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Batalla de las Queseras del Medio

Acción táctica librada el 2 de abril de 1819 en el estado Apure, en el marco de la


Guerra de Independencia. Durante la misma Páez ordenó el célebre "vuelvan
caras", maniobra decisiva para derrotar a las fuerzas realistas. La batalla de las
Queseras del Medio se produjo una vez que Simón Bolívar luego del combate de
la Gamarra (27.3.1819), se replegó en los Potreritos Marrereños, a la derecha del
Arauca, lugar donde el jefe español Pablo Morillo decidió atacarlo. José Antonio
Páez enterado de los objetivos de Morillo, a la cabeza de 153 jinetes cruza el río
Arauca el 2 de abril de 1819 y enfila 3 columnas contra el campamento realista.
Morillo ante el ataque Páez, movió su ejército con la caballería al frente (cerca de
1000 jinetes), por lo que el "Centauro de los llanos" emprendió la retirada en la
dirección donde Bolívar había apostado una unidad de infantería. Ante la aparente
repliegue de las fuerzas de Páez, Morillo ordenó a un escuadrón bajo el mando de
Narciso López rodear al ejército paecista.

Por su parte, Páez encomendó a Juan José Rondón que atacase a López para
hacer que éste reuniese su escuadrón en una sola columna, al ocurrir esto, Páez
ordenó volver caras y el ataque sobre las fuerzas de Narciso López. El efecto de
esta maniobra de la caballería paecista, fue sembrar el caos y la confusión en el
ejército realista. La acción de los lanceros de Páez fue facilitada por el hecho de
que los carabineros de López echaron pie a tierra para hacer uso de sus
carabinas. Ante el ataque de las fuerzas patriotas la caballería realista se retiró
con precipitación y se echó sobre su propia infantería, la cual no fue arrollada
gracias a la decisión de Morillo de trasladarla rápidamente a un bosque vecino,
donde se refugiaron. El balance del enfrentamiento entre las fuerzas patriotas y
realistas, se calculan en 400 bajas para los primeros, contra 2 muertos y 6 heridos
de los segundos. El triunfo militar de José Antonio Páez en la batalla de las
Queseras del Medio, contribuyó a acrecentar su fama como la "Primera Lanza de
los Llanos". En tal sentido, Bolívar al condecorar a Páez y sus valientes llaneros
con la Cruz de los Libertadores, culminó su discurso con las siguientes palabras:
"... Lo que se ha hecho no es más que un preludio de lo podéis hacer..."

En términos generales, la maniobra "vuelvan caras" ejecutada por José Antonio


Páez en las Queseras del Medio, es en la terminología militar una táctica llevada a
cabo por las unidades de caballería. La misma consiste fundamentalmente en un
cambio de dirección de la retaguardia, en la que los que se retiran vuelven cara a
sus perseguidores, lo cual crea una gran confusión en los mismos. La maniobra
como tal se ejecuta mediante voz de mando o toque de trompeta; siendo la última
la más usual. A esta estrategia también se le conoce como "volver cara al
enemigo".

Al amanecer del 2 de Abril de 1819, cerca de la Mata del Herradero, al sur del río
Arauca, ciento cincuenta y tres hombres del ejército patriota, al mando del General
de División José Antonio Páez, dieron inicio una de las más heroicas y singulares
gestas militares de la independencia venezolana y suramericana: La batalla de
Las Queseras del Medio, destacada acción bélica de la llamada Campaña de
Apure.

Mes y medio antes de tan legendaria batalla, Simón Bolívar instalaba el Congreso
de Angostura (15 de febrero de 1819), desde donde se le otorga la presidencia de
la República y la tarea de librar a sus provincias del poder español. Con tales
poderes y fines, el Libertador avanza hacía el bajo Apure al encuentro con Páez,
lo cual consiguen en Caujaral de Cunaviche, junto con tres mil combatientes.

El 27 de marzo, el cuartel general del ejército libertador se instala en los Potreritos


Marrereños. Mientras al otro lado del río Arauca, Pablo Morillo, Capitán General
del ejército español, apostaba siete mil quinientos realistas.

