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FRÍO EN EL
CORAZÓN
ÍNDICE
Capítulo 1Error: Reference source not found
Capítulo 2Error: Reference source not found
Capítulo 3Error: Reference source not found
Capítulo 4Error: Reference source not found
Capítulo 5Error: Reference source not found
Capítulo 6Error: Reference source not found
Capítulo 7Error: Reference source not found
Capítulo 8Error: Reference source not found
Capítulo 9Error: Reference source not found
Capítulo 10 Error: Reference source not found
Capítulo 11 Error: Reference source not found
Capítulo 12 Error: Reference source not found
Capítulo 13 Error: Reference source not found
Capítulo 14 Error: Reference source not found
Capítulo 15 Error: Reference source not found
Capítulo 16 Error: Reference source not found
Capítulo 17 Error: Reference source not found
Capítulo 18 Error: Reference source not found
Capítulo 19 Error: Reference source not found
Capítulo 20 Error: Reference source not found
RESEÑA BIBLIOGRÁFICA Error: Reference source not
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Capítulo 1
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semana.
—Lo siento —dijo Joni, sintiendo una punzada de tristeza—. ¿Qué le
pasaba?
—Cáncer.
—Hannah suspiró y cortó la lana —Luego dejó el bastidor a un lado—.
Pobre Angie. Hacía dieciséis años que tenía a Brownie.
—Qué pena.
—En fin, esas cosas pasan, por desgracia. Pero también hemos traído
al mundo una camada de cachorros. ¿Y a ti? ¿Qué tal te ha ido hoy?
Joni bebió un sorbo de café y sintió que su calor le bajaba hasta el
estómago.
—Bah, lo de siempre. He hecho píldoras y mezclado potingues y he
charlado con alguna gente.
Hannah se echó a reír.
—Haces que parezca tan aburrido…
Joni le sonrió.
—No lo es. Pero tampoco es el colmo de la aventura.
El rostro de Hannah se suavizó ligeramente.
—¿Es eso lo que de verdad quieres, Joni? ¿Aventura?
Al cabo de un momento, Joni sacudió la cabeza negativamente.
—No, la verdad es que no. ¿Recuerdas ese dicho: «Guárdate de
tiempos inciertos»? Yo prefiero aburrirme, gracias. ¿Quieres que ponga a
calentar el estofado antes de ir a cambiarme?
—No, cielo, ya lo hago yo. Tú súbete.
—De acuerdo —Joni se levantó taza en mano y desapareció en el
cuarto de estar, en dirección a la escalera.
Hannah se quedó mirándola con el ceño levemente fruncido. Tal vez,
pensó por enésima vez, había cometido un error al mudarse a Whisper
Creek quince años antes, tras la muerte de Lewis. En aquel momento se
había dicho que era por el bien de Joni, pero ahora, al echar la vista atrás,
se preguntaba si no lo había hecho en realidad porque estaba asustada. A
fin de cuentas, quedarse en Denver significaba toparse con recuerdos de
Lewis a cada paso, en cada rostro conocido. Había intentando volver a
trabajar, pero estar de nuevo en el hospital se le hacía imposible. Cada
sonido, cada olor, le recordaba a Lewis y a los quince años que habían
compartido.
Así que tal vez no lo había hecho por Joni, después de todo. Quizá se
había estado mintiendo al intentar justificar el traslado diciéndose que
sólo quería alejar a la muchacha de las malas influencias y llevarla a un
pueblo tranquilo, donde los chavales no merodeaban por las calles en
pandillas, matando a inocentes doctores que cruzaban tranquilamente un
parking mientras se dirigían a salvar una vida.
Quizá se había estado engañando a sí misma al argumentar que Joni
estaría mejor apartada de la única familia que tenía: Witt, el hermano de
Lewis. Tal vez eran todo excusas porque no podía afrontar sus propios
miedos y su dolor… y su vergüenza.
Sin embargo, a decir verdad, no había empezado a planteárselo hasta
hacía poco, apenas tres años antes, cuando Joni acabó la universidad y
regresó a su antiguo cuarto para ponerse a trabajar en el pequeño
hospital de montaña de las afueras del pueblo. Entonces se le había
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ocurrido por primera vez que tal vez, en cierto modo, le había robado algo
a Joni.
Porque, ¿qué interés podía tener aquel pueblucho para una chica de
veintiséis años? Allí no había aventura, ni apenas hombres de su edad, ni
dónde ir los viernes por la noche, aparte del cine y de un par de bares.
¿Por qué no había buscado Joni trabajo en otro sitio? Con sus estudios de
farmacia podía haberse ido a cualquier parte.
Pero Joni había preferido quedarse allí y vivir con su madre. No era
que a Hannah le importara. Pero la hacía sentirse terriblemente culpable,
lo mismo que su secreto, ése que no le había contado nunca a nadie. Con
los años casi había llegado a convencerse de que no era cierto, pero
últimamente… últimamente, cada vez que se preguntaba si se había
equivocado de algún modo con Joni, aquel recuerdo volvía a atormentarla.
Tal vez sólo había empeorado las cosas por callárselo tanto tiempo.
Tal vez había privado a Joni de algo esencial. Cada vez que aquella idea se
agitaba en su cabeza, Hannah intentaba apartarla de sí diciéndose que la
verdad no habría cambiado nada, que lo único que había hecho era
protegerse a sí misma y a su hija de la deshonra.
Pero en realidad no se había protegido a sí misma, pues la vergüenza
ardía aún en su interior, haciéndola retorcerse por dentro y recordándole
que sus motivos nunca habían sido tan puros como pretendía. Y
manteniéndola al mismo tiempo alejada de lo que más deseaba en el
mundo, aparte de la felicidad de Joni.
Era ya, sin embargo, demasiado tarde, se decía. Sus errores no tenían
remedio. Al menos tenía que creer que había cuidado bien de su hija.
Suspirando, se levantó de la mesa y fue a poner las sobras en el
microondas para que se calentaran. Y procuró no pensar en el terrible
secreto que guardaba.
La habitación de Joni en el piso de arriba era un horno. El calor de la
estufa de leña del piso de abajo subía por los tubos del hueco de la
escalera y colmaba las habitaciones. Por eso Joni intentaba siempre
persuadir a su madre de que no echara demasiada leña al fuego.
Reprimiendo un suspiro, luchó por abrir la ventana del dormitorio, que
se atascaba, y dejó que el calor sofocante escapara hacia la gélida
oscuridad. Sintió con agrado el frío que chupaba el calor de la habitación y
que sólo unos minutos antes la había incomodado.
Su cuarto tenía un armario empotrado tan grande que casi podía
considerarse un vestidor, lo cual era una suerte, pues en la habitación
misma apenas había espacio para la cama de cuatro postes y una
mecedora. El armario, que llevaba cerrado todo el día, estaba helado, y
Joni se estremeció un poco al ponerse lo que ella llamaba su ropa de
compromiso: unos pantalones chinos y una camisa de algodón de manga
larga. Aquella ropa impedía que la temperatura que prefería su madre la
asfixiara y, al mismo tiempo, impedía que las corrientes que se colaban en
la vieja casa la congelaran.
En el piso de abajo encontró a Hannah canturreando suavemente
mientras ponía la mesa. Hannah solía canturrear, aunque nunca cantaba
en voz alta, y a Joni aquel sonido siempre le resultaba reconfortante. Le
quitó a su madre los platos de las manos y acabó de poner la mesa.
—Entonces, ¿hoy no te ha pasado nada interesante? —preguntó
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Hannah.
—Pues no, la verdad —Joni puso los candelabros de porcelana en
medio de la mesa y encendió las velas rojas que les habían sobrado de
Navidad. Cada año, en las fiestas, a Hannah se le iba la mano llenando la
casa de velas rojas. Luego se pasaban el año entero quemándolas. La
neumonía está haciendo de las suyas otra vez. Procura no acercarte a
nadie que tosa, mamá.
Hannah le lanzó una sonrisa irónica.
—Yo antes era enfermera, ¿sabes?
Joni se echó a reír.
—Tienes razón. Siempre meto la pata.
—No importa. Pero lo recordaré. Y lo mismo te digo a ti, jovencita. No
olvides lavarte las manos.
Intercambiaron una mirada cómplice. Hannah regresó de la cocina
llevando la fuente con los restos del estofado y se puso a servir la cena
con un cucharón de acero inoxidable.
—¿Cómo va la cosa? ¿Está enfermando mucha gente?
—Bob Warner dice que las habitaciones están casi llenas. Los médicos
creen que éste va a ser el peor invierno en muchos años.
Hannah chasqueó la lengua.
—Bueno, pues dile a Bob que, si necesita ayuda, estaré encantada de
ir a echar una mano. Tan oxidada no estoy.
—Ya lo sabe —Joni le lanzó una sonrisa traviesa—. Llevas mucho
tiempo practicando con perros y gatos.
—Qué mala eres, niña. No es tan distinto. Joni frunció los labios.
—Ya lo sé. Y, además, tú sabes perfectamente cómo inmovilizar a un
paciente.
Hannah miró a su hija por encima de sus gafas de leer.
—Eso puede ser muy útil en cualquier situación.
Las dos se echaron a reír y se sentaron a la mesa, la una enfrente de
la otra, con las velas en medio.
Joni pensaba a menudo que lo mejor de vivir con su madre era que se
habían convertido en grandes amigas. Su ausencia, durante sus años de
universidad, parecía haberles dado la distancia que ambas necesitaban
para cruzar las barreras materno filiales, y lo que había florecido entre
ellas desde entonces era algo que Joni no habría cambiado por nada del
mundo.
—Bueno —dijo Hannah—, aparte de la neumonía, ¿qué más te ha
pasado hoy?
Joni vaciló. Conocía demasiado bien la opinión de su familia sobre
Hardy Wingate como para suponer que Hannah acogería calurosamente la
noticia, pero decidió contársela de todos modos.
—He visto a Hardy Wingate. Según parece, su madre está en el
hospital, con neumonía.
Hannah levantó la mirada de su plato y frunció los labios.
—Joni…
—Lo sé, lo sé. Witt odia a Hardy. Pero no tienes que preocuparte por
eso, mamá. Hardy casi no me dirige la palabra —lo cual era una pena,
pensó. Había estado enamorada de Hardy hacía años, y, aunque ya se le
había pasado, seguía encontrándolo atractivo. Y agradable, a pesar de lo
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Hannah miró a Joni e hizo girar los ojos. Joni tuvo que reírse.
—Ya sé —le dijo a su madre—. Se ha comprado una camioneta nueva.
Roja metalizada, con enormes neumáticos.
Hannah se echó a reír y Witt frunció el ceño.
—No vas a dejar de tomarme el pelo por mi camioneta, ¿eh?
—Claro que no —le dijo Joni. Es todo un clásico. Más vieja que yo, y
tan hecha polvo que se ve la carretera por los agujeros del suelo.
—Pues, para que lo sepas, me voy a comprar una camioneta nueva.
Joni dejó su taza sobre la mesa y miró a su tío estupefacta.
—¿Seguro que estás bien? ¿No estarás incubando algo?
—Ay, Señor —masculló Witt—, nunca me deja en paz. Hannah,
debiste meterla en cintura cuando era pequeña.
—Eso parece —dijo Hannah, pero sus ojos danzaban.
—No —le dijo Witt a su sobrina—, no estoy incubando nada. Ni
siquiera estoy un poco loco. Y, si las camionetas no costaran casi tanto
como una casa, hace años que me habría comprado una nueva.
—Entonces, ¿qué ha pasado para que te compres una ahora? —
preguntó Joni.
—Me ha tocado la lotería.
El silencio descendió sobre la mesa. Joni no recordaba un silencio tan
largo desde el día que les dieron la noticia de que la hija de Witt, su prima
Karen, se había matado en un accidente de tráfico.
Fue Hannah quien habló primero, casi con indecisión.
—Estarás de guasa.
Witt sacudió la cabeza.
—No, no estoy de guasa. Me ha tocado la lotería.
—¡Madre mía! —exclamó Joni, excitada, sintiendo que la alegría
irrumpía a través de una capa de perplejidad—. ¡Es maravilloso, tío Witt!
Conque has ganado suficiente para comprarte una camioneta nueva, ¿eh?
Witt no contestó. Se limitó a mirarlas. El silencio se apoderó de nuevo
de la habitación, y Joni sintió que su corazón empezaba a latir a golpe de
martillo. Finalmente susurró:
—¿Has ganado más que suficiente para comprar una camioneta?
Los ojos de Hannah volaron hacia su hija y luego saltaron de nuevo a
Witt. Extendió una mano y tocó la frente de su cuñado.
—¿Cuánto has ganado, Witt?
Witt se aclaró la garganta.
—Bueno… cuesta creerlo, la verdad.
—Oh, Dios mío —dijo Joni atropelladamente, sintiendo frío y calor al
mismo tiempo—. Tío Witt… —se giró para mirar a su madre como si en
ella pudiera encontrar algún nexo con la realidad. Pero el semblante de
Hannah expresaba la misma perplejidad que el suyo.
—Es que… —Witt suspiró y se pasó los dedos por el pelo—. Me ha
tocado el gordo.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Hannah, maravillada—. ¡Oh, Witt, eso es
mucho dinero! ¿Cuánto?
—Once millones —su voz sonaba casi estrangulada—. Pero, claro, no
será tanto. El dinero te lo van pagando en veinticinco años, y luego están
los impuestos y esas cosas, pero, ejem…
Joni, a la que siempre se le habían dado bien las matemáticas, hizo
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rápidamente el cálculo.
—Aun así, te llevarás casi doscientos mil dólares al año —dijo—. ¡Cielo
santo! Es increíble —luego, de pronto, una alegría exuberante se apoderó
de ella y dejó escapar un grito de regocijo—. Madre mía, tío Witt, ahora sí
que vas a vivir a lo grande. Te puedes comprar la camioneta y todo lo que
quieras —le sonrió, sintiendo una extraordinaria alegría por el hombre que
había sido como un padre para ella desde la muerte de Lewis—. Es lo
mejor que te podía pasar. Supongo que ahora te irás a Tahiti.
Él se echó a reír, avergonzado.
—No, qué va. A menos que Hannah quiera ir.
Hannah lo miró con los ojos como platos. Luego se sonrojó.
—¿A Tahiti? ¿Yo? —agitó la mano, desdeñando la idea—. ¿Y qué pinto
yo en Tahiti? Además, el dinero es tuyo, Witt.
El semblante de Witt se crispó de un modo extraño que Joni no
alcanzó a entender.
—Bueno, entonces ¿qué vas a hacer? —insistió.
—Aún no he tenido tiempo de pensarlo, Joni. Me enteré la semana
pasada.
—¿La semana pasada? ¿Te lo has estado callando una semana
entera? —Joni no podía creerlo. Ella se habría puesto a gritarlo a los cuatro
vientos.
—Bueno, la verdad es que no me lo creía. Primero quería asegurarme.
Luego… bueno… —vaciló—. No quiero que se entere todo el mundo
enseguida.
—Es lógico —dijo Hannah—. Pero habrás pensado qué quieres hacer
con el dinero.
Sin embargo, los pensamientos de Joni habían adquirido de pronto un
cariz sombrío. Había oído hablar de gente que, al ganar la lotería, había
visto su vida convertida en un infierno por razones ajenas a su voluntad.
—Mételo todo en el banco, tío Witt —dijo—. Guárdatelo y haz con él lo
que quieras. Y recuerda que no le debes nada a nadie.
Los ojos azules de su tío se posaron sobre ella. Joni a veces pensaba
que aquéllos eran los ojos más sabios que había visto nunca.
—Te equivocas, Joni —dijo lentamente—. Todo el mundo le debe algo
a alguien. Estoy pensando en construir un hotel en la finca. Ya sabes que
el pueblo lo necesita desde hace mucho tiempo. Daría trabajo a la gente
de aquí, trabajo que no dependería de la mina. Y seguro que, si hubiera un
hotel, vendrían muchos turistas. Aquí tenemos mucha nieve y mucha
montaña.
Pero el frío que había envuelto de pronto el corazón de Joni se
intensificó. Porque lo cierto era que, cuando había tanto dinero de por
medio, nada era tan sencillo.
—Bueno —dijo Hannah alegremente—, esto hay que celebrarlo. Deja
que te traiga una copita de Drambuie, Witt. ¿Tú quieres algo, Joni?
—No, gracias, mamá —Joni odiaba beber. Además, aquello le daba
mala espina. Witt estaba raro, Hannah parecía turbada y de pronto había
un ambiente tan tenso en la habitación que Joni sentía cómo iban
crispándose sus nervios.
Pero no era la primera vez que experimentaba aquella sensación
estando con su madre y su tío. Desde que tenía uso de razón, le daba la
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minutos, hasta que Delia tuviera que dejarlo entrar otra vez en la UCI.
Nada más cerrar los ojos, se le apareció la efigie de Joni Matlock. Al
parecer, todo se conjuraba contra él para atormentarlo. No podía haber
peor momento para ponerse a pensar en los Matlock. Pensar en Joni lo
llevaba a pensar, inevitablemente, en Karen, y esa noche, teniendo a su
madre al borde de la muerte, no quería recordar que ni el mejor
tratamiento médico habría podido salvar a Karen. Sin embargo, el
momento, ya fuera bueno, malo, adecuado o inoportuno, poco importaba.
Sus pensamientos no lo dejaban solo ni un instante, y parecían decididos a
arremolinarse en torno a Joni. «Está bien», se dijo. «Piensa en Joni. Piensa
en ella hasta que te aburras y tu mente decida irse a otra parte».
De modo que se puso a pensar en la conversación que habían
mantenido esa tarde. Una conversación breve. Hardy imaginaba que Joni
se había dado cuenta de que no tenía ganas de hablar con ella. Se había
mostrado amable y preocupada, como cualquier conocido. Nada más. No
había por qué preocuparse.
Hardy, sin embargo, no lograba olvidar los ojos azules de Joni. Y no
porque fueran bonitos, que ciertamente lo eran, ni porque fueran tan
azules como el cielo de una mañana clara en la montaña, sino por cómo
parecían hablarle. La conversación apenas había durado tres minutos,
pero, al alejarse, Hardy tuvo la sensación de que sus miradas habían
mantenido una comunicación silenciosa.
Pero aquellos ojos siempre le habían hecho sentirse así. Siempre lo
habían atraído y le habían hablado. Si las cosas hubieran sido de otro
modo, tal vez habría llegado a conocer mejor a Joni. La evitaba, en
cambio, como evitaba a Witt. Porque algunas cosas era mejor dejarlas
enterradas, y a él le resultaba imposible hablar con Joni Matlock sin
acordarse de Karen.
Sus pensamientos se volvieron de pronto hacia él mismo y
comenzaron a recorrer oscuros corredores. Mascullando en voz baja,
Hardy se incorporó y se obligó a recordar dónde estaba. Tenía que dejar
de darle vueltas al pasado. Lo sabía. Lo hecho, hecho estaba, y él no podía
cambiarlo.
Pero cuando oscurecía, las noches que no podía dormir, aún podía oír
el grito de Karen cuando el otro coche se desvió de pronto, abalanzándose
sobre ellos, y sus gemidos mientras yacían entre el amasijo de hierros en
que quedó convertido su coche. Todavía recordaba la mirada fría y muerta
de Witt al decirle: «La has matado, chico. La has matado».
Los sonidos y olores de la UCI habían hecho emerger todas aquellas
cosas a borbotones, como burbujas gaseosas en el cenagal de su
memoria. Su sentido de la realidad se hacía cada vez más tenue, y Hardy
era consciente de ello.
Se puso en pie y salió al pasillo profusamente iluminado para estirar
las piernas un rato. Pero aquel pasillo también le traía recuerdos, y,
sintiendo un vuelco en el estómago, se dio cuenta de que pasado y
presente comenzaba a confundirse en su cerebro extenuado. De un
momento a otro ya no estaba seguro de qué año era y de quién yacía en
la UCI al borde de la muerte.
Creía haber superado lo peor hacía años, y de repente allí estaba de
nuevo aquel recuerdo, encabritándose para morderle el trasero. Se lo
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—Dijo que quería hacer esto para dar trabajo a la gente de aquí.
Hardy sacudió la cabeza, exasperado.
—Una intención muy noble, pero estoy seguro de que no se refería a
mí. Por el amor de Dios, Joni, sigues estando un poco chiflada, ¿no?
En cualquier otra ocasión, Joni se habría enfadado, pero en ese
instante no quería ponerse a discutir con él.
—No estoy chiflada. Llevo meses dándole vueltas —él se limitó a
mirarla—. Hardy, ya va siendo hora de que esto se acabe.
El bajó las cejas y apretó la mandíbula.
—¿Te has parado a pensar la que se puede armar? ¿Has pensado que,
si sigues con esto, alguien podría salir malparado?
—Hace doce años —dijo ella. Sonaba como un mantra, incluso para
ella—. Ya está bien. No seas miedica, Hardy —Joni tiró el sobre encima de
la mesa y se levantó, ignorando su té. Pero antes de que pudiera llegar a
la puerta de la cocina, la voz de Hardy la detuvo.
—¿Cómo vas a explicarle a Witt que no tienes el sobre de la petición
de ofertas? —ella se encogió de hombros sin mirarlo—. Ay, Señor —
masculló en voz baja—. Anda, bébete el maldito té. Voy a hacer una copia.
Ella se volvió para mirarlo.
—¿Vas a presentar un proyecto?
