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TED -

ambar
S confesarlo. Lo entendí cuando se lo co-
menté a los amigos y una media sonrisa
cruzó sus rostros, seguramente, imagi-
nándome contoneando los glúteos se-
midesnudos, como las passistas de Río
de Janeiro.
es cuestión de actitud
Seguir el pasito corto y rítmico que los brasileños bailan
en los bares, sin plumas ni lentejuelas, puede ser una
tarea titánica para quien no nació en Brasil. En vísperas
de Carnaval, se cuenta la experiencia de asistir a una clase
de samba en Caracas y cómo salir airoso de la prueba
– Yelitza Linares ylinares@el-nacional.com
– Ilustración Ernesto Brito ernestoilustrador@gmail.com

Osadía no es sólo comenzar una


clase de samba a los 44 años de edad, sino

La verdad es que esta frustrada bailari-


na quería sacarse una espinita: aprender
ese pasito corto y rítmico, que, ahora en-
tiendo, se llama “samba do pé” y que los
brasileños bailan como en un cuadrito, en
bares de música en vivo, sin piel brillante
ni hilos dentales. El viernes 4 de febrero
fue la primera prueba. Y no la superé.
la oriunda de Rondonia (estado del norte
de Brasil) tiene en su haber muchas horas
de baile en los escenarios de Río de Janei-
ro, pero no le sobran muslos ni broncea-
do.Todo lo contrario, es una mujer blanca,
de 58 años de edad, con músculos firmes
y flaca. Sus grupos de alumnos suelen ser
variopintos y ha tenido entre ellos hasta
diplomáticos japoneses, pero el de aquel
día parecía de sambistas que aspiraban a
montarse un bikini y unas plumas en la
cabeza. Comprendí, entonces, la sonri-
sita de los amigos.
Mis colegas en el deseo de danzar eran
jóvenes atractivas, morenas, blancas, ne-
gras, entre 20 y 30 años de edad, vestidas
con camiseticas y lycras que, en la ma-
más curvas que la vía de Choroní y con un
ritmo envidiable se sacudieron durante
más de dos horas frente a mis huesos, sin
que pudiera acompañarlas en el com-
pás. Detrás de mí había otras chiquillas,
igual de perdidas que yo, pero luego supe
que también eran nuevas, lo que me dio
esperanzas. Ya para ese momento, sin
embargo, había caído en cuenta de que
aquello no lo iba a poder resolver con un
mes de clases, como ilusamente pensé.

Superar el trencito. Simone me aseguró


días después que todos aprenden. Es mu-
cho el alumno que ha visto titubear al ini-
cio. Desde hace 35 años vive enVenezuela,
a donde se vino enamorada de un compa-
Samba en Caracas. La sorpresa inicial fue yoría de los casos, dejaban entrever una triota. El fruto de la inmigración: tres
descubrir que el baile de samba tiene figura voluptuosa. Aun así, me amarré hijos venezolanos que trabajan con
muchos seguidores en Caracas, pero es- mis flecos en las caderas y emprendí la ella, una exitosa samba show y
casos del género masculino. Aunque las tarea entusiasmada. 26 años vinculada con el Ins-
estadísticas del Instituto Cultural Brasil La lección parecía fácil y me gustó de tituto Cultural Brasil Ve-
Venezuela indican que de cada 10 inscri- entrada, porque pretendía enseñarnos nezuela, donde ense-
tos, 2 son varones, el salón estaba lleno el principio básico del bendito paso que ña algunas danzas de
de mujeres. 40 alumnas se registraron quería aprender: “Un, dos, tres. Un, dos ese país. En la clase
este año en una clase siempre concurri- tres”. Subíamos y bajábamos los pies, al- es exigente y sonríe
da por estas fechas. El único hombre en ternándolos.Y allí estaba yo, siguiéndolo. poco. “No les veo la
la sala era Fabio Nevado, uno de los dos “Posen el talón en el piso, la planta del gracia. Háganlo co-
instructores e hijo de Simone Bandeiras, pie completa, y bajen la cadera. Vamos. mo los gay”.
la veterana profesora que ya daba indica- No las veo”, decía Simone. Pero la meta A la hora y media
ciones cuando llegué atrasada. se complicó cuando pusieron la música. delajornada,llegael
A diferencia de lo que pudiera pensarse, A partir de entonces, unas 10 niñas con momento del tren-

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