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Derechos Económicos, Sociales y Culturales: entre promesas incumplidas

y la interpretación judicial

Helena Alviar García1

El 30 de Agosto del 2009, el periódico El Tiempo publicó una noticia cuyo título era:
‘Los Aroca, una familia que vive con 400 mil pesos’2. El artículo describe las
dificultades que enfrenta diariamente esta familia de 5 (John Aroca, su esposa y tres
hijos) para lograr pagar una habitación, comida y servicios. De los 400 mil pesos que
se ganan al mes, más de la mitad la deben destinar al pago del arriendo y los servicios,
lo que le deja una suma de más o menos 100 mil pesos para todo lo demás (comida,
pañales, remedios, recreación). El artículo señala que los Aroca forman parte de los
más de 8 millones de colombianos que viven en situación de indigencia según los datos
del DANE y el DNP.

De acuerdo con la Constitución Colombiana, ¿Se le están violando derechos


fundamentales a la familia Aroca? Algunos3 contestarían con un no rotundo. Ninguna
institución pública o privada le está limitando a los Aroca los derechos consagrados
como fundamentales y determinados en el primer capítulo del título primero en la
Constitución Política Colombiana de 1991. Y aunque es cierto que los Aroca no tienen
una vivienda digna, no pueden alimentarse adecuadamente, tienen un acceso errático
y marginal a la salud y a la recreación, no tendrán como pensionarse en la vejez ni sus
hijos podrán asistir a instituciones de educación superior, ninguna de estas situaciones
constituye una violación a un derecho fundamental consagrado en la Constitución. El
hecho de no tener acceso a la vivienda digna, la educación, la seguridad social, la salud,
la recreación, constituyen un incumplimiento de los derechos económicos y sociales
consagrados en la Constitución, pero tales derechos no son justiciables, es decir, no
pueden someterse a la acción de tribunales de justicia para ser conferidos por un juez.
Estos derechos son metas4 hacia los cuales debe dirigirse el Estado, pero en ningún

1
Profesora Asociada, Facultad de Derecho, Universidad de Los Andes. La autora agradece la
colaboración en la elaboración de este capítulo de Guillermo Otálora y Natalia Soto.
2
Los Aroca, una familia que vive con 400 mil pesos, EL TIEMPO, 30 de agosto, 2009, recuperado de
http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-5973648
3
Por ejemplo, en el año 2002, el gobierno del Presidente Álvaro Uribe intentó reformar la acción de
tutela para que solo pudiera ser usada para proteger “los derechos fundamentales de que trata el
Capítulo I del Título II de la Constitución”, lo cual excluye a los derechos económicos, sociales y
culturales, en adelante DESC, que se hallan en otro capítulo. Ver, Proyecto de Acto Legislativo 10 de
2002 Senado, “por medio del cual se reforma la Constitución Política en materia de administración de
justicia”, Gaceta del Congreso No. 458 de 2002. Este intento de reforma fue propiciado por el entonces
Ministro del Interior y de Justicia, Fernando Londoño Hoyos, un fuerte crítico del esquema de derechos
sociales consagrado en la Constitución de 1991. Ver, Fernando Londoño Hoyos, La economía en la
Constitución del 91, 678 REVISTA JAVERIANA 34 (2001).
4
Albie Sachs, Enforcement of Social and Economic Rights, 22 AM. U. INT’L L. REV. 673, 691-692 (2007).
caso constituyen obligaciones. Únicamente se convertirán en obligaciones cuando el
legislador expida las leyes correspondientes.

Para otros, entre ellos la Corte Constitucional Colombiana en ejercicio de su


interpretación del texto constitucional, los derechos económicos y sociales no son
simples objetivos, sino obligaciones en cabeza del Estado que deben ser cumplidas. La
manera cómo estos derechos se convierten en obligaciones en cabeza del Estado está
relacionada con múltiples sentencias que la Corte ha establecido en sus casi 20 años de
jurisprudencia.

El objetivo de este capítulo es, entonces, describir el desarrollo de la discusión en


torno a la adjudicación de los derechos económicos, sociales y culturales. Esta
descripción implica delimitar las posiciones ideológicas de quienes, por un lado,
consideran que los derechos económicos y sociales son objetivos que deben ser
delimitados y diseñados por el legislador y quienes, por otro, consideran que estos
derechos, por su conexión con el concepto de vida digna, deben ser adjudicados por el
juez. La evolución de este debate en el contexto colombiano es un buen ejemplo para
analizar las diferentes posiciones.

De esta forma, el capítulo estará dividido en tres partes. En la primera parte, se hace
un breve recuento del Pacto Internacional de Derechos Económicos Sociales y
Culturales adoptado por las Naciones Unidas en 1966, que es el antecedente
fundamental a lo que existe en la Constitución Colombiana. En la segunda parte, se
hará un recuento de la evolución de la discusión en la Corte Constitucional
Colombiana. Finalmente, en las conclusiones se presentará una perspectiva crítica
respecto a la adjudicación de derechos económicos y sociales por parte de los jueces.

I. El Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales

El Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, en adelante el


Pacto, fue adoptado en 1966, al mismo tiempo que el Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos, y ambos tratados entraron en vigor diez años después. El Pacto, fue
el primer tratado internacional5 que consagró derechos sociales. El Protocolo de San
Salvador de 1988, adoptado dentro del marco del Sistema Interamericano de
protección de los Derechos Humanos y también ratificado por Colombia, sigue el
modelo del Pacto.

Hoy en día, ambos tratados han sido ratificados por cerca de 160 Estados en el mundo
luego de un mismo proceso de discusión y elaboración en el seno de la Comisión de
Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Cómo se verá en esta sección, el debate
en torno a cuáles derechos deberían ser justiciables y potencialmente adjudicados por
5
Muchas legislaciones latinoamericanas, entre ellas la colombiana, incluían derechos sociales dentro de
su legislación desde mediados del siglo XX. Para más información ver: Mary Ann Glendon, Rights in
Twentieth-Century Constitutions, 59 U. CHI. L. REV. 519 (1992).
los jueces fue una característica importante de las discusiones que rodearon su
elaboración. Sin embargo, desde su nacimiento estos tratados tienen una diferencia
fundamental en cuanto al alcance de las obligaciones que imponen a los Estados
firmantes producto de la profunda división ideológica en cuanto a la jerarquía entre los
derechos (diferencia entre derechos adjudicables y los que deberían ser política de
estado) y como consecuencia, la justiciabilidad o no de los derechos sociales.

