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HECHIZO DE AMOR
ÍNDICE
Prólogo..............................................................3
Capítulo 1..........................................................5
Capítulo 2........................................................17
Capítulo 3........................................................27
Capítulo 4........................................................37
Capítulo 5........................................................52
Capítulo 6........................................................64
Capítulo 7........................................................72
Capítulo 8........................................................77
Capítulo 9........................................................84
Capítulo 10......................................................94
Capítulo 11....................................................103
Capítulo 12....................................................111
Capítulo 13....................................................126
Capítulo 14....................................................134
Capítulo 15....................................................143
Capítulo 16....................................................154
Capítulo 17....................................................166
Capítulo 18....................................................175
Capítulo 19....................................................183
Epílogo..........................................................194
Agradecimientos...............................................196
RESEÑA BIBLIOGRÁFICA....................................197
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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR
Prólogo
Alderley Edge,
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Capítulo 1
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viviente.
—Qué cuadro más barato —se burló Doreen—. Lo compraste en una
de esas rebajas que celebran los artistas que se mueren de hambre, ¿no?
—¿Qué cono estás haciendo? —gritó Martin a Jazz, apuntando con el
dedo a la chimenea—. ¡Es un Picasso!
—Te advertí de lo que pasaría si me la jugabas, Martin —Jazz se
encogió de hombros—. Te dije que la maldición volvería diez veces peor.
—Vale, tú ganas —Martin sacó un pañuelo y se secó la frente de
sudor—. Te extenderé otro cheque. Lo que sea con tal de deshacerme de
una vieja zorra miserable.
—Eh, eh, eh, nada de tacos, y nada de cheques. Ahora lo quiero en
metálico —Jazz extendió la mano—. Cinco mil dólares, por favor.
—¿Cinco de los grandes? —aulló Martin—. Acordamos quinientos.
Jazz sonrió.
—Eso fue antes de que intentases timarme, Martin.
—No tengo tanto dinero en casa.
—Sí que lo tienes. Tienes veinticinco de los grandes en la caja fuerte
de tu despacho —dijo Jazz—. La caja de la que tu mujer no sabe nada.
¿Quieres que la abra por ti? Puedo hacerlo desde aquí, ya lo sabes.
—No —gritó Martin, girando sobre sus talones y enfilando la parte
trasera de la casa—. Espera aquí.
—El primer número es cuatro —le dijo Jazz mientras se alejaba,
siempre dispuesta a ayudar.
A continuación sonrió y se dirigió a la cocina. Había unas cuantas
galletas de chocolate diseminadas sobre la encimera donde estaba la caja
de galletas donde había aparecido la enfurecida cara de Doreen.
—Bien hecho, Doreen. Sabes apretar las tuercas —Jazz quitó la tapa y
cogió unas galletas del tarro. El primer mordisco le obligó a dar otro. No
era capaz de resistirse a las galletas de chocolate.
—Ya le dije que no era un tipo legal, pero ¿me hizo caso? No —se
enfureció Doreen—. Debió haberse divorciado de él antes de que la
cadena cancelase su serie. Y estoy segura de que esconde dinero en
bancos extranjeros.
—Ya es tarde para eso —Jazz dio una palmada simbólica a la tapadera
del tarro de la chica de pan de jengibre—. Leonore tendrá que verlo por su
cuenta.
Martin irrumpió en la cocina y lanzó un fajo de billetes a Jazz.
—Toma. Ahora deshazte de esa vieja zorra.
—Se acabaron las llamadas, Martin —Jazz acarició el dinero con la
punta de los dedos, contándolo al tacto para asegurarse de que sumaba
cinco mil—. Engaña a una bruja una vez, mal por ti; engáñala dos veces, y
sabrás lo que son heridas supurantes y picores eternos en zonas íntimas.
Estaba todo. Se metió el dinero en el bolsillo de la chaqueta, miró el
tarro de las galletas con ceño fruncido y dijo:
—Vete.
El rostro de Doreen se desvaneció al tiempo que la última palabra de
Jazz flotaba en el aire. Martin parpadeó y se quedó con la boca abierta.
—¿Eso es todo? —le sonrió a Jazz—. ¿Dices una jodida palabra y
desaparece? ¿Sin llamativos fuegos artificiales ni rimas arcanas? ¿Sin
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—Jazz.
Apenas había puesto un pie en la acera para encaminarse hacia el
coche, lo que significaba que no había tenido tiempo para apaciguar el
temperamento. Giró sobre sus talones. Su observador se fundía con las
sombras en un extremo del callejón que bordeaba el pub. Ni siquiera se
preguntó cómo se las había arreglado para salir antes que ella. Sólo
reaccionó.
—¡Nikolai Gregorivich, maldito hijo de puta! —sacó energía suficiente
de las manos para lanzarlo hasta el fondo del callejón. Lo acechó con la
mirada mientras sus manos seguían emitiendo un brillo rojo anaranjado.
Los mechones de pelo flotaban alrededor de su cabeza, cargados de
energía. Una bruja furiosa era capaz de generar energía suficiente como
para iluminar a una ciudad entera. Jazz se precipitaba rápidamente más
allá de la mera furia—. ¡Estás muerto!
Él aterrizó sobre el trasero, pero se incorporó en un abrir y cerrar de
ojos. Sus alargados caninos centellearon en medio de la oscuridad.
—Sí que lo estoy.
Su irónico comentario la dejó fuera de juego por un instante. Tenía
una extraña habilidad para conseguirlo. Estaba claro que ella deseaba
matarlo, pero ya fuera lenta o rápidamente, eso era un tema
completamente aparte.
Una vez recuperada, le disparó una bola de energía. Él la esquivó de
un salto justo a tiempo. La bola impactó en el costado del edificio, dejando
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Capítulo 2
Jazz no hizo caso de las quejas de Irma sobre las horas que eran y su
mala actitud hacia Nikolai. El tibio runrún de la cerveza se había disipado
en cuanto divisó al policía vampiro. Ahora sólo le quedaba el humor de
una resaca. En palabras del doctor Phil, tenía muchos asuntos pendientes
con su ex novio.
Pero no podía acallar las insistentes punzadas de su voz dentro de su
cabeza cuando dijo que algunos de los suyos estaban desapareciendo y
que al menos podía dedicarle diez minutos.
No quería darle nada, maldita sea. Otra vez no. Nunca más. Pero, aun
así…
No. Se sacudió firmemente de la cabeza todo pensamiento
relacionado con Nikolai, al menos por el momento. Ya tendría mucho
tiempo para pensar en él más adelante, en sus sueños, quisiera o no
admitir su propia vulnerabilidad. Ahora mismo tenía otros parásitos con los
que lidiar y, con un poco de suerte, con los que acabar, en vez de su ex.
—Pudiste haberme llevado contigo al bar. Sé que tienes el poder para
hacerlo, si te tomaras la molestia de intentarlo —se quejó Irma—. No te
mataría hacer algo bueno de vez en cuando. Pero no, me dejas a merced
de cualquier borracho que pueda aparecer.
Jazz no quería enzarzarse en una discusión con la fantasma gruñona
que ocupaba el asiento del copiloto de su coche. ¿Por qué tenía que
aparecer Nikolai siempre cuando atravesaba un buen momento y pensaba
que su vida iba encarrilada? ¿Y por qué tenía la deprimente sensación de
que no sería la última vez que lo viera? Puede que porque ya lo hiciera en
el pasado, y cada vez que cedía y decidía echarle una mano acababa en
su cama. Así que, o cedía y se dejaba enmarañar en cualquiera que fuese
el problema en el que estaba enfrascado o lo seguía evitando a toda costa
hasta que captara el mensaje. Lo conocía lo suficiente como para saber
que si sentía que necesitaba su ayuda, la acosaría hasta obtener lo que
quería. El problema con ese vampiro cabezota era que podía fastidiarle la
vida indefinidamente. La boca de su estómago se convirtió en un
trampolín. Después de tantas décadas aún le afectaba demasiado. Aún no
tenía claro si quería clavarle una estaca o hacerle el amor.
—¡Lo mínimo que podrías hacer es hablarme!
Regresó de sus pensamientos sobre Nikolai y sus preocupaciones.
—¡Irma, me extraña mucho que quisieras entrar en un
establecimiento donde se sirve alcohol! Jamás se me ocurriría ofender tus
sensibilidades de esa manera, siendo, como eres, un miembro tan
refinado de la alta sociedad. ¿De dónde eras? ¿Raspberry, Iowa?
Irma alzó la barbilla.
—Jasper, Nebraska. Mi abuelo fue unos de los padres fundadores de
nuestra ciudad y abrió el primer banco. Y si no hubiese sido por la
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—De verdad espero que no haya tormenta. Tengo que acabar esto
esta noche.
—A mí me ha parecido más un avión volando bajo —dijo Jazz con un
tirón nervioso. Lo último que necesitaba era una lección de la Madre
Naturaleza sobre no pisar su terreno. Cambió de tema rápidamente—. Hay
muchos anuncios de vampiros desaparecidos colgados. Los vampiros
siempre están de acá para allá. No pueden quedarse en un mismo sitio por
mucho tiempo, o la gente empieza a darse cuenta de que no envejecen.
¿Qué puede llevar a los vampiros a pensar que los suyos están
desapareciendo?
—Eso da igual. Algunos dicen que los han secuestrado. Hay incluso
rumores según los cuales existe una especie de cura contra el
vampirismo, y que aquellos que han tenido éxito con el tratamiento han
vuelto a su vida mortal. Hasta ahora, nadie ha salido a decir qué es verdad
y qué no. También hay artículos que hablan de las desapariciones en
algunos espacios vampíricos.
Ella estudió los dibujos.
—Hmm, supongo que no sería lo mismo tener las fotos de los
vampiros desaparecidos pegadas a las bolsas de sangre, ¿no?
Krebs alzó la mirada y sonrió ante la referencia a una versión
vampírica de las fotos de niños desaparecidos impresas en los cartones de
leche.
—¡Eh! ¿Cómo te fue con ese cliente gorrón tuyo? ¿Te pagó al final?
—Por supuesto. Con un poco de ayuda de moi —agitó sus dedos
delante de la cara—. No sólo un bote de galletas, sino toda la casa maldita
con tu suegra muerta y completamente enloquecida no es baladí —se
puso a improvisar un baile sobre el suelo de madera—. Martin «Inmoral»
Reynolds aprendió su lección por cinco de los grandes.
Krebs dejó escapar un silbido.
—Eso es bastante más de la cantidad inicial.
—Lección extendida, tarifa extendida —sus pantuflas de conejo se
pusieron a entonar una cancioncilla desafinada al ritmo de su baile—.
Siempre advierto a mis clientes de antemano de las consecuencias si
intentan timarme con los honorarios. Martin averiguó de primera mano
cuáles pueden ser esas consecuencias. Tiene suerte de que no me
ensañase más —se encaminó hacia la mini nevera que había en un rincón
de la habitación y se puso a rebuscar. Lanzó calumnias sobre un hombre
que era incapaz de ofrecer grasas y tentempiés llenos de colesterol a sus
visitas. Finalmente dio con una copa de pudín de sirope de caramelo—. No
sé qué me gustó más, si ver la cara de su suegra sobresaliendo del cuadro
de Picasso o el pánico que le entró cuando supo el tiempo que le llevaría
enterrar todos los fragmentos de la antigualla de tarro de galletas que le
rompí.
—Y tú sí que sabes de antiguallas —murmuró él.
—Nada de chistes sobre la edad, por favor —una insistente
exploración entre servilletas y cremas no lácteas de tamaño único dio sus
frutos en forma de una cuchara de plástico que parecía razonablemente
limpia.
—¿Cuántos años tienes exactamente?
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Capítulo 3
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el fino arte del sexo con un hombre más veterano? Quizá debería
acompañarte.
Jazz sonrió.
—Ya quisieras. A esa edad, te verían como a un anciano.
—¿Comparamos partidas de nacimiento?
Chasqueó los dedos hacia él. Un montón de chispas revolotearon
alrededor de su cabeza como un enjambre de abejas multicolores.
—Creo que puedo encargarme sola. Teniendo en cuenta la pobre
histérica con la que hablé hace un momento, apostaría a que los números
de sus zapatos son notablemente más altos que sus cocientes
intelectuales. No quiso especificar nada. Dijo que tendría que verlo por mí
misma, lo cual me preocupa. Dijo que era una emergencia extrema e
insistió en que fuese hoy mismo. Seguro que, sea lo que sea lo que hay
allí, no es agradable.
—Interesante. Es una emergencia, pero no irás hasta que te hayas
pasado a ver a Dweezil.
—Es probable que su idea de una emergencia no case mucho con la
mía. Y como no ha dicho que haya vidas en peligro, no pienso
preocuparme.
Perdió la mirada en la cafetera durante un buen rato. Debió haberse
servido una taza antes de sentarse. Una Jazz cansada era una Jazz
irritable.
—¿Comprendes ahora por qué no puedo ir de compras hoy? A lo
mejor podrías hacer una parada en la tienda después de tu reunión —lo
miró esperanzada.
Krebs se levantó y se dirigió hacia la cafetera. Rellenó su taza e hizo
lo mismo con otra. Miró por encima de su hombro, levantando una ceja.
—Sigue intentándolo.
—Pero ¡es que no quiero ir a comprar! —apoyó la frente sobre la
mesa—. Es un sitio horrible, donde las amas de casa suburbanas bloquean
los pasillos mientras cacarean con sus amigas o con el móvil, críos
correteando y gritando por todas partes. Y Fred, el encargado, que se
acaricia sus meloncillos mientras contempla los míos. ¡Y encima no puedo
desintegrarlos! —lloriqueó—. ¡No es justo!
—Deja los pucheros, Jazz. No te van y no vas a conseguir que me
apiade de ti —empujó la segunda taza en su dirección—. Bébete esto. Te
sentirás más humana cuando ingieras algo de cafeína.
Ella alzó la cabeza y le lanzó un gruñido digno de los adorables Fluff y
Puff.
—Quiero una tostada con huevos —un destello de esperanza iluminó
sus ojos—. ¿Nos quedan bizcochos o tiras de tostada francesa? Quizá
debería comprobar la nevera —se dispuso a levantarse.
Krebs agitó la cabeza.
—Te comiste las últimas hace tres días. Si tanta hambre tienes,
prepárate unos copos de avena. Es más sano, de todos modos —sonrió,
consciente de que ella no comería nada extraído de granos naturales lleno
de colesterol bueno. Apuró su cuenco de copos y el zumo de naranja antes
de levantarse—. Tengo que irme. Para facilitarte la vida, he escrito una
lista de la compra y la he dejado junto al teléfono —le plantó un beso en la
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en relación con él daba a entender que era más fácil de decir que de
hacer.
Además, ¿no tenía ella bastantes problemas en su vida sin tener que
añadir una vez más el «es que me vuelve loca» a la mezcla?
Arrugó la nariz ante el fuerte olor a humo.
—¡Deshazte de ese maldito cigarrillo, Irma! ¿Cuántas veces tengo que
decirte que en este coche no se fuma?
—Como si no hubieras conjurado tu propio humo. Te haré saber que
el predicador Morris no estaría contento con el lenguaje que empleas
delante de una dama —sorbió por la nariz mientras el cigarrillo
desaparecía.
—Entonces es que el predicador Morris nunca llegó a conocerte del
todo, ¿verdad? —Jazz salió a la calle sin mirar.
—Conduces como una loca —murmuró la mujer mayor—. ¿Puedo
saber adonde vamos hoy o tendré que adivinarlo?
—Vamos a hacer recados. Parece que va a hacer un día maravilloso,
así que, ¿por qué no te quedas sentada, cierras la boca y disfrutas del
paseo? —Jazz aceleró en una calle bordeada de palmeras que conducía a
la playa y al paseo marítimo. Bajo la brillante luz del día, la noria parecía
deslustrada, casi destartalada, sin las llamativas luces y la musiquilla que
contribuían a su mística.
Las tiendas turísticas también estaban más tranquilas. Sus dueños y
empleados estaban fuera para disfrutar de lo que quedaba de la calma
matutina. Jazz saludó con la mano y el claxon a los que conocía. Con una
mano puesta al volante, podía tomar su café para mantener intacta su
tasa de cafeína en sangre. La obediencia de Irma sobre guardar silencio
duró hasta que Jazz hizo una parada rápida en un restaurante local de
comida rápida para desayunarse un burrito.
—Deberías considerar comer algo más sano que eso que te estás
tragando. Yo solía cocinar un saludable desayuno para mi Harold todas las
mañanas —dijo Irma—. Tres huevos fritos por ambos lados, beicon o
salchicha, patatas fritas y mis galletas de mantequilla con conservas
naturales que yo misma confeccionaba. Jamás se le habría pasado ir a uno
de esos sitios para comer algo que no parece digno ni para un perro.
Por nada del mundo iba Jazz a admitir que se le hacía la boca agua
por un desayuno campestre. Sólo por eso, estaba dispuesta a intentar una
vez más romper el encantamiento que mantenía a Irma vinculada al
coche… con tal de meterla en una cocina.
—Me sorprende que el bueno de Harold no muriese de un infarto por
todo el colesterol que le metías por la boca todas las mañanas. Apuesto a
que también lo freías todo en tocino y mantequilla pura —apuró lo que le
quedaba de burrito y se lamió los dedos.
—Lo que tenía que haber hecho después de descubrir que me ponía
los cuernos con la sucia de Lorraine Bigelow fue echarle veneno para ratas
en sus galletas, en vez de suicidarme en su maravilloso coche —dijo Irma,
lanzando un gruñido ultramundano.
Por un breve instante, Jazz pensó en ofrecer a la mujer un poco de
consuelo. Claro que Irma la volvía loca, pero si no se hubiese suicidado en
el coche de Harold y hubiese vuelto maldito el vehículo, Jazz no habría
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Capítulo 4
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esperó y, cuando vio que nadie abría, volvió a llamar. Cada vez que tocaba
el timbre los chillidos interiores se hacían más altos y frenéticos. El sonido
resultaba escalofriantemente familiar.
—Que las Providencias me protejan —murmuró—. Espero que no
hayan hecho lo que creo que han hecho.
—¡Haced algo con ellos! ¡El olor es tan asqueroso que estoy a punto
de vomitar! —dijo una muchacha con voz aguda nada más abrir la puerta.
La morena bajita con unos vaqueros cortos mugrientos y un top lila la
miraba fijamente—. ¿En qué puedo ayudarte?
—Soy Jazz Tremaine. Me habéis llamado para un trabajo.
—Gracias a Dios, menos mal que estás aquí —extendió el brazo y
agarró la mano de Jazz para tirar de ella hacia dentro—. No sabemos qué
hacer —alzó las manos en un gesto desesperado—. ¡Tienes que salvarnos!
El primer aviso que tuvo Jazz del tornado que se le acercaba fue un
destello rosa y una serie de chillidos que destrozaban los oídos. Saltó a un
lado justo cuando un cerdo pasó junto a ella con dos chicas pisándole los
talones. Cuando la vieron, patinaron hasta detenerse mientras el cerdo
asustado seguía a la carrera, haciendo patinar sus pezuñas sobre la
madera del suelo. Arrugó el gesto ante el aroma a pocilga que invadía el
vestíbulo.
—Maldita sea —susurró, contemplando el caos que la rodeaba con
horrorizada fascinación.
—Cuidado con donde pisas —le advirtió la chica de los vaqueros
cortos con aire de disculpa—. Ellos, eh, no están domesticados y no hay
forma de sacarlos al jardín para que hagan sus cosas, así que… —su voz
se fue apagando a medida que contemplaba el desastre circundante.
Jazz no hizo caso de ella ni de las demás chicas, que ahora se
arremolinaban a su alrededor como si fuese su última esperanza. Por lo
que notaba en el aire, no andaban muy desencaminadas. Notaba los
intrincados hilos de la magia flotando en el aire como un manto de locura,
con el énfasis puesto en la locura.
No cabía duda de que, fuese lo que fuese lo que habían hecho, había
salido mal, y tampoco hacía falta ver la piara de cerdos para saber que la
habían cagado a base de bien.
—Cuando el Mago repartió los cerebros, ¿alguna de vosotras no tuvo
la ocurrencia de dar un paso al frente para recibir uno? —preguntó Jazz,
sin esperar una respuesta y sin recibir ninguna.
Jazz apartó con suavidad un cerdo curioso que intentaba masticar sus
vaqueros. Si le hubiesen hablado de los cerdos, tenía claro que no se
hubiese vestido de blanco.
—¿Qué habéis hecho? —preguntó en voz baja, con el mismo matiz de
amenaza que había empleado con Dweezil anteriormente.
Las chicas dieron un paso atrás. En ese momento, su miedo hacia Jazz
era tan denso como la magia que inundaba el aire.
—Era una broma —susurró la primera chica. Sus ojos, muy abiertos,
rezumaban preocupación, pero no le faltó el valor para enfrentarse a Jazz.
Ésta reconoció su valor, a pesar de que su sentido común parecía retenido
en alguna parte.
Jazz inspiró hondo y se recordó que las chicas no sabían que habían
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—Sé original y estudia —la ira de las chicas era tan palpable como el
aroma a pocilga en el ambiente—. Lo que habéis hecho es muy peligroso.
La magia no es como un juego de mesa, no se juega con ella. No tenéis la
menor idea de cuáles habrían podido ser las consecuencias de un conjuro
mal escrito como éste —pasó junto a ellas, repitiendo inconscientemente
la actitud altiva y arrogante de la rectora—. Si os lo dijera, sufriríais
pesadillas el resto de vuestros días.
—No lo sabíamos —el labio inferior de la morena temblaba mientras
una lágrima empezaba a deslizarse por su mejilla.
