gusto excelente —dijo Jazz con una sonrisa forzada, antes
de llevarse la copa a la boca. Menos mal que sabía a cerezas—. Me
recuerda a mi propia mansión a las afueras de París.
Clive la miró fijamente, arrancándole la ropa con la mirada y
contemplando todo lo que posiblemente deseaba en una mujer. Jazz sintió
la necesidad de darse una larga ducha con litros de jabón.
—Sin embargo, me sigo preguntando qué hacéis aquí. Vampiros tan
jóvenes como vosotros suelen preferir mantener su estilo de no vida.
—Ya te lo hemos dicho —dijo Jazz secamente, sin hacer caso de la
tensión de Nick—. Además, nos dijeron que aceptas a los vampiros. ¿Es
acaso mentira?
—Sí, pero como he dicho, la admisión sólo es mediante invitación. Y
quien dices que acompañasteis aquí asegura no recordaros de nada —dijo,
con una funesta sonrisa.
Jazz y Nick miraron por encima del hombro para ver a Tyge de pie
junto a una pequeña mesa de caoba. Sobre la pulida superficie había un
montón de monedas de oro esparcidas.
—Será cab… —las palabras de Jazz se paralizaron en su garganta en
cuanto Clive levantó una mano, mostrando un gran cristal pulido en la
palma. Su poder brilló a lo largo de la superficie.
Jazz y Nick contemplaron el cristal y vieron a auténticos yo ataviados
con su ropa negra en vez de las elegantes prendas que Jazz había
conjurado.
—¿Acaso pensabais que no adoptaría precauciones contra invitados
no deseados? —preguntó Clive c una cruel sonrisa esculpida en sus labios
—. Aunque he de decir que prefiero el maravilloso vestido que llevas
puesto, Jazz. Resalta lo mejor de ti —clavó la mirada en sus pechos.
—Tus precauciones son traidores que prefieren el oro a los mortales.
Qué encantador —dijo ella.
—Nikolai —dijo Clive, volviéndose hacia el vampiro—. Me alegra verte
de nuevo. Un amigo tuyo estuvo aquí no hace demasiado tiempo. Tuvimos

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

una interesante charla antes de… —su voz se fue apagando


significativamente.
Nick fue lo bastante profesional como para no reaccionar.
—Tengo muchos amigos.
—Sí, no me cabe duda, pero ¿cuántos de ellos sirvieron al glorioso
Imperio Romano? —inquirió Clive.
Jazz sintió que Nick le apretaba la mano hasta el punto de temer por
sus huesos.
Un escalofrío le recorrió hasta los huesos cuando miró el rostro de su
enemigo. Disfrutaba con sus esfuerzos por ocultar sus emociones. De no
ser por Nick, sabía que habría desatado la madre de todos los conjuros.
—No estés tan segura de eso, Jazz —dijo Clive, leyendo fácilmente sus
pensamientos e intenciones—. Me he enfrentado a seres que ni te
imaginas. Con una sola palabra, te arrancaría esa preciosa carne del
esqueleto antes de que pudieras parpadear. Aún seguirías vivía, y
experimentarías un dolor inimaginable. Rogarías que acabase contigo, y
yo no estaría por la labor de liberarte del tormento. También te podría
poner de rodillas para hacerme lo que sé que mejor se te da. Ni se te
ocurra, vampiro —su gélida mirada volvió a Nick, que había dado un paso
al frente—. Porque entonces debería ser incluso más creativo, hasta el
punto de presenciar a tu adorable bruja acabar de una muerte lenta y
extremadamente dolorosa.
—No la matarás, Reeves —dijo Nick, con un tono igual de frío, si no
más—, porque ella es tu seguro de mi colaboración y la única esperanza
de seguir de una pieza.
—Oh, ya lo creo que colaborarás, vampiro —Clive hizo un gesto a los
hombres que habían rodeado en silencio a la pareja.
Jazz sintió un zumbido de poder que nacía en sus pies y empezaba a
ascender. Miró a Nick y supo que él también sentía las ataduras mágicas.
«¿Qué está pasando?», se agitó Irma en su cabeza.
Antes de que Jazz pudiera pronunciar el nombre de Nick, el mundo se
volvió negro y se precipitó hacia un pozo de vacío.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Capítulo 18

Un insistente dolor de cabeza indicó a Jazz que seguía viva. El


penetrante frío delató que ya no seguía en la casa propiamente dicha, y
las frías piedras contra su espalda le alertaron de que estaba desnuda,
salvo por unas argollas de pesado hierro que le aferraban las muñecas.
Parpadeó varias veces para aclararse la vista. A primera vista, la
situación no era nada buena.
—No me lo digas —murmuró mientras miraba a su alrededor para
escrutar unos alrededores que parecían el decorado de una película—.
¿Qué ha hecho? ¿Traerse a Vincent Price y la Torre de Londres hasta las
colinas de Hollywood? —tanteó las argollas que le rodeaban las muñecas,
pero la pesada cadena, bien sujeta a la pared por encima de su cabeza, le
obligó a mantenerse de puntillas. Trató de alejarse de la pared, pero las
cadenas no eran tan largas como para permitirlo—. Ese cabrón ni siquiera
me ha dejado la ropa.
—¿Oyes que yo me queje?
Giró el cuello para ver la fuente del débil hilo de voz. Lo que vio le
provocó un escalofrío. Nick también estaba desnudo. Lo habían tendido en
un altar de piedra situado en el centro de la estancia. Varias cadenas le
cruzaban el cuerpo para impedirle cualquier movimiento. Aunque no había
quemaduras visibles en su piel, ella se temía que las cadenas tuviesen
plata suficiente como para debilitarlo sobremanera. Había un cuenco y un
cáliz de obsidiana sobre una mesa junto al altar. No estaba segura de lo
que ocurriría cuando Clive Reeves llegase, pero no hacía falta mucha
imaginación para saber que no era nada bueno. El armazón que dominaba
uno de los extremos de la estancia parecía demasiado auténtico como
para haber salido de la decoración de alguna película, y estaba segura de
que las manchas de tono oxidado en la madera eran de sangre. Las
mismas manchas eran visibles en látigos y demás objetos de tortura que
colgaban de una pared cercana. Recorrió la sala con la mirada,
catalogando mentalmente todo lo que veía. No sabía qué le perturbaba
más, si las pruebas del uso que se daba a las herramientas de tortura o el
enorme tapiz bordado que describía el sufrimiento de víctimas torturadas
de indecibles maneras. Notaba el poder que desprendía el tapiz, como si
todo lo que hubiese ocurrido en esa sala se hubiese transferido a él a
modo de recordatorio permanente. Se le revolvió el estómago al pensar
que Nick podría acabar como una nueva de sus estampas. Ya había
averiguado qué tipo de cabrón enfermo era Clive Reeves hacía setenta y
cinco años. Los años no habían hecho más que volverlo más maligno aún.
Se concentró para intentar conjurar su poder, pero no halló nada.
—¡Maldita sea! —juró, pugnando con las cadenas.
—¿Qué pasa? —preguntó Nick.
—Aquí hay algo que me impide acceder a mi poder, ha debido poner