A grandes rasgos, durante la discusión de los tratados existían dos concepciones del
contenido de los derechos que venían de influencias muy diferentes. De acuerdo con
Mary Ann Glendon, quien estudió la evolución de estas discusiones:

…el lenguaje moderno de los derechos, desde un principio tomó dos rutas
diferentes. Las diferencias eran apenas de grado, pero su espíritu había
penetrado cada rincón de las sociedades afectadas. Una rama, influenciada por
la retórica de la revolución Americana y por los primeros pensadores
Angloamericanos modernos, puso un mayor énfasis en la libertad y la
propiedad individual que en igualdad y fraternidad (o, como diríamos hoy en
día, solidaridad). Esta dialéctica fue imbuida por la rama Europea Continental
de la Iluminación, donde la ruptura con el pensamiento clásico, bíblico, feudal y
de derecho romano sobre el hombre y el gobierno había sido incompleta. Los
documentos que contenían derechos en Europa Continental abrían más
espacios para la fraternidad en condiciones de igualdad junto con la libertad;
estos documentos a menudo atemperaban los derechos señalando deberes
correlativos y límites a los mismos; y generalmente presentaban al gobierno de
manera positiva como un garante de derechos y acciones para los necesitados.6

Estas diferencias se tradujeron en una lucha de poder al interior las Naciones Unidas
para adopción de un tratado vinculante sobre derechos humanos. Finalmente, los
Estados Unidos lograron que la discusión fuera dividida entre derechos civiles y
políticos por un lado, y derechos sociales, económicos y culturales por otro. Esta
división tuvo el efecto de crear, efectivamente, una jerarquía entre derechos:

Aunque existía un mandato que exigía tratar los dos conjuntos de derecho de
manera igual, el grupo de trabajo se movió rápidamente en dos ejes separados,
formulando los derechos civiles y políticos como derechos inmediatamente
realizables que imponen obligaciones absolutas al Estado, y los derechos
económicos y sociales como objetivos amplios de política pública que serían
alcanzados progresivamente de acuerdo con las limitaciones de recursos de
cada Estado particular. Los Estados Occidentales estaban cómodos con el
diseño de derechos civiles y políticos como derechos constitucionales
6
Mary Ann Glendon, The Forgotten Crucible: The Latin American Influence on the Universal Human
Rights Idea, 16 HARV. HUM. RTS. J. 27, 32 (2003) (traducción libre).
justiciables, pero los países soviéticos y del tercer mundo, que habían liderado
la idea de un tratado unificado, fueron renuentes en lograr que se reconociera
la responsabilidad de los gobiernos en la garantía de los derechos económicos y
sociales.7

A la vez que algunos Estados promovían la idea de una carta unificada de derechos, los
Estados Unidos, apoyados por otros países occidentales, lograron que la discusión se
dividiera para debatir estas dos clases de derechos por separado. Los Estados Unidos
se apoyaron en el paradigma según el cual los derechos civiles y políticos exigirían
apenas la abstención del Estado, mientras que los derechos sociales, económicos y
culturales requerirían una intervención positiva por parte del mismo8. Así mismo, los
derechos civiles y políticos serían justiciables, pues podrían ser aplicados fácilmente
por los jueces, mientras que los derechos económicos, sociales y culturales tendrían
una naturaleza más política que jurídica9. Esta premisa fue rechazada por varios otros
Estados. Por ejemplo, el delegado de Israel sostuvo que incluso la implementación de
los derechos civiles y políticos requería una “organización judicial altamente
desarrollada, que no podía ser lograda de manera inmediata”10.

La división de dos categorías jerarquizadas de derecho, y la visión de los derechos


económicos, sociales y culturales como no justiciables que terminó prevaleciendo en el
Pacto no obedeció a un consenso sobre estas categorías, sino por el contrario, a la
presión de los Estados Unidos que amenazaron con hundir el proceso de aprobación
de ambos tratados si las demás delegaciones no accedían a sus exigencias11.
Desarrollos posteriores como la Declaración de Viena de 1993, reconocen la
“interdependencia” entre los derechos, rechazando la separación rígida y artificial
entre derechos de “primera” y de “segunda” generación12.

Esta jerarquía entre los derechos, se ve reflejada claramente en los dos documentos.
De esta forma, el pacto que consagra derechos civiles y políticos está centrado en
empoderar al individuo frente al Estado, dentro de la clara tradición angloamericana
que se describió arriba. Por ejemplo, el artículo 2 del Pacto de Derechos Civiles y
Políticos exige a los Estados “respetar y garantizar” los derechos civiles y políticos, y
cada uno de sus artículos sustantivos contiene lenguaje afirmativo y centrado en el
individuo. Por ejemplo, “*e+l derecho a la vida es inherente a la persona humana” (art.
6), “*n+adie será sometido a torturas” (art. 7) o “*t+odo individuo tiene derecho a la

7
ROGER NORMAND & SARAH ZAIDI, HUMAN RIGHTS AT THE UN. THE POLITICAL HISTORY OF UNIVERSAL JUSTICE 206-207
(2008).
8
Ibíd., p. 209.
9
Asbjørn Eide, Economic, Social and Cultural Rights as Human Rights, en ECONOMIC, SOCIAL AND CULTURAL
RIGHTS 1, 10 (Asbjørn Eide et al., eds., 2001). (traducción libre)
10
NORMAND & ZAIDI, Op. Cit, p. 211 (traducción libre).
11
Ibíd., p. 210.
12
Conferencia Mundial de Derechos Humanos: Declaración y Programa de Acción de Viena, 12 de julio
de 1993, UN Doc. A/CONF.157/23, párr. 5.
libertad y a la seguridad personales” (art. 8). El PIDCP crea derechos subjetivos en
cabeza de cada individuo bajo la jurisdicción del Estado, y para su cumplimiento,
existen mecanismos de supervisión y de petición individual ante el Comité de Derechos
Humanos de las Naciones Unidas. Este Comité fue creado en el mismo tratado, y el
Primer Protocolo Facultativo al Pacto de Derechos Civiles y Políticos le otorga la
competencia para considerar peticiones individuales de personas que consideran que
sus derechos han sido violados por un Estado parte.

