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Amor, goce y deseo1

María del Carmen E. Franco Chavez

El amor ha sido uno de los temas fundamentales en el psicoanálisis, esto es así, no porque el
psicoanálisis sea romántico, cortés o bucólico, sino porque el amor es uno de los medios a través
del que nos hacemos sujetos. Sujetos tachados, necesariamente, nunca sobra decirlo. También es
el tema que tiene que ver con el posicionamiento con respecto del falo, lo que a su vez nos
determina como sujetos en cada estructura subjetiva y con la reproducción de los seres humanos.

Sin embargo, el tema que aquí se trata es el de la relación del amor, el goce, el deseo y su papel
fundamental dentro del dispositivo analítico así como en la constitución subjetiva.

Vayamos por partes.

Una de las formas del fin de análisis señalada en el seminario de la angustia, es que el goce
condescienda al deseo a través del amor.

Tres elementos muy importantes se conjugan en esta fórmula y las preguntas no se hacen esperar.
¿Qué quiere decir que el goce condescienda al deseo a través del amor?, ¿qué papel juega el
amor en el psicoanálisis?, ¿cuál es la relación del amor con el deseo y el goce en esta fórmula?,
¿todos los análisis tratan de amor?, ¿en algún momento goce y deseo pueden confundirse?

Analicemos cada uno de los elementos en la fórmula para después integrarlos y contestar las
preguntas

El Amor

Entre otras cosas, el amor es de aquellas cuestiones que, se haga lo que se haga, se diga lo que
se diga, nunca es adecuado, siempre falta o sobra, jamás puede estar en el sitio correcto y todo
aquello que se diga, para bien o para mal, de él es irremediablemente cierto.

Distingamos. Se habla de digamos dos clases de amor. Una que tiene que ver con el amor cortés
con aquella fantasía de completud con algún otro u otra. Aquella que habla de la necesidad de
cubrir ese vacío con el que nacemos y nos volvemos sujetos, pensamos entonces que otro la
puede cubrir. La que tiene que ver con el amor de cualquier forma en que se entienda, de pareja,
materno, paterno, filial, etc. Y otra, que nos revela que la anterior no es sino una nula posibilidad,
una fantasía, puesto que tiene que ver con ese muro infranqueable, la que nos enfrenta con asumir
la castración, la que nos conduce inexorablemente al desencuentro con el otro, a la inaccesibilidad
de la cosa, a darse cuenta de que el otro también tiene su propio vacío que el sujeto nunca podrá
cubrir.

En ese sentido la promesa de la cultura de una vida amorosa complementaria, es completamente


falsa, por eso abunda el malestar (entre otras cosas) en la cultura. Es a través de este amor que la
cultura ofrece, que el sujeto intenta volver a la cosa, atravesando en la elección del objeto amoroso
el narcisismo. Sin embargo en este recorrido, se encuentra con su propia falta y con la falta del
otro, por ello es infeliz. Puede pasarse la vida yendo de un objeto amoroso a otro
interminablemente, pensando que no es ese, que no era ese y tendrá razón. Jamás será ese
objeto porque está perdido de antemano, por eso sufre pero gracias a eso es que somos sujetos.
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http://www.acheronta.org/acheronta24/franco.htm

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Con respecto al papel del amor en psicoanálisis, bien podríamos mencionar que es altamente
parecida a la otra situación amorosa. Para el enamorado siempre hay Otro (con mayúscula) que le
remite su propia imagen narcisística. Para el analizante, el analista es ese Otro ideal, objeto causa
de deseo y, como en toda relación amorosa, (en el análisis hay que enfatizar, que no en la relación
analítica, puesto que no hay tal relación analítica ya que no hay diálogo) ese objeto causa de
deseo, cae de su lugar en un momento determinado llamado fin de análisis. Sin embargo se
sustentan los lugares de Erastés y Eromenós activo y pasivo, amante y amado. El amante es el
que habla, el amado escucha, se presta para escuchar.

No confundir, el analista no se asume como un objeto de amor primario, si así fuera, se estaría
hablando de otra cosa excepto de psicoanálisis. El analista ocupa por el dispositivo analítico, el
lugar de ese Otro. Pero, es por saberlo, hacer cosas con ello y dejar actuar a la ignorancia, por lo
que se genera la transferencia, posibilidad única de una cura psicoanalítica para que después,
como en toda relación amorosa, el analista desaparezca como un objeto de desecho dejando al
sujeto en otro lugar, asumiendo su falta y la responsabilidad de sus actos.