—No, voy a intentar salvar tu altruista pellejo —agarrando el sobre,
Hardy desapareció en la parte de atrás de la casa, donde estaba su
despacho. Unos instantes después, Joni oyó el ruido de una fotocopiadora
calentándose.
Hardy iba a presentar una oferta, se dijo. Si no, ¿para qué iba a hacer
fotocopias? Sin embargo, aunque se mintiera a sí misma, era consciente
de ello. Hardy sólo quería asegurarse de que no tenía excusa para
marcharse sin su copia de la petición de ofertas.
Se estaba preocupando otra vez por ella, como en los viejos tiempos.
Joni deseaba en parte odiarlo por ello, y en parte se sentía conmovida
porque aún le importara lo suficiente, incluso después de tantos años.
Unos minutos después, Hardy regresó con dos fajos de papeles. Uno
era la copia de Joni, cuidadosamente grapada en una esquina; el otro, sin
grapar, era su copia.
—Ahí tienes —dijo él, devolviéndole la suya a Joni. Oye, esto no será
una especie de ataque de moralina, ¿verdad?
Ella lo miró, confundida.
—¿De moralina?
—Sí. Supongo que no serás tan arrogante como para creer que vas a
enseñarnos a todos a ser mejores personas, ¿verdad?
—¡No, claro que no! No soy tan engreída.
—¿No? —Hardy apoyó las manos en la mesa y se inclinó hacia ella,
mirándola con fijeza—. Entonces ¿de qué va todo esto, Joni? ¿Pretendes
decirnos que lo que sentimos no sirve? ¿Que Witt no tiene derecho a estar
cabreado conmigo? ¿Que yo no tengo derecho a creer que es mejor evitar
a ese hombre?
Joni se sintió dolida. No le gustaba en absoluto el modo en que
parecía verla él. Empezaron a escocerle los ojos y notó un nudo en la
garganta. Apretó los labios, recogió el sobre, metió los papeles en él
apresuradamente y se dirigió a la puerta, recogiendo de paso su
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chaqueta.
—Joni…
Ella no quería mirarlo, pero algo la obligó a volverse.
—Creo… creo que me avergüenzo de mi comportamiento —dijo con
voz pastosa—. Creo que he decepcionado a Karen. Tú y yo éramos
amigos, Hardy. Éramos amigos.
Hardy se quedó junto a la puerta abierta, viéndola correr calle abajo.
Hasta que no la vio detenerse y ponerse la chaqueta, no cenó la puerta.
Maldita fuera, pensó casi con ferocidad. Malditos fueran sus ojos.
¿Qué pretendía removiendo todo aquello así, de repente, después de tanto
tiempo? ¿Qué esperaba conseguir? ¿Creía acaso que iba a ocurrir algún
milagro si él presentaba una oferta? ¿Pensaba que Witt iba a olvidar su
furia y su amargura sólo porque Hardy Wingate pudiera construir su hotel
mejor que otros?
Era poco probable.
—Mierda —dijo en voz baja para no molestar a su madre.
En ese momento, casi odiaba a Joni. Ella le había puesto una bicoca
ante los ojos, algo por lo que habría dado un riñón, algo que le habría
permitido llevar a su madre a Hawai. Y, teniendo en cuenta que Bárbara
no estaba bien, Hardy deseaba desesperadamente darle ese capricho.
Desde la neumonía, su madre estaba tan débil que a menudo necesitaba
una silla de ruedas para moverse. Tenía los pulmones dañados y se
asfixiaba en cuanto hacía el más leve esfuerzo. Hardy quería llevársela a
un lugar a menor altitud, pero ella se negaba a marcharse.
Mascullando de nuevo para sus adentros, Hardy agarró el sobre y
regresó a su despacho, formado por dos espaciosas habitaciones que
había añadido a la casa y que formaban un mundo aparte: relucientes
paneles de madera auténtica, grandes ventanales que daban al jardín
nevado y oscuro, una chimenea exenta, mesas de trabajo, bancos de
modelado, tableros de dibujo, dos ordenadores…
Aquél era su nido. Su refugio. Su lugar para soñar. Cuando estaba allí,
se olvidaba de todo, salvo de crear.
Sobre el banco de modelado se alzaba la maqueta del proyecto en el
que, a pesar de sí mismo, llevaba trabajando varios meses: el hotel de
Witt Matlock. Esta vez había decidido huir de todo convencionalismo. En
lugar de seguir el estilo alpino que dominaba en Vail y Aspen, con su
preferencia por las maderas de secoya y cedro, había decidido trasladar al
hotel el encanto Victoriano de Whisper Creek. Altos capiteles, marquetería
a mansalva, un porche que rodeaba por entero el edificio… Todo muy
bello. Líneas que cantaban. Una creación que merecía la pena llevar a la
práctica.
Hardy extendió el brazo, dispuesto a tirar la maqueta al suelo, a
arrancar aquel sueño que Joni había plantado en su cerebro.
Pero no podía hacerlo. Se dejó caer en un taburete y se quedó
mirando la maqueta. No la veía tal como era, sino como sería cuando el
edificio estuviera acabado. Otro podía construirlo, se dijo. No tenía por qué
ser Witt. Tal vez apareciera algún otro inversor, sobre todo si Witt acababa
construyendo su hotel.
Eso era probablemente lo que quería Witt. Un edificio alargado, bajo y
rústico, del tipo cabaña de troncos. Un retiro para hombretones. Era muy
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Sí, era cierto. Encajaría perfectamente. Sobre todo con la calle Mayor.
Witt rodeó lentamente la mesa, mirando la maqueta, que estaba pintada
en esos colores de confite tan típicos del estilo Victoriano.
—Es alegre —dijo finalmente.
—Es precioso —añadió Hannah, y se tapó la boca con una mano como
si hubiera hablado a destiempo.
—Para eso te he traído —dijo Witt—. Di lo que piensas, Hannah.
—Los otros son normales y corrientes, Witt. Este sería toda una
atracción.
Jim asintió con la cabeza.
—Incluso podrías conseguir cobertura en los grandes periódicos y en
algunas revistas. Y mira esto —inclinándose sobre la mesa, retiró parte de
la maqueta y abrió una de las alas. Dentro había habitaciones, algunas de
ellas decoradas con muebles, alfombras y utensilios en miniatura.
—¡Madre mía! —dijo Hannah, esbozando una sonrisa—. ¿Puedo
llevármela a casa para jugar?
Jim se echó a reír, y Witt sonrió.
—Parece una casa de muñecas, ¿eh? Bueno, si decido darle el
proyecto a ese tipo, puedes quedártela.
Hannah se sonrojó levemente.
—No tengo dónde ponerla, Witt. Sólo intentaba demostrar mi
entusiasmo.
—Tendrás dónde ponerla —contestó él con una firmeza que hizo que
ella lo mirara extrañada—. Bueno, está bien —dijo Witt, mirando de nuevo
la maqueta mientras intentaba adaptar sus ideas preconcebidas a aquella
inesperada maqueta de su futuro hotel. A Hannah le gustaba, y, por lo que
a él concernía, aquello era todo un aliciente. ¿Tiene apartamentos para el
propietario y todo eso?
—Sí —respondió Jim.
—¿Y estás seguro de que el constructor es de fiar?
—Lo he comprobado. Sólo lleva cinco años en el negocio, pero hasta
ahora no ha tenido ningún problema. Tiene fama de ceñirse a los plazos
previstos y de cumplir con el presupuesto.
—Eso está bien. ¿Y el precio total?
—Está a medio camino entre el de la cabaña de troncos y el de estilo
Tudor.
—Hmm…
—¿Witt? —dijo Hannah—. ¿Qué pasa? ¿Es que no te gusta?
—No es lo que tenía previsto. Voy a tener que pensármelo despacio.
—¿Qué es lo que no te gusta exactamente?
—Nada, de verdad. Es sólo que no tenía pensado que fuera de estilo
Victoriano.
—Bueno —dijo ella—, eres tú quien tiene que tomar la decisión.
Jim tomó la palabra.
—Si no te gusta ninguno, podemos solicitar más ofertas. Para aceptar
tiene que gustarte el diseño, aparte del presupuesto.
—No es que no me guste —repitió Witt, sintiéndose un poco
presionado—. Puede que sean los colores. ¿No quedaría mejor todo en
blanco, con las ventanas negras?
—Sería más tradicional, desde luego —dijo Jim.
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Joni llegó a casa unos veinte minutos antes que su madre y se puso a
hacer lasaña. Por regla general, odiaba cocinar, pero a veces, como ese
día, la calmaba. Y necesitaba desesperadamente calmarse.
Llevaba todo el día pensando que Witt y su madre habían ido a
Denver a ver las ofertas. Ignoraba si Hardy había presentado un proyecto
y no podía adivinar cuál sería la reacción de Witt si así era. ¿Sospecharía
su tío que estaba metida en el ajo? En parte esperaba que no, pero en
parte también se reprendía por ser tan cobarde. Debía poner las cartas
sobre la mesa y hablar claramente con Witt. Pero ahora que había tomado
la drástica decisión de intentar arreglar las cosas con Hardy, no dejaba de
pensar en lo mucho que quería a Witt.
Frió un poco de carne, echó salsa de espagueti en la sartén y dejó
que se calentara. Puso a hervir el agua para cocer la pasta y removió la
crema de queso en un cuenco azul.
Luego, durante un rato, no tuvo nada que hacer, salvo esperar. Y
esperar le daba tiempo para pensar. Llevaba una semana intentando
evitar darle vueltas a aquel asunto, pero la vida no parecía cooperar.
Ella quería a Witt. Lo quería tanto como había querido a su padre. Era
ya un buen tío antes de que muriera su padre, y ella lo adoraba, pero
desde el día en que Hannah y ella se mudaron al pueblo, tras la muerte de
Lewis, Witt había sido como su padre. La había ayudado siempre que le
había hecho falta. La había tratado con tanto cariño y consideración como
trataba a Karen, y Karen y ella a menudo fingían que eran hermanas y no
sólo primas.
Desde la muerte de Karen, Joni sentía a menudo que debía llenar
aquel hueco en la vida de Witt.
Habría hecho casi cualquier cosa por él. De modo que, ¿por qué se
había comportado así? ¿Qué la había impulsado, después de tanto tiempo,
a remover aquel asunto?
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injustamente.
—Hardy era amigo mío, mamá —dijo por fin—. Era mi mejor amigo,
aparte de Karen. Y, cuando ella murió, yo tuve que perderlo también a él.
Luego subió a su habitación y se quedó sentada en silencio, mirando
por la ventana. Aquello dolía, pensó. Dolía espantosamente. Y tal vez eso
era lo que la había impulsado a tenderle los brazos a Hardy.
Porque, incluso después de doce años, algo dentro de ella seguía
sangrando.
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Capítulo 5
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campante.
Witt tenía atravesado aquello como una piedra en el estómago.
Al salir a la calle con la bolsa de tuercas en la mano, Hardy se alejó a
toda prisa de la ferretería. No debía haber permitido que Joni le tentara
con la perspectiva de construir aquel hotel. Lo único que había conseguido
era sacar de quicio a Witt otra vez.
No quería que eso ocurriera. Y no dejaba de sorprenderlo el hecho de
haber albergado alguna esperanza de que Witt superara su rencor. De no
ser así, nunca habría mandado aquella oferta. Qué tonto había sido.
Después de doce años, había muy pocas posibilidades de que Witt
cambiara de opinión.
Intentando zafarse de una pesadumbre que amenazaba con
abrumarlo, Hardy se obligó a considerar por qué le importaba tanto la
opinión de Witt. Aquel hombre nunca le había tenido aprecio. Nunca. Así
que ¿por qué le inquietaba tanto que estuviera enfadado con él? Porque,
comprendió con un sobresalto que pareció sacudir los cimientos de su
alma, jamás podría perdonarse a menos que consiguiera el perdón de
Witt.
—¿Hardy?
Alzó la mirada y vio que Joni se dirigía apresuradamente hacia él por
la acera cubierta de nieve. Miró automáticamente hacia atrás para
asegurarse de que Witt no estaba delante de la ferretería, observándolo.
—¿Estás loca? —le dijo a Joni, y, agarrándola del brazo, la llevó hacia
una calle lateral, por si acaso Witt salía de la tienda—. Tu tío está en la
ferretería.
—Ah —Joni levantó hacia él sus enormes ojos azules y parpadeó, y
Hardy se preguntó si siempre seguiría siendo una niña.
—Está que trina por lo del proyecto —le dijo—. Andaba buscando
pelea.
—Lo siento.
Hardy estuvo a punto de decirle que se disculpaba invariablemente
cuando era ya demasiado tarde. Siempre había sido así. Joni siempre se
había sentido inclinada a dejarse llevar por impulsos de los que luego se
arrepentía. Pero Hardy se mordió la lengua y se limitó a decir:
—No importa. No debí presentar la oferta —compuso una sonrisa
cansina—. A veces este pueblo no es lo bastante grande para Witt y para
mí.
Esperaba arrancarle una sonrisa a Joni, pero sólo obtuvo un suspiro.
Ella golpeó con la puntera de la bota el ventisquero que se había formado
a un lado de la acera y lo miró de nuevo.
—Fue una estupidez —dijo—. Y encima mi madre se ha enterado.
—¿Se ha enterado de que me diste el sobre con la convocatoria?
—Sí. Me preguntó por qué lo había hecho.
—¿Y?
Otro suspiro.
—Y todas las buenas razones que tenía parecieron evaporarse de
pronto. Ni siquiera las recordaba. Sólo sé que esto no puede seguir así.
—Si quieres que te sea sincero, yo tampoco recuerdo las razones que
me diste —Hardy empezaba a sentir lástima por ella—. Pero recuerdo que
tus intenciones eran buenas.
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allí sentado con Joni de haber cortado con Karen cuando empezó a ser
consciente de la atracción que sentía por su prima.
Seguramente no, se dijo. Ninguno de ellos era lo bastante maduro
como para mantener una relación a largo plazo. Si Karen no hubiera
muerto, él habría roto con ella. Joni tal vez hubiera salido con él, pero lo
más probable era que no, por lealtad a su prima. Y, salvo por la posibilidad
de que Karen aún siguiera viva, nada habría cambiado.
Pero ¿qué sentido tenía hacerse aquellas preguntas? Sólo podía
desear que Karen no hubiera estado con él en el coche aquella noche. Y
los deseos no valían para nada.
Joni parecía animarse a medida que su cuerpo iba asimilando el
azúcar de la rosquilla. Parecía menos preocupada y menos cansada.
Finalmente sonrió y dijo:
—De acuerdo, reconozco que fue una idea estúpida.
Aunque Hardy era el primero en admitir que Joni actuaba a menudo
impulsivamente, y que a veces sus razones eran un tanto insensatas, no le
gustaba que ella se rebajara de aquel modo. Si echaba la vista atrás,
podía recordar docenas, tal vez cientos de veces en que Joni se había
rebajado. Ello resultaba extraño en una mujer que, al menos en su
opinión, debía ser una niña malcriada. Witt y Hannah la mimaban en grado
extremo. Tal vez por eso era tan impulsiva. Pero ello no explicaba que
siempre estuviera dispuesta a menospreciarse. Una licenciada en farmacia
no debía pensar así de sí misma.
Hardy se removió en la silla, se inclinó un poco sobre la mesa y,
dejándose llevar él mismo por un impulso, preguntó:
—¿Por qué siempre dices que eres estúpida? No lo eres en absoluto.
Los ojos de Joni tenían una expresión extrañamente atormentada
cuando lo miraron.
—Puede que no —dijo finalmente—, pero tampoco soy una lumbrera,
o no me metería en estos líos. En fin, tendré que afrontar lo que pase.
Puede que haya sido una tontería, pero sólo intentaba echar una mano.
Supongo que debería haberme dado cuenta de que, si las cosas no habían
mejorado en doce años, no iban a mejorar ahora —Joni apartó la rosquilla
y se quedó mirando fijamente la taza de café. Cuando volvió a hablar, su
voz sonó amortiguada—. Me pone enferma ver sufrir a la gente que
quiero.
—Eso nos pasa a todos, Joni. Pero a veces hay que dejar que la gente
sobrelleve su dolor, porque no se puede hacer nada. Es imposible que Witt
deje de sufrir.
—Pero ¿y tú? —preguntó ella.
A Hardy le dio un vuelco el corazón, y eso era precisamente lo que no
quería que ocurriera. Era un error sentirse atraído por Joni, dadas las
circunstancias, pero sentir algo más profundo por ella era sencillamente
un suicidio. De pronto se levantó y dejó un par de billetes sobre la mesa.
Tomó su taza y bajó la mirada hacia Joni.
—Ha sido agradable charlar contigo, Joni, pero no podemos hacer de
esto una costumbre. No es bueno para nadie. Gracias por intentarlo con
Witt.
Dio media vuelta y se alejó, notando los ojos de Joni clavados en su
espalda.
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—Lo sé.
—Y no me resulta de gran ayuda que mi sobrina acuda corriendo a
mis espaldas al hombre que provocó la muerte de Karen.
Hannah sofocó un suspiro y preguntó:
—Dime una cosa, Witt. ¿Por qué culpas a Hardy? Porque lo que
ocurrió fue que Karen y él tuvieron la mala suerte de cruzarse con un
conductor borracho. Lo mismo pasó con Lewis, Witt. Lewis estaba en el
lugar equivocado cuando ese ladrón se cruzó con él.
Es lo mismo.
—No, no es lo mismo.
—Eso es lo que no entiendo.
Él se pasó de pronto las manos por el pelo encanecido, se recostó en
el sillón y cerró los ojos. Cuando volvió a hablar, parecía agotado.
—Es diferente. Iban a escaparse a mis espaldas. Hardy la animó a
desobedecerme y a salir de casa a mis espaldas.
El uso de aquella frase dos veces, después de lo que había dicho de
Joni, dejó helada a Hannah. La posibilidad de que Witt metiera a Hardy y a
su hija en el mismo saco la asustaba más que cualquier otra cosa. Y se
preguntaba cómo podía impedirlo.
—Karen —dijo de nuevo— decidió desobedecerte, Witt.
Él sacudió la cabeza, se irguió en el sillón y la miró fijamente.
—Hardy Wingate fue la única cosa sobre la que me desobedeció.
—Eso no lo sabes.
—Sí que lo sé.
Hannah sacudió la cabeza.
—Witt, ningún padre sabe lo que hacen sus hijos cuando ellos no
están. Todos los chicos hacen cosas que molestarían a sus padres si se
enteraran. Joni me ha contado cosas sobre el instituto que, si en aquella
época yo las hubiera sabido, seguramente la habría encadenado en su
habitación.
Un leve destello de humor apareció en el semblante de Witt y Hannah
sintió una fugaz esperanza. Pero aquel destello desapareció enseguida,
reemplazado por una mirada fría.
—Hardy… —dijo él cansinamente— era una mala influencia.
—Hardy no tuvo nada que ver en la mayoría de las travesuras de Joni.
—Entonces puede que la mala influencia para Karen fuera ella. Quizá
fue ella quien animó a Karen a desafiarme.
—¡Witt! —Hannah estaba espantada. No podía creer lo que estaba
oyendo. Su corazón empezó a latir dolorosamente, y sintió que algo dentro
de ella se resquebrajaba—. Witt, no.
Él se levantó de un salto y comenzó a pasearse en círculos por la
habitación.
—¿Qué quieres que piense? Tengo pruebas de que Joni se ha estado
viendo con Hardy a mis espaldas. ¿Por qué no iba a pensar que era una
mala influencia para Karen?
—Deja de decir eso ahora mismo, Witt Matlock. Karen era una chica
encantadora, pero no era una santa. Ninguna chica de su edad lo es, a
menos que tenga algo anormal. Hardy no convenció a Karen para se fuera
con él. Karen se fue porque quiso.
—Yo la conocía muy bien. Sé que no fue así.
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Capítulo 6
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—Lo siento, mamá —tenía que decir eso al menos, aunque no dijera
nada más.
Hannah le apretó los dedos, pero no contestó. Joni cerró los ojos y se
recostó en la silla, preguntándose si algo volvería a ser igual. Si Witt
volvería a sonreírle, o si continuaría resentido con ella. En cualquier caso,
la culpa de que le hubiera dado un infarto era de ella. Quizá lo mejor que
podía hacer era mantenerse alejada. Dejar en paz a Witt. Y a Hannah.
Dejar de complicarles la vida con sus absurdas ocurrencias.
A su edad, ya debería haber escarmentado. Debería saber que, cada
vez que se le metía una cosa entre ceja y ceja, lo más probable era que se
metiera en un lío. En su caso, el camino del infierno estaba, en efecto,
empedrado de buenas intenciones.
Pero esa vez sí que había aprendido. Y si Witt sobrevivía…
La idea de que su tío podía morir se apoderó de ella bruscamente.
Abrió los ojos para mirar a su madre. Hannah estaba pálida y, por el modo
en que se movían sus labios, Joni comprendió que estaba rezando en voz
baja. Y de pronto, al comprender plenamente la gravedad de la situación,
ella también empezó a rezar.
Las siguientes dos horas fueron las más largas de la vida de Joni,
quitando las de la noche que pasó en aquella misma sala de espera,
aguardando noticias de Karen y Hardy. Recordaba con toda claridad cómo
había acabado aquella noche. La incredulidad que producía la muerte ya
no formaba parte de su carácter. La gente a la que quería se moría de
verdad, como su padre, como Karen. Pero esta vez era incluso peor,
porque esta vez ella se sentía responsable.