Páez propone a Bolívar un ataque sorpresa al enemigo. Aprobada la acción,


ciento cincuenta y cinco lanceros, entre oficiales y tropas, cruzan a caballo el río
Arauca sin ser avistados. Páez organiza a sus jinetes en siete grupos,
comandados respectivamente por los oficiales: Francisco Carmona, Francisco
Aramendi, Cornelio Muñoz, Juan Antonio Mina, Juan Gómez, Fernando Figueredo
y Juan José Rondón. El Teniente José Silva se devuelve al campamento patriota,
sin que hasta el presente se conozcan las razones.

Recibida la información del movimiento, Morillo ordena partir dos columnas de


caballería para envolver a los insurrectos. Mil jinetes componen las columnas,
entre ellas avanzan doscientos carabineros comandados por el oficial caraqueño
Narciso López, quien luego de la emancipación venezolana en 1821, como
precursor y mártir de la independencia cubana entregaría vida, escudo y bandera
a esta isla caribeña.

Al trote y en perfecto orden, los lanceros patriotas simulan huir en dirección a la


unidad de infantería que Bolívar había apostado a las márgenes del Arauca.
Morillo confiado, decide adelantar al escuadrón de López dividido en dos
columnas. En reacción, Páez ordena al Teniente Coronel patriota Juan José
Rondón atacar con su grupo a los carabineros realistas con la intención de
reunirlos en una sola columna. López une a sus jinetes y les manda a usar las
carabinas, para lo cual deben apearse de los caballos.

De inmediato, Páez ordena su famosa maniobra de volver hacia el enemigo con el


grito “vuelvan caras” (o “vuelvan carajo”), con lo cual arrollan a los carabineros y
ponen en huída al resto de la caballería realista que casi se echa sobre su propia
infantería, la cual evita la tropelía gracias al resguardo que consiguen en el bosque
vecino.

La victoria tiñe los rostros patriotas con la sangre de cuatrocientos realistas que
riegan su sangre en el campo de batalla. Los vencedores se regresan al
campamento patriota con tan sólo dos bajas: El Sargento Isidro Mujica y el Cabo
Manuel Martínez. Al siguiente día, se uniría a las víctimas fatales el Capitán
Francisco Antonio Salazar, luego de ser retirado herido junto con otros cinco
compañeros.

El 3 de abril de 1819, Bolívar premia a los ciento cincuenta lanceros de Páez con
la Cruz de los Libertadores, también les redacta la proclama intitulada “A los
Bravos del Ejército de Apure”, la cual culmina con el siguiente llamado:

“¡Soldados! Lo que se ha hecho no es más que un preludio de lo que


podéis hacer. Preparaos al combate, y contad con la victoria que
lleváis en las puntas de vuestras lanzas y de vuestras bayonetas.”

El 28 de enero de 1817 se produjo la batalla de Mucuritas, donde Páez con 1.100


hombres destruye al ejército de Miguel de la Torre que contaban con 4.000
hombres. En medio de la acción Páez prendió fuego a la sabana y realizó varias
cargas de caballería, los españoles logran salvarse lanzándose a una vaguada
con agua por la cual escaparon. En ese año también libró los combates de San
Antonio de Apure (13 abril), paso de Apurito (18 junio), paso de Utrera (20 junio),
toma de Barinas (14 agosto), y Apurito (8 noviembre).

El 28 de enero de 1817 en Apure, se produjo la batalla de Mucuritas, donde la


astucia de Páez y el valor de sus 1.100 hombres destruyen al ejército de Miguel de
la Torre que contaban con 4.000 hombres. En medio de la acción Páez prendió
fuego a la sabana y realizó varias cargas de caballería, los españoles logran
salvarse lanzándose a una vaguada con agua por la cual escaparon.