—Pues ahora lo sabes —dijo, arrugando el papel y desintegrándolo en
una llama anaranjada con un chasquido de dedos. Las chicas se quedaron
boquiabiertas y dieron un paso atrás—. En lo sucesivo, no propiciaréis más
agravio, os apartaréis de todo lo que ronda la periferia de vuestras vidas.
Porque yo lo digo, ¡maldita sea! —agitó la mano sobre la cabeza de cada
una de las chicas y de ellas manó una cascada de chispas multicolores. De
repente, el aire parecía limpio. Dio media vuelta y regresó al centro de la
habitación. Como si comprendiesen que era su turno, los cerdos entraron
también y se dispusieron a su alrededor—. Muchachos a la fiesta van.
Muchachos de la fiesta no vuelven. En cerditos convertidos se quedan. Por
ello las chicas no padecen. Ahora, los cerditos volverán a su ser y las
chicas… —hizo una pausa—. Aprenderán a comportarse. Porque yo lo
digo, ¡maldita sea!
—Eso no rima —susurró una de las chicas—. ¡Ay! —se frotó, donde
otra le había dado un fuerte golpe.
Un denso vapor manó del suelo y envolvió a los cerdos, que chillaron
e intentaron escapar, pero no era algo que pudiesen evitar. A medida que
la niebla ascendía, las chicas gritaron y los chillidos de los cerdos se
hicieron tan fuertes que casi hicieron temblar el suelo. Entonces, el sonido
se transformó gradualmente en algo más profundo y humano. Tan pronto
como la niebla había aparecido, se disipó, dejando a la vista una docena
de jóvenes desnudos esparcidos por la moqueta.
—¡Mierda! —un fornido muchacho se incorporó de un salto. Cogió
rápidamente un cojín del sofá para ocultar la parte inferior de su cuerpo—.
¿Qué clase de drogas nos habéis dado, malditas zorras? —gritó a las
chicas, avanzando mientras una promesa de venganza se dibujaba en su
mirada. No cabía duda de que estaba furioso y decidido a hacer mucho
daño a la primera chica a la que echase la mano.
—Vale, no hay que ponerse así —determinada a mantener la vista por
encima de su cintura, Jazz se adelantó y dio unos toques en la frente del
chico con la punta de los dedos—. Olvida —susurró. Su cara de rasgos
afilados adoptó una expresión de absoluta consternación. Jazz se movió
entre los chicos y repitió el proceso. Miró por encima del hombro a las
chicas—. Si habéis destruido sus ropas, os sugiero que les encontréis algo
rápidamente y los saquéis de aquí. Tenéis mucho que limpiar —se
encaminó hacia la puerta.
—Eh, ¿Jazz? —llamó la morena, que casi había corrido en pos de Jazz
—. ¿Quiere decir que no recordarán que fueron cerdos?
—Quiere decir que no os acusarán de drogarlos —matizó Jazz—. Fue
una completa estupidez jugar con un conjuro que no teníais por qué usar,
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pero no creo que deba por ello llamaros zorras —abrió la puerta y miró a
la chica—. El conjuro de vinculación me servirá para comprobar que nunca
más volveréis a usar la magia, por muy tentador que sea —advirtió—.
Créeme, no sería bueno que siquiera intentases revertir el conjuro. Las
consecuencias serían muy feas.
Asintió pesadamente con la cabeza.
—Gracias.
Una vez más, Jazz se preguntó si alguna vez fue tan joven.
—No volváis a hacer nada tan estúpido. ¡Y limpiad esas habitaciones
hasta que pasen la prueba del guante!
Salió de la casa.
—¿Cómo ha ido? —preguntó Irma desde el coche. Un destello de luz
se escapó del habitáculo.
Jazz suspiró. Sabía que Irma no podía aguantar mucho sin un
cigarrillo.
—Un puñado de veinteañeras que creían que podrían usar un conjuro
para que unos chicos idiotas actuaran como cerdos idiotas.
Metió el dinero en la guantera.
—Nada de extrañar. Cuando los chicos piensan demasiado, siempre
actúan como cerdos.
—Salvo que, en este caso, los chicos se convirtieron en cerdos
literalmente.
—¡Caray! —Irma se palmeó el pecho como las señoras escandalizadas
—. Eso tampoco debe de ser muy higiénico.
Jazz pensó en el olor que se habría quedado en las paredes. Estaba
convencida de que las chicas nunca conseguirían deshacerse de él.
—No me digas —al arrancar el coche, pensó que el siguiente destino
no sería tan fácil. Se tragó la exasperación que amenazaba con salir de
sus labios—. Y ahora toca hacer la compra.
—Eres una bruja. ¿Por qué no puedes limitarte a menear las manos
para que la comida aparezca en la cocina?
—Porque me castigarían por ello —pensó en el encargado que
siempre la miraba mientras acariciaba los melones. No pensaba que el
consejo fuese a condenarla otros sesenta años por el estallido de una
fruta… o cinco. No cuando el hombre se lo merecía—. Puede que hoy sepa
lo que es que lo rocíen de fruta —dijo para sí.
En ocasiones, el crimen hacía que el castigo mereciera la pena.
***
La llegada del amanecer tiró de las energías de Nick, recordándole
que tenía que descansar. Echó una última mirada a la luna llena, tan
reverenciada por los licántropos como fuente de poder, y se preguntó por
qué tendría también un efecto tranquilizador en Jazz. Había que admitir
que, dado su nivel de energía, eso era muy revelador.
«¡Maldita bruja!»
Tras toda una noche invertida rastreando a un vampiro moroso
(incluso los vampiros tienen que pagar sus facturas), Nick estaba más que
dispuesto a pasar sus horas diurnas descansando. Era un vampiro lo
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bastante antiguo como para no necesitar dormir todo el día del tirón, e
incluso se atrevía a salir durante los días nublados sin temor a estallar en
llamas. Pero los días despejados y brillantes como éste los pasaba en la
penumbra de su despacho, donde se dedicaba al papeleo acumulado o se
echaba una siesta. Después de la noche que había tenido, no cabía duda
de que ese día tocaba recargar las pilas.
El edificio de dos plantas cercano al paseo marítimo era tan antiguo
como el cercano tiovivo. Tomó el montacargas hasta la primera planta y
fue directamente a su despacho, que se encontraba al final del pasillo,
tras una puerta con el letrero «Investigaciones Gregory». En cuanto
accedió a la zona de recepción, sus sentidos detectaron que no estaba
solo. Casi de inmediato, supo que su inesperado huésped era bienvenido.
No se molestó en encender la luz. Ninguno de los dos la necesitaba.
—Eres muy confiado, amigo mío. Hasta un crío mortal podría forzar
esa excusa de cerradura —un hombre rubio extendió toda su altura desde
la silla frente al escritorio de Nicky se acercó a él. Su amplia sonrisa lo
confirmaba como amigo, y no como adversario—. Por el cartel de tu
puerta, veo que también has modernizado tu nombre. He de admitir que
Nick Gregory encaja más con el vampiro que tengo ahora delante que
Nikolai Gregorivich.
—¡Flavius! —Nick dio un abrazo de bienvenida al hombre—. ¿Cuándo
has llegado a Los Ángeles?
—Anoche. Tenía varias reuniones que me han traído por la zona, y
pensé que podría pasarme a verte —recorrió con la mirada el despacho,
lleno de muebles de la década de los cuarenta, que tan bien encajaba con
la ropa informal de Nick, pero que tanto contrastaba con el elegante traje
de corte italiano, camisa azul pálido de algodón egipcio, a juego con sus
ojos, y los atildados gemelos de diamante negro de Flavius—. Veo que
sigues pensando que eres Sam Spade.
—Y yo que sigues creyéndote James Bond —sonrió Nick, mostrando
una porción de colmillo—. ¿Dónde resides ahora? ¿Nueva York? ¿París?
¿Roma?
—He estado en Madrid durante los últimos años.
—Haciendo nuevo uso del reactor del Protectorado, ¿eh? —bromeó
Nick.
—Como corresponde a un ejecutivo. Recuerdo que hubo un tiempo en
el que tenías libertad de uso de cualquier reactor de la flota.
Nick tenía que admitir que renunciar a algunos de los privilegios del
Protectorado escocía. Cada reactor de la flota estaba equipado para
satisfacer cualquier necesidad de un vampiro, desde protección de la luz
solar hasta sangre lista para beber, ya fuese embotellada o recién extraída
de una vena voluntaria.
—Cierto. Ni siquiera la primera clase ofrece las ventajas de las Líneas
Vampíricas —sonrió al ver que Flavius se sobresaltaba ante su tono frívolo
—. Sigues siendo demasiado serio, amigo mío.
—Y tú sigues enfrentándote a la autoridad cuando te conviene —el
vampiro mayor volvió a sentarse—. Bueno, cuéntame qué has estado
haciendo. Tengo entendido que Jazz vive por la zona. ¿La has visto? Hace
mucho de lo vuestro, ¿verdad?
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Reeves.
—Lo que pasó, pasado está.
Nick se tomó un momento para recomponer ideas. No quería discutir
con Flavius. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que se
vieron, y prefería invertir el momento recordando viejos tiempos antes
que reabriendo viejas heridas.
—Si quieren contratarme, firmarán mi contrato y me pagarán
diariamente, además de gastos —cuadruplicó su tarifa habitual. El
Protectorado tenía acceso a fondos ilimitados; Nick no.
Hizo una buena caja cuando trabajó para un par de vampiros que
querían encontrar a sus compañeros desaparecidos, pero no tenían mucho
dinero, y aceptó los casos porque le dieron razones más que legítimas de
sus desapariciones. Al contrario de lo esgrimido por el mito popular, no
todos los vampiros eran ricos. Muchos de sus clientes apenas podían
permitirse sus gastos, pero dejar tirado al necesitado no era su estilo.
Ahora pensaba que si iba a investigar el creciente número de
desapariciones, podía cargarlo todo a cuenta del Protectorado.
Flavius estalló en risas.
—No has cambiado en absoluto. ¿Me permites que te diga que eres
tan testarudo como tu bruja?
—No es mi bruja y, créeme, no le gustaría nada que le llamaras eso —
la bola de mego había sido una advertencia clara, y la estaca más aún—.
Si al final voy a hacerlo, exijo completo acceso a los archivos del
Protectorado relacionados con las desapariciones.
—Te proporcionaremos lo que pidas.
Nick meneó la cabeza.
—No. Quiero todo lo que esté en manos del Protectorado. Sé cómo
trabajáis, Flavius. Me daríais lo que consideraseis crucial y no
necesariamente lo que necesitase. Esto lleva décadas pasando, y estoy
seguro de que tenéis registros que cubren todos esos años.
Flavius movió una mano lánguida.
—De acuerdo, yo te daré las contraseñas para acceder a todos
nuestros archivos.
Nick asintió.
—Gracias. Te mandaré un contrato dentro de unas horas. Puedes
firmarlo y devolvérmelo junto con mis honorarios.
Flavius sonrió.
—Es aceptable —se levantó—. ¿Has hablado con Jazz de Clive
Reeves?
Nick se esforzó por ocultar los derroteros de sus pensamientos a ese
respecto.
—Los recuerdos que tiene Jazz de Clive Reeves no son precisamente
de postal —murmuró, poniendo una mueca ante la enorme subestimación
que daba a entender la expresión. No pasó día sin que lamentase aquella
noche en la que no destruyó a esa criatura con aspecto humano, pero sin
ninguna de sus cualidades. Y llamaban monstruos a los de la especie de
Nick. Eso es que nunca habían conocido a Clive Reeves.
—Los tuyos tampoco —le recordó Flavius—. No permitas que ese
prejuicio se interponga en tu investigación, Nico. No podemos interferir en
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—Lo siento, Callie, pero no hago ese tipo de trabajos. No sigo a novios
que supuestamente ponen los cuernos —suspiró Nick, el teléfono pegado
al oído mientras deambulaba por el despacho. Miró el viejo reloj colgado
de la pared. Llegaba tarde a su reunión con Flavius en el Club Insolence,
un garito exclusivo para vampiros adinerados dispuestos a pagar las
escandalosas cuotas de socio por un poco de privacidad. El club no era del
estilo de Nick, pero Flavius disfrutaba con el ambiente elitista que se
respiraba allí. Nick tenía pensado llevarlo a La Cripta, un lugar más
mundano y sucio, la próxima vez que se vieran. Conociendo a Flavius,
sabía que disfrutaría de lo que ambos establecimientos tenían que ofrecer.
—Pero ¡me han dicho que eres el mejor, que puedes hacer lo que
otros no! ¡Por favor! —rogó la mujer—. Necesito saber la verdad sobre
Thomas. Necesito saber que aún me quiere tanto como yo a él.
Nick ahogó un gemido. Tenía ganas de decirle que había una
probabilidad de diez a una a que su novio le estuviese poniendo los
cuernos. La pareja había sido convertida a la vez hacía apenas veinte años
porque querían vivir juntos para siempre. El problema era que los
vampiros hombres solían ser tremendamente promiscuos durante sus dos
primeros siglos de existencia por el mero hecho de que podían y porque el
sexo les gustaba tanto que se convertía en una adicción. De no ser por las
enseñanzas de Flavius, según las cuales era mejor la calidad que la
cantidad, Nick también se habría pasado cada noche con una o más
chicas.
—¿Lo amas de verdad? —le preguntó, sabiendo de antemano cuál
sería la respuesta. Que las Providencias lo guardaran de retoños vampiros
con mal de amores.
—Sí —puede que su corazón ya no latiera, pero sus sollozos se
debían, sin duda, a uno roto—. Juramos que nos amaríamos para siempre.
Por eso nos convertimos a la vez. Pero ahora sale casi todas las noches y
nunca quiere que lo acompañe. Dice que tiene que cazar con otros
hombres. No le creo. Sí que me trae comida a casa, pero ya no pasamos
tanto rato juntos como antes.
Nick se presionó el puente de la nariz con dos dedos y cerró los ojos.
Ojalá no tuviese que lidiar con los caprichos del primer amor. Nunca dura
tanto como se cree.
—Lo siento, Callie, pero de verdad no puedo hacerme cargo de casos
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así. Te diré lo que puedo hacer. Quiero que hables con una amiga mía. Se
llama Rowena.
—Rowena —repitió—. ¿Ella podrá averiguar si Thomas me pone los
cuernos?
—No, pero puede ayudarte a encontrar tu camino en el mundo de los
vampiros —reprimió a duras penas un sollozo al otro lado de la línea
cuando los hechos cayeron por su propio peso: esa noche se dio cuenta de
que quizá Thomas no volvería nunca. A Nick nunca se le dieron bien las
emociones femeninas. Al menos, Jazz no lloraba cuando estaba sensible
emocionalmente. Ella era más del tipo que lanzan cosas a la cabeza de los
demás—. Tú misma has admitido que has mantenido contactos con otros
vampiros desde vuestra conversión. ¿Qué me dices de tu sire?
—¿Quién?
Nick volvió a ahogar un suspiro.
—El vampiro que te convirtió. Debe encargarse de instruiros sobre las
formas de supervivencia en vuestro nuevo entorno.
—No, simplemente le pagamos a un tipo para que lo hiciese —no
parecía tener la menor idea sobre la existencia de no muerta que le
aguardaba.
Soltó mentalmente más juramentos de los que estaba acostumbrado,
deseando tener a mano algunas de las bolas de fuego de Jazz.
—No debió hacer eso. Su deber es enseñaros cómo existir en nuestro
mundo.
—Thomas tiene amigos vampiros que hacen eso —dijo Callie.
—Dependes demasiado de Thomas para que cuide de ti y se
encargue de las cosas. Si algo le pasara, no lo quieran las Providencias,
serías presa fácil para otros. Tienes que aprender a cuidar de ti misma,
Callie. En nuestro mundo, es esencial cuidar de uno mismo, o acabarás
siendo presa fácil para un vampiro más fuerte que tú, y ahora mismo eres
tan débil como una gata recién nacida —tenía una visión del
constantemente desaparecido Thomas regresando a casa antes del
amanecer con una enorme copa llena de sangre para Callie. ¿Qué mejor
manera de mantenerla bajo su poder monopolizando su fuente de
alimento? Resultaba tentador dar caza a ese cabrón y enseñarle lo que les
pasa a los jóvenes vampiros arrogantes que no siguen las reglas que el
Consejo Vampírico estableció hacía siglos. Pero los vampiros más jóvenes
no veían en el Consejo más que a un puñado de carrozas que no sabían lo
que era vivir en el nuevo milenio. Temía que llegase un momento en el
que estallase una guerra entre las viejas y las nuevas tradiciones, más
progresistas y, a menudo, más autodestructivas.
Cuando colgó, tuvo la sensación de que la joven no llamaría a Rowena
para dar ese primer paso a la independencia, pero ojalá se equivocase. No
quería pensar que la emocionalmente frágil Callie se deprimiera tanto
como para reunirse con el sol, que era la forma vampírica de suicidarse.
Todo por estar enamorada y querer pasar el resto de la eternidad con su
amor.
Gracias a Internet, demasiada gente, muchos de ellos atormentados y
perdidos, podían encontrar vampiros que, por un precio, estuvieran
dispuestos a convertirlos con la promesa de una existencia eterna de
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riqueza y decadencia.
Lo que esos necios desesperados no sabían era que el precio sólo
cubría la conversión. Luego, se les dejaba a su suerte, y, sin ninguna
formación para comprender sus sentidos aumentados y la sed de sangre,
muchos de ellos se volvían salvajes, mientras que otros no lo soportaban,
y la locura se tornaba en muerte. Cuando Nick formó parte del
Protectorado, su principal tarea había consistido en dar caza a los que
realizaban las conversiones y destruirlos antes de que sus nocivas
prácticas dieran al traste con el equilibrio de la humanidad. Y, como no se
le daba mal pasar desapercibido en la comunidad humana, podía trabajar
al amparo de la ley mortal cuando era necesario. Su responsabilidad en la
muerte de muchos vampiros, a pesar de que la mayoría la merecían, era
la principal razón que le empujó a abandonar la organización que lo había
educado desde sus primeras noches como vampiro. Detestaba la
destrucción de cualquier ser si había forma de evitarla. Rowena, una vieja
amiga, había dado con una especie de solución llevando un refugio para
retoños vampiros que no sabían en qué se habían metido.
Nick tomó nota mental de llamar a Rowena a su vuelta para hablarle
de Callie. Gracias al identificador de llamada, tenía el número telefónico
de la joven vampiresa. Quizá Rowena tuviese éxito donde el propio Nick
había fallado en hacer comprender a la neófita lo que necesitaba, aparte
de esperar constantemente el regreso del errabundo Thomas.
Perdido en la meditación aun a menudo autoimpuesta sobre la suerte
de los vampiros, fue pura coincidencia que en ese momento mirase por la
ventana de su despacho y viese a Jazz paseando por el paseo marítimo.
Aunque pensaba que el destino tenía un retorcido sentido del humor en lo
que a él y Jazz se refería, ese increíble momento de sincronía se llevaba la
palma.
Tomó la salida más rápida del despacho por la ventana, para dar a la
estrecha escalera de incendios de hierro y ascenderla en vez de bajarla.
Las azoteas planas de los edificios le facilitaron la labor de seguirla rumbo
a la galería del paseo y el muelle.
No le sorprendió descubrir que vivía cerca del paseo. La niña que
habitaba en Jazz siempre había sido aficionada a la energía y los vivos
colores de carnavales y ferias. En otro tiempo, pasaron muchas noches
montando en una montaña rusa de madera en Coney Island, visitando
exposiciones y bailando bajo las estrellas. Aquellas noches mágicas tenían
más que ver con Jazz, la mujer, que con Jazz, la bruja. Sonrió. Por aquel
entonces se hacía llamar Jessica Tremaine. Le encantaban las faldas
voluminosas que se arremolinaban con gracilidad desde su diminuta
cintura y solía recogerse el pelo en un elegante moño. Nada que ver con
los vaqueros descoloridos y el jersey abultado que llevaba esa noche, con
su pelo cobrizo sujeto en una coleta suelta.
Pero la magia nunca duró demasiado entre ambos. El trabajo de él se
interpuso en sus vidas y ella entró en cólera cuando se vio obligado a
arrestarla por una u otra infracción, dada su costumbre de ponerse de por
medio. Y así rompieron, entre coloridos gritos y maldiciones. Habían sido
muchas rupturas, pasadas y presentes. Pero siempre encontraban el
camino para volver con el otro. A él le gustaba pensar que quizá las
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que ellas necesitaban más a Jazz que al revés, que ella era la
independiente del grupo. Pero también sabía que si cualquiera de ellas la
necesitaba, acudiría en un abrir y cerrar de ojos. Su atractiva bruja era
muy leal.
Sólo hubiese deseado que parte de esa lealtad le tocase a él. Sus
habilidades y conocimientos eran precisamente lo que necesitaba para
desentrañar la verdad de la mansión de Clive Reeves Jr. Si conseguía
mantenerse alejado de sus bolas de fuego, contaba con convencerla para
que lo ayudara.
Cuando Jazz abandonó el muelle en dirección al aparcamiento del
paseo marítimo, Nick volvió corriendo por las azoteas hasta su edificio.
Permaneció en el borde de la azotea, contemplando su agraciada forma
de andar. Cuando salió de la galería, dos pares de orejas peludas
surgieron del bolso y otearon el entorno como periscopios de peluche.
—Sacas a pasear a esas malvadas pantuflas y nunca lo haces
conmigo —el lamento de Irma pudo oírse desde el Thunderbird aparcado
en un extremo del paseo, convenientemente alejado de las farolas.
Nick rió entre dientes.
—Siempre es agradable escuchar que otros también te dan
problemas —susurró al aire, consciente de que no había forma de que ella
le oyera.
Al llegar al extremo del paseo, Jazz alzó una mano con el dedo
corazón levantado. Siguió caminando sin mirar atrás.
