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La gigantesca pantalla de la discoteca situada en Las Vegas Boulevard despedía una letanía
de vídeos musicales donde el repetitivo ritmo no dejaba distinguir el paso de una canción a otra. La
calidad del videoclip ni siquiera podría competir con la de la peor telenovela. El argumento, unas
veces sexo, otras violencia y otras sexo y violencia, absorbió la atención de Benito. Intérpretes
caribeños con voz de puerco. Viejas nalgonas con bubis a toda madre. Batos buscando agarrón con
la cámara, moviendo los brazos arriba y abajo, de atrás hacia delante y cogiéndose los huevos como
si los fueran a extraviar, le impedían concentrarse en el real objeto de su visita. Sus ciento sesenta
centímetros cubiertos por anchos vaqueros y gorra de béisbol, parodiaban los movimientos de sus
ídolos al tiempo que descubría la dirección que buscaba. Enfrente de donde bailaba reggaetón.
Se quedó absorto ante el descomunal casino, la placa con el nombre de la calle y la nota que
Sin casi darse cuenta estaba ante el final de la primera etapa de una encomienda que hasta
ahora, sin mucho esfuerzo por olvidar los dos días en el Yosemite, no le había resultado ni fatigosa
ni excitante.
Recorrió unos metros la enorme fachada hasta que llegó al aviso de entrada que decía Only
employees. Ratificó una vez más la dirección y superó, con sus cortas piernas, el único escalón que
-It's Benito. I'm looking for Don Marco. -Forzando el cuello casi hacia el cielo, miró tan
El negro lo miró desde arriba hacia abajo y usó su walkie-talkie para avisar de su llegada.
Sin decir una sola palabra le indicó, gesticulando con la cabeza, las escaleras por las que debía
subir.
Mientras trepaba por los grandes escalones de mármol le venían a la mente las palabras del
bos de la agencia.
De cómo el italo-americano había llegado del Este a Nevada para entrar en el negocio del
juego.
De cómo se había abierto camino, con diplomacia siciliana y el argumento de una pequeña
De cómo se hizo con unos pocos casinos, que le proporcionaban un pequeño terreno donde
Y de cómo, por detalles mal programados, entró sin pretenderlo en el bisnes de poner nieve
en los Yunaites.
Al llegar al primer piso, un bato con botas piel de serpiente, cinturón piteado y traje oscuro,
Benito, mientras tomaba el obligado camino, advirtió una irónica sonrisa en el tipo. No era
mucho mayor que él y, cuando le ofreció la espalda, notó que lo seguía y cerraba la puerta.
Benito se quedó de pie delante de una gran mesa de madera situada en el centro de un
tradicional despacho. Sonaba débilmente música que jamás había oído. Un hombre blanco y robusto
Detrás y de pie, un enorme afroamericano, con las manos cruzadas por delante, parecía
formar parte de la colección de antigüedades que decoraban la habitación. A pesar del inminente
anochecer y la tenue claridad de la habitación, el chanate usaba oscuras gafas de sol. Quizás para
El bato que le había enseñado el camino al despacho se colocó detrás del hombre blanco
-que Benito supuso Don Marco- custodiando la otra mitad de espalda no protegida por el negro.
En un acto reflejo se quitó la gorra de los Dodgers y la arrugó entre sus manos en un intento
de hacerla desaparecer, mientras el bato le hacía una seña para que se sentara en la silla situada
enfrente de Don Marco. Éste, sin mirarlo, le preguntó si tenía localizado el objetivo, si sabía qué y
cómo lo tenía que hacer. Y, sobretodo, si estaba seguro del éxito de la misión.
Don Marco lo miró por primera vez a los ojos y le hizo la última pregunta. De la que no
esperaba respuesta.
-¿Ti piace la música, hijo? Se non te piace la música è che nunca has sentito a Mario Lanza.
