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Por “nuevo pacto poscolonial” entendemos a la nueva división internacional del trabajo
que se impuso a Latinoamérica entre 1870 y 1930, por el cual, el papel de la región fue
la de producir a mayor escala alimentos, minerales, fibras y energía que requería el
“centro industrial”; en tanto, se consolidaba su dependencia mercantil, financiera y
política de estos centros de decisión, especialmente de Norteamérica que desplazó en
1
Hasta el día de hoy no existe un organismo latinoamericano que agrupe a los indígenas. Los intentos supranacionales han optado
por otros espacios: en 1980 se creó el Consejo Indio de Sudamérica, CISA, que tuvo una duración efímera; y en 1984 se creó la
Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica, COICA. Los indígenas han buscado construir, mas bien,
una organización mundial o panamericana: crearon el Consejo Mundial de Pueblos Indígenas para lo cual asumieron el genérico
“pueblos indios” y crearon el Parlamento de Indígena de América en 1987 que funciona con regularidad. El Foro Indígena reunido
en Quito en julio del 2004 se planteó reforzar la organización panamericana.
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Los jefes de 21 estados iberoamericanos crearon en la segunda cumbre reunida en Madrid en julio de 1992 “el Fondo para el
Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y el Caribe”, integrado de manera paritaria por representantes de los estados
y de los pueblos indígenas. El organismo ha despertado un importante interés de los pueblos indígenas. Ello muestra que es posible
que el ideario latinoamericano, desarrollado por los estados criollos, sea progresivamente asumido por los pueblos indos.
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La COICA nació en 1984 agrupando a indígenas de cinco países (Perú, Ecuador, Bolivia, Colombia y Brasil). En 1992 se
incorporaron las tres Guyanas y Venezuela. Este organismo se ha convertido en una expresión supranacional muy significativa de
los pueblos de tierras bajas, juntando idearios étnicos y ambientales.
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ese papel a Inglaterra. El modelo económico primario de exportaciones e importaciones,
tuvo un tiempo de expansión que llevaba en su interior sus propios límites, que se
expresaron con fuerza en la crisis de 1930, cerrando el ciclo. Tanto la construcción de
los estados nacionales, como la implementación del modelo de exportaciones-
importaciones que desarrolló a gran escala el nuevo pacto poscolonial en este período,
interpelaron directamente a los campesinos e indígenas latinoamericanos, provocando
cambios profundos en los balances poblacionales, en las autopercepciones y
percepciones sobre sus identidades, en el control de los recursos y de la fuerza de
trabajo, y en las estrategias de reproducción social. Los campesinos e indígenas, lejos de
permanecer lejanos o adherentes pasivos de estos procesos, tuvieron una importante
agencia, que nos proponemos destacar.
Entre 1870 y 1930 se produjo una revolución demográfica en América Latina. Uno de
los aspectos clave de esta transformación, fue el poblamiento de áreas consideradas
vacías: las “zonas templadas, planas y relativamente húmedas” del centro de Chile,
Uruguay, El Chaco y el extremo sur de Brasil fueron ocupadas por millares de
inmigrantes, desplazando en algunos casos, a tribus nómadas que tenían alguna
presencia en esos espacios, estableciendo una diferencia pronunciada con los países
mayoritariamente indígenas. También fueron ocupadas las “tierras cálidas” productoras
de azúcar, cacao, tabaco, algodón, tinturas, café, situadas generalmente, cerca del mar
(las Antillas, el Noreste brasileño y las costas de América Central, Venezuela, Ecuador
y Perú) por una población de origen africano, o por colonos mestizos, muchos de origen
indígena, que reemplazaron a las escasas poblaciones nativas que habían sido
exterminadas o muy disminuidas en el proceso colonial. Junto a este cambio espacial y
étnico de la población, se produjeron procesos definitivos de mestizaje en zonas que
tuvieron en el pasado una apreciable población indígena (Colombia, Costa Rica,
Nicaragua, El Salvador y varias “localidades”, incluso de los países que mantenían una
importante población indígena). También la gran región amazónica, comenzó a ser
penetrada por ávidos caucheros, que desplazaron e incluso diezmaron a una población
indígena de la que poco se conoce. Ello se complementó, con el menor crecimiento de
la población nativa comparada con la no indígena en los países mayoritariamente
indígenas, por problemas de pobreza, dominación excesiva y condiciones sanitarias: la
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tasa de crecimiento anual de la población no indígena subió a 1.75%, en tanto, la
población indígena, tuvo un crecimiento negativo. Todo ello produjo un nuevo mapa
poblacional en América Latina, verdaderamente distinto al que tenía antes de este
período.