Como lo comprueban los objetivos, herramientas en manos de los individuos y


mecanismos de supervisión para la exigibilidad de los derechos, prevaleció la visión
angloamericana. En este sentido, frente a los objetivos de exigir a los estados respetar
y garantizar los derechos civiles y políticos, el artículo 2 del Pacto Internacional de
Derechos Económicos, Sociales y Culturales contiene un compromiso de “adoptar
medidas, tanto por separado como mediante la asistencia y la cooperación
internacionales, especialmente económicas y técnicas, hasta el máximo de los recursos
de que disponga, para lograr progresivamente, por todos los medios apropiados,
inclusive en particular la adopción de medidas legislativas, la plena efectividad de los
derechos aquí reconocidos”. Los artículos sustantivos del Pacto contienen un
reconocimiento de los derechos pero sujeto a la adopción de políticas públicas. En
otras palabras, los derechos sociales no debían ser exigibles directamente, dependían
de la asignación de recursos y de las políticas públicas diseñadas para lograr sus
objetivos. Finalmente, el Pacto no creó un mecanismo de supervisión, cómo si lo hizo
el tratado de los derechos civiles y políticos. Dicho mecanismo fue creado en 1986 por
el Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas (ECOSOC), y no cuenta con la
competencia para considerar peticiones individuales, por lo cual únicamente produce
recomendaciones generales para los Estados13.

No obstante lo anterior, tanto el Pacto como la Constitución de 1991 contienen una


obligación muy clara que se deriva del principio de progresividad. Se trata de la
prohibición de tomar medidas regresivas. Es decir, si el Estado ya ha sido capaz de
garantizar un derecho como la salud o el trabajo, éste no puede tomar medidas que
retiren la protección ya alcanzada14. Así, el logro de la garantía de los DESC se sujeta al
desarrollo de políticas públicas que así lo permitan, pero una vez éstas son puestas en
marcha, el Estado no puede ir marcha atrás.

II. La discusión en la Constitución Colombiana

La Corte Constitucional Colombiana se ha situado claramente del lado continental de la


discusión, adjudicando derechos económicos y sociales por su conexidad con derechos
fundamentales, exigiendo del estado determinadas actuaciones para promoverlos e

13
NORMAND & ZAIDI, Op. Cit., p. 207.
14
Sentencia C-671 de 2002, M.P. Eduardo Montealegre Lynett; Sentencia T-859 de 2003, M.P. Eduardo
Montealegre Lynett.
incluyendo diversos grupos como merecedores de un tratamiento especial por ser más
vulnerables.

En esta sección se hace un resumen de algunas de las sentencias más representativas


de acuerdo con la clasificación señalada. El primer grupo de sentencias vincula los
DESC a cierto contenido mínimo que las ramas Ejecutiva y Legislativa del poder público
deben garantizar. En los tres casos aquí resumidos, la Corte considera contrario a la
Constitución que la acción o pasividad del Estado termine por restarle eficacia a los
derechos fundamentales de las personas. Así, por ejemplo, la Corte encontró que la
falta de construcción de un alcantarillado era efectivamente un atentado contra la vida
y la integridad de las personas (sentencia T-406 de 1992) y demostró que la imposición
del IVA sobre productos de primera necesidad tiene el efecto de privar a las personas
del mínimo de condiciones materiales para subsistir (sentencia C-776 de 2003).

El segundo grupo de sentencias muestra cómo la Corte Constitucional ha exigido


acciones concretas para garantizar los derechos fundamentales. En este sentido, la
Corte no se ha limitado solamente a extender el conjunto de derechos justiciables (por
su conexión íntima con la concepción de una vida digna dentro de un estado social de
derecho), sino que ha exigido acciones concretas de las autoridades para que estos
derechos no sean simples promesas incumplidas u objetivos de papel. El caso del
alcantarillado de Cartagena (sentencia T-406 de 1992) es un ejemplo temprano en la
actividad de la primera Corte Constitucional, los casos de los desplazados y el sistema
de salud (T-025 de 2004 y T-760 de 2008) muestran la disposición de la Corte para
exigir del Estado acciones estructurales que permitan superar la violación masiva de
los DESC.

Finalmente, el tercer grupo de sentencias muestra que la Corte ha establecido que


existen ciertos grupos de personas que requieren una protección especial por su
vulnerabilidad, como los niños o los desplazados (sentencias SU-225 de 1997 y T-025
de 2004).

1. Conexidad con derechos fundamentales

Dos sentencias sirven de ejemplo para entender cómo la Corte abrió el espacio a la
exigibilidad de los DESC por medio de la acción de tutela: las sentencias T-406 y T-426
de 1992. En estas sentencias se vincula el concepto de dignidad humana y el mínimo
vital a los DESC. En ambos casos, la Corte Constitucional determinó que cierto
contenido mínimo de los derechos sociales, bajo ciertas condiciones específicas, sería
exigible ante los jueces. En la primera sentencia, la Corte sostuvo que un derecho
social sería exigible cuando su desconocimiento también conllevara la vulneración de
derechos fundamentales como la vida o la dignidad humana. En otras palabras, sería
necesaria una “satisfacción mínima” de los DESC que permitiera a las personas una
vida digna.
En el segundo caso, la Corte derivó de la Constitución un derecho al “mínimo vital”,
que consiste en un “mínimo de elementos materiales para subsistir”. En estas dos
sentencias pioneras, la Corte ató la garantía de la dignidad humana y el mínimo vital a
la satisfacción de ciertas condiciones materiales mediante acciones positivas del
Estado, permitiendo exigir al Estado un núcleo básico de los DESC ante los jueces,
mediante la acción de tutela.

Caso del alcantarillado de Cartagena – T-406 de 1992 (M.P. Ciro Angarita Barón)

En 1991 las Empresas Públicas de Cartagena iniciaron la construcción del sistema de


alcantarillado para el barrio Vista Hermosa en la ciudad de Cartagena. Un año después,
sin haber sido concluida la construcción, se puso en funcionamiento el sistema,
causando el desborde de aguas negras en el barrio.

El señor José Manuel Rodríguez, quien vivía al frente de la obra inconclusa, presentó
una acción de tutela para la protección del derecho a la salubridad pública. Los jueces
que decidieron esta tutela la negaron, afirmando que ésta solo podía ser usada para
proteger los derechos contenidos en el Capítulo I del Título II de la Constitución, y no
otros. La Corte Constitucional estuvo en desacuerdo, y decidió proteger los derechos
del señor Rodríguez y los demás habitantes del barrio.