Los recuerdos de la noche que murió Karen la asaltaban sin cesar: el
semblante de Hardy al salir de la sala de urgencias y pasar junto a Hannah
y ella sin decir palabra. Joni se había fijado en los cortes y arañazos de su
cara, y había comprendido automáticamente que Karen tenía que estar
mucho peor. Recordaba también la cara de Witt dos horas después,
cuando salió de la UCI y dijo llanamente, con voz hueca:
—Ha muerto.
Recordaba la sensación repentina de que el universo había horadado
un enorme vacío en su interior, como si todo dentro de ella se hundiera en
un negro pozo de hielo. Su corazón conocía ya lo que su psique se negaba
a aceptar: la magnitud de su pérdida.
La muerte de su padre había sido distinta. En aquella época, ella tenía
once años. Recordaba que él había ido a darle un beso de buenas noches
antes de irse a trabajar. Siempre lo hacía, incluso si estaba profundamente
dormida. Esa noche, Joni se espabiló un poco y dijo:
—Te quiero, papi.
Él la abrazó con fuerza y murmuró:
—Te quiero, abejita.
Las últimas palabras que le dijo.
La noticia, demasiado terrible para ser cierta, llegó por la mañana.
Ella se negó a creerla durante días, convencida de que su madre le estaba
mintiendo. Sólo tenía once años, pero sabía que su padre se veía con otras
mujeres. Lo notaba en su olor y en la tristeza del rostro de su madre. Así
que, cuando le dijeron que estaba muerto, al principio se aferró a la
esperanza de que sus padres se hubieran separado y su madre le
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estuviera mintiendo.
Pero, cuatro días después, al enfrentarse a la pavorosa realidad del
cuerpo sin vida de su padre tendido en un ataúd, comprendió la verdad.
Su papi se había ido para siempre.
Esa expresión, que hasta entonces manejaba con tanto descuido,
adquirió de pronto una dimensión que la dejó aturdida. Para siempre. No
más abrazos de su padre. No más bromas de papá. No más besos, ni
sonrisas, ni excursiones al campo los sábados. Nunca más jugar a la
pelota. Ni oler su espuma de afeitar. Ni, peor aún, sentir el consuelo de sus
brazos apretándola.
Entonces aprendió lo que significaba para siempre. Y aquel
conocimiento había permanecido con ella hasta la noche que murió Karen.
Ahora allí estaba, cara a cara de nuevo con la muerte, y una parte de
ella sabía que no podría superar la muerte de Witt. Podía sobrellevar
cualquier cosa, menos eso. Aunque no volviera a verlo, se sentiría bien si
sabía que él seguía sobre la faz de la tierra. Aquella certeza la consolaría
aunque él se desentendiera de ella por completo.
Lo que no podía hacer era arriesgarse a provocar su muerte. Witt la
había repudiado. Se había puesto tan furioso que la había repudiado, y
luego había sufrido un ataque al corazón.
Joni decidió quedarse hasta que estuviera segura de que su tío estaba
bien. Luego se marcharía de Whisper Creek.
En el pueblo no podía evitar encontrarse a Witt. Y, además, no quería
interponerse entre Hannah y él. Después de tantos años, se querían
demasiado. Eran viejos amigos que se apoyaban mutuamente. Sería una
locura separarlos.
De modo que se iría. Era lo mejor para todos, la solución más limpia.
Además, su madre le había insinuado muchas veces que debía probar
suerte en el gran mundo antes de enterrarse en aquel villorrio de las
montañas. Y tenía razón.
La llegada de Sam Canfield la sacó de sus cavilaciones. Sam entró
con semblante preocupado y colocó una silla frente a ellas.
—Acabo de enterarme de lo de Witt. ¿Cómo está?
—No lo sabemos —contestó Hannah.
Joni odiaba a veces la serenidad y la contención de su madre.
Cualquier otra persona se habría subido por las paredes, habría llorado
llena de angustia. Pero Hannah permanecía allí sentada con toda calma, y
el miedo de sus ojos era el único indicio de que albergaba algún tipo de
sentimiento.
Habría sido más fácil, pensó Joni, si se hubiera puesto histérica. Por lo
menos Sam y ella habrían tenido algo que ofrecerle.
—Me ha llamado Earl Sanders —dijo Sam, refiriéndose al sheriff—.
Supongo que se enteró por la radio de emergencias. Habría venido él
mismo, pero su mujer y su hija están enfermas.
Hannah asintió con la cabeza.
—Hay un virus intestinal muy agresivo circulando por ahí.
¿Cómo, se preguntó Joni, era capaz de ponerse a hablar de semejante
cosa en un momento como aquél?
—Bueno —dijo Sam—, ¿queréis un café? Da la casualidad de que sé
dónde está la sala de descanso del personal.
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Capítulo 7
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ella. Pero aquella idea le disgustó hasta tal punto que intentó sepultarla en
el fondo de su cerebro. Cielo santo, quizá fuera tan cruel y repugnante
como pensaba Witt.
Sintiéndose mezquino y rastrero, abrió los radiadores para que la
habitación se fuera calentando. Luego se tomó un momento para
rehacerse. Cuando regresó a la cocina, encontró a Joni y a Bárbara aún
sentadas a la mesa, bebiéndose el cacao. Ignoraba si habían hablado de
algo, pero no le dio la impresión de que se hubieran callado por su causa.
De modo que se sentó de nuevo y esperó a ver qué pasaba.
—¿Sabes qué te digo? —dijo Bárbara al cabo de unos minutos, como
si completara un pensamiento anterior—, puedes quedarte con nosotros
una temporada, si quieres, Joni.
—Oh, no —se apresuró a decir ella—. No podría hacerlo, señora
Wingate. Sería demasiado pedir.
—Nada de eso —dijo Bárbara con firmeza—. Me vendrá bien tener a
alguien con quien hablar por las noches, aparte de Hardy.
Sí, ya, pensó Hardy. Como si el grupo de la parroquia no la
mantuviera ocupada. Su casa se llenaba casi todas las tardes de señoras
entradas en años. Pero había algo más importante que eso.
—Mamá, puede que a Joni no le convenga quedarse con nosotros. Ya
sabes lo que piensa Witt.
—Witt no tiene por qué enterarse. Yo no voy a decírselo, ni tú
tampoco. Y tampoco creo que Hannah lo haga.
—Pero pensaba marcharme del pueblo —objetó Joni. Buscar trabajo
en otra parte.
Bárbara sacudió la cabeza.
—Ahora mismo no puedes irte. Seguramente tu madre necesitará que
la ayudes. Porque ya sabes quién va a ocuparse de Witt, ¿no? —Hardy
miró a Joni y notó en sus ojos una expresión asustada, como si fuera un
animalillo atrapado en una jaula—. Además —añadió Bárbara
juiciosamente—, las cosas no se arreglan huyendo. No te sentirás mejor ni
aunque pongas de por medio un continente entero. Tienes que estar aquí
cuando ese idiota de tu tío decida entrar en razón.
Joni sacudió la cabeza, pero no dijo nada más. Un rato después,
Bárbara regresó a la cama, dejando a Hardy y a Joni sentados a la mesa.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó él.
—Fatal. Tengo la sensación de estar complicándole la vida a todo el
mundo.
—A mí no —dijo él con suavidad.
—Sí, ya. Tú estás deseando que me quede aquí.
—Te he invitado, ¿no? —entonces hizo algo calculado para enojarla,
confiando en que ello disipara en parte la autocompasión en que Joni se
estaba hundiendo—. Haría lo mismo por un gatito extraviado.
Ella alzó la cabeza bruscamente y Hardy notó que sus ojos azules
brillaban. Por un instante lo asombró su parecido con Witt. Pero sólo por
un instante, porque a quien en realidad se parecía Joni era a Hannah y,
tras el arrebato, ella recuperó la calma.
—Eres un capullo, Hardy —era una frase de sus tiempos del instituto,
su forma de meterse con él por cualquier tontería.
Hardy le dio la misma respuesta que antaño.
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razones que me impulsaron a hacer lo que hice. Sabía que algo iba mal.
Algo… En fin, Hardy, hace doce años que ninguno de nosotros está del
todo bien. Puede que tenga que ver con el modo en que reaccionó Witt.
No sé. Sólo sé que… he estado contando el tiempo. Esperando, siempre
esperando. Moviéndome maquinalmente.
—Sí —él se sentía igual. Pasaba la mayor parte del tiempo actuando
como un autómata. Como si esa noche no hubiera muerto sólo Karen.
—En todo caso… —Joni sacudió la cabeza y se enjugó una lágrima
extraviada—, he conseguido que pasara algo. He conseguido que todo…
No sé. No es lo que esperaba que ocurriera. No pensaba que estaría a
punto de matar a mi tío.
—No creo que puedas culparte por eso, Joni. A nadie se le atascan las
arterias en diez minutos por enfadarse.
—Puede que no. Pero el estrés… Eso ha tenido que ver, Hardy. Así
que voy a marcharme. En cuanto encuentre trabajo en otra parte.
Hardy no sabía cómo hacerle cambiar de opinión, por más que lo
deseaba. El poco tiempo que habían pasado juntos desde que a ella se le
había ocurrido aquel absurdo plan le había hecho darse cuenta de que
seguía muy interesado en ella, de que todavía le gustaba muchísimo.
Claro, que eso poco importaba. No se la merecía. Nunca sería digno
de ella. Estaba demasiado carcomido por la culpa y por la certeza de que,
si no hubiera sido tan cobarde, Karen no se habría escapado con él esa
noche.
No quería ser una carga para nadie. Y Joni se merecía un corazón
completo, no sus restos maltrechos. Pero uno tenía derecho a soñar, y
soñar con Joni era fácil. Incluso en ese instante, cuando ella tenía los ojos
enrojecidos y la nariz atascada, seguía deseando abrazarla. Pero no tenía
derecho a tenderle los brazos sólo para satisfacer su deseo.
Recordó también, en un momento de cegadora lucidez, que ya no
conocía a Joni. Tenía su recuerdo, pero habían pasado doce años, por más
que su presencia le resultara cercana. No conocía en realidad a la mujer
en que se había convertido.
Todos aquellos pensamientos saltaban en su cabeza como pulgas,
haciendo que se olvidara de la Joni que estaba allí, sentada a su lado, en
aquel instante. Era una mala costumbre suya, enfrascarse en sus
pensamientos en medio de una conversación. No siempre había sido así,
pero desde que Karen…
Todo en su vida parecía girar en torno a aquel «desde que Karen»…
Cielo santo. Estaban todos como una cabra.
Pero Joni también parecía enfrascada en sus pensamientos.
Permanecía sentada con los antebrazos apoyados en la mesa y la taza de
cacao olvidada entre ellos, retorciéndose los dedos, ceñuda. Una retahíla
de emociones parecía cruzar su rostro tan rápidamente que Hardy no
lograba identificarlas. Estaba pensando en Witt, claro, en su ataque al
corazón. Y se estaba castigando por haberlo provocado en parte.
Hardy no podía reprocharle que se sintiera así. Seguramente la
dolencia de Witt llevaba gestándose largo tiempo, pero era probable que
el estallido de cólera hubiera precipitado el ataque. Hardy deseaba
tomarla de la mano y reconfortarla en silencio, pero temía pasarse de la
raya.
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Mierda. ¿Por qué le daba tantas vueltas? Joni era su amiga, aunque
hiciera mucho tiempo que no se trataban, y necesitaba un puerto donde
refugiarse de la tormenta. Ese era el único modo de considerar la
situación. Todo lo demás no eran más que ilusiones basadas en cosas
desaparecidas hacía mucho tiempo.
—Mira —dijo—, no tienes que decidir nada esta noche. Por la mañana
te vas a casa y hablas con tu madre. Ella conoce a Witt mejor que nadie, y
puede ayudarte a tomar una decisión.
Joni alzó la cabeza y lo miró con una expresión tan triste que Hardy
sintió una opresión en el pecho.
—¿Cuál es mi habitación?
—La de arriba, a la izquierda.
—Gracias —ella se levantó, pero se detuvo en la puerta de la cocina y
miró hacia atrás—. Ya sé lo que tengo que hacer. Debo marcharme. No
soporto más esta situación.
Luego se dio la vuelta y se fue. Y Hardy se quedó allí sentado,
preguntándose si no tendría razón, después de todo.
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Capítulo 8
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Capítulo 9
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secreto tanto tiempo. Witt y ella habían enviudado con sólo unos años de
diferencia. Debería habérselo dicho en cuanto los dos se vieron libres de
sus matrimonios. Debería haber permitido que fuera un verdadero padre
para Joni, en lugar de un simple tío. Y debería haber permitido que Joni
tuviera una relación más profunda con él.
Ahora, en medio de una crisis, estaba usando la verdad como
salvavidas. Eso no era justo para Joni. No era justo para nadie. Pero no
sabía qué otra cosa podía hacer.
Un par de horas después, Joni salió de casa sin decirle nada a su
madre. Pensó en montarse en el coche y conducir hasta que hubiera
puesto suficiente distancia entre ellas, pero al final decidió caminar.
El día era gris y el aire, escarchado y húmedo, amenazaba nieve, pero
aun así no hacía demasiado frío. Mientras subía y bajaba las calles de la
colina, seguía esperando que su mente se desentumeciera. Pasaba junto a
personas a las que conocía sin saludarlas. Algunas la paraban para
preguntarle si le pasaba algo. Ella les lanzaba una débil sonrisa y
contestaba que no se encontraba muy bien. Ellos le decían cuánto sentían
lo de Witt y la dejaban seguir su camino.
Perdió la noción del tiempo, de dónde estaba y de cuánto había
caminado, aunque en un pueblo tan pequeño no podía extraviarse. El día
discurría a su alrededor y ella ni siquiera lo notaba.
Se daba cuenta sólo en parte de que algo le pasaba, de que se había
cerrado sobre sí misma hasta quedar reducida a nada. Era como si
necesitaba esconderse en sí misma hasta que pudiera asumir las
revelaciones y el estupor de las últimas veinticuatro horas. Como si no
pudiera permitirse sentir nada por miedo a que sus emociones la
rompieran en mil pedazos.
Largo rato después se encontró de pronto con un pecho cubierto con
una parca que le bloqueaba el camino. Alzó la mirada de mala gana del
camino de gravilla cubierto de nieve por el que caminaba y se encontró
cara a cara con Hardy Wingate.
—Joni, ¿qué pasa?
—Nada.
—No me vengas con chorradas. Todo el mundo habla de que andas
por las calles como un zombi. Me ha llamado tu madre, a mí nada menos,
para pedirme que fuera a buscarte.
Joni parpadeó, sintiéndose todavía como si estuviera muy lejos y
Hardy le estuviera hablando desde el otro extremo de un túnel.
—¿Por qué?
—¿Por qué? Porque está preocupada. Porque la han llamado cien
veces preguntándole por ti. ¿Crees que nadie se ha dado cuenta? Esto es
un pueblo, Joni. No puedes andar por ahí aturdida durante horas sin que la
gente se preocupe.
—Estoy bien. Sólo estaba pensando.
—Ya. Y también te estás congelando. Sube en la camioneta.
Ella sintió algo de pronto, lo primero que sentía desde el sobresalto
de aquella mañana.
—¿Quién te has creído que eres para darme órdenes?
—Nadie. Pero por lo visto no sabes cuidar de ti misma. Ahora mueve
el culo y monta en la camioneta antes de que te quedes congelada.
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Él la miró.
—Da igual, ¿no crees? Aun así es un palo para ti.
—Sí —ella dejó escapar un suspiro tembloroso—. Nada es igual. No
me siento la misma. Siento… no sé lo que siento.
—Lamento que mi madre no esté aquí —dijo él—. A ella siempre se le
ocurre algo. Yo sólo… Demonios, Joni, estoy atónito. No sé qué decir.
—Yo tampoco —su boca tembló—. Todo me ha estallado en la cara.
Sólo se me ocurre pensar «uf».
Él asintió con la cabeza.
—Sí, «uf», y que lo digas —sacudiendo la cabeza, siguió paseándose
por la cocina, intentando asumir todo aquello. Intentando asumir el hecho
de que había invitado a su casa a otra hija de Witt. Aquello sí que era un
follón. ¿Cuándo vas a decírselo a Witt?
—Ahora no. Está demasiado grave.
—Creo que será mejor estar bien lejos de aquí cuando se lo diga.
—Si es que se lo dice —era extraño, pero, tras haberle dicho la verdad
a otra persona, casi sentía que el mundo volvía a estabilizarse un poco
bajo sus pies. Ya no se sentía tan abotargada. Pero nada, absolutamente
nada, volvería a ser como antes.
—Es asombroso —dijo lentamente— lo rápido que puede cambiar tu
vida para siempre. En un santiamén.
—Como cuando ese conductor borracho nos dio a Karen y a mí.
—Exacto —ya ni siquiera le importaba hablar de Karen. Ojalá lo
hubiera sabido antes.
Agarró la cuchara, tomó un poco más de sopa y le pareció que
empezaba a recuperar fuerzas. Iba a ponerse bien. Ya no lo veía todo tan
negro como esa mañana.
¿Qué había cambiado en realidad? Era todo lo mismo que hacía
veinticuatro horas. Sólo habían cambiado unas cuantas nociones acerca
de la realidad. Cosas pequeñas, de hecho.
Pero, mientras veía que su mano empezaba a temblar de nuevo y que
su garganta se cerraba hasta hacerle daño, comprendió que no iba a ser
tan fácil.
Las nociones acerca de la realidad eran esenciales. Y las suyas habían
quedado irremediablemente hechas añicos.
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RACHEL LEE FRÍO EN EL CORAZÓN
Capítulo 10
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repudiado a Joni.
Hannah suspiró, intentando disipar los pensamientos que giraban en
su cabeza como un enjambre de abejas furiosas. Lo hecho, hecho estaba.
Ella no podía cambiarlo. Ya sólo podía intentar arreglarlo lo mejor posible.
A eso de las tres, Witt empezó a removerse. Movió los brazos y luego,
de pronto, abrió los ojos como si el pánico se apoderara de él. Hannah oyó
el pitido del electrocardiograma y le agarró inmediatamente la mano.
—Witt, no pasa nada. Estás bien —se levantó y se quedó de pie a su
lado para que pudiera verla.
—Hannah —musitó él con voz rasposa.
—Estoy aquí, Witt. ¿Recuerdas lo que pasó?
—No…
—Tuviste un ataque al corazón, pero ya estás mejor. Vas a ponerte
bien.
Pero notó el miedo en su mirada y comprendió que no se pondría
bien. ¿Cómo iba a ponerse bien? Pasaría mucho tiempo antes de que
dejara de temer caerse muerto en cualquier instante.
—¿Qué día es?
—Domingo. El ataque te dio anoche. Son las tres de la tarde.
El asintió con la cabeza y cerró los ojos.
—El trabajo… Llama a Shep.
—Lo haré.
Él giró la cara hacia la pared y no volvió a hablar.
Y Hannah se quedó allí sentada largo rato, preguntándose cuánto iba
a costarle la cabezonería de aquel hombre.
Hardy, que no sabía qué hacer con una mujer abrumada por
problemas que él no podía resolver, llevó a Joni a su estudio para
enseñarle la maqueta de un edificio para el que iba a presentar un
proyecto. Para su alivio, a ella pareció interesarle la maqueta.
En realidad, le encantó.
—Es una casa de muñecas preciosa —dijo. No se había puesto a dar
saltos, pero aquélla era la mayor muestra de viveza que Hardy le había
visto desde que la recogiera en la calle unas horas antes.
—Esa es la idea —dijo—. Algunos se limitan a construir el exterior,
pero a mí me gusta que mis maquetas se abran para que el cliente se
haga también una idea del interior. Cuesta mucho más trabajo, claro, pero
merece la pena.
—¿También le hiciste una así a Witt?
Él asintió con la cabeza y señaló un rincón de la habitación.
—Ahí hay una copia de la maqueta que le hice. Anda, échale un
vistazo.
—A mí nunca se me habría ocurrido diseñar un hotel así —dijo ella
mientras tocaba una esquina de la maqueta con el dedo índice—. Nunca.
—Quería que se pareciera a uno de esos grandes hoteles antiguo. O
incluso a una enorme casa de huéspedes. Me parecía más acogedor.
—Me gusta.
Hardy retiró el taburete de su mesa de trabajo y se puso a pegar unas
láminas de madera en su nueva maqueta, fingiendo que trabajaba
cuando, en realidad, no le quitaba ojo a Joni. Estaba seriamente
preocupado por ella y no quería dejarla sola ni un segundo. El problema
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era cómo impedir que se quedara sola sin que se sintiera vigilada. Y, por
otra parte, a decir verdad, le aterraba tener de nuevo la vida de una de las
hijas de Witt en sus manos.
Intentaba convencerse de que se estaba poniendo melodramático,
pero, después de encontrar a Joni dando tumbos por las calles, le costaba
creérselo. Quería pensar que al final ella habría encontrado el camino a
casa, pero no estaba seguro de ello. Tenía la impresión de que no quería
volver a ver a Hannah ni a Witt. De modo que tal vez hubiera ido a casa de
una de sus amigas. Tal vez hubiera descubierto, a pesar de su estado de
estupor, que quería seguir viviendo. O tal vez no. Esa posibilidad seguía
teniéndolo en vilo.
Ella parecía entusiasmada con la maqueta, así que Hardy se relajó un
poco y procuró concentrarse en su trabajo.