El analista es depositario del amor del analizante, es objeto causa de deseo, pero, como se diría
cotidianamente, no se la cree, cambia continuamente de lugar, no por el bien del analizante, sino
por el bien del análisis y al igual que en el amor lo que quiere el amante (analizante), que no sabe
qué es, no coincide con lo que tiene el amado (analista), por lo que siempre habrá entonces un
desencuentro.

Por otra parte el amor participa en la constitución de la subjetividad del sujeto, ya que
retrospectivamente, la falta impuesta por la ley podrá ser ubicada como un acto de amor que
coloca al viviente en deseante y por lo tanto en sujeto, de tal modo que la castración en
retrospectiva, podría considerarse como un acto de amor, pasar de objeto amado a sujeto
deseante, es decir a amante.

El goce

El goce es estructural, debido a ese mandato superyoico: goza, sufre, jódete. Goce estructural que
sólo puede verse retroactivamente desde el establecimiento de la culpa universal ante al asesinato
del padre, observarse, si uno lee y escucha con cuidado aquellos fantasmas de golpizas y
flagelaciones que veía Freud en sus pacientes y que lo llevaron a reconocer la existencia de la
pulsión de muerte (la más pulsional de las pulsiones) de la que puede decirse que no sólo es una
pulsión más, sino que todas las otras, llevadas hasta el extremo, conducen hacia ella. Recordemos
que la meta de la pulsión no es su satisfacción sino que es esa falla que la continua lanzando
siempre hacia delante. Por ello es que en ese sentido todas las pulsiones son la pulsión de muerte
que tratarían de llevar al organismo a un estado anterior. ¿qué estado anterior es ese? Si no la
muerte que arrancaría al sujeto del goce. Se pregunta y se contesta Braunstein 1 en su trabajo
sobre el goce.

Es decir, que el goce a pesar de ser mortífero es inherente y consustancial al devenir sujetos, se
intrinca de tal manera al deseo y al amor que sólo a través del análisis puede confesarse, decía
Lacan en el seminario 20, pero hay que decirlo, puede ser inconfesable, puesto que no sabe cuál
es la ley que lo regula, así y todo, esa es la verdad buscada. La verdad de la falta, la de la
castración.

Del goce puede hablarse en tanto perdido, al igual que la cosa, (el goce siempre estará del lado de
la cosa mientras que el deseo está del lado del Otro) en ese sentido no podemos hablar de esta
trilogía más que en après coup como en todo trabajo y conceptos psicoanalíticos.

Es la ley, la del padre claro está, la que separa del goce de la madre del sujeto y le ordena desear,
este deseo solo tiene posibilidad de llevarse a cabo a través de un amor sesgado, que tiende a

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suplir el encuentro de los sexos. Se inscribe entonces el goce en el terreno del lenguaje y se
reconoce como goce fálico. Antes de este goce y sólo por su existencia podemos localizar el goce
del ser, anterior a todas las palabras, el mítico, por lo tanto inefable. Finalmente se inscribe el goce
del Otro, del Otro sexo, a saber del femenino, que por cierto también es inefable y por ello mismo
se quiere tener de nuevo y además en el cuerpo. Como decía Lacan encore et en corps. Goce que
se inscribe en el fantasma y que ninguna mujer puede dar cuenta de él con palabras. Un goce
antes de la palabra, un goce de la palabra y finalmente un goce después de la palabra.

El goce también se presenta en los síntomas, esto es bien sabido, los síntomas tienen su cuota de
goce, el sujeto se aferra tanto a ellos que prefiere vivir amarrado del lado del sufrimiento, siguiendo
los imperativos superyoicos que es capaz de hacer todo lo posible por continuar con él, excepto,
claro está, que tenga el oraje de iniciar y terminar un análisis en el cual medie el amor, el que
permita que el deseo tome ese lugar del goce, de modo que ese amor idealizado se caiga y se
transforme en ese amor más allá del padre.

El deseo

Como se decía con anterioridad, es la ley del padre que separa al hijo del goce de la madre. Es en
ese momento cuando le ordena desear. Este deseo solo tiene posibilidad de trucarse, cambiarse, a
través de una demanda, es decir, a través de un amor sesgado que nunca será lo obtenido.