Para la Corte, el hecho de que la Constitución hubiera establecido que Colombia es un


Estado Social de Derecho conllevaba un deber del Estado de intervenir para mejorar
las condiciones de vida de las personas. La Corte consideró que una “mínima
satisfacción” de los derechos económicos, sociales y culturales es la “condición
indispensable para el goce de los derechos civiles y políticos”. La Corte explicó que “sin
la satisfacción de unas condiciones mínimas de existencia, o en términos del artículo
primero de la Constitución, sin el respeto "de la dignidad humana" en cuanto a sus
condiciones materiales de existencia, toda pretensión de efectividad de los derechos
clásicos de libertad e igualdad formal consagrados en el capítulo primero del título
segundo de la Carta, se reducirá a un mero e inocuo formalismo, irónicamente descrito
por Anatole France cuando señalaba que todos los franceses tenían el mismo derecho
de dormir bajo los puentes”.

La Corte sostuvo que los derechos fundamentales no se limitan a los que están
contenidos en el Capítulo I del Título II de la Constitución. Por el contrario, una serie de
criterios debían ser usados para determinar si, en un caso concreto, un derecho es
susceptible de ser protegido mediante la acción de tutela. En este caso, la Corte afirmó
que “el derecho al servicio de alcantarillado, en aquellas circunstancias en las cuales
afecte de manera evidente derechos y principios constitucionales fundamentales,
como son los consagrados en los artículos 1 (dignidad humana), 11 (vida) y 13
(derechos de los disminuidos), debe ser considerado como derecho susceptible de ser
protegido por la acción de tutela”. La Corte tuvo en cuenta que las deficiencias
sanitarias en el barrio Vista Hermosa constituían un factor de riesgo para la salud de
los niños. Por ende, decidió ordenar a las Empresas Públicas de Cartagena la
terminación de la obra dentro de un plazo razonable.

Caso del mínimo vital en pensiones – T-426 de 1992 (M.P. Eduardo Cifuentes Muñoz)

Como se señaló arriba, al resolver esta acción de tutela, la Corte establece el concepto
del mínimo vital. El caso relata el drama de los pensionados colombianos. Un drama
tan típico en nuestro contexto que hasta García Márquez escribió una novela, El
Coronel no tiene quien le escriba, narrando esta injusticia. En esta ocasión, el señor
Hernando de Jesús Blanco Angarita, un hombre anciano, llevaba un año sin obtener
una decisión sobre su pensión. Esta pensión era necesaria para su subsistencia, pues
no tenía ningún otro ingreso, y por esta razón se vio obligado a vivir con su hija,
convirtiéndose en una carga adicional para ella.

Frente a este caso, la Corte Constitucional estableció por primera vez que existe en la
Constitución un derecho conocido como el “derecho al mínimo vital”. La Corte dijo que
“(a)unque la Constitución no consagra un derecho a la subsistencia éste puede
deducirse de los derechos a la vida, a la salud, al trabajo y a la asistencia o a la
seguridad social. La persona requiere de un mínimo de elementos materiales para
subsistir.” Por esta razón, afirmó la Corte, “(t)oda persona tiene derecho a un mínimo
de condiciones para su seguridad material.”

La Corte ordenó a la Caja de Previsión Social que resolviera la solicitud del señor
Blanco, con el fin de que éste obtuviera la pensión, y condenó a esta entidad a pagarle
una indemnización, para lograr el goce efectivo del derecho fundamental al mínimo
vital.

Caso del IVA sobre la canasta familiar – Sentencia C-776 de 2003 (M.P. Manuel José
Cepeda Espinosa)

En esta sentencia de constitucionalidad, la Corte exige que la estructura tributaria esté


enmarcada de acuerdo con los principios de equidad, solidaridad y respeto por el
mínimo vital.

Los hechos del caso son los siguientes. La Ley 788 de 2002, contenía una serie de
normas en materia tributaria y penal. En ejercicio de la acción pública de
inconstitucionalidad fueron demandados, entre otros, el artículo 116 de dicha ley, que
amplió la base gravable del Impuesto al Valor Agregado (IVA) a un conjunto de bienes y
servicios que hasta entonces se encontraba excluido. De esta forma, se gravaron con
una tarifa de 2% productos de primera necesidad (leche, carne, huevos,
medicamentos) y servicios esenciales (salud, agua, luz, gas, educación).
Por medio de la sentencia C-776 de 2003, la Corte Constitucional declaró la
inexequibilidad del artículo demandado, al considerar que el cobro del IVA a productos
de primera necesidad desconoce los fines del Estado Social de Derecho y,
concretamente, los principios de equidad y progresividad tributaria, en tanto dicha
medida supone agravar la ya precaria situación del amplio sector de la población que
vive en situación de pobreza o indigencia.

“De esta forma, el principio de equidad exige que se graven, de conformidad


con la evaluación efectuada por el legislador, los bienes o servicios cuyos
usuarios tienen capacidad de soportar el impuesto, o aquellos que corresponden
a sectores de la economía que el Estado pretende estimular, mientras que se
exonere del deber tributario a quienes, por sus condiciones económicas, pueden
sufrir una carga insoportable y desproporcionada como consecuencia del pago
de tal obligación legal”.

En este sentido, sostuvo la Corte que asimilar la capacidad adquisitiva de quien


adquiere bienes y servicios de primera necesidad para sobrevivir con su capacidad
contributiva, desconoce los principio de justicia tributaria, igualdad material, Estado
Social de Derecho y mínimo vital, así como el contexto socio-económico colombiano:

“El ejercicio de la potestad impositiva del Estado no puede estar encaminado ni


tener el claro significado de empujar a los estratos bajos hacia la pobreza y a los
pobres hacia la indigencia, ni mantenerlos debajo de tales niveles, habida
cuenta de la insuficiencia de medidas de gasto social efectivas que compensen
la afectación del mínimo vital de las personas más necesitadas”.

Finalmente, en relación con su competencia para intervenir en materia tributaria, la


Corte consideró que aun cuando el legislador cuenta con un amplio margen de
discrecionalidad en materia impositiva, el ejercicio de esta facultad se encuentra
sometido al respeto de los postulados constitucionales y de los principios de equidad,
eficiencia y progresividad sobre los cuales se fundamenta el sistema tributario. A este
respecto, sostuvo la Corte:

“El legislador dispone en materia tributaria de ‘la más amplia discrecionalidad’


en materia impositiva, lo cual le permite definir, en el marco de la Constitución,
no sólo los fines de la política tributaria sino también los medios que estime
adecuados para alcanzarlos. De esta forma, la Corte Constitucional no está
llamada, en principio, a pronunciarse, por ejemplo, sobre la amplitud que debe
tener la base gravable de un impuesto ni sobre su régimen tarifario óptimo ni
sobre los requisitos que deben garantizar su adecuado recaudo. (…)
Corresponde al Congreso de la República el ejercicio de la potestad fiscal, claro
está, dentro de los límites trazados por el propio Constituyente, puesto que en
un Estado de derecho los poderes constituidos, así dispongan de un amplio
margen de configuración de políticas y de articulación jurídica de las mismas, se
han de ejercer respetando la Constitución”.