El jefe realista Pablo Morillo, que se unió a La Torre al día siguiente, estampó
estas elogiosas palabras: «Catorce cargas consecutivas sobre mis cansados
batallones me hicieron ver que aquellos hombres no eran una gavilla de cobardes
poco numerosa, como me habían informado, sino tropas organizadas que podían
competir con las mejores de S.M. el Rey»

Caudillo de la independencia y primer presidente de la Cuarta República de


Venezuela (Curpa, 1790 - Nueva York, 1873). La multiplicidad de intereses que
han arropado la llamada historia de la Independencia de Venezuela y el
nacimiento de la República, durante el siglo XIX, encuentra su representación
máxima en la figura de José Antonio Páez. Las circunstancias que condujeron a
este hombre, de condición humilde, a convertirse en presidente de la República y
en el gran defensor de Venezuela, no hacen sino dibujar un panorama de alianzas
políticas y militares necesarias en un escenario de máxima inestabilidad. En su
reverso, la historia revela las múltiples facetas de un hombre que, movido por el
azar de una guerra civil con tinte independentista, declinaba su rostro en peón de
hacienda, comerciante de ganado, jefe de los ejércitos llaneros y gran caudillo de
la patria.

Muy lejos de la Caracas criolla de ímpetus revolucionarios y asideros conservadores de


finales del siglo XVIII, José Antonio Páez nació en Curpa, estado Portuguesa, el 13 de julio
de 1790. Era descendiente de canarios e hijo de Juan Victorio Páez y María Violante
Herrera, ambos de fortuna muy escasa. La familia se encontraba más bien
desarticulada; el padre vivía en la ciudad de Guanare y trabajaba para el gobierno
colonial en un estanco de tabaco, mientras la madre iba reservando destinos a sus
ocho hijos.

Cuando tenía ocho años de edad, Páez fue enviado por su madre a estudiar en
una pequeña escuela de Guama. Claro está que las letras no formaban parte de
las expectativas de aquella familia, pues la Colonia no reservaba muchos
derechos para las clases desposeídas. Sin embargo, nada de esto sería
impedimento para que José Antonio Páez se formara en aquello por lo cual se
distinguiría. La escuela de este hombre fue la que ofrecían los Llanos de Apure y
su estirpe era la del llanero. Grandes extensiones de tierras con pastizales de
elevado tamaño húmedos, secos o inundados, según la temporada, componían el
paisaje de esta especie de hombres, cuya actividad era lidiar con las bestias del
ganado caballar y vacuno en un horizonte que sólo se comprendía a sí mismo.

Huyendo de un incidente que le costó la vida a un bandido que quería asaltarle,


Páez se internó en los Llanos y se empleó como peón en el hato de La Calzada,
propiedad de Manuel Pulido. Bajo las órdenes del negro Manuelote, esclavo de
Pulido y capataz de la hacienda, aprendió todo aquello que un llanero debe saber:
ojear el ganado, el rodeo, la junta, herrar, enlazar, colear. Para todo ello tuvo que
aprender a montar de forma tal que su cuerpo se fusionara con la bestia hasta
parecer un centauro. "Imagínese el lector cuán duro debía ser el aprendizaje de
semejante vida (diría Páez en su autobiografía), que sólo podía resistir el hombre
de robusta complexión o que se había acostumbrado desde muy joven. [...] Mi
cuerpo, a fuerza de golpes, se volvió de hierro, y mi alma adquirió, con las
adversidades en los primeros años, ese temple que la educación más esmerada
difícilmente habría podido darle."

El Centauro de los Llanos

La ganadería se había convertido en ese entonces en un sustituto importante del


derruido comercio del cacao, y ello atrajo a muchos comerciantes a fundar hatos
allí donde consiguieran rodear a unas cuantas bestias salvajes. Tal era el caso de
Pulido y lo sería también el de Páez, a quien aquél le ofreció la posibilidad de
ayudarle en la comercialización del ganado en el hato del Paguey. Fue tal la
destreza que adquirió Páez en esta actividad que decidió independizarse,
conquistar sus propias tierras y vender su propio ganado.

