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El día comenzaba su declive cuando requisaron las dos últimas hamacas de la piscina del
hotel. Aterrizaron desde la planta 15 del edificio convenientemente surtidos de libros, hielo, cola y
la menguada botella de Río Bravo que estafaron a la agreste camarera de Lone Pine.
desacertado de su propósito.
Las gafas de sol les permitían la suficiente discreción, fingiendo interés en Anaïs Nin y Cormack
Excepto en países árabes, donde no se aplaude la desnudez en público, nunca antes vieron
Cuando menos exótica les resultó la congregación de negros, acompañados por un ejército
ejecutaba torpes movimientos, falseando la disciplina de la natación. La mujer iba uniformada con
Y adolescentes de todos los colores competían por desplazar el mayor volumen de líquido
El espectáculo resultaba más enriquecedor y, por supuesto, más entretenido que cualquiera
de los textos que tenían entre las manos. Al menos, fue la única opción que pudieron tomar ante los
frustrados intentos de abismarse en la lectura.
Cuando las escenas se repetían una y otra vez sin dar lugar a la finalización del acto,
Con la versión de Viva Las Vegas por ZZ Top en el reproductor del Petit Cruiser, salían del
hotel.
enrevesada misión de defraudar a aquellos que se bufonearon de su intención de conocer el edén del
tahúr. Pero también de confirmar sus prejuicios de ciudad chabacana apta solo para patanes. Igual
de patanes que los patanes que la detestaban. O los otros patanes que se desconcertaban cuando, en
Su desinterés sobre el parecer del resto del mundo les hizo rebajar la importancia de su
Él, legalidad vial al margen, había dejado estacionado el Petit Cruiser con la única condición
de no realizar un trayecto de vuelta demasiado largo desde el último bar. Deambulaban por The
Strip y les era difícil encontrar un local que no estuviera ocupado por salas de juego. Se adaptaron
rápido a la situación cuando fueron conscientes de la posibilidad de matar la sed y asistir a una
función de cualquier tipo, por un mísero dólar. Dólar que, calidad de bebida y categoría de
En la derrota, porque el ancestral código de honor en las deudas del juego se desfiguraba en
Y en la victoria, por la consciencia de fugacidad del momento, que permitía que la agonía se
Al límite del tedio por la patética contemplación de los renovados tahúres y de la amenaza
de úlcera por la tercera margarita consumida, decidieron llenar el buche antes de que el tequila de
garrafa se lo perforara.
Cualquier actividad que pretendían realizar en la ciudad estaba vinculada al juego. El self-
service del primer restaurante que localizaron ofrecía manjares por poco dinero. Entre plato y plato
Ella eligió ensalada con marisco y Él, después de llenar varios platos, tomó una botella de
Ella lo miró sorprendida, intentando averiguar si la ciudad o las margaritas le habían llevado
Él, tan poco dado a evidenciar lo que acaecía por su cabeza, se había lanzado al vacío con un
-¿Qué me quieres pedir? -reaccionó Ella a los pocos segundos, forzando en su cara una
sonrisa de comediante.
-No te entiendo -le dijo Ella, suspendiendo en el aire un langostino envuelto en hoja de
lechuga.
Se lo quedó mirando, con el tenedor a medio camino del plato y su boca. Su angulosa y
expresiva cara dejaba entrever los desiguales dientes que a Él tanto le gustaban.
Él apuró la segunda copa de vino y, mientras servía la tercera, ganaba tiempo para
exteriorizar una propuesta, consciente de que Él mismo sería el mayor inconveniente para su
ejecución.
-¿No crees que cada día que amanece es una repetición del anterior? -preguntó Él, para
ganar más tiempo y, sobretodo, ánimo para comenzar algo que a Ella no le gustaría.
