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El ocaso de los trogloditas llegó, salvándose sólo dos familias, en las cuales,
tomando como mal ejemplo el actuar del resto de los trogloditas, criaron a los
suyos bajo, al menos, cinco preceptos basados en la virtud y la justicia: (i) el
bien particular es dependiente del bien común, (ii) quien se separa del bien
común se separa de su propio bien, (iii) que la virtud no es una carga, (iv) que la
virtud no es un penoso ejercicio y (v) hacer justicia a otro es caridad consigo
mismo. Bajo tal educación, estas dos familias buenas comenzaron a
reproducirse, y al reproducirse, crecieron, y al crecer aumentaron los trogloditas
buenos, y al haber más trogloditas buenos, más virtuoso, justo y feliz se hacía el
país: lo ajeno era tenido, sentido y pensado como propio, y viceversa. Como
ejemplo de esto: un troglodita, al ver que otros trabajan al lado del terreno de
su padre bajo los látigos del sol, decide plantar dos árboles capaces de regalar
sombra a los jornaleros. Ante tal prodigio, los países vecinos sintieron codicia
(cosa desconocida para los trogloditas post-catástrofe), entonces comenzaron
los saqueos por parte de los pobladores vecinos, a lo cual los trogloditas
respondieron algo como: ¿Hemos cometido injusticia, o algún daño a ustedes
para que nos vengan a saquear? Si es así, nos tenemos merecido tales actos
suyos. Pero como no es tal el caso, les invitamos a que si quieren algo, que nos
lo pidan, en caso contrario, tendrán que vérselas con nosotros. Ante tal
respuesta, los extranjeros entraron al país troglodita, teniendo las amenazas de
defensa como vanas e inocentes, pero como el pueblo troglodita estaba unido
bajo la virtud y la justicia natural que les nacía, los extranjeros no tuvieron más
remedio que partir.
Sin embargo, ya crecidos en número, las condiciones para hacer y ser virtuosos
y justos los unos con los otros se hacían cada vez más difíciles. Entonces,
decidieron volver a un reinado, pero elegido por ellos mismos. Tal premio
recayó sobre el más anciano y, por ende, más justo y virtuoso de todos, el cual,
con no poca tristeza al ver a los alguna vez libres trogloditas, queriendo ser
vasallos de nuevo, dice:
Pienso que esta fábula, tiene mucho en común con la idea buen salvaje
(Russeau), con aquella gradación (pensándolo bien, de-gradación) de los
gobiernos del buen ciudadano, como es en la “Républica” de Platón, pues si en
Montesquieu hay, grosso modo, al menos tres tipos de gobierno (Monarquía,
luego aristocracia – Anarquía – gobierno comunitario), en Platón tenemos siete
tipos de gobierno (desde la monarquía hasta la tiranía). Lo que me interesó, es
este círculo que envuelve a ambas teorías, lo que hace que ambos autores sean
agudos “sociólogos” respecto a las formas y modos en que política y sociedad
se articulan. Porque tal parece que tanto Montesquieu como Platón sólo tienen
en la cabeza un propósito: cómo crear algún tipo de gobierno, costumbres,
leyes, etc., que escapen a la lógica inexorable de gradación. En tal contexto,
Montesquieu acuña la concepción de “monarquía democrática”, mostrándonos,
a su vez, una primera e inacabada concepción de la división de los poderes del
estado, variables caras a la Ilustración en el ámbito socio-político.