La risa entre dientes de Nick creció hasta convertirse en una
carcajada en toda regla.
—No, te jodes tú, cariño. Y te ayudaré tan pronto como pueda.
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Capítulo 5
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Él dio un respingo.
—Tu pronunciación es atroz —sus ojos se enterraron en los de ella, no
del modo en que lo hacen los vampiros para seducir a su presa, sino con el
brillo de un hombre que la conocía íntimamente.
Ciertos timbres en la voz de un hombre siempre conseguían encender
los motores de Jazz. Esa criatura masculina (una distinción que necesitaba
recordar) los tenía todos en uno. Le molestaba sobremanera seguir siendo
vulnerable al poder que rezumaba el vampiro.
—No tengo tiempo que perder contigo, Nikolai —dijo ella.
Si la voz de Nikolai acariciaba la periferia de su mundo, el amago de
sonrisa lo hendía directamente.
—Hay cosas que nunca olvidas, y tu preciosa cara retorcida de
frustrada ira es una de ellas.
Jazz debería sentirse furiosa con él, pero no era furia precisamente lo
que recorría sus venas en ese momento.
¿Por qué tenía que afectarla tanto él justamente?
En un abrir y cerrar de ojos, volvió a ganar el control de su ser.
Suspiró profundamente para mantener las riendas, porque en lo profundo
notaba que un leve calambre seguía vivo. Algo sospechosamente parecido
a lágrimas que amenazaban con salir a flote. Él estaba suscitando
recuerdos que ella se negaba a recuperar.
—¿Cómo conseguiste burlar mis conjuros de protección? —unas
diminutas chispas de luz aparecieron sobre su cabeza. Había trabajado
muy duro en esos conjuros, ¡maldita sea! Cualquier depredador que
entrase en sus límites era fuertemente animado a largarse o corría el
riesgo de convertirse en un sapo. Los vampiros eran depredadores de
primer orden. No debería haber conseguido pasar las protecciones.
Cuando volviese a casa, tenía pensado aumentar diez veces la protección
con unas consecuencias incluso peores que las originales.
Rechazó la idea de que sus conjuros quizá lo hubiesen identificado
como un depredador bienvenido; de la misma manera que él ignoró la
pertinente pregunta que ella le había formulado.
—Entonces, hablemos —dijo lenta y cuidadosamente, su acento
eslavo aún impregnado en las palabras—. ¿Acaso es tan difícil? Antes
podíamos pasar noches enteras hablando.
Sí, era difícil. Con él era difícil dejar las cosas sólo en palabras. Pero
ella no iba a admitirlo delante de Nikolai. Jazz siempre podía controlar su
pronto, salvo en lo que respectaba al vampiro. Sus hormonas siempre
parecían dispuestas a interponerse, y, antes de darse cuenta, corría el
riesgo de acabar besándolo, él a ella, ambos con la ropa quitada y
bailando un tango horizontal. Oh, vaya, ya podía sentir su sangre
calentarse con la mera idea.
«Nueva vida, bien. Antigua vida, o sea, Nikolai, mal, muy mal.»
—Como decía, estoy a punto de marcharme.
La mirada del vampiro recorrió su insinuante conjunto.
—¿Es esto lo que te pones ahora para eliminar maldiciones? ¿O es el
uniforme de chofer de Todas las Criaturas? En ese caso, puede que deba
solicitar tus servicios —sonrió.
A Jazz no le sorprendía que estuviese al corriente de su trabajo. Poli o
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—Sí, cerca del paseo. Es un edificio de dos plantas, justo antes de los
Midway. En el número 2.200. No tiene pérdida. Tiene un cartel que pone
«Investigaciones Gregory». ¿Podrías estar allí a la una de la mañana?
—No tenemos nada que decirnos.
—Tenemos mucho, si accedes a ello.
—Por los vampiros desaparecidos.
Él asintió.
—Sigo sin ver por qué crees que puedo ayudarte.
—Sólo porque esta vez los vampiros sean las víctimas, no quiere decir
que no pueda pasarles a otros no humanos, o incluso a éstos también —le
dijo—. Todos tenemos algún tipo de poder. ¿Quién dice que lo que les ha
pasado a los míos no les acabe sucediendo a las brujas, a los de Dweezil o
a cualquier otra criatura que haya por ahí? A veces hay que ir por delante
de los acontecimientos, Jazz.
Ella sabía que tenía razón.
Suspiró.
—Está bien, ven aquí mañana a las siete —si iban a hablar, quería
hacerlo en su territorio.
Nick iba a dar un paso adelante, pero una mirada de ella bastó para
que se quedara donde estaba. Sabía que no debía resultarle demasiado
fácil. Los vampiros eran unos bastardos arrogantes, pero no pensaba dejar
que invadiera su espacio.
—¿Vamos a alguna parte, o no? —se quejó una aguda voz desde el
garaje.
Nikolai giró primero la cabeza y después el resto del cuerpo hacia allí.
Sonrió y dijo:
—Hola, Irma.
—¡Nicky, cariño! —trinó—. ¿Sigue poniéndote la zancadilla? Es por la
falta de sexo en su vida. Crispa el cuerpo que es un horror. Lo que yo te
diga. Después de todos estos años, yo misma estoy tan atascada que me
lanzaría a un maratón de buen sexo para dejar los conductos libres. Pero
nada de Harold, después de lo que hizo conmigo. Una cosa no quita la
otra. Jazz, cariño, abre la puerta para que pueda ver a Nicky.
Jazz cerró los ojos.
—No necesitaba imaginar a doña «Boba callada por sabia tomada»
practicando sexo sin parar —murmuró.
Nick sonrió ante lo anacrónico de la expresión empleada por Jazz para
alabar la discreción en las personas.
—Deja que te advierta de una cosa, Nick. La próxima vez que intentes
entrar en esta propiedad sin invitación, las protecciones te repelerán de
tal forma que te arrepentirás.
Supo que se había metido en problemas en cuanto las palabras
abandonaron sus labios. En un abrir y cerrar de ojos, Nick estaba justo
delante de ella. Estaba tan cerca que pudo sentir su poder recorrer todo
su cuerpo, como una sábana caliente. Hubiese sido tremendamente fácil
repelerlo cinco metros con su magia. En lugar de ello, inspiró el olor a
tierra que desprendía su piel y contempló los ojos que juraría que
pertenecieron a otros siglos atrás.
—No hagas esto, Nick —susurró.
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—Jazz —su voz prometía que su cuerpo estaba listo para entregarle
su carga de excitación.
Ella agitó la cabeza.
—Si nos acostamos ahora, decidirás que me has doblegado y que
estaré abierta a escuchar lo que sea que quieras decirme —dijo,
tanteando los botones con los dedos, maldiciendo y dándose un golpecito
en el pecho. Atinó a abrocharlos con una facilidad que no había
encontrado la primera vez que se puso la prenda.
—No intentaba seducirte para…
—Lo sé —interrumpió, decidida a no mirarle a los ojos mientras un
amargor ascendía por su garganta—. Como ya he dicho, vuelve mañana a
las siete. Te prometo que te escucharé entonces.
—¿Nada de bolas de fuego? —dijo, mirando las manos de ella.
Jazz no quería sonreír, pero no pudo evitarlo.
—Sólo si me cabreas de verdad.
—¿Vamos a alguna parte o nos pasaremos aquí toda la noche? —la
voz lastimera de Irma acabó con la poca magia que quedaba entre Jazz y
Nick—. Claro que, si estáis haciendo algo, puedo esperar.
Jazz suspiró.
—Es una pena que las bolas de fuego no sirvan con ella.
—Estaré aquí a las siete —en cuanto las palabras salieron de la boca
de Nick, el vampiro desapareció delante de sus propios ojos.
Tuvo que tomar agua y respirar hondo varias veces para calmar sus
ardientes hormonas antes de activar la puerta del garaje. Se deslizó
silenciosamente hacia un lado y las luces interiores se encendieron.
Irma se giró sobre el asiento del coche y miró a Jazz.
—No entiendo por qué vosotros dos no os besáis y hacéis cosas —dijo
mientras Jazz se subía al vehículo.
Jazz no pensaba decirle que, hacía menos de dos minutos, ella y Nick
habían cubierto más que de sobra la parte de los besos.
—Hay cosas que no sabes, Irma —dijo cansadamente—. Déjalo estar,
por favor.
La fantasma pareció desconcertada ante la blanda réplica de Jazz.
Sonrió y extendió una mano para darle unas palmadas en el hombro.
—Es un hombre, cielo. A veces hay que entender sus rarezas. Yo
debería saberlo mejor que nadie después de que mi Harold rompiera
nuestros votos del matrimonio.
Jazz soltó una risa seca.
—Salvo que tú no le perdonaste, ¿verdad? En vez de ello, ajustaste
cuentas suicidándote en su recién estrenado Thunderbird, maldiciendo tu
espíritu para quedarte en ese maldito asiento del copiloto por toda la
eternidad y, de paso, cargándome a mí con tu presencia —señaló.
—Oh, cielo, Nicky no es como Harold, que Dios confunda su
traicionera alma. Él se preocupa verdaderamente por ti. Si tuviese cinco
años menos te enseñaría lo que hace falta para conservar a un hombre.
Jazz agitó la cabeza. Gracias a Irma, sentía que volvía a su equilibrio.
—¿Sabes qué, Irma? Como adoras tanto a Nick, ¿por qué no vas a
encantar su coche? Haríais una pareja perfecta. ¡Los dos estáis muertos!
Irma entrecerró los ojos, alzó una mano y encendió un cigarrillo bien
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de su trasero, dejando un olor capaz de acabar con toda vida vegetal que
tuviese la mala suerte de encontrarse dentro de un radio de treinta
metros. Le llevó un rato a Jazz caer en la cuenta de que el tono rosa
indicaba que la criatura estaba levemente excitada. Se alegraba de que
nunca hubiese ido más allá de un rojo pálido. Si alguna vez llegara a ver
un rubí oscuro, desintegraría a ese maldito bastardo sin contemplaciones.
Mantuvo la mirada decididamente plantada sobre su horrible cara. Se
alegraba mucho de no haber tomado nada antes de recogerlo. Estar cerca
de él bastaba para echar la cena.
Los milagros de los que era capaz el todopoderoso dólar.
—Según su itinerario desea ir al Klub Konfuzion —dijo ella,
manteniendo sus rasgos impasibles. Sí, no había duda de que iba a sentir
arcadas si no entraba enseguida en el coche.
—Es correcto. Espero que puedas llevarme también a una fiesta
privada que se celebra en la mansión de Clive Reeves dentro de diez días
—su rostro mutó en una sonrisa. O algo parecido.
Jazz hizo todo lo que pudo para no sobresaltarse. Clive Reeves…
Después de todos esos años, se lo encontraba dos veces en un mismo día;
y eso que el suyo era un nombre que hubiese preferido no volver a
escuchar. Parecía que iba tras ella, maldita fuese su sombra.
Aún tenía pesadillas de aquella infernal noche de 1932. Entonces,
había cruzado una línea que, por fuerza, debía haber acabado con su vida.
Sólo la misericordia del Alto Consejo había salvado su cuerpo, si bien el
alma no se acababa de recuperar del todo.
Sintió la tentación de darle a Tyge un inequívoco «no», pero se lo
pensó dos veces.
Había formas menos directas, mucho más inteligentes, de tratar
asuntos con los mejores clientes de Dweezil, y por una vez usaría su
cabeza, haría una pausa, pensaría y no se limitaría a reaccionar
visceralmente. Sabía que a su jefe le entrarían los siete males si
rechazaba de plano la solicitud de Tyge, pero le daba igual. Por mucho que
el que viviese allí fuese el hijo, y no el padre, maldita fuese su alma en el
Inframundo, no pensaba cruzar los límites de esa propiedad ni por todo el
oro del mundo. Que lo llevase Dweezil. Que fuese él quien volviese a casa
envuelto en un manto de toxicidad, para variar.
—Tendrá que tratar ese tema con Dweezil —le dijo en cambio. Tyge
encajaba las negativas igual de mal que D. Jazz era una bruja con un
fuerte instinto de supervivencia, y no estaba del todo segura de qué
poderes controlaba exactamente el maestro Sombra fétida. Por lo que
sabía, ese gas podía convertirse en algo verdaderamente peligroso si se le
irritaba; como si ya no fuese lo bastante asqueroso. Pero, pasase lo que
pasase, la mansión de Clive Reeves era el último sitio que pisaría.
Tyge inclinó la cabeza.
—Por supuesto. Hablaré con él por la mañana.
Estaba convencida de que lo haría. Menos mal que escogió ese
momento para entrar en el coche. Ella cerró la puerta con firmeza cuando
estuvo dentro. Una vez al volante, activó el sistema especial de filtrado de
aire que extraía la letal sustancia rosa de Tyge a la atmósfera sin perjuicio
para el conductor o el peligro de convertirlo en una forma peor de
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Capítulo 6
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necrófagos.»
—Fue un regalo de Navidad —vertió el contenido de la primera olla en
una taza que rezaba: «Pensar en clave de bruja». Apoyó la cadera en la
encimera mientras sorbía el líquido caliente. Cuando alzó la cabeza, sus
ojos estaban tan rojos como la nariz.
—¡Pequeños cabrones!
Nick sacudió la cabeza tras escuchar el sonido de una furibunda voz
masculina, pero Jazz no movió un pelo.
—Oh, vaya, ¿qué han hecho ahora? —murmuró ella en un tenue
suspiro. Miró a Nick—. Ahora verás la vida que tengo y por qué estaría mal
que me convirtiese en una gran bruja mala sólo por ayudarte con tu
problema de los vampiros desaparecidos, cuando hay días en los que no
doy abasto con lo que pasa aquí.
Unos chillidos agudos y una farfullada cháchara inundaron la cocina al
tiempo que dos pantuflas peludas irrumpían en la cocina. En un abrir y
cerrar de ojos se deslizaron en los pies de Jazz.
—¿Sabes lo que han hecho estos pequeños cabrones peludos? —un
Krebs con el rostro enrojecido apareció a continuación, deteniéndose en
seco al comprobar que Jazz no estaba sola.
—No te preocupes, sabe lo que son —dijo Jazz, sonándose la nariz,
tirando el pañuelo a la basura y sacando uno nuevo de la manga—. Nick,
Krebs. Krebs, Nick.
—Hola —saludó Krebs, recordando sus modales antes de volverse a
Jazz—. Creía que ibas a mantenerlos encerrados.
—Sí, como si eso fuese posible.
Krebs bajó la mirada a las pantuflas, que enseguida gruñeron su
versión de «Ni te acerques».
—¿Sabes qué es esto? —sostuvo en alto un pequeño trozo de algodón
negro mientras mantenía las distancias.
—Es demasiado pequeño para ser un pañuelo, y tengo la sensación
de que me vas a decir lo que era y que no me va a gustar lo que oiga —se
miró a los pies—. ¿Qué habéis hecho?
Una de las pantuflas lanzó una brillante sonrisa mientras se arrullaba
en el pie de Jazz entretanto la otra soltaba un discreto eructo. Las orejas
rotaron como antenas, y finalmente la cabeza giró. El conejo se alargó y
alcanzó una raíz de regaliz que había caído al suelo, mientras su
compañero gruñía y agarraba el otro extremo rápidamente, dando inicio a
una peculiar versión de juego del tira y afloja. Los violentos gruñidos de
los conejos inundaron la habitación mientras pugnaban por el control de la
raíz. La gracia hizo que Jazz perdiera el equilibrio.
—Conejitos malos —se volvió a su compañero de piso—. Krebs, las
venas del cuello te van a explotar. Te va a dar un ataque si no te calmas
—aconsejó.
—Esto… —respiró hondo—. Esto era mi camiseta de Grateful Dead. La
que me firmó Jerry García en su setenta y dos gira europea —horadó con
la mirada a los malvados conejos que masticaban su respectiva porción de
raíz—. ¿Sabes cuánto me ha costado en eBay?
—Y yo que pensaba que fue malo que se comiesen mis botas
favoritas —murmuró Nick.
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—Se comieron mis pantuflas de goma de pato porque ellos tenían que
ser los únicos —dijo Jazz.
Krebs siguió respirando pesadamente por la nariz.
—Tengo una trituradora, y sé cómo usarla —amenazó a Fluff y a Puff.
Totalmente ajenos al remordimiento, uno se limitó a bostezar mientras
que el otro le hacía una pedorreta.
Jazz cogió el trozo de algodón justo a tiempo para su siguiente
estornudo. La licuadora ronroneó alegremente antes de que la tapa saltara
por el aire y cayera sobre la encimera.
—Hablaré con ellos —prometió—. Otra vez —alzó la mano para pedir
silencio cuando él ya tenía la boca abierta para hablar—. Dame un respiro,
Krebs. Sabes muy bien que no puedo castigarlos porque tienen ese escudo
protector suyo. Además, aunque pudiese castigarlos, eso no haría más
que te guardaran más rencor a ti. ¿De verdad quieres arriesgarte a perder
medio equipo informático, o al menos todo tu guardarropa?
Krebs volvió a mirar a los conejos, furibundo.
—La venganza será mía.
—Tú vete a Las Vegas y disfruta —le animó.
Krebs propinó a Nick una curiosa mirada.
—¿Estás segura?
Nick sonrió ante la idea de que un humano quisiera proteger a Jazz de
un vampiro, por mucho que no supiera que lo era. Le gustó incluso más
que su gesto protector fuese el de un hermano más que el de un amante.
Ella asintió.
—Estoy resfriada. ¿De verdad quieres estar cerca de mí? —su
siguiente estornudo activó la trituradora de basura, lo cual le ayudó a
decidirse.
Krebs volvió a mirar a Nick.
—No te ofendas, pero ¿quién eres exactamente?
—Alguien que necesita una eliminadora de maldiciones —le dijo Jazz
—. Conduce con cuidado, ten un buen viaje, gana en las mesas y
encuentra una rubia que esté cañón para compartir con ella las ganancias.
Krebs desapareció el tiempo suficiente para hacerse con una pequeña
maleta, murmuró una despedida y se fue después de lanzar una mirada
asesina a las felices pantuflas que se habían acabado su raíz de regaliz y
ya buscaban a su alrededor otra cosa a la que hincarle el diente.
—Algunas cosas nunca cambian —comentó Nick, levantándose para
rellenar su taza. Cuando la pantufla más cercana le gruñó, Nick le mostró
parte de un colmillo. La pantufla cedió sabiamente.
Jazz depositó la taza sobre la mesa y luego acercó la segunda olla. El
aire se llenó de tomillo fresco y hierbabuena mientras ella tomaba un paño
y se cubría la cabeza. Se inclinó sobre la olla e inhaló el balsámico vapor.
Sorbió sonoramente por la nariz.
—Puede que no sea una curandera como Lilibet —suspiró,
mencionando a una de sus hermanas brujas—, pero conozco mis hierbas.
¿Por qué no podré curar un simple resfriado?
Nick sonrió.
—Sigue siendo más seguro que cuando pasas por el síndrome
premenstrual.
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conversación. Cuando los volvió a abrir, estaban tan oscuros que parecían
negros.
—Dime por qué piensas que Clive Reeves Jr. está relacionado con las
desapariciones.
—Creo que Clive Reeves Jr. no existe —declaró, y esperó a la
reacción. Ella lo contempló, incrédula—. De alguna manera, en el
momento de su muerte —los labios de Jazz se movieron en un silencioso
juramento mientas él proseguía—, Clive Reeves se las arregló para
transferir su fuerza vital al cuerpo de su hijo. El hombre que todo el mundo
toma por su hijo es en realidad el padre. No ha dejado la propiedad, y
menos aún la mansión, en décadas. Dicen que allí su magia es más
poderosa, y que se siente más vulnerable lejos de su base de operaciones,
por así decirlo. Cuenta con esclavos que le proporcionan todo lo que
quiere y una selección de vampiros para todo lo demás —sus labios se
torcieron en una mueca de asco.
—Eso no es posible —Jazz meneó la cabeza para subrayar su
negación.
—Es más que posible si se emplea el conjuro adecuado.
—¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? Si es así, entonces ha
usado… —Jazz respiró profundamente y se inclinó sobre la mesa, como si
temiese que le oyesen oídos indiscretos—. Ha usado las artes oscuras para
lograr lo impensable. Nadie juega con eso, a menos que desee perder todo
lo que le hace ser lo que es. Lo ensucia —siseó la última frase con un asco
que convirtió sus labios en una mueca de desdén.
—Y puede volverle muy poderoso —señaló él.
Jazz apartó la mirada.
—No puede haber conseguido tal cosa. Murió. Le hundí esa botella en
el corazón literalmente. La sangre se derramó por todas partes —se
estremeció ante el recuerdo—. No tenía pulso. ¡La única razón por la que
lo toqué era para asegurarme de que estaba acabado! Sí, ya sé que perdí
la consciencia después y la volví a recuperar, pero no quería correr el
riesgo de equivocarme —se masajeó las sienes con los dedos.
Nick comprendía su angustia. Matar a otra persona iba contra su
código. El acto incluso había dañado una parte de su ser. Sin duda, Clive
era el más débil, el mortal; pero, de alguna manera, había conseguido
obtener un poder enorme, atacar y casi matar a Jazz antes de que ella
pudiera defenderse. Cuando llegó Nick, el cuerpo muerto de Reeves yacía
en el suelo mientras una debilitada Jazz cubierta de sangre trataba de
arrastrarse fuera de la habitación. La única razón por la que el Consejo
Arcano no la sentenció a muerte fue porque se vio en la obligación de
defenderse de la magia oscura. Sentenciaron que actuó en defensa propia
y que no se le podía castigar por ello.
Nick se preguntó si el Consejo tomó esa decisión porque sabían que
Jazz ya se castigaría duramente ella sola. Después de todo, vivir con
sangre en las manos era más difícil que recibir una muerte rápida. Él lo
sabía mejor que nadie.