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

escudos contra la magia en las paredes, o algo —buscó mentalmente


algún indicio de Irma, pero no halló más que silencio—. Ni siquiera puedo
contactar con Irma. ¡Para una vez que quiero hablar con esta mujer no lo
consigo! —de no haber estado de puntillas, habría dado un pisotón de
indignación.
Se oyó el chirrido de una pesada puerta de madera abriéndose por
arriba.
—Tenemos compañía —murmuró Nick.
Jazz miró los instrumentos de tortura y el suelo manchado de sangre.
—Más vale que sea la señora de la limpieza, porque eso es lo que
más necesita este sitio.
—Bien, estáis despiertos —dijo Clive, descendiendo las escaleras de
piedra y ataviado con una túnica de seda negra que le llegaba a los
tobillos. Portaba una copa de vino en una mano.
Jazz reparó en que los emblemas bordados en el ribete de la túnica
eran idénticos a los del cuenco y el cáliz. Sólo conocía unos cuantos, y
estaban relacionados con la magia destructiva.
«No, esto no pinta nada bien.»
—Tus conjuros ilusorios fueron una gran idea, querida, pero prefiero
tu auténtica belleza —Clive se acercó a ella y estiró la mano para
acariciarle el trazado de su mandíbula. Ella apartó la cabeza antes de que
pudiera tocarla y encajó estoicamente el golpe contra la pared. El otro
sonrió, como si se esperase la reacción, pero la furia que se aglutinaba en
sus ojos no le pasó desapercibida. La furia y la lujuria no hacían buena
mezcla—. Veo que eres incluso más bella que la última vez que nos vimos
—dijo.
—Caramba, Clive, cualquiera diría que estamos de fiesta arriba, en
vez de enterrados en las entrañas de tu casa, en una mazmorra que
parece recién sacada de una de tus películas de serie B —dijo Jazz con
sarcasmo, dándose unas palmadas mentales en la espalda por su poco
sutil burla de la cinematografía de Clive. A juzgar por la repentina rigidez
de su mandíbula, el mensaje había llegado. Hubiese preguntado si el
comentario gracioso daba puntos, pero dudaba de que tampoco se tomara
bien eso. Además, no se encontraba en la mejor de las situaciones.
Si bien se le ponía la piel de gallina por cómo el otro miraba su cuerpo
desnudo como si fuese el plato principal de Acción de Gracias, servido en
una bandeja de plata, no permitió que sus temores afloraran. Sentía el
oscuro poder arremolinarse alrededor del cuerpo de Clive mientras saltaba
hacia ella en un gélido abrazo que le penetraba hasta la médula. Se
mordió la lengua para no gritar cuando se percató de que le estaba
mirando los pechos, sus pezones ahora endurecidos como guijarros
sonrosados debido al frío.
«Éste y Tyge hacen buena pareja.»
—Sabes, en 1932 me parecías repugnante. Ahora veo que mi
desprecio de entonces no te hacía justicia —sus rasgos se endurecieron
hasta convertirse en una máscara apenas resquebrajada para revelar más
capas de la despiadada locura que albergaba en su interior.
—¿Qué edad tienes exactamente, querida?
Ella lo miró fijamente a los ojos, observando maldad y locura en sus

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

sombrías profundidades. La enfermedad y la maldad habían terminado de


conquistar un alma que ya era oscura de por sí, en la que, años atrás, aún
había visto resquicios de humanidad. Ahora no quedaba más que el
cascarón del hombre.
Sintió ganas de aplastar ese cascarón hasta reducirlo a la nada.
—Soy lo bastante vieja como para reducirte a polvo —dijo ella con voz
queda, hurgando en sus entrañas en busca del menor rastro de poder. Se
negaba a creer que no hubiese nada a lo que recurrir.
Clive rió ahogadamente, como si fuese un crío a punto de decir algo
inteligente.
—Divertido, pero no estamos hablando de cuentos de hadas
infantiles. Siento tu poder, bruja, pero lo que tenía en el interior es más
poderoso que cualquier cosa que puedas imaginar. Puedo aplastarte como
a un insecto con tan sólo pensarlo —se jactó—. Creías que me habías
matado una vez, pero fallaste. Y ahora, aquí estamos —posó la mirada en
las cadenas.
Jazz se negó a ceder al terror, ante lo que a buen seguro el otro
estaba pensando. No lo haría. No podía hacerlo.
—Esta vez me aseguraré de que estés tan muerto que no puedas
volver ni con la forma de un pez de colores —dijo la bruja con tranquilidad,
equiparándose a la amenaza de su captor.
Clive se volvió a medias y estudió la determinación de sus rasgos, la
feroz llamarada que cobró vida en sus ojos mientras le devolvía la mirada
sin un atisbo de miedo.
En cuanto estiró su rápida mano, sintió una quemazón donde la
bofetada le había dolido un segundo antes como un picotazo. Ella no
desvió la mirada un milímetro mientras escupía sangre por la boca. No
podía mirar a Nick, si bien oyó su furioso rugido.
—Sé que lo harías, Jazz —volvió a reírse Clive—. Por eso he decidido
que prefiero mantenerte con vida para que seas mi mascota. Ni te
imaginas el poder inexplorado que albergas. Un poder que me vendrá muy
bien. Y quizá, sí tuvieras tiempo para pensarlo, quizá decidieras que sería
más beneficioso que te quedes conmigo. No existe ninguna razón por la
que no podríamos alcanzar un acuerdo que nos satisfaga a ambos.
—Ahora mismo no se me ocurre ninguna respuesta ingeniosa a una
propuesta tan repugnante, pero se me puede ocurrir algo. Vete a la
mierda y muérete —añadió una palabra malsonante para potenciar el
insulto a pesar de que mover la boca le dolía un mundo. Sabía que los
labios se le hincharían más que con una inyección de colágeno.
Pero Jazz no había terminado. Luchó con el dolor que le atenazaba la
cara y siguió hurgando en lo más profundo de su ser en busca de una
magia mínima que le ayudase a capear la situación junto con Nick. Su
esfuerzo por encontrar mentalmente a Irma sólo le devolvió un doloroso
empujón. De alguna manera, Clive no sólo había conseguido anular la
magia allí abajo, sino que había dado con un método que castigase a
cualquiera que intentase usarla. Así que ahora, a la quemazón de la cara,
tenía que sumar un profundo dolor de cabeza.
Desvió la mirada hacia Nick y la sospecha de que las cadenas tenían
plata se convirtió en un hecho. Unas leves quemaduras se repartían ahora

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

en su cuerpo. Su fuerza se evaporaba a ojos vistas. Tenía la mandíbula


tensa en la lucha que estaba librando con el dolor.
El plan A ya no era viable, y también había que desechar el plan B.
Tocaba pasar al plan C.
Sólo había un problema. No se les había ocurrido ninguno.
—No estés triste, Jazz —murmuró Clive, abriendo un compartimento
secreto en el altar y metiendo la mano dentro—. Cuando me haya bebido
la fuerza vital de tu amigo vampiro, tendré todo lo que él tiene y podrás
ser mi adorable mascota. No se puede pedir más —sacó un tubo y una
aguja hipodérmica. Con los movimientos que otorgan la larga práctica,
introdujo la aguja en la muñeca de Nick y la sangre empezó a fluir
perezosamente por el tubo hasta el cuenco ceremonial.
—¡Con la salvedad de que nos vas a matar, maldito cabrón!
Conviertes a los nuestros en sombras condenadas a errar por la tierra sin
hallar nunca la paz —dijo Nick, extendiendo los colmillos mientras luchaba
contra las cadenas, pero las fuerzas le flaqueaban seriamente entre la
plata de las cadenas y la sangre que estaba perdiendo—. Con razón no
sales de la mansión. Si salieses por esa puerta tendrías que enfrentarte a
todos los que merodean tu propiedad eternamente. Por eso has aprendido
a utilizar la proyección astral. Es la única manera de salir de aquí sin
encontrarte con tus víctimas.
Si la mirada de Jazz no hubiese estado centrada en Clive, se hubiese
perdido el destello de miedo que surcó su cara y el segundo en que sus
manos titubearon en su tarea. Le alegró ver que Nick había dado donde le
dolía. Clive se recompuso rápidamente y se volvió hacia ella. Su expresión
no era nada agradable.
—No tengo ninguna razón para abandonar mi preciosa casa. Aquí
tengo todo lo que necesito y, si no lo tengo, mi personal puede traérmelo.
Como a vosotros —dio un paso y agarró la cara de Jazz para acercársela.
Sabía que si se resistía, le rompería el cuello por mero capricho. Decidió
que, por el momento, no lucharía, aunque sabía que la promesa no
duraría.
Pero Clive tenía algo más desagradable en mente que romperle el
cuello. De repente asaltó su boca; empezó a morderle y a lamerle los
labios y la cara como un perro hambriento. Al mismo tiempo, le aferró de
un pecho con tanta fuerza que dejó cardenales en su suave piel. Contuvo
un grito de dolor y furia cuando Clive agachó la cabeza para morderle un
pezón. Ella tiró de las argollas, pero el recorrido era demasiado corto como
para descargar las cadenas sobre su cabeza.
—¡Te mataré por eso! —aulló Nick, incorporándose levemente para
luego caer de nuevo de espaldas.
—¡Cerdo! —espetó ella, deseando tener a mano una botella de
desinfectante para acabar con el sabor del monstruo cuando al fin se
apartó.
Clive sonreía con crueldad.
—Esto no ha sido más que el principio, mascota mía. Sí, mascota —
declaró—. Porque pienso mantenerte desnuda y atada con correa, y harás
todo lo que pida, cuando lo pida y durante el tiempo que dure mi capricho,
y si cumples mis deseos, quizá mantenga con vida a tu vampiro… durante