Nunca me preocupó mai il ma mínimo. No podía capire como había gente que spend his time and
money in qualcosa di tanto superfluo and don't has a good car or live in una buona casa. From sentii
per la prima volta a Mario Lanza, no pasa any day che smetta di sentire alguno de sus discos.
Everybody sono imitatori. Pavarotti, los spagnoli. They don' t have personality. Sé tú mismo and
El italiano volvió a sus asuntos sin que el evidente aire de nula interpretación del
mexicoamericano le produjera ningún tipo de desasosiego. El programado sermón que recitaba a los
nuevos discípulos era una ceremonia de iniciación para conocer de cerca a sus empleados en
nómina. Sin dejar de mirar los papeles que lo absorbían, le hizo un gesto al bato, éste se acercó a
Benito, lo tomó del brazo y salieron juntos del despacho dejando dentro a Don Marco con el
inexpresivo negro.
-Elías a tu servicio, cholo -le dijo el bato nada más salir de la habitación, con cierto aire
ofensivo.
-Quiubo naco. Checa la onda que me traes, mijo. Pareces un cantante de reggateon, con el
nopalote tatuado en la frente. Necesitas pura ropa chida, cabrón. Nos llegamos hasta un mol cerca
de aquí y vas a lucir bien padre. Nomás para ir al party de esta noche. Habrá buenas viejas,
guarura de la puerta.
Elías tenía una Ford Lobo parkeada en la entrada del casino. En el corto trayecto, le declaró
su antipatía por el negro que los acompañaba en la reunión y la enconada lucha entre los dos por ser
complacía.
escasa estatura. Recorría los espejos de la tienda y se veía incapaz de caminar con botas tejanas,
hasta que la afilada punta de una de ellas se quedó trabada entre suelo y moqueta y lo precipitó al
Benito parecía un mal plagio de Elías cuando dejaban el mol y subían a la troca. Se veía
como los batos del Este de Los Ángeles que pasan el sábado noche escuchando corridos en ranchos
transformados en discotecas.
agencia rentacarros, estaban eclipsados por la quimera que comenzaba a crecer en su imaginación.
Las luces de colores de la ciudad, los ridículos colgante y esclava de oro que se balanceaban de
cuello y muñeca de Elías y la enorme troca que los trasladaba lo integraban en un mundo
desconocido.
Y un compa, que aunque lo trataba de naco, no tenía mala onda. Permutaría un quinto de su
Ni la nueva transa, que tan preocupado lo había traído, ocupaba ahora un mínimo espacio en
su cabeza. Ya se veía, pocos años después, viviendo una vida bien nais y gastando buena lana.
La troca de Elías ocupó el espacio del garage donde un cartel en español amenazaba:
Reservado.
Subían en el ascensor del hotel-casino más pequeño de Don Marco. En él residían sus
Una dosis de arrogancia recorrió las venas de Elías cuando tras abrir la puerta de la
habitación del naco, percibió su conmoción. Benito descubría que su eventual residencia era mayor
que todas las casas juntas donde, hasta ahora, había vivido. Cuando el bato lo deslumbró con la
tarjeta que abría la puerta y abastecía de luz al espacio, Benito consideró que presenciaba un acto de
ilusionismo.