2. Órdenes a las Ramas del Poder Público

En los casos anteriores también aparecen ejemplos de cómo la Corte ordena al Estado
llevar a cabo acciones positivas, que normalmente conllevan el gasto de recursos
públicos, para garantizar los DESC. Por ejemplo, en el caso del alcantarillado de
Cartagena, la Corte ordenó la terminación del proyecto de alcantarillado que las
Empresas Públicas de Cartagena habían dejado inconcluso. La Corte sostuvo que “el
hecho de haberse iniciado la construcción del alcantarillado desvirtúa la principal
objeción para la efectiva aplicación del derecho a los servicios públicos fundamentales,
cual es la falta de recursos económicos. En efecto, cuando se tomó la decisión de
construir, ella debía estar respaldada en una disponibilidad presupuestal.”

Existen, sin embargo, casos en que la Corte ha tomado determinaciones de mayor


alcance, como es el caso de los desplazados (sentencia T-025 de 2004) en que la Corte
declaró un “estado de cosas inconstitucional” y ordenó al gobierno que llevara a cabo
un conjunto de acciones de diversa índole, que debían ser desarrolladas por parte de
diversas agencias gubernamentales, para superar este estado de cosas. Una
determinación similar fue tomada en el caso del sistema de salud (sentencia T-760 de
2008), que terminó con una serie de órdenes de la Corte, acompañadas por un
cronograma, para el cumplimiento de la Constitución en materia del derecho a la
salud.

Población desplazada– Sentencia T-025 de 2004, M.P. Manuel José Cepeda Espinosa

De acuerdo con las cifras publicadas por la ACNUR -Oficina del Alto Comisionado de las
Naciones Unidas para los Refugiados-, en el 2008 el desplazamiento interno forzado
colombiano alcanzaba las tres millones de personas.15 A su vez, el 92% de la población
desplazada presentaba necesidades básicas insatisfechas, y el 80% se encontraba en
situación de indigencia. De esta forma, Colombia se convirtió en el país del mundo con
mayor número de desplazados por la violencia, y ha venido enfrentando una crisis
humanitaria de enormes proporciones.

En enero de 2004, la Corte Constitucional profirió la sentencia T-025, por medio de la


cual revisó 109 acciones de tutela presentadas por más de 4000 desplazados de todas
las regiones del país, en su mayoría mujeres cabeza de familia, personas de la tercera
edad, menores e indígenas. Los accionantes denunciaron el incumplimiento de la
obligación estatal de protección a la población desplazada –a pesar de la existencia de

15
ACNUR, Consideraciones sobre la protección internacional de los solicitantes de asilo y los refugiados
colombianos, disponible en: http://www.acnur.org/pais/docs/964.pdf
una ley que ordenaba medidas a favor de ésta y establecía un Sistema Nacional de
Atención a la Población Desplazada16-, y la falta de respuesta efectiva a sus solicitudes
en materia de vivienda y acceso a proyectos productivos, atención de salud, educación
y ayuda humanitaria.

El fallo de la Corte declaró la existencia de un “estado de cosas inconstitucional”


respecto de la población en situación de desplazamiento forzado, al considerar que
existía una violación simultánea e integral de los derechos civiles y políticos, de los
derechos económicos, sociales y culturales y de las normas de derecho internacional
humanitario de tal magnitud, que constituían un problema estructural producto de la
ineficiencia en la actuación de las autoridades que conforman el Sistema de Nacional
de Atención Integral a la Población Desplazada (SNAIPD).

De esta forma, en la sentencia se establece que como consecuencia de: la incapacidad


institucional para proteger a la población desplazada; de los obstáculos burocráticos
injustificados que interponen, por acción o por omisión, las autoridades encargadas de
otorgar las ayudas previstas en la ley; efectivamente se vulneran los derechos de la
población desplazada al mínimo vital, a la igualdad, al trabajo, a la vivienda digna, a la
salud y al acceso a la educación, entre otros. La Corte concluyó que el Estado había
actuado de una manera inadecuada tanto en el diseño, implementación y seguimiento
de las políticas públicas para hacer frente a la situación de desplazamiento forzado y
como consecuencia había contribuido significativamente al desconocimiento de los
derechos fundamentales de los desplazados.

Como consecuencia, la Corte Constitucional profirió dos tipos de mandatos para la


Rama Ejecutiva. En primer lugar, las órdenes simples, destinadas a resolver las
peticiones concretas de los actores de las acciones de tutela revisadas. En segundo
lugar, unas órdenes de ejecución compleja, dirigidas a garantizar los derechos de toda
la población en situación de desplazamiento forzado, y que tienen por finalidad que las
autoridades encargadas de atender a esta población tomen las medidas correctivas
necesarias para solucionar los problemas de insuficiencia de recursos destinados y de
incapacidad institucional para implementar la política estatal de atención a la
población desplazada.

Según la Corte, debido a que la protección a la población desplazada no es una


facultad del Estado sino una obligación de carácter legal y constitucional, las órdenes
impartidas al Ejecutivo no constituyen una extralimitación de sus funciones, sino el
ejercicio legítimo del deber de garantizar el cumplimiento de los derechos:

16
Ley 387 de 1997 “Por la cual se adoptan medidas para la prevención del desplazamiento forzado; la
atención, la protección y consolidación y estabilización socioeconómica de los desplazados internos en
la República de Colombia”
“Estas órdenes están dirigidas a que se adopten decisiones que permitan
superar tanto la insuficiencia de recursos, como las falencias en la capacidad
institucional. Ello no implica que por vía de tutela, el juez esté ordenando un
gasto no presupuestado o esté modificando la programación presupuestal
definida por el Legislador. Tampoco está delineando una política, definiendo
nuevas prioridades, o modificando la política diseñada por el Legislador y
desarrollada por el Ejecutivo. La Corte, teniendo en cuenta los instrumentos
legales que desarrollan la política de atención a la población desplazada, el
diseño de esa política y los compromisos asumidos por las distintas entidades,
está apelando al principio constitucional de colaboración armónica entre las
distintas ramas del poder para asegurar que el deber de protección efectiva de
los derechos de todos los residentes del territorio nacional, sea cumplido y los
compromisos definidos para tal protección sean realizados con seriedad,
transparencia y eficacia”.