A partir de lo anterior, podemos pensar que el surgimiento del deseo depende entonces de esa
búsqueda con esa primera experiencia perdida de satisfacción, el sujeto entonces se verá obligado
a formular demandas ( no olvidemos que toda demanda es una demanda de amor) para que su
deseo sea escuchado e intenta vanamente significar a través de objetos lo que desea. Pero lo
único que no se satisface es el deseo, ya que está situado en otro terreno, en lo psíquico, por ello
nunca habrá de satisfacerse con un objeto real 2.

Entonces, si esto es así, enfrentando la pérdida es cuando se instaura el deseo, el deseo se debe
entonces a la falta. Es porque hay falta que hay deseo y esta pérdida se tratará de obturar a través
de la demanda como expresión de deseo que ya no se satisfará nunca, porque ya ha sido inscrito
en el universo del lenguaje y en consecuencia del psiquismo. El deseo inconsciente es aquél que
permite al sujeto devenir en tal, esa es la spaltung freudiana, la incompletud. En ese sentido hablar
del deseo es hablar de aquello que nos remite a la falta que siempre se trata de cubrir, eso hace
infelices a los sujetos, pero también les permite crear, siempre tratarán de obviarla, olvidarla,
taparla, pero... siempre estará ahí, manifestándose a cada paso, en cada acto, en cada sueño.

¿Has actuado en conformidad con tu deseo? Pregunta que hace Lacan en el seminario de La
Ética. La citamos aquí porque esta pregunta devela que la clínica psicoanalítica, es la clínica del
deseo, aquello que nunca se obtendrá, pero que en ese descubrimiento, el sujeto puede crear y
situarse de una manera diferente frente a esta falta constitutiva.

Amor, goce y deseo

Veamos. Según el diccionario condescender significa: Acomodarse por complacencia a la voluntad


de otro. En ese sentido sería entender que el goce, ese imperativo superyoico, que obliga a gozar
hasta llegar al extremo del sufrimiento, y que, si es seguido a pie juntillas llegaría hasta la muerte,
se acomodara por complacencia a la voluntad del deseo, deseo que por su parte nunca se
satisface, pero que le permite al sujeto seguir viviendo. Todo esto sólo es posible a través del
análisis del sujeto llevado a cabo gracias a la transferencia establecida en el dispositivo analítico,
que nuevamente a través de las palabras podría crear nuevas construcciones, cuestionar toda
certidumbre, crear nuevas opciones y vivir conforme al deseo que habita al sujeto y que ha estado
recubierto, taponado por el goce dicen otros.

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A partir de lo anterior en este trabajo podría suponerse que el acto analítico, (acto que difiere
sustancialmente de relación analítica, cosa que por cierto no hay tampoco) trabaja del lado del
amor, el amor creativo. Este sería un pensamiento bastante dudoso porque podrían hacerse falsas
inferencias, por ejemplo: que el analista al descubrir la falta del analizante, está realizando un acto
amoroso. Nada más cuestionable ni antianalítico. El analista está ahí para ser amado, si, pero no
para amar. Este asunto nos remite a una situación de ética psicoanalítica en donde, efectivamente
se trata del buen decir, del decir bien. No del buen hacer, ni por el bien del paciente; más bien para
dejar que el análisis sea de verdad eso, es necesario que el analista conserve su lugar. Baste decir
que el analista lo que conduce es un análisis.

Tenemos dos situaciones aquí por investigar que tienen que ver con dos de las preguntas
formuladas al principio. Una es hacer un rastreo de cómo pudo hacerse esta mezcla intrincada de
amor, goce y deseo. Y, otra, el papel que juega el amor en el psicoanálisis, desde la constitución
del sujeto hasta el trabajo psicoanalítico.

Para esta primera pregunta es necesario, hacer una explicación retrospectiva, (¿de qué otra
manera pudiera hacerse en psicoanálisis?) del surgimiento de los afectos que devendrán en amor,
del goce y del deseo.

Según Carlos Jorge, un pequeño que aún no es sujeto, ese pedazo de carne mítico, manifiesta su
hambre, digamos con un grito. La madre, cuando lo alimente por primera vez, le hablará, lo tocará,
es el único momento en donde la necesidad se satisface sin mediación psíquica: La primera
experiencia de satisfacción. En ese momento, se ha establecido ya la pérdida y en consecuencia el
goce, el primero el anterior a las palabras, el que retroactivamente y sólo retroactivamente habrá
sido el goce del ser. Pero ahí no termina la cosa, en esa primera experiencia no sólo se ha
satisfecho la necesidad sino que se ha abierto el camino para que se instaure la falta y por
supuesto la represión, esa inscripción en el psiquismo.