—Hacer estas maquetas te costará un montón de trabajo, supongo —
comentó Joni, acercándose a otra.
—Me entretiene. Suelo hacerlas por las tardes y los fines de semana.
—¿Y eso?
—Si tengo algún trabajo entre manos, me paso casi todo el día
supervisando las obras y procurando que el trabajo no se pare. Así que
intento tomarme lo de las maquetas como un hobby.
Ella se acercó a su mesa y se sentó frente a él. —¿A qué te dedicas
exactamente?
—Soy arquitecto, y trabajo como contratista general, por cuenta
propia. Lo cual significa que hago los diseños, preparo los presupuestos y
luego presento ofertas de licitación. Si consigo el proyecto, contrato a
gente para que haga el trabajo y se encargue de las obras.
—Eso te mantendrá muy ocupado.
—Cuando tengo un encargo, sí. Ahora no tengo trabajo entre manos,
así que me sobra tiempo.
Ella asintió con la cabeza.
—Pero supongo eso no durará, ¿no?
Él se encogió de hombros.
—Puede que sí. Hasta ahora he estado saltando de trabajo en trabajo,
pero entre uno y otro siempre me quedo parado una temporada. Pero no
importa. El negocio se mantiene a flote. Y, si tuviera mucho más trabajo,
tendría que contratar a empleados fijos. Y no sé si quiero hacer eso
todavía.
—¿Porqué no?
El se encogió de hombros.
—Porque ahora lo controlo todo. No tengo que delegar en otros por no
tener tiempo para asegurarme de que las cosas se hacen bien.
—Entiendo. ¿Y no quieres agrandar el negocio?
—Tal vez, si hubiera mucho trabajo. Supongo que estaría bien si…
bueno, si alguna vez tengo familia —le lanzó una mirada de soslayo,
preguntándose cómo reaccionaría ella. Y, como le ocurría siempre que tal
posibilidad se le pasaba por la cabeza, se encontró pensando en Karen.
Como si su muerte hubiera significado también la desaparición de todo
aquello para él. Como si, de algún modo, la traicionara si se casaba.
¿Cómo demonios se le había metido aquella idea en la cabeza?
—No sueles salir con chicas, ¿verdad? —preguntó ella de pronto—.
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Desde… lo de Karen.
Hardy deseó soslayar la pregunta echándose a reír y diciéndole que
estaba loca. Pero, por desgracia, sabía que eso era inútil. Ella había dado
en el clavo al decir que se habían quedado suspendidos en el tiempo.
—Me siento culpable —reconoció finalmente, y pensó en lo estúpido
que sonaba aquello.
Pero ella asintió como si lo entendiera.
—Estamos enfermos, Hardy, ¿lo sabías? La mayoría de la gente ya lo
habría superado, habría conseguido seguir adelante con su vida.
Él deseó defenderse. O quizá, más bien, defenderla a ella. Sabía que
vivía metido en un cenagal, pero no veía razón alguna para que a Joni le
pasara lo mismo. Ella no conducía aquel coche. No había pensado en dejar
a Karen. Él tenía motivos de sobra para sentirse culpable, pero Joni no
tenía nada por qué disculparse.
—Yo sigo adelante con mi vida —dijo finalmente—, casi siempre.
Ella lo sorprendió esbozando una débil sonrisa.
—Sí, ya. Casi siempre. Es el resto lo que empieza a preocuparme. He
llegado a pensar que tal vez UIT sea la razón de que yo no haya podido
pasar página. Por como alimentaba su odio hacia ti, por dar por sentado
que yo tenía que evitarte para que ese odio se mantuviera fresco.
Él ladeó la cabeza sin asentir del todo.
—¿Y ahora que has roto el tabú?
La sonrisa de Joni se apagó por completo.
—No he conseguido nada bueno, ¿no? Lo cual, supongo, significa que
Witt siempre tiene razón. Si Karen le hubiera hecho caso, no estaría
muerta. Si yo le hubiera escuchado, no estaría ahora en el hospital. —a
Hardy no le gustó cómo sonaba aquello, pero no supo qué decirle para
convencerla de lo contrario—. Ojalá mi madre no me hubiera dicho que
Witt es mi padre —él asintió con la cabeza, dándole tiempo para continuar
—. No es sólo porque ahora ya no soy quien creía ser. No sé siquiera si eso
cambia algo. En parte creo que no significa nada para mí. Eso no cambiará
mi herencia genética, ni mi personalidad, ni el color de mi pelo.
—Sí, ya —dijo él suavemente, esperando a oír el resto.
—Pero sí que cambia mis sentimientos, Hardy. Y no me gusta cómo
me hace sentir. No me gusta lo que siento por mi madre. ¡Dios! No dejo de
pensar que ella también era infiel.
—¿Cómo que también?
—Mi padre la engañaba. Continuamente. Yo me enteré cuando tenía
más o menos once años. A veces lo notaba por cómo olía cuando volvía a
casa. El perfume de otra mujer. El cuerpo de otra mujer. Siempre esperaba
que mi madre dijera algo, pero ella siempre se callaba. Y, a los once años,
llegué a la conclusión de que ella también lo sabía. Pero nunca decía nada.
Hardy sintió que su pecho se encogía.
—Qué horror.
—Era… desconcertante. Yo sabía instintivamente que lo que hacía mi
padre estaba mal. No hacía falta que nadie me lo dijera. Y a veces me
enfadaba mucho, pero no podía decir nada. Tenía la sensación de que me
metería en un lío si lo hacía. Así que me callaba la boca. Y, durante mucho
tiempo, odié a mi padre.
Hardy deseaba tenderle los brazos, pero la maqueta estaba en medio.
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Tal vez fuera mejor así. Acercarse demasiado a Joni ponía en peligro la
poca tranquilidad de espíritu que había conseguido reunir al cabo de los
años.
—Luego me volví indiferente. Llegué a la conclusión de que no era
problema mío. Pero nunca le tuve mucho respeto a mi padre. Ahora…
ahora tampoco se lo tengo a mi madre. Puede que ella no le engañara
continuamente, como hacía él. Puede que lo de Witt fuera sólo una vez.
Pero Witt era el hermano de su marido. Y Witt… Dios mío, a veces es tan
estricto, y sin embargo fue capaz de acostarse con la mujer de su
hermano.
—Sí, suena bastante sórdido —dijo Hardy, intentando mantener un
tono neutral. Tenía la impresión de que lo mejor que podía hacer por ella
era dejarla hablar. Y tal vez, en algún momento, convencerla para que
fuera a terapia. Porque había sufrido profundas heridas, tan profundas que
no estaba seguro de que pudiera superarlas sin ayuda profesional.
Ella se levantó de la mesa y se puso a pasear por la habitación, entre
las mesas y los escritorios, sin lanzar siquiera una mirada por los amplios
ventanales que daban al jardín cubierto de nieve. A menudo, aquella vista
apaciguaba a Hardy. Pero ese día, no. Ese día componía únicamente un
gélido telón de fondo para el dolor de una amiga.
—Tal vez —dijo cuidadosamente— fuese un accidente.
—¿Un accidente? —su risa sonó áspera y amarga—. Uno no se mete
en la cama con alguien por accidente.
—Bueno, sí, me he expresado mal. Me refería a uno de esos arrebatos
de pasión. Uno de esos momentos en que se manda todo a paseo, en que
no se puede uno resistir, por la razón que sea. Puede que bebieran
demasiado. O puede que ocurriera y que desde entonces tengan
remordimientos.
—¿Y?
—Sólo digo que puede que tu madre no planeara conscientemente
engañar a tu padre. Puede que no quisiera hacerlo o… —vaciló y luego se
lanzó de cabeza—. O puede que lo hiciera en un momento de rabia, por
venganza.
Joni sacudió la cabeza, asqueada.
—No es tan difícil resistirse, Hardy. Yo he dicho que no muchas veces.
—¿Ah, sí? Puede que no hayas encontrado al hombre adecuado.
«¿Sabes?», se descubrió pensando mientras el silencio se apoderaba
de la habitación, «a tu edad ya deberías haber aprendido a morderte la
lengua». ¿Cómo demonios iba a disculparse por aquella metedura de
pata? Pero, antes de que pudiera decir nada, Joni lo miró fijamente,
enojada.
—¿Encontrar al hombre adecuado? Caramba, Hardy, pareces uno de
esos capullos que intentan ligar con una en los bares. No estoy hablando
de arrebatos hormonales, estoy hablando de amor y respeto.
—Claro, claro —dijo él, intentando apaciguarla.
—Los hombres sois todos igual que mi padre. Queréis algo y lo tomáis
sin pensar en los demás.
—Bueno, espera…
—Seguramente fue culpa de Witt —dijo ella—. Seguro que fue todo
culpa suya. Probablemente fue él quien sedujo a mi madre.
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nada, ¿cómo podía ver a Witt sin acordarse de Karen? Hardy, desde luego,
no podía.
Bárbara exhaló un suspiro y se dejó caer en una silla, junto a la mesa.
—Estoy agotada —dijo al cabo de un momento—. Me está costando
más de lo que pensaba recuperarme de la dichosa neumonía.
—Lo siento —dijo Joni suavemente. Estuvo muy enferma. Y yo no
debería estar aquí.
—No, quédate. No me molestas.
Joni alzó la cabeza.
—¿Cómo puede decir eso?
—¿Después de enfadarme tanto, quieres decir? —Bárbara se encogió
de hombros—. Los enfados no suelen ser eternos. Al menos, para mí. He
dicho lo que tenía que decir, y ya se me ha pasado.
—Ojalá yo fuera como usted.
Bárbara sonrió débilmente.
—Creo que te pareces un poco a tu tío —Joni se echó a llorar de
improviso, para horror de Bárbara—. Witt va a ponerse bien, ¿sabes? —
dijo, intentando reconfortarla—. Sólo ha sido un amago de infarto. Puede
que no le haga gracia renunciar a sus huevos con beicon en el bar tres
veces por semana, pero ya se acostumbrará.
—No es eso —dijo Joni, sin dejar de llorar—. No es eso. Es que… es
que acabo de descubrir que… que Witt es mi padre.
Bárbara se quedó atónita. No porque tales cosas le resultaran
inverosímiles, sino porque aquello le parecía muy impropio de Hannah
Matlock. Y Hardy… Enseguida se preguntó, aturdida, por qué se había
enfadado tanto su hijo por eso.
—Habrá… habrá sido un palo para ti, Joni.
Joni asintió con la cabeza.
Bárbara comprendió de pronto lo complicado que era todo. Karen era
la hermana de Joni. Witt era su padre. Su madre le había ocultado un
terrible secreto durante años. ¡Cuántas cosas debían de agolparse en el
corazón y la cabeza de Joni en ese instante! Sintió lástima por ella. No
podía saber lo que Joni estaba pensando, pero podía entender lo confusa y
dolida que debía sentirse.
—Vamos a hacer un poco de té —sugirió. El té era su remedio para
todo. Una taza de té, un par de galletas caseras, y todo tenía mejor
aspecto.
Joni la siguió sin decir nada, rompiendo únicamente su silencio para
ofrecerle ayuda. Bárbara le alcanzó la caja de galletas y le pidió que
pusiera unas pocas en un plato. Luego calentó un poco de leche en el
microondas.
Sirvió el té en las tazas de porcelana y se sentó junto a Joni,
esperando. No sabía a ciencia cierta qué esperaba, pero estaba segura de
que era Joni quien debía abordar la cuestión. Joni, sin embargo, guardó
silencio largo rato mientras se bebía el té. Al fin, con la segunda taza,
lanzó un suspiro y empezó a hablar.
—¿Cree que estoy exagerando?
—¿Exagerando? —repitió Bárbara, sorprendida—. No, creo que no.
Tiene que ser terrible para ti. Supongo que te hará preguntarte qué más te
han estado ocultando.
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—Joni…
—No, lo digo en serio. Lleva toda la vida ocultándome esto, y luego va
y me lo suelta al día siguiente de que a Witt le dé un ataque al corazón.
¿Por qué? ¿Para que me sienta peor aún? Como si no estuviera ya hecha
polvo.
—Puede que sólo intentara aferrarse a ti, darte una razón para que te
quedes, aunque Witt esté enfadado.
—Pues así no va a conseguirlo —los ojos de Joni se empañaron otra
vez—. Me siento utilizada, señora Wingate. Me siento como si Witt le
importara mucho más que yo a todo el mundo, incluyendo a mi madre.
Todo el mundo lleva años bailándole el agua. ¡Años! Cuando usted estaba
tan enferma en el hospital, hablé con Hardy unos minutos en la cafetería.
Pero se fue enseguida. ¿Por qué? Porque a Witt le habría sentado mal, si
se hubiera enterado. Cuando volví a casa y le dije a mi madre que había
hablado con él porque estaba preocupada por usted, lo primero que me
dijo fue que recordara lo que Witt pensaba de Hardy. ¿Qué le pasa a todo
el mundo?
—No lo sé —Bárbara no quería mentir, ni siquiera para reconfortar a
Joni. Pero tenía la impresión de que Joni apenas se estaba acercando al
meollo de lo que en realidad le ocurría. A fin de cuentas, Witt no podía
estar enfadado todo el santo día, hasta el punto de hacerle la vida
imposible a Joni. De todos modos, durante los últimos años su odio parecía
haberse suavizado en parte, siempre y cuando Hardy no se cruzara en su
camino.
No, tenía que haber algo más. Y Bárbara se preguntaba qué era.
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oídos. ¿Que Witt la culpaba a ella por estar viva? ¿Eso hacía? ¡Señor! Si en
ese momento hubiera podido echarle el guante a Witt Matlock,
seguramente habría estado a punto de matarlo. ¿Cómo podía ese hijo de
puta haberse pasado doce años haciendo que Joni se sintiera así? ¿Cómo
podía ser tan cruel?
—Joni…
—No importa. Pero acabo de darme cuenta de una cosa.
—¿De qué?
—De otra razón por la que mi madre me dijo que Witt es mi padre.
Todos estos años, he estado sintiendo que Witt deseaba que hubiera
muerto yo en lugar de Karen. Supongo que ella también lo sentía. Tal vez
incluso estaba convencida de ello.
—Pero ¿para qué crees que te lo habrá dicho?
—Tal vez para que supiera que, si yo hubiera muerto, Witt habría
perdido a una hija de todos modos.
—¡Jesús! —dijo él en voz baja, y tuvo que hacer un esfuerzo para no
cerrar los ojos por la angustia que de pronto sentía por Joni. De todos
modos, no podía cerrarlos. La tormenta estaba empeorando y la nieve
empezaba a acumularse sobre la carretera—. Cuando lleguemos a
Wetrock, voy a parar en algún sitio para que comamos algo. Luego
podemos decidir si queremos intentar volver a casa esta noche.
—Yo tengo que volver. Mañana trabajo.
—Seguramente escampará, pero voy a decirte algo, Joni. No pienso
matar a otra hija de Witt por una tontería.
Aquellas palabras parecieron impresionar a Joni. Hardy vio por el
rabillo del ojo que se envaraba un poco y que luego, al cabo de un
momento, volvía a relajarse.
—Está bien —dijo por fin—. De acuerdo. Pero recuerda que no soy su
hija de verdad. Me ha repudiado.
Aun así, seguía siendo la hija de Witt. Y lo único que Hardy quería era
llevarla a casa sana y salva para no tener que revivir aquella pesadilla.
Después de eso, se concentró en la conducción y dejó que los
kilómetros fueran pasando en silencio. Sólo los postes reflectantes de la
cuneta le permitían ver por dónde discurría la carretera. Por lo visto, su
esperanza de escapar a la tormenta dirigiéndose hacia el sur había sido un
fiasco. El tiempo parecía empeorar por momentos.
—Debí mirar el parte del tiempo —masculló cuando la nieve empezó
de pronto a girar en torbellino delante de él, cegándolo por un instante.
—Te dije que iba a haber tormenta.
—Sí, pero no esperaba que fuera tan fuerte.
—Está afectando a tres estados.
—Genial. A esto no se le ve el final.
—No, a menos que quieras conducir hasta el sur de Nuevo México.
Hardy se dio cuenta de que Joni no pretendía criticarlo. En realidad,
casi parecía estar bromeando. Incapaz de creerlo, le lanzó una mirada y
vio que estaba sonriendo. Una sonrisa débil, pero auténtica.
—Lo único que quería —comentó— era una taza de café lejos de los
ojos vigilantes y las incansables lenguas de Whisper Creek.
A ella se le escapó una breve risa.
—Pues esto parece más bien una expedición al Polo Norte.
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Capítulo 12
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Lo cual le recordó que tenía que llamar a su jefe para decirle que
seguramente mañana no iría a trabajar. Él se mostró comprensivo y, tres
minutos después, Joni se encontraba mirando de nuevo la tele e
intentando no pensar.
Pero pensaba de todos modos. Para su desesperación, recordó de
pronto una fantasía de sus años del instituto. Hardy y ella se quedaban
atrapados en medio de una tormenta de nieve. El modo en que quitaba a
Karen de en medio variaba. A veces, Hardy y ella iban de camino al
aeropuerto, a recogerla. Otras salían juntos a hacer un recado y Karen se
quedaba en casa porque tenía que hacer algo. Y entonces los pillaba la
tormenta. El coche se salía de la carretera. Cerca había una vieja cabaña
donde buscaban refugio, y encontraban suficiente madera para hacer un
fuego en la chimenea y algunas latas de conservas que podían comerse. Y
mientras estaban allí atrapados. Hardy descubría que estaba loco por Joni
y que quería estar con ella, en vez de con Karen.
En aquel entonces, esas fantasías parecían inofensivas por el simple
hecho de que Joni estaba segura de que nunca las haría realidad. A pesar
de que sentía atraída por Hardy, Karen era su prima y su mejor amiga.
Jamás habría hecho algo que pudiera perjudicarla. Pero, tras la muerte de
Karen, esas fantasías volvieron a asaltarla atrozmente, haciendo que se
sintiera como una mala persona y que se preguntara si haber deseado
quitar a Karen de en medio no habría tenido algo que ver con su muerte.
Era una idea supersticiosa, y lo sabía. Pero aun así no podía sacudirse la
mala conciencia.
Luego estaba Witt. A veces se preguntaba si se imaginaba aquella
mirada suya que parecía decirle: «¿Por qué tú estás aquí y Karen no?».
Witt nunca le había dicho nada parecido, pero ella lo sentía de todos
modos. Lo sentía con tanta fuerza que le hacía sufrir.
Y encima la había repudiado. Dios. Aquel hombre, que había llorado
inconsolablemente a su hija durante doce años, a ella la había arrojado de
su lado como si le importara tan poco como una servilleta de papel usada.
Era doloroso. Y no quería pensar en ello.
Se oyó un toc toc en la puerta que comunicaba las habitaciones. Joni
pensó un instante en hacerse la dormida, y luego decidió que era una
tontería. ¿Qué había de malo en charlar un rato con Hardy? Él nunca había
expresado el más mínimo interés en ella, quitando el propio de un amigo.
Se levantó y abrió la puerta.
—Siento molestarte —dijo él—, pero estoy aburrido. En la tele no hay
nada. Así que he pensado que a lo mejor no te importa prestarme una
revista o un libro…
Joni sintió que se ponía colorada.
—¡Ay, lo siento! Me había olvidado por completo —no recordaba que
se había llevado las revistas y los libros a su habitación—. Pasa. Están
encima de la mesa.
—Ojalá hubiera comprado una baraja de cartas —dijo Hardy, entrando
en la habitación—. Pero no se me ocurrió.
—No importa.
Él se acercó a la mesa y eligió una revista. Pero no salió
inmediatamente. Se quedó allí parado, con la revista en la mano, mirando
a Joni.
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no lo hacían. Tal vez ésta sea la razón. Puede que se sientan demasiado
culpables. O puede que mamá no quiera decirle la verdad después de
haber guardado el secreto tanto tiempo. No sé. En cualquier caso, eso no
hace que me sienta mejor. En aquella época era distinto. Estaban
engañando a alguien a quien supuestamente querían.
Él asintió.
—Sí, así es. Pero también eran más jóvenes.
—Han conseguido mantener las manos quietas más de veintiséis
años. Así que ¿qué les pasó entonces?
—Tal vez deberías preguntárselo.
Joni sacudió la cabeza inmediatamente.
—De eso nada. No quiero saberlo. No quiero volver a ver a ninguno de
los dos.
Si Hardy no la creía, al menos tuvo el buen sentido de callárselo. Joni
se tumbó sobre las almohadas y fingió mirar la televisión. ¿Preguntarle a
su madre? Primero tendría que helarse el infierno. No quería conocer los
sórdidos detalles. No quería saber nada de aquel asunto.
—¿Hardy?
—¿Mmm?
—¿Qué pensaba Karen de Witt?
El vaciló un momento.
—Bueno —dijo finalmente—, tú eras su mejor amiga. ¿Qué te decía a
ti de él?
—Muy poco. Seguramente porque era mi tío. ¿Qué te decía a ti?
—Bueno…, decía que se aferraba a ella demasiado desde la muerte
de su madre. Decía que a veces sentía que la asfixiaba. Supongo que por
eso, en parte, salía conmigo en vez de hacerle caso.
Joni echó la vista atrás, intentando recordar.
—Yo creo que la agobiaba un poco. Pero seguramente no tanto como
ella pensaba. Witt había perdido a su mujer y a su hermano. Supongo que
le daba mucho miedo perderla a ella también.
