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El perfume.

Siempre hacia que se duchara antes de hacer el amor.


-¡Se la lavaras con salfumán! La decían sus amigas.
Nunca se había creído aquello de “tu olor me vuelve loco”. Eso era
de anuncio de colonia o una burrada de esas que se dicen cuando uno está
tan borracho de deseo que haría cualquier cosa por descargar esa tensión.
Cualquier olor intenso era un mal olor, y había que eliminarlo.

Esta extraña noche de mayo hacía más calor de lo acostumbrado y


dormían con la ventana abierta. Una rendija de luz entraba desde una farola
cercana iluminando tenuemente la cama.
Ambos tenían el cuerpo perlado de sudor; y la escasa ropa que
llevaban se les pegaba al cuerpo.
Ella no podía dormir con el calor, no dejaba de dar vueltas. El olor de
ambos llenaba la habitación. Cualquier otro día hubiera corrido a ducharse
y hubiese abierto aún más la ventana. Pero continuó tumbada jugueteando
con el elástico de sus braguitas.
¿Y si realmente su olor le excitaba?
Recogió en la punta de su índice un poco del sudor de su cara y
acercó el dedo a la nariz de él. Miró el calzoncillo, algo se había movido ó
¿lo había imaginado?
Acercó su nariz a la masculina axila y aspiró, primero sin ganas y
luego a fondo.
No se notaba especialmente excitada, tampoco asqueada.
Habría que probar con algo ..diferente. Se acarició un pecho, sin
vicio ni cariño; era un experimento.
Colocó la palma de la mano por encima de aquella nariz por la que
asomaba algún pelillo. Y recorrió el tan conocido cuerpo con la mirada
hasta llegar a… ahora sí.
Aquello ya era otra cosa, vale, no gran cosa, pero algo era algo.
No era momento de dejarlo pero estaba congelada de terror.
Primero se acarició el monte de Venus por encima de la ropa con el
dedo corazón luego fue uniendo dedos y manos a la fiesta. Bajó hasta su
vulva, sin apartar la ropa, se frotó con fruicción, lentamente pero de forma
más intensa cada vez hasta que la tela invadió la intimidad de su
entrepierna.
Paró de golpe, asfixiada y tensa de placer. No era eso lo que quería.
Se olfateó las manos. Giró para ofrecérselas a él; pero el se había dado la
vuelta. Se incorporó, bajó los brazos.
¡Siiiiiiiiiiiii!, el volumen era ahora inocultable y crecía y se
desbordaba. Ella apartó las manos avergonzada y contenta; libidinosa y
temerosa; como un niño comiendo golosinas a escondidas.
El siguió su rastro, aun dormido, y se colocó boca arriba.
Ella dudó un instante, se quitó las bragas y comenzó a acercar su
humedad a la cara de su amante.
Nunca había dejado que él le lamiese, ni ella nunca le había lamido;
así que al despertar él se sintió desorientado; pero aquel aroma y aquellos
roces no le dejaba lugar a dudas.
Ella se masturbaba frotando su clítoris contra la nariz de él y
comenzó a acercar su boca a su pene. Cada vez le parecía más grande; o
quizás lo veía más cerca que nunca.
Todavía medio dormido, él sólo acertaba a acariciar con sus manos
entre las nalgas de ella.
La intensidad del orgasmo le obligó a apartar la cara de los genitales;
así no se hizo necesario que la avisasen de orgasmo correspondido de su
amante.
Abrazada a la cintura de él, se derumbó sobre su vientre; y no la
importó para nada la humedad caliente que resbalaba por su espalda.

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