Abundemos. Ella, la madre, falta, no está y después esta, la primera satisfacción, la mítica, de la
que no podemos saber si no es a partir de otros momentos, produce una reducción en el estado de
tensión producido por la pulsión pero que después, en otro momento, ese estado de tensión se
reactivará (debido al saldo del goce en la pulsión) En ese momento, la madre u otro significarán
esas manifestaciones orgánicas como tales: hambre, sed, sueño, dolor, malestar, etc. Entonces la
representación que se ligó a ese primer momento, estará ligada a su vez a una representación de
la representación de satisfacción que lo confrontará con la pérdida.

Ahí podríamos hablar de que se ha establecido también el deseo, deseo que por ser tal no se
satisfará jamás, todo esto mediante el amor de fatal destino, a saber, el de la incompletud.

Sin embargo, como sujetos tachados y entrados en el mundo del lenguaje, tratando de tapar la
falta desde diferentes lugares, satisfacemos necesidades, que no deseos, no olvidemos que cada
vez que existe una frustración de amor, se compensa, dice Lacan en el seminario cuatro, mediante
la satisfacción de una necesidad. Esto trae como consecuencia que si un objeto real que satisface
una necesidad real ha podido convertirse en elemento del objeto simbólico, como ha sido en ese
primer caso, entonces cualquier otro objeto será capaz de satisfacer una necesidad real puede
ocupar su lugar, esto es, que si el niño se aferra al pecho es porque la madre le falta 3.

Podríamos agregar que se empieza una larga lista de sustituciones de la sustitución, de


representaciones de la representación hasta llegar con la elección del objeto amoroso, digamos
"conciente" donde se promueve una demanda insatisfecha cuya solución será siempre tener otro
todo para sí, será conocido por el sujeto como amor, alguien que colme ese hueco, que llene ese
vacío. He ahí la falacia, nadie, nunca llena nada, el sujeto se encuentra con el desencuentro y con
la insatisfacción que tratará de colmar entonces con otro sujeto, o con otras posiciones eróticas u
otras aventuras, variedades o lo que se le ocurra.

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Goce, deseo y amor sin poder establecer cuál es el primero y cuál después, de cualquier manera
sería ocioso preguntarse por ello ya que al entrar uno en juego, entran los demás.

Por otra parte, no se puede entender el deseo si no es a través del deseo del Otro. En ese sentido
el goce está del lado de la Cosa y el deseo del lado del otro. Del goce al deseo, del deseo al amor
y del amor al inexorable destino de la falta 4.

En esa línea de pensamiento, el amor culturalmente entendido, el de la completud, estaría del lado
del goce y el amor entendido de manera psicoanalítica del lado de la falta, de la imposibilidad, de la
incompletud. Pero, ¿significa esto que debamos abandonarnos?, ¿qué no hay nada que hacer? Si
fuera así el psicoanálisis no existiría.

De esa manera estaríamos estacionados en el espanto, en la parálisis, en la muerte, es decir,


instalados sólo en el goce fálico en la parte castigadora y mortífera, en la aceptación de que no se
puede sin ninguna posibilidad. O bien, como todo el mundo, en el desvanecimiento en la inhibición
de las acciones antes que reconocer el deseo, en el síntoma, en la angustia. 5