La evolución del balance entre población indígena y no indígena, mostró una situación
diferenciada en las tres grandes áreas históricas indígenas en las generalmente se ha
dividido a Latinoamérica: el área Mesoamericana, el área Andina y el área de los
“Pueblos de Tierras Bajas”4. Conviene advertir que las estimaciones de la población
indígena para el período 1870-1930 son vagas e imprecisas, revelan la pérdida de la
importancia de los indios como tributarios, las debilidades de los estados nacionales
para levantar información y las ambigüedades que produjeron en las identidades
indígenas los proyectos de “ciudadanización” estatal, los complejos cambios culturales
que suscitaron las migraciones y los impactos que provocó la ampliación del modelo
económico de “importaciones-exportaciones”. Muchos países suprimieron de sus
registros a la población indígena, considerando que se trataba de un problema superado,
irrelevante o incluso “vergonzante” por las dudas raciales contra la capacidad de los
indios para participar en el desarrollo propuesto por las élites latinoamericanas.
Reapareció con fuerza el darwinismo social, bajo la convicción de que la modernización
imitativa era la salida esperada y para facilitarla, no solo había que importar tecnología,
capitales e ideas, sino también facilitar la presencia de inmigrantes europeos.
Los datos estimados muestran que se produjo en el período una sostenida tendencia a la
disminución de los porcentajes de las poblaciones indígenas respecto a las no indígenas.
Aunque la estimación es incompleta, es posible que el porcentaje global de población
indígena perdió 15 puntos, de representar un 36% a 21% de la población
latinoamericana6. Era el producto de tasas diferenciales de crecimiento entre población
4
Hay propuestas que han dividido a los “Pueblos de Tierras Bajas” en dos regiones: el área Caribe y Circuncaribe (La mitad
septentrional de Colombia, la baja Centroamérica, -Panamá y Costa Rica-, el norte de Venezuela, las Grandes Antillas, Jamaica y
Cuba, las Pequeñas Antillas, el nordeste de Venezuela y los llanos venezolanos); y el área, Sur Meridional de América del Sur,
integrada por las poblaciones indígenas de los Andes Meridionales, del Chaco y Litoral, y los de la Pampa, Patagonia y el
Archipiélago Austral (Ver por ejemplo, León-Portilla, Miguel, et.all. América Latina en la Epoca Colonial, 1984)
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Entre 1970 y el 2004, se han levantado censos y encuestas de hogares que incluyen la variable étnica bajo dos modalidades: la
identificación de la lengua materna de los encuestados y/o la pregunta directa por su autoidentificación.
6
La estimación se realizó sobre siete países en los que la información es más confiable: Bolivia, Colombia, Ecuador, Guatemala,
México, Perú y Panamá
4
indígena y no indígena; la disminución física de indígenas por la presión del nuevo
modelo; pero sobre todo, por un activo proceso de mestización, cholificación y
ladinización. Vale decir, la disminución se refiere al núcleo duro y visible de la
población que se autopercibe como indígena, exhibe elementos ancestrales y es
percibida como tal.
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Paul Kirchhoff en “Mesoamérica: sus límites geográficos, composición étnica y caracteres culturales” definió los límites
geográficos y culturales de esta civilización precolombina: el río Sinaloa por el noroeste y el Panuco por el noreste; el río Lerma por
la parte centro-norte; y por el sur el río Motagua, el golfo de Honduras, la ribera sur del lago Nicaragua y la península Nicoya en
Costa Rica (Portilla-León, Miguel:2003: 9)
5
CUADRO 1: EVOLUCION DE LA POBLACION LATINOAMERICANA INDIGENA EN1870 Y 19708
AREAS HISTORICAS 1870 1930 1970
PAISES
Indígena % Total Indígena % Total Indígena % Total
Guatemala 451 96,7 466 1057 60,0 1760 2291 43,7 5243
Honduras 384 950 389 15,0 2592
México 3292 32,4 10157 2405 14,0 17176 4048 8,0 50596
MESOAMERICANA
El Salvador 556 1440 252 7,0 3598
Nicaragua 352 680 106 5,0 2123
Costa Rica 174 500 17 1,0 1731
Bolivia 1039 69,9 1487 1376 63,6 2164 2515 59,7 4212
Perú 1477 57,6 2564 2464 48,9 5037 3467 30,5 11368
Ecuador 317 33,3 952 408 17,2 2365 662 11,1 5970
ANDINA
Chile 1782 4370 760 8,0 9496
Colombia 157 5,8 2708 209 2,6 8131 338 1,5 22561
Argentina 1973 11896 240 1,0 23962
Panamá 40 29,7 133 46 10,0 467 72 4,8 1506
Paraguay 475 852 71 3,0 2350
Venezuela 1789 3300 214 2,0 10721
Brasil 10232 33568 192 0,2 96021
TIERRAS BAJAS
Cuba 1328 3647 8520
Haití 1059 2422 4520
Rep.Dominicana 330 1284 4423
Uruguay 286 1734 2808
Los pueblos indígenas del área andina que incluyen (Ecuador, Perú, Bolivia y muy
parcialmente Chile, Argentina y Colombia) 9, también mostraron tres patrones de
comportamiento: (a) Bolivia mantuvo en todo el período una alta población indígena.