—Entonces ya se sabía que Clive Reeves buscaba a cualquiera que
hubiese lidiado con el lado oscuro del ocultismo —prosiguió ella—. Estaba
convencido de que, con la ayuda adecuada, lograría vivir para siempre.
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magia necesaria para acometer un acto tan retorcido. No era una materia
que se impartiese en la Academia Arcana, salvo para advertir a las
aprendices que tales prácticas estaban prohibidas. Sabía que el precio por
hacer eso era el alma y lo que le quedaba de humanidad al practicante. La
mera idea se antojaba repugnante.
Pero también significaba que, debido a lo que Clive Reeves había
hecho en el pasado, Jazz tendría que volver a adentrarse en la guarida del
diablo. Cada gramo de su ser se lo pedía a gritos.
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Capítulo 7
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confiar para esto. Es un cliente muy valioso que se deja mucho dinero.
Además, le gustas —le echó una mirada de soslayo, derivándola poco a
poco hacia sus pechos.
—Arriba esos ojos, D. Arriba. Es un pervertido absoluto —se inclinó
hacia delante—. ¿Te ha dicho tu gente de la limpieza lo que hizo en el
coche esa noche? Su especie es capaz de hacerse el amor a sí misma, y
no me refiero a una paja. Es asqueroso, D.
—Dame un respiro, Jazz. Sacas mucha pasta conduciendo para mí.
Más de la que nunca harías con tu negocio de eliminar maldiciones.
Jazz entrecerró los ojos.
—Gusanos, D. Montones de ellos arrastrándose por lugares que nunca
podrías alcanzar, y mucho menos imaginar. Harían falta meses deshacerse
de ellos.
Dweezil se cedió.
Jazz sonrió. La prepotente criatura siempre cedía cuando recibía de su
propia medicina.
—¡No puede entrar ahí! —los gritos de horror de Mindy fueron la
primera advertencia. La repentina apertura de la puerta de Dweezil fue la
segunda. Fue lo que vino detrás lo que hizo que Jazz se levantara de un
salto.
—Dweezil Quix… —el recio hombre, ataviado con un traje oscuro y
una dorada placa de detective adosada al bolsillo de la chaqueta, frunció
el ceño ante unos papeles que llevaba en la mano.
Jazz le ayudó a pronunciar el nombre correctamente, incluidos los
chasquidos y los silbidos.
—Esto es una orden de registro de sus propiedades —el hombre puso
unos papeles en la mano de Dweezil. Una leve sombra de asco cruzó su
cara al caer sus ojos en los alargados dedos verdes que se enrollaron
sobre las hojas.
—¿Qué buscan? —Dweezil se levantó serenamente de la silla,
agitando los papeles en su mano.
—Mira, amigo, si no colaboras con nosotros, acabarás encerrado en
tan poco tiempo que no sabrás cómo ha sido —el hombre reparó en Jazz y
luego le propinó una segunda mirada—. ¿Eres humana?
Ella esbozó una amplia sonrisa.
—Tan genuina como la tarta de manzana.
Sabía que Dweezil no la delataría. Tener una humana en el despacho
le ahorraría un montón de molestias si la policía decidía tenerlo en la
misma consideración que Jazz. Además, ella no tenía planeado pasar un
tiempo a la sombra. Había un corpiño de cuero y una chaqueta que le
llamaban a gritos.
—¿Puedo saber qué estás buscando? —preguntó Jazz, manteniendo
su fachada de chica amistosa.
—¿Eres abogada?
—Ni en sus sueños —poco sabía el detective que esa frase estuviera
tan cargada de verdad—. Es sólo que he trabajado para Dweezil durante
un tiempo y siempre ha sido honesto conmigo —mintió. No podían
penalizarla por mentir, a menos que emplease la magia. Siempre había
tenido la molesta sensación de que Dweezil estaba metido en algo de
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dudosa legalidad. Siempre supo que tenía los dedos metidos en turbios
asuntos, pero, siempre que no le afectaran, le daba igual. Un cosquilleo de
preocupación creció en su mente. ¿Qué demonios habría hecho para
llamar la atención de la policía?
—Bueno, hermana… —¿hermana? ¿Le acababa de llamar hermana?
¿De qué libro de Raymond Chandler había salido ese tipo?—. Parece que
tu jefe ha estado vendiendo sustancias ilegales a sus clientes. Además,
tenemos sospechas fundadas de que pueda estar relacionado con la
desaparición de ciertos vampiros —no parecía muy triste ante la idea de
que hubiese unos cuantos vampiros menos en la ciudad. Jazz sabía que los
vampiros que pagaban sus impuestos eran propietarios de muchos clubs
clandestinos. El alcalde no estaba dispuesto a dejar de ingresar ese dinero
en impuestos, y, además, eso le haría parecer como un eficaz freno contra
la comunidad sobrenatural—. Si colabora con nosotros, nos iremos lo
antes posible. Si no… —su voz se apagó, pero la amenaza quedó pendida
en el aire.
—¿Dweezil traficando? —rió ella—. Se han equivocado de hombre. Se
pone malo tan sólo con mirar a una aspirina.
—Sí, eso te habrá dicho —el policía bizqueó, como si tratase de
establecer que era realmente humana.
—¡Dweezil! ¡Se están llevando todos tus archivos! —irrumpió Mindy
por la puerta. Sus ojos brillaban de inquietud y su piel mostraba un
ultramundano brillo dorado. Incluso las puntas de sus orejas parecían más
prominentes.
El detective se quedó mirándola, inseguro de lo que era y a la vez
poco deseoso de averiguarlo. Dio unos pasos atrás.
Jazz se adelantó y arrancó los papeles de la mano de Dweezil. Hojeó
rápidamente el contenido.
—Aquí pone que tienen derecho a llevarse todos tus archivos de la
empresa.
—¿Cómo cojones quieren que trabaje sin mis registros? —saltó
Dweezil, como un elfo enloquecido.
—Sigue así y le encerraremos de verdad —la advertencia del
detective no era una amenaza infundada.
Jazz se levantó. Había algo en esa situación que no olía del todo bien.
Aunque, después de pasar tiempo con Tyge, su sentido del olfato aún no
había vuelto a la normalidad.
—¿Entonces, en qué quedamos, vampiros desaparecidos o drogas?
El detective la miró con el ceño fruncido.
—¿Estás segura de que no eres abogada?
Jazz puso los ojos en blanco.
—Sólo es una pregunta sobre el procedimiento. Sólo he venido a
recoger mi paga.
—Créeme, cielito, pasará tiempo antes de que puedas ver un cheque.
Ahora Jazz sí que estaba enfadada. Tanto por el apelativo de «cielito»,
como por la promesa de que no recibiría su dinero. ¡Ese corpiño y la
chaqueta eran caros, maldita sea! Los había elegido porque sabía que le
reintegrarían el dinero.
—Habló de documentos, nada de congelar cuentas —argumentó.
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Capítulo 8
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Jazz plantó las palmas de las manos sobre la mesa y se echó hacia
delante.
—¿Ha echado una mirada en sus estanterías?
La cara del detective permaneció tan impasible y evasiva como le fue
posible.
—La orden sólo cubría sus papeles.
—Ya, y me tengo que creer que no miraron en todas partes de todos
modos. Me niego a creer que se les pasó por alto que Dweezil colecciona
incunables eróticos y juguetes sexuales.
Larkin emitió un sonido de asco, como si le hubiesen plantado en las
narices uno de los vibradores o penes de látex de Dweezil.
—¿Qué es él exactamente?
—Nunca hemos discutido de política o religión.
Larkin gruñó algunas palabras entre dientes.
—No, me refiero a qué es.
Jazz se tocó el anillo de feldespato en busca de tranquilidad y se
recostó en el respaldo. Dudaba que el otro se diese cuenta de que la
piedra del anillo respondía con un leve brillo.
—Ni idea.
—Eres una bruja.
—Eso no significa que conozca el trasfondo familiar de todo el mundo.
Por lo que sé, Dweezil es el último de su especie —ojalá.
El detective se echó hacia atrás, tamborileando con los dedos sobre la
mesa. Jazz a punto estuvo de decirle que era molesto. Pero estaba segura
de que él ya lo sabía.
—Tu jefe está hasta el cuello de problemas.
—Ya me lo imaginé cuando irrumpió en su despacho y se llevó todos
sus archivos. Pero no alcanzo a imaginar por qué creen que trafica con
drogas o que tenga nada que ver con vampiros desaparecidos —«O cómo
habéis averiguado lo de los vampiros desaparecidos.»
—¿Trabajas a menudo llevando vampiros?
—No mucho.
—¿Más o menos?
Jazz se encogió de hombros.
—A los vampiros, las brujas no les caemos muy bien, y el sentimiento
es bastante recíproco. Así que sólo conduzco para ellos cuando no hay
ningún otro chofer disponible y el vampiro no tiene objeciones al respecto.
—Eso no explica por qué no les gustan las brujas —entrecerró los ojos
—. ¿O acaso eres tú en concreto quien no les agrada?
—¿Bromea? ¡Todo el mundo me adora! Vale, salvo los vampiros. No
les gusta ninguna bruja. Tenemos una especie de tregua. Ellos no nos
muerden y no se ponen malos por nuestra sangre, y nosotras no los
desintegramos con conjuros devoradores de carne.
Se sorprendió.
—Estás bromeando, ¿verdad?
—¿De verdad está interesado en saber lo que pregunta o sólo tiene la
esperanza de que diga alguna estupidez que incrimine a Dweezil?
—Ambas cosas —dijo involuntariamente, y luego pareció estupefacto
por haberlo admitido.
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precisamente nada.
—Como si pudiera meterla en una lavadora y luego donársela a la
beneficencia. Dweezil tiene un contenedor en la parte de atrás
exclusivamente para esas cosas; y no acaban en el vertedero, donde los
vapores multiplican por diez la pestilencia habitual —caminó en silencio,
disfrutando del aire fresco, mucho mejor que el reciclado que llevaba
horas respirando—. Por algo llaman al tipo Sombra fétida. Gracias por
sacarme de ahí, hicieras lo que hicieras.
Nick rió ahogadamente.
—No te ha dolido tanto, ¿verdad?
Jazz aceleró el paso. Cuando alcanzó el borde del aparcamiento, se
detuvo en seco.
—¿Has conducido mi coche? —un trueno resonó fugazmente en el
cielo.
—¿Alguna vez has pensado en asistir a un cursillo de control de la ira?
—le dijo Nick. Se dirigió hacia la puerta del copiloto y la abrió—. Irma,
cariño, vamos a tener que cambiar un momento.
La fantasma se aferró al libro de bolsillo que tenía en las manos como
si su vida dependiese de ello.
—No pienso moverme de aquí.
—Y yo no pienso sentarme en el asiento del copiloto de mi propio
coche —Jazz se encaminó hacia la puerta del conductor. Oteó el interior y
se dio cuenta de que el asiento estaba más alejado del volante—. ¿Cómo
has entrado? Si le has hecho el puente…
—Le di permiso para que condujese —le informó Irma—. Fue mío
antes de ser tuyo. Y si doy mi permiso, el coche arranca sin necesidad de
llave —miró a Nick con una sonrisa picante—. Deja que conduzca ella,
puedes sentarte conmigo, guapetón.
Nick rodeó el coche, bloqueando suavemente sus intenciones de
montarse en el asiento del conductor. Ella notó la intensidad de su poder,
aunque no llegó a tocarla. Podría haberle empujado, pero no se atrevió a
ponerle una mano encima. Tocarle siempre le había traído problemas.
—Hace unos días, te habría acusado de echar a la poli encima de
Dweezil con tal de ajustar cuentas conmigo —murmuró Jazz.
—Ya sabes que no lo haría, Jazz. No uso a terceros para alcanzar mis
objetivos —por un instante, sus ojos parecieron brillar con la misma
intensidad que su feldespato—. Soy una persona muy directa.
—Lo sé, y la idea se desvaneció en cuanto se me ocurrió —se conjuró
para olvidar las dos últimas veces que habían estado juntos. El recuerdo
de sus besos solía provocar que su mente vagara por confines prohibidos.
Nick resopló y paseó la mirada por el aparcamiento.
—Supongo que esta noche me mandarás a casa. Dime una cosa,
¿cuál será tu excusa mañana? ¿Una jaqueca?
El embeleso de Jazz era digno del suyo.
—Tú haz lo que él te pida, nena, y así podremos irnos a casa —se
quejó Irma—. No quiero perderme al doctor House.
Jazz decidió que el remolino que se le estaba formando en la boca del
estómago se debía a no haber comido casi nada durante el día y al mal
café mientras esperaba que el aspirante a Sam Spade fuese al grano.
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Capítulo 9
Moonstone Lake
Las tres mujeres vestían túnicas azul pálido que se movían con la
brisa nocturna mientras recorrían el borde del lago hasta una roca plana
que asomaba sobre las aguas. Se desplazaban con pie seguro y grácil a lo
largo de la orilla de piedra, hasta coronar la roca. Parecían salidas de una
estampa etérea, mientras la luna arrancaba de ellas destellos de plata.
—Que nuestro santuario nos siga proporcionando protección y fuerza
—entonó Stasia Romanov, sacando unos polvos multicolores de una bolsa
de malla dorada y lanzándolos al agua. La brisa tiró de sus cabellos
castaños hasta dotarlos de vida propia.
—Que nuestro santuario nos proporcione sustento y nos siga
alimentando —siguió Blair Fitzpatrick con una pizca de polvos plateados.
Su cabello, marrón más oscuro, con mechas rojizas también pareció
cobrar vida.
Jazz fue la última, con su melena cobriza pendiendo de sus hombros
en ondas sueltas.
—En esta luna llena, pedimos que nuestro santuario esté siempre ahí
para nosotras, en tiempos de necesidad —abrió su amplia bolsa y extrajo
sus polvos, del cremoso color de las perlas. En cuanto los polvos tocaron
el agua, el lago adquirió el extraño color traslúcido del feldespato, a juego
con las gemas que llevaban las mujeres. En ese instante, los colgantes y
los anillos de las tres cobraron brillo. En el momento en que una estrella
fugaz atravesó el aterciopelado cielo nocturno, las tres se miraron entre sí
y estallaron en alegres risas.
—¡Y gracias por hacer que no surgiera el monstruo del lago y nos
comiera! —gritó Jazz sobre las aguas trémulas mientras giraba sobre sí
misma.
—Eso es, Jazz, tú anímele a que se tome un bocado nocturno —le riñó
Blair.
Más tarde, mientras deshacían camino por la orilla, Stasia desvió la
mirada hacia el lago. Surgió un leve chapoteo en el centro, cuyas ondas
concéntricas aumentaban de intensidad a medida que se acercaban a los
bordes.
—¿Creéis que es verdad? —preguntó.
—¿El qué? ¿Que tenemos un monstruo viviendo en el lago? —Blair
siguió su mirada—. Has leído demasiadas de las novelas de fantasía que
vendes, Stasi. Lo único que encontrarás ahí son peces, trozos de barcas y
millas de redes de pesca encalladas en el fondo.
—Eso no quiere decir que no haya nada viviendo en el lago —dijo
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Jazz, haciendo una pausa para contemplar el agua, que ahora permanecía
en calma, con la salvedad de chapoteos esporádicos—. ¿Alguna vez
alguien ha visto algo extraño?
Stasi meneó la cabeza.
—Los críos del instituto suelen venir por aquí a medianoche y
aseguran haber visto la cabeza de la criatura asomando del agua, pero
nunca se ha confirmado nada, por lo que todo el mundo asume que han
estado bebiendo o algo.
—Al menos nadie se pasa en las noches de luna llena. Si supieran qué
hacemos aquí y por qué lo hacemos, seguramente esperarían
encontrarnos bailando desnudas alrededor de una hoguera —bromeó
Blair.
—Oh, claro, ¿en una noche como ésta? —se quejó Jazz,
estremeciéndose bajo su túnica—. Debe de haber seis grados bajo cero.
¡Me he puesto ropa interior larga, y aun así estoy helada!
Las otras dos chocaron hombros amistosamente mientras apretaban
el paso. No repararon en el difuso perfil de una cabeza recubierta de
escamas que se asomaba del agua y miraba en su dirección.
Siguiendo su costumbre de antiguo honrada, las mujeres se
levantaron para contemplar el amanecer, que las inundó de rojos naranjas
y dorados. De esa forma, pudieron disfrutar juntas de las primeras horas
de la mañana, antes de que Jazz tuviera que regresar a la vida en la
ciudad.
Cuando Stasi y Blair descubrieron Moonstone Lake en 1854, el pueblo
minero recibía el acertado nombre de Última Oportunidad. Fue muñéndose
a medida que las minas se agotaban y algunos de sus residentes
emigraban en busca de fortuna, mientras otros preferían quedarse en
busca de estabilidad. Stasi y Blair se quedaron, trabajando como
camareras en la pequeña cafetería que al final adquirieron. Cuando
abandonaron el lugar, aduciendo asuntos familiares, también eran dueñas
del edificio donde se encontraba la cafetería. Stasi y Blair se turnaron a lo
largo de los años en el papel de nieta o sobrina nieta para mantener la
propiedad del edificio de cara al día que decidiesen regresar.
Hacía dos años que decidieron volver al pequeño pueblo. Restauraron
el viejo edificio y abrieron un negocio de hostelería para atender a los
turistas que hacían una parada de camino a las estaciones de esquí, más
arriba en la montaña. Empezaron a bromear sobre que también estaban
allí para vigilar al monstruo mítico que supuestamente habitaba en el lago.
Ambas dieron un paso más lejos al repartir conjuros de desinterés por los
bosques que rodeaban parcialmente el pueblo. Muchos urbanistas
visitaban el lugar con la idea de construir centros turísticos, pero siempre
se marchaban pensando que el lugar no les convencía. Pero como ambas
mujeres eran conscientes de que siempre podía haber alguien que se
saltara los efectos de los conjuros, tomaron más precauciones y
compraron las parcelas que rodeaban el lago mediante una empresa
fantasma. Este era su pequeño paraíso particular, y pretendían que así
siguiese siendo.
Por el momento, Stasi disfrutaba regentando su tiendecita de lencería
que también ofrecía novelas románticas, mientras que Blair explotaba su
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arrastra cerca. No es algo que pueda ver. Sólo la sensación de que hay
algo. Se le pasará en unos seis meses, y creo que para entonces ni
siquiera podrá pensar en ella con el más mínimo afecto. Mi propia cosecha
de la terapia de aversión.
—La gente no es consciente del daño que se puede hacer en nombre
de la pasión —dijo Stasi—. El amor no debería atar, sino liberar.
—Habló la románica empedernida —bromeó Blair.
—Por eso queremos a Stasi —Jazz dedicó una cálida sonrisa a la mujer
que consideraba más cercana a ella que su propia sangre—. Aun así, lo
que algunos creen que son maldiciones, resultan no tener nada que ver
con la magia. Un hombre estaba convencido de que su perro estaba
maldito porque no paraba de comerse su ropa y sus zapatos, e incluso le
daba al mobiliario. Decía que su mujer había lanzado una maldición sobre
el perro porque el marido había ganado la custodia del animal en el
divorcio. Resultó que no era nada de eso. El perro estaba estresado por
todo el proceso, y necesitaba pasar más tiempo de calidad juntos.
—Los perros son tan fáciles de entender… Son casi humanos —
meditó Blair.
—Sí, éste era un cachorro de lo más lindo. Lo malo es que el idiota de
su dueño pensó que no tenía por qué pagarme al no haber maldición que
eliminar. Le expliqué cuáles serían las consecuencias, y me soltó el dinero
muy alegremente —Jazz sonrió.
Stasi hojeaba desinteresadamente las páginas de la revista Allure.
—Nos hubiese encantado que vinieses a vivir aquí, Jazz. Hay espacio
de sobra para ti.
—Soy feliz en Los Ángeles. Entre la eliminación de maldiciones y
conducir para Dweezil no me aburro —Jazz estiró sus piernas, enfundadas
en unos vaqueros. Con sus negras botas de tacón alto, los vaqueros
negros ceñidos, la camiseta verde esmeralda y la chaqueta negra de
cuero, junto con unas gafas de sol Stenson, parecía una versión sexy de la
mujer de Marlboro. Hubiese preferido llevar a Fluff y a Puff, pero sus
pantuflas estaban vedadas en Moonstone Lake desde un desafortunado
episodio con una ardilla.
—No sé cómo puedes ser feliz trabajando para un tipo tan espantoso
—declaró Blair, estremecida.
—Puede que Dweezil sea asqueroso y…
—Espeluznante —añadió Stasi.
—Y un completo pervertido —dijo Blair, arrugando el labio.
—Por no hablar de su tercer brazo y segunda polla —Jazz encajó los
gritos a dos bandas—. Pero paga bien.
—No es para menos —Stasi encogió las piernas sobre la silla y rodeó
sus rodillas con los brazos. Su falda se deslizó sobre sus piernas—.
Trabajando para él tienes que llevar en coche a un montón de criaturas
asquerosas.
—Alguien tiene que hacerlo, y estoy mejor cualificada que la mayoría
—sorbió su expreso con triple moca, pensativa—. Algunos incluso dejan
buenas propinas.
—Teniendo en cuenta su aspecto y su olor, no es para menos —dijo
Stasi, arrugando la nariz—. Incluso tienes que llevar a esa criatura
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Capítulo 10
—¿Qué quieres decir con que aún no te has pasado por allí? Me
prometiste que irías a la tienda y lo recogerías por mí. ¡Cerrarán dentro de
un par de horas!
