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Centinela

Lamento decir que hace años que mis pupilas y mis yemas se enamoraron
perdidamente del suave roce con el mullido teclado, el fluido ruido al teclear como si
cada una de las piezas del dominó fuesen cayendo a cámara lenta y produjesen un
efecto óptimo y mágico.

Hay días que de tanto pensar duelen los huesos, otros sin embargo las ideas se
agolpan en el cerebro, se amontonan, como un sinfín de canicas embotadas en un
recipiente de cristal. Cilíndricas, esféricas, inertes, ajenas al paso de los días,
reflejando y alternando verdades con las cuatro estaciones, como si tras un efímero
parpadeo las puertas fuesen a abrirse, la tapa a romperse y el aire, el oxígeno, las
bocanadas del aire azul y fresco fuesen a alcanzar a cada una de las canicas de un
momento a otro y hacerle cosquillas por cada una de sus curvas.

Frente a la pared roja, debajo del segundo piso, junto a la columna revestida de
madera y las baldosas que siempre brillaban más una vez caído el sol, hay un lienzo
blanco con demasiados propósitos, salpicando vida por donde quiera que mires, caro,
endulzando una tarde que no eres capaz de situar en tu memoria con el paso de los
días, produciendo esa sensación de haber vivido ya este momento.

Cuento, como si milimétricamente pudiese, cada una de las líneas que forman la
dermis que forra mis dedos y la palma de mis manos, como si en uno de esos veranos
de campamento, riera y moldeara el barro, jugando con la naturaleza en comedores
al aire libre, tardes de juegos y de risas, sin oscuridad ni lamentos, sino simplemente
culto a la vida, una oda a las ganas de vivir y de hacerlo intensamente, tal que no
existiese otro modo de hacerlo.

En el otoño del ciclo que es mi vida, sumergido me encuentro, viendo desde arriba
como las ramas más altas se quedan calvas, bailando al compás del rumbo inexacto de
las hojas en el aire, esas que antes formaban parte de mis ramas y me permitían
desplegar todas mis armas.

Las cicatrices son las amarguras de las que la experiencia, a rabietas y caprichosa, no
nos permite desprendernos. Siendo tanto así que tenemos que llevarlas con nosotros
el resto de nuestros días.

Soy un esquimal desnudo caminando a lo largo de este pedregoso sendero,


tumultuoso camino que nos sitúa frente a nosotros mismos en el cristal del espejo y
no nos permite reconocernos, que hace que nos oxidemos y perdamos el aliento, nos
da la mano a la sinrazón e hipócritamente, nos clava una daga mientras tumbados
contemplamos el horizonte infinito.

Maldita sea, malditas sean las ganas de empezar y de acabar, de abrir la maleta y
darse cuenta al final del todo que están vacías, que no era cierto, que nos cosen los
ojos y nos dejan ciegos, nos borran sin ni si quiera llamarnos por nuestro propio
nombre. Llena tus arcas que allí nada te hará falta, estúpido, como si pudieses
llevártelo.

Yo no llevo orden ni concierto, no entiendo las letras ni diferencio los colores, soy
un nihilista sin patria ni bandera, un reaccionario sin religión, demasiado cansado y
ocupado con mis riendas como para preocuparme por el resto del mundo. Ya hasta
reacio a la lógica me hallo, plantando semillas a las puertas del infierno,
abrazándome al calor de las llamas en mitad de una primavera donde no crece la flor
del dinero, las únicas sonrisas son las de las mejillas rasgadas por el cuchillo y el color
de las pieles activa ruido de los morteros.

En mitad de una madrugada que no aparece en ningún libro de historia ni tiene


fecha ni es verdad, arrasa la escarcha al rocío y se pelean los búhos con las lagartijas.
La luna ni aparece, se esconde asustada mientras el frío se cala en mi trinchera y
desfilan una a una mis memorias. Vengativas, cribadas por el paso del tiempo y
sometidas a mis recuerdos, llevan puestas sobre sus hombros y en sus pies,
alcanzando sus cuellos y cinturas, los ajados ropajes que mi voluntad sostiene.

Escupo mierda sin importarme su valor, froto y froto hasta hacer sangre pero al
genio no le apetece salir de la lámpara, la bombilla está fundida. A oscuras deambulo
por un callejón estrecho, donde me escondo entre las sombras y probablemente me
quede dormido, en mitad de un llanto que nadie escucha, de un atardecer violeta en
mitad de finales de Octubre.

Entre brumas, firmo las tablas conmigo mismo y exhausto, cierro los ojos.

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