La ofensiva del estado y los hacendados contra los territorios comunales que tomaron
parte del patrimonio indígena, fue respondida con poderosas movilizaciones,
ocupaciones de hecho de las tierras litigadas y múltiples alianzas, sobre todo con los
liberales para cambiar el curso de los acontecimientos. El fracaso de las alianzas no
alteró el dualismo rígido “blancos-indios”, de manera que la población indígena aunque
perdió parte de sus tierras, no sufrió grandes procesos de mestización; (b) Ecuador y
Perú soportaron un pico de descenso notable. En el Perú, la población indígena que se
había mantenido estable hasta 1876, bajó sostenidamente en el período, debido a tres
procesos concomitantes: la llamada “revolución comercial del sur peruano”, por el cual
los arrieros y comerciantes indígenas de lana fueron desplazados por el ferrocarril que
llegó a los Andes de la mano de los comerciantes mestizos y gamonales que
comenzaron a controlar el comercio; el peso del conflicto armado con Chile y la guerra
civil interna que recayó principalmente sobre los indios de la sierra central; y el avance
de la hacienda sobre las tierra indígenas. En el Ecuador, la población indígena
descendió más aceleradamente debido a la movilización compulsiva de población para
construir las obras nacionales realizadas por García Moreno entre 1860-70; el pago en
8
Fuentes:
9
Luis Lumbreras sugirió que el Area Andina tenía está integrada por seis subáreas: el norte lejano de los Andes (tierras altas de
Colombia los valles del Cauca y Magdalena); el Norte de los Andes (desde Pasto , incluyendo a Ecuador hasta Piura-Ayabaca en el
Perú); los Andes Centrales (desde el desierto de Sechura al Vlcanota y Arequipa en el sur); el Titicaca y la región centro-sur de los
andes (desde Arequipa y Vilcanota, incluyendo el “norte grande” de Chile, el altiplano bolivianoy sus valles adyacentes, hasta Jujuy
en el noroeste argentino); los Andes del Sur (desde el noroeste argentino, ncluyendo el Chaco Santiagueño, Catamarca y la Rioja, el
valle transversal de Chile y la zona central de Chile hasta Santiago); y sur lejano de los Andes (las tierras altas de Chile, incluyendo
los valles adyacentes e Argentina y de Chile desde Santiago a Puerto Montt).
6
trabajo o “contribución subsidiaria” que cobraban con gran virulencia los municipios
locales a los indios hasta 1895; la pérdida de la capacidad de la hacienda serrana de
adscribir a los indios a sus predios y las migraciones masivas a la costa producidas en
medio del boom cacaotero; y (c) las zonas andinas de Colombia, Chile y Argentina, en
las que la pequeña población indígena descendió aún mas, bajo una política de
marginalización y mestización. En los tres países centrales (Ecuador, Perú y Bolivia), la
población indígena perdió alrededor de nueve puntos, (de 48.6% al 39.7%), que
comparativamente, como hemos dicho, mostraba una menor capacidad del estado y de
la mestización para disolver las identidades indígenas .
En la tercer área cultural, la de los indios de las “Tierras Bajas” 10, continuó su
disminución: el descenso era una continuidad de un proceso inaugurado desde la época
colonial, sobre poblaciones menos densas y dispersas, que se profundizó en este
período. Con excepción de Panamá, en la que se mantuvo una población superior al
10%, en el resto de países, (Paraguay, Venezuela, Brasil, y las tierras bajas de
Colombia, Argentina y Chile), la población era menor al 3%, con tendencia a la baja. En
países como Uruguay, República Dominicana, Haití, y el resto de las Antillas y la
región circuncaribe, la población indígena prácticamente había desaparecido. Sin
embargo, en las tierras bajas, se estaba iniciando un nuevo proceso: la constitución de la
región indígena amazónica. En ese período, los indios amazónicos soportaban una
violenta entrada de caucheros, se fundaban algunas ciudades de colonos y los estados
suramericanos intentaban incorporar esos territorios a través de misiones religiosas. Este
proceso de “construcción de la amazonía” para citar la acertada frase de Pilar García,
como nueva región creada desde los estados, tendrá su influencia en los indios, que años
más tarde, en la década de los 90 en el siglo XX, crearán la COICA, para agrupar a los
indígenas de nueve países de la cuenca amazónica, dándole una nueva connotación a la
idea de “indios de tierras bajas”.
