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OSCUROS
El poder de las sombras
Traducción no oficial
El Infierno en la Tierra
Prólogo
Aguas Neutrales
Hoy sólo una cosa podía hacerlo entrar en calor, y ella estaba
fuera de su alcance. Echaba de menos la forma en que la corona
de su cabeza hacía una cornisa perfecta para sus labios. Se
imaginaba llenando el círculo de sus brazos con su cuerpo,
inclinándose para besar su cuello. Sin embargo era bueno que
Luce no pudiese estar allí en ese momento. Lo que vería la
horrorizaría.
“¿De qué estás hablando? Soy el que acabó con el.” Daniel miró
abajo hacia el hombre muerto, a su hirsuto cabello gris
enmarañado en su pastosa frente, sus nudosas manos y sus
baratas botas impermeables de caucho. Aquello lo hizo sentir frío
de nuevo. Si el asesinato no era necesario para garantizar la
seguridad de Luce, para salvarla, Daniel nunca levantaría otra
arma. Nunca participaría en otra lucha.
Daniel cruzó los brazos y miró hacia a tras a las blancas crestas de
las olas. Un catamarán de turistas proveniente del muelle de San
Francisco se deslizaba hacia ellos. En otro tiempo, la visión de
aquel barco podría haber traído de vuelta una avalancha de
recuerdos. Un centenar de viajes felices que había hecho con
Luce cruzando a través de los cientos de mares en todas sus
vidas. Pero ahora — ahora que ella podría morir y no regresar,
en esta vida cuando todo era diferente y no habría más
reencarnaciones — Daniel estaba siempre muy consciente de
cuan en blanco la memoria de ella estaba. Ese era la última
oportunidad. Para ambos. Para todo el mundo, en realidad.
Entonces eran los recuerdos de Luce, no los de Daniel, los que
importaban, y demasiadas verdades impactantes deberían de ser
cuidadosamente llevadas a la superficie si ella iba a sobrevivir. El
pensamiento de lo que ella tenía que descubrir hacía que su
cuerpo se tensara completamente.
“Sabes que solo hay una razón por la cual aun estoy aquí,” dijo
Daniel. “Necesitamos hablar de ella.”
Era una tradición celestial de larga data dar una tregua que se
extendiese por dieciochos días. En el cielo, dieciocho era el
número de más suerte, el más positivamente lleno de luz, el
número por el cual todos los grupos y categorías perdían el
control. En un lenguaje mortal, el dieciocho vendría a significar la
vida como tal — aunque en este caso, para Luce, podría
simplemente significar la muerte.
“Los Proscritos.”
Esta era la primera vez que Daniel había propuesto una tregua.
Establecido los limites, hecho las reglas, y elaborado un esquema
de consecuencias si uno u otro lado las trasgredieran — era una
gran responsabilidad que asumiría junto con Cam. Por supuesto
que él lo haría, Cam haría cualquier cosa por ella… solo quería
asegurarse de que lo hiciera bien.
“No puedo dejarla sola por tanto tiempo.” Había echado fuera las
palabras demasiado rápido. Miro abajo a la flecha en su mano
sintiéndose mal. Quería arrojarla dentro del océano pero no
pudo.
“Que conveniente para ti,” Cam murmuró. “Solo espero que ella
no se decepcione.”
“¿Y luego?”
De regreso a Luce.
Uno
Dieciocho Dias
L uce planeaba mantener sus ojos cerrados durante todas las
seis horas que durara el vuelo que atravesaba el país
iniciando en Georgía y finalizando en California, justo hasta
el momento cuando las ruedas del avión tocaran tierra en San
Francisco. Medio dormida, encontraba mucho más fácil pretender
que ya estaba junto a Daniel.
Se sentía como toda una vida desde que lo había visto, aunque
realmente solo habían sido unos pocos días. Incluso desde que se
habían dicho adiós en Espada y Cruz el viernes en la mañana,
todo el cuerpo de luce se había sentido aturdido. La ausencia de
su voz, su calor, el toque de sus alas: se habían clavado en sus
huesos, como una enfermedad.
Unas pocas semanas antes, eso la habría enfurecido. Pero las cosa
que habían ocurrido en aquellos últimos días en Espada y Cruz
habían convertido a Luce en una persona que se tomaba el mundo
de forma más seria. Había vislumbrado una ráfaga de imágenes
de otra vida -- una de muchas en la que había compartido con
Daniel antes. Había descubierto un amor más importante para ella
que cualquier otra cosa que alguna vez hubiese creído posible. Y
luego había visto todo aquello amenazado por una loca anciana,
blandiendo una daga y en quien pensó podría confiar.
El chico junto a ella le ofreció una leve sonrisa que solo hizo que
Luce estuviese mas ansiosa por levantarse.
Luce hizo una mueca. No sabía porque había dicho eso. No quiso
ser ruda, pero la luz del cinturón de seguridad se apagó y todo lo
que quería hacer era correr mucho para dejar atrás a este chico y
salir directo del avión. Él debería tener la misma idea, porque
avanzó hacía atrás poco a poco por el pasillo y deslizó sus manos
hacía adelante. Tan educadamente como pudo, Luce se abrió
paso y empujó hacia la salida.
“Estas aquí.”
Ya no estaba en Georgia.
“Más que eso,” Daniel se echo a reír. “Este solía ser tu carro.”
Excepto, que parecía, que esta vez podría hacerlo. Esta vez ellos
podían tomarse de las manos, besarse, y… ella no sabía que otra
cosa podrían hacer. Pero moría por descubrirlo. Se sorprendió de
ella misma. Ellos deberían ser cuidadosos. Diecisiete años no
eran suficientes, y en esta vida, Luce estaba reacia a quedarse
esperando a ver cómo era realmente estar con Daniel.
“¿Qué ocurre?”
Ella asintió.
“Hay otros.”
Sus ojos ni una sola vez se desviaron del camino. “Solo tú. Es solo
por poco tiempo.”
“Entonces no lo hagas.”
“Desearía poder.”
Aun así era tan claro para Daniel. “Tenias una cabaña de dos
cuartos y tu madre era una cocinera terrible, por eso todo el lugar
siempre olía como a repollo. Tenías estas cortinas de tela de
algodón a cuadros azules que yo acostumbraba a abrir y así
poder trepar a través de tu ventana por la noche, después que
tus padres se quedaban dormidos.”
Luce observó sus manos, sus pálido, dedos cónicos y las palmas
pequeñas, cuadradas. Se preguntó si ellas siempre Lucian igual.
Daniel llegó hasta ellas a través de la consola. “Son tan suaves
ahora como lo eran entonces.” Luce sacudió su cabeza. Adoraba
la historia, quería escuchar mil más iguales a esta, pero eso no
era lo que había querido decir. “Quiero saber acerca de la
primera vez que me viste,” dijo.”La verdadera primera vez.
¿Cómo fue eso?”
“La verdadera primera vez que te vi,” Daniel continuó, “no fue
algo diferente de cualquier otra vez que te he visto desde
entonces. El mundo era más reciente, pero eras simplemente la
misma. Fue —”
“¿Qué?”
“No voy a verte por un rato. Tengo que darte algo para recordar.”
Estaban volando.
“No es por mucho tiempo. Tan pronto como las cosas estén más
seguras, vendré por ti.”
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