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30 CARTAS SELECTAS DE SAN CIPRIANO.

A principios del siglo III, Cartago, en el norte de África, era una de las grandes
ciudades del Imperio Romano. Allí nació San Cipriano, hacia el año 205, en el seno de una
familia pagana, rica y culta. Como correspondía a su categoría social recibió una esmerada
formación en Filosofía y Retórica. También participó de las ventajas de su fortuna, del
lujo, placeres y honores propios de las costumbres de la época. Pero en la edad madura,
siendo muy conocido en su ciudad como maestro de Retórica, se convirtió al Cristianismo.
A los pocos años, en el 248, fue nombrado Obispo de Cartago.

San Cipriano escribió muchas cartas aunque solo en este texto se tomaron en cuenta
30 de ellas, a fines del año 249 al 250 estalla la persecución del emperador Decio. Al
arreciar la persecución de Decio, en 250, juzgó mejor retirarse a un lugar apartado, para
poder seguir ocupándose de su grey. Algunos juzgaron esta actitud como una huida
cobarde, y Cipriano hubo de explicar su conducta. San Cipriano se escondió no muy lejos
de su sede en Cartago. Los presbíteros romanos que se encontraban gobernando la iglesia
no le recriminaron a san Cipriano su fuga, pero si le encomendaron que no dejara de vigilar
muy cuidadosamente a su rebaño ante tal persecución.
San Cipriano supo cómo cumplir con su deber de pastor y lo demostró a los
romanos con sus cartas. Cada uno de estas epístolas fue escrita bajo una necesidad palpable
y viviente dentro del imperio romano y de la misma iglesia. Estas cartas también fueron
escritas en contextos turbulentos dentro de la misma iglesia: tres persecuciones, dos cismas
y varios concilios provinciales.
El autor para dar respuesta a estos problemas analiza, encausa y domina los mismos
ya que estas cartas son un verdadero reflejo de sus inquietudes, de sus soluciones en un
contexto verdaderamente humano.

En sus cartas, en las que da muestra de su extraordinaria clarividencia y energía en


los asuntos referentes a la fe y a la vida de la Iglesia. Más que un hombre de ideas fue
sobre todo un hombre de gobierno y de acción. Su doctrina coincide sustancialmente con la
de Tertuliano, del que era lector asiduo y a quien consideraba como maestro.

Sus obras, tratados y cartas se pueden agrupar en dos tipos: las de carácter
apologético, donde utiliza toda su rica formación filosófica en defender la fe de Cristo
contra los paganos; y las pastorales, en las que habla como obispo, con una clara
concepción sobre la Iglesia católica y el episcopado.

Las Cartas de San Cipriano son una fuente extraordinariamente valiosa para la
historia, especialmente eclesiástica, del período. En ella podemos encontrar disposiciones
para lectores, exorcistas, diáconos y acólitos, así como para los maestros de los
catecúmenos.
La liturgia también fue tomada en cuenta por san Cipriano, reclamaba el abuso de
algunos obispos en la utilización del agua en la consagración del cáliz, explica también san
Cipriano el uso legal del vino para consagrar, la razón por la cual se debía de ofrecer el
sacrificio por las mañana aunque este oficio haya sido instituido en la noche en la última
cena.
En estas treinta cartas también puede apreciarse escritos que tiene un gran interés
vital tanto como para la vida interna como para externa de la iglesia, y principalmente para
la disciplina penitencial así como para la historia del mismo dogma católico.
También se tiene un lugar preeminente para los hermosos cantos a la gloria de los
confesores, así como a sus arengas y encendidas exhortaciones al martirio las cuales
constituyen la obra cumbre de Cipriano.
Cipriano cita muy seguido dentro de sus cartas las sagradas escrituras. Hay cartas
que tienen un verdadero tejido entre las palabras del obispo de Cartago y las escrituras. En
todas su cartas san Cipriano utiliza la expresión fraternitas por lo regular al final de sus
cartas fraternitatem salutate que se refiere a una iglesia lo cual podría traducirse como una
fraternidad de hermanos.