10
Las Tierras Bajas, según Julian Stewad´s, se compone de cuatro áreas: la Región Caribe que incluye las tierras bajas de
Colombia, Venezuela, la zona de Panamá, la América Central Atlántica y las Antillas; la Guyana-Orinoquia y Amazonía; la Costa y
región central de Brasil y el norte del Río de la Palta(que incluye pueblos Tupí-Guaraní, macro-Ge, Charrúas, Guaycurú); y el Sur
del Río de la Plata, desde Paraná-Paraguay hasta la Patagonia y Tierra de Fuego, incluyendo a pueblos Puelche y Tehuelche de la
Pampa Argentina (Handbook of South American Indias, 1946)
7
América Latina fue articulada al desarrollo del “centro industrial” como proveedora de
bienes agropecuarios básicos para satisfacer la demanda producida por la mayor
división del trabajo y por los mejores niveles de ingresos: maíz y trigo de Argentina;
café de Brasil, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Haití,
Nicaragua y Venezuela; banano de Costa Rica, Honduras y Panamá; cacao de Ecuador,
Haití, República Dominicana, Brasil y Venezuela; azúcar de Cuba; Perú, Puerto Rico y
México; tabaco de Cuba y Paraguay; carne de Uruguay y Argentina; yerba mate de
Paraguay y curtidos de Uruguay. También América Latina proveyó de fibras como el
henequén de México; lana de Uruguay y Argentina; algodón de Perú y Brasil y el
caucho de las selvas amazónicas; así como minerales y energía para la gran industria y
el desarrollo tecnológico: plata de Bolivia, Perú y México; oro y metales preciosos de
Colombia, El Salvador, Honduras, México y Nicaragua; cobre de México, Bolivia, Perú
y Chile; petróleo de Colombia, México y Venezuela; nitratos de Chile y estaño de
Bolivia, entre los principales productos (Thomas, 1994:59; Thorp, 1998:367). Pero, al
mismo tiempo, América Latina importó una serie de bienes manufacturados: textiles,
maquinaria y bienes de lujo. A través de endeudamientos e inversiones manejadas
políticamente, los principales países de América Latina adquirieron de Gran Bretaña,
Alemania y Francia la tecnología producida por el centro industrial para la instalación
de ferrocarriles, para dotarse de algunos servicios públicos y para la explotación minera.
A partir de 1914, el ferrocarril comenzó a ser desplazado por los automotores, que
llegaron de la mano de los norteamericanos. La influencia económica, política y militar
norteamericana que hasta 1914 se centraba en el área del Caribe y Centroamérica,
pronto se expandió a toda la región. La resistencia de una parte de las élites
latinoamericanas fue retrógrada, apeló a su identidad hispánica y católica para oponerla
a la anglosajona y protestante (Halperin, 1983:294). Las culturas indígenas y
afrodescendientes que podían otorgar radicalidad y profundidad a la resistencia
quedaron fuera de los imaginarios de esas élites “arielistas”.
La región fue visiblemente penetrada por capitales externos que controlaron buena parte
del comercio, las finanzas, la minería, el transporte y hasta importantes renglones de la
producción agropecuaria. Las élites políticas y económicas latinoamericanas perdieron
peso y terminaron cobijadas bajo esta división mundial del trabajo y del poder. En el
período, esta posición estuvo ampliamente justificada en el pensamiento liberal
dominante introducido desde Gran Bretaña y Francia del “libre comercio”, que se
impuso en América Latina sin mayores críticas. Las élites latinoamericanas tuvieron una
8
fe ciega en la libertad individual, en el progreso y en la ingenua creencia en que se
desarrollaría “mediante el juego libre de las fuerzas comerciales” sin haber pasado por
la revolución industrial (Skidmore y Smith, 1984:55). Tampoco los grupos medios
liberales pudieron romper con esa ideología. En verdad los grupos medios urbanos eran
pequeños porque la economía seguía siendo agraria. Muchos de ellos seguían ligados al
agro, de manera que se beneficiaban de alguna manera de la economía de exportaciones
tradicionales, cuestión que les restaba radicalidad. Las ideas contrarias al libre comercio
fueron consideradas retrógradas, propias de los sectores tradicionales, de manera que, ni
los comerciantes, ni los profesionales defendieron propuestas proteccionistas que
permitieran un desarrollo hacia dentro. Las respuestas de los campesinos, pero sobre
todo de los indígenas, se frustraron una y otra vez, a pesar de que se manifestaron de
diversas maneras, sin lograr la hegemonía..