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

un tiempo —se acercó al altar y oprimió el tubo. La sangre dejó de manar


hacia el cuenco. Contempló el rostro de Jazz cuando soltó el tubo. La
sangre volvió a fluir fluidamente hacia el recipiente—. Tuya es la elección.
Además, la idea de mantenerlo a él como bocado permanente no me
disgusta.
—Ella no accederá porque no se lo permitiré —gritó Nick—. No creas
que alcanzarás tu objetivo por drenarme la sangre, cuando lo has hecho
con tantos y no has logrado nada. No somos comida, humano —dijo, su
rostro convertido en la fría máscara de un despiadado depredador.
—Ya no soy humano, vampiro. Y tendré éxito. Hace no demasiado
tiempo, tu bruja y tú no sólo follasteis, sino que intercambiasteis una
magia que produjo algo nuevo —reveló, sonriendo ante el evidente
desconcierto de Jazz—. Oh, sí, os he visto, y he de admitir que fue de lo
más estimulante —se tocó brevemente el pene—. Compartir el poder
implica que parte de lo que ella es está en ti y viceversa. Así que,
ingiriendo vuestra esencia, mezclando sangre y sexo por así decirlo —
prosiguió, ampliando la sonrisa—, obtendré lo mejor de dos mundos. Si te
mantengo vivo, vampiro, podré disfrutar de mi elixir cuando me venga en
gana. Y si mantengo a Jazz, me aseguro tu colaboración; del mismo modo
que ella colaborará para que no acabe contigo. Por mucho que digáis que
sois unos egoístas que antepondrán su seguridad a la del otro, sé que no
será así.
Así que entonces alguien les había estado mirando mientras hacían el
amor. Jazz sintió náuseas. Pensó en los siervos que él llamaba
irónicamente empleados. Sabía que todos eran esclavos sometidos a ese
mismo proceso. Sabía lo que aguantaban por culpa de esa criatura, y
cómo permitía que sus invitados se excedieran con ellos, mordiendo,
hiriendo y cosas peores. Un moratón de Clive sería una cuestión nimia en
comparación con lo que sus invitados hacían con los desafortunados de
arriba. También sabía que lo mataría antes de que le volviese a poner la
mano encima. Miró a Nick a los ojos y vio el sufrimiento y el dolor que en
ellos anidaba. Temía que pronto estaría tan débil que no soportaría
ninguna de las macabras fechorías que podrían pasar por la mente de
Clive.
«Haz lo que sea necesario, mi amor.»
Por una vez, no iba a quejarse de que Nick entrase en mente.
«Esta vez morirá de verdad, Nick.»
«Jamás lo dudé.»
La confianza de Nick en ella era precisamente lo que necesitaba en
ese instante. Y también una forma de llamar su atención, por muy
dolorosa que fuese. Paseó la mirada por la estancia en busca de cualquier
cosa que sirviese para cogerlo desprevenido. Cuando reparó en el tapiz,
respiró hondo y cerró los ojos. Por fin encontró una diminuta chispa de
poder en su interior. La mimó como quien trata de vivir un rescoldo.
Cuando sintió que la chispa crecía, abrió los ojos y los clavó en el tapiz.
Era un riesgo que debía correr, costase lo que costase.
«Hazlo, Jazz.»
—Imágenes que veo. Imágenes que se esconden —gritó con toda la
fuerza de sus pulmones, a pesar de la sofocante presión que sentía en la

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

mente—. ¡Imágenes que nos revelan lo que hay más allá! ¡Revelaos
porque, maldita sea, así lo digo! —en ese instante, lanzó cada partícula de
poder hacia el pesado tapiz. La visión se le emborronó momentáneamente
mientras lo que fuese que anulaba a magia trataba de castigarla con
oleadas de dolor que mordían despiadadamente cada una de sus
terminaciones nerviosas. Pero luchó para repelerlo. Un enorme estallido
de aire helado invadió la cámara, helando a Jazz hasta los huesos antes de
alcanzar el tapiz. El denso tejido se agitó con violencia, como si no fuese
más que papel. Instantes después, el sonido del antiguo material
haciéndose pedazos resonó por toda la mazmorra. Unos gritos
provenientes del tapiz invadieron la sala, enviando más oleadas de aire
helado al tiempo que los espíritus huían de su prisión textil. Jazz no se
equivocaba. Allí también había almas cautivas.
Clive giró bruscamente.
—¡No! —gritó al ver el tapiz destruido, extendiendo los brazos como si
intentara evitar lo que ya no tenía remedio. Antes de poder dar un paso,
se quedó inmóvil. Un gorgoteo resonó en su garganta.
Jazz trató de centrarse en la ventana que iba del suelo al techo, y que
hasta hacía un momento había estado oculta detrás del tapiz. Al principio
pensó que la habían tapado con algún tipo de papel estampado. Pero sus
motivos se movían. Las sombras atrapadas en la propiedad miraban ahora
a través de la ventana, observando la inminente destrucción de otro de los
suyos.
—Flavius —susurró ella, viendo los familiares rasgos del sire de Nick
ante ella, confirmando que había estado allí y que nunca volvería a hablar
o a compartir un paseo con Nick—. ¡Míralos! —tiró de las argollas hasta
arrancarse la piel de las muñecas y sangrar. El dolor le devolvió al instante
presente—. ¡Eres una bestia que ha perdido toda su humanidad! —gritó
con fuerza suficiente para hacer el cristal añicos. Deseó que así hubiera
sido, porque las sombras habrían irrumpido y hubieran plantado cara al
que las encerró en un plano de sombras sin posibilidad de escape—. ¡Mira
de todo lo que te has ocultado todas estas décadas! Lo que ves es el
producto de tu creación. Criaturas que destruiste por un siniestro poder al
que ni siquiera puedes recurrir. ¡Se acabó, Clive, porque antes de que
termine aquí, ellos serán libres y tú no serás nada!
—¡Maldita zorra! —gritó Clive a su vez, cada vez más encogido por los
rostros que asomaban desde el exterior del denso cristal. Mudas bocas se
abrían y cerraban en sordos gritos de angustia mientras contemplaban a
su captor.
Jazz miró a Nick, reparando en el dolor de su expresión, e
inmediatamente supo que lo siguiente que ocurriese podría acabar con los
dos. La muerte no era su primera opción, pero si conseguía liberar a las
sombras y matar a Clive de paso, sabía que sus muertes merecerían la
pena.
La chispa de poder que había avivado tan diligentemente para
destruir el tapiz rugió hasta volverse un infierno. La agitación de Clive
causó un cambio en el poder que ocupaba la mazmorra que Jazz
enseguida notó. No perdió tiempo y se puso a buscar una fuente de poder
enterrada en las paredes, pero fue consciente de que su magia oscura