Derecho a la salud – Sentencia T-760 de 2008, M.P. Manuel José Cepeda Espinosa

Durante los últimos años, la masiva interposición de acciones de tutela presentadas


para exigir la protección del derecho a la salud ha evidenciado unas fallas estructurales
en la prestación de este servicio. Las constantes vulneraciones de los derechos de los
usuarios van desde trabas en el acceso al sistema de salud hasta cargas burocráticas
innecesarias impuestas a los ciudadanos para obtener los tratamientos requeridos. En
este contexto de violación permanente del derecho a la salud, la acción de tutela se
convirtió en la principal herramienta de protección.

En este sentido y de acuerdo con un estudio presentado en el 2009 por la Defensoría


del Pueblo, durante el período 1999-2008 el derecho a la salud cobró una participación
cada vez mayor dentro de las acciones de tutela presentadas anualmente: mientras
que en 1999 el 24,68% de los accionantes solicitaba la protección de este derecho, en
el 2004 la proporción pasó al 36,36% y en el 2008 alcanzó el 41,50% del total de las
acciones presentadas17. En la mayoría de los casos, los tutelantes solicitaban servicios
que estaban legalmente incluidos dentro del Plan Obligatorio de Salud, POS18.

17
Defensoría del Pueblo, La tutela y el derecho a la salud. Periodo 2006-2008, disponible en:
http://www.defensoria.org.co/red/anexos/publicaciones/salud_08.pdf
18
El Plan Obligatorio de Salud (POS) es el conjunto de actividades, procedimientos e intervenciones en
salud y servicios hospitalarios al que tienen derecho los afiliados al Sistema General de Seguridad Social
en Salud (SGSSS). El POS puede ser de dos tipos: el primero, destinado a aquellos que cotizan al sistema
(régimen contributivo); el segundo, que acoge a la población pobre o vulnerable (régimen subsidiado),
es financiado por el Estado y tiene un contenido más restringido que el primero. Sin embargo, por
medio de fallos de tutela la Corte ha equiparado progresivamente los dos POS, al incluir dentro del plan
subsidiado servicios y medicamentos originalmente no contemplados dentro del mismo. Los recursos
del sistema son recaudados y administrados por las Entidades Promotoras de Salud (EPS) y las
Aseguradoras del Régimen Subsidiado (ARS). La prestación del servicio de salud en los dos sistemas es
brindado a los usuarios por parte de las Instituciones Prestadoras de Salud (IPS), es decir, centros
médicos, clínicas y hospitales.
Frente a esta crisis del sistema de salud colombiano, en julio de 2008 la Corte
Constitucional profirió la sentencia T-760, mediante la cual acumuló y examinó
veintidós acciones de tutela encaminadas a exigir la protección del derecho a la salud.
El fallo introdujo dos grandes aportes: por una parte, estableció que el derecho a la
salud era un derecho fundamental y como consecuencia exigible al Estado; por otra,
expidió órdenes específicas, encaminadas a asegurar la protección efectiva de este
derecho.

En primer lugar, superando la visión tradicional de la salud como un derecho


económico y social y, por ende, no justiciable, la Corte Constitucional lo define como
un derecho fundamental autónomo con elementos prestacionales 19. Como
consecuencia, los colombianos tienen derecho a obtener consultas, procedimientos,
tratamientos y medicamente, de manera oportuna y eficaz. De esta forma, el Estado se
encuentra en la obligación de garantizarlo, especialmente cuando se trata de menores,
cuando la prestación de los servicios es obstaculizada mediante la exigencia de cuotas
moderadoras, cuando el usuario sufra de enfermedades catastróficas o de alto costo,
cuando los servicios hacen parte integral de un tratamiento o cuando, sin estar
contemplado dentro del POS, el servicio sea necesario para garantizar la vida digna20.

En segundo lugar, la Corte impartió un conjunto de mandatos perentorios,


encaminados a garantizar la protección efectiva del derecho a la salud. Por una parte,
la sentencia ordena a la Comisión Nacional de Regulación en Salud la redefinición,
actualización y unificación de los Planes Obligatorios de Salud del régimen subsidiado y
del régimen contributivo. Lo anterior con el fin de ampliar los servicios médicos de los
sectores más vulnerables de la población y así desvincular la calidad en el servicio de
salud de la capacidad de pago del usuario. Por otra parte, la Corte ordena tomar las
medidas necesarias para garantizar la sostenibilidad financiera del sistema y diseñar un
nuevo esquema de recobros y compensaciones de las Entidades Promotoras de Salud
(EPS) ante el Fondo de Solidaridad y Garantía-Fosyga y las entidades territoriales.

Finalmente, para la Corte Constitucional, la necesidad de impartir directrices concretas


al Gobierno encuentra justificación en la ausencia de medidas estatales tendientes a
hacer frente a la crisis del sistema de salud, con lo cual se desconocen los derechos y

19
En el mencionado fallo, la Corte sostuvo que “el derecho a la salud es un derecho fundamental, ‘de
manera autónoma’, cuando se puede concretar en una garantía subjetiva derivada de las normas que
rigen el derecho a la salud, advirtiendo que algunas de estas se encuentran en la Constitución misma,
otras en el bloque de constitucionalidad y la mayoría, finalmente, en las leyes y demás normas que
crean y estructuran el Sistema Nacional de Salud, y definen los servicios específicos a los que las
personas tienen derecho. (…) El derecho a la salud es un derecho que protege múltiples ámbitos de la
vida humana, desde diferentes perspectivas. Es un derecho complejo, tanto por su concepción, como
por la diversidad de obligaciones que de él se derivan y por la magnitud y variedad de acciones y
omisiones que su cumplimiento demanda del Estado y de la sociedad en general. La complejidad de este
derecho, implica que la plena garantía del goce efectivo del mismo, está supeditada en parte a los
recursos materiales e institucionales disponibles”.
mandatos constitucionales y legales en la materia. Así, por ejemplo, en relación con la
unificación de los POS en los regímenes subsidiado y contributivo, sostuvo la Corte:

“No corresponde a la Corte Constitucional fijar las metas ni el cronograma para


la unificación de los planes de beneficios, pero sí debe instar a las autoridades
competentes para que, con base en las prioridades epidemiológicas, las
necesidades de salud de los que pertenecen al régimen subsidiado y las
consideraciones de financiación relevantes, diseñe un plan que permita de
manera real alcanzar esta meta. La progresividad de un derecho no justifica el
estancamiento ni mucho menos relegar al olvido el mandato de unificación de
los planes de beneficios para evitar que las personas de escasos recursos sean
sujetos de inferior protección constitucional, lo cual es abiertamente inadmisible
en un Estado Social de Derecho. (…) En otras palabras, actualmente existe una
violación de la obligación constitucional de cumplimiento progresivo a cargo del
Estado consistente en unificar los planes obligatorios de beneficios, para
garantizar el derecho a la salud en condiciones de equidad. Si bien se trata de
una obligación de cumplimiento progresivo, actualmente el Estado desconoce el
mínimo grado de cumplimiento de la misma puesto que no ha adoptado un
programa, con su respectivo cronograma, para avanzar en la unificación de los
planes de beneficios.”