El pensamiento liberal imitativo de las élites latinoamericanas que los llevó a rechazar
el proteccionismo para embarcarse en una apertura comercial sin condiciones propuesto
por el “centro industrial”, tenía una vieja raíz colonial. En medio del torbellino de
dificultades que tuvieron las élites para organizar a los estados nacionales en el siglo
XIX, renació con fuerza todo un sentimiento de inferioridad martillado en su cara por
los colonialistas europeos desde el siglo XVII: a diferencia de las élites criollas de la
época colonial que criticaron a ese pensamiento, las élites consolidaron sus dudas sobre
la capacidad intelectual de sus poblaciones nativas y los sentimientos de su propia
inferioridad; desvalorizaron a las culturas indígenas, mestizas y afrodescendientes;
creían que el clima y el ambiente tropical no eran propicios para el desarrollo de
culturas superiores, desvalorizándose así mismo; favorecieron la implantación de
población europea para “mejorar la raza” y volverse emprendedores; y buscaban imitar
a la cultura europea que consideraban superior11: el liberalismo de las élites, no era un
pensamiento revolucionario, sino una actitud imitativa, dependiente y sorprendida frente
al éxito aparente de su inserción en el comercio mundial.
11
A inicios del siglo XVII, en medio de los debates entre criollos y peninsulares por el acceso a puestos del poder en las colonias
americanas, los pensadores europeos habían desarrollado toda una explicación ambiental y racial de la inferioridad de los criollos
americanos. En contrapartida, a finales del XVII, los criollos habían replicado sobre la bondad del clima y de sus propias cualidades
personales, llegando incluso a elaborar un conjunto de acusaciones sobre la degeneración de los europeos. Sin embargo, los criollos
elaboraron su réplica bajo los mismos patrones de pensamiento europeos, trasladando tales acusaciones a la población nativa y
afrodescendiente, de manera que tenían un pensamiento escindido, esquizofrénico, pronto a renacer.
9
Otro rasgo significativo del modelo, fue su extremado elitismo, basado en las antiguas
estructuras agrarias coloniales. El modelo se sustentó en la gran propiedad agraria
(plantaciones y haciendas), aunque incorporó en ciertos sitios a las medianas
propiedades, produciendo lo que Morner en su notable síntesis de los estudios agrarios
llamó la “unidad esencial del complejo plantación-hacienda-estancia”12, pero ello no fue
generalizable, ni mucho menos a la pequeña propiedad. La producción de carne,
cereales, lana, cueros, azúcar, banano, cacao, henequén, hierba mate, tabaco, algodón y
tanino se realizó en su mayor parte, en grandes propiedades. La única producción de
exportación que permitió, por su calidad, la incorporación de medianos productores fue
el café, para los casos de Colombia, Costa Rica y limitadamente en Venezuela,
Salvador y Ecuador, puesto que la producción de Brasil, México y Guatemala también
se realizó en grandes propiedades. Un caso especial constituyó la actividad cauchera,
basada en la recolección en tierras indígenas abiertas, consideradas baldías. También se
crearon algunas grandes propiedades para articularse a la producción doméstica que
generó de manera indirecta el modelo: las plantaciones azucareras propiciaron este
efecto (Hunt, 1977; Barret, 1970; Polo y La Borda, 1976)13. Sin embargo, el modelo,
por su naturaleza exportadora, no logró producir potentes enlaces con la pequeña
propiedad de subsistencia e incluso no logró arrastrar a las haciendas marginales (como
aquellas enclavadas en los andes que no disponían de vías de comunicación)
profundizando de esta manera, la fractura territorial entre las regiones.
El modelo no solo consolidó las estructuras económicas inequitativas, sino produjo una
nueva expansión de la gran propiedad 14 y en muchos casos la disolución de la pequeña y
mediana propiedad. En el período, se desarrollaron nuevas modalidades de expansión a
las ensayadas hasta ese momento.15. Se produjo un fuerte avance sobre tierras
consideradas “vacías” o “baldías” como el caso de las plantaciones cafeteras de Brasil o
las cacaoteras del litoral ecuatoriano 16. Los grandes propietarios arrebataron tierras a las
comunidades indígenas, como en los casos de la sierra sur peruana 17, México18 y el
altiplano boliviano19. El auge del modelo también estimuló una masiva concentración
de tierras, a través de un mercado de tierras muy presionado por las grandes
propiedades. Por ejemplo, en el caso de la producción azucarera peruana, Klaren
demuestra que entre 1885 y 1890 se produjo una primera concentración en tres grandes
familias-empresas: Casagrande, Roma y Cartavio. Una segunda concentración se
produjo en 1927 cuando Roma y Larco fueron absorbidos por Casagrande, un
monopolio peruano/alemán. En el proceso disolvió a la mediana propiedad, acaparó
todas las tierras disponibles y el agua, fue antiecológica en el sobreabuso del agua,
reclutó braceros de una amplia región utilizando procesos de coacción tradicionales que
12
Morner, 1979: 118
13
En Morner, 1979
14
No siempre se expandió la propiedad de manera física: Arnold Bauer mostró que en muchos casos, se trató de una expansión de
los cultivos en tierras que pertenecían con antelación a las grandes propiedades, tratándose en rigor de la expansión de la frontera
agrícola (Bauer,1975:397-398)
15
Las grandes propiedades surgieron en muchas áreas en la colonia temprana entre el siglo XVI y el XVII, tal como los señalaron
desde hace muchos años estudios clásicos como los de Borah o Chevalier. Pero su proceso de surgimiento no concluyó allí. Otras
surgieron en el siglo XVIII como efecto de la crisis, en la que propietarios endeudados debieron entregar sus propiedades a sus
acreedores, especialmente a las órdenes religiosas
16
La idea de tierras “vacias” o “baldías”, puede esconder una expropiación de tierras indígenas de los pueblos “de tierras bajas”,
que tenían patrones territoriales poco conocidos en el período.