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

podría imponerse a la de ella y derrotarla. Era un riesgo que debería


correr. Había tenido suerte con el tapiz, pero la próxima vez tendría que
quitar todos los frenos.
«Hazlo, mi amor.» La reconfortante voz de Nick anidada en su mente
le otorgó la fuerza que necesitaba.
—¡Invoco a la diosa del Juicio! ¡Suplico que hagas con esta criatura de
las artes oscuras lo que se merece por retorcer el poder para su beneficio
personal sin respetar la existencia ajena! —dijo, tratando de absorber todo
el poder posible, por mucho que el dolor de su cabeza se incrementara
hasta el punto de temer que le explotara. Dio un profundo suspiro y supo
qué decir exactamente para maximizar el efecto—. No muestres piedad
por quien no ha tenido compasión hacia los hijos de la noche. No muestres
piedad por quien les roba el sustento de su existencia. Permite que las
víctimas que caminan entre los dos mundos lo juzguen como es debido.
Un temblor recorrió la cámara, haciendo que Clive trastabillara.
Alargó el brazo para agarrarse al borde del altar y no perder el equilibrio.
El aire se densificó con el poder, dificultando la respiración mientras las
antorchas titilaban vivamente bajo la oleada. Por un momento, Jazz temió
que se declarara un incendio del que no podrían escapar. Su pelo se agitó
en el aire y se arremolinó en torno a su cabeza con un estallido de magia
mientras su piel parecía vestirse de innumerables chispas multicolores. Su
anillo de feldespato brilló con un fuerte tono azul pálido que le quemó la
piel, pero ya había rebasado el umbral de sentir la quemadura o el dolor
que se aferraba a su cabeza. Era, más que nunca, una bruja determinada
a acabar con el malo.
Clive tenía los ojos abiertos como platos y sintió que el poder de Jazz
lo rodeaba con una inesperada vehemencia.
—¿Qué estás haciendo?
Podría haberlo hecho trizas sólo con la mirada.
—Arreglar las cosas —volvió a cerrar los ojos, respiró una profunda
bocanada del denso aire y atesoró el poder que la atravesaba—. ¡Pido que
no pueda volver a crear nada que camine entre dos mundos! —Jazz
aumentó la intensidad un grado más. Por un momento sintió que la cabeza
le iba a estallar, pero aguantó por los pelos—. Ruego que las cosas
vuelvan a su cauce de corrección —levantó la cara mostrando una amplia
sonrisa, convencida de que en ese momento sería capaz de hacer
cualquier cosa. De repente, tuvo muy claro lo que necesitaba.
Un trueno desgarró el cielo nocturno, como si el poder que había
invocado pudiese cortar en dos la misma atmósfera. Jazz no se sobresaltó
cuando un rayo chocó con el suelo de piedra, dejando una quemadura que
olía a azufre, y lo partió en dos. Lenguas de fuego surgieron de debajo de
las piedras.
—¡Pido que quien pueda terminar con esto venga a este sitio! ¡Que se
le garantice la oportunidad de afrontar a quien le hizo daño y que así
pueda enmendar las cosas!
El aire chirrió con el abrumador olor a electricidad mientras su poder
volvía a concentrarse a su alrededor.
—¡Maldita zorra! ¡No vas a arruinarme esto! ¡No, si te mato primero!
—rugió Clive, avanzando hacia ella con los brazos extendidos.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Jazz sabía que si no terminaba enseguida, la haría pedazos, y en su


ira no daría cuartel a Nick, por mucho que ansiara su sangre. A la vista de
su enfurecida expresión, reparó en que sacando todo el poder de la casa,
impediría que Clive lo empleara. Lanzó una rápida mirada a Nick.
Adivinando sus intenciones, el vampiro esbozó una cansada sonrisa.
—Permite que quien puede terminar lo que he empezado abandone
su lugar acotado y se una a mí. Porque así lo digo, ¡maldita sea! —sus
pulmones empezaron a arderle, pero no estaba dispuesta a guardar
silencio a esas alturas—. ¡Irma, puedes hacerlo! ¡Abandona tu refugio para
juzgar al que ha hecho mal a tantos! ¡Porque yo lo digo, maldita sea!

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Capítulo 19

—Olvídate de que te folle hasta la muerte y luego te deje a los


demás. ¡Te voy a matar ahora mismo! —Clive casi la alcanzó cuando toda
la sala se estremeció como si fuese presa de un descomunal terremoto.
Jazz perdió el equilibrio y cayó hacia delante. Lo único que la mantuvo
en pie fueron las argollas que aún apresaban sus muñecas. Clive se
desparramó en el suelo de forma poco digna. Se apoyó sobre manos y
rodillas, sus rasgos más distorsionados si cabe. La arrogancia de la que
había hecho gala hacía tan sólo un momento había desaparecido, y ahora
se parecía más a un animal aterrorizado que a un hombre consciente de
ser invencible.
El aire que los rodeaba refulgió y tembló hasta parecer que aplastaría
el lugar. Un grito femenino se vio súbitamente cortado cuando una mujer
irrumpió en la cámara desde la nada.
—¡Ha funcionado! ¡Jazz, cariño, lo conseguiste! Te dije que lo
conseguirías —chilló Irma mientras miraba a su alrededor. Estaba
desconcertada por el estado de Jazz y se tomó un segundo para mirar a
Nick—. Mi pobre niña, ¿qué padecimientos has tenido que sufrir mientras
estabas en este horrible sitio? —al darse la vuelta, se topó cara a cara con
Clive—. ¡Tú! —restalló, levantando el bolso como si fuera a golpearle con
él—. Tú eres el maldito bastardo que puso todo ese aceite asqueroso
sobre mi coche. ¡Me diste un susto de muerte! Bueno, ya sabes lo que
quiero decir —a medida que su furia se intensificaba, su imagen parpadeó
hasta parecer sólida—. Eres un hombre malvado y tienes que responder
por tus crímenes.
—No puedes estar aquí. ¡Es imposible! —se puso en pie como pudo y
empezó a retroceder al tiempo que ella avanzaba hacia él. Su rabia se
había visto sustituida por puro terror que provocaba temblores en sus
extremidades. Sus pálidos rasgos adquirieron un tono gris terroso—.
¡Ninguna sombra puede atravesar el umbral de la mansión! Yo mismo
coloqué las protecciones hace años. Muchas sombras intentaron
romperlas, pero no lo consiguieron.
—Fracasaron porque las sombras de las que te protegías eran
creación tuya. Ella no es tu sombra, capullo —espetó Jazz, omitiendo su
garganta rasgada y el intenso dolor de sus brazos y muñecas cuando
volvía a tirar de las cadenas—. No puedes controlarla. Nadie puede —a
medida que él perdía su poder, notaba que el suyo iba aumentando,
impulsado por el ansia de venganza. Sonrió al ver que Irma se detenía el
tiempo suficiente para pasear la mirada por la cámara. El asco se cruzó
por su expresión antes de que devolviera su atención a Clive, que se
arrastraba hacia atrás para mantenerse alejado de Irma—. Y te va a dar tu
merecido —concluyó Jazz con toda su maldad de bruja. Adoraba ver cómo
el malo recibía su merecido.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Irma vio las caras que se agolpaban en el cristal.


—¿Qué clase de maldad has estado practicando aquí, maldito hijo de
perra? Lo que me hiciste ese día ya era malo, pero esto… —hizo un gesto
hacia la ventana—, va más allá de todo lo descriptible —avanzó hacia él,
el bolso aún en alto para golpearlo.
Cuando Clive levantó los brazos obedeciendo a su instinto de
protección, Irma pasó a través de él. El horror que sus víctimas habían
experimentado a sus manos se volvía ahora en su contra. Un hilo de
sangre empezó a surcarle la frente, seguido de otro, a medida que su piel
se ennegrecía y resquebrajaba. Los hilos de sangre pronto empezaron a
manarle de la boca, la nariz y las orejas.
—A por él, Irma —susurró Jazz sacando fuerza de flaqueza—. ¡Pido
que las sombras sean liberadas para que ejerzan su propio juicio! —su voz
se quebró en la última palabra, pero fue suficiente. Primero se oyó el
sonido del cristal al romperse, seguido del de la caída de los cristales
sobre la puerta y el suelo. El frío aire nocturno se coló en la cámara, junto
a lo que Jazz supuso que eran miles de sombras. Sabía que habría gritado
como una cría si una de ellas la hubiese tocado, pero todas se centraron
en Reeves. Este cayó de rodillas, tapándose la cabeza mientras las
sombras se le echaban encima. Sus gritos de horror se extendieron por
toda la mazmorra.
Una vez esfumado el conjuro que le impedía usar la magia, Jazz logró
deshacerse de las argollas y caer de rodillas. Se levantó, corrió como pudo
hacia el altar y quitó suavemente la aguja del brazo de Nick. Puso una
mueca al ver la sangre derramarse por su muñeca. Afortunadamente, la
herida se cerró sola ante sus ojos.
Volvió su atención a las cadenas. Tiró de los densos eslabones y luego
buscó la cerradura. Juró entre dientes al no encontrarla.
—Libera a quien no merece el cautiverio. Porque así lo digo, ¡maldita
sea! —ordenó, agarrando uno de los eslabones.
—Me alegro de que no hayas perdido tu toque —susurró Nick con una
débil sonrisa—. Al destruir a Clive, la mansión caerá también, ya que la
magia era lo que la mantenía. Tienes que salir de aquí ahora mismo.
—Si crees que he hecho todo esto para abandonarte, vas listo,
colega. No me voy sin ti —la determinación le dio la fuerza necesaria para
fulminar los eslabones. Jazz cayó sobre la piedra y se dolió de los cortes de
las manos.
—Sobreviviré al derrumbe de la casa; tú no —le recordó.
—Hemos sobrevivido a la peste negra, al Titanic, a Pearl Harbor, por
sólo mencionar algunos. Por no hablar de la época disco. Nos vamos de
aquí juntos —se frotó las palmas ensangrentadas en los muslos desnudos
y empujó las cadenas a un lado hasta que Nick pudo deslizarse fácilmente
por debajo de ellas. Se tambaleó un poco al levantarse.
—Diría que está muerto del todo. He oído que su corazón dejaba de
latir —dijo Nick, aceptando el hombro que le ofrecía Jazz.
Como en una película animada, el pelo agrisado de Reeves empezó a
crecer, volviéndose de un blanco amarillento, al tiempo que su piel
ennegrecida y resquebrajada acababa de desprenderse del cráneo,
dejando tras de sí el desnudo hueso blanco. Lo mismo le ocurrió en brazos

