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David Wechsler
Los resultados de los tests muestran que el rango que un individuo obtiene, con
frecuencia depende del tipo de test usado, pero al mismo tiempo señalan una tendencia
contraria. Cuando se examina a una gran cantidad de individuos con una variedad de test
de Inteligencia se observa que aquellos que obtienen puntajes altos en cualquiera de ellos
tienden a obtener puntajes igualmente altos en los demás. Lo mismo se observa con los
puntajes medios o bajos.
De acuerdo con Spearman, sólo un factor o factor central (g) era necesario para la
habilidad intelectual básica. Este factor lo definió originalmente como “una cantidad
matemática que pretendía explicar las correlaciones existentes entre diferentes tipos de
funcionamiento cognitivo”. Sin embargo, a la luz de evaluaciones y aplicaciones
subsecuentes se hizo evidente que g no es sólo una cantidad matemática sino también
una cantidad psicológica; constituye una medida de la capacidad de la mente para
realizar trabajo intelectual.
Aparece entonces, que la entidad o cantidad que son capaces de medir los tests de
Inteligencia no es simple. Ciertamente no es algo que pueda ser expresado en un factor
único, como por ejemplo, la capacidad para establecer relaciones o el nivel de energía
mental. La Inteligencia es eso, pero algo más. Es la capacidad de utilizar esta energía o
poner en práctica esta habilidad en situaciones que tienen contenido y propósito así
como forma y significado.
Todas las medidas de la Inteligencia derivan de medidas de las habilidades, vale decir,
de tests de rendimientos específicos. En la práctica, a un individuo se le presenta una
batería de tests y sobre la base de sus puntajes se le señala tal o cual nivel de
Inteligencia. Comenzamos midiendo habilidades pero de alguna manera terminamos
con un C.I. ¿Por qué es esto posible? La respuesta que sugerimos es que la medición de
las habilidades constituye una herramienta; no un fin en si misma, sino un medio para
descubrir algo más fundamental.
Por lo tanto, como principio general, un test de Inteligencia eficiente debe estar
constituido por tareas que correspondan a la mayor cantidad de habilidades posible.
por medio de tests de habilidades. Una escala de Inteligencia es una batería integrada de
tales tests y el rango de Inteligencia obtenido en ellos es una expresión numérica de su
contribución combinada. A pesar de que la contribución de cada test puede ser
expresada, y usualmente lo es, por medio de una simple suma, los factores que
determinan los puntajes pueden no estar necesariamente combinados de esa manera, ya
que el resultado no es una función lineal de esos factores. Más probablemente se trata
de lo que los matemáticos llaman complejo funcional, pero la forma exacta de esa
función no ha sido aún determinada.
El termino Edad Mental (E.M.), como se usa en la actualidad, fue acuñado por Binet,
quien lo planteó como una forma de definir los diferentes niveles de Inteligencia.
Presupone por una parte que la habilidad intelectual puede ser medida y por otra que
aumenta progresivamente con la edad.
La constancia del C.I. no sólo es una presunción básica en todas las escalas en que la
Inteligencia se define en términos de él, sino que es absolutamente necesaria, ya que si
así no fuera no es posible plantear ningún esquema permanente de clasificación de la
Inteligencia.
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Por otra parte, considerando la relación entre los puntajes de los tests con la edad se
ha observado que el crecimiento intelectual no es lineal, es decir, no aumenta en
cantidades iguales a través de su desarrollo.
PU
NT
A
J
ES
EDAD
Para evitar esta dificultad que conduciría a resultados absurdos, los psicólogos han
adoptado el tomar como divisor la Edad Cronológica más allá de la cual los puntajes
promedio dejan de aumentar. Tal edad ha sido establecida por los diferentes autores
entre los 14 y los 18 años.
Sin embargo, adoptar esta solución significa introducir una presunción que destruye la
significación del C.I. Tal presunción es que la Edad Mental permanece constante a lo
largo de la vida; pero si esto fuera verdadero, la curva de crecimiento a partir de los 16
años más o menos sería una recta paralela al eje de la Edad Cronológica. Pero eso
realmente no ocurre; en vez de ello, después de llegar a un máximo cae
progresivamente.
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La esencia del concepto de C.I. es que para una evaluación válida de la brillantez de
un individuo se debe comparar su habilidad mental con la de un individuo promedio de
su propia edad. El método por el cual se llega a esta comparación es secundario, aunque
significativo. Lo esencial es que el C.I. tome en consideración la edad del sujeto, de
modo que cuando esta factor es dejado de lado la medición deja de estar expresada en
términos de C.I. que es lo que ocurre cuando los C.I. de los adultos se obtienen
dividiendo por una cantidad fija.
La base que escogimos para trabajar fue la cantidad de Inteligencia que está
representada por el individuo que está al Error probable del promedio. Escogimos esa
distancia porque por convención esa desviación es utilizada como línea divisoria entre
individuos que se consideran Promedio y Subpromedio. De acuerdo con este punto de
vista, un individuo promedio es aquel que cae dentro del 50% del grupo, un valor que
en la curva de probabilidades normal se define por el valor + 1 Error probable a –1
Error probable. Después de establecer –1 como el punto desde el cual íbamos a calcular
los C.I., debimos decidir qué valor le asignaríamos a ese punto en términos de C.I. La
verdad es que podríamos haberle asignado convencionalmente cualquiera, ya que el C.I.
meramente define una posición relativa dentro del grupo con el cual se ha comparado.
Sin embargo, debimos tomar en cuenta algunas consideraciones prácticas que nos
limitaban los valores que podíamos emplear. La más importante es el valor del C.I.
promedio que, incuestionablemente, la costumbre lo ha establecido como 100. Si
aceptamos esto, los C.I. de los individuos inferiores al promedio deberán ser menores
que 100. En el caso de la mayoría de las escalas de Inteligencia, un C.I. de 90 ha
llegado a ser considerado como el límite inferior de la así llamada Inteligencia
Promedio. Si la distancia de –1 Error probable del promedio señala el valor más bajo de
la categoría promedio de nuestra clasificación, decidimos usar 90 como el C.I. con el
cual la distancia de –1 Error probable podía ser equiparada.
Al igualar –1 Error probable con 90 no sólo definíamos ese C.I. sino que cualquier
otro. Sólo hacía falta determinar el Promedio y la Desviación estándar de la
distribución, preparar una tabla de puntajes z y luego obtener para cada puntaje el C.I.
correspondiente.
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Los C.I. así calculados se conocen como “Cuocientes de desviación”, ya que ellos son
calculados en términos de desviación del promedio.
Los C.I. obtenidos de esta forma tienen varias ventajas. En primer lugar definen
niveles de Inteligencia estrictamente en términos de unidades de desviación standard y
por lo tanto son inequívocos. Segundo, nos eximen de la necesidad de suponer
cualquier relación precisa entre el aumento de la Edad Mental y la Edad Cronológica y
en particular acerca de su relación lineal. Tercero, nos dispensa de comprometernos con
cualquier punto fijo, más allá del cual se presume que los puntajes no están afectados
por la edad, vale decir, a una Edad Mental promedio adulta. Finalmente los C.I. así
calculados se suponen equivalente, sin considerar la edad en la cual se han determinado.
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