Éste era un hacendado, dueño de muchas tierras y animales. Tenía gran
cantidad de empleados. Limpiaba constantemente sus terrenos y desyerbaba una y otra vez. Eliminaba a todas las plantas que nacían en su propiedad, pero había una muy rara y diferente a todas; por más que la arrancaban volvía a brotar: La llamaban llantén.
Un día el hacendado se enfermó y el médico le dijo que no tenia cura;
recurrió a sus amigos, los cuales le dijeron que la planta que tenía en sus tierras era curativa, entonces se lo colocó en la piel y sanó.
Desde ese momento el señor juró que jamás volvería a matar a una planta.