-Puro p'alante compa. No te agüites, carnal. Teik a shower, wacha un quinto de rato la tiví y
te llegas a la suit del último piso en dos horas. Estaremos con la plebada, pistiamos unas cervezas,
Nació y creció en Los Ángeles. Huyó a San Francisco. Y Mazatlán, tierra de sus padres y
prometida fue su azar no del todo deseado. Una correspondencia de amor y odio se estableció entre
la ciudad sinaloense y Benito desde que se veía bien pequeño. Tuvo el lastre del linaje y el ansia de
su adorada. Sus nunca deseados estíos en el Pacífico mexicano le hicieron descubrir el querer, pero
El agotamiento del Yosemite evitó, en el pueblo de los vaqueros, una llamada para la que no
estaba preparado. Adivinaba los argumentos que tendría que replicar a su ruca y, al final, la
necesidad de descanso venció a la obligación moral de comunicarse con ella. Desde que salió de la
agencia rentacarros no lo había hecho y el paso del tiempo jugaba en su contra. Como el jugador
que calienta antes de un partido comenzó a frotarse las sienes con sus dedos, en constantes círculos
-"Chale cabrón, no te rajes. Una morra no puede llevar los pantalones. Platícale derecho y
las vas a periquear. Qué onda con la vieja. Es por los dos. Yo no nací pa' pobre. El trabajo es pa'
los bueyes. Y ser pobre es trabajar honrado. A mí me gusta lo bueno." -Meditaba el naco.
-¿Bueno?
-“Nel, ni madres”, pensó Benito al oír la segura voz de Lupe al descolgar el aparato.
-Qué onda, honey. How it's going todo? En pocos días estaré para atrás en la casa.
-Qué desgraciada me hizo tu adiós, Benito. Me interrumpes el sueño todas las noches. No sé
cuanto le debo al destino. No sé que pecados he cometido para que las leyes del querer sean tan
injustas conmigo. No eres un canalla. Ni pa' fingir tienes estilo. Aún no has aprendido que el dinero
compra todo menos la felicidad. Ser bien ley es lo mejor en la vida. Eres un pinche puto, vas a
terminar preso por culpa de tu pinche orgullo y ¿qué haré yo? Lejos de mi tierra tan querida y de mi
familia. Deja esa vida que llevas y regrésate a mi lado. Te lo pido por Dios Todopoderoso.
Colgó el auricular sin fuerzas para rebatir. Sacó una cola del refri de la habitación, se sentó
en el sofá y conectó la tiví. Zapeó hasta que dio con Telemundo y se quedó wachando, sin escuchar,
-Qué onda, carnal. ¿Qué pasó? La raza anda muy brava. Nomás están esperando que subas
para saludarte.
Casi tres horas después, Elías lo despertaba golpeando con los nudillos la puerta. Benito se
había quedado dormido con los restos de la cola en sus nuevos jeans negros y el monólogo de Lupe
retumbando en su cabeza.
Apagó la tiví y siguió a Elías al ascensor. Cuando salieron en el último piso no era difícil
sonaba a todo volumen. Una bola de pendejos cantaba a coro provocando ruido de vasos y botellas.
-Órale raza, aquí les traigo al compa Benito. Nomás lo cambié por un plebe bien perrón.
El compa Santaclós, que en ocasiones hizo sus Diciembres menudeando mariguana vestido
de Papá Noël.
El compa Sacatripas, de Tierra Blanca, Culiacán, Sinaloa, que afirmaba -sin acreditar- haber
botella de Buchanan.
-Todos pura raza tequilera, carnal. Plebes de corazón alegre y aficionados a las jugadas de
baraja. Aquí se rola el billete verde, compa. Se vive a toda madre y nunca falta el dinero.
Benito escuchaba a Elías intentando digerir la escena, con dos morras colgadas de su
hombro, una botella de Tecate en una mano y un toque de hierba mala en la otra.
Pasaron un par de horas pisteando cerveza y tequila. Escapadas al baño para alinearse.
Escapadas a las habitaciones con las viejas que el naco rechazó, provocando miradas y sonrisas
Pasaban tres horas de la media noche cuando el bato puso una mano en el hombro de Benito
Bajaron a la habitación de Elías y tomaron una maleta de cuero negro. Le preguntó nombre
y dirección del hotel donde se alojaban los güeros. Benito, asombrado de su propia eficacia,
contestó de volada. Su falta de inquietud le impidió averiguar, ni siquiera preguntar, detalles sobre
el trabajo que tenía que realizar. Lo limitó a un mero seguimiento de dos gringos que no conocía.
