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EL REENCUENTRO

Caía la lluvia y él sabia que se aproximaba el momento. Se puso su sombrero negro y su

gabán y sin decir adiós partió. Recorrió las calles en silencio sin mirar al suelo ni una

vez, sólo bajaba la mirada al cruzarse en la acera con otro transeúnte perdido en medio

de la nada; la nada que es esta ciudad en una noche lluviosa. Sabía la dirección de

memoria pues en su mente ya había hecho el recorrido mil veces, había vivido para este

momento desde aquella tarde en la que llegó la carta anónima que cambio su vida.

Cruzó la calle e inmediatamente reconoció la puerta verde ruñida descrita en la carta.

Esa puerta que le había quitado el sueño tantas noches, sin saber qué encontraría detrás

de ella. Estaba entreabierta y sin vacilar la abrió. El aura allí era diferente, se escuchaba

una tenue música que venía del segundo piso y un gato raquítico fue el único que se

acercó para saludarlo. Subió las escaleras con cautela y se perdió entre las sombras de la

vieja posada.

Ella miró al cielo, y pasando sus dedos por su pelo, en un ademán nervioso, pensó que

era hora de salir. El cielo estaba nublado y era mejor irse antes de que cayera la lluvia y

sus intenciones se juagaran en ella. Había anhelado tanto este momento que ahora la

paralizaba de terror. Había llegado el día que ella misma había escogido para el

rencuentro y la cita a la que lo había invitado en esa carta que le envió anónimamente.

Tenía miedo de poner su nombre en la carta, miedo de que él no quisiera volver a verla

y aunque estaba segura de que él sabría de dónde provenía, la tranquilizaba saber que no

había puesto su nombre. Tomó un taxi y se dirigió a la vieja posada de puerta verde.

Entró y el gato negro salió de la penumbra que cubría las escaleras maullando

suavemente. Subió las familiares 15 escalas, prendió las luces y entró al diminuto

cuarto. Luego se sentó en el sofá mullido que daba a la ventana, prendió el tocadiscos y

puso su canción favorita. Por último miró su reloj. Caía la lluvia.


Eran 15 escaleras las que había subido, era muy minucioso y se fijaba en aquellos

pequeños detalles. Se encontraba frente a un estrecho corredor y ahora la música se

hacía más fuerte, al mismo tiempo que sus nervios se acrecentaban. Con paso pausado

se aproximó al cuarto de donde venia aquella música que se la hacía algo familiar.

Tomó el picaporte y la empujó lentamente.

Ella lo vio cruzar la calle con su sombrero y su gabán negro empapado por la lluvia.

Sintió el maullido del gato cuando él entró por la puerta, y conteniendo la respiración

contó uno a uno los pasos del hombre de su vida. Cuando sintió que la puerta de su

cuarto se abría lentamente, apagó el tocadiscos con un movimiento brusco y se giró.

El vio su pelo negro, y la mano blanca que se asomaba por detrás del sofá, y en un

instante su corazón se heló. No sintió emoción alguna, pero lentamente una nostalgia

de momentos vividos ya hace mucho tiempo invadió su cuerpo.

Ella fijó sus ojos en aquel rostro ya extraño, y se asusto al ver la frialdad que

predominaba en su aspecto. Luego notó la mirada nostálgica de aquel hombre y con

cautela se acercó. Unió su cuerpo al de él en un abrazo interminable, un abrazo tan

fuerte y triste que por un momento la hizo pensar que nada había cambiado, que seguían

siendo los mismos de hacía ya tantos años.

La intensidad con la que ella se agarraba a su cuerpo lo hizo temblar, pero no pronunció

ni una sola palabra. No reconocía en aquella delgada figura a la mujer que había amado

con tanta pasión. Sin embargo, ella con su abrazo asfixiante parecía intentar exprimir

una emoción ya desvanecida en él y no se sintió capaz de alejarla de su cuerpo. Las

lágrimas brotaban de sus ojos pues era insoportable la tristeza al ver que la mujer que

había adorado y que el destino le había arrebatado ya no producía en él el mismo

sentimiento. Y, sin embargo, correspondió a sus besos.


Ella sabía que algo andaba mal, pero aún así, lo besaba con más pasión, e intentaba

convencerse de que aquellas lágrimas que caían por su rostro eran lágrimas de felicidad.

Al final terminó por creerlo y se aferro más a su cuerpo temiendo que él se desvaneciera

de nuevo y la dejara sumida en la tristeza.

Se amaron forzosamente en una danza descoordinada y melancólica. Ella danzaba

creyendo que así lograría despertar en él aquel amor perdido y él lo hacía pues no era

capaz de romper el corazón de la frágil criatura que tenía bajo su cuerpo. Fue tan triste

el reencuentro que al final los dos lloraron y se tomaron de las manos sabiendo que ya

no eran ellos mismos y que aquello que había sido su amor ya no era más que un

recuerdo hermoso de viejos tiempos.

El tomó su sombrero y su gabán y sin decir nada se alistó para salir. La lluvia caía

Ella lo miró, mas no intentó detenerlo.

“Lo siento” fueron las únicas palabras que brotaron de su agrietada voz cuando salió por

la puerta.

Ella no respondió, envolvió su cuerpo en las sábanas blancas y se dirigió al sofá junto a

la ventana. Prendió el tocadiscos y acarició al gato negro acostado en su regazo.

Al cruzar la puerta verde y alejarse de la vieja posada, el hombre giró y miró hacia la

ventana del segundo piso donde se encontró con la mirada penetrante de una

desconocida. Acelero el paso y se desvaneció en la distancia.

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