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

y piernas. En apenas un instante, la túnica se aplanó hasta no cubrir más


que el suelo y unos polvos gris pálido. Justo cuando su cuerpo se reducía a
lo que debía ser, el material de tortura que había en la cámara fue
desintegrándose lentamente, el hierro ahora oxidado por el tiempo y la
sangre. Todos los susurros que ella había escuchado al entrar en la
propiedad quedaron en silencio.
—Lo han juzgado y han sido liberados de su última atadura al mundo
—miró más allá de Nick, a las manchas de quemaduras y el agujero en el
suelo—. Ay, la Madre Naturaleza se va a cabrear conmigo por esto —hizo
aspavientos cada vez que los pies desnudos tocaban los cristales rotos del
suelo.
—¡Lo he conseguido Jazz! —dijo una sonriente Irma, de repente
aparecida ante ellos—. He abandonado el coche —giró sobre sí misma.
—Sí, lo conseguiste —le devolvió la sonrisa.
Irma contempló lo que quedaba del cuerpo de Clive y su sonrisa
desapareció.
—Fue por una buena razón —se volvió hacia Jazz—. Gracias —de
repente pareció desconcertada y desapareció en un abrir y cerrar de ojos.
—Y ya es historia —dijo Jazz, sintiendo que una lágrima se le
escapaba de un ojo—. Probablemente de una vez por todas —sintió que el
suelo temblaba bajo sus pies. Se esforzó por mantenerlo firmemente
agarrado—. Tienes razón, tenemos que irnos de aquí.
Nick se apoyó en ella con todo su peso.
—Mientras ponemos tierra de por medio, como suele decirse, quizá
nos vendría bien encontrar algo de ropa. Por mucho que me guste verte
desnuda, las autoridades no lo comprenderán y pronto estarán aquí. La
explosión de una casa no pasa fácilmente desapercibida.
—¿Eso es todo lo que quieres? Pan comido —Jazz pasó una mano por
encima de ambos. Las prendas que habían llevado antes aparecieron de
nuevo sobre sus cuerpos—. No queremos llamar la atención más de lo
debido en caso de que alguno de los matones de Reeves siga por ahí —se
dirigió hacia las escaleras, pero Nick tiró de ella para detenerla.
Se volvieron hacia los restos de Clive. La sombría forma que había
sido Flavius seguía allí. Sonrió y saludó con la mano derecha.
Nick repitió el gesto. Un instante después, Flavius desapareció.
—Vamos —susurró Jazz, manteniendo su brazo alrededor de Nick para
ayudarle a subir las escaleras. Entre los dos, fueron capaces de levantar la
pesada barra de madera que atrancaba la puerta y abrirla.
La planta principal estaba inmersa en el caos. Aquellos a los que Clive
había esclavizado corrían por todas partes en busca de la primera salida
que pudieran encontrar, mientras que los vampiros, inconscientes de que
podían haber sido las siguientes víctimas de Clive en su ansia de poder
oscuro, también estaban huyendo. Había cuerpos tirados en cada
habitación por la que pasaron. Las llamas lamían las paredes, convirtiendo
las cortinas de seda en antorchas.
—Si necesitas sangre, podemos encontrar a alguien —susurró Jazz,
consciente de su debilidad.
Nick meneó la cabeza.
—No, no los usaré como lo hizo él.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Jazz sopesó su debilidad e invocó una maldición que trajo una leve
capa de humo mágico al aire. Lo apoyó contra una pared y se metió en
una habitación. Salió de ella con un cuenco en las manos.
—Bébetelo. Diría que es sangre pura, pero el experto eres tú —se lo
paseó bajo la nariz.
Los colmillos de Nick se extendieron, azuzados por el rico aroma
cobrizo. Aferró el cuenco con ambas manos y se lo tomó de un trago.
Apenas había terminado cuando ella se lo quitó de las manos y le dio otro.
Apuró el segundo y giró la cabeza.
—La policía.
Jazz puso una mueca al oír las sirenas, que no parecían estar ya muy
lejos.
—No son mis personas favoritas, por mucho que te adoren. Debí
imaginar que no tardarían en venir. Cuanto más caro es el vecindario, más
rápida es la respuesta.
—Puede que si de vez en cuando fueses más agradable con ellos no
te causarían tantos problemas —sonrió el vampiro.
—Venga. Con suerte, podremos salir de aquí a tiempo —casi perdió el
equilibrio cuando la casa volvió a temblar.
Cuando cruzaron el umbral, la casa empezó a derrumbarse sobre sí
misma. El suelo se estremeció con tanta virulencia que ambos acabaron
cayendo.
Esta vez, fue Nick quien agarró a Jazz y tiró de ella para protegerla de
la lluvia de cascotes y llamas, que incendiaron los árboles cercanos. Nick
se sobresaltó.
—Salva a los árboles —dijo Jazz automáticamente, demasiado
cansada como para elaborar otro conjuro mejor. El fuego se extinguió de
inmediato. Se encogió ligeramente de hombros—. Habida cuenta de todo,
es lo mejor que podía hacer. ¿Lo sientes, Nick? —miró a la casa destruida.
El único vehículo que quedaba era la limusina aparcada no demasiado
lejos. A juzgar por las abolladuras de los lados, algunos de los invitados
que huían de la catástrofe no tuvieron cuidado. Ninguno de ellos se
sorprendió de que todos los vampiros de la propiedad la abandonaran
inmediatamente. Después de todo, el fuego era su mayor enemigo. Jazz
miró alrededor, feliz por no ver más sombras de expresiones tristes
merodeando por la zona.
—Se han ido de verdad. Han podido cruzar y liberarse. Lo hemos
conseguido.
Nick parecía triste mientras observaba la extensión de la propiedad,
la mansión de dos plantas ahora reducida a una inmensa hoguera. Hasta
la piscina se había colapsado.
—No merecían esta muerte —murmuró—. A Flavius se le ha negado la
muerte de un guerrero, que se ganó hace tanto tiempo.
Jazz lo rodeó con los brazos.
—Pero es libre, Nick —le susurró al hombro. Su sonrisa y sus lágrimas
estaban iluminadas bajo la luz de la luna—. Son libres —repitió,
estirándose hacia arriba y besándole en la mejilla. Volvió la cabeza cuando
su brazo se puso tenso—. Ay, ay —dijo, viendo el coche de incógnito del
sheriff aproximándose por el camino, detrás de los camiones de bomberos