17
En ocho provincias de Puno, el número de haciendas creció de 703 a 3.219 entre 1876 y 1915 (Chevalier, 1999: 303)
18
Para 1910, 40 millones de hectáreas (un quinto del territorio nacional) habían sido apropiadas por particulares nacionales o
extranjeros en México (Chevalier, 1999: 302)
19
Con las leyes de exvinculación de Melgarejo, en 1876, unos 600 a 700 propietarios reemplazaron a 75.000 familias (Chevalier,
1999:303)
10
disolvieron a la comunidad rural y destruyó a los pequeños pueblos colindantes que
dieron muestras de florecimiento antes de la monopolización total20.
Por la inequívoca relación entre poder político y acceso a la propiedad, fue la vieja élite
latinoamericana la que se benefició del modelo. En Argentina, la pampa ganadera era
dominada por una vigorosa clase terrateniente afincada en Buenos Aires que cuidó
celosamente sus propiedades, apoyados en el control nacional. Los cafeteros brasileños
controlaron completamente el aparato político (Halperin, 1983: 304).En Ecuador, veinte
poderosas familias controlaban todas las tierras que producían cacao, tierras adquiridas
a través del despojo a propietarios que no tenían títulos de propiedad, la apropiación de
tierras estatales, y el remate de hipotecas a medianos e incluso grandes propietarios
(Chiriboga, 1980). Sin embargo, como hemos dicho, en varios casos, las tierras fueron
adquiridas por comerciantes y capitales extranjeros: comercializadores alemanes del
café se apoderaron del 60% de las tierras de Guatemala; empresas industrializadoras del
azúcar norteamericanas eran dueñas del 22% de la tierra en Cuba y en 1921 el National
City Bank de New York era dueño de 50 ingenios (Thorp, 1998:82). Empresas
norteamericanas también controlaban la tierra en Puerto Rico y la compartían con los
británicos en Perú; la United Fruit Company controlaba entre 1920-30 vastas regiones
de Honduras, Guatemala, Panamá y Costa Rica (Halperin, 1983:302-303).
Aunque no existen los suficientes estudios de caso, en varios sitios se produjo cierta
movilidad social en la clase terrateniente. Couturier mostró que cerca de las minas de
Pachuca en México, la hacienda se consolidó “bajo dinastías de ricos mineros”
(Couturier, 1965)21. En Chancay (Perú) el 72,2% de las haciendas existentes fueron
adquiridas por nuevos propietarios entre 1901 y 1926 (Matos Mar, 1967:263 22). En
Colombia, McGreevey destaca que a finales del XX no solo había “un rápido giro del
domino de la tierra, sino que la composición social de los terratenientes también
cambiaba” (Mcgreevey, 1971:132). En casos excepcionales, los campesinos se
beneficiaron en determinadas coyunturas del modelo, sobre todo aquellos que producían
café en Colombia, Costa Rica o Venezuela, produciéndose en cambio, procesos de
diferenciación social.
Las formas de sometimiento y control de la fuerza de trabajo variaron con respecto a las
modalidades anteriores que privilegiaban el peonaje por deudas. La relación más
difundida fue la “mediería” o “aparcería”. Así se manejaron las plantaciones cafeteras
de Brasil, las haciendas productoras de carne y cereales en Argentina: se les entregaba
en arriendo pequeños lotes al interior de la hacienda a cambio de su fuerza de trabajo.
Otra de las formas de recluta de fuerza de trabajo fue el usufructo de un pequeño lote de
tierra, que tuvo denominaciones diversas (colonos, yanaconas, huasipungos, inquilinos)
por los cuales debían trabajar por tres o cuatro días a la semana para los dueños de las
tierras. También aparecieron formas intermedias, como aquella llamada de “redención
de cultivos” utilizada en la producción de cacao en Ecuador, en la cual los grandes
propietarios entregaban a los trabajadores lotes de tierra que eran cultivados por su
cuenta, hasta que estaban próximos a la cosecha, momento en que eran asumidos por el
patrón.