Sin embargo existe la alternativa única de asumir que no se puede cubrir la falta, hacerse
responsable de ello y seguir creando alrededor de ese hoyo. Que no se pueda, no quiere decir que
no se intente a sabiendas de ello. En suma ese el juego de la vida, el que se atreve, se arriesga y
sabe que va a perder, porque el deseo siempre es inalcanzable, pero hace su jugada, crea, opta y
afronta la verdad, esa que no queremos saber, esa que está tan cercana del la muerte, afronta
entonces la responsabilidad de sus deseos y elecciones. Es ahí donde el goce cede su lugar al
deseo que ha estado recubierto. El amor permite hacer eso, para decirlo a la manera de Martha
Geréz "Los imperativos del superyó no son sino imperativos de goce en los que el sujeto se
abisma más allá del deseo inconsciente. La clínica psicoanalítica, clínica del deseo, encuentra en
este su brújula y los resortes para negociar con la espinosa instancia que atenta contra todo
sostenimiento de la dialéctica significante y contra la pervivencia de la subjetividad." 6 De eso se
trataría el amor hereje, ese que también propone Gerez, más allá de la idealización, más allá del
sostenimiento del Otro, el amor que reconoce la castración, la propia y la del otro, y que a pesar de
eso, es posible construir, crear sin armonías ni fantasías de completudes, a partir del deseo y fuera
de la fantasmatización. Amor propuesto y reconocido a partir de la experiencia freudiana de la
Acrópolis, cuando Freud no podía llegar más allá de donde el padre había llegado, y es que seguir
por el camino del deseo, provoca una culpa que es sujeto no está dispuesto a abandonar, se
somete al deseo del padre, tiene una piedad gozosa y al mismo tiempo delega la responsabilidad
de sus actos en él. Por lo que ir más allá del padre (siguiendo el camino del deseo sin cederlo) no
es sencillo conlleva en ese logro, duelo y tristeza, esa que sintió Freud al llegar a la Acrópolis, esa
osadía no pasó inadvertida para él, pero lo hizo, llegó más allá del padre, gracias y a causa de los
dones dados por él. En este más allá del padre hay un duelo, si, pero sin la melancolía
paralizadora, por eso dice Marta Gerez hay un giro en la subjetividad, hay duelo por el abandono y
por la pérdida de ese hostigamiento de sus mandatos pero siempre reconociendo la deuda
simbólica. Si esto es así podemos entender que es de esta forma en que el amor puede convertirse
en ese amor sin objeto, aceptando el amuro, es decir, el amor fura de toda idealización, ese amor
que se enfrenta ese muro infranqueable que es la castración.

Si la clínica psicoanalítica es la clínica del deseo ¿Cómo entender entonces que el sujeto pueda
vivir conforme al deseo que lo habita? Volvemos aquí con una de las preguntas iniciales. El deseo
es el deseo del otro, es conocida fórmula lacaniana. Esto quiere decir que el sujeto es sujeto de la
palabra, del deseo del Otro. Sin embargo, puede confundirse el deseo con el goce, en ese sentido,
estaríamos hablando de ceder el deseo, cederlo por la demanda del Otro, pero ceder el deseo y
vivir conforme a deseo no es para nada lo mismo. Cuando el deseo se cede, ¿a quién?,
(evidentemente al Otro) de cualquier manera se cae en una trampa, porque el otro no cederá su
deseo en reciprocidad no porque no quiera, sino porque los goces de uno y Otro no pueden
compararse. Ceder el deseo provoca culpa, porque lo anula, se instaura entonces el goce en sus
expresiones más nítidas. Por eso puede entenderse la frase lacaniana también citada en el

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seminario 7: La única cosa de la que se puede ser culpable es de haber cedido en su deseo. Vivir
conforme a deseo, es aceptar que el deseo es del Otro pero que uno lo habita, que uno es
responsable de él y de sus consecuencias.

Para finalizar, podríamos decir entonces que si entendemos el amor desde ese lado donde no hay
posibilidades de completud, podemos contestar a una de las preguntas planteadas inicialmente,
esto es, que no hay posibilidad de llevar a cabo un análisis sino es a través del amor y en ese
sentido todos los análisis tienen que ver con el amor, pero desde ese amor donde no hay
completud. Desde ahí, el amor jugaría, me parece, el papel de ese vehículo que con actos
analíticos, permitiría realizar esa famosa travesía para que conduzca a los sujetos a colocarse en
otra posición respecto a la falta.

Notas

1 Braunsteir Néstor, Goce, México, 1998.

2 Jorge Carlos, Deseo, delirio y síntoma en la Neurosis obsesiva, en Manías, dudas y rituales,1997.

3 Vid. Lacan Jaques, El seminario IV, Las relaciones de objeto, clase del 6 de febrero de 1957.

4 Aquí resulta imposible mencionar que también la angustia está ligada en esta intrincación, no sólo el amor,
el goce y el deseo, es la angustia quien juega un papel importante en la constitución de los sujetos- es por ella
y por el deseo del otro que asumimos cierta estructura subjetiva.

5 Braunstein. Op. cit

6 Gerez Ambertín M Los imperativos del Superyó

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