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El amor y la muerte en Las Flores del Mal

El amor y la visión de la mujer constituyen un tema privilegiado de la obra y la


reflexión baudelairiana. En Las Flores del Mal, los poemas que hablan de amor o que
son inspirados por el amor representan la mayor parte de “Spleen e Ideal”; este
sentimiento es objeto de variaciones muy complejas en el espíritu del poeta, y éste ha
conocido varias relaciones, a las cuales se puede hacer corresponder varios ciclos.
Podemos distinguir, por ejemplo, el ciclo del amor sensual, del que Jeanne Duval
es la inspiradora. Contrastando con esta visión de la belleza femenina, del placer de los
sentidos y del pecado y del mal que a él están ligados, encontramos un segundo ciclo
que canta el amor espiritual, casi platónico: la mujer, “ángel”, “musa”, “madona” o
“ídolo”, se convierte en una “superstición” (son los poemas referidos a Madame
Sabatier o la actriz Marie Daubrun).
Pero el amor baudelairiano es mucho más rico y matizado como para ser
condensado entre estos dos extremos; el goce espiritual y sensual del esteta que
contempla la belleza, la evasión a un mundo de pureza y dulzura de un alma nostálgica,
la perversión analizada por la conciencia del moralista desesperado que relaciona la
voluptuosidad con el Mal, la irresistible postulación del hombre hacia Satán son otras
tantas facetas que encontramos en los poemas de Baudelaire que tratan el sentimiento
amoroso.
En todos los casos, el amor es presentado tanto como un placer como un mal;
incluso el sentimiento romántico más puro contiene una parte de Mal en él. A menos
que se trate del Mal en sí mismo...
Es también para el poeta una manera como otra de burlarse de la sociedad
burguesa moralizante, un medio de rebelión que se refleja en la condición social de sus
amadas: la actriz, la mantenida, la mulata están todas más o menos al margen de la
sociedad
En “Spleen e Ideal”, los poemas consagrados al amor dejan adivinar tres figuras
de mujeres musas: Jeanne Duval, Marie Daubrun y Apollonie Sabatier (vd. la biografía
de Baudelaire). Sin embargo, en ningún momento estos nombres son mencionados. Así,
en lugar de hablar a propósito de estas “musas”, es preferible considerar que las
inspiradoras de Baudelaire originan tres modos de representación distintos de la mujer,
de sus poderes y de sus virtudes.
El tratamiento del tema del amor (y por tanto de la figura de la mujer) no se puede
disociar en un primer momento de la evocación del cuerpo y del placer sensual que
inspiran. Es “la mujer de cuerpo divino, que promete la felicidad” (“La máscara”, XX),
cuyas cualidades se nombran en “Perfume exótico” (XXII). El poema “La cabellera”
(XXIII), verdadero himno a la sensualidad femenina, da la medida completa de esta
pasión voluptuosa. El amor carnal es concebido como una experiencia de fusión y de
transgresión.
Otro modo de figuración viene a modificar sensiblemente tal visión de la pasión
amorosa. Lo encontramos entre el poema XLI (“Toda entera”) y el poema XLVIII (“El
frasco”). En este caso se pone el acento sobre las virtudes platónicas de un amor etéreo;
la mujer aparece revestida de emblemas de la pureza y la nobleza como en “La antorcha
viva”.
Finalmente, el amor es pintado bajo los trazos de una mujer a la vez cómplice y
distante, disponible y recalcitrante. Los poemas que evocan este amor ambiguo forman
un conjunto que va desde “El veneno” a “A una madona”. En “La invitación al viaje”,
por ejemplo, la mujer se presenta a la vez como una fuente de inquietud. De ello
resultan un malestar, luego una angustia, que amenaza el equilibrio del corazón y de los
sentidos. (
LA MUERTE
Aparece poco (por ejemplo, en “Una carroña”), pero está presente en todo el
poemario a través de las imágenes abisales y del paso del tiempo (“El enemigo”, “El
reloj”). Pero la última de las secciones del libro se titula “La muerte”; incluye los
poemas: “La muerte de los amantes”, “La muerte de los pobres”, “La muerte de los
artistas”, “El fin de la jornada”, “El sueño de un curioso” y “El viaje”. La muerte se
muestra como la última salvación frente al sufrimiento, como un paso a un mundo
mejor. Es otra crítica a la sociedad, a un mundo injusto y miserable.
Los dos temas aparecen conjuntamente en el título de “La muerte de los amantes”.
Situado en la sección “La muerte”, este soneto es el poema de la promesa absoluta:
promesa de un amor infinito en la muerte. Las experiencias amorosas que han sido
evocadas a lo largo del poemario son magnificadas y transfiguradas por la muerte.
Parece que Baudelaire se inspira en la tradición amorosa heredada de Petrarca y Dante,
poetas italianos para los cuales la muerte abre las puertas a un amor que es felicidad
infinita, eterna. De este modo el poema insiste en los motivos de la unión de los
amantes en una visión casi proféticas de utopía amorosa.
La espiritualización del amor es el producto de un esfuerzo de idealización por
medio del cual los aspectos inconclusos y dolorosos de la realidad son redimidos. Mito,
sin duda, o compensación imaginaria, que transmiten leyendas como la de Tristán e
Isolda y que responde a las esperanzas profundas de los hombres. Baudelaire, en este
poema, parece apostar por la inmortalidad, pero el amor evocado no pierde su
naturaleza terrestre y carnal. El poeta, en efecto, celebra también una pasión de la fusión
amorosa. Sin embargo, esta fusión traduce la unión de las almas y transfigura el amor
para elevarlo a la categoría de una experiencia del infinito y de la eternidad.
El poema se opone al amor como degradación de, por ejemplo, “Las metamorfosis
del vampiro”, o de la muerte como simple descomposición fisiológica de “Una
carroña”. Aquí la muerte es idealizada, con un toque de ascesis erótica neoplatónica,
con una casi promesa de resurrección. Los colores de la muerte son el azul y el rosa y
no los sombríos; las sombras son despejadas pronto por la luz…

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