20
Klaren, Peter, 1976
21
En Morner, 1979
22
En Morner, 1979
11
Estos procesos de pérdida de la tierra indígena, de desplazamiento de aquellas
actividades comerciales controladas por los indios, la recluta compulsiva de fuerza de
trabajo a través de nuevos métodos, el desplazamiento a regiones distantes de su lugar
de origen, o la exclusión de los beneficios reales o supuestos que proporcionaba el
modelo al mantenerlos como economías de subsistencia, produjo una relación profunda
entre indianidad y pobreza, que redefinió a los indios. Razón tenía Wilkie al utilizar
variables culturales y económicas para relacionar, en el caso de México, la pobreza con
los indios: factores culturales como (hablar solo lengua indígena, vivir en comunidades
pequeñas, comer tortillas de maíz y vestir huaraches) con otras socioeconómicas como
(ser analfabeto, descalzo o carecer de instalaciones sanitarias): etnia y clase aparecen
relacionadas directamente, para producir una nueva frontera étnico-social
Para 1870, la población de América Latina era eminentemente rural: alrededor del 90%
vivía en la zona rural o estaba fuertemente ligada al campo. Este balance urbano-rural y
las estrategias de reproducción social, experimentarán un cambio significativo con el
“nuevo pacto poscolonial” que se impuso en el período 1870-1930, produciéndose una
notoria diferenciación de los países. La población creció en 2,5 veces23; mejoró la tasa
de crecimiento anual24 y cambiaron los balances regionales y locales al interior de los
estados nacionales: algunas regiones crecieron, sobre todo aquellas aptas para la
producción de bienes básicos (agrícolas, pecuarios y mineros) demandados por el
mercado internacional, en tanto colapsaron o se rezagaron aquellas que no se articularon
a la exportación o que producían bienes orientados al consumo local. De hecho, se
produjo un profundo reordenamiento territorial y de sus enlaces viales, que por el
impulso de las exportaciones, no estaba primordialmente orientado a integrar a los
espacios nacionales, sino a ligar las áreas productoras con los puertos que miraban hacia
fuera.
12
aunque poco enlazada, que sin embargo fue suficiente para producir un fuerte proceso
de urbanización; y (iv) un grupo de cinco países (Cuba, Venezuela, Chile, Argentina y
Uruguay), en la que la población urbana creció por diversas razones de manera
sostenida, hasta ser mayoritaria frente a la rural. Es un grupo heterogéneo, que agrupa a
economías de producción diversificada y de fuerte población inmigrante como las de
Argentina y Chile; el caso de Uruguay, que a pesar de tener una economía menos
diversa, pero que por su pequeño tamaño y población inmigrante, se urbanizó
rápidamente; Cuba, una economía monoproductora de azúcar que por su posición
geográfica y dependencia política de Estados Unidos tuvo un rápido desarrollo; y el
caso de Venezuela, un país de escasa población indígena que pasó de la producción de
café al petróleo, producto que iba ganando peso en el mercado automotor ( Ver cuadro 2).
Haití 1148 91,8 103 8,2 1250 2718 87,8 379 12,2 3097
En la base de esta diferenciación por países, actuaron poderosas fuerzas que tuvieron
relación con el tamaño de las economías, el grado de diversidad productiva para la
exportación, el tipo y cantidad de campesinado que tuvieron (inmigrante o local), la
importancia estratégica de los recursos que exportaban y las condiciones políticas.
Economías grandes o medianas como Argentina, México, Chile, Colombia, Perú o
Brasil lograron una mayor diversificación productiva que los vinculó con mayor éxito al
mercado internacional, lo cual estimuló el crecimiento de sectores dedicados al
comercio y los servicios que se ubicaron en las ciudades y en los puertos. En este
proceso, también tuvo un papel muy relevante el tipo de campesinado: las sociedades
indígenas andinas y mesoamericanas de largo raigambre agrícola y local, con fuertes
poblaciones campesinas mostraban mayor apego a sus respectivos terruños, en tanto
que, los países con una gran población de inmigrantes fueron más proclives a la
13
urbanización y fueron muy inestables. Aunque el grado de diversificación productiva
fue muy importante en los cambios, hubo casos en que la posición estratégica del país o
la producción de un producto importante incidieron en los balances poblacionales. Otro
factor menos visible y a la vez controvertido, fue el político, tanto el de la estabilidad
interna, como las relaciones políticas hacia fuera (Thorp, 1998:53). Muchas veces este
factor, fue una consecuencia del “éxito” coyuntural del modelo de “importaciones-
exportaciones” que se implantó con el nuevo pacto poscolonial.