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

—. Eh, Nick, si alguna vez ha habido un buen momento para que te hagas
pasar por un poli malo capaz de lidiar con esos tipos es ahora.
El coche se detuvo cerca y de él salió un hombre con un traje
arrugado. Jazz se aseguró de que sus propias ropas pareciesen arrugadas
y raídas y sus caras manchadas de hollín. El hombre suspiró en cuanto los
vio.
—¿Cómo es que no me sorprende encontrarte aquí? —dijo el
detective Larkin, aflojándose la corbata, mirando hacia la casa destruida y
luego de vuelta a Jazz y a Nick. Apuntó con dedo acusador a la bruja—. Y
no me comas la cabeza con tus rollos, ¿me oyes?
Jazz se guardó el gruñido.
—No planeé nada, se lo juro. No tengo nada que ver con esto,
detective Larkin —dijo ella, diciendo la verdad por una vez. En el sentido
más estricto del término, no tuvo nada que ver con el incendio, sino con lo
que había pasado antes.
—¿Y habéis decidido quedaros por aquí como dos buenos ciudadanos
para prestar declaración, no es así? —dijo, volviéndose a Nick,
considerándolo claramente la voz de la razón—. ¿Alguno necesita que lo
atiendan?
—Sólo hemos sufrido cortes y magulladuras durante la estampida en
la casa. Estábamos en la fiesta y lo siguiente que supimos es que alguien
gritaba que se había producido un incendio —explicó Nick—. La gente
empezó a correr hacia las puertas y no pudimos evitar ser arrastrados por
la marea. Jazz y yo nos separamos, y para cuando logré volver a
encontrarla, todo el mundo había desaparecido —se frotó la cabeza como
si le doliera—. Mire, detective, sé que necesita nuestra declaración, pero
¿podría esperar a mañana? Ha sido una dura noche.
Larkin miró a ambos con gesto severo.
—Hemos terminado por ahora —dijo, y se dirigió hacia el jefe de
bomberos encargado de la operación.
—Dudo que nos crea —murmuró Jazz.
—Oh, a mí sí que me cree —sonrió Nick—. Es en ti en quien no confía
—miró hacia arriba cuando resonó un trueno en el cielo—. Ahora mismo no
es la mejor idea —y el trueno se silenció.
Larkin regresó donde estaban.
—No sabrán qué ha pasado hasta que puedan analizar los escombros,
pero creen que puede haberse debido a un cortocircuito —les dijo—. La
casa es bastante vieja y a saber cuándo fue la última vez que revisaron la
instalación. Necesitamos las declaraciones de los dos, así que os espero
en la comisaría a las nueve.
Nick apretó el brazo de Jazz para que no dijese nada.
—Allí estaremos, detective —dijo, y se la llevó a la limusina.
—¿Qué le vas a decir al detective Larkin cuando no te presentes por
la mañana? —preguntó Jazz—. El canal meteorológico ha dicho que
mañana será un día muy soleado.
—Ha dicho a las nueve. No ha especificado si de la mañana o de la
noche.
Antes de que Jazz rodeara el capó para subirse al asiento del
conductor, echó una última mirada a la destrucción y levantó la cara hacia

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

el cielo, justo cuando una gota de lluvia se le estrelló encima. En


segundos, la leve lluvia se convirtió en un torrente. Se quedó allí de pie un
instante, disfrutando del poder purificador del agua fría sobre su piel. El
fuego acabó extinguiéndose bajo la lluvia.
—Gracias, Madre Naturaleza —susurró antes de subir al coche.
Se volvió hacia Nick, que estaba encogido en los confines más
sombríos del vehículo.
—Lo has conseguido, Jazz —le dijo el vampiro con suavidad—.
Hurgaste en lo más hondo de tu poder y sacaste a quien podía destruir a
Clive Reeves.
—Sí, ¿verdad? —sonrió, orgullosa del logro de haber derrotado a su
enemigo. Lanzó un agotado suspiro y posó la cabeza sobre el cabecero del
asiento, la cara vuelta hacia él.
—Buen trabajo, cariño —dijo él, estirando la mano y acariciándole la
cara, antes de cubrirle la boca con la suya.
Jazz deslizó su lengua en el interior, enroscándola con la de él
mientras tiraba de las solapas de su traje. Estuvo tentada de anular el
conjuro, pero la idea de quitarle poco a poco la ropa le sedujo más. Nick le
bajó el escote hasta desnudarle un pecho. Un mudo gemido salió de sus
labios cuando él pasó delicadamente sobre las magulladuras de su piel.
—Eso se recupera con una de las cataplasmas de Lilibet —susurró
ella.
Pero Nick tenía otra idea. Recorrió la maltrecha piel con los labios y
alivió su dolor.
—Quise arrancarle la garganta cuando le vi hacer eso —murmuró
contra su piel—, hacerle pedazos cuando te golpeó.
—Yo también quise arrancarle la garganta cuando empezó a quitarte
la sangre —dijo ella, acunando la cabeza de Nick sobre su pecho y
acariciándole el pelo. Pero necesitaba más, y elevó su cara hasta la suya.
Con tanta adrenalina corriendo por sus venas, los besos se habían
quedado cortos.
—Si no salimos pronto de aquí, llamaremos la atención del detective
Larkin —murmuró Nick, repasando la forma de su oreja con la lengua—.
No sé tú, pero no me atrae nada la idea de pasar el resto de la noche en la
cárcel por escándalo público.
Jazz asintió.
—Lo mismo digo —y encendió el motor.
Nick miró por encima del hombro a la parte de atrás de la limusina,
notando un leve rastro de mal olor.
—¿Qué crees que habrá sido de Sombra fétida?
—Quién sabe. Pero pienso buscar la forma de asegurarme de que no
vuelva a traicionarme nunca —aseguró mientras se incorporaba a la
autopista.
—¿Está Krebs en casa? —¡preguntó Nick, acariciándole el muslo.
—Sí.
—¿Vamos a mi casa?
Jazz sonrió y pisó el acelerador. Con un poco de ayuda mágica, fue
fácil saltarse literalmente los semáforos en rojo y llegar al paseo en un
tiempo récord. Dejó el coche en el aparcamiento y rodeó el edificio

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

siguiendo a Nick para tomar las escaleras que bajaban hasta su refugio.
Él no se molestó en encender las luces, y ella permaneció pegada a
sus talones.
Cuando sus ojos se ajustaron a la oscuridad, reparó en el buen gusto
del diseño del apartamento. Pero lo que saltaba a la vista era la gran
cama. Nada de ataúdes.
—¿Cómo…? —lo demás fue ininteligible cuando Nick se le echó
encima y le dio un intenso beso. Ella se encaramó a él, rodeándole las
caderas con las piernas. Se rió mientras sus labios se frotaban contra su
erección—. Pude anular el conjuro ilusorio antes, pero era más divertido
esperar —dijo ella, elevándose para luego anidarse sobre el pene.
Nick se abrió más de piernas y apretó las palmas sobre sus caderas,
dejándole la iniciativa.
El aliento de Jazz se entrecortó en el pecho cuando vio las sombras
que cruzaban la cara del vampiro.
—No quiero hacerte daño —susurró—. Has perdido mucha sangre en
ese sitio.
Nick enroscó sus labios en su boca y entró más a fondo.
—¿Acaso parezco débil ahora?
Jazz echó la cabeza hacia atrás y rompió a reír.
—¡Hemos sobrevivido!
—Así es —dijo antes de volver a conquistar su boca.

Después de una ducha, donde continuaron lo que habían empezado


nada más llegar al apartamento, Jazz estaba lista para caer redonda en la
cama. Sentía el cuerpo de Nick siguiendo la curva de su espalda. Apenas
había cerrado los ojos cuando una vertiginosa sensación se adueñó de
ella. Abrió los ojos de repente y se encontró con la túnica lila puesta, de
pie en una familiar sala de paredes de piedra. Varias mujeres de edades y
túnicas variables en el color estaban sentadas tras una mesa de piedra.
Pero fue una, con una túnica verde esmeralda, quien llamó su atención.
Jazz se llenó de una mezcla de esperanza e incertidumbre. Parte de
ella deseaba echarles en cara que había triunfado aun sin su ayuda. Pero
pensó que no era el mejor momento para jactarse. ¿Acaso su presencia allí
significaba que le habían levantado el destierro? Y, si era el caso, ¿qué iba
a ser de ella? Sabía que no podía volver a la vida para la que la habían
entrenado. Habían pasado demasiadas cosas durante los últimos siete
siglos. Ya no era la joven bruja de entonces.
—Tengo entendido que el Protectorado está muy contento con tus
gestas, joven Griet —dijo Eurídice—. Has enmendado muchos males esta
noche.
—Sé que el Protectorado sólo se alegra de que los suyos ya no corran
peligro por culpa de Clive Reeves —repuso Jazz, sin perder la cautela.
Visto que el Alto Consejo Arcano no parecía alegrarse y que ni siquiera la
habían invitado a sentarse, Jazz pensó que salvar a los vampiros le había
metido en problemas… otra vez. Decidió poner a prueba su teoría—.
Espero que también os alegréis de que Clive Reeves haya recibido el
castigo que se merecía.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

La leve sonrisa de la bruja mayor no le proporcionó ningún alivio.