—Puede que sí. Yo entonces era demasiado joven para darme cuenta
de esas cosas —Hardy se hundió un poco más en las almohadas. La serie
de televisión había pasado al olvido. Me parecía autoritario y poco
razonable. Pero no sé si yo habría hecho lo mismo en su lugar.
Ella lo miró con curiosidad.
—¿Siempre eres tan generoso?
Hardy se encogió de hombros.
—Intento ser justo.
—¿Justo? Él no ha sido justo contigo.
—Eso no significa que yo no pueda serlo.
Lo cual, pensó Joni, era una afirmación profunda que ella había
perdido de vista últimamente. Una afirmación que debía recordar.
—Eres muy bueno, Hardy.
Para sorpresa de Joni, él se puso colorado. Al verlo, ella sintió un
hormigueo y sonrió. Comprendió de pronto que no estaba acostumbrado a
los cumplidos, y le pareció un poco triste.
Luego él pareció concentrarse de nuevo en la tele, y Joni fijó su
atención en la pantalla, fingiendo que la veía. Quería darle un respiro a
Hardy para que se repusiera de su azoramiento.
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—¿Es eso lo que crees que debería hacer? ¿Ganar más dinero?
La pregunta pareció sorprender a Joni.
—No, claro que no. Es sólo que me preguntaba por qué. Tú tenías una
salida.
—Tú también.
—Cierto —suspiró ella, y cerró los ojos—. Yo volví porque… —vaciló—.
¿Sabes?, la verdad es que no sé por qué volví. Antes me decía que era por
mi madre.
—Sí, yo también. No quería que Bárbara se quedara sola, y tampoco
quería desarraigarla. Por lo menos eso era lo que me decía.
—Sí, exacto —ella abrió los ojos otra vez y se apartó el pelo de la cara
—. Todo tiene que ver con Karen, ¿sabes? Es por esa sensación de que
hay un asunto pendiente. Al menos para mí. Pero supongo que Witt ya le
ha puesto punto y final, ¿no? —se levantó de la cama de un salto—. Voy a
lavarme un poco la cara. Luego supongo que deberíamos preparar algo de
cena.
Antes de que él pudiera decir nada, Joni desapareció en su habitación.
Él se volvió de nuevo hacia la ventana y abrió de par en par las cortinas.
Mientras contemplaba las fauces de la tormenta, pensó en lo que ella le
había dicho.
Sí, era un asunto pendiente lo que le había hecho volver. Pero no se
trataba de Karen. Ni de Witt. Ni siquiera de su madre.
Sino de Joni.
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Capítulo 13
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Bárbara Wingate.
—Imaginaba que estarías ahí —dijo Bárbara—. Llevo toda la tarde
intentando localizarte en casa.
El miedo se apoderó del corazón de Hannah.
—¿Y Joni…?
—Joni está bien. Pero te llamaba por eso. Hardy y ella se quedaron
atrapados por la tormenta en Wetrock. Están en un motel. Hardy quería
que te avisara.
—Gracias —la invadió una oleada de alivio, una cálida y suave brisa
primaveral.
Bárbara siguió hablando, indecisa.
—Joni me contó lo ocurrido.
Hannah cerró los ojos, sintiendo una oleada de vergüenza.
—¿Sí?
—Sólo quería que supieras… que haré lo que pueda para convencerla
de que hable contigo.
—Eso es muy generoso de tu parte —muy generoso de parte de una
mujer cuyo hijo había sido durante años el objeto del odio del tío de Joni.
No, de su padre.
—No se trata de generosidad —dijo Bárbara afectuosamente—. Yo
también soy madre. Joni va a quedarse con nosotros mientras tanto, así
que no tienes que preocuparte. Yo cuidaré de ella. Sólo espero que Witt no
se entere.
«Yo también», pensó Hannah cuando colgó tras darle las gracias a
Bárbara. «Yo también».
Witt no había movido ni un solo músculo. No mostró interés alguno
por saber quién había llamado. Hannah se preguntaba cuánto tiempo
duraría aquello y qué podía hacer para levantarle el ánimo. Era normal
deprimirse después de sufrir un ataque al corazón, pero rara vez había
visto una depresión tan profunda como la que parecía estar atravesando
Witt.
Era casi la hora de cenar, de modo que fue a prepararle un plato de
sopa y un sándwich de pavo. El sándwich no iba a gustarle mucho, con
sólo una pizca de mostaza y sin mayonesa, ni tampoco la sopa de
verduras de sobre baja en calorías. Él prefería la sopa de almejas.
Luego, claro, estaba el problema de hacer que se lo comiera. Ya ni
siquiera quería probar bocado.
Por un instante, Hannah sintió un arrebato de exasperación que
estuvo a punto de sacarla de quicio. Consiguió sofocarlo, sin embargo,
convencida de que no le hacía ningún bien ni a él, ni a ella, ni a nadie.
Como Witt parecía pegado a su sillón, abrió frente a él una mesa
plegable de madera y le puso delante la sopa, el sándwich, una cuchara y
una servilleta. Luego regresó a la cocina para llevarle un vaso de agua.
Más tarde prepararía té; era una de las pocas cosas que Witt parecía
dispuesto a probar. Cuando regresó al cuarto de estar, él seguía sin
moverse. La comida estaba intacta y Witt continuaba mirando por la
ventana los remolinos de nieve.
—Witt, tienes que comer.
—No tengo hambre.
—Pues lo siento. Tienes que comer, a no ser que quieras volver al
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hospital.
—¿Porqué?
Hannah se sentía tan aliviada porque hubiera dicho algo que pensó
en buscar una respuesta conciliadora. Finalmente, decidió decirle lo que
pensaba.
—Oh, no sé. ¿Porque estoy harta de estar en el hospital,
preocupándome por ti? ¿Porque no te recuperarás si no empiezas a
cuidarte?
—No voy a recuperarme.
—A este paso, no, desde luego —Hannah se colocó delante de la
ventana, obstaculizándole la vista—. Mira, has tenido un amago de infarto.
El músculo cardíaco ha sufrido algunos daños, pero no hay de que
preocuparse. Puedes vivir veinte o treinta años más, así que será mejor
que decidas si quieres pasarlos en esa silla o si quieres recuperar tu vida
normal.
El no contestó, pero se incorporó y miró la comida.
—¿Qué demonios es esto? —preguntó, señalando la sopa.
—Sopa de verduras.
—Ya sabes que a mí sólo me gusta la sopa de marisco de Nueva
Inglaterra.
—Demasiada grasa.
El dejó escapar un bufido de fastidio y se recostó en el sillón.
—No tengo hambre.
—Cómete el puñetero sándwich, Witt.
Hannah salió del cuarto de estar con la cabeza alta y los hombros
erguidos. Unos minutos después, se asomó a la puerta y vio que Witt se
estaba comiendo el sándwich. Menos mal.
Una preocupación menos. De momento. Aunque, claro, eso podía
cambiar en un santiamén.
Regresó a la cocina y puso a hervir el agua para el té. Tal vez debiera
contratar a una enfermera a tiempo parcial para que la ayudara. Porque
ella ya no era joven. Porque estaba demasiado unida a Witt como para
sacudirse fácilmente su depresión y su mal humor. Y porque, tras sólo tres
días, empezaba a sentirse agotada, no tanto física como psíquicamente.
Pero no quería contratar a nadie. Tenía que ser capaz de ocuparse de
Witt. De todos modos, no le exigía cuidados constantes. Sólo estaba
deprimido y malhumorado. No era para tanto. Y seguramente a ella no se
lo habría parecido, de no ser por sus problemas con Joni. Aunque sonara
fatal, tenía la sensación de que Witt era un gran impedimento para que
pudiera reconciliarse con su hija. Si él no la hubiera repudiado, tal vez
para Joni hubiera sido más fácil aceptar la verdad.
Aunque la verdad era horrorosa. Hannah lo sabía, y había llevado
sobre sí la pesada carga de sus remordimientos durante veintiséis años,
desde la noche de locura en la que concibió a Joni. Desde que afrontó el
hecho de que no era mejor que Lewis. Y no lo era, realmente. Ella podía
haber sucumbido a la tentación sólo una vez, y Lewis muchas, pero eso
sólo era una cuestión de grado. Le había sido infiel a su marido y, para
colmo, con su propio hermano.
Aquella amarga convicción había permanecido enterrada en su alma
casi tres décadas, pero nunca había dejado de lacerarla. Suponía que a
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Witt también le hacía sufrir, aunque nunca habían vuelto a hablar del
asunto, ni siquiera cuando, al enviudar, pudieron hacerlo libremente.
Witt era un hombre cabal. Terco algunas veces, pero cabal. Siempre
hacía lo que creía correcto, aunque el resto del mundo pensara que estaba
equivocado, como en el caso de Joni. Tenía que haber sido muy duro para
él saber que había sido infiel con la esposa de su hermano.
Por eso ninguno de los dos había vuelto a hablar del tema. Por eso no
habían buscado una relación más íntima cuando fueron libres para
hacerlo.
Luego estaba Joni. Hannah se preguntaba a veces si Witt intuía que
era hija suya. Seguramente no. Joni colaboró en el engaño naciendo un
par de semanas antes de lo previsto. Y Witt no tenía por qué saber que
Hannah no se acostaba con Lewis desde hacía más de dos meses. Lewis sí
lo sabía, claro, pero nunca dijo nada de la inesperada llegada de Joni.
Nunca preguntó nada. Tal vez porque tenía mala conciencia. Cuando ella
por fin reunió valor para decirle que estaba embarazada, él se limitó a
asentir y dijo:
—Qué bien.
No le hizo ni una sola de las preguntas que ella tanto temía.
Seguramente porque aquello lo liberara. Fuera como fuese, había sido un
buen padre para Joni, a la que había tratado con tanto amor, atenciones y
cuidados como si fuera carne de su carne. Ciertamente, había sido mejor
padre que esposo. Hannah suponía que ello se debía a que le gustaban
mucho los niños. Lewis había hablado alguna vez de tener una gran
familia. Luego parecía haberse conformado con Joni.
Hannah pensaba a veces en eso y se preguntaba si, de no haberse
quedado embarazada de Joni, habrían arreglado su matrimonio y tenido
muchos hijos. Ya no había modo de saberlo, porque, para empezar, aún no
entendía qué había salido mal. Ignoraba si Lewis había empezado a
acostarse con otras por culpa suya o de él, o de los dos. Pero era fácil
culparse a sí misma. Llevaba muchísimo tiempo haciéndolo.
Ahora se preguntaba si habría cometido otro gran error al contarle la
verdad a Joni. Sabía, no obstante, que Joni era más comprensiva que Witt.
No mucho, a veces, pero sí lo suficiente.
Hannah estaba asistiendo al desmoronamiento de su familia por culpa
de la terquedad de un solo hombre. ¿Por qué no iba a usar todas las armas
que tenía a su disposición para impedir que Joni o Witt hicieran algo
irrevocable?
Sólo deseaba poder decírselo a Witt. Pero era demasiado arriesgado.
Sí, él había superado el amago de infarto, pero si se alteraba podía subirle
la tensión, así que, durante un tiempo, al menos, Hannah tenía que
procurar que estuviera tranquilo. Y, de momento, eso parecía significar
que ignorara a su hija.
Hannah casi odiaba a Witt por ello. Pero aquel odio no podía ser real,
por más que ella quisiera. Podía enfadarse con él, insultarlo y decirle que
era un viejo cascarrabias, pero no podía odiarlo. Ni abandonarlo.
Tenía que confiar en que Joni acabaría entrando en razón y estaría
dispuesta a hablar de nuevo con ella. Pero, viendo a Witt, empezaba a
preguntarse si su hija sería capaz de perdonarla.
A Joni se le ocurrió una idea descabellada. Por lo menos, eso dijo. La
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tormenta había apagado la televisión por cable, que tampoco era muy
entretenida que digamos, así que buscó una hoja de papel barato con el
membrete del hotel, escribió el alfabeto y recortó las letras.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Hardy.
—Una ouija.
—Será broma.
—No. Es una idiotez, lo admito, pero es divertido.
—Mmm.
Ella alzó la mirada de la mesa redonda situada junto a la ventana.
—¿Te estoy asustando?
—¡Claro que no! Pero me parece una tontería.
—Claro que sí. Pero aun así es divertido.
—No creo que se pueda hablar con fantasmas —le gustaba, sin
embargo, verla casi feliz. Bueno, quizá sería mejor decir contenta. La
felicidad estaba muy lejos del alcance de ambos en ese momento.
—Yo tampoco —Joni se recostó en la silla y la luz de la lámpara hizo
brillar sus ojos azules. Ardí podía oír cómo se estrellaban los cristales de
nieve en la ventana, tras ella—. Pero es divertido. Es una tontería, se ríe
uno un rato, y ya está.
Hardy seguía sintiéndose inquieto. Tal vez fuera más supersticioso de
lo que pensaba. Paseó la mirada por la aséptica habitación del motel y
pensó que aquél no era el escenario propicio para que se apareciera un
fantasma. Luego se preguntó por qué demonios se le ocurría aquella idea.
El nunca pensaba en aquellas cosas.
Joni sonreía y parecía contenta, canturreaba suavemente y estaba
más animada de lo que la había visto en doce años. Si aquello la alegraba,
aunque fuera por una hora, él se aguantaría y dejaría de lado sus
supersticiones.
Los recuadros en los que estaban escritos las letras tenían los bordes
irregulares porque Joni había tenido que rasgar el papel sin tijeras. Joni los
colocó cuidadosamente en círculo sobre la mesa y puso en medio unos
recuadros en los que ponía sí y no. Luego colocó junto a ello un vaso de
agua, boca abajo.
—¿Ya está? —preguntó él. ¿Por qué sentía un cosquilleo en la nuca?
—Sí —parecía bastante inofensivo—. Sí, ya sé —dijo ella,
malinterpretando su indecisión. Es un juego de chicas. Pero te prometo
que no se lo diré a nadie.
Aquello acabó de decidir a Hardy.
—Ni se me había ocurrido pensar en eso.
—¿No? Entonces, ¿por qué tienes esa cara de susto?
Él apartó una silla y se sentó.
—Vale, vamos a jugar. ¿Qué hay que hacer?
—Hay que poner los dedos con cuidado sobre el vaso, así —hizo una
demostración. Apenas hay que tocarlo. No se puede empujar.
—De acuerdo —se sentía como un chiflado allí sentado, con las
manos suspendidas sobre el vaso—. ¿Y ahora qué?
—Pregunta algo, cualquier cosa.
Ahora sí que se sentía tonto. ¿Hacerle una pregunta al aire? ¿Qué
clase de pregunta? ¿Qué se le podía preguntar a un vaso vacío y vuelto
del revés?
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después, al ver que el vaso permanecía inmóvil. Abrió la boca para hacer
un comentario chistoso, pero en ese momento el vaso empezó a
deslizarse rápidamente alrededor de la mesa, tocando una tras otra las
letras. Joni tenía un cuaderno a su lado e iba anotando cada letra.
ELMEJOR. El vaso dejó de moverse.
—El mejor —leyó Joni en voz alta.
—Eso es muy vago.
—Sí —sus ojos brillaron—. Tenemos un subconsciente muy sabio.
—O muy astuto. Me pregunto si nos dará la misma respuesta si
preguntamos por el resultado de las próximas elecciones.
—Seguramente. Es una tabla muy sexista.
Él se echó a reír.
—¿Quieres probar? Tal vez tenga el buen sentido de contestar el
mejor o la mejor.
—Seguramente, después de lo que he dicho.
Se tomaron un descanso para ir a por unos refrescos y Hardy abrió
una bolsa de patatas.
—¿Sabes? —dijo mientras masticaba—, sería mejor que tuviéramos
una lista de preguntas. Así, a bote pronto, no se me ocurre ninguna.
—A mí tampoco —admitió ella.
—¿Qué hacíais las chicas cuando jugabais a esto?
—Siempre jugábamos cuando nos quedábamos a dormir en casa de
alguna amiga, y éramos por los menos seis. Y siempre preguntábamos
cosas del tipo «¿le gusto a fulanito?», «¿con quién me casaré?», «¿me
llevará no sé quién al baile de promoción?». Cosas de chicas.
—Bueno, ya es un poco tarde para preguntar quién va a llevarte al
baile de promoción.
—Y no pienso preguntar con quién voy a casar.
—Yo tampoco —no quería que su subconsciente le jugara una mala
pasada—. Así que necesitamos preguntas de adultos.
Ella agarró una patata y se la comió pensativamente.
—No quiero hacer preguntas serias.
—Yo tampoco.
—Sólo tonterías que nos hagan reír.
—Vale —pero Hardy se dio cuenta de que ninguno de los dos parecía
tener prisa por retomar el juego, ni siquiera Joni, que había pasado largo
rato haciendo las letras. El viento, cada vez más fuerte, sacudía la
ventana. Hardy retiró la cortina y echó un vistazo fuera, pero sólo vio una
neblina blanca.
—Qué mala pinta —dijo Joni. No recuerdo ninguna tormenta así —ella
también retiró la cortina y miró fuera—. Ojalá hubiera traído la ropa de
nieve. Sería divertido salir un rato fuera.
—Me parece que hace demasiado viento.
Ella asintió.
—Seguro que la nieve me llega hasta las caderas. No sé si mañana
podremos salir de aquí —corrió la cortina y se quedó mirando a Hardy. Y él
sintió de pronto que el aire se ponía denso y caliente. Por un instante, le
pareció que casi no podía respirar. Pero entonces ella apartó la mirada y
todo volvió a ser como antes—. En fin —dijo Joni. Este juego no es tan
divertido como recordaba.
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furia.
Hardy sacudió la cabeza, refrenando las ganas de abrazarla.
—Eso no lo sabes. Nadie lo sabe. Porque nadie le ha dado la
oportunidad de reaccionar.
—Yo sé muy bien cómo reaccionaría —ella soltó una risita amarga.
Hardy deseaba en parte contradecirla; le parecía que estaba sacando
conclusiones precipitadas. Pero en parte sabía también que no podía
hacerlo. Witt no le había dado motivos para pensar que tenía capacidad
para perdonar. Así que sería mejor que cerrara el pico.
Deseaba profundamente poder ayudar a Joni de algún modo, pero,
dado que no tenía una varita mágica, suponía que no podía hacer gran
cosa, salvo escucharla. Y tal vez importunarla un poco.
—Puedes hablar con tu madre —le recordó—. Seguramente estará
hecha polvo porque la hayas dado de lado.
Joni dejó caer un hombro en un gesto infantil, pero Hardy no hizo caso
y esperó a que dijera algo.
—Puede ser —dijo ella por fin—. Pero ¿para qué?. No voy a
perdonarla. Engañó a mi padre. Con su hermano.
—Eso es muy duro de aceptar, pero ¿no me dijiste que él también la
engañaba?
—La engañaba constantemente. Tal vez porque descubrió que ella lo
engañaba a él. ¿Cómo voy a saberlo? ¿Y qué importa, de todas formas? Un
error no se remedia con otro.
—Supongo que no —Hardy notaba que estaban llegando a un callejón
sin salida, pero no quería pisar el freno todavía—. Pero eso fue hace
muchísimo tiempo, Joni. Tienes que perdonarla.
Ella se giró y lo miró con los ojos enrojecidos.
—¿Muchísimo tiempo? Olvidas que yo acabo de enterarme. Hardy.
Para mí es como si hubiera ocurrido ahora mismo.
Aquello Hardy no podía negárselo. La indiscreción de Hannah podía
haber tenido lugar hacía un cuarto de siglo, pero para Joni era algo
completamente nuevo.
—Lo siento.
Ella sacudió la cabeza y fijó de nuevo la mirada en la nieve.
—No lo sientas. Tú estás siendo razonable y yo no. Ahora mismo me
resulta muy difícil ser razonable.
—Está bien.
—¿Sabes? —dijo ella—, en parte me gustaría salir ahí fuera, a la
tormenta, y desaparecer.
A él casi se le paró el corazón. —No digas eso.
—Oh, no voy a hacerlo. No pienso darles esa satisfacción —suspiró y
otra lágrima se deslizó por su mejilla—. Lo siento, Hardy. Quería que lo
pasáramos bien esta noche, y no ser un muermo. Pero eso es lo que soy,
un muermo.
—Eso no es verdad. Lo que pasa es que estás pasando por un mal
momento.
—¿Y qué? Eso no significa que tenga que pasarme gimoteando todo el
santo día —pero mientras decía la última palabra su voz se quebró, y las
lágrimas empezaron a correr por sus mejillas. Se llevó las manos a la cara
—. Dios, esto es horrible. Tengo la sensación de haber perdido todo lo que
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Capítulo 14
Hardy iba a besarla. Tenía en ese instante una mirada que dejaba sin
aliento a Joni, que la envolvía en una malla de deseo y anhelos y
expulsaba de su mente cualquier otro pensamiento.
Ella no se merecía aquello. No tenía derecho a ello. Los
remordimientos comenzaron a filtrarse en su cabeza y se deslizaron a lo
largo de sus nervios, recordándole que Hardy había pertenecido a Karen.
Pero ello no bastó para que se apartara. Estaba tan cerca de él que
podía sentir sus músculos firmes, el calor de su cuerpo… y su creciente
deseo. Tan cerca que notó que él se tensaba infinitesimalmente, como si
dudara.