Elías, ignorante de su torpeza, siguió el protocolo establecido y se dispuso a colaborar con quien,
-¡¡¡Pícale carnal!!! -Elías wachó a Benito. Tenía los ojos bien luminosos, y la feis
agarrotada por una sonrisa de oreja a oreja. Rebuscaba en sus sidís de pasito duranguense.
se acabó la parranda. Cuídate de un error porque somos gente muerta -Elías, con sonrisa seria, le
Llegaron al dauntaun con la tensión del encargo. Sin hablar ni mirarse aparcaron la Ford
Elías cedió protagonismo a Benito y le pasó la negra maleta de cuero. La maleta que Elías
lanzó al asiento trasero cuando entraron en la troca y empezó pesando como una losa en la
imaginación de Benito.
Luego en su conciencia.
La amonestación del bato le hizo sospechar de la nada prometedora utilización en su, ahora,
Comenzó a florecer en su cabeza la idea de que el objetivo de la misión era eliminar a los
güeros.
Y de su ruca.
-Nomás te queda lo más fácil, carnal -Elías se quedó con la maleta suspendida en el aire,
Algo le dijo que el naco estaba bien pendejo. Que nadie le había definido la totalidad del
Benito, lívido cadavérico, boca abierta y rostro desencajado, miraba a Elías y señalaba con
insistentes movimientos de su dedo la puerta del hotel. Incapacitado para hablar, por su hipótesis
sobre el final de los gringos, la visión de la pareja caminando a menos de diez metros de la troca,
terminó de paralizarlo. Únicamente acertó a declarar a su compa -Wacha los güeros, carnal-.
compañero. Los güeros, tras dejar el carro en la calle, se habían dirigido hacia Fremont Street.
-Pinches gringos, ¿a quién se le ocurre dejar el carro en la pinche calle? ¿No tienen el
pinche garage gratis? -Elías sabía que la naturaleza del trabajo requería discreción. Hacerlo en plena
garage, al menos aguardar a que el ambiente se limpiara. Un par de veces vieron pasar a los placas
despertaba. Cuando cumplió las dos tareas, una estrafalaria carcajada estalló en la camioneta.
Tras las risas y varios ofensivos calificativos le explicó, de manera muy breve, la inmediatez
de la misión.
Luego le contó cómo pasó de mesero en un casino de Don Marco, a ser uno de sus hombres
más cercanos.
Que, a diferencia de otros italo-americanos, solo tenía negros y mexicanos trabajando para
él.
Y que Don Marco, a pesar de lo que la raza cotorreaba, solo había matado a un güey. Su
Le contó que él nuca estuvo implicado en ninguna balacera. Que todos los encargos eran
limpios. Sin sangre. Solo trataban con raza bien chida. No con pendejos.
Pero que él sería un gallo fino. Y que un día, hasta Los Huracanes del Norte le escribirían un
corrido.
Le contó que lo veía muy pasmadote, que hablaría con Don Marco para acompañarlo el
resto viaje.
Y que ya le explicaría fin y detalles del trabajo. Tendrían mucho tiempo de andar juntos.
La demora de los gringos en volver al hotel y el ansia por la cocaína ingerida, precipitó la
operación. Benito tomó la maleta y se dirigió donde estaba aparcado el Petit Cruiser. No le supuso
mucho esfuerzo meterse debajo del carro con disimulo y localizar el doble fondo que él mismo
había construido días antes en la agencia. Se afanó en meter, uno a uno, los cincuenta paquetes de
diez mil dólares que contenía la sugestiva maleta. Cuando arrastraba su diminuto cuerpo entre el
asfalto y los bajos del coche, dirigió una sonrisa a la troca para notificar a su compa el éxito de la
misión.
Vio a Elías que le reclamaba con gestos celeridad, mientras oía a sus espaldas una voz que
lo llamaba sin pronunciar su nombre. Se volvió y reconoció a los güero. Corrió hacia la troca, se