La acusación implícita en la voz de Krebs pilló a Jazz por sorpresa. Sin
duda debió comprobar la identidad del que llamaba antes de contestar al
móvil. No era fácil tratar con Krebs cuando estaba irritado. Y su código de
bruja le impedía invocar uno de esos buenos y viejos conjuros inofensivos
que le hiciese olvidar la promesa que le había hecho. Una promesa, todo
sea dicho, que hizo una mañana en la que estaba desesperada por un café
y él mantuvo el tarro como rehén hasta que ella accedió a recoger cierto
material informático que había encargado especialmente.
—Una promesa que me arrancaste antes de decirme exactamente
dónde tenía que ir. No soy bienvenida allí.
—Esa subida de tensión no fue culpa tuya, así que no la uses como
una excusa. Limítate a ir a la tienda, decirles que vas a recoger mi
encargo, firmar el albarán y salir. Ellos se encargarán de cargar las cajas
en el coche.
Jazz abrió la boca y luego volvió a cerrarla cuando se dio cuenta de
que Krebs ya había colgado.
—Está bien —murmuró, metiéndose el móvil en un bolsillo de la
chaqueta. Los tacones de sus botas chocaron con fuerza contra el suelo
del aparcamiento prácticamente vacío. Pasó junto a varios espacios vacíos
que estaba acostumbrada a ver llenos de mini furgonetas y utilitarios de
todo pelo. Era el día álgido de las rebajas en el centro comercial, y se
imaginó que estaría lleno. Numerosos vehículos pasaron por su lado, sus
conductores buscando afanadamente los esquivos huecos más cercanos a
las entradas, pero no hicieron caso de los espacios vacíos. Los sonidos del
tráfico estaban amortiguados por la estructura de hormigón.
Tenía su Thunderbird a la vista cuando una abrumadora ola de sofoco
la absorbió. El paso le titubeó por un momento. Sabía instintivamente que
acelerarlo no haría más que ralentizarla mientras cruzaba el umbral
invisible que se antojaba como una barrera pegajosa. Al mirar a su coche,
que estaba en una de las secciones vacías, supo por qué los demás
conductores pasaban de largo, a pesar de estar muy cerca del ascensor
del aparcamiento. Ella tampoco hubiese querido.
A medida que avanzaba con los ojos puestos en su coche, que los
demás mortales veían como un vulgar sedán, una alta figura se desgajó
de las sombras, cerca del parachoques frontal, y se quedó cerca del faro
posterior. El hombre la estaba esperando, no había duda. Irma estaba
inmóvil en el asiento del copiloto con una expresión que Jazz nunca había
visto en la enojadiza fantasma. Pavor.
Jazz no la culpó. Ella tampoco se sentía muy valiente, aunque no
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Jazz recogió uno de los cristales de cuarzo que yacían cerca del
caldero y lo metió en el agua antes de dirigirse hacia el coche y dejarlo en
el regazo de Irma.
—Para ti.
—¿Qué? —saltó Irma cuando el cristal atravesó su figura para quedar
tranquilamente posado sobre el asiento.
—Te ayudará a calmarte —explicó Jazz.
—¡Ni siquiera puedo sostenerlo! —Irma bajó la mirada hacia el cristal
sobre el que estaba «sentada».
—Puede calmarte, aunque esté debajo de tu trasero —espetó Jazz,
disponiéndose a coger la escoba.
Nick observó cómo finalizaba el conjuro barriendo alrededor del
coche, desterrando el mal que quedaba.
—Que se vaya para no volver. Que se vaya donde para siempre
pueda arder —murmuró—. ¡Porque yo lo digo, maldita sea! —la fórmula de
Jazz del «así sea» era más directa y Nick tenía que admitir que iba con
ella.
La oscuridad se desvaneció.
A pesar de que el mal parecía haber desaparecido, Irma tenía aspecto
de seguir traumatizada.
Nick se quedó en su sitio, contemplando cómo Jazz abría el círculo,
despejaba las herramientas y apagaba el equipo de sonido.
—Tengo que informar al Protectorado de esto. Los Antiguos han de
saber lo que os ha pasado a ti y a Irma.
Jazz se envaró.
—No les dirás nada. No han movido un dedo por ti en el pasado, ¿por
qué molestarte ahora? —captó su expresión—. ¡Dame un respiro, Nick! Te
han tenido cogido de los colmillos durante los últimos dos milenios.
—¿Colmillos? —intervino Krebs, pasando la mirada de la una al otro—.
¿Quién tiene colmillos? ¿Él tiene colmillos?
—El Protectorado y sus malditos Antiguos tienen sus propios planes,
que no tienen nada que ver contigo y, por supuesto, conmigo tampoco —
prosiguió ella, ignorando a Krebs.
—Tiene todo que ver con nosotros. Nos han pedido que echemos una
mano con el asunto de Clive —señaló Nick—. Ya sabes cómo son. Si
supiesen que no estamos a la altura del trabajo, no nos habrían pedido
ayuda.
La sonrisa de Jazz era de todo menos atractiva. Por un instante, un
trueno restalló en los cielos.
—La única razón por la que piensan que puedo ser de utilidad es que,
en caso de que haya bajas, esperan que sea yo en vez de tú. Eres más
vulnerable frente a ellos que yo. Puede que hayas abandonado el
Protectorado, pero te siguen considerando uno de los suyos —avanzó
decididamente hacia él. Una bruja enfadada es una bruja peligrosa. En ese
momento, Jazz era comparable a un arma nuclear.
—Eh, chicos —terció Krebs, pero no era tan tonto como para entrar en
la zona de peligro. Ya conocía las manifestaciones del temperamento de
Jazz—. Para vuestra información, no estamos solos aquí. Pensemos en los
vecinos que podrían estar mirando desde sus ventanas. No queremos
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hacer nada que les anime a llamar a la policía, o algo peor, que nos echen
del barrio, ¿verdad?
Nick se mantuvo en su sitio mientras una ventolera los envolvía,
levantando polvaredas a su paso. Cuando las diminutas partículas se le
clavaron en la piel como miles de cuchillas, lanzó un siseo de dolor y
exhibió sus colmillos.
—¡La leche! —Krebs prácticamente se subió al respaldo de su silla, la
volcó y se cayó de espaldas. Se revolvió en el suelo y se puso a cuatro
patas.
Al verlo, Jazz se dio cuenta de lo lejos que había llegado. Se puso a
caminar en pequeños círculos, los brazos en jarra, lanzando cortos y
profundos suspiros para ahuyentar la rabia. Los colores que manifestaban
su hostilidad fueron difuminándose.
Nick también se tomó su tiempo para serenarse.
—Te pido disculpas —dijo, inclinándose profundamente ante un
tembloroso Krebs.
—Es sólo que yo… Joder —se pasó la mano por el pelo. Alzó las
manos, las palmas hacia fuera—. ¿Sabéis qué? Me voy adentro a ponerme
un copazo. Puede que apure la botella. Lo único que os pido es que no
voléis nada por los aires —retrocedió hasta la casa.
Nick agachó la cabeza, dejando escapar un leve suspiro.
—¿No lo sabía?
—No, no lo sabía —Jazz respiró profundamente varias veces,
calmando sus acelerados latidos—. No es algo que se pueda sacar en
cualquier conversación. «Oh, por cierto, Krebs, ¿te acuerdas del tipo que
vino de visita? Es un vampiro que ni vive ni respira.» Krebs trata con
vampiros en su trabajo, pero lo hace todo por teléfono o Internet. Le insté
a que lo hiciera así por su propio bien. Cree que me complace al seguir mi
recomendación. A veces me da la sensación de que piensa que son una
especie de club underground, aspirantes, nada serio.
—Definitivamente no es lo mismo que echarse uno a la cara —miró a
Irma, hecha un ovillo en su asiento—. ¿Estás segura de que era Clive?
—Sólo porque no tuviera el mismo aspecto que antes y hayan pasado
más de setenta años no quiere decir que no sepa reconocer al diablo —su
rostro se tensó con el dolor que afloraba en su interior—. Mira, hazme un
favor y márchate. Ahora mismo no estoy de humor para hablar de
estrategias. No quiero saber nada de informes o lo que hay que hacer a
continuación; ni siquiera lo capullo que sigues siendo.
Nick quiso decirle que era eso precisamente lo que tenían que hacer,
pero concluyó que no era el mejor momento.
Además, tenía que hacer algunas llamadas. Inclinó la cabeza en un
breve asentimiento.
—Te llamaré luego —mientras se alejaba, vio a Jazz en el ojo de su
mente. La ira y el miedo pugnaban en su mirada, y su piel estaba tan
pálida como el pergamino. Antaño se hubiese quedado y habría hecho
todo lo posible para reconfortarla. Ahora, sabía que lo mejor era irse y
dejar que se serenase ella sola, por muchas que fuesen sus ganas de
quedarse.
Ninguna mujer había conseguido jamás hacerle sentir vivo, bueno,
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Capítulo 11
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quieres arriesgarte?
Nick dio un respingo. Sabía muy bien que decía la verdad. El fuego
mágico de Jazz era una nimiedad en comparación con lo que le podría
pasar en ese sitio. Cualquier lugar que rindiera servicio a magos y brujas
solía tener en sus puertas un letrero de «Los vampiros no son
bienvenidos».
—¿Crees que averiguarás algo allí?
—Hay una sección que quizá tenga la información necesaria, si se me
permite el acceso. Por desgracia, el Bibliotecario y yo nunca nos hemos
llevado bien, y no hay manera de que acceda a esa sala sin su permiso —
lo miró directamente a la cara—. Quiero que el pasado muera de la
manera más horrible. Quiero que corra la sangre y ver los pedazos de ese
monstruo esparcidos a los cuatro vientos —mientras hablaba, un viento
helado se coló entre los dos, acariciando la piel expuesta de Jazz con
dedos árticos. No se sobresaltó ante el frío tremendo que sabía
procedente del Alto Consejo Arcano. Era la advertencia de que tenía que
atender su aviso o afrontar su ira.
Jazz fue lo bastante inteligente como para ceder.
Levantó la mirada para observar el rostro de Nick, notando cómo la
luz de la luna hendía sus ojos verdes como el mar. «Ojos que imitan los
tonos verdes del mar Esmeralda.»
Él sintió las últimas tramas de su retirada a pesar de que no moviera
un solo músculo. Y lo que sea que viera en su cara, nada tenía que ver con
él. La rabia se enroscaba en lo más hondo.
—¿En qué piensas cuando me miras, Jazz? —preguntó—. ¿A quién
ves?
Sintió que el dolor le atravesaba la carne como la punta de un
cuchillo. En todos los años que conocía a Nick, jamás le había preguntado
eso. Era como si nunca hubiese querido saber que había habido otra.
Jazz hurgó concienzudamente en sí misma, hallando la fuerza
necesaria para mantener la verdad enterrada a tanta profundidad que
esperaba que ni ella podría encontrarla. En cuanto la encontró, se obligó a
cruzarse con su mirada. Quería que no cupiese duda alguna sobre lo que
iba a decir.
—Nada. No veo ni siento nada.
—Mentirosa —murmuró él, con una fina sonrisa atravesándole los
labios—. Compartimos mucho pasado, Griet —ella detestaba que
emplease su nombre de nacimiento—. Hemos compartido muchas
aventuras a lo largo de los siglos. Tantas como veces hemos compartido
nuestros cuerpos —redujo el tono de la voz hasta convertirla en un
murmullo seductor que se extendió por sus terminaciones nerviosas como
diminutas descargas eléctricas—. Recuerdo que algunas noches
estábamos tan ansiosos por estar juntos que ni siquiera esperábamos a
encontrar una cama. ¿Recuerdas esa noche en Venecia, cuando nos
detuvimos en ese puente desierto, te levanté las faldas y te presioné
contra mi cuerpo? —una negra luz iluminó sus ojos—. Al tocarte, te hallé
tan húmeda por mí que mi pene entró con suma facilidad, y tú te sentiste
tan bien. Nos deseábamos tanto que apenas te hicieron falta unos
segundos para alcanzar el orgasmo.
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Capítulo 12
Jazz se inclinó sobre el lavabo para tener una mejor perspectiva del
espejo del baño. Lo que vio no le agradó mucho. Hizo una mueca al ver de
cerca sus ojos enrojecidos y su aspecto victimista. Hasta sus huesos
delataban que no había dormido esa noche.
—Podría ser peor —murmuró, lanzando un conjuro menor de belleza
que le quitó el rojo de los ojos y añadió brillo a su piel. Habida cuenta de lo
que estaba a punto de enfrentarse esa mañana, necesitaría todas las
armaduras de las que pudiese disponer.
Krebs estaba en la cocina, acunando una taza de café, cuando Jazz
hizo acto de presencia. Cogió una de sus tazas favoritas y sacó un par de
galletas de mantequilla de cacahuetes del tarro, Krebs levantó la mirada y
arqueó una ceja, sorprendido por la sobriedad (para ser Jazz) de su falda y
el jersey. Devolvió la mirada a su café.
—Entonces Nick es un vampiro de verdad, ¿eh? Esos colmillos que
mostró eran de verdad, no parecían labor de un dentista cosmético. ¿Bebe
sangre, se pasa la noche despierto? ¿Si le diera el sol, acabaría hecho un
amasijo de cenizas?
—Lo ha sido desde que lo conozco —inhaló la rica fragancia de
vainilla francesa mientras vertía el líquido en su taza.
—¿Y de eso cuánto hace?
Tomó varios sorbos con cautela para activarse.
—Demasiado.
—Ya lo entiendo. Si me lo dijeras, tendrías que matarme.
—No, haces un café demasiado bueno como para querer matarte,
pero no quieras saberlo —se sentó en la silla de enfrente y tomó otro
sorbo. Cerró los ojos, feliz mientras la cafeína inundaba su organismo.
Krebs se estiró sobre la mesa y cogió su mano.
—Cuéntamelo, Jazz.
Ella meditó varios segundos antes de responder.
—¿Recuerdas los avisos en línea acerca de las desapariciones de
algunos vampiros? —aguardó a que asintiera—. Una organización
vampírica ha contratado a Nick para investigarlas.
—A pesar de verlas colgadas, no parecían noticias muy importantes.
¿Por qué querría nadie investigarlas?
—Más bien mantenerlas en secreto por una buena razón —Jazz no
quería entrar en demasiados detalles si no era necesario. Si Krebs iba a
tratar con la comunidad vampírica, prefería que se mantuviera fuera de
sus límites tanto como le fuese posible, y estaba segura de que los
vampiros con los que trataba estarían de acuerdo con ella.
—Vamos, Jazz, seguro que hay más. Te olvidas de que siempre estoy
trabajando para vampiros —dijo, esparciendo azúcar moreno sobre sus
copos de avena—. ¿Qué está pasando realmente?
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pasarla por alto. «Salvo que acabas de hacer una promesa y no puedes
romperla.» Maldijo mentalmente a la pequeña gárgola que tenía en la
cabeza y siguió avanzando hacia la puerta. Si bien había pensando en una
forma de aprovechar las habilidades de Krebs con los ordenadores, no
deseaba que buscase ninguna información acerca de Clive Reeves, a
menos que ella estuviese delante. Hacía mucho que había lanzado
conjuros de protección sobre los ordenadores, pero era consciente de que
siempre había muchas probabilidades de que algo saliera mal,
especialmente con Reeves exhibiendo poderes de los que no se sabía
nada. Además, se odiaría si a Krebs le pasase algo sin que ella pudiera
evitarlo.
—¿Qué pasa?
—Sólo una de esas ideas que salen solas —dijo meneando la cabeza
—. Hasta luego —se marchó, antes de que esa vocecilla aflorase de nuevo.
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cuando se trata con gente que lleva viva miles de años y son acérrimos
creyentes en la etiqueta, sabía que era esencial comportarse conforme a
los cánones de decoro de las brujas, a menos que deseara que nunca le
dejasen pasar.
Al salir de la casa, solicitó la ubicación de la Biblioteca y hacia allí se
dirigió. Ahora tenía que esperar a que le mostrasen la puerta. En ningún
momento se figuró que aquello le llevaría a una encrucijada entre una
librería para adultos y una tienda de drag queens.
Ante ella apareció una diminuta burbuja de luz dorada.
—¿Es Campanilla? —preguntó Irma, asomándose por la puerta del
coche.
—Ni se le acerca. Enseguida vuelvo.
—¿Qué pasa si viene algún depravado? —dijo, mirando a su alrededor
—. Ya sabes que si tuviese una mascota, podría protegerme mientras no
estás.
—Eres la única fantasma de la manzana que desea un perro guardián.
Si se acerca alguien, fulmínalo con encantamientos etéreos —Jazz se fijó
en la luz que se dirigía hacia el callejón—. Debí haber imaginado que la
entrada estaría en un sitio más lúgubre que una librería para adultos —
arrugó la nariz al pasar junto a un contenedor de basura lleno a rebosar
que olía como si no lo hubieran vaciado en años. La pequeña burbuja de
iluminación se detuvo al final del callejón, parpadeó tres veces y
desapareció—. Lo que les cuesta hacerlo fácil —observó la pared de
cemento llena de pintadas con imaginativas posturas sexuales que ella no
se imaginaba practicando aunque tuviese las articulaciones de goma—.
Busco la Biblioteca —dijo en voz alta.
El aire frente a ella titiló hasta que el muro de cemento desapareció
para revelar una enorme puerta de madera maciza tallada con llamativos
ornamentos. Aferró con los dedos la enorme aldaba de bronce con forma
de grifo y golpeó la puerta tres veces.
El grifo abrió los ojos y observó fijamente a Jazz, al tiempo que su pico
se abría en algo parecido a un bostezo.
—¿Qué es lo que quieres, bruja?
—Necesito un consejo que sólo puedo hallar aquí. Solicito permiso
para entrar —ojalá pudiese girar el pomo v entrar sin más, pero el
guardián de la puerta de la Biblioteca tenía sus propias reglas. Sin
acatarlas, no se entraba.
El pico del grifo volvió a abrirse en un amplio bostezo.
—¿Contraseña?
—Hermoine sacaba mejores notas que Harry.
—Algún día, bruja, tu impertinencia será tu perdición —graznó el
grifo.
—Puede, pero hoy no —aguardó a escuchar el chasquido metálico y
luego empujó la pesada puerta, que fue abriéndose con el chirrido de
goznes viejos y madera adusta. Atravesó el umbral, consciente de que se
adentraba en un reino diferente que nada tenía que ver con el humano.
Jazz se quedó quieta mientras la puerta se cerraba tras ella. Estaba
en un pasillo oscuro que desprendía olor a polvo, cuero, papel y
ancestrales objetos que clamaban en silencio la magia que los envolvía. A
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Capítulo 13
Cuando Jazz llegó a casa, se alegró de tenerla para ella sola. Seguía
sintiéndose bastante agitada por su paso por la sección de magia
destructiva de la Biblioteca, y lo último que quería era tener a Krebs
merodeando y haciéndole preguntas sobre dónde había estado. No le
habría costado nada notar su incomodidad y pedir una explicación.
Tampoco era nada que pudiese explicarse con facilidad. Al menos con Nick
podía decir lo mínimo imprescindible, que él comprendería, mientras que
con Krebs habría que andar con pelos y señales. Al parecer, su compañero
de piso estaba cada vez más metido en su vida, y no sabía si era una
buena idea o no.
Se quitó la ropa y se tomó un momento de meditación para centrarse.
Necesitaba desprenderse del sentido de maldad que había sentido en esa
sala, tan llena de oscuridad.
Cuando se recuperó un poco, se dispuso a tomar un baño relajante.
Escogió un gel que olía a limón y siguió con una crema corporal del mismo
olor, para culminar con un perfume a juego.
—Bruja con aroma fresco de limón —proclamó, siguiendo con la
tendencia y poniéndose una sudadera de manga larga color amarillo
crema, unos pantalones vaqueros gastados, que se ceñían de maravilla a
sus largas piernas las sandalias de dedo amarillas con unos divertidos
diseños y tiras de cuero. Para sumar al aspecto de la joven dispuesta a
pasar una buena noche por su cuenta, se cepilló el pelo hacia atrás y, se lo
recogió en una alegre coleta, decorada con una goma amarilla. Estudió su
reflejo en el espejo mientras se ponía un pintalabios tono coral.
—Soy tan bonita que hasta da miedo.
Esta vez pasó del coche y lo dejó, junto con Irma, en casa mientras
recorría a pie las cinco manzanas que la separaban del paseo. Hasta el
momento, había evitado poner un pie en el despacho de Nick esgrimiendo
cualquier excusa por bruja conocida. Pero ya se le habían agotado, y,
además, había prometido ir después de su paso por la Biblioteca. Seguía
sin tener ganas de hablar del tiempo que había pasado allí, pero tampoco
era algo que quisiera esconder debajo de la moqueta. Incluso ahora,
cuando tenía que encontrarse con él y hablar de sus descubrimientos, se
tomó su tiempo e hizo una parada para comprarse una Coca-Cola light
grande y un pastel con azúcar espolvoreado que la llamaba a gritos.
Incluso meditó seriamente comprar algodón de azúcar, pero no se
imaginaba cómo llevar todo eso. En momentos como ése, deseaba tener
un tercer brazo, como Dweezil.
Nunca había estado en el edificio donde se encontraba el despacho
de Nick, pero en cuanto accedió a las entrañas de la estructura de los
años veinte, con su ornamentado ascensor de jaula a un extremo del
estrecho pasillo y la negra barandilla de brillante hierro forjado que
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decoraba las escaleras al otro, supo que se ceñía al amor que Nick sentía
por la Historia.
Consultó el directorio de la pared, junto a la entrada, y se dirigió hacia
el ascensor.
Ahora se encontraba en su territorio.
A diferencia de la otra vez, Nick sintió la presencia de Jazz en cuanto
puso un pie en el paseo. Se recostó sobre su destartalado sillón de cuero,
estiró las piernas sobre el escritorio y cruzó los tobillos. Aguardó.