Iba a apartarse. Joni sintió que su corazón entonaba una triste
canción, pero consiguió dominarse para no agarrarle de la camisa y
aferrarse a él. «Esto no puede ser… no puede ser…» Una vocecilla
susurraba aquella cantinela en su cabeza, sirviendo de coro a los deseos
que la embargaban. Aquello estaba mal por muchos motivos, y él tenía
que saberlo tan bien como ella. La sensatez le decía que se apartara. Pero
el ansia la mantenía clavada en el sitio.
Un suave suspiro escapó de los labios de Hardy. Luego él entornó los
ojos y, casi con reticencia, bajó la cabeza. Sus labios se tocaron. Con
suavidad, como la caricia de un copo de nieve, pero también con el ardor
del sol tropical. El aliento de Hardy olía levemente a patatas fritas y a cola,
o tal vez fuera el de ella; Joni no lo sabía. Sólo sabía que su alma había
enmudecido como si llevara siglos esperando aquel instante, aquella
caricia, aquel beso.
Los labios de Hardy eran como terciopelo, suaves y cálidos, y, pese a
la suavidad de sus caricias, embelesaban a Joni del mismo modo que
habría hecho un beso más profundo y ávido. Era un beso persuasivo,
indeciso, que buscaba la respuesta de Joni sin exigirla. Era como navegar
por un río apacible a sabiendas de que, más adelante, aguardaban los
rápidos.
El corazón de Joni bombeaba deseo líquido a través de ella,
despertaba a la vida cada terminación nerviosa de su cuerpo, encendía en
ella chispas y un leve fulgor. Nunca había imaginado que una caricia tan
delicada pudiera avivar hasta tal punto sus sensaciones. O tal vez
estuviera atrapada en una fantasía muy antigua y se estaba dejando
arrastrar por una quimera.
No lo sabía, pero pronto dejó de importarle. Los brazos de Hardy se
cerraron a su alrededor y la estrecharon de tal modo que comprendió
cuánto la deseaba él. Su beso se hizo más hondo, más firme, mientras su
lengua saboreaba los labios de ella.
Joni lo deseaba. Y de pronto ya no parecía importarle que aquello sólo
pudiera causarles dolor y decepción, que sólo pudiera avivar la ira de Witt.
¿Por qué pensaba siquiera en Witt? La había repudiado, y su opinión
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ganas de llorar. Unos instantes antes, Hardy había estado dentro de ella, y
el nunca se había sentido tan feliz. En ese momento, sin embargo, le
parecía que nunca había sido tan desgraciada.
—Hasta mañana —dijo, sujetando torpemente el bulto de la ropa.
Luego cerró la puerta que comunicaba las habitaciones. Y echó la llave.
Karen, pensó amargamente al tirar la ropa sobre la cama, Karen.
Siempre Karen. Ella y su prima, ¡su hermana!, se parecían un poco. Quizá
lo suficiente para que Hardy pensara que le estaba haciendo el amor a
Karen. Tal vez él se había dejado llevar por aquella fantasía mientras ella
se dejaba llevar por la suya. O quizá, simplemente, se sentía culpable.
¿Por qué no? Ella, por su parte, sentía de pronto que había ultrajado el
recuerdo de Karen.
Intentó convencerse de que aquello era absurdo mientras se daba
una ducha caliente para borrar cualquier indicio de Hardy, incluso su olor.
Karen llevaba muerta mucho tiempo. Ella ya no importaba. La gente
moría, y los demás seguían con su vida y forjaban nuevos lazos. Hardy
estaba en su derecho a hacerlo, y ella también.
Pero temía que no fuera eso lo que estaba haciendo Hardy. Y temía
también lo que diría Witt. Porque, aunque la hubiera repudiado, era de
temer que le dijera lo que pensaba de ella.
Y lo cierto era que no tenía ni pizca de ganas de hacerle más daño a
Witt. Lo quería, aunque él no la quisiera a ella.
Se deslizó lentamente hasta el suelo de la ducha y, mientras el agua
caliente le golpeaba la cabeza, lloró en silencio.
Dios, ¿qué había hecho?
Hardy se sentía como si lo hubiera atropellado un buldózer. Se quedó
mirando fijamente la puerta cerrada entre las dos habitaciones y el
chasquido de la cerradura resonó en su corazón como un toque de
difuntos.
¿Qué había pasado? Había estado allí tumbado, poseído por la más
deliciosa dicha, y había abierto la boca para decirle a Joni lo bien que se
sentía, pero, justo en ese momento, ella se había vuelto para mirarlo.
Debería haber mantenido la boca cerrada. Hasta el momento en que su
voz había roto el silencio, ella parecía sentirse a gusto con él. Debía de
haberla sobresaltado. Pero eso no excusaba el que ella hubiera saltado de
la cama diciendo «No deberíamos haberlo hecho».
¿En qué había metido la pata? ¿Le habría hecho daño? Recordó paso
a paso su encuentro, intentando buscar la clave de lo ocurrido a través del
fulgor neblinoso que se aposentaba sobre su cerebro.
No, no le había hecho daño, de eso estaba seguro. Ni creía que su
orgasmo hubiera sido fingido. Así que ¿qué mosca le había picado a Joni?
El era consciente de que no deberían haberlo hecho. No hacía falta
que ella le dijera que hubiera sido más sensato no darle un mordisco a la
manzana. Él lo sabía perfectamente. Había demasiados problemas,
demasiados recuerdos, demasiados remordimientos.
Aunque él no se sentía especialmente culpable. Por más que lo
sorprendiera, no tenía la sensación de haber traicionado a Karen. Esta vez,
no. ¿Cómo iba a ser de otro modo? Karen había muerto hacía mucho
tiempo. Él ya no le debía nada. Por lo menos, en aquel aspecto.
Era un hombre de treinta años con perfecto derecho a amar a quien
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quisiera. Daba igual que se sintiera culpable por lo que había ocurrido con
Karen. Se sentía culpable, de hecho, y seguramente se llevaría aquella
cruz a la tumba. Pero eso no significaba en absoluto que tuviera que
renunciar a su vida.
Así que, ¿qué cable se le había cruzado a Joni? La conocía lo
suficiente como para saber que se movía por impulsos, y que algunos de
sus arrebatos, poco meditados, acababan afligiéndola. Se preguntaba si
debía intentar hablar con ella, y decidió que seguramente era demasiado
pronto.
Fuera lo que fuese lo que había pasado, confiaba en que lo que la
había impulsado a huir no fuera culpa suya. Él no era un donjuán, pero
intentaba ser un amante considerado. Procuraba asegurarse de que su
pareja disfrutaba. Quizás ese fuera el problema. Tal vez Joni se sintiera
culpable por haber disfrutado. Tal vez, con todo lo que le estaba pasando,
se sentía fatal por haberlo pasado bien.
Podía ser.
Hardy se quedó mirando la puerta cerrada y se preguntó cómo iba a
soportar un día más aquel espantoso silencio.
Al final, no tuvo que aguardar tanto tiempo. Por la mañana, cuando se
despertó, la tormenta había languidecido y ya sólo caían algunas ligeras
ráfagas de nieve. A las diez, el dueño del motel fue a decirles que había
oído que las carreteras estaban bastante despejadas entre Wetrock y
Whisper Creek.
Hardy aprovechó la oportunidad para llamar a la puerta de
comunicación y decirle a Joni que podían irse a casa. Aunque de poco
serviría, pensó, irritado. Ella seguiría estando bajo su techo cuando
llegaran allí, a no ser que decidiera irse a casa de alguna amiga.
Hardy sabía, sin embargo, por qué no lo había hecho desde el
principio. Todas sus amigas tenían marido e hijos, y poco espacio.
Además, se recordó, él había insistido en que se quedara en su casa.
De pronto deseaba no haberlo hecho. La frialdad de Joni era ya
bastante terrible cuando emanaba del otro lado de una puerta cerrada. En
casa, resultaría intolerable.
Diez minutos después, Joni se reunió con él. Tenía los ojos tan
enrojecidos y parecía tan cansada como él. Antes de salir para meterse en
el coche, Hardy intentó animar un poco el ambiente.
—Lo siento, si anoche te hice daño —dijo un tanto indeciso.
—No me hiciste daño —ella ni siquiera lo miró, se limitó a pasar a su
lado, rozándolo, y se dirigió hacia el coche.
Hardy se dio por vencido y la siguió. Los del motel había despejado a
duras penas el aparcamiento con una bomba quitanieves, pero aun así
Hardy tuvo que quitar medio metro de nieve de las ventanillas y del capó,
y usar la pala de emergencia para retirar los ventisqueros que se habían
formado alrededor de las ruedas. Joni aguardaba sin decir nada. Hardy
estuvo a punto de lanzarle una pulla, pero se mordió la lengua. ¿Qué
sentido tenía?
Al fin se montaron en el coche y salieron rugiendo del aparcamiento.
—¿Sabes? —dijo él mientras subían por la colina—, sería agradable
que me dijeras por lo menos por qué estás enfadada conmigo.
—No estoy enfadada contigo —pero no dijo nada más, y dejó a Hardy
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perjudican.
Él la miró con enojo, pero Hannah le sostuvo la mirada.
—Yo —dijo él— voy a seguir viviendo como he vivido siempre.
—¿Sabes, Witt?, eres un incordio —mientras hablaba se dio cuenta de
algo: Witt reaccionaba con ira a todo lo que escapaba a su control. Sí, era
un incordio, pero sólo porque parecía tener una única respuesta cuando se
sentía infeliz. Y en ese momento no estaba realmente enfadado por la
comida. Lo que estaba era asustado.
—Pues déjame en paz —dijo él.
—No seas idiota. Estás asustado, lo sé, y estarás más asustado aún si
te dejo solo.
El la miró con furia, pero no dijo nada más. De pronto se extendió
entre ellos un silencio profundo. Hannah sintió que estaba conteniendo el
aliento, esperando algo, aunque no sabía qué.
En medio de aquel silencio sonó el teléfono. Era un teléfono viejo, y el
timbre era alto, ensordecedor. Witt se sobresaltó y Hannah dio un
respingo. Pensó por un instante en hacer caso omiso, pero el teléfono
seguía sonando. Dándose la vuelta, lo descolgó bruscamente.
—¿Diga?
—¿Hannah? Hannah, soy Sam Canfield. Tienes que venir a urgencias.
—¿Joni? —el miedo atenazó su corazón.
—Ha tenido un accidente de tráfico. No parece tener lesiones serias,
pero está inconsciente.
Hannah no esperó a oír nada más. Dejó caer el teléfono en su sitio y
se dirigió al porche.
—Hannah —dijo Witt—, ¿qué pasa con Joni?
—Tengo que ir al hospital. Ha tenido un accidente.
—Voy contigo.
Ella se volvió hacia él.
—¿Ah, sí, Witt? ¿Ah, sí? La repudiaste, ¿recuerdas? Tú ya no tienes
nada que ver con ella.
—Voy a ir de todos modos.
Ella no dijo nada y comenzó ponerse las botas y la parca con gesto
amargo. De todos modos, no tenía sentido discutir, se dijo tristemente.
Witt era más duro de mollera que un bloque de cemento. Y Joni parecía ir
por el mismo camino.
Lo único que Hannah sabía en ese momento era que tenía el corazón
tan helado como aquel día de enero.
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Capítulo 15
—Dios, cómo odio las salas de urgencias —dijo Sam Canfield, que
estaba sentado en una de las incómodas sillas de la sala de espera,
enfrente de Hardy. Desde que murió mi mujer, no puedo entrar en un
hospital sin acordarme de aquello.
Hardy asintió con la cabeza, aunque estaba tan preocupado por Joni
que no le quedaba sitio para pensar en nada más.
—No hace falta que te quedes, Sam. Sólo tengo unos arañazos.
Sobreviviré.
—Puede ser. Si es que Witt no se presenta con Hannah. ¿Y cuál crees
tú que es la posibilidad de que eso ocurra?
Hardy no quería pensar en eso. Podía imaginarse perfectamente
cómo reaccionaría Witt. Aunque, de todos modos, no le importaba lo que
dijera o pensara aquel hombre. Ya se estaba golpeando mentalmente a sí
mismo con un bate de béisbol por haber pensado siquiera en volver a
montarse en un coche con una hija de Witt Matlock. Dios Todopoderoso,
necesitaba un psiquiatra.
Y Joni… Dios. Se sentía bastante mal por retener allí a Sam, pero
aquél era su único modo de tener noticias de Joni. Los médicos eran así de
raros. Si no eras familia directa del paciente, no te decían nada.
—No ha sido culpa tuya, Hardy —dijo Sam por enésima vez.
—Es culpa mía que ella estuviera en mi coche.
—¿Desde cuándo es eso un crimen? —bufó Sam—. Tú no provocaste
el accidente. Estaba claro como el agua lo que pasó. Lo que has hecho ha
sido impedir que os matarais los dos. Ese puñetero coche iba demasiado
deprisa. Si os hubiera dado de frente, os habría matado.
Hardy se limitó a sacudir la cabeza. Había oído el mismo rollo cuando
murió Karen. Que si no era culpa suya. Que si el otro conductor iba
borracho y se fue directo hacia ellos… Sí, ya. Eso era lo que había pasado.
Pero no pasaba ni un solo día sin que se preguntara qué podía haber
hecho para impedirlo. Y lo mismo le pasaría con aquel accidente.
Dios, si alguna vez volvía a montar a una Matlock en su coche, se
rebanaría el pescuezo.
—Es mi karma —se oyó decir.
Sam alzó las cejas.
—¿Tú crees en esas cosas?
—Empiezo a creer.
Sam movió un poco la cabeza, dubitativo.
—Puede que sólo sea mala suerte.
—Es lo mismo.
—Puede ser —Sam suspiró, se echó hacia atrás y cerró los ojos—. No
sirve de nada, ¿sabes?
—¿El qué?
—Pensar en qué podrías haber hecho. No sirve absolutamente de
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nada. Yo he pensado tantas veces en lo que podría haber hecho el día que
murió Bonnie, que ya no sé si recuerdo bien lo que ocurrió de verdad.
Cuando uno mira hacia atrás, siempre cree tenerlo todo muy claro. El
problema es que todas esas cosas que crees que podrías haber hecho no
se te ocurrieron en su momento.
—Supongo que no —pero eso no aliviaba su sentimiento de culpa.
Sam miró su reloj.
—Es hora de darles un rato la murga a las enfermeras, a ver si me
dicen algo —dijo—. No te muevas de ahí.
Como si Hardy fuera a irse a alguna parte, como no fuera a colarse en
la sala de curas para exigir ver a Joni. Con lo cual seguramente sólo
conseguiría que lo echaran del hospital.
Sofocó un gruñido de desesperación, se inclinó hacia delante y apoyó
la cabeza entre las manos. Había tenido más suerte que Joni, él sólo tenía
unos cuantos hematomas y un inmenso dolor de cabeza. Debería haber
sido él quien estuviera allí dentro, inconsciente, y no Joni.
Joni… Su nombre resonaba dentro de él, rebotaba en las paredes que
intentaba levantar en torno a su corazón. Recordaba su imagen la noche
anterior, cuando habían hecho el amor. Recordaba cómo cada uno de sus
suspiros parecía difundir un cálido aliento que alcanzaba los rincones más
recónditos de su espíritu. Recordaba cómo había huido de él.
Alzó la cabeza y pensó que podía ponerse a leer una de las revistas
que había encima de la mesa, para distraerse, para dejar de lacerarse por
cosas que no debería haber hecho y que nunca olvidaría.
Dios. Sólo había tenido dos accidentes en toda su vida, y en los dos
se había visto implicada alguna de las hijas de Witt. Tenía que ser su
karma.
—¿Hardy? —Sam volvió a entrar en la sala de espera—. Está
despierta. Me he puesto un poco pesado, y puedes pasar a verla. Es la
tercera puerta, a la izquierda.
Hardy se disponía a salir de la sala, pero se detuvo de pronto.
—¿Cómo está?
—Parece que está bien. Van a tenerla en observación esta noche, por
la conmoción, pero parece que no tiene nada grave.
Hardy no esperó más. Salió de la sala y, caminando lo más rápido que
podía, recorrió el corto pasillo y traspuso las puertas batientes de la zona
de curas de urgencias. Enseguida encontró a Joni.
La cabecera de su cama estaba un poco levantada, y ella tenía la
cabeza apoyada sobre una almohada. Tenía una vía conectada al brazo,
pero Hardy supuso que eso no significaba gran cosa. Seguramente era
parte del protocolo rutinario.
Ni siquiera parecía especialmente pálida, aunque no tenía tan buen
color como de costumbre. Aun así, sus labios, un poco entreabiertos,
seguían siendo rosados. Su pelo largo y moreno, desparramado sobre la
almohada, necesitaba un buen cepillado, pero seguía siendo hermoso.
Hardy pensó que, en realidad, nunca le había parecido tan guapa.
Se acercó a la cama con paso vacilante. No quería molestarla si
estaba dormida, pero necesitaba oír su voz. Lo necesitaba
desesperadamente.
Ella pareció notar su presencia, abrió los ojos y lo miró con fijeza.
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—Hardy…
La alegría y el alivio se apoderaron de él en igual medida. Cruzó en
dos zancadas la distancia que los separaba y la tomó de la mano
suavemente. —¿Cómo te encuentras?
—No muy mal. Me duele la cabeza, y tengo un enorme chichón donde
me golpeé contra la ventana. Por lo menos, eso me han dicho. Yo no me
acuerdo de nada. ¿Tú qué tal estás?
—Tengo un par de arañazos. Nada serio.
—Bien —ella suspiró, le apretó la mano y cerró los ojos unos
segundos. Recuerdo que el otro coche empezó a patinar, pero no recuerdo
nada más.
—Seguramente es mejor así. Algunas cosas es mejor no recordarlas,
como los momentos de puro terror.
Ella dejó escapar una leve risa.
—Sí, ya.
Hardy cedió a un impulso que estaba intentando refrenar desde que
la había visto tendida en la cama, y se inclinó y la besó suavemente en la
frente.
—Dios, cuánto me alegro de que estés bien. Estaba muerto de miedo.
—Sólo ha sido una conmoción cerebral —ella suspiró y se volvió hacia
él de modo que sus caras quedaron separadas por escasos centímetros.
No dejan que me vaya a casa hasta mañana. Aunque, de todos modos, no
tengo casa.
—Conmigo siempre tendrás un techo, Joni. Siempre —era una
promesa precipitada, pero se sentía compelido a hacerla. Le pareció que
ella contenía el aliento, pero tan levemente que no podía estar seguro.
¿Qué podía importar, de todos modos? Seguramente sólo la había
sorprendido.
—Gracias, Hardy. Pero no puedo abusar de ti eternamente.
—Puedes abusar de mí lo que quieras.
Los ojos azules de ella se abrieron un poco más y escudriñaron su
cara como si buscaran una especie de confirmación.
—Gracias —repitió, pero Hardy notó que vacilaba.
Qué demonios, pensó, no era eso lo que ella quería oírle decir. Claro
que no. Lo de la noche anterior había sido un gran error. Ella se lo había
dicho.
Sintiéndose como si se estuviera metiendo donde no lo llamaban, se
apartó hasta quedar de pie junto a la cama. En ese momento, Hannah y
Witt irrumpieron en la habitación. Witt lo miró con furia.
—¡Tú!
Hardy sintió que algo dentro de él se encogía, formando un nudo
protector, mientras su mente y sus emociones intentaban devolverlo a la
noche, ya lejana, en la que Karen murió. Pero ya no tenía dieciocho años.
No era el mismo. Joni no estaba muerta. Y Witt sólo era un hombre
asustado y enfermo.
—Sí, yo —le dijo a Witt, intentando mantener un tono tranquilo, a
pesar de que sintió que su mandíbula se tensaba.
—Witt, por favor —dijo Hannah con firmeza—. Joni… —pasó junto a
Witt y se acercó a la cama, al otro lado de Hardy—. Cariño —dijo con voz
temblorosa—, ¿estás bien?
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—Sí, muy bien, aunque me duele la cabeza, y tengo que pasar aquí la
noche —la voz de Joni, a diferencia de la de su madre, era fría y distante.
Como si le estuviera hablando a una extraña.
Hannah dio un respingo.
—Eso está bien.
—Tienes suerte de estar viva —dijo Witt desabridamente—. ¿Cómo se
te ocurrió montarte en un coche con este hombre?
El semblante de Joni se crispó.
—¿Y a ti qué te importa? —preguntó—. Me repudiaste, ¿recuerdas? Y,
además, no ha sido culpa de Hardy. Seguramente estoy viva sólo gracias a
él.
Witt abrió la boca y se puso colorado, pero antes de que pudiera
hablar, la voz de Hannah cruzó la habitación como el restallido de un
látigo.
—¡Ya basta, Witt!
—¡Salid de aquí los dos! —dijo Joni—. Me avergüenzo de vosotros.
Gran escena de reconciliación, pensó Hardy, inquieto. Deseaba saber
qué podía hacer o decir para arreglar la situación, pero era consciente de
que no tenía derecho a intervenir. Sabía, además, que Witt se tomaría a
mal cualquier cosa que dijera. Cualquier cosa. Dios, qué lío.
Una enfermera entró en la habitación.
—¿Quién está dando voces? Todas las visitas fuera de aquí ahora
mismo.
—No —dijo Joni—. Quiero que Hardy se quede. Ésos dos pueden irse.