—He dicho que el Protectorado está contento, no que nosotras lo
estemos.
—¿Disculpa?
—¿Creías que te íbamos a levantar el destierro sólo porque dices
haber destruido a Clive Reeves? —inquirió Eurídice.
—Eh, pues sí —pero matizó—: Sé que se ha destruido una vida, pero
no merecía seguir existiendo, teniendo en cuenta lo que ha estado
haciendo durante tantos años. Al quitarle la vida, muchas otras han podido
deshacerse de sus vínculos terrenales. No ha muerto ningún inocente. Es
más, si nos queremos poner técnicas, ya lo maté hace setenta años,
aunque hubiese encontrado la forma de transferirse a otro cuerpo en el
momento de su muerte. Sólo he corregido un error.
—No te hagas la listilla con nosotras —espetó Kabira, la poderosa,
que estaba sentada a la izquierda de Eurídice—. Eres una bruja arrogante
que aún no sabe qué lugar ocupa. ¿De verdad esperabas que
levantáramos tu destierro y te diésemos la bienvenida entre nosotras sólo
por haber enmendado ese desastre? —su sonrisa era tan dura y remilgada
como la del Bibliotecario—. Además, ¿qué pruebas tienes de tu éxito? La
casa no es más que un recuerdo, la propiedad carece de prueba alguna de
lo que allí ocurrió. Por no decir que la Madre Naturaleza no estaba nada
contenta cuando invocaste el relámpago. Tiene previsto tratar ese tema
contigo más adelante.
—Por lo que decís, no parece que el Protectorado tenga problemas
para creerlo —argumentó Jazz, obviando en este punto lo que le había
pasado—. Las sombras lo mataron y se liberaron. La casa se derrumbó a
falta de la magia de Reeves y pienso volver allí para limpiar cualquier
rastro de su poder. ¡Está hecho!
Eurídice miró a cada una de sus compañeras, asintiendo varias veces,
como si estuviesen manteniendo una conversación puramente mental.
Volvió a mirar a Jazz.
—Si te mantienes alejada de los problemas —dijo, con un tinte de
duda al respecto—, revisaremos tu situación dentro de un siglo.
Jazz se quedó boquiabierta.
—¿Un siglo? Un momento… —pero no tuvo tiempo de completar la
frase. Estaba de vuelta en la cama con Nick.
Se giró con la intención de despertarlo, pero se dio cuenta de que no
serviría de nada.
Ya había amanecido, y después de su tumultuosa noche, aparte de la
pérdida de sangre, sabía que Nick necesitaría descanso para recuperar
todas sus fuerzas. Por el momento, estaba conmovedor.
Salió de la cama. Mientras contemplaba su quieta figura, buscó ropa
por la habitación y dio con una camiseta y unos pantalones cortos que
esperaba que no se le cayesen antes de llegar a casa.
La convocatoria al Alto Consejo Arcano no le había dejado de muy
buen humor. Además, tenía daños colaterales, a saber, la limusina, que
resolver. Estaba segura de que Dweezil se irritaría profundamente al verla.
Pero eso no sería nada cuando averiguara que había perdido a Sombra
fétida de su cartera de clientes. Fuese como fuese, Jazz juró que

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

encontraría a esa pútrida criatura y le haría pagar por lo que hizo.


Incluida Irma.

Krebs salía de la cocina con una taza de café cuando Jazz se coló en
la casa por la puerta trasera tras un rápido viaje para cambiar la limusina
por su Thunderbird. Irma ya no estaba dentro.
—Vaya, ese estilo no encaja nada contigo.
—No estoy para bromas —dijo, quitándole la taza de las manos y
bebiéndose el contenido—. Gracias —acunó la taza en su pecho y se
dirigió hacia las escaleras.
—¿Hay alguna probabilidad de que me cuentes lo que ha pasado? —
oyó decir a Krebs a sus espaldas.
—No —repuso ella, subiendo las escaleras.
—¿Tiene algo que ver con el incendio de la mansión de un famoso
actor de películas de terror?
Jazz se detuvo en el quinto peldaño.
—Los únicos fuegos que me gustan son los de la estufa o la
chimenea.
Terminó de subir y se tomó una larga ducha caliente, antes de
ponerse su propia ropa. Cogió la camiseta y se llevó el suave tejido a la
nariz. Imaginó que olía el aroma de Nick a pesar de que la prenda estaba
limpia. La dobló cuidadosamente y la dejó sobre la cama.
Mientras bajaba de nuevo las escaleras, oyó a Billy Joel cantando
melodiosamente desde el piso inferior.
—Vaya, ¿quién ha llamado su atención ahora? —murmuró, bailando el
resto del camino hasta la cocina, donde rellenó su taza de café antes de
salir. Nada más hacerlo, escuchó una dura percusión proveniente del
interior del garaje. Estaba sonando We Will Rock You, de Queen,
acompañado de una voz absolutamente desafinada.
—¿Irma está viva…, eh, por aquí? —se dijo, curiosa, y aceleró el paso.
Cuando accedió al garaje, se encontró a Irma de pie junto al asiento
del copiloto moviendo los labios como ninguna mujer de su edad haría.
—Esto sí que es duro de ver —contempló Jazz con horrorizada
fascinación.
Cuando la fantasma se dio la vuelta, Irma abrió mucho los ojos y
esbozó una amplia sonrisa.
—¡Lo conseguimos, Jazz! ¡Has conseguido que deje el coche! —gritó.
Los gritos y los meneos de la cadera no combinaban muy bien en
Irma. Pero Jazz no tenía por qué aguarle la fiesta.
—Lo hiciste muy bien, Irma —dijo, devolviendo la sonrisa y brindando
con su taza de café—. Eres la única que podía hacerlo.
—Sigo sin comprender cómo fue posible —dijo la fantasma.
—Es sencillo. Clive temía a los espectros que merodeaban por sus
terrenos porque era consciente de cuánto lo odiaban. Estaban condenados
a permanecer atados allí hasta su muerte, pero se aseguró de que no
pudiesen cruzar el umbral de su mansión para matarlo. Fuiste lo que
menos se esperaba, y fue perfecto.
Irma imitó a Jazz en su sonrisa.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

—Entonces me alegro de haber sido de ayuda. ¿Nicky está bien? —


preguntó, flotando de vuelta a su habitual posición en el asiento—. Anoche
tenía bastante mal aspecto, aunque he de admitir que siempre está
guapo.
—Se ha recuperado —dijo Jazz, recordando lo bien que se había
recuperado—. Y un buen día de descanso rematará la jugada —se dirigió
hacia la silla en la que se había sentado Nick la noche en la que los tres
vieron la película—. No lo habríamos conseguido sin ti —sabía que se
estaba arriesgando admitiendo eso a la fantasma, pero Irma se merecía
los halagos.
Irma sonrió.
—Y también he podido salir del coche. Esos fantasmas lo mataron,
¿verdad?
—Sí —dijo Jazz dulcemente. Por todo lo que ella estaba familiarizada
con la muerte, tenía la sensación de que no era el caso de Irma, aun
estando muerta, y mucho menos con una muerte violenta—. Se lo
merecía, Irma. Tomó lo que quedaba de sus existencias y lo hubiese
seguido haciendo si no lo hubiésemos detenido.
—Oh, no me siento culpable por ello —dijo Irma—. Es sólo que me
hubiese gustado no volver aquí. Creo que estaba lista para seguir mi
camino —puso una mueca mientras golpeaba el salpicadero con la mano
enguantada—. Así que supongo que será mejor que te pongas a trabajar
en un conjuro que me saque de aquí permanentemente.
Jazz flirteó con la idea de no decírselo, pero si Irma encontraba su
propio camino, el precio sería muy alto.
—Bueno, te has liberado del coche. Ahora puedes ir adonde quieras.
La expresión de la cara de Irma era todo un momento Kodak.
—¿A cualquier sitio?
Jazz asintió.
—No me estás tomando el pelo como de costumbre, ¿verdad?
—No, Irma, no te tomo el pelo. Puedes dar tranquilos paseos, correr
como loca hasta Nebraska o lo que te dé la gana.
Irma arrugó el gesto, pensativa, y tomó una decisión.
—Bueno, como todos los que conozco están muertos, o casi, supongo
que me quedaré por aquí —dijo, paseando la mirada por el garaje—. Pero
¿podemos pintar el interior de un bonito rosa, o quizá un verde pálido? ¿Y
qué me dices de unas cortinas? Una dama necesita privacidad. Y un
calefactor portátil no me vendrá nada mal. O quizá podríamos hacer un
pequeño apartamento en la parte de arriba. Siempre has dicho que ahí
arriba no hay más que trastos. No sería la morada perfecta, pero sí mejor
que lo que he tenido en los últimos cincuenta años —insistió.
Jazz se dio la vuelta, murmurando que algunas personas nunca están
contentas con lo que tienen, cuando sintió que su pie cedía en el suelo.
Miró hacia abajo y vio que había metido la zapatilla en una enorme masa
ectoplásmica.
—¿Qué demonios…? —empezó a decir.
Irma se quedó paralizada.
—Oh.
—¿Cómo que «oh»? —dijo Jazz, girándose. Un ligero llanto llamó su