Sonrió al ver que aparecía una delgada sombra al otro lado del vidrio
escarchado de la puerta.
—¡Maldita sea, Nick! ¡Abre la puerta!
Se resistió a la tentación de abrirla con la mente y lo hizo al modo
tradicional. Desenrolló su alta planta del sillón y fue hacia la puerta.
—Vivo para servir a mi señora —dijo, abriendo la puerta y dando un
paso atrás.
Jazz irrumpió en el despacho, como el amanecer que sólo había visto
en la televisión, las manos llenas de comida y bebida. Aún tenía las puntas
del pelo húmedas por la reciente ducha.
Giró en un círculo cerrado, probablemente escrutando cada
centímetro del escritorio.
—Y yo que pensaba que el Protectorado pagaba bien a su gente.
¿Qué? ¿No tenías ningún plan de jubilación para buscarte algo un poco
más elaborado? —depositó la bebida y el plato con un pastel a medio
comer sobre la mesa—. No te ofendas, pero este sitio parece salido del
decorado de una película de detectives de los años cuarenta.
—No me ofendo. No me va tan mal. Compré el edificio por el amplio
refugio de la defensa civil que tiene debajo y que he convertido en un
cómodo apartamento —hizo un gesto para que se sentara en una silla—.
¿Cómo te ha ido en la Biblioteca?
—¡Uff! —soltó ella, dejándose caer sobre la silla—. El Bibliotecario no
ha cambiado en los últimos ochenta años. Sigue siendo un capullo
pomposo —dio un sorbo a su refresco y un mordisco al pastel, esparciendo
azúcar por rodas partes— Después se lamió delicadamente el azúcar que
le quedaba en la punta de los dedos.
Nick volvió a su sillón. El aroma a limón de su piel le provocó la
tentación de comprobar si sabía igual. Pero no creía que fuese el mejor
momento.
—¿Y has logrado averiguar algo de ese sacrosanto centro de
información mágico? —lamentó el sarcasmo cuando vio el cambio en la
expresión de Jazz. Si su corazón aún latiera, podría decirse que se quedó
helado. ¿Qué ocurría en ese lugar, por el amor de Hades?
La fácil sonrisa de Jazz se difuminó.
—Deberías alegrarte de no haber tenido que estar nunca allí. Lidiar
con el Bibliotecario es más que suficiente. Pero la sección donde tienen el
material de la magia oscura, bueno… —respiró profundamente—. Oscura
es quedarse corta. Y el ambiente resulta sofocante, a pesar de que el
portal parece extenderse hasta el infinito. Encontré libros, rollos y
pergaminos con contenidos en los que ni siquiera me apetece pensar. Y
objetos que apuesto a que le provocan pesadillas a cualquiera. Estos
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la idea de dejar el chocolate y el café por una vida eterna basta para
ahuyentarme.
Nick agitó la cabeza mientras hurgaba en sus recuerdos en busca de
susurros de relatos antiguos, cuentos en los que no habría pensado
demasiado hasta ese momento. Tendría que hablar con Flavius. Como
Antiguo del Protectorado, estaría al tanto de todas las leyendas, fuesen
ciertas o ficticias. A los Antiguos les gustaba remover viejos cuentos de
década en década, ya que evitaba que los mortales supiesen exactamente
lo que se arrastraba por sus calles cuando caía la noche.
—Tenemos que hablar con Flavius —sintió el rechazo de Jazz en
cuanto dijo las palabras—. No me mires así. Quizá vea el sentido del
acertijo donde nosotros no lo vimos. Ha existido mucho más tiempo que tú
y yo juntos.
—¿En serio? En ese caso me sorprende que me hayan pedido ayuda
—dijo con un toque de ironía.
—Preguntar no hará daño.
—Es un Antiguo, Nick. Se limitará a tomar lo que he averiguado y se
lo entregará al Protectorado. No nos dirá nada.
—¿Y por qué no iba a hacer lo correcto? —espetó—. Es mi especie la
que está desapareciendo, mientras que la tuya no ha de temer ser cazada
como animales y, hasta donde sabemos, tratada como poco más que una
fuente de alimento.
Vale, ahora sí que estaba enfadada.
—¿Que no tema ser cazada? Entonces, ¿qué fue para ti la sangrienta
Inquisición de 1233? ¿Qué me dices de Salem, en 1692? ¡Mientras los
tuyos se escondían en las sombras, los míos eran arrastrados a la luz,
quemados en una pira, aplastados hasta morir, lapidados, atados a
caballos y descuartizados como trozos de carne! —avanzó hacia él,
dejándose abrazar por la creciente furia. El trueno restalló en los cielos—.
Y con mis hermanas también cayeron inocentes injustamente acusados
por el mero hecho de ser diferentes. ¿Es una verruga eso que tienes en la
nariz? ¡Seguro que eres una bruja! —plantó sus manos sobre el pecho de
Nick y empujó, pero esta vez él le agarró de las muñecas con fuerza. Ella
se resistió, pero nada pudo hacer contra su fuerza superior—. Mientras los
vampiros se arrastran por las sombras, acechando a quien les viene en
gana, llegando a borrar los recuerdos de sus víctimas de ese encuentro.
Mientras los vampiros tratan a muchos inocentes corno una maldita fuente
de alimento —sus palabras se le antojaron amargas al paladar.
—Me he arrastrado por las sombras durante novecientos años —dijo
con sequedad—. ¿Quieres que comparemos historias de miedo? Yo
también puedo. Así que admitamos llanamente que nuestros respectivos
colectivos no lo han tenido fácil —le apretó aún más las muñecas—. Un
quejido sobrevivido, Jazz. Eso es lo que cuenta. Nos hemos abierto paso
por el mundo lo mejor que hemos podido.
Ella echó la cabeza hacia atrás, inhalando el olor a tierra que siempre
le asociaba. Le miró a la cara, que mostraba arrogancia con un
extraordinario toque de vulnerabilidad.
—¿Por qué no te quedaste fuera de mi vida? —gritó ella, acarreando
siglos de recuerdos, siglos de sexo y de dolor—. He conseguido una buena
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vida aquí. Tengo todo lo que necesito —no se movió cuando él volvió a
rodearla con los brazos y su mano empezó a acariciarle con dulzura la
curva del cuello.
—No puedo permanecer al margen de tu vida más que tú de la mía —
le murmuró al oído.
—Somos mutuamente nocivos —susurró ella.
—Estamos muy bien juntos —le corrigió él.
—Para una noche, quizá. Pones mi mundo patas arriba y lo siguiente
que sé es que me has arrastrado a tus investigaciones vampíricas, y acabo
en la cárcel porque dices que me estás protegiendo, por mucho que a mí
no me suene a protección. Como esa vez que me arrojaron a una celda
con ese cambiante y casi acabo siendo su merienda de luna llena. Ha
habido momentos en los que te he odiado con todo mi ser —su rabia se
había visto sustituida por dolor por el pasado, por lo que sabía que
ocurriría si permitía que Nick volviese a su vida y por lo que podría pasa si
ambos perdían la batalla contra Clive Reeves.
Aunque no hubiese tenido el don del sexto sentido podía ver un futuro
en el que reconfortaba a un moribundo Nick. Salvo que, al final, lo único
que le quedaría sería un puñado de polvo y ninguna oportunidad de decir
lo que realmente sentía.
Abrió la boca para decirle todo eso, pero Nick se le adelantó.
Tapó sus labios con su boca, arrebatándole el aliento de los
pulmones. Donde la piel del vampiro no generaba calor, la suya lo hizo con
redoblado vigor bajo su tacto mientras la sangre corría por sus venas,
compensando aquello que a él le faltaba.
—No digas una palabra —le susurró a la boca—. Sólo siente.
Y eso hizo. Jazz rodeó el cuello de Nick con sus brazos, alineando su
cuerpo hasta el punto de notar su erección en la cuna de sus caderas. Ella
empujó, exigiendo más; necesitando más. Cuando él se estiró, sin soltarla
un solo momento, ella levantó las piernas y las enrolló en su tronco.
No había chocolate en el mundo que superase el sabor de Nick.
Él la llevó a la mesa y la depositó encima. Ella no se molestó en
desenroscar sus piernas. Notar su contacto sobre ella, sentir su deseo era
demasiado bueno.
—Eres mi sol. Mi calor —dijo él entre sus labios, moviendo sus dedos
a lo largo de la pretina de sus vaqueros y luego hacia arriba, bajo su
jersey. Buscaron el lazo de su sujetador amarillo y luego se deslizó por
debajo para juntar la curva de su pecho, antes de levantar la prenda
cubrírselo con la palma de la mano. Su piel estaba fría, no resultaba
menos excitante por ello. Apretó su mano contra la blanda superficie,
notando su creciente ritmo respiratorio.
—Tu corazón late deprisa por mí, Griet de Ardglass murmuró,
hallando de nuevo sus labios, separándolos con la lengua, hundiéndola
hasta la fuente de su sabor, el olor de su piel y la esencia misma que un
día le presagió que era la mujer de su no vida.
Las brujas y los vampiros se habían enfrentado durante millones. Sus
batallas se habían librado con sutileza y sin derramamiento de sangre.
Nunca se había buscado una tregua, y todos daban por sentado que nunca
llegarían a un equilibrio.
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mientras bajaba una mano para acariciar su cadera. Notó que se tensaba
cada vez más a medida que ella apretaba con la punta de sus dedos.
Había pasado demasiado tiempo para los dos, y sabía que estaban
demasiado cerca para contenerse.
—Muéstrame la luna —susurró ella— y yo te mostraré el sol.
Los bombeos de Nick aumentaron en intensidad mientras Jazz se
arqueaba más para recibirlos. Sintió que se le endurecían más los pezones
con el orgasmo, a punto de salir disparados como rayos. Cuando
contempló el aterciopelado cielo nocturno mientras gritaba su nombre,
supo que había visto fuegos artificiales.
Y también sintió el cosquilleo de la magia a su alrededor. Hubiera
jurado que unos ojos contemplaban su íntimo acto. Se estremeció por ese
pensamiento y Nick lo malinterpretó su movimiento como un rechazo a su
desatada pasión. Cuando la tomó entre sus brazos, todo pensamiento
sobre un mirón se desvaneció de su mente y se dejó llevar por sus besos
hasta el mismo olvido.
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—No estoy seguro de que sirva de algo, dado que hay más preguntas
en el acertijo que respuestas, pero es un principio —acordaron verse al
cabo de una hora, lo que daba a Nick tiempo para ducharse y cambiarse
de ropa. Aunque preferiría mantener el olor de Jazz en sus prendas y su
piel durante las siguientes horas, sabía que no sería visto con buenos ojos
allí adonde iba.
Jazz estaba indignada por la facilidad con la que se le pasaba de
amante a poli.
—¿Qué daño le habría hecho olvidarse de ese maldito monstruo unas
horas más? Ese hombre no tiene sentid del romance —se dijo a sí misma
mientras comprobaba lo mensajes del contestador. No esperaba una
disculpa por parte de Nick, pero habría allanado el camino. Se sobresaltó
al escuchar una voz chillona.
—¿Dónde demonios te has metido? Llámame en cuanto oigas esto.
Aunque la frenética llamada de Dweezil no resultó de gran aprecio, sí
que consiguió una cosa: apartó los pensamientos de Jazz de lo que había
pasado en esa azotea y lo que el vampiro había hecho para dar al traste
con toda la atmósfera.
Lo que le sorprendió fue el lugar que Dweezil había escogido para la
reunión.
—Estaré fuera de la oficina hasta que se calmen las cosas —le dijo
cuando Jazz lo llamó—. Estaré en el Klub Konfuzion. Pásate a las once.
—¿El Klub Konfuzion? ¡Bastante tengo con llevar a mis clientes allí! ¿Por
qué iba a querer ir por mi propia cuenta?
—Porque nadie espera verme allí. A las once, Jazz.
—A las once en punto —gruñó, pero ya había colgado.
Jazz miró su desgreñada apariencia. Alegre bruja con aromas a limón
y toques de vampiro; no era la mejor combinación para ir a un lugar donde
imperaban el negro, las cañas de sangre y los colmillos.
Ya llegaba tarde cuando se duchó (otra vez) y se cambió por algo más
adecuado para visitar el club gótico por antonomasia.
Cuando terminó, se estudió en un espejo de cuerpo entero.
—Es como si acabase de pasar de Donna Reed a Kate Rekinsale en
Underworld —murmuró, alisando la delantera del corpiño de cuero—.
Aunque pueda respirar.
Jazz completó su atuendo con un abrigo de cuero negro que rozaba
sus botas de tacón de aguja y se dirigió hacia el garaje.
—Madre mía, ¿es que vas a una fiesta de disfraces? —preguntó Irma
después de mirar a la gótica Jazz de arriba abajo.
En desafío al código del típico vestido negro, Jazz optó por un corpiño
de cuero púrpura y una minifalda minimalista de cuero negro que apenas le
cubría lo esencial, que venía a ser una braguita culotte también púrpura.
Llevaba también unas medias de rejilla hasta el muslo, sujetas con ligas
de seda negra adornadas con lazos púrpura. En una de las ligas llevaba el
móvil y en la otra el lápiz de labios. Todo lo que una bruja podía necesitar
yendo de clubes. La piel visible estaba salpicada de brillantina dorada, los
ojos pintados de negro y los labios muy rojos. Se había recogido el pelo en
un prieto lazo y también había espolvoreado algo de brillantina por
encima. En muchos sitios, sería arrestada por esa ropa. Allí adonde iba, era
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que tiene que ser algo cercano. Dime por dónde empezar.
Dweezil gimió.
—Entonces tiene que ser todo el maldito edificio —bufó—. Tú límpialo,
¿vale?
—Lo cual incluye el garaje.
—Lo que sea —asintió miserablemente, levantando la bebida.
Ella puso su precio.
—¡Cincuenta! —exclamó Dweezil, que casi se ahogó con el trago—.
¿Cincuenta mil?
—Dos edificios; eso es mucho trabajo. Además, tendré que revisar
todos los coches, o —esperó hasta estar segura de que gozaba de toda su
atención— me quedo con veinticinco y no tener que llevar a Tyge Sombra
fétida nunca más.
—Pero él sólo te quiere a ti, y, además, eres la única bruja que tengo
ahora mismo —argumentó—. ¡Y paga en lingotes de oro!
Jazz hizo un gesto displicente.
—Sí, sí, sí. Me importa un bledo. Escoge. Puedes pagarme los
cincuenta en metálico o los veinticinco y no tener que llevar más a
Sombra fétida —zanjó, echando un trago a su whisky, disfrutándolo junto a
la cara de Dweezil. No había cosa que odiase más que perder dinero. La
alternativa que le ponía delante se reducía a cuánto estaba dispuesto a
renunciar. Tenía serias dudas de que nadie le huyese echado una
maldición, pero no pensaba decírselo. Primero comprobaría los edificios
por si tenía razón, aunque la idea no le desagradaba demasiado. Más de
una vez se había sentido tentada de lanzarle algo peor que un mal
episodio con gusanos, y estaba más que dispuesta a asumir el castigo.
Dweezil se echó el vaso a la boca y apuró los restos del contenido
espumoso. Su piel estaba más verde que antes, si es que eso era posible.
—Tendré los cincuenta de los grandes preparados mañana —dijo,
mirándole los abultados pechos por un momento, consciente de que
verbalizar cualquiera de las cosas que tenía en la recámara no sería una
buena idea, y se levantó de la mesa.
Jazz debió saber que no renunciaría en lo que concernía al maestro
Sombra fétida.
—Iré a las nueve.
—¿Cómo esperas que tenga la pasta tan temprano? —dijo Dweezil
frunciendo el ceño.
—Sacándolo de la caja fuerte secreta que tienes en el cuarto de baño.
Murmuró algunas palabras entre dientes y se alejó.
Jazz acunó su copa mientras observaba a los bailarines. Estuvo
tentada de buscar algún compañero para unirse al baile. Le encantaba
bailar, pero sus pensamientos hacia Nick le amargaron la idea de rondar
por el club. Paseó la mirada de la pista de baile hasta la barra, donde
varios clientes se alineaban consumiendo sus respectivas bebidas.
Algunos tomaban ese brebaje que a ella tan poco le atraía. Prefería que la
sangre corriera por las venas y no soportaba verla en un vaso, y mucho
menos notarla en un aliento.
Se quedó paralizada y puso la mirada en el fondo de la barra, donde
había dos hombres apoyados escrutando la pista de baile.
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Ambos eran altos. Uno era moreno, el otro de cabello más claro.
Vestían al típico estilo de los vampiros, con justas negras y cómodos
pantalones y gabardinas abiertas. Pero fue el moreno el que más atrajo su
atención. La mayoría de los vampiros preferían el pelo a la altura de los
hombros, ya fuese suelto o en coleta. Probablemente se debiera a que los
más antiguos provenían de una época en la que era normal que los
hombres lucieran un pelo más largo. Otros lo hacían porque pensaban que
eso los hacía más atractivos. En el caso de Hugh Jackman, sí, pero había
infinidad de vampiros que no encajaban en absoluto con esa estética. Nick
era de los que podían ir de ambas formas sin problemas, aunque prefería
el pelo más corto. Una vez dijo algo acerca de piojos. Se estremeció
interiormente al pensarlo.
Como si el objeto de sus pensamientos hubiese sentido su mirada,
Nick volvió la cabeza, arqueó una ceja y levantó su copa a modo de
silencioso brindis.
—Maldita sea.
Capítulo 15
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Jazz sostuvo con cuidado su triple expreso con moca mientras salía
del coche. Habida cuenta de que no había dormido en toda la noche, sólo
le quedaba esperar que el triple café bastara para mantenerla despierta.
—No me has contado lo que pasó entre Nicky y tú anoche —dijo Irma.
—No, no lo he hecho —sorbió el café, disfrutando la inyección de
cálida cafeína concentrada.
—No pude ver mucho desde el coche, pero me dio la sensación de
que no pasaba nada bueno —dijo con la fantástica mirada fija en ella—.
Supongo que no te diste cuenta de que los dos salisteis del edificio, donde
se os podía ver desde el aparcamiento.
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Jazz sintió que las mejillas se le encendían. Creía que había superado
el rubor hacía quinientos años. Estaba claro que no.
—No tardaré mucho. Después, podemos conducir hasta la costa.
—Ahora sé que pasó algo —Irma nunca se daba por vencida
fácilmente. Jazz estaba a punto de pagar por el silencio de forma bastante
literal—. Nunca haces nada agradable por mí a menos que te venga bien a
ti también.
Jazz no tenía ningún problema en ignorar la culpabilidad.
—Dweezil me paga una buena suma por encontrar una maldición y
eliminarla. Compraré un buen calentador para el garaje.
Irma sopesó el soborno.
—Quiero un vestido nuevo.
—Moriste con ese vestido, no puedo cambiar eso.
—No morí con este vestido. Me enterraron con él. Harold debió de
escogerlo para el funeral para que sus clientes pensaran que era un
hombre generoso —bufó—. Quiero algo moderno. Quiero un aspecto que
vaya más con los tiempos.
Jazz se imaginó de repente a Irma enfundada en spandex, y no
precisamente con la faja puesta. Era suficiente para inspirar pesadillas.
—Veré lo que puedo hacer —prometió, preguntándose si existiría
algún conjuro capaz de dotar a una fantasma de un nuevo fondo de
armario, y si encontrar uno implicaría volver a la Biblioteca. Con todo, si
Irma pensaba tanto en su ropa, significaba que no se fijaba tanto en los
enanos del taller. Aquello podría convertirse en una situación muy
ventajosa.
A primera vista, Jazz pensó que Dweezil había vuelto al negocio, pero
se dio cuenta de que los enanos limpiaban las limusinas y los demás
vehículos más por aparentar que trabajaban que para adecentarlos para
los clientes.
—Ya era hora —la recibió Dweezil cuando puso un pie en la entrada.
Fijó la mirada en el vaso de Starbucks que llevaba en la mano—. ¿Has
parado a comprar café? Ya tenemos café aquí.
—Razón por la cual he parado en otro sitio. Me apetecía uno que
fuese potable. El tuyo podría disolver la pintura.
—Yo no tengo ninguna queja —gruñó, metiéndose en su despacho y
dando un portazo. Se oyó cómo echaba el pestillo en toda la habitación.
—Hola, Jazz —saludó Mindy con una brillante sonrisa y una mirada de
compasión. En vez de sentarse tras su mostrador, estaba ante una
pequeña mesa cuadrada situada cerca de una ventana. Encima había un
montón de papeles.
—¿Ha estado muy mal desde la visita de la policía —preguntó Jazz.
Mindy cogió un recibo, lo estudió y luego lo depositó en el montón
correspondiente. Sus largos dedos, de uña pintadas de llamativo rosa,
brillaban al sol.
Como siempre Jazz bebió su expreso y rodeó la zona de recepción,
hizo un gesto hacia unas cajas amontonadas contra la pared.
—¿Son todas de archivos de Dweezil?
Mindy asintió.
—La policía los ha revuelto tanto que harán falta meses para volver a
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—No es posible que agüen el licor sin que los clientes se den cuenta
—Jazz deambulaba por la pequeña zona de recepción. Mindy levantó una
vez la mirada y volvió a su tarea. Jazz la contempló un instante,
percatándose del brillo que arrancaba el sol a su rubio pelo, que llevaba
recogido con una banda verde menta a juego con su sedosa camiseta de
algodón, remetida en sus pantalones verdes. Un anillo de plata con una
extraña piedra engastada lanzaba un caleidoscopio de destellos
multicolores desde el anular de su mano derecha. Hoy, era imposible
negar la leve protuberancia de la punta de sus orejas. Cuando alzó la
mirada, sus ojos mostraron remolinos de color etéreo. Estaba claro que
Mindy había decidido dejar de ocultar su herencia. Habida cuenta de lo
que se dejaba caer en ese sitio, mostrar su lado élfico era más una ventaja
que un lastre.