3. DESC para sujetos de especial protección

La Corte ha tenido en cuenta a sujetos de especial protección en sus sentencias. En la


T-025 de 2004, sobre los desplazados, la Corte hizo referencia a su especial situación
de vulnerabilidad que exigía por ende una especial atención por parte del Estado.

En este mismo sentido, en la sentencia SU-225 de 1998, la Corte sostuvo que los niños,
por ser sujetos de especial protección y tener derechos garantizados expresamente
por el artículo 44 de la Constitución, eran titulares de un derecho a la salud como
derecho fundamental inmediatamente exigible, en un momento en el cual el derecho
a la salud aún se consideraba un derecho social que no podía ser exigible
inmediatamente.

Derecho de los niños a la salud – Sentencia SU-225 de 1998, M.P. Eduardo Cifuentes
Muñoz

El caso fue iniciado por Elsy Nydia Páez, una madre comunitaria de Puente Aranda en
Bogotá, quien cada vez que alguno de los niños que se encontraba bajo su cuidado
tenía fiebre, nauseas o vómito temía que éste pudiera estar enfermo de meningitis. De
los menores que diariamente permanecían en su hogar, casi ninguno se encontraba
vacunado contra esta enfermedad21.

Por intermedio de la Fundación para la Defensa del Interés Público – FUNDEPUBLICO,


Elsy Nydia y otros cuatrocientos diecisiete (417) padres de familia y madres
comunitarias de Puente Aranda, en nombre y representación de sus hijos menores de
edad, interpusieron una acción de tutela en contra de la Secretaría de Salud de Bogotá
y del entonces Ministerio de Salud, por la vulneración de los derechos fundamentales a
la vida, a la salud y a la seguridad social de sus hijos. Su fundamento era que las
mencionadas autoridades se negaron a suministrarle en forma gratuita la vacuna
contra los virus responsables de la meningitis, una enfermedad con una alta tasa de
mortalidad y alto riesgo de secuelas.

Los tutelantes, en su mayoría madres cabeza de familia y trabajadores del sector


informal, manifestaron no contar con afiliación al sistema de seguridad social, ni con
los recursos económicos suficientes para sufragar los servicios en salud requeridos por
sus hijos.

Este caso fue revisado por la Corte Constitucional, quien por medio de la sentencia SU-
225 de 1998 acogió los reclamos de los accionantes al considerar que los derechos
fundamentales de estos niños a la vida a la salud y la seguridad social estaban siendo
desconocidos, y ordenó a las entidades demandadas realizar jornadas masivas de
vacunación gratuita contra el virus responsable de la meningitis. La Corte consideró
que los menores tienen el derecho fundamental de exigir del Estado protección
gratuita, oportuna y eficaz, contra las variedades de meningitis bacteriana que puedan
afectar su salud y ponerlos en situación de debilidad manifiesta.

En relación con la naturaleza jurídica de los derechos de los niños, la Corte sostuvo que
el artículo 44 de la Constitución no sólo confiere a los menores un conjunto de
derechos fundamentales que no se le reconocen a otros sujetos de derecho sino que,
adicionalmente, establece la prevalencia de dichos derechos sobre los de los demás.
De esta forma, considera que merecen un “trato preferencial a quienes se encuentran
en circunstancias de debilidad manifiesta y están impedidos para participar, en
igualdad de condiciones, en la adopción de las políticas públicas que les resultan
aplicables. En este sentido, es evidente que los niños son acreedores de ese trato
preferencial, a cargo de todas las autoridades públicas, de la comunidad y del propio
núcleo familiar al cual pertenecen”.

Dentro de los derechos fundamentales de los niños consagrados por la Constitución, se


encuentran junto con los derechos fundamentales a la vida y a la integridad física, se
encuentran derechos tradicionalmente reconocidos como Derechos Económicos,

21
La vacunación es obligatoria, EL TIEMPO, 21 de mayo, 1998, recuperado de
http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-757608.
Sociales y Culturales como el derecho a la salud, a la seguridad social, a la educación y
a la recreación.

En este orden de ideas, y sin perjuicio de la fundamentalidad de estos derechos, por


tratarse de derechos de carácter prestacional, el juez de tutela no puede, ordenar al
Ejecutivo la asignación de recursos para la garantía de los mismos, en tanto estos
deben ser desarrollados mediantes políticas públicas definidas por los órganos
competentes. Sin embargo, la regla general acerca de la no justiciabilidad de los DESC,
no le puede ser aplicada a los derechos que, aún cuando tienen un carácter claramente
prestacional, son considerados fundamentales por expreso mandato constitucional.
En este sentido, una interpretación sistemática y armónica de los preceptos
constitucionales, supone que los derechos fundamentales de carácter prestacional
cuentan con un doble contenido. Por una parte, un núcleo esencial mínimo, que
otorga al titular derechos subjetivos directamente exigibles a través de la acción de
tutela. Por otra parte, un conjunto adicional de prerrogativas que debe ser definido
por los órganos políticos correspondientes, con base en la disponibilidad presupuestal
y las prioridades coyunturales. De esta forma, el juez constitucional se encuentra
facultado para ordenar la garantía del contenido esencial de los derechos
fundamentales de carácter prestacional de los menores, sin desconocer la separación
de poderes, en tanto:

“la armonización de esta norma con el principio democrático - que dispone que
los órganos políticos son los encargados de definir las políticas tributarias y
presupuestales - exige que sólo la parte del derecho que tiende a la satisfacción
de las necesidades básicas del menor - lo que se ha denominado su núcleo
esencial -, pueda ser directamente aplicada por el juez, mientras que es el
legislador quien debe definir su completo alcance. Se trata entonces de
derechos que tienen un contenido esencial de aplicación inmediata que limita la
discrecionalidad de los órganos políticos y que cuenta con un mecanismo
judicial reforzado para su protección: la acción de tutela. (…)

La anterior restricción constitucional al principio democrático, se justifica, entre


otras razones, porque dicho principio no puede oponerse a la reclamación de
pretensiones esenciales de un grupo de la población que no está en capacidad
de participar del debate público y que, por lo tanto, no tiene voz propia en la
adopción de las decisiones políticas que lo afectan. (…). En otras palabras, la
razón que justifica la aplicación preferente del principio democrático a la hora
de adscribir derechos prestacionales, resulta impertinente en tratándose de
derechos fundamentales de los menores.”

