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Los jóvenes del aguante

“Muchas de las víctimas murieron porque iban a su primer recital, que es una memoria significativa,
una iniciación cultural inolvidable, que debe ser motivo de celebración por parte del iniciado y del
que inicia, y no motivo de duelo inacabado. Entonces, cada escena y cada dato me regresan al dolor
y a la bronca”, opina el sociólogo Pablo Alabarces. Advirtiendo que había sido invitado para opinar
como crítico y no como víctima, “que no lo soy”, dijo que ni siquiera era pertinente “ninguna
convencional referencia a la sociedad como víctima, porque ningún análisis puede prescindir de algo
que casi no se ha dicho: que esta sociedad –adulta– sigue matando a sus hijos, y que el culpable
central no es un Chabán ni un Ibarra ni ninguna bengala perdida; sino el capitalismo salvaje que, a
pesar de que teóricamente ya nos lo sacamos de encima en diciembre de 2001, sigue vivito y
coleando y reclamando su cuota de sangre, invariablemente joven”.

Habló de la “cultura del aguante” a la que los jóvenes se vieron y se ven condenados como única
posibilidad de existencia y advirtió sobre la crítica, los cuestionamientos y la represión que el mundo
adulto “(careta, dirían nuestras víctimas)” ejerce sobre ellos, empeorando el panorama a través de la
mercantilización: “les aplica las reglas de la plusvalía y pone cuatro mil chicos en un lugar para mil,
les cierra las puertas para no pagar seguridad excesiva (fuera de los humillantes cacheos de rigor), les
vende las bengalas indispensables para su ceremonia y después llora lágrimas de cocodrilo mientras,
íntimamente, se piensa: ‘qué querés con estos negros’”.

Quizás fue la de Alabarces la más controvertida de las exposiciones que se dieron hasta el momento
en el ciclo por las respuestas que se produjeron desde el público presente. “Chabán es tan culpable
como casi todos los empresarios argentinos, capaces de vender a la madre por preservar sus
márgenes de ganancia; Ibarra es tan culpable como toda la clase política –quizás un poco más,
porque dijo que le ganaba a Macri en nombre de un progresismo que ni siquiera sabe plantarse frente
a los abusos de la explotación. Pero ésas son anécdotas porque el eje es la enorme culpabilidad de
toda una sociedad –adulta– que insiste en matar alegremente a sus hijos, mientras los
desconoce por completo, mientras no puede penetrar una racionalidad descalificada
rápidamente como irracional”.

Alabarces trazó a su vez una línea paralela entre los jóvenes que llevan a sus hijos tanto a las canchas
como a los recitales para transmitir generacionalmente “esta memoria de la fiesta que los constituye
como sujetos, que les permite ser rolingas o villeros como identidad esencial, como única posibilidad
de la sociabilidad; llevan a sus hijos, de paso, porque los tienen, porque son padres adolescentes que
tienen sexo desaforadamente y sin cuidarse, porque no tienen más remedio y no pueden abortar. Es
sin duda, un cuadro espantoso: pero ellos, los chicos, no tienen más remedio”, sentenció. Para el
sociólogo, Cromañón es, en suma, más que una bengala; es el “descubrimiento” del aguante y
200 muertos. “Es una puesta en escena de lo que tenemos, y no precisamente lo mejor”, finalizó.

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