—¿Has comprado material nuevo en los dos últimos meses? —
preguntó Jazz, mirando el monitor plano que había en el mostrador.
—Compramos ordenadores nuevos el mes pasado. Se los llevó la
policía, pero los devolvieron junto con los archivos —respondió Mindy.
Sin cerrar un ápice sus sentidos, Jazz supo que no encajaba. Pero aún
no sabía exactamente qué era.
La sensación se acrecentó cuando pasó frente al de pacho de
Dweezil. Dio media vuelta y entró.
Oh, sí. Alguien le había echado una maldición, y de las grandes. Sólo
tenía que descubrir dónde estaba.
De momento, decidió guardar silencio. No quería que Dweezil
añadiese sus esperpentos a la mezcla.
Algo no iba bien. Había algo allí que definitivamente no debería estar.
Jazz recorrió el escritorio de Dweezil con los dedos pasando sobre
unos bolígrafos y un pequeño reloj con forma de pecho de mujer. No pudo
evitar arrugar el gesto ante esto último.
Sentía que la energía negativa estaba cerca; un poderoso imán de
problemas.
Se volvió y miró las estanterías donde Dweezil almacenaba su
preciada colección erótica. Odiaba tener que mirar esos objetos, pero
estaba convencida de que lo que buscaba estaba oculto entre el surtido de
penes de jade que rodeaban un consolador de plata.
Se acercó lentamente y analizó cada pieza.
—Oculto a plena vista —susurró, tomando un consolador de cristal
por las esquinas del paño de terciopelo sobre el que reposaba. Estaba
segura de que lo habían dejado ahí deliberadamente a un lado como una
ocurrencia tardía para que no destacase.
Lo llevó con cuidado sobre el escritorio y lo dejó posado.
—¿Una nueva adquisición?
—Sí, precioso, ¿eh? —dijo desde la puerta, contemplando con orgullo
su tesoro más reciente.
—No es exactamente la descripción que yo haría, dónde lo
encontraste? —preguntó Jazz, inclinándose para ver más de cerca esos
consoladores de cristal, hasta que encontró lo que estaba buscando.
—En eBay. Había oído que un antiguo califa turco reñía estas
preciosidades para satisfacer a las favoritas de su harén. Dicen que tienen
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Dos horas más tarde, Jazz decidió que su nuevo mejor amigo, el
detective Larkin, habría preferido que estuviese en cualquier sitio menos
allí.
Los cegadores colores de su corbata recordaban a un test de
Rorschach y le animaron a ponerse las gafas de sol.
—Así que pasabas por aquí, ayudando a clasificar archivos —dijo,
mirando los retazos de papel esparcidos sobre la moqueta que recordaban
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Capítulo 16
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bajo su melena.
—Sobreviviremos. Somos los buenos —sus dedos le acariciaron la
nuca dulce y seductoramente, exportando sensaciones al resto de su
cuerpo.
Jazz cerró los ojos. Deseaba dejarse llevar por el ardor que le
provocaba el contacto de Nick. Pero, en vez de imaginarse con él en una
cama, en cualquier parte, le asaltaron imágenes del pasado. El miedo y el
dolor amenazaban con apagar la lujuria que palpitaba en sus entrañas.
Ella le dio un despiadado golpe de gracia antes de que Nick se percatase
de lo que le pasaba por la mente y se concentró. Sabía lo que hacía falta
para olvidar.
—Ocúltanos del mundo exterior. Que la magia se desvele —susurró
Jazz en voz baja, los dedos entrelazados—. Porque así lo digo, ¡maldita
sea!
El aire que los rodeaba se hizo más denso y se transformó en una
masa plateada, reduciendo el paseo a un lienzo de colores empañados y
sonidos amordazados. Tras ellos, el océano sufrió el mismo efecto,
mientras acababan encerrados en una burbuja mágica.
Entonces ella se volvió hacia Nick, colocando la palma de la mano
donde sabía que tenía el corazón. Permitió que su imaginación pensase
que latía por ella. Y, durante una milésima de segundo, estuvo segura de
que así era. Sustituyó la mano por sus labios, sintiendo el suave algodón e
inhalando ese aroma tan particularmente suyo. Lo llevó a lo más hondo de
sus pulmones, como si quisiera imprimirlo en sus recuerdos, y sonrió al
notar que respondía tensando sus músculos. Sabía que si bajaba la mano
notaría otro músculo bien tenso. Pero se limitó a levantar la cabeza, a
ponerse de puntillas y a pasar sus labios sobre los de él.
—Recuerdo la primera vez que hicimos el amor —susurró ella.
—En ese pequeño pueblo a las afueras de Venecia.
—¿Pequeño? La posada era más grande que todo el pueblo. Y la cama
estaba llena de pulgas —dijo, arrugando la nariz.
—No me di cuenta —una mano se puso a explorar bajo la camiseta de
Jazz—. Deduzco de tu conjuro que no llamamos la atención, ¿verdad?
—Sólo ven un muelle vacío, y ni siquiera sentirán ganas de acercarse
—dijo ella, soltando el bolso en el suelo sin hacer caso de los chillidos de
protesta que provenían de su interior. Lo siguiente fue levantar la
camiseta de Nick hasta la cabeza y deshacerse de ella.
—Mi apartamento no está muy lejos de aquí —gruñó Nick de placer
cuando se desenganchó el sujetador—. Mucha privacidad, una cama
enorme —utilizó una mano para acercarla hacia sí mientras la otra
abarcaba un pecho, notando cómo el pezón se volvía como un guijarro al
tacto.
—Esto me gusta. Aire fresco, e incluso con el conjuro queda el morbo
de que nos descubran —no prestó suficiente atención a su cinturón antes
de desabrocharle el pantalón, murmurando juramentos contra los
hombres que escogían botones en vez de cremallera. Otro juego de
palabras envió dichos botones volando por todas partes.
Nick notó un levísimo asomo de desesperación en su voz, su
respiración entrecortada, el enrojecimiento de sus mejillas y reconoció la
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verdad la audaz bruja tenía miedo. Tanto, que estaba dispuesta a ceder al
sexo más primitivo allí mismo con tal de olvidar que en cuestión de unos
días se adentraría en un infierno desconocido.
Le agarró de las manos cuando empezó a bajarle los pantalones.
—Jazz —ella no le hizo caso y siguió dando tirones. Por muy fuerte
que fuese, no podía medirse a la fuerza sobrenatural del vampiro—. Griet
—un amortiguado sollozo atravesó sus oídos. No era el sonido en sí, sino la
emoción y la desesperación que subyacían.
—Te deseo. ¿Qué hay de malo? —preguntó ella, sin despegar la
mirada del suelo.
—Así no —dijo él, empleando dos dedos para levantarle la barbilla—.
Nosotros compartimos pasión. Si hacemos el amor como lo quieres ahora,
él habrá ganado —le dolió en lo más hondo cuando ella retrocedió.
Jazz respiraba con fuerza por la nariz. Nick percibía su lucha interna
para centrarse. También olía la frenética excitación en su piel. Él quería
anular la intensidad e intensificar la excitación.
—Sólo tienes que decir que no —ella seguía sin encontrarse con su
mirada.
Nick sonrió.
—Ah, pero no es ésa mi intención —le susurró al oído—. Sólo quiero
que este momento sea nuestro —no se molestó en quitarle la camiseta,
sino que se la arrancó del cuerpo como si fuera de papel. El sujetador fue
lo siguiente. Agachó la cabeza y cubrió un pecho con su boca, tomando el
pezón entre sus labios. Se resistió al clamor de su cuerpo por extender los
colmillos y se centró en darle tanto placer como sus cuerpos pudieran
soportar. Mientras lamía, deslizó sus manos hacia los lados de sus bragas,
acariciando su piel desnuda mientras la atraía completamente hacia sí.
Deslizó una mano en su entrepierna, hallando el nido de vello que insistía
en enredarse en sus dedos. Más abajo, ella estaba suave y húmeda para
él. Siguió adelante, buscando su clítoris y tomándolo entre sus dedos.
Jazz boqueó sin aliento mientras el fuego arrasaba su cuerpo. Aferró
su mano con los labios mientras agarraba con fuerza su cabeza,
hundiendo sus dedos entre sus sedosos cabellos negros.
«Esto es sólo para nosotros, Jazz», dijo la voz de Nick en su mente.
«Mágico.»
La imagen mental era tan cruda y erótica que Jazz se tambaleó por el
inmenso poder que la rodeaba. Sus labios se pusieron rígidos a medida
que Nick aceleraba el ritmo seductor de sus dedos dentro de ella, y las
imágenes que se le pasaron por la mente aumentaron la sensación inicial
hasta algo que a punto estuvo de hacerle caer al suelo.
Se vio a sí misma desnuda, arrodillada sobre unos cojines de seda
púrpura oscuro. Tenía el pelo suelto, un salvaje halo que le rodeaba los
hombros. Sus ojos verdes brillaban con un calor que debería derretir al
hombre que tenía delante.
El Nick de su versión, en su gloriosa desnudez, se echó hacia delante,
apoyando una rodilla sobre los cojines mientras Jazz alzaba los brazos para
enroscarlos alrededor de su cuello. Ella le sonrió, los labios separados,
invitando al beso.
«¿Cómo?»
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«Dije que esto era sólo para nosotros. Lo mínimo que podía hacer era
añadir algo para dar color a nuestra particular burbuja.» Sus palabras
retumbaron en su mente, mientras contemplaba la versión pornográfica
de Nick.
Jazz sintió que sus dedos bailaban otra danza en sus labios mientras
veía al Nick onírico acercarse a su yo ensoñado con la feroz gracia del
depredador de las sombras que era. Y sintió exactamente lo que veía.
Notó el cálido satén de su pene erecto mientras ella describía círculos
en él con los dedos, frotando el fluido precoital con el dedo gordo, antes
de llevárselo a la boca. Lamió delicadamente la salazón de la piel. Con la
mano ferrada al pene, se echó hacia atrás lentamente, sus largas piernas
aún dobladas por las rodillas. Nick no dudó en seguirla, asentándose
firmemente entre sus muslos.
Jazz reaccionó con un respingo. Cada inhalación traía el rico aroma de
su excitación. A juzgar por la sombría luz de los ojos de Nick y la dilatación
de sus fosas nasales, él también sintió lo mismo.
Jazz echó la cabeza hacia atrás, sintiendo las manos de él
enterrándose en su melena, los dedos masajeándole el cráneo. La
sensación de notar lo que le estaba haciendo de verdad y lo que veía en la
visión mágica le hizo sollozar de necesidad al tiempo que su cuerpo se
tensaba hasta límites insoportables. Sintió que Nick se ponía tras ella,
posando el pene sobre su trasero sin que interrumpiese el masaje de sus
húmedos pétalos. Cerró los ojos a causa del insoportable placer que
recorrió todo su cuerpo. ¿O acaso era al cuerpo de su visión?
«Abre los ojos, Jazz. Míranos.»
Se obligó a abrirlos a tiempo para ver cómo los músculos del trasero
de Nick se tensaban mientras bombeaba hasta lo más hondo de ella. Un
primitivo jadeo se le escapó de los labios mientras él la conquistaba y ella
respondía con sus propios sollozos de placer.
Las caderas de Jazz se elevaron instintivamente ante la visión de su
homóloga onírica, sintiendo cómo sus dedos acariciaban la piel sensible a
morir.
«Abre tu mente a mi magia, Jazz. Ve lo que yo veo. Siente lo que yo
siento.»
Sus ojos se abrieron mucho a causa del vértigo que le causó estar
unos segundos en la mente de Nick, viendo su propia cara encendida de
pasión, sintiendo el ardor de su cuerpo mientras él bombeaba en su
interior. Sintió su poder, su sed de su sangre que él apaciguaba con una
fuerza que no sabía de dónde sacaba. Le ofreció la oportunidad de
atestiguar el acto con sus ojos, y viéndose la cara a través de la mirada
del vampiro, supo que él también estaba experimentando el momento
desde su propia mente.
Ella debió arrancarse de su intrusión mental. Exigir que parase. Pero
no, quiso más. Sintió que el cuerpo de Nick se anidaba tras ella, la frialdad
de su piel mientras introducía su rodilla entre sus muslos y los separaba.
Cuando voló fuera de la mente de Nick y regresó a su pleno ser, él la
agarró de las caderas, la elevó lo justo, la inclinó ligeramente y se adentró
en su húmeda cavidad con la misma ferocidad que vio en las imágenes.
Jazz boqueó sin aliento por la profundidad de la que era capaz desde
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su cara con los dedos, leyendo su expresión como lo haría una ciega—.
¿Por qué tenemos que hacerles el trabajo sucio? Podría conducir hasta el
aeropuerto y cogeríamos el primer avión —rió secamente, sintiendo que el
miedo y el dolor crecían en su interior como una bomba de relojería—.
Escandinavia tiene noches muy largas.
Nick lanzó un profundo suspiro y posó su frente sobre la de ella. Le
frotó los hombros con las manos a modo de gesto tranquilizador.
—Sé de donde te salen esas palabras —dijo con suavidad—. Y sé que
no las dices en serio porque la Jazz que conozco no huye de una pelea. Se
mete de lleno envuelta en bolas de fuego —sonrió, correspondiendo al
leve intento de ella— y lanzando maldiciones sobre los malos hasta
reducirlos a sapos llenos de verrugas.
—Y luego tú te aseguras de que me metan en alguna celda mugrienta
y vuelvo a odiarte —susurró ella, tragándose las lágrimas que sabía que
no podía sacar delante de él—. No está bien, Nick. Sólo dos personas no
pueden salvar el mundo.
—Sí es posible, si esas personas somos nosotros. Y eso es lo que
haremos, Griet del Mar de Irlanda —murmuró contra su piel—.
Terminaremos lo que debió hacerse hace setenta años. Y después —rozó
su oído con la boca— nos iremos a la tierra de las largas noches, nos
buscaremos una posada acogedora y apartada con una cama enorme.
Esta vez nada de pulgas. Lo prometo —volvió a su cara y le dio un beso
que la dejó sin aliento antes de soltarla, volver a su sitio y ponerse el
cinturón de seguridad.
Jazz sorbió ligeramente por la nariz.
—Vale, pero si te mata, encontraré el plano oscuro en el que acabes y
te sacaré de allí —murmuró mientras encendía el motor—. La única que te
puede matar soy yo.
La boca de Nick describió una sonrisa. Esa era la Jazz que conocía y a
la que amaba.
—Trato hecho.
Jazz volvió a encender mentalmente a Irma.
«¿Qué ha pasado? ¿Es que vosotros dos habéis hecho el amor? No, no
es posible. No ha pasado tanto tiempo y no me siento tan satisfecha. ¿Qué
habéis hecho? ¿Qué ha hecho él?»
—Irma —no hizo falta más para nutrir la advertencia.
Nick la miró.
—Se viene con nosotros —explicó Jazz—. Acabo de activarla —salió
del aparcamiento y se dirigió a la siguiente parada—. Si Tyge mira en el
asiento delantero, lo único que verá será un ordenador portátil. No
sospechará ya que sabe que me gusta ver DVD o jugar al ordenador
mientras le espero. Pero es mejor que no hables. Cualquier ruido o
movimiento romperá la ilusión —sus manos temblaban sobre el volante.
Respiró profundamente para centrarse. Miró el anillo de feldespato que
brillaba en su dedo. Por un instante, la piedra brilló con un etéreo fulgor
azul lechoso más fuerte de lo habitual. Lo mismo ocurrió con el colgante.
De repente se sintió más fuerte, más segura de que, pasase lo que
pasase en las próximas horas, hallarían la forma de salir vivos.
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Capítulo 17
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No fue hasta entonces que Jazz se dio cuenta de que el hombre era ciego
y mudo. Un instante después, regresó a su puesto y las verjas empezaron
a abrirse lentamente.
—Allá vamos —susurró mientras echaba a andar.
En cuanto el vehículo atravesó las puertas, Jazz sintió como si una
mano estrangulase el aire fuera de sus pulmones. En vez de las típicas
luces blancas que jalonan los paseos privados, dotándolos de un aire de
cuento de hadas, allí las luces eran rojas, y le conferían al lugar un
aspecto ominoso premeditado. Sabía que la mayoría de sus invitados
gustaban del ambiente gótico. Estudió el terreno, que estaba lleno de
vampiros y otras criaturas elegantemente vestidos mientras paseaban por
los jardines, inconscientes de que algo ajeno se deslizaba rápidamente
dentro y fuera de ellos. Fue esto último lo que sacudió a Jazz hasta sus
cimientos. Era fácil comprobar que los invitados no tenían la menor idea
de las sombrías presencias que se movían entre ellos. Algunas de ellas
parecían resignadas a su eterno destino, otras mostraban expresiones de
frustración mientras seguían a los invitados y trataban de comunicarse
con aquellos que aún no habían cruzado a su sombrío reino. Tenían los
brazos estirados en una postura de súplica, las bocas abiertas,
pronunciando palabras que obviamente nadie podía escuchar. Era una
escena desoladora.
«¿Qué son?»
—Nada bueno —susurró Jazz, siguiendo automáticamente la fila de
coches y limusinas que iban deteniéndose frente a la mansión para
descargar a sus ocupantes. Sintió la curiosidad de Nick, pero no delató su
presencia de ninguna manera.
No le sorprendió comprobar que la mansión gótica no había cambiado
con los años, aunque sí parecía más tenebrosa con las elaboradas
gárgolas que custodiaban la enorme puerta de doble hoja. Si bien las
gárgolas solían proteger a las personas del mal, Jazz sabía que éstas
estaban destinadas a ahuyentar toda forma de bien.
—Volveré a recogerle a las dos de la mañana —le dijo a Tyge
mientras éste se deslizaba fuera del asiento trasero. Mintió, ya que no
tenía intención de abandonar la propiedad. Prefería que pensase que no
estaba allí en caso de que se desatasen los infiernos.
Tyge sonrió, si es que así podía describirse la mueca que elaboraron
sus músculos faciales.
—Los chóferes deberán permanecer en la propiedad hasta que
termine la fiesta, mi adorable Jazz. Quizá prefieras esperar dentro de la
casa en lugar de aquí fuera. Estoy seguro de que al anfitrión no le
importará. Podríamos tomar una copa de vino.
—No, gracias. Aquí tengo bastantes cosas con las que mantenerme
ocupada —por un instante, sintió el desconcierto de una fugaz intrusión en
su mente. Apagó automáticamente a Irma y se esforzó por rechazar al
intruso. Cuando Tyge se echó hacia atrás, supo que había tenido éxito. Le
cosquillearon los dedos con ganas de sacar una bola de fuego—. Ni se le
ocurra volver a hacer eso —tuvo la efímera tentación de acabar con él
ahora y afrontar las consecuencias más tarde.
La hendidura que Tyge tenía por boca se curvó hacia abajo en una
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Jazz imitó a Nick y rodeó el coche hasta ponerse frente a él. La rabia
lo hacía temblar de la cabeza a los pies. Cuando el vampiro la miró a la
cara, Jazz vio las llamas del infierno brillando en sus ojos, una furia que
nunca había visto antes y que deseaba que nunca fuese dirigida en su
contra. Nikolai el Destructor se revelaba frente a ella.
Ella posó las manos sobre sus hombros.
—Lo que ven no es lo que somos. Lo que oyen será confuso. Nuestra
verdad será una mentira. Al menos que les cantemos en despedida —los
ojos de Jazz brillaron con un tono verde intenso en medio de la oscuridad
—. Porque así lo digo, ¡maldita sea!
Un frío viento sopló a su alrededor, arremolinándose en una nube de
oscuridad. Cuando cesó, Jazz miró a Nick, que ahora era rubio, con un
rostro cuyos huesos le marcaban claramente los rasgos; una atractiva
estrella del cine con un elegante traje con camisa de seda negra y corbata
a juego. Ella lucía un pelo castaño oscuro que le caía en rizos espirales
hasta la cintura. Llevaba un vestido de lentejuelas negro sin tirantes con
un provocativo corte en la pierna. Sus negros zapatos de tacón alto no
eran más que sendas estrechas bandas plateadas por las que asomaban
los dedos de los pies. Hasta sus ojos habían cambiado a un profundo azul
marino con un toque de rojo en el iris. Ambos tenían el aspecto de
vampiros adinerados cuyas intenciones orbitaban en torno al culto de su
propia personalidad.
Jazz bajó la mirada hasta sus pechos, que también habían aumentado
dos tallas.
—Estas nenas nunca han tenido mejor aspecto, pero no te vayas a
hacer ninguna idea —sonrió, mostrando la punta de un colmillo. A pesar
del disfraz, era la Jazz que él conocía y amaba—. Listos para el combate,
colmilludo.
—¿Colmilludo? Será mejor que te mires en un espejo, cariño, porque
tienes tu propio juego —señaló.
Escrutó su dentadura superior con la lengua e hizo una mueca de
sorpresa.
—No sé cómo os las arregláis con estas cosas —paso su brazo por el
de Nick, hizo aparecer dos copas de champán y le dio una—. ¿Nos unimos
a la fiesta, Rodrigo? —ronroneo con una inclinación de la cabeza.
—¿Rodrigo? —dijo, saboreando el champán—. Está bien, Adelina.
Pero el mero hecho de cruzar la propiedad se antojó una tarea
complicada si tenían que sortear las numerosas sombras ataviadas de
túnicas pálidas, algunas más grises que otras. Algunas eran tan pálidas
que apenas si se parecían a un jirón de humo. Jazz dedujo que las más
finas llevaban mucho más tiempo que las demás. Vio que la propiedad
estaba llena de ligeras sombras vampíricas y perdió su cuenta. La mera
contemplación le resultaba desconsoladora.