En segundo lugar, en virtud del principio de subsidiariedad de la asistencia estatal, el


legislador se encuentra en la obligación de reglamentar la responsabilidad de las
personas que se encuentran llamadas a garantizar los derechos socioeconómicos de
los menores, esto es, la familia y la sociedad. No obstante, cuando la familia no cuenta
con los medios necesarios para satisfacer las necesidades básicas de los niños, el
Estado tiene la obligación subsidiaria de asumir el cuidado de los menores.

En relación con lo anterior, el artículo 13 de la Constitución Política impone al


legislador la obligación de establecer las políticas necesarias para la erradicación de las
injusticias presentes, de forma tal que se garantice a los grupos discriminados o
marginados los medios necesarios para su existencia. En este sentido,

“dado que en esta materia cabe concluir que la abstención culpable del Estado,
en otras palabras, su pasividad ante la marginación y la discriminación que
sufren algunos miembros de la sociedad, no se compagina con el orden justo
efectivo que procura legitimidad al Estado social de derecho y, menos todavía,
con el cumplimiento de la cláusula que proscribe la marginación y la
discriminación, la función del juez será no la de remplazar a los órganos del
poder público incursos en la abstención, sino la ordenar el cumplimiento de los
deberes del Estado, desde luego siempre que se verifique que la inhibición viola
un derecho constitucional fundamental”.

Con base en estas consideraciones, la Corte Constitucional consideró que los menores
de Puente Aranda constituyen un grupo social marginado y discriminado, dadas las
precarias condiciones socio económicas de sus familias y la falta de cobertura en
servicios públicos. La deficiente cobertura del sistema de vacunación vulnera los
derechos fundamentales de los menores, y evidencia “una malversación o abuso de la
competencia por parte de los órganos responsables”, que justifica la intervención del
juez constitucional. Como consecuencia, se ordena a la Secretaria de Salud de Bogotá y
al entonces Ministerio de Salud suministrar gratuitamente a los menores accionantes
los tratamientos de vacunación necesarios para prevenir la meningitis.

III. Conclusiones

Quienes critican a la Corte Constitucional Colombiana por haber hecho justiciables los
derechos económicos y sociales tienen una interpretación específica de lo que deben
ser los derechos, sus alcances y el papel que debe cumplir el estado en su garantía.
Esta visión de los derechos corresponde a la tradición angloamericana y comprende
una visión del mundo específica. La Corte, debido a que se lo exige la Constitución, se
ha situado dentro de la tradición continental, estableciendo la conexión entre
derechos fundamentales y los DESC, exigiendo del Estado actuaciones específicas para
garantizarlos y brindando especial protección a determinados grupos de personas.

La visión defendida por estos críticos además supone una clara línea divisoria entre
derechos civiles y políticos como derechos cuya garantía solo requiere la abstención
del Estado, y los derechos sociales como derechos prestacionales. Esta distinción,
como se vio arriba con la discusión sobre el Pacto de Derechos Económicos, Sociales y
Culturales, desde un principio fue fuertemente objetada por muchos Estados. Hoy en
día se ha dejado atrás esa noción, pues es claro que incluso los derechos civiles y
políticos tienen cierto contenido prestacional. Por ejemplo, para garantizar el derecho
a la propiedad, el Estado debe hacer un gasto para establecer la burocracia e
infraestructura administrativa que organice el reconocimiento de los derechos de
propiedad, los cuerpos de seguridad que impidan el irrespeto a ese derecho por parte
de personas particulares, y el sistema judicial que se encargue de dirimir disputas con
respecto a la propiedad. Ejemplos similares podrían darse con cualquier otro derecho
de aquellos que se encuentran en el Capítulo 1 del Título II de la Constitución.

De esta forma, quienes critican a la Corte pues se ha extralimitado en sus funciones


aumentando la lista de derechos fundamentales, asignando recursos y dando órdenes
a la Rama Ejecutiva, en realidad están defendiendo un proyecto político específico: lo
que en los últimos 20 años hemos llamado neoliberalismo. La Corte no ha ampliado
los derechos, simplemente ha demostrado que es imposible tener un derecho a la vida
digna sin un mínimo de condiciones, que el Estado Social de Derecho exige solidaridad
y que las diferentes Ramas del Poder deben tener como norte consolidar las
condiciones necesarias para lograr una sociedad más solidaria e igualitaria. La escasez
de recursos, argumento preferido por los críticos de la Corte, se ha tomado como una
verdad absoluta, evitando una discusión concreta acerca de la distribución del gasto
público (por ejemplo los aumentos extraordinarios en los gastos en armamento y
seguridad de los últimos años frente a la disminución en la inversión social). En
conclusión, si no fuera por las decisiones de la Corte que se resumieron en este
capítulo (entre muchas otras), para los 9 millones de personas que viven como los
Aroca, los derechos económicos y sociales incluidos en la Constitución serían
simplemente promesas incumplidas.

IV. Glosario

Derecho justiciable: un derecho sobre el cual los jueces pueden decidir, y ordenar a las
autoridades tomar medidas para que éste sea garantizado

Derecho subjetivo: un derecho que una persona puede exigir como propio

Mínimo Vital: el conjunto de condiciones mínimas para la subsistencia de una persona, que la
Constitución garantiza, y que puede ser exigido por medio de la acción de tutela

Estado de cosas inconstitucional: una situación en que los derechos de las personas son
vulnerados de manera generalizada, en un patrón similar, que lleva a la Corte Constitucional a
tomar medidas globales y no caso por caso

Progresividad: la obligación según la cual el Estado no puede retroceder en las políticas


públicas que ya ha implementado con respecto a los DESC

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