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Bienvenida:
Bienvenidos enfermos al hospital “Flores del KHAOS”, yo soy su maestro de ceremomias. Este recital
es en memoria de la poeta venezolana Rosa Melo cuya muerte nos sorprendió a todos el 15 de octubre
de este año. La conocimos debido a su nombre (Rosa Melo) y a la jocosidad del venezolano, un accidente
gracioso del destino, al principio una especie de broma y luego su escritura nos abrumo. Nos gustaría
compartir hoy con ustedes uno de sus poemas:
¿Qué hay más allá del tiempo? ¿Qué hay más allá del recuerdo? ¿Memorias? ¿Tristezas? ¡NO! No
hay nada.
Sólo el vacío y la negrura bailando al son de un laúd. La nada se transforma en densa luz que no
deja mirar más allá al poeta.
Los recuerdos y las memorias se transforman en grandes ciudades, azotadas por el caos de la in-
mortalidad.
Allá donde el alma duerme y los perros de la luna aúllan al horizonte, donde no hay nada.
El olvido no existe así como la memoria no muere, el tiempo y el espacio son fantasías.
—No vive ya nadie en la casa —me dices—; todos se han ido. La sala, el dormitorio, el patio, yacen
despoblados. Nadie ya queda, pues que todos han partido.
Y yo te digo: Cuando alguien se va, alguien queda. El punto por donde pasó un hombre, ya no está
solo. Únicamente está solo, de soledad humana, el lugar por donde ningún hombre ha pasado. Las
casas nuevas están más muertas que las viejas, porque sus muros son de piedra o de acero, pero no de
hombres. Una casa viene al mundo, no cuando la acaban de edificar, sino cuando empiezan a habi-
tarla. Una casa vive únicamente de hombres, como una tumba. De aquí esa irresistible semejanza
que hay entre una casa y una tumba. Sólo que la casa se nutre de la vida del hombre, mientras que
la tumba se nutre de la muerte del hombre. Por eso la primera está de pie, mientras que la segunda
está tendida.
Todos han partido de la casa, en realidad, pero todos se han quedado en verdad. Y no es el recuerdo
de ellos lo que queda, sino ellos mismos. Y no es tampoco que ellos queden en la casa, sino que con-
tinúan por la casa. Las funciones y los actos se van de la casa en tren o en avión o a caballo, a pie o
arrastrándose. Lo que continúa en la casa es el órgano, el agente en gerundio y en círculo. Los pasos se
han ido, los besos, los perdones, los crímenes. Lo que continúa en la casa es el pie, los labios, los ojos,
el corazón. Las negaciones y las afirmaciones, el bien y el mal, se han dispersado. Lo que continúa en
la casa, es el sujeto del acto.
Terror nocturno, de Juan de Gouveia
Morfeo me ha visitado. En el frío nocturno me ha susurrado al oído y se burló de mi, al menos eso
advertí en su tono.
Sus dedos crepitando sobre mi piel, soy incapaz de abrir los ojos. Él me conoce, intenta apoderarse
de mi ser. Sudo frío, tiemblo y en mis sueños intento huir de sus garras. Despierto.
Extiendo mi mano sobre la cama, no te encuentro y, cuando finalmente abro los ojos, todo lo que
me rodea es penunmbra.
Paciente: José Quevedo
Te veo allí, parada frente al espejo, es el espejo la única referencia que tengo de tu rostro.
La poca luz que hay, te hace ver pálida, casi blanca. Te llamo, y no te inmutas en voltear a verme, te
imploro que lo hagas y aún así no te mueves, tu cuerpo no presenta ni un leve estremecimiento antes
mi voz. Sacudo las cadenas que me tienen apresado, sólo quiero verte de frente, quiero verte directo
a los ojos y pedirte que me perdones.
El espejo enmarca tu cuerpo, como si una foto fueras, pero eres real lo sé; es por eso que grito, corro
hacia ti sin poder alcanzarte, extiendo mis brazos para poder tocarte y así pedir redención, caigo al
suelo cansado, con gruesas gotas de sudor recorriendo mi maltrecho cuerpo, y casi sin vos te llamo
una y otra vez; tu nombre retumba en mis oídos hasta caer en el sueño del día.
Yo velaba en la crisis de la soledad nocturna. El retrato de una mujer ideal, única alhaja del apo-
sento, desplegaba mi sobreceño, divertía algunas veces mi inquietud.
Yo lo había conseguido en la subasta de unos muebles gentiles. El matiz de los cabellos me re-
cordó los de una beldad grácil, fantasma del olvido. El pincel de un iluso había persistido inútil-
mente en imitarlos.
Yo me esforzaba en calar el enigma de una disciplina singular, de un arte secreto, y dibujaba, sin
darme cuenta, la cifra de cantidades inéditas.
Me he fatigado hasta el momento de hundirme en un sopor, bajo los dedos de una mano fría de
mármol.
Yo desperté en una sala funeral y la recorrí por entero, sorteando las urnas de piedra. En el
zócalo de una imagen de la eternidad, cegada por una venda, acerté con el residuo del veneno de
Julieta.
Pobre lector, de Dayana Villa
Intérprete, viajero, detective, guerrillero, personaje quijotesco al que la realidad patea, atrapado
en esta vida. Pobre lector, sí, “pobre lector”, es la voz que susurra en mis adentros y lo que gritan los
demás, a mi alrededor. Soy un bicho raro que se gurda entre las páginas de un libro y a toda hora
escucha la voz tosca de Sancho Panza murmurar “No, él no estaba loco. ¡NO SEÑOR! Es sólo que así
llaman ahora a los idealistas”.
El peso del lenguaje descansa sobre mis hombros y los hombres no saben que antes de los hechos
estuvieron las palabras. ¡PRIMERO FUE EL VERBO! Primero esta el verbo y muchos murieron por
él, muchos morirán….
Una nave perdida en el mar y un hombre que añora el regreso, la pregunta existencial entre dormir,
soñar o morir –vivir siempre queda fuera del presupuesto-; el poeta que habla sobre un poeta y que
es soñado por un poeta. Metaficción, metahistoria, metalenguaje. Todo pasa, esto pasa…. Estas his-
torias… realmente pasan.