—Puedes vernos, ¿verdad? —preguntó una forma sombría femenina.
Su rostro era un borrón pálido en la oscuridad. Jazz no creía que fuese a
ser más clara bajo más luz. Levaba allí mucho tiempo. Se preguntó qué
sería de ella cuando fuese tan pálida que nadie pudiese verla—. Sé que
puedes. Por favor, dime que puedes vernos. Eres una bruja, ¿verdad?
«¿Qué es? ¿Es como yo, aunque no lleve puesto eso?», susurró Irma
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Capítulo 18
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mente—. ¡Imágenes que nos revelan lo que hay más allá! ¡Revelaos
porque, maldita sea, así lo digo! —en ese instante, lanzó cada partícula de
poder hacia el pesado tapiz. La visión se le emborronó momentáneamente
mientras lo que fuese que anulaba a magia trataba de castigarla con
oleadas de dolor que mordían despiadadamente cada una de sus
terminaciones nerviosas. Pero luchó para repelerlo. Un enorme estallido
de aire helado invadió la cámara, helando a Jazz hasta los huesos antes de
alcanzar el tapiz. El denso tejido se agitó con violencia, como si no fuese
más que papel. Instantes después, el sonido del antiguo material
haciéndose pedazos resonó por toda la mazmorra. Unos gritos
provenientes del tapiz invadieron la sala, enviando más oleadas de aire
helado al tiempo que los espíritus huían de su prisión textil. Jazz no se
equivocaba. Allí también había almas cautivas.
Clive giró bruscamente.
—¡No! —gritó al ver el tapiz destruido, extendiendo los brazos como si
intentara evitar lo que ya no tenía remedio. Antes de poder dar un paso,
se quedó inmóvil. Un gorgoteo resonó en su garganta.
Jazz trató de centrarse en la ventana que iba del suelo al techo, y que
hasta hacía un momento había estado oculta detrás del tapiz. Al principio
pensó que la habían tapado con algún tipo de papel estampado. Pero sus
motivos se movían. Las sombras atrapadas en la propiedad miraban ahora
a través de la ventana, observando la inminente destrucción de otro de los
suyos.
—Flavius —susurró ella, viendo los familiares rasgos del sire de Nick
ante ella, confirmando que había estado allí y que nunca volvería a hablar
o a compartir un paseo con Nick—. ¡Míralos! —tiró de las argollas hasta
arrancarse la piel de las muñecas y sangrar. El dolor le devolvió al instante
presente—. ¡Eres una bestia que ha perdido toda su humanidad! —gritó
con fuerza suficiente para hacer el cristal añicos. Deseó que así hubiera
sido, porque las sombras habrían irrumpido y hubieran plantado cara al
que las encerró en un plano de sombras sin posibilidad de escape—. ¡Mira
de todo lo que te has ocultado todas estas décadas! Lo que ves es el
producto de tu creación. Criaturas que destruiste por un siniestro poder al
que ni siquiera puedes recurrir. ¡Se acabó, Clive, porque antes de que
termine aquí, ellos serán libres y tú no serás nada!
—¡Maldita zorra! —gritó Clive a su vez, cada vez más encogido por los
rostros que asomaban desde el exterior del denso cristal. Mudas bocas se
abrían y cerraban en sordos gritos de angustia mientras contemplaban a
su captor.
Jazz miró a Nick, reparando en el dolor de su expresión, e
inmediatamente supo que lo siguiente que ocurriese podría acabar con los
dos. La muerte no era su primera opción, pero si conseguía liberar a las
sombras y matar a Clive de paso, sabía que sus muertes merecerían la
pena.
La chispa de poder que había avivado tan diligentemente para
destruir el tapiz rugió hasta volverse un infierno. La agitación de Clive
causó un cambio en el poder que ocupaba la mazmorra que Jazz
enseguida notó. No perdió tiempo y se puso a buscar una fuente de poder
enterrada en las paredes, pero fue consciente de que su magia oscura
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Capítulo 19
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Jazz sopesó su debilidad e invocó una maldición que trajo una leve
capa de humo mágico al aire. Lo apoyó contra una pared y se metió en
una habitación. Salió de ella con un cuenco en las manos.
—Bébetelo. Diría que es sangre pura, pero el experto eres tú —se lo
paseó bajo la nariz.
Los colmillos de Nick se extendieron, azuzados por el rico aroma
cobrizo. Aferró el cuenco con ambas manos y se lo tomó de un trago.
Apenas había terminado cuando ella se lo quitó de las manos y le dio otro.
Apuró el segundo y giró la cabeza.
—La policía.
Jazz puso una mueca al oír las sirenas, que no parecían estar ya muy
lejos.
—No son mis personas favoritas, por mucho que te adoren. Debí
imaginar que no tardarían en venir. Cuanto más caro es el vecindario, más
rápida es la respuesta.
—Puede que si de vez en cuando fueses más agradable con ellos no
te causarían tantos problemas —sonrió el vampiro.
—Venga. Con suerte, podremos salir de aquí a tiempo —casi perdió el
equilibrio cuando la casa volvió a temblar.
Cuando cruzaron el umbral, la casa empezó a derrumbarse sobre sí
misma. El suelo se estremeció con tanta virulencia que ambos acabaron
cayendo.
Esta vez, fue Nick quien agarró a Jazz y tiró de ella para protegerla de
la lluvia de cascotes y llamas, que incendiaron los árboles cercanos. Nick
se sobresaltó.
—Salva a los árboles —dijo Jazz automáticamente, demasiado
cansada como para elaborar otro conjuro mejor. El fuego se extinguió de
inmediato. Se encogió ligeramente de hombros—. Habida cuenta de todo,
es lo mejor que podía hacer. ¿Lo sientes, Nick? —miró a la casa destruida.
El único vehículo que quedaba era la limusina aparcada no demasiado
lejos. A juzgar por las abolladuras de los lados, algunos de los invitados
que huían de la catástrofe no tuvieron cuidado. Ninguno de ellos se
sorprendió de que todos los vampiros de la propiedad la abandonaran
inmediatamente. Después de todo, el fuego era su mayor enemigo. Jazz
miró alrededor, feliz por no ver más sombras de expresiones tristes
merodeando por la zona.
—Se han ido de verdad. Han podido cruzar y liberarse. Lo hemos
conseguido.
Nick parecía triste mientras observaba la extensión de la propiedad,
la mansión de dos plantas ahora reducida a una inmensa hoguera. Hasta
la piscina se había colapsado.
—No merecían esta muerte —murmuró—. A Flavius se le ha negado la
muerte de un guerrero, que se ganó hace tanto tiempo.
Jazz lo rodeó con los brazos.
—Pero es libre, Nick —le susurró al hombro. Su sonrisa y sus lágrimas
estaban iluminadas bajo la luz de la luna—. Son libres —repitió,
estirándose hacia arriba y besándole en la mejilla. Volvió la cabeza cuando
su brazo se puso tenso—. Ay, ay —dijo, viendo el coche de incógnito del
sheriff aproximándose por el camino, detrás de los camiones de bomberos
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—. Eh, Nick, si alguna vez ha habido un buen momento para que te hagas
pasar por un poli malo capaz de lidiar con esos tipos es ahora.
El coche se detuvo cerca y de él salió un hombre con un traje
arrugado. Jazz se aseguró de que sus propias ropas pareciesen arrugadas
y raídas y sus caras manchadas de hollín. El hombre suspiró en cuanto los
vio.
—¿Cómo es que no me sorprende encontrarte aquí? —dijo el
detective Larkin, aflojándose la corbata, mirando hacia la casa destruida y
luego de vuelta a Jazz y a Nick. Apuntó con dedo acusador a la bruja—. Y
no me comas la cabeza con tus rollos, ¿me oyes?
Jazz se guardó el gruñido.
—No planeé nada, se lo juro. No tengo nada que ver con esto,
detective Larkin —dijo ella, diciendo la verdad por una vez. En el sentido
más estricto del término, no tuvo nada que ver con el incendio, sino con lo
que había pasado antes.
—¿Y habéis decidido quedaros por aquí como dos buenos ciudadanos
para prestar declaración, no es así? —dijo, volviéndose a Nick,
considerándolo claramente la voz de la razón—. ¿Alguno necesita que lo
atiendan?
—Sólo hemos sufrido cortes y magulladuras durante la estampida en
la casa. Estábamos en la fiesta y lo siguiente que supimos es que alguien
gritaba que se había producido un incendio —explicó Nick—. La gente
empezó a correr hacia las puertas y no pudimos evitar ser arrastrados por
la marea. Jazz y yo nos separamos, y para cuando logré volver a
encontrarla, todo el mundo había desaparecido —se frotó la cabeza como
si le doliera—. Mire, detective, sé que necesita nuestra declaración, pero
¿podría esperar a mañana? Ha sido una dura noche.
Larkin miró a ambos con gesto severo.
—Hemos terminado por ahora —dijo, y se dirigió hacia el jefe de
bomberos encargado de la operación.
—Dudo que nos crea —murmuró Jazz.
—Oh, a mí sí que me cree —sonrió Nick—. Es en ti en quien no confía
—miró hacia arriba cuando resonó un trueno en el cielo—. Ahora mismo no
es la mejor idea —y el trueno se silenció.
Larkin regresó donde estaban.
—No sabrán qué ha pasado hasta que puedan analizar los escombros,
pero creen que puede haberse debido a un cortocircuito —les dijo—. La
casa es bastante vieja y a saber cuándo fue la última vez que revisaron la
instalación. Necesitamos las declaraciones de los dos, así que os espero
en la comisaría a las nueve.
Nick apretó el brazo de Jazz para que no dijese nada.
—Allí estaremos, detective —dijo, y se la llevó a la limusina.
—¿Qué le vas a decir al detective Larkin cuando no te presentes por
la mañana? —preguntó Jazz—. El canal meteorológico ha dicho que
mañana será un día muy soleado.
—Ha dicho a las nueve. No ha especificado si de la mañana o de la
noche.
Antes de que Jazz rodeara el capó para subirse al asiento del
conductor, echó una última mirada a la destrucción y levantó la cara hacia
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siguiendo a Nick para tomar las escaleras que bajaban hasta su refugio.
Él no se molestó en encender las luces, y ella permaneció pegada a
sus talones.
Cuando sus ojos se ajustaron a la oscuridad, reparó en el buen gusto
del diseño del apartamento. Pero lo que saltaba a la vista era la gran
cama. Nada de ataúdes.
—¿Cómo…? —lo demás fue ininteligible cuando Nick se le echó
encima y le dio un intenso beso. Ella se encaramó a él, rodeándole las
caderas con las piernas. Se rió mientras sus labios se frotaban contra su
erección—. Pude anular el conjuro ilusorio antes, pero era más divertido
esperar —dijo ella, elevándose para luego anidarse sobre el pene.
Nick se abrió más de piernas y apretó las palmas sobre sus caderas,
dejándole la iniciativa.
El aliento de Jazz se entrecortó en el pecho cuando vio las sombras
que cruzaban la cara del vampiro.
—No quiero hacerte daño —susurró—. Has perdido mucha sangre en
ese sitio.
Nick enroscó sus labios en su boca y entró más a fondo.
—¿Acaso parezco débil ahora?
Jazz echó la cabeza hacia atrás y rompió a reír.
—¡Hemos sobrevivido!
—Así es —dijo antes de volver a conquistar su boca.
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Krebs salía de la cocina con una taza de café cuando Jazz se coló en
la casa por la puerta trasera tras un rápido viaje para cambiar la limusina
por su Thunderbird. Irma ya no estaba dentro.
—Vaya, ese estilo no encaja nada contigo.
—No estoy para bromas —dijo, quitándole la taza de las manos y
bebiéndose el contenido—. Gracias —acunó la taza en su pecho y se
dirigió hacia las escaleras.
—¿Hay alguna probabilidad de que me cuentes lo que ha pasado? —
oyó decir a Krebs a sus espaldas.
—No —repuso ella, subiendo las escaleras.
—¿Tiene algo que ver con el incendio de la mansión de un famoso
actor de películas de terror?
Jazz se detuvo en el quinto peldaño.
—Los únicos fuegos que me gustan son los de la estufa o la
chimenea.
Terminó de subir y se tomó una larga ducha caliente, antes de
ponerse su propia ropa. Cogió la camiseta y se llevó el suave tejido a la
nariz. Imaginó que olía el aroma de Nick a pesar de que la prenda estaba
limpia. La dobló cuidadosamente y la dejó sobre la cama.
Mientras bajaba de nuevo las escaleras, oyó a Billy Joel cantando
melodiosamente desde el piso inferior.
—Vaya, ¿quién ha llamado su atención ahora? —murmuró, bailando el
resto del camino hasta la cocina, donde rellenó su taza de café antes de
salir. Nada más hacerlo, escuchó una dura percusión proveniente del
interior del garaje. Estaba sonando We Will Rock You, de Queen,
acompañado de una voz absolutamente desafinada.
—¿Irma está viva…, eh, por aquí? —se dijo, curiosa, y aceleró el paso.
Cuando accedió al garaje, se encontró a Irma de pie junto al asiento
del copiloto moviendo los labios como ninguna mujer de su edad haría.
—Esto sí que es duro de ver —contempló Jazz con horrorizada
fascinación.
Cuando la fantasma se dio la vuelta, Irma abrió mucho los ojos y
esbozó una amplia sonrisa.
—¡Lo conseguimos, Jazz! ¡Has conseguido que deje el coche! —gritó.
Los gritos y los meneos de la cadera no combinaban muy bien en
Irma. Pero Jazz no tenía por qué aguarle la fiesta.
—Lo hiciste muy bien, Irma —dijo, devolviendo la sonrisa y brindando
con su taza de café—. Eres la única que podía hacerlo.
—Sigo sin comprender cómo fue posible —dijo la fantasma.
—Es sencillo. Clive temía a los espectros que merodeaban por sus
terrenos porque era consciente de cuánto lo odiaban. Estaban condenados
a permanecer atados allí hasta su muerte, pero se aseguró de que no
pudiesen cruzar el umbral de su mansión para matarlo. Fuiste lo que
menos se esperaba, y fue perfecto.
Irma imitó a Jazz en su sonrisa.
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atención hasta un rincón oscuro del garaje—. No, no, no, no, no, no.
Vio con horror que parte de la sombra se desprendía de la pared y
avanzaba hacia la luz. Su tamaño era el de un caballo pequeño.
Por primera vez, Irma parecía insegura mientras avanzaba hacia el
mastín fantasma, y le posaba la mano en la cabeza.
—Me siguió hasta casa mientras volvía de la mansión —dijo con un
hilo de voz—. Puedo quedármelo, ¿verdad?
Jazz se quedó mirando a la enorme y babeante criatura que le ofreció
una asimétrica sonrisa perruna, llena de hiladas de babas ectoplásmicas.
—Maldita sea, debí haberte conseguido ese maldito canario —suspiró.
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Epílogo
Jazz no necesitó mirar la pantalla del móvil para saber que la llamada
era de Nick. Había anochecido hacía medio minuto.
—Vamos, Nick, hemos salvado la raza vampírica, ¿qué pasa ahora?
¿Hay que salvar el mundo? —preguntó en cuanto cogió la llamada—. Esta
vez hasta me ha salido fácil. Sólo he tenido que verme con el sheriff en
dos ocasiones sin necesidad de comprobar cómo son por dentro las celdas
del condado. Aunque el detective Larkin ya me ha llamado tres veces en lo
que va de día, así que creo que tendremos que ir a verle y declarar para
que se quede tranquilo.
—Creo que salvar el mundo podrá esperar un par de días. Lo mismo
digo del detective Larkin —rió—. No, se me había ocurrido otra cosa.
—¿En serio? —se le ocurrió repetir la noche, pero sin Clive Reeves,
fuegos ni mazmorra. Aunque un Nick desnudo extendido sobre un altar no
era mala idea. Puede que con algunos pañuelos de seda en vez de
cadenas, calefacción central en vez de aire frío y un cálido masaje con
aceites. Sí, a eso sí que se apuntaría. Estaba tan perdida en sus
pensamientos lascivos que casi no oyó las siguientes palabras.
—Jazz Tremaine, ¿me harías el honor de cenar conmigo esta noche?
Se le descolgó la mandíbula literalmente.
—¿Eh?
Su risa le resultó cálida al otro lado de la línea.
—Tienes que hacer algo seriamente con tus habilidades de
comunicación. Sí, cenar. Te recogeré en tu casa, te llevaré a un bonito
restaurante y no quiero oír nada sobre que no puedo comer nada sólido y
tú sí. Luego podríamos ir a escuchar un poco de música o a bailar.
Jazz tragó saliva.
—Eso, eh, eso suena a cita —aventuró, aguardando para asegurarse
de que no se había inventado sus palabras.
—Supongo que eso es. ¿Y sabes qué es lo que nunca hemos hecho
desde que nos conocemos? Me gustaría tener una cita contigo, Jazz.
Las brujas y los vampiros no salían juntos. Y especialmente ella y Nick
no tenían citas. Se peleaban, hacían el amor y luego volvían a pelearse.
Ella solía amenazar con decapitarlo o clavarle una estaca. Él solía llamarla
loca y juraba que se iría al otro lado del mundo para no volver a verla. Y
luego se separaban durante diez o veinte años.
Pero la idea de tener una cita juntos era muy atractiva. Ponerse algo
sexy, ir en plan muy femenino y pasar una romántica noche con Nick lo
era, desde luego.
Jazz había recuperado su vida. Tal como predijo, Dweezil se puso
como un basilisco por lo de la limusina, pero ella le recordó que el seguro
cubriría las reparaciones. Siguió recibiendo llamadas en su contestador
solicitando sus habilidades como eliminadora de maldiciones. No tendría
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que volver a vérselas con el Consejo Arcano en cien años, siempre que se
mantuviese alejada de los problemas. Si es que eso era posible.
Y Nick quería llevarla a una cita, como dos personas normales. Con la
salvedad de que él era una criatura de la noche que vivía a base de dietas
líquidas y ella podía convertir a la gente en ranas, y no había besos en el
mundo que pudiera convertirlos en príncipes.
Pero por una noche podían fingir que eran…, bueno, gente de verdad.
—Me encantaría ir a cenar contigo esta noche, Nick Gregory —dijo
formalmente. Y, cuando su auténtica naturaleza irrumpió en ella, sonrió
maliciosamente—. Pero puede que quieras saber una cosa.
—¿El qué?
—No suelo acostarme con nadie en la primera cita.
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Agradecimientos
El camino de crear y finalizar esta obra ha sido toda una divertida
aventura. Y no lo habría conseguido sin la ayuda y el apoyo de algunas
personas fantásticas.
Mi marido, Bob, que comprende que «oigo» voces en mi mente. Mi
madre, Thelma Randall, que siempre me dijo que lo conseguiría.
Mi agente, Laurie McLean, de la agencia literaria Larsen/Pomada, alias
Batgirl, que ha ido mucho más allá de su deber. Quise escribir fuera de
mis coordenadas de comodidad. Ella no sólo se aseguró de que lo hiciera,
sino que demoliera por completo esas coordenadas. Gracias, Batgirl, te
adoro por ello.
Mi editora, Deb Werksman, que leyó a Jazz y la adoró tanto como yo.
Si alguna vez encuentro un par de pantuflas de conejo como Fluff y Puff,
¡son tuyas!
Gracias a mis lectores de prueba, increíbles autores por derecho
propio, Elaine Charton, Lisa Croll Di Dio (que me regaló la genial línea del
agua bendita), Lynda K. Scott, Lynne Michaels y Terese Daly Ramin, que
muchas veces evitó que perdiera el rumbo.
Para Lisa de nuevo y Yasmine Galenorn, por asegurarse de que mi
cosas de brujas fuesen correctas. Y para Yasmine, que me echaba la
bronca por correo electrónico: «¡Quita el dedo de la tecla de borrado!».
Las brujitas, Yasmine Galenorn, Terese Daly Ramin, Lisa Croll Di Dio,
Madelyn Alt, Candance Havens, Kate Austin y Annette Blair. Vuestro apoyo
es muy bien recibido.
Jazz, Nick, Irma, Fluff y Puff, y a todos vosotros desde el fondo de
nuestros corazones, latan o no.
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RESEÑA BIBLIOGRÁFICA
LINDA WISDOM
Linda Wisdom nació y se crió en Huntington Beach, California. Su
carrera como escritora se inició cuando vendió sus dos primeras novelas a
Silouhette Romance en 1979. Desde entonces ha vendido más de setenta
novelas y un relato corto a cuatro editoriales diferentes. Sus obras han
aparecido en varias listas de ventas de novela romántica y han sido
nominadas en diversas ocasiones a los premios Romantic Times, así como
al Romance Writers of America Rita Award.
HECHIZO DE AMOR
Jazz es una bruja que siempre anda metiéndose en líos. Nick es un atractivo vampiro
tras la pista de un asesino en serie.
La apasionada relación entre Jazz y Nick, plagada de continuas rupturas, dura ya más de
300 años. Hace algún tiempo que lo dejaron por última vez, pero ahora Nick necesita de la
ayuda de Jazz para desenmascarar a un maniaco con poderes sobrenaturales que está haciendo
desaparecer a los vampiros. Tendrán que dar caza al asesino al tiempo que se sienten cada vez
más atraídos y descubren sus verdaderos sentimientos.
JAZZ TREMAINE
1. 50 Ways to Hex Your Lover (2008) - Hechizo de amor (2010)
2. Hex Appeal (2008)
3. Wicked by Any Other Name (2009)
4. Hex in High Heels (2009)
5. The Best Hex Ever (2010)
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LINDA WISDOM HECHIZO DE AMOR
ISBN: 978-84-663-1712-2
Depósito legal: B-20.762-2010
Impreso en España - Printed in Spain
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