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

atención hasta un rincón oscuro del garaje—. No, no, no, no, no, no.
Vio con horror que parte de la sombra se desprendía de la pared y
avanzaba hacia la luz. Su tamaño era el de un caballo pequeño.
Por primera vez, Irma parecía insegura mientras avanzaba hacia el
mastín fantasma, y le posaba la mano en la cabeza.
—Me siguió hasta casa mientras volvía de la mansión —dijo con un
hilo de voz—. Puedo quedármelo, ¿verdad?
Jazz se quedó mirando a la enorme y babeante criatura que le ofreció
una asimétrica sonrisa perruna, llena de hiladas de babas ectoplásmicas.
—Maldita sea, debí haberte conseguido ese maldito canario —suspiró.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Epílogo

Jazz no necesitó mirar la pantalla del móvil para saber que la llamada
era de Nick. Había anochecido hacía medio minuto.
—Vamos, Nick, hemos salvado la raza vampírica, ¿qué pasa ahora?
¿Hay que salvar el mundo? —preguntó en cuanto cogió la llamada—. Esta
vez hasta me ha salido fácil. Sólo he tenido que verme con el sheriff en
dos ocasiones sin necesidad de comprobar cómo son por dentro las celdas
del condado. Aunque el detective Larkin ya me ha llamado tres veces en lo
que va de día, así que creo que tendremos que ir a verle y declarar para
que se quede tranquilo.
—Creo que salvar el mundo podrá esperar un par de días. Lo mismo
digo del detective Larkin —rió—. No, se me había ocurrido otra cosa.
—¿En serio? —se le ocurrió repetir la noche, pero sin Clive Reeves,
fuegos ni mazmorra. Aunque un Nick desnudo extendido sobre un altar no
era mala idea. Puede que con algunos pañuelos de seda en vez de
cadenas, calefacción central en vez de aire frío y un cálido masaje con
aceites. Sí, a eso sí que se apuntaría. Estaba tan perdida en sus
pensamientos lascivos que casi no oyó las siguientes palabras.
—Jazz Tremaine, ¿me harías el honor de cenar conmigo esta noche?
Se le descolgó la mandíbula literalmente.
—¿Eh?
Su risa le resultó cálida al otro lado de la línea.
—Tienes que hacer algo seriamente con tus habilidades de
comunicación. Sí, cenar. Te recogeré en tu casa, te llevaré a un bonito
restaurante y no quiero oír nada sobre que no puedo comer nada sólido y
tú sí. Luego podríamos ir a escuchar un poco de música o a bailar.
Jazz tragó saliva.
—Eso, eh, eso suena a cita —aventuró, aguardando para asegurarse
de que no se había inventado sus palabras.
—Supongo que eso es. ¿Y sabes qué es lo que nunca hemos hecho
desde que nos conocemos? Me gustaría tener una cita contigo, Jazz.
Las brujas y los vampiros no salían juntos. Y especialmente ella y Nick
no tenían citas. Se peleaban, hacían el amor y luego volvían a pelearse.
Ella solía amenazar con decapitarlo o clavarle una estaca. Él solía llamarla
loca y juraba que se iría al otro lado del mundo para no volver a verla. Y
luego se separaban durante diez o veinte años.
Pero la idea de tener una cita juntos era muy atractiva. Ponerse algo
sexy, ir en plan muy femenino y pasar una romántica noche con Nick lo
era, desde luego.
Jazz había recuperado su vida. Tal como predijo, Dweezil se puso
como un basilisco por lo de la limusina, pero ella le recordó que el seguro
cubriría las reparaciones. Siguió recibiendo llamadas en su contestador
solicitando sus habilidades como eliminadora de maldiciones. No tendría

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

que volver a vérselas con el Consejo Arcano en cien años, siempre que se
mantuviese alejada de los problemas. Si es que eso era posible.
Y Nick quería llevarla a una cita, como dos personas normales. Con la
salvedad de que él era una criatura de la noche que vivía a base de dietas
líquidas y ella podía convertir a la gente en ranas, y no había besos en el
mundo que pudiera convertirlos en príncipes.
Pero por una noche podían fingir que eran…, bueno, gente de verdad.
—Me encantaría ir a cenar contigo esta noche, Nick Gregory —dijo
formalmente. Y, cuando su auténtica naturaleza irrumpió en ella, sonrió
maliciosamente—. Pero puede que quieras saber una cosa.
—¿El qué?
—No suelo acostarme con nadie en la primera cita.

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Agradecimientos
El camino de crear y finalizar esta obra ha sido toda una divertida
aventura. Y no lo habría conseguido sin la ayuda y el apoyo de algunas
personas fantásticas.
Mi marido, Bob, que comprende que «oigo» voces en mi mente. Mi
madre, Thelma Randall, que siempre me dijo que lo conseguiría.
Mi agente, Laurie McLean, de la agencia literaria Larsen/Pomada, alias
Batgirl, que ha ido mucho más allá de su deber. Quise escribir fuera de
mis coordenadas de comodidad. Ella no sólo se aseguró de que lo hiciera,
sino que demoliera por completo esas coordenadas. Gracias, Batgirl, te
adoro por ello.
Mi editora, Deb Werksman, que leyó a Jazz y la adoró tanto como yo.
Si alguna vez encuentro un par de pantuflas de conejo como Fluff y Puff,
¡son tuyas!
Gracias a mis lectores de prueba, increíbles autores por derecho
propio, Elaine Charton, Lisa Croll Di Dio (que me regaló la genial línea del
agua bendita), Lynda K. Scott, Lynne Michaels y Terese Daly Ramin, que
muchas veces evitó que perdiera el rumbo.
Para Lisa de nuevo y Yasmine Galenorn, por asegurarse de que mi
cosas de brujas fuesen correctas. Y para Yasmine, que me echaba la
bronca por correo electrónico: «¡Quita el dedo de la tecla de borrado!».
Las brujitas, Yasmine Galenorn, Terese Daly Ramin, Lisa Croll Di Dio,
Madelyn Alt, Candance Havens, Kate Austin y Annette Blair. Vuestro apoyo
es muy bien recibido.
Jazz, Nick, Irma, Fluff y Puff, y a todos vosotros desde el fondo de
nuestros corazones, latan o no.

***

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

RESEÑA BIBLIOGRÁFICA

LINDA WISDOM
Linda Wisdom nació y se crió en Huntington Beach, California. Su
carrera como escritora se inició cuando vendió sus dos primeras novelas a
Silouhette Romance en 1979. Desde entonces ha vendido más de setenta
novelas y un relato corto a cuatro editoriales diferentes. Sus obras han
aparecido en varias listas de ventas de novela romántica y han sido
nominadas en diversas ocasiones a los premios Romantic Times, así como
al Romance Writers of America Rita Award.

HECHIZO DE AMOR
Jazz es una bruja que siempre anda metiéndose en líos. Nick es un atractivo vampiro
tras la pista de un asesino en serie.
La apasionada relación entre Jazz y Nick, plagada de continuas rupturas, dura ya más de
300 años. Hace algún tiempo que lo dejaron por última vez, pero ahora Nick necesita de la
ayuda de Jazz para desenmascarar a un maniaco con poderes sobrenaturales que está haciendo
desaparecer a los vampiros. Tendrán que dar caza al asesino al tiempo que se sienten cada vez
más atraídos y descubren sus verdaderos sentimientos.

JAZZ TREMAINE
1. 50 Ways to Hex Your Lover (2008) - Hechizo de amor (2010)
2. Hex Appeal (2008)
3. Wicked by Any Other Name (2009)
4. Hex in High Heels (2009)
5. The Best Hex Ever (2010)

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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR

Título original: 50 Ways to Hex Your Lover


© 2008, Linda Wisdom
© Traducción: 2010, Omar El Kashef Calabor
© De esta edición:
2010, Santillana Ediciones Generales, S.L.

ISBN: 978-84-663-1712-2
Depósito legal: B-20.762-2010
Impreso en España - Printed in Spain

Cubierta: © Getty Images


Diseño de colección: María Pérez-Aguilera

Primera edición: junio 2010


Impreso por Litografía Rosés, S.A.

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