Dos problemas particularmente graves reclamaron su atención: el primero era el de


la actitud que convenía tomar con los que habían cedido durante la persecución accediendo
a ofrecer sacrificios a los ídolos. Muchos de ellos quisieron luego volver a la Iglesia, y para
ello solicitaban de los confesores, que habían permanecido firmes sufriendo gravísimos
tormentos por la fe, unos certificados en que declaraban que hacían participantes de sus
méritos a los que se habían mostrado débiles, con lo que éstos creían ya tener derecho sin
más a ser readmitidos a la comunión.

Cipriano mantuvo firmemente que el grave pecado de apostasía requería una


proporcionada penitencia, y que los certificados de los confesores no podían considerarse
como una absolución automática, sino que la absolución tenía que concederse por la Iglesia
a través de sus ministros, por medio de la imposición de manos, que sólo debía tener lugar
después que constase de un auténtico arrepentimiento garantizado por una congrua
satisfacción.

Las discusiones acerca de esta cuestión son de gran interés histórico, pues a través
de ellas conocemos la práctica de la disciplina penitencial en la Iglesia antigua.

Otro problema, que llegó a presentar suma gravedad, surgió cuando un número
notable de personas que se habían criado en la herejía pidieron ser admitidos en la Iglesia
católica. La práctica de las Iglesias de África en tales casos era la de bautizar a todo hereje
que pedía ser admitido, aunque hubiese recibido ya el bautismo en su secta, pues no se
consideraba que el bautismo conferido por herejes pudiera ser válido.
La Iglesia romana, en cambio, defendía que la validez del bautismo no dependía de
las disposiciones o la santidad del ministro que lo confería, sino que todo bautismo hecho
con la intención de hacer lo que Cristo había mandado era válido, y, por tanto, no debía
repetirse.
Frecuentemente emplea san Cipriano el termino griego exomológesis. Era la
palabra utilizada en ese tiempo consagrada como un compendio de la disciplina penitencial
vigente.
La exomológesis consiste, pues, en la disciplina que prescribe al hombre
prosternase y humillarse imponiéndose un método de vida tal que atraiga
sobre si la misericordia. En cuanto al modo de vestirse y alimentarse exige que
se duerma bajo el saco y la ceniza, que el cuerpo se cubra de harapos y el
hombre entre en arrepentimiento de corazón hacia Dios.

Con frecuencia habla Cipriano de comunión y de paz. El que apostataba


sacrificando directa o indirectamente a los ídolos quedaba ipso facto en guerra
contra la iglesia. Y no podía volver a ella si esta no le concedía la paz.

Muchas veces habla san Cipriano de turificados, sacrificados y


libeláticos. Los primeros eran los que ofrecieron incensó a los ídolos, los
segundos quienes habían sacrificado víctimas o comido de ellas después de
sacrificarlas, libeláticos a los que habían escapado de la persecución mediante
un certificado de algún magistrado en el que con falsedad se hace constar que
el portador había ofrecido sacrificio.

La talla del gran obispo africano se ve emerger gigantesca, se ve


emerger gigantesca, tal como es, principalmente de sus propias cartas. En
ellas se transparenta lucida y radiante la figura de san Cipriano una figura
ejemplar atractiva, ejemplar y fascinadora de este gran padre de la iglesia.

En ellas se oye vibrar su alma a impulso de sus zozobras e inquietudes


por la ruina de tantos caídos. O bajo la explosión de sus expresiones de júbilo
ante las glorias de su iglesia militante de Cartago.

De una manera muy general y un tanto raquítica este es el resumen del


libro 30 cartas selectas de san Cipriano que nos permite entrever las
problemáticas de las propiedades particulares. Y problemas sociales y
religiones de la época antigua.
SEMINARIO DIOCESANO DE MEXICALI.
FACULTAD DE TEOLOGÍA.

NOMBRE:

JOSÉ FRANCISCO MILLÁN RUELAS

MAESTRO:

PBRO. LIC. JOSÉ FORTUNATO ÁLVAREZ

MATERIA:

PATROLOGÍA

GRUPO:

PRIMERO DE TEOLOGÍA.

30 CARTAS SELECTAS DE SAN CIPRIANO

MEXICALI, B.C., A 07 DE MARZO DE 2011

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