14
III. EL PAPEL DE LOS CAMPESINOS E INDIGENAS EN EL PERIODO
Efectivamente, para 1870 culminaba una primera fase de avance de los poderes
centrales sobre los “cuerpos intermedios” (poderes locales y regionales) para buscar la
integración nacional de cada país. En esa fase, el debate principal, sobre todo en los
países del área andina, se organizó en torno al tema del mantenimiento o supresión del
tributo indígena, que era el rasgo fundamental que caracterizó la relación entre el estado
y los indígenas en el siglo XIX. A pesar de que los criollos que construyeron los estados
nacionales tuvieron influencia del liberalismo español gaditano y que enarbolaron los
principios ilustrados de libertad, igualdad y ciudadanía, en los hechos, en el tratamiento
de los indios y en la construcción de sus comunidades políticas, tuvieron un
comportamiento fuertemente colonial, de antiguo régimen, basado en el dualismo
blancos-indios. El republicanismo, como mito y utopía de los criollos, fue
reinterpretado únicamente como hecho anticolonial para separarse de España
(Maiguashca, 1994:372), pero no como un principio para subvertir las fronteras étnicas
internas: a pesar de los intentos iniciales de suprimir el tributo, pesaron más sus
intereses fiscales, su carácter elitista y su ideología colonial que los principios que ellos
enarbolaron. Por esta razón, los movimientos campesinos e indígenas de esta primera
etapa, lucharon en contra de las nuevas imposiciones fiscales, o por el mantenimiento de
15
los pactos con el estado, lo cual les permitía mantener su tutela, los derechos
corporativos sobre la tierra. En esta misma etapa, los campesinos luchaban y sobre todo
en aquellos sitios donde eran minoritarios, en atraer al estado para frenar los abusos de
los poderes locales, de la iglesia y los hacendados; o en mantener los pactos con los
grandes hacendados y los pueblos. Este último aspecto era muy importante, porque
como lo han demostrado varios estudios 26 en las haciendas funcionaba un pacto por el
cual, los indios entregaban fuerza de trabajo al terrateniente, a cambio de su tutela frente
al estado y la posibilidad de recomponer sus instituciones comunitarias. Pactos
parecidos funcionaban con los pueblos urbanos: las comunidades circundantes
entregaban fuerza de trabajo para el mantenimiento de las vías, la iglesia y demás
infraestructura del pueblo, a cambio del acceso a terrenos comunales, mercados
dominicales u otros arreglos. Estos pactos eran asimétricos y estaban cruzados por la
dominación, la violencia y la explotación, pero a pesar de ello, permitían mantener
algunos acuerdos básicos que les otorgaba legitimidad.
26
Ver, Ramón, Galo, La Resistencia Andina, 1500-1800 (1987); Guerrero, Andrés, La semántica de la dominación (1990), entre
otros.
27
En Morenr, 1979
28
En Morner, 1979
16
económicos (Martínez Alier, 1977). Góngora muestra que en el XIX, muchos inquilinos
se convirtieron en proletarios (Góngora, 1960)29.
17
(Chevalier, 1999:528). En verdad, no fue una revolución, sino varias, por las
características regionales de México, por la base social que movilizaron, el territorio en
el que tenían influencia, las reivindicaciones y el tipo de liderazgo. Por estas
características, ninguna de ellas habría triunfado por sí sola, de manera que fueron
necesarias las alianzas de diverso tipo. En el proceso, se ha destacado la participación
protagónica de los caudillos, que como ha afirmado F.X. Guerra jugaron un papel de
intermediarios entre la modernidad y las estructura de antiguo régimen, es decir,
lograron anudar las perspectivas campesinas, con las de élites políticas. Sin embargo, la
revolución tuvo una marcada participación popular, rural y campesina, que resultó
decisiva, tal como lo ha demostrado con mucha documentación Allan Knight 30.
Otro movimiento que tuvo un impacto profundo, fue el de los indígenas bolivianos. Con
la ley de Exvinculación dictada en Bolivia en 1874, se inició una poderosa y violenta
ofensiva terrateniente sobre las tierras de las comunidades del altiplano, que fue
respondida por los indios por la vía legal y la configuración de redes de resistencia.
Hacia 1880, las comunidades iniciaron un acercamiento a los liberales bolivianos, que
por su parte mostraban interés de incorporarlos en sus luchas por el poder. Al final de
esa década se intensificaron las alianzas entre liberales disidentes y anticonservadores
con los ayllus defensivos y antigubernamentales. Los liberales estaban dispuestos a
apoyar algunas causas indígenas (restitución de tierras comunales y la derogación de las
reformas agrarias), en tanto, los indios parecían estar dispuestos a respetar la
conducción liberal. Se produjo entonces la alianza, que se personificó en la confluencia
de dos caudillos: el liberal criollo José Manuel Pando y Pablo Zárate Willka, un
importante líder aymara, alfabeto y bilingüe, que había participado en varios conflictos
de tierra, mediaciones legales y contaba con una poderosa red