Witt apenas miró a Joni cuando Hannah lo tomó del brazo y lo condujo
fuera de la habitación. Pero sí miró a Hardy, y su expresión parecía decir
que tenía una cuenta pendiente que arreglar con él y que ya se las verían
más tarde.
Hardy descubrió de pronto que estaba deseándolo. La última vez que
se había enfrentado de verdad a Witt tenía dieciocho años y estaba
asustado y dolido. Su encontronazo en la ferretería, unos días antes, no
contaba en realidad. Sí, tenía muchas cosas que echarle en cara a Witt, y
aquél era tan buen momento como otro cualquiera.
—Hardy…
Él miró a Joni.
—¿Qué?
—No dejes que te afecte. Es un viejo mezquino.
En otra época, Hardy habría estado de acuerdo con ella, pero en ese
momento no tenía ánimos para darle la razón.
—No es mezquino, Joni. Tiene miedo.
—¿De qué? —ella empezó a mover la cabeza y luego hizo una mueca
—. Ay, qué dolor de cabeza.
Él tomó de nuevo su mano y se la apretó suavemente.
—Tiene miedo de perder todo lo que le importa, incluida tú.
—¿Yo? ¡Pero si me repudió!
—Estaba enfadado. Y asustado.
—¿Asustado de qué?
—De que te enfadaras tanto por cómo reaccionó cuando descubrió lo
de mi oferta para que dejaras de hablarle. Tenía miedo porque lo que
hiciste dejaba bien claro que estabas harta de su actitud. Por eso se te
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adelantó.
Joni se quedó pensando unos minutos y finalmente dejó escapar un
suspiro.
—Me duele tanto la cabeza que no puedo pensar en eso.
—Pues déjalo para otro momento. Pero te doy un consejo. Habla con
tu madre.
—No puedo.
El suspiró y se inclinó un poco hacia ella, clavándole la mirada.
—¿Sabes, Joni?, eres una mujer maravillosa. Pero también eres una
niña mimada. ¿No crees que ya va siendo hora de madurar? —luego, antes
de que ella pudiera decir una palabra, se inclinó un poco más y la besó
suavemente en los labios—. Vendré a verte mañana. Ahora, necesitas a tu
madre.
Entonces, como si no fuera una de las cosas más duras que había
hecho nunca, salió de la habitación.
Dios, no podía creer lo que le había dicho. Ahora seguramente Joni no
querría volver a verlo ni en pintura. Y, por alguna extraña razón, no creía
que pudiera soportarlo.
Hardy encontró a Hannah en la sala de espera. Witt no estaba por
ninguna parte.
—¿Dónde está Witt? —preguntó.
—Lo mandé a casa. ¿Por qué? ¿Es que quieres pegarte con él? —su
tono no era desafiante, sino simplemente curioso.
—No, es que me ha extrañado no verlo. Bueno, yo me voy. ¿Por qué
no entras a ver a Joni?
Hannah dio una palmada a la silla, a su lado. Tras un instante de
vacilación, él se sentó. Hannah dijo suavemente:
—¿Te ha dicho por qué está tan enfadada conmigo?
Hardy deseaba en parte mentirle para ahorrarle el mal trago, pero
nunca se le había dado bien mentir, y de todos modos rara vez se sentía
inclinado a ello.
—Sí.
Ella asintió y bajó la mirada un instante.
—¿A ti qué te parece?
—¿A mí? ¿Y qué más da lo que piense yo?
—Puede que tú influyas en la opinión de Joni.
Él no lo había considerado desde ese punto de vista.
—Bueno, si quieres que te diga la verdad, a mí me importa un bledo
—lo cual no era estrictamente cierto. Cuando se paraba a pensarlo, la idea
de haberse liado con otra hija de Witt lo ponía enfermo. Pero eso no
significaba que su opinión sobre Hannah hubiera cambiado—. Quiero decir
que los humanos somos humanos. Todos hacemos cosas de las que luego
nos avergonzamos. Cosas que otras personas no entienden. Pero lo que yo
piense no importa.
—Puede que sí importe —dijo ella enigmáticamente, pero antes de
que él pudiera preguntarle qué quería decir, añadió—. Ojalá Joni me dejara
explicarme. Supongo que no tengo excusa, pero sí tengo razones.
—Lo cual es mejor que tener excusas. Le he dicho que debía hablar
contigo. ¿Por qué no entras? Puede que por fin esté dispuesta a
escucharte.
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Witt sin pedirle permiso a Joni. Así que, ¿qué había conseguido? Había
intentado que Joni no diera por definitivo el rechazo de Witt. Pero lo único
que había conseguido era complicar más las cosas.
Cielo santo. Todo era culpa suya. Debería haberle dicho la verdad a
Witt hacía años, cuando Joni era pequeña, y todo habría sido distinto.
—¿Hannah? —oyó una suave voz de mujer y al abrir los ojos vio a
Martina Escobar, una enfermera a la que conocía desde hacía años—.
¿Estás bien?
—Sí —mintió—. Sólo estoy un poco cansada.
Martina sonrió.
—¿De cuidar a Witt Matlock? No hace falta que me lo jures. Menudo
es. Pero tu hija está bien.
—Lo sé —le devolvió la sonrisa a Martina y se incorporó—. Puedo
verla, ¿no?
—Si me ayudas a mantenerla, puedes quedarte toda la noche.
El desenfado de Martina hizo aflorar una leve risa a los labios de
Hannah. —Eso está hecho. Unos instantes después, se hallaba de pie en el
umbral de la habitación de Joni. Era una habitación privada, posiblemente
porque Joni era empleada del hospital. Su hija tenía la cara vuelta hacia la
ventana oscurecida.
El corazón de Hannah se encogió tan dolorosamente que se quedó
parada en la puerta, asaltada por sentimientos tan fuertes que casi
resultaban insoportables. Por primera vez comprendió plenamente lo que
había ocurrido. Joni podía haber muerto en el accidente. Podía haber
muerto sin volver a sonreírle.
Hannah habría dado cualquier cosa por ver de nuevo aquella alegre
sonrisa. Cualquier cosa. Por desgracia, ignoraba cómo conseguirlo. Y,
aunque tuviera alguna idea, no habría sabido si confiar en ella. Todos sus
intentos de proteger a quienes amaba parecían acabar en desastre.
Entró por fin en la habitación, pero Joni no mostró signos de notar su
presencia. Siguió mirando fijamente la ventana. Hannah sintió una aguda
punzada de angustia.
—Joni…
—¿Qué? —preguntó, irritada.
—¿Qué tal tu dolor de cabeza?
—Mejor —pero no se volvió para mirar a su madre.
—Me alegro —Hannah se acercó a los pies de la cama—. Eres igual
que Witt —dijo, intentando mantener un tono desenfadado. Desde que
salió del hospital, no hace más que refunfuñar —no hubo respuesta. Una
oleada de angustia y temor comenzó a apoderarse del corazón de Hannah
—. Bueno —dijo, procurando parecer alegre—, me han dicho que puedo
quedarme toda la noche y ayudar a mantenerte despierta.
—No veo por qué tengo que estar despierta —dijo Joni en tono
petulante.
—Porque has tenido una conmoción severa. Tienen que vigilarte. Si
dejan que te quedes dormida, puede que te despiertes muerta.
Había elegido cuidadosamente sus palabras, y sintió una leve
punzada de alivio al ver que la boca de su hija se curvaba hacia arriba
levemente.
—Nadie se despierta muerto —dijo Joni, menos irritada.
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con el tiempo pudiera conseguir que Joni la perdonara; pero luego estaba
Witt. Witt era muy terco, y Hannah podía imaginarse su ira. Y su negativa
a perdonarla. Pero, por el bien de él y de Joni, tenía que contárselo en
cuanto le pareciera buen momento.
Pero no aún. En el fondo sentía que primero tenía que arreglar las
cosas con Joni.
—Mamá…
—¿Por qué no os habéis casado Witt y tú?
Hannah no sabía qué contestar a eso.
—No estoy segura de que tengamos esa clase de relación.
—Pero la chispa estaba ahí.
—De eso hace mucho tiempo.
—Aun así, os queréis. Se os nota.
Hannah suspiró.
—No sé. Puede que los dos nos sintamos culpables por lo que pasó.
Puede que eso lo estropeara todo.
Joni suspiró y giró la cabeza un poco, apartando la mirada.
—La gente es tan estúpida…
—La gente comete errores. Así es como se aprende. Yo no lo llamaría
estupidez.
—Seguramente tienes razón. Creo que tiendo demasiado a ver las
cosas en blanco y negro.
—Eso nos pasa a todos cuando somos jóvenes. Lo peor de hacerse
mayor es que todo empieza a tomar un tono gris opaco.
—Tú no eres tan mayor.
Hannah sonrió y dijo:
—Algunas veces me siento más vieja que esas montañas de ahí fuera.
Joni guardó silencio unos minutos. Justo cuando Hannah empezaba a
preguntarse si se había quedado dormida, preguntó:
—¿Has sido feliz alguna vez, mamá?
—Estoy bastante contenta.
—No te he preguntado eso. Te he preguntado si has sido feliz. No es
lo mismo.
Hannah no sabía qué responder. ¿Feliz? Para ella, eso siempre había
sido lo mismo que estar conforme con su vida. Pero para Joni no, y,
pensándolo bien, ella también era consciente de que había uña gran
diferencia.
—He sido feliz a veces —dijo por fin.
—Pues yo no te recuerdo feliz. No recuerdo haberte visto nunca como
si te sintieras en la cima del mundo.
—Ése es un lugar muy difícil de alcanzar.
—Puede ser —Joni frunció el ceño—. Yo quiero ser feliz. No me refiero
a ser feliz como una loca. Pero no quiero estar sólo contenta. También
quisiera tener un poco de dicha.
Hannah asintió. No tenía valor para decirle a su hija que estaba
pidiendo la luna. La vida no permitía que la gente se sintiera dichosa
mucho tiempo, ni muy a menudo. Pero, en cuanto se le ocurrió aquella
idea, se dio cuenta de que era un error pensar así. ¿De veras había
permitido que las desilusiones la amargaran hasta aquel punto?
—Mamá, ¿cómo fue tu niñez? Nunca hablas de ella.
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de todos modos.
—Sí —Joni se removió en la cama y tomó otro sorbo de 7up—. No
hace falta que te quedes conmigo, mamá. Va a ser una noche muy larga.
—Quiero quedarme.
—Gracias.
Cayó de nuevo el silencio, pero ya no parecía tan frío como antes.
Hannah se aferró a la idea de que Joni no se estaba enfadando con ella,
sino que, por el contrario, intentaba que se sintiera mejor. Pero Hannah
tenía algo más que decirle.
—Cariño, siento haberte hecho daño.
Joni asintió con la cabeza y se quedó mirando un rato por la ventana.
—Estaba dolida —dijo finalmente. No es que hayas intentado hacerme
daño a propósito, claro. Pero aun así… estaba dolida. Porque las cosas
habían cambiado. Es como después de un terremoto, cuando todo queda
torcido y resquebrajado. Eso era lo que parecía haber pasado con mi vida.
—Ya me lo imagino.
—Y luego estaban las dudas. Por ejemplo, ¿cuánto de lo que creía
saber era cierto? Me sentía casi como si no tuviera ningún asidero.
Hannah asintió con la cabeza.
—Sí, lo comprendo.
—Pero supongo que… Bueno, no es como si mi padre fuera un
extraño. Es el tío Witt. Aunque, ahora mismo, claro, no me cae muy bien.
—Ahora mismo, a mí tampoco.
Joni levantó las cejas.
—¿En serio?
—En serio —dijo Hannah con franqueza—. Es un coñazo —Hannah
rara vez hablaba así, y a Joni se le escapó la risa—. Bueno, es la verdad —
dijo Hannah—. Te repudió por una tontería, por pasarle la oferta a Hardy.
—Pensaba que a ti también te parecía mal.
—Bueno, sí, porque me parecía que ante todo tenías que ser leal con
Witt. Pero ¿qué mal habías hecho? Bastaba con que rechazara el proyecto.
No hacía falta que te repudiara.
—No sé, mamá. Fui muy impulsiva. Estaba enfadada porque… Bueno,
espero que no pienses que soy cruel y desconsiderada, pero Karen lleva
mucho tiempo amargándonos la vida. Ni siquiera la muerte de papá afectó
tanto a mi vida como la de Karen. O, al menos, no por tanto tiempo. Hay
algo… algo que no está bien en todo esto.
Hannah suspiró.
—Creo que ya hemos hablado de esto, cielo, pero tienes que entender
que perder a un hijo es muchísimo peor que perder a una esposa o a un
amigo. Es como si el alma se revolviera por completo, porque parece algo
contra natura.
—Puede ser. Pero eso no justifica ese odio que arrastra Witt, ni el
hecho de que lo use para controlarme a mí.
—A ti no te controla. Lo que pasa es que no quiere que te relaciones
con Hardy.
—Pero Hardy antes era mi amigo, mamá. Y Witt nunca lo ha tenido en
cuenta, ¿no crees? En cualquier caso, no es culpa suya que me sienta
ensombrecida por Karen. O no del todo, al menos —Hannah quería
preguntarle por eso, pero antes de que dijera nada, su hija añadió—. Así
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que Witt te ha estado dando la tabarra desde que salió del hospital, ¿eh?
—Oh, sí. Está imposible, pero creo que es porque está asustado.
—Puede ser. Aunque cuesta trabajo imaginarse a Witt asustado.
—Eso es porque, cuando se asusta, siempre se enfada.
—Bah, hombres —suspiró Joni con fastidio.
Hannah se encogió de hombros.
—Ellos son distintos.
—A veces. Pero Hardy, no lo es. Bueno, la verdad es que Hardy es
especial en muchos sentidos.
—¿Ah, sí?
—Sí. A mí, por ejemplo, me escucha de verdad —su rostro se
ensombreció un poco—. Aunque, claro, me ha dicho que ya va siendo hora
de que madure.
Hannah no dijo nada, aunque en parte estaba de acuerdo con Hardy.
Joni tenía sólo veintiséis años, era joven todavía. Ciertamente, lo bastante
joven como para ver las cosas en blanco y negro, meterse de cabeza en
situaciones que no entendía del todo y no estar dispuesta a dar su brazo a
torcer.
Sin embargo, incluso desde la perspectiva que le proporcionaba su
edad, a Hannah aquello no le parecía mal del todo. En cierto modo
envidiaba la pasión y la entrega de su hija, aunque también era consciente
de que Joni necesitaba moderarse un poco.
Pero los comentarios de Joni acerca de Hardy eran interesantes por
otras razones. Hannah sospechaba que, en sus tiempos del instituto, Joni
había estado enamorada de Hardy, a pesar de que él salía con Karen.
Nunca se lo había dicho, y Joni nunca había hecho nada al respecto, pero
aun así era evidente, para Hannah al menos, que su hija sentía algo más
que simple amistad por Hardy.
Se preguntaba si Joni se sentía culpable por eso y si ésa era la razón
de que hubiera decidido ponerse del lado de Witt, abandonando a Hardy a
su suerte. Tal vez. Pero no sabía cómo preguntárselo sin molestar a Joni.
En cuanto a la idea de que Karen había ensombrecido las vidas de
todos ellos… Sí, Joni tenía razón en eso. Pero el único responsable de ello
era Witt. Y Hannah no podía reprocharle a su hija que intentara liberarse,
aunque se preguntaba por qué Joni no había tomado el camino más fácil y
se había marchado sin más.
Aquella idea la hizo pensar de nuevo en Hardy. Por lo visto, Joni
seguía sintiendo parte de aquel antiguo enamoramiento. Tal vez su amor
se hubiera renovado últimamente. No sería de extrañar. Pero ¡qué lío se
armaría si Witt se enteraba! Y Hannah, que se sentía extraordinariamente
agotada, no sabía si podría soportar un nuevo disgusto. Sin embargo, no
era a ella a quien correspondía decidirlo. Joni, a fin de cuentas, haría lo
que se le antojara.
En lugar de indagar en el asunto, potencialmente peligroso, de Hardy,
Hannah volvió a lo que más le preocupaba.
—¿Lo entiendes mejor ahora, cariño? ¿Crees que podrás perdonarme?
—No me corresponde a mí perdonarte —dijo Joni—. Pero… tengo que
pensarlo, mamá. Todavía no estoy segura.
A Hannah le dio un vuelco el corazón.
—¿Porqué?
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—Dios mío.
—Sí. Eso complicaba mucho las cosas, francamente.
—¿Se lo habías dicho ya?
—No —él sacudió la cabeza con firmeza—. Iba a decírselo cuando la
dejara en casa. No quería decírselo estando por ahí, en cualquier parte, y
que no tuviera dónde ir, si quería marcharse.
—Así que nunca lo supo —Joni empezó a sacudir la cabeza, y luego
hizo una mueca—. Dios mío.
—Eso me convierte en un auténtico cerdo, ¿no crees? Me lo pasaba
muy bien con Karen, pero… —no se atrevía a decirle toda la verdad—.
Sabía que no era amor.
—¡Pero ella estaba enamoradísima de ti!
—Eso creía ella. Durante una temporada, yo también creí estar
enamorado de ella. Pero era un amor de mentirijillas, Joni. No era real. Lo
pasábamos en grande los fines de semana y nos divertíamos saliendo
juntos. Pero no era algo real. Y, francamente, echando la vista atrás, creo
que en parte Karen salía conmigo porque sabía que a su padre le ponía
furioso.
Joni agarró con fuerza la manta que la tapaba y empezó a pellizcar el
pelillo.
—Puede ser —dijo al cabo de un momento—. Es posible. Sé que Witt
la sacaba de quicio, pero pensaba que era por ti.
—Seguramente. Yo no sé leer el pensamiento. Y, además, de eso
hace mucho tiempo. Puede que haya amañado mis recuerdos.
Ella alzó la mirada hacia él.
—Es posible. Yo ya no sé qué es real de lo que recuerdo. Lo he
repasado todo tantas veces en mi cabeza… ¿Cómo sé que no he
racionalizado un montón de cosas? Pero, si estaba enfadada con Witt por
otras cosas, nunca me lo dijo.
—Solía quejarse de que la vigilaba como un halcón, como si ella fuera
a esfumarse en cualquier momento —en cuanto pronunció aquellas
palabras, sintió que un escalofrío le recorría la espina dorsal. ¿Había
tenido Witt una premonición?
—Bueno —dijo Joni—, eso es comprensible. Witt había perdido a su
mujer y a su hermano. Era natural que le asustara perder a Karen.
Parecía razonable. Pero Hardy no podía sacudirse el repelús que se
había apoderado de él. Se decía que era una sensación absurda, que era
imposible que Witt hubiera intuido que Karen iba a morir.
Pero entonces recordó su locura durante las semanas anteriores al
accidente. Esa sensación de asfixiarse debajo de un nubarrón. De
necesitar huir a toda prisa de allí. Había pensado que se debía a que ya
hora de abandonar el nido, pero ¿y si…?
¿Y si… qué? De haber podido leer el destino en las hojas del té, habría
roto con Karen mucho antes. No habría salido con ella esa noche. Pero
aquel presentimiento había sido tan amorfo que lo había achacado a un
cambio de humor. Los adolescentes cambiaban de humor continuamente.
¿Pero y si Witt había…? No. Witt había creído desde el principio que él
no le convenía a Karen. Eso, combinado con la pérdida de su mujer y de su
hermano, habría bastado para ponerlo paranoico.
—Hardy —la voz de Joni interrumpió sus pensamientos—, ¿qué pasa?
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va siendo hora.
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Capítulo 18
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rojo cereza, tan nueva que apenas había acumulado polvo de las
carreteras nevadas.
—¿Esa es?
—Sí. Me parece que he tirado la casa por la ventana.
—¿Roja? Oh, Hardy, tú siempre quisiste un coche rojo. ¡Siempre! —no
pudo evitar ponerse a batir palmas con las manos enguantadas.
El se echó a reír.
—Bueno, sí. Pero antes me imaginaba otra clase de coches, ¿sabes?
Más bajos, más aerodinámicos, con tubo de escape doble cromado y un
motor potente que rugiera mucho… Ya sabes. Un Corvette. O un Mustang.
O…
Ella también rompió a reír.
—Nuestras prioridades cambian con el tiempo.
Él se encogió de hombros.
—Supongo. Cuando voy a una obra, tengo que llevar un montón de
cosas. Del consumo de gasolina, es mejor no hablar, pero esta pequeñina
puede casi con todo.
Ella se acercó a la camioneta para admirarla. Pero en cuanto Hardy le
abrió la puerta del acompañante, se le olvidó por completo la Suburban
rojo cereza. Sobre el asiento de tela gris había una caja de flores. Con el
corazón acelerado, se giró lentamente y miró a Hardy.
—Eso es para ti —dijo él con calma.
A ella de pronto le temblaban las manos, y sus rodillas parecían de
goma. Sólo eran flores, se dijo. Sólo flores. No significaban nada…
Pero al levantar la tapa de la caja, se preguntó cómo no iban a
significar algo. Eran una docena de rosas de tallo largo, una docena de
rosas rojas. No amarillas, ni rosas, ni blancas, sino rojas. El corazón le latía
tan fuerte que parecía a punto de salírsele del pecho.
—Hardy… —dijo casi indecisa, temiendo lo que él pudiera decir.
—Espero que te gusten —dijo él, un tanto azorado.
—¿Gustarme? ¡Me encantan! Pero no tenías por qué hacerlo.
—Me apetecía.