Comenzó entonces una nueva vida para José Antonio Páez, que no abandonaría
jamás. Cuando ejercía de pequeño comerciante todavía, en uno de sus
acostumbrados recorridos de Acarigua a Barinas, conoció en el pueblo de
Canaguá a Dominga Ortiz Orzúa, huérfana de diecisiete años con quien se casó
en esa ciudad en julio de 1809. La vida conyugal se vería interrumpida por causa
de la llamada Gran Guerra, iniciada en 1811, nutrida sólo por encuentros
infrecuentes hasta 1821, cuando apareció Barbarita Nieves en la vida del futuro
caudillo. Dos hijos nacieron del vientre de doña Dominga: Manuel Antonio y María
del Rosario.

El estallido de una guerra civil fue la consecuencia más inmediata de la


declaración de la Independencia el 5 de julio de 1811 y la posterior sanción de una
Constitución Federal. Las diferencias entre los criollos patriotas y los adeptos al
entonces prisionero Fernando VII no fueron sino una de las aristas de la
contienda; el bando "realista", comandado por Domingo Monteverde, se oponía
también a la revolución, hallando la mayoría de sus fuerzas militares en los recién
configurados ejércitos de pardos y esclavos. La cuestión de fondo era entonces
una lucha entre clases y castas por la tenencia de la tierra, la obtención o pérdida
de privilegios políticos, y por reivindicaciones estamentarias de los desposeídos.

Nada diferente sucedía en los Llanos de Apure, donde la situación se vivió como
un confuso llamado a las armas. Las noticias llegaban por intermedio de algunos
dueños de hacienda, quienes, aterrorizados por la posible pérdida de sus tierras,
decidían armar sus propios ejércitos. Tal fue el caso de Pulido, quien no tardó en
convocar a Páez para que le ayudara a entrenar a sus hombres en pro de esta
causa defensiva. Resultaba muy difícil, sin embargo, que los llaneros lograran
dibujarle un rostro distinto a su enemigo como no fuera el de su opresor más
inmediato, y de ahí que muchos de ellos se unieran a la causa realista. En esta
maraña de confusiones, cuyo resultado fue la capitulación de Miranda y la pérdida
de la República en 1812, José Antonio Páez se definió como patriota y se
incorporó a las tropas republicanas que mandaba Pulido.

El regreso de José Antonio Páez a los Llanos se produjo en 1813; en 1914 se


trasladó a Mérida, donde permaneció hasta septiembre del mismo año, cuando
volvió nuevamente a los Llanos. No saldría de este territorio hasta 1818, cuando
sumó las suyas a las tropas del ejército de Bolívar. Páez, se dice, siempre estuvo
enfrentado contra los realistas, con independencia de que los intereses que lo
movilizaran tendieran, en un principio, más hacia la defensa de los territorios que
hacia la llamada causa independentista. Reclutado y prófugo del batallón realista a
cargo de Antonio Tíscar en 1813, logró armar progresivamente un poderoso
ejército patriota que ya para 1818 era una de las principales fuerzas con las que
contaba la Independencia.

La estrategia de reclutamiento era la de ofrecer tierras a cambio de lealtad militar;


esta táctica se convirtió en una de las armas más poderosas a favor de la
conquista de la Independencia en 1821, pero también fue lo que permitió a Páez
convertirse en uno de los principales latifundistas del país. Hasta 1816 las batallas
libradas por José Antonio Páez como capitán de caballería perseguían sólo el
propósito de la defensa y conquista de nuevos territorios; la batalla de las Matas
Guerrereñas, en noviembre de 1813, es una de las contiendas que se destacan de
este período
José Antonio Páez

Nació en Curpa (Edo. Portuguesa) el 13 de junio de 1790 y murió en Nueva York


(Estados Unidos) el 6 de mayo de 1873. Llamado el Centauro de los Llanos, José
Antonio Páez se destacó como militar, General en Jefe de la Independencia de
Venezuela y Presidente de la República en tres ocasiones (1830-34; 1839-43;
1861-63).

Hacia 1808, Páez trabajó como peón en un hato de Manuel Antonio Pulido, quien
conformó un escuadrón de caballería para luchar contra los españoles. Páez
formó parte de este batallón hasta 1813, cuando pidió la baja con el rango de
sargento primero y conformó su propia compañía de jinetes. En 1814 fue apresado
por el realista Antonio Puy (Puig).

