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Cantos optimistas de primavera se entonaron de 1949 a 1963.

Pronto se evidenció que el


estilo de gobierno de Juan Manuel Gálvez era opuesto al de la recién pasada dictadura. 

Regresaron los exiliados y se respetó la libertad de prensa, respeto que, salvo en muy
coyunturales ocasiones, se ha mantenido hasta el presente. Se aprovechó los ahorros,
dejados por el gobierno de Carías, para fundar el Banco Central de Honduras y el Banco
Nacional de Fomento, pilares de la política desarrollista. 

Se concluyó el pago --iniciado en los años veinte, en el gobierno de Paz Barahona-- de la


vieja deuda con Inglaterra y el país mostró una cara solvente. 

Hubo mejoría en los términos del intercambio internacional, entraron divisas frescas y la
producción hondureña de café fue en aumento hasta colocarse, a la vuelta de algunos
años, en el primer lugar, desplazando al banano. 

Con la ventaja de encontrarse el café en manos nacionales y de no estar concentrada la


producción en una oligarquía, existiendo productores de café de todos los rangos. 
Gálvez tenía un carácter campechano y no adusto como el de Carías. Gálvez recorría el
país en mangas de camisa, no usaba rigurosos trajes de casimir ni ejercía un mando
hierático desde la Casa Presidencial. Estaba a tono con una nueva generación de políticos
nacionalistas que se separaban del cariísmo para organizar el Movimiento Nacional
Reformista. Pero el líder que sintonizó con los aires de los nuevos tiempos fue el liberal
Ramón Villeda Morales, que logró un masivo arrastre popular. 

El Partido Liberal retornó al poder en 1957; bajo la presidencia de Villeda la


democratización en Honduras tuvo un perfil social y no sólo económico: primer Código
del Trabajo, organización del Seguro Social, primera Ley de Reforma Agraria. 

Villeda ha sido el político más actualizado de los últimos tiempos. Y buscó nuevas rutas
conceptuales para superar el liberalismo positivista. No definió su simpatía, aunque en
sus preferencias mencionaba a la democracia cristiana o a la social democracia y
estableció lazos de amistad política con el movimiento latinoamericano denominado
"izquierda democrática", que tenía a Figueres de Costa Rica y a Rómulo Betancourt de
Venezuela como exponentes principales. Democracia en libertad y con justicia social
parecía ser la senda que se estaba abriendo. 

Pero fue un tiempo primaveral con borrascas. 1954 fue un año tempestuoso. Honduras
prestó su territorio para que una operación de la Agencia Central de Inteligencia –CIA-- y
la United Fruit Company conjuntara exiliados guatemaltecos para invadir el vecino país y
lograra derrocar el gobierno de Jacobo Arbenz. La Organización de Estados Americanos –
OEA--, dirigida por los Estados Unidos, en nombre de la seguridad democrática
continental había condenado a Guatemala por ser un peligro comunista. 

La peor preocupación no era la presencia de algunos izquierdistas en el gobierno


guatemalteco sino la reforma agraria que estaba afectando posesiones de la United. 

La gran huelga de dos meses de duración en los campos bananeros de Honduras fue
como una tormenta eléctrica que galvanizó a la conciencia nacional. Sorprendió
comprobar cómo, sin previa preparación sindical y orillados a reunirse en la
clandestinidad, los trabajadores demostraron tener sólida capacidad de lucha y
madurez. 
Sorprendió asimismo la enorme solidaridad con los huelguistas demostrada por el
pueblo hondureño. 

El gobierno de Gálvez se decidió por la negociación y no la represión y las bananeras


tuvieron que avenirse a tratar con sus trabajadores. Surgió así el movimiento sindical, de
1954 en adelante, que abriría en Honduras las puertas a otros procesos
democratizadores y del que llegó a afirmarse que era el más potente en Centroamérica. 

1954 fue también año electoral. Como en otras ocasiones, la presencia de tres
candidatos complicó el proceso. Los nacionalistas se apuntaron divididos, con el viejo
General Tiburcio Carías al frente del Partido Nacional, y su antiguo vicepresidente
Abraham Williams como candidato del Movimiento Nacional Reformista. 

La popularidad del candidato del Partido Liberal, Ramón Villeda Morales, era
incontenible pero no obtuvo la mayoría requerida. El Congreso electo no se instaló pues
ambas alas nacionalistas no hicieron acto de presencia; se rompió el orden constitucional
y en defecto del Presidente Gálvez, que se había retirado por motivos de enfermedad,
quedó como Jefe de Estado, de facto, su vicepresidente Julio Lozano Díaz. 

Caracterizado por su eficiencia administrativa, Lozano Díaz gobernó en 1955 y 1956.


Nueva borrasca cuando pretendió imponerse en el mando sin otro apoyo más que el de
un reducido circuito de allegados. 

El Ejército lo derrocó el 21 de Octubre de 1956. La Junta Militar de Gobierno prometió


devolver el país a la constitucionalidad en el término de un año, promesa que cumplió.
La Asamblea Nacional Constituyente, fruto de las elecciones de 1957, promulgó una
nueva Constitución de la República y en elecciones de segundo grado designó a Villeda
Morales como Presidente. 

Quince días antes de finalizar su período, Villeda fue sustituido violentamente por el
mismo Ejército que había facilitado el proceso de su llegada al poder. 

El golpe militar ocurrido el 3 de Octubre de 1963 contra el gobierno de Villeda fue


sangriento. Y le puso fin a unos aires primaverales que, no sin objetiva razón, habían
venido circulando por Honduras durante quince años.

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