-Desde hace unos años y sin darnos cuenta, incluso sin ni siquiera plantearlo, llevamos las
mismas rutinas, mismos horarios, mismas obligaciones. Hemos tomado la inercia de una vida
cómoda que repetimos día tras día. Sé que nos ha costado tiempo y esfuerzo conseguirla, pero como
en todo, si no creces te empantanas y acabas muriendo. Satisfacer gustos que por fortuna o
capacidad de adaptación mutua hemos convertido en comunes, es una labor de orfebrería. Música,
cine, teatro, literatura, viajes y desenfrenos nocturnos. Pero antes de venir, no te hubiera supuesto
un trauma quedarte en casa. Ni a mí tampoco. Hace diez años llegamos sin dinero, compramos un
ticket de la Greyhound y estuvimos quince días durmiendo en el bus las borracheras que cogimos
-Te estás poniendo serio -lo interrumpió Ella asustada, molesta y desconcertada.
Comenzó creyendo que la sintética luminosidad de la ciudad, combinada con las apestosas
O que la resaca de Lone Pine, cocida en el ígneo sol del Death Valley, le había derretido el
cerebro.
Y comenzó a creer que el siguiente paso sería el estúpido reclamo de más libertad
evitamos, terminaremos subiéndonos a la ruleta del aburrimiento. No quiero cambiar nada, solo
-¿Y qué quieres re-cons-tru-ir? -le dijo Ella, cada vez más enojada, remarcando sílaba por
-Porque si nuestra relación está empantanada, que no lo creo, tú no haces muchos esfuerzos
por salvarla. En un cautivador ambiente, en medio de una cena en nuestra casa y sonando Emmylou
Harris te dije que no me importaría perder el viaje. Que de cualquier manera somos felices. Que no
necesitamos nada más. Ver mas allá de una apreciación que solo intentaba dibujar un momento
concreto, es estar muy perjudicado. Y sí, hace diez años dormimos doce borracheras en autobuses
de la Greyhound y tres en un infecto hotel de Nueva Orleans. Evitamos un hotel de negros de veinte
dólares la noche, con habitaciones que tenían cortinas por muros, por meternos en el puto YMCA
de las putas juventudes cristianas. Y hoy, si fuera contigo, lo volvería hacer. ¿El aburrimiento es
-Mal síntoma.
-¿Qué quieres decir con puto mal síntoma? -dijo Ella bajando tono y subiendo agresividad.
-Dos veces seguidas puta o puto es señal de que la conversación va por mal camino. No me
entiendes. Solo intentaba decirte que me gustaría probar otra vida, volver a empezar en otra ciudad,
con otra gente, en un país diferente al nuestro. No hay lazos que nos retengan en ningún lugar.
Podemos ir donde queramos y cuando queramos. Cambiar de ciudad cuando nos agobie. Sin pensar
en nada ni nadie. Solo en nosotros. A veces me gustaría levantarme y tener el reto de solucionar una
dificultad de verdad. Probar sensaciones diferentes, aunque sean peores, pero levantarme y que el
día sea una incertidumbre. Todos los días de nuestra vida son iguales, sin temores, sin sobresaltos.
Sin emoción.
-Y qué propones. Deberías saber que a mí no me asusta nada. Me adapto mejor a las
situaciones cambiantes que tú. Estoy sorprendida de que seas tú el que piense así, cuando
precisamente serías el primero en dar un paso atrás ante la adversidad. Eres más dado a soñar que a
afrontar problemas. No te veo yo a ti en una situación como la que planteas. Y me duele que digas
que en nuestra vida no hay emoción. Creo que no meditas lo que dices.
Un punto de tristeza hizo que dejara los cubiertos en la mesa y cruzara los brazos
-Si estás deduciendo que me aburro contigo te equivocas. No pienses más allá de las
palabras. A veces imagino mi vida de diferentes formas, pero siempre contigo. Pocas cosas tengo
claras en mi cabeza. Cada vez menos, pero más inalterables. Ya conoces mi afición a romper mis
propias convicciones. Nunca haré esto, nunca comeré lo otro, nunca iré a tal sitio. Que te quiero es
-Voy a por otro plato de costillas en salsa barbacoa y otra botella de vino -mientras se
levantaba le dio un beso en la mejilla, y consiguió arrancarle una sesgada mirada de complicidad.