José Antonio Páez comenzó a distinguirse en el combate de Los Estanques


(1814) contra el comandante Aniceto Matute. En los años 1815-1816 tomó parte
en las guerrillas de Apure y Casanare que hostilizaban continuamente los
españoles. Entabló combate en Mata de la Miel, donde triunfó el 16 de febrero de
1816 y meses después ganó las batallas de Mantecal, El Yagual y Mucuritas, en el
Estado Apure.

El 31 de enero de 1818, Simón Bolívar se reunió con Páez en el Estado Apure


para conversar sobre una mejor y más coordinada organización de las actividades
militares. Ese mismo año, Páez derrotó a los realistas en Calabozo (Edo. Guárico),
luego, por orden de Simón Bolívar, volvió a los llanos de Apure y recuperó a San
Fernando, que estaba en poder de los españoles.

En Ortíz, Estado Guárico, derrotó al jefe peninsular Miguel de la Torre y el 2 de


abril de 1819 aplastó definitivamente al General Pablo Morillo en las Queseras del
Medio (Edo. Apure). El 24 de junio de 1821, Páez desempeñó un papel
importantísimo en la Batalla de Carabobo y el 8 de noviembre de 1823 tomó la
plaza de Puerto Cabello, último refugio de los españoles en Venezuela.

El 30 de abril de 1826, Páez intentó la separación de Venezuela de la Gran


Colombia, a través de La Cosiata, pero enterado el Libertador de tales intenciones,
viajó apresuradamente desde Perú y logró normalizar la situación. La idea
separatista fue ganando partidarios, y el 13 de enero de 1830 quedó consumada
la ruptura, cuando el Centauro de los Llanos aceptó el cargo de Jefe Supremo de
la República.

El 20 de enero de 1835 concluyó su gestión presidencial y entregó el mando a


José María Vargas. En julio del mismo año acabó con los insurgentes que habían
derrocado al Gobierno legalmente constituido.

El 1° de febrero de 1839, Páez escaló de nuevo a la Presidencia de la República.


El 20 de enero de 1843 finalizó su período, luego del cual asumió el mandato el
General Carlos Soublette.
Los acontecimientos del 24 de enero de 1848 (Asalto al Congreso) estremecieron
la sensibilidad pública, por lo cual, el General Páez combatió al Gobierno.
Vencido, fue hecho prisionero y encarcelado en el Castillo de San Antonio de
Cumaná, y en mayo de 1850 fue expulsado del país.

Páez regresa a Venezuela en 1859 y en 1861 es nombrado nuevamente Jefe


Supremo de la República por las circunstancias especiales que sufría la nación,
pero tuvo que dejar el poder en 1863 debido al rotundo éxito de la Revolución
Federal.

José Antonio Páez retornó al exilio, fijó su residencia en Nueva York, donde murió.
Sus restos reposan en el Panteón Nacional desde el 19 de abril de 1888.

La Cosiata fue un movimiento político realizado por el general José Antonio Páez
en 1826 con la finalidad de separar a Venezuela de "La Gran Colombia". Un
movimiento similar hacia 1829 logró la separación completa del departamento de
Venezuela de la antigua Colombia. Los críticos de Páez consideraron que con
este evento traicionaba a Simón Bolívar y su idea unificadora, para conseguir la
formación de la República de Venezuela, auspiciada en gran parte por Páez.

La Cosiata (cosa sin importancia) o revolución de los morrocoyes, fue un


movimiento que estalló en Valencia el 30 de abril de 1826, acaudillado por José
Antonio Páez. Originalmente no tuvo la intención de separar a Venezuela de la
Gran Colombia, sino de exigir la reforma de la Constitución de Cúcuta y anunciar
su rompimiento con las autoridades de Bogotá, aunque manteniéndose bajo la
protección del Libertador.

Carlos Soublette afima en 1826: «El nombre de colombiano es la cosa más


destituida de significación, porque nos hemos quedado tan venezolanos,
granadinos y quiteños como lo éramos antes, y quizás con mayores enconos». Lo
cual comprueba -afirma Vallenilla Lanz- que la Colombia de Bolívar no fue jamás
una nación, sino un Estado Militar».