Ella lo miró de frente y su cuerpo recordó de pronto la noche que
habían pasado juntos. ¿Por qué se acordaba de eso ahora? Intentó
refrenar el suave calorcillo que parecía ir difundiéndose por su cuerpo,
pero fracasó. Su cuerpo parecía inclinarse hacia Hardy, al igual que su
corazón, pero su mente gritaba: «¡No, esto no está bien!».
—Pero… rosas rojas… —quería creer que realmente significaban algo,
pero, al mismo tiempo, le daba miedo creerlo.
Él bajó la mirada.
—Nunca me había apetecido regalarle rosas rojas a nadie.
El corazón de Joni se aceleró de nuevo. Su mente le gritaba que
saliera corriendo de allí, que iba a meterse en un lío, pero sus pies
permanecían pegados al aparcamiento. Hardy suspiró de manera casi
audible y dijo:
—Perdona si te molesté en el motel. Pero no me arrepiento de lo que
pasó. Nunca me arrepentiré.
Entonces, antes de que a Joni se le ocurriera qué decir, él se inclinó
hacia ella y la besó. Seguramente pretendía que fuera un beso ligero y
fraternal, pero ni el cuerpo ni el corazón de Joni iban a conformarse con
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eso. De pronto sintió que se derretía y que todas las células y las fibras de
su ser se ablandaban como si quisieran convertirse en parte de Hardy. Se
sentía como una flor que bebiera de la lluvia después de una larga sequía.
Hardy la atrajo aún más hacia sí, hasta que casi pareció que se
fundían, y Joni notó que sus últimas dudas se disipaban. Llevaba mucho
tiempo soñando con aquello, ¿y quién se atrevía a decir que estaba mal?
Ella, ciertamente, no se atrevía. Sin embargo, antes de que su dicha se
desbordara, Hardy la soltó y dio un paso atrás.
—Vamos —dijo—, hace frío aquí fuera. Vámonos a casa.
¿A casa? Ella ya no tenía casa. Ni siquiera después de lo de la noche
anterior estaba preparada para volver con Hannah. No quería encontrarse
con Witt. Pero no se atrevía a preguntarle a Hardy si podía quedarse con
él. Era demasiado pedir. Además, seguramente él sólo había pretendido
darle un beso de amigos. Joni no quería que pensara que iba a aferrarse a
él como una lapa. Había visto cómo se ponían en ridículo otras mujeres, y
siempre había jurado no ponerse en aquella situación.
Sentada en la camioneta, con la caja de rosas en el regazo, miró por
la ventanilla lateral y sintió que su corazón se encogía. Se sentía
despojada de todo cuanto le importaba. Su pasado, su tío, incluso el
hombre que creía era su padre. Todo era, por lo visto, una farsa.
Se resistía a mirar a Hardy por miedo a que su angustia se
desbordara y él se sintiera obligado a reconfortarla de nuevo. Para él sólo
era eso, una obligación. Todo aquello había empezado no porque él
quisiera que formara parte de su vida, sino porque se sentía responsable
de ella. Tal vez por causa de Karen. Tal vez porque así era él. Pero, en
cualquier caso, no tenía nada que ver con ella.
Ella no quería ser una carga. No era eso lo que quería de Hardy,
nunca lo había querido, pero… eso era lo único que había conseguido. En
otro tiempo, Hardy la había dejado revolotear alrededor de Karen y de él
como si fuera la hermanita pequeña a la que había que tener contenta.
Pero, en realidad, nunca había necesitado su presencia. Y así seguía
siendo. Todo cuanto había sucedido entre ellos se debía a su sentido de la
responsabilidad. Y eso a Joni le dolía.
Él ni siquiera le dirigía la palabra, y al final Joni se atrevió a mirarlo,
preguntándose si estaba molesto con ella, o sólo ansioso por librarse de
aquella carga. Por desgracia, no logró interpretar su expresión, aunque su
mandíbula parecía un poco tensa.
Bueno, no importaba, se dijo. Ella tenía que seguir adelante con su
plan de buscar trabajo en otro sitio y alejarse de la maldita sombra del
pasado. Ya estaba harta. Aquellas últimas semanas parecían haberle
helado el alma.
Pero, para su sorpresa, Hardy dejó atrás la casa de Hannah y se
dirigió a la suya.
—Vas a quedarte aquí —dijo él casi con petulancia—. No quiero que te
acerques a Witt hasta que entre en razón.
Aun así, seguía siendo una obligación, pensó ella. Se le cerró
dolorosamente la garganta, pero logró decir:
—Entonces, espero que estés preparado para aguantarme el resto de
tu vida.
Él le lanzó una mirada extraña, casi ardiente y dura. Estaba enfadado,
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preocupada que no se le había ocurrido que tal vez Witt siguiera vivo y
necesitara atención médica inmediata. «Idiota», se reprendió.
Llegó a casa de Witt justo cuando Sam Canfield estaba aparcando.
Sam salió del coche y la saludó con la mano.
—¿Cuándo lo viste por última vez?
—Anoche, en el hospital.
—Maldita sea —miró la casa—. Está bien. Tú quédate aquí.
No le explicó por qué, aunque Hannah suponía que intentaba evitarle
un susto desagradable. Como si ella no hubiera visto muertos a diario
cuando trabajaba de enfermera. Sabía, sin embargo, que sería mucho
peor tratándose de Witt. Cerró los ojos y murmuró una oración.
Sam intentó abrir la puerta y luego la aporreó con el puño, gritando
con voz perentoria:
—¡Policía! ¡Abran!
Nada. Sam miró por las ventanas que había a ambos lados de la
puerta, pero al parecer no vio nada. Justo entonces llegó la ambulancia y
dos sanitarios se bajaron de ella. Jack Jessup y Héctor Cortés. Eran los
mismos que estaban de guardia la noche que a Witt le dio el ataque.
—¿Otro ataque al corazón? —le preguntó Jessup a Hannah.
—No lo sé.
—Quedaos ahí un minuto —les gritó Sam. Luego, sacando la pistola,
levantó el pie y le dio una patada a la puerta.
Con el corazón en la garganta, Hannah lo vio entrar en la casa con la
pistola lista. ¡Oh, Dios, no se le había ocurrido que pudiera tratarse de un
crimen! ¿Y si…? Pero antes de que su mente pudiera evocar imágenes aún
más horribles, Sam volvió a salir, enfundándose la pistola.
—Está ahí dentro —dijo, señalando con el pulgar hacia atrás. Borracho
como una cuba y roncando como un lirón, pero vivo.
Hannah hizo amago de salir corriendo, pero Jack y Héctor la
detuvieron.
—Deje que le echemos un vistazo primero, señora Matlock.
Hannah empezó a sacudir la cabeza, pero luego se detuvo. Sabía que
sólo podía estorbarles.
Sam bajó por el caminito de entrada y se puso a su lado.
—Creo que está bien, Hannah. Parece que sólo está durmiendo la
mona.
—Voy a poner a caldo a ese viejo bobo… —su voz se quebró, y de
pronto se volvió hacia Sam. A él no pareció importarle abrazarla y darle
suaves palmaditas en la espalda.
—Se pondrá bien, Hannah. Físicamente, por lo menos —Sam dejó
escapar un bufido de disgusto—. No me explico cómo ha podido pasar
tantos años contigo y no darse cuenta de cuánto lo quieres.
Hannah contuvo el aliento, y unas lágrimas recién formadas quedaron
prendidas a sus pestañas inferiores, amenazando con helarse allí.
—Sam…
—Perdona, no es asunto mío, pero está más claro que el agua.
Hannah empezó a sacudir la cabeza negativamente, pero se detuvo.
¿Qué sentido tenía? Negarlo no cambiaría la verdad. De pronto se dio
cuenta de que probablemente todos los vecinos los estaban observando
desde sus ventanas, y, avergonzada, se apartó de Sam.
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—Gracias —dijo.
Diez minutos después, Jessup y Cortés salieron de la casa.
—Está consciente —dijo Cortés. Se pondrá bien, pero alguien debería
vigilarlo unas horas.
Hannah se arremangó mentalmente, y la chispa de la batalla asomó a
sus ojos negros.
—Descuida —dijo—, yo me ocuparé de ese asno.
Los dos hombres parecieron a punto de echarse a reír, pero sólo
Jessup soltó un ruidito parecido a una tos estrangulada. Se montaron en la
ambulancia y se alejaron velozmente.
—Llama, si necesitas algo —le dijo Sam a Hannah—. No sé si será un
borracho violento, pero, si te da problemas, llámanos. Estaré aquí en un
periquete.
—Gracias, Sam —luego, sin mirar atrás, Hannah entró con decisión en
la casa y cerró la puerta.
Witt estaba sentado en el sofá y la miraba con los ojos hinchados. El
tufo a bourbon era casi insoportable.
—¿Para qué has llamado a toda esa gente? —preguntó.
—Oh, no sé —dijo Hannah con su poco habitual sarcasmo—. A lo
mejor porque hace unos días te dio un ataque al corazón y no contestabas
al teléfono, ni abrías la puerta. ¡Podías estar muerto!
—Soy demasiado malo para morir.
—¿Sabes, Witt Matlock?, puede que ésa sea la mayor verdad que has
dicho nunca.
El parpadeó, como si su actitud lo sorprendiera. ¿Y cómo no iba a
sorprenderlo?, se preguntó Hannah amargamente. Durante mucho tiempo,
no había permitido que él viera otra parte de sí misma que no fuera su
templanza. En todos aquellos años, nunca le había mostrado su genio. Sí,
de vez en cuando se enfurruñaba con él, pero nunca le demostraba ira, ni
desprecio, ni ninguna de las cosas que de pronto parecía merecer a
espuertas.
—¿Qué mosca te ha picado? —preguntó él.
—¡Tú! Tú eres la mosca que me ha picado. Tu egoísmo, tu
autocompasión, esa actitud de mandar a paseo a todo el mundo. ¡Eso es
lo que me pasa!
Por unos instantes, pareció que la impresión devolvía la sobriedad a
Witt.
—¿Se puede saber qué te pasa, Hannah?
—Tú, me pasas. Tú y toda tu amargura y tu rabia. Búscate las
excusas que quieras, pero te has convertido en un viejo amargado,
dispuesto a hacer sufrir a la gente a la que dices querer sólo porque no
piensan como tú.
—¡Espera un momento! Lo que hizo Joni…
—¡Oh, cállate! Estás borracho, y no quiero perder el tiempo
razonando contigo. No quiero oírte.
—¡Pues sal de mi casa!
—Ni lo sueñes, Witt, ni lo sueñes —Hannah se dejó caer en una silla,
cruzó los brazos y lo miró fijamente—. Vas a tener que aguantarme por lo
menos hasta que estés sobrio.
—¡He dicho que te vayas a tomar por culo!
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Capítulo 19
Joni levantó los ojos del plato y miró por encima de la mesa a Bárbara
y a Hardy. Aunque la comida, jamón y patatas, la había hecho ella, le
parecía que sabía a serrín. Había dejado de despotricar para sus adentros,
de discutir consigo misma y de pensar que era la peor persona sobre la faz
de la tierra por haberle hecho tanto daño a Witt. La verdad era que Witt
estaba equivocado. Y ella lo sabía.
—Voy a ir a ver a Witt.
Ellos levantaron la cabeza de repente.
—Joni… —dijo Bárbara indecisa, y se interrumpió como si no supiera
qué decir.
La mirada de Hardy seguía siendo severa, pero a Joni le pareció que
su boca se suavizaba un poco.
—¿Estás segura de que quieres hacerlo?
—Sí.
—Puede que te diga cosas terribles.
—Bueno, yo también tengo un par de cosas que decirle. Y si no se las
digo, nunca me quitaré esto de la cabeza. Tengo que aclarar las cosas con
él. Tengo que enfrentarme a él de verdad por primera vez en mi vida.
—Iré contigo —dijo Hardy.
Bárbara habló juiciosamente.
—Puede que entonces piense que estáis confabulados contra él.
—Pues peor para él —dijo Hardy. No voy a permitir que Joni se
enfrente sola a ese hombre.
Algo en el interior de Joni se enterneció, a pesar de que aquella
reacción de Hardy le recordó que sólo era una responsabilidad para él. Por
lo menos había alguien en el mundo que se preocupaba por ella.
En cuanto pensó aquello, se sintió culpable, porque, a fin de cuentas,
Hannah había ido al hospital a quedarse con ella la noche anterior. No
estaba sola en el mundo. Pero seguía sintiéndose un poco dolida porque
su madre le hubiera ocultado su verdadera relación con Witt durante tanto
tiempo. Aunque, naturalmente, pensó con dolorosa honestidad, aquella
información seguramente no habría cambiado gran cosa. Witt siempre
había dicho que la quería como a una hija, y aun así la había repudiado.
—¿Cuándo quieres ir? —preguntó Hardy.
—En cuanto acabemos de recoger.
Eran las siete y media cuando acabaron de limpiar la última
encimera. La noche cubría la tierra como un manto, y se había levantado
un viento frío y afilado.
—Y sólo estamos en enero —masculló Joni con fastidio cuando
salieron y se acercó al coche de Hardy.
—¿Qué te pasa ahora con el invierno?
—Es este mes, sólo este mes. Se me está haciendo eterno. Este año
ni siquiera me ha entrado la tristeza de después de las vacaciones.
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venido a insultarme.
—Siéntate, Witt. Yo no he venido a insultarte —Witt regresó a su sillón
con la sorpresa reflejada en el semblante. Parecía una sombra de sí mismo
—. ¿Sabes? —dijo Hardy—, seguramente entiendo en parte por lo que has
estado pasando. Yo me he sentido culpable desde la noche que murió
Karen. Me he pasado en vela más noches de las que puedo contar,
dándole vueltas, intentando averiguar qué podía haber hecho para
evitarlo. Salía a carreteras desiertas con el coche y ensayaba maniobras
hasta quedarme agotado. Pero siempre llegaba a la misma conclusión.
Witt suspiró y asintió con la cabeza.
—Continua.
—Siempre acababa pensando que, por más maniobras que hubiera
hecho, con el estado en que estaba la carretera, el resultado habría sido el
mismo. Estábamos al borde del barranco, Witt. Nos habríamos despeñado
desde cincuenta metros de altura o más. Y el otro coche estaba entre el
mío y el otro lado de la carretera. No tuve tiempo de hacer nada. Ni un
segundo. Vi que el coche empezaba a dar bandazos, y frené para evitarlo,
y él se vino derecho a nosotros. Derecho a nosotros, Witt. ¿Sabías que los
borrachos conducen hacia las luces? Yo tampoco lo sabía, hasta que me lo
dijo la policía. Así que la conclusión es que no fue culpa mía. Yo no la
maté. Pero aun así siento que lo hice —su voz salió con el filo embotado
del dolor—. Creo que me he perdonado a mí mismo, pero sigo sintiéndome
culpable.
Witt asintió un instante con la cabeza, cabeceando casi como una
persona que sufriera un intenso dolor.
—Supongo que sí —dijo lentamente.
—Así que —continuó Hardy, suavizando su voz—, sólo me queda una
persona a la que perdonar. Tú. Y no por cómo me has tratado todos estos
años. Eso puedo entenderlo. Lo que tengo que perdonarte es el modo en
que has tratado a Joni. Ella no se merecía toda esta mierda. Lo que se
merecía era lo mejor que pudieras ofrecerle. ¿Sabes?, no puedo
perdonarte. Aún no. No hasta que vea que te ocupas de Joni. No hasta que
vea que le das el cariño que se merece. No hasta que hagas de ella tu hija
de verdad.
—¡Pero si lo es!
—Entonces actúa en consecuencia, Witt. Actúa en consecuencia.
Demuéstraselo.
Hardy se fue, pero antes miró hacia atrás un instante y vio que Witt
parecía un hombre derrotado. Sintió remordimientos de conciencia, pero
los apartó a un lado. Algunas veces, había que decir la verdad. Por el bien
del propio espíritu. Y, a veces, por amargo y doloroso que fuera, había que
oír la verdad. Por el bien de uno mismo. Y ahora le tocaba escuchar a Witt.
Hardy encontró a Joni en la camioneta, tiritando.
—Enseguida entras en calor —le dijo mientras encendía el motor.
—No tengo frío —contestó ella, castañeteando los dientes—. No
tengo…
Hardy se volvió hacia ella y la abrazó tan fuerte como pudo, sintiendo
una aguda punzada de lástima al notar cómo temblaba.
—¿Qué te pasa, cariño?
—No puedo… no puedo creer que le haya dicho todas esas cosas. ¡No
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Capítulo 20
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—Tío Witt…
El sacudió la cabeza.
—Déjame acabar. Luego puedes decidir lo que quieres hacer
conmigo. Anoche dijiste que volviste a casa buscando mi cariño, y que
nunca lo encontraste. Estaba ahí, cielo. Siempre ha estado ahí. Pero… yo
lo escondía. Y lo escondía porque tenía miedo. Verás, había perdido a mi
mujer y a Karen, y sentía que era un castigo por lo que había hecho con tu
madre. Sé que parece una locura, pero estaba asustado… y temía
perderos a ti y a tu madre. Temía que mi castigo no hubiera acabado. Así
que… después de lo de Karen procuré mantener las distancias. Sobre todo
contigo. No habría podido soportar perderte a ti también —Joni lo miraba
con los ojos empañados por las lágrimas—. Lo cual me lleva a ti —continuó
Witt, mirando a Hardy—. Cuando me asusto, me pongo furioso. Es
absurdo, pero es lo que hago. Y había otras cosas que me preocupaban.
Me sentía culpable porque Karen hubiera muerto, creía que no la había
protegido lo suficiente. Me sentía… responsable porque perderla hubiera
sido una especie de castigo divino. No sé. Todo está enmarañado en mi
cabeza. Lo que sí sé es que estaba escurriendo el bulto. Me sacudía la
culpa y te cargaba a ti con ella. Era más fácil así, supongo.
—Comprendo —dijo Hardy.
—Pues ya me sacas ventaja —Witt se levantó—. Bueno, eso es todo lo
que tenía que decir. Estaba equivocado. Muy equivocado. Lo siento. Ahora,
adelante, haced lo que tengáis pensado hacer y no os preocupéis por mí.
Pero si podéis… Tal vez podáis encontrar un modo de perdonarme. No
quiero perderte, Joni. Siempre has sido una hija para mí —hizo amago de
alejarse, pero Joni lo detuvo.
¿Siempre había sido una hija para él? ¿Era él para ella un padre? ¿O
eso era sólo un hecho biológico? Observó su cara y recordó las veces que
había estado ahí, a su lado, aunque fuera desde lejos. No era solamente
que su madre se iluminara cuando él estaba cerca. A ella le pasaba lo
mismo. ¿Era eso lo que se sentía estando con un padre? ¿O seguiría
siendo siempre…?
—Tío Witt… —él miró hacia atrás—. Te quiero… papá.
Él la tomó de la mano.
—Yo también te quiero, cariño.
—¿Y qué hay del hotel?
Witt esbozó de pronto una sonrisa ladeada.
—Ya le he dicho a mi abogado que le dé el trabajo a Hardy. Imagino
que Hannah y yo podremos casarnos allí en otoño. ¿Queréis que sea una
ceremonia doble?
Se marchó sin esperar respuesta. De todos modos, Joni no habría
sabido qué decir. Aturdida, miró a Hardy. Él parecía igual de asombrado.
Por fin se aclaró la garganta y dijo:
—Guau.
Joni asintió con la cabeza. Pero su mente ya se había precipitado
hacia algo aún más importante. Y la de Hardy también. Él se aclaró la
garganta de nuevo y se volvió hacia ella.
—Ya era hora de que se casara con Hannah —dijo—. Siempre he
pensado que debían estar juntos.
Pero Joni estaba pensando en otra cosa. Tenía la boca seca, y el
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RESEÑA BIBLIOGRÁFICA
RACHEL LEE
La vida de Sue Civil-Brown, verdadero nombre de Rachel Lee, es
como una novela. Nombra una parte de América y habrá muchas
probabilidades de que haya residido: desde el norte congelado de Michigan al
sur de Florida, desde el viejo oeste de Tejas a las montañas de Colorado...
También sus trabajos han sido muy variados: agente inmobiliario,
especialista de seguridad para el departamento de defensa, programación de
computadoras, óptica... en cada lugar y con cada trabajo recolectaba las
experiencias para su auténtica vocación: La escritura.
Aunque ha escrito desde niña, es desde 1990 cuando se ha dedicado a
tiempo completo. Desde su publicación de la novela An officer and a Gentleman para
Silhoutte books, trató de formar un grupo on-line de varios escritores. Fue ahí donde se
enamoró de uno de ellos y después de siete meses de correspondencia comenzaron a vivir
juntos.
Ganadora de cuatro premios de la revista Romantic Times, y finalista del premio RITA.
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Witt Matlock llevaba años odiando a Hardy Wingate, el hombre al que culpaba de la
muerte de su hija. Y doce años después, Wingate volvía a aparecer en su vida… y en la de su
sobrina Joni.
La viuda Hannah Matlock había ocultado la verdad sobre el nacimiento de su hija Joni
durante veintisiete años. Sólo ella sabía que Witt era el padre de Joni y no su tío. Witt y
Hannah jamás habían hablado de la noche en la que ella había intentado vengarse de las
infidelidades de su marido seduciendo a su hermano. Pero la llegada de Hardy hizo que
Hannah se diera cuenta de que debía contar su secreto… fueran cuales fueran las
consecuencias.
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