Fácil solución, pensó Ella. Una broma, un cumplido y aquí no ha pasado nada. Me cuentas
en dos minutos que los años vividos son un tratado sobre la desgana, te levantas a por tus putas
costillas en puta salsa barbacoa y me dejas bebiendo una botella de desconsuelo. Supongo que los
amaneceres en las dunas del Sáhara marroquí fueron un infierno. Y no por el calor del mediodía.
Que la luz de la luna llena sobre las cataratas de Iguazú era el foco de un inquisidor intentando
sacarnos información que no tenemos. Y que las risas en el castillo de Ljubljana cuando nos
descubrimos el uno al otro con las putas gafas de tres dimensiones eran llanto encubierto.
-Yo lo evito y me paso directamente a los postres -dijo Ella al fin tratando de cerrar la
herida-. A comprobar de primera mano cómo consigue esta gente llegar a semejantes índices de
obesidad. Que añadido -continuó clavándole su diminuto flequillo entre ceja y ceja- a nuestra
cuerpo.
Abandonaron el local saciados de comida y bebida. Paseaban por The Strip margarita en
mano, hasta que una extraordinaria tromba de agua les obligó a refugiarse en el gigantesco parasol
de un casino. La temperatura bajó veinte grados en veinte minutos. Pero las riadas de gente seguían
pasando delante de Ellos sin rumbo fijo. Los más prevenidos con atuendos de reserva y los menos,
con los brazos cruzados por delante del pecho para dulcificar el brutal descenso de calor.
planeta.
Volvieron al coche salvando los ríos de agua que bajaban por las avenidas. A pesar de la
lluvia y el frescor del ambiente, Él iba demasiado borracho para entrar en un garage desconocido y
aprovechó un pequeño espacio cerca del hotel para estacionar el Petit Cruiser.
iluminación, le había sido arrebatada; y sin luces, el bullicio se había trasladado a otros lugares.
Caminaban con cuidado sorteando los pequeños lagos de agua que se habían formado cerca
del acceso principal, para no maltratar sus botas españolas. Él todavía llevaba empapados los
vaqueros y una de su nutrida colección de camisas negras. Se metieron en uno de los pocos bares
-Creo que no he sido ni muy elegante en las formas, ni meridiano en la exposición. Y sé que
tienes razón en que yo mismo sería el mayor obstáculo para llevar una vida como la que te
proponía, pero es cierto que hemos llegado a un preocupante nivel de aburguesamiento -con el codo
apoyado en la barra y una bota en el reposapié, intentaba buscar equilibrio físico y disertador,
controlar volumen de voz desbocado por el alcohol y perder la mínima dignidad posible en su
marcha atrás.
crees. Si es algo que realmente desearas lo tendrías mucho más madurado y con argumentos más
sólidos. Y entiendo lo que dices, pero creo que si no fuera por una situación excepcional que
ocurriera en nuestras vidas, nunca daríamos un paso que significara dejar todo lo que tenemos atrás
y empezar de nuevo. Además yo estoy contenta con mi manera de vivir, con lo que tengo. Y no lo
cambiaría por nada del mundo. Y si lo cambiara siempre sería contigo cerca.
-Esa es mi única condición. Que siempre estemos juntos -le dio un beso que liquidaba la
conversación, mientras Ella lo ponía al corriente de las ansias del camarero por cerrar el local.
Salieron del bar abrazados uno al otro. Reafirmados más que nunca en la relación construida
durante veinte años y en la que desde el principio, y de formas muy diferentes, hubo ingentes dosis
de pasión.
Caminaban hacia el hotel por un desierto de hormigón y asfalto. La desnudez de las luces
apagadas insinuaba tiempos antiguos de tierras baldías, de arenales deshabitados, otorgadores del
lujo de la soledad.
Dio un grito, más con la esperanza de que el individuo se asustara que como amenaza.
En las condiciones en que se encontraba, era incapaz de dar un solo paso para iniciar una
persecución. Y en el peor de los casos, si lo alcanzaba, el último aliento necesario para detenerlo lo
Ella se lo quedó mirando extrañada y pensó que dos noches seguidas de excesos le habían
jugado una mala pasada. Comprobaron que todas las puertas estuvieran cerradas, miraron a través