El Libertador, en efecto, veía esta unión como una necesidad militar. En carta a
O'Leary, fechada en Guayaquil, el 13 de setiembre de 1829, dícele Bolívar; «Los
hombres y las cosas gritan por la separación, porque la desazón de cada uno
compone la inquietud general. Últimamente la España misma ha dejado de
amenazarnos; lo que ha confirmado más y más que la reunión no es ya necesaria,
no habiendo tenido esta otro fin que la de concentración de fuerzas contra la
metrópoli».

La Constitución de Cúcuta causó malestar entre los venezolanos, y fue jurada en


Caracas bajo protesta por la Municipalidad. Santander en la Vicepresidencia de la
República, y la escogencia de Bogotá como capital, fueron también puntos de
discordia. En Venezuela, pues, se veía con disgusto una unión con los granadinos
que en nada la favorecía.
Ante el temor de una supuesta Santa Alianza, mediante la cual se estaría
formando en Europa un poderoso ejército para reconquistar a América, Santander
decreta el 31 de agosto de 1824 un alistamiento general de todos los ciudadanos,
de dieciséis hasta cincuenta años, con las excepciones del caso.

Fue una orden terminante, reiterada, y quizás por la misma repugnacia que
causaba a Páez su cumplimiento, el Jefe llanero demoró su ejecución casi todo el
año siguiente.

A finales de diciembre de 1825 decide Páez hacer cumplir el decreto sobre


alistamiento. Convoca a los hombres desde dieciséis hasta cincuenta años al
templo de San Francisco, en Caracas. La cita era para el 6 de enero de 1826. Sólo
acudieron unos 800 vecinos.

Al hacer una segunda y tercera convocatoria con el mismo resultado, Páez ordena
a los batallones Anzoátegui y Apure que hagan una total y verdadera recluta entre
todos los ciudadanos que encuentren.

Cumplió, pues, enérgicamente, el decreto. El Intendente y el Concejo de Caracas


lo acusaron de hacer una recluta abusando de su autoridad. Desgraciadamente, la
acusación contra Páez prosperó en el Senado de Colombia, al ser admitida el 27
de mayo por 15 votos contra 6. Santander envió su informe al Congreso, y al final
dice que no habiendo tribunal que juzgue a Páez, le corresponde esa función al
Congreso. El Senado, en efecto, suspende a Páez de la Comandancia General y
le llama a Bogotá para que responda los cargos en su contra.

Cabe aquí la expresión de Bolívar, que lo estaba previendo todo: «A mis ojos, la
ruina de Colombia está consumada desde el día en que usted fue llamado por el
Congreso».

Páez no acudirá a ese llamado. Entregó el mando a su acusador Juan de


Escalona, pero se declaró en franca rebelión, asesorado por quienes creyeron que
el Congreso sería el cadalso del hombre fuerte de Venezuela, fresca como estaba
la muerte de Leonardo Infante, un oficial venezolano a quien se le siguió injusta
causa y atroz sentencia. En realidad, no tenía por qué ir a Bogotá. Y en esto tuvo
en Bolívar su principal apoyo.

La Municipalidad de Valencia, que se había reunido el 27 de abril, analiza el caso


de Páez, y ante la imposibilidad de trocar de alguna manera el dictamen del
Congreso, acuerda expresar su resentimiento a Páez por la suspensión de su
cargo y se muestra confiada en que justificará ante el Senado su inocencia.

El 30 de abril volvió a reunirse la Municipalidad en virtud de que el pueblo se había


amotinado para aclamar a José Antonio Páez y pedir su reposición como
Comandante General.
Dicho de otra manera: al ídolo se le arrancó de cuajo de su casa, lo cargó la
multitud en hombros, lo llevó hasta la Municipalidad y lo instaló en su trono para
que desde ese día mandara, como en efecto mandó, porque el ilustre Concejo de
Valencia, «considerando inevitable el suceso, y coincidiendo con la voluntad
general del pueblo, determinó: que Su Excelencia reasumiese el mando».

La Municipalidad de Caracas, que con tanto celo había actuado contra Páez ante
el Senado de Colombia, originando de paso su suspensión, ahora lo apoya. En
sesión multitudinaria del 5 de mayo de 1826, los concejales caraqueños se
sumaron al pronunciamiento de Valencia -un verdadero golpe de Estado- y a esto
siguió una hilera de pueblos y ciudades.

El 14 de mayo de 1826 Páez prestó juramento ante el Gobernador Peñalver «por


Dios y los Santos Evangelios, ofreciendo guardar y hacer guardar las leyes
establecidas, con condición de no obedecer las nuevas órdenes del gobierno de
Bogotá».

Poco después se dirige a Caracas. ¿Cómo fue recibido Páez en Caracas? El


relato de la época nos lo pinta con vivos colores. Había llegado a la capital el 19
de mayo, a las 6 de la tarde. En medio de la más entusiasta aclamación, montado
en pelo, para demostrar su llanería: «y de entre una nube de polvo se adelanta un
jinete sin silla, medio húsar, medio pastor, cubierto con una gorra encarnada y
cabalgando como un discípulo de Franconi. A medida que avanza, modera su
marcha, sonríe a la muchedumbre, saluda a los hombres con la mano y a las
hermosas caraqueñas con miradas y besos. En su camino se hallan tres casas
pertenecientes a la familia del Libertador. Las damas están a la reja: él se yergue,
después se inclina respetuoso; y al instante el pueblo, que lo ha comprendido,
grita como para hacer tumbar las montañas: «¡Viva Bolívar! ¡Viva Páez! ¡Viva
Venezuela!»

En la proclama de ese mismo día 19 a los venezolanos, Páez confirma: «El


Libertador Presidente será nuestro árbitro y mediador, y él no será sordo a los
clamores de sus compatriotas».

Cuando días más tarde, el 25 de mayo, le escribe al Libertador, le pedirá:


«Véngase usted a ser el piloto de esta nave que navega en un mar proceloso,
condúzcala a puerto seguro, y permítame que después de tantas fatigas vaya a
pasar una vida privada en los llanos de Apure, donde viva entre mis amigos, lejos
de rivales envidiosos, y olvidado de una multitud de ingratos que comienzan su
servicio cuando yo concluyo mi carrera».

Obsérvese cómo en todos los pronunciamientos, en todas las manifestaciones y


en la correspondencia, la figura de Bolívar se conserva incólume, venerada por
todos. Sí es verdad que se está contra el Gobierno de Bogotá y contra las insidias
de Santander; es cierto que se piden reformas a la Constitución de Cúcuta y se
acelere la convocatoria de la próxima Convención. Pero no se ataca a Bolívar, y
los promotores de esta Revolución de La Cosiata, se mantienen dentro del ámbito
de Colombia y bajo la autoridad del Libertador.

Fernando Peñalver era uno de los pocos -contando a los familiares- que tuteaba al
Libertador. Por eso puede leerse en una carta suya: «El General Páez manifiesta
por ti el mayor respeto y consideración, y te ha proclamado en el ejército y en
todas partes. Aunque dice que no recibirá órdenes de Bogotá, ha ofrecido
mantener las cosas en el estado en que estaban, sin hacer ninguna novedad
hasta que vengas y resuelvas lo que te parezca conveniente».

Por estos días el Libertador estaba más que entusiasmado con su Constitución
Boliviana. A todo el mundo escribía recomendándola. A Páez le envía con O'Leary
«muchos ejemplares», consciente de que esa Constitución «abraza los intereses
de todos los partidos, da una estabilidad firme al gobierno unida a una grande
energía y conserva ilesos los principios que hemos proclamado de libertad e
igualdad».

Tanto deseaba el Libertador que la Constitución de Bolivia fuera asimilada por los
colombianos, que podría asegurarse que esta revolución de Venezuela convenía a
esas intenciones de Bolívar, pues pidiendo los venezolanos reforma constitucional,
como en efecto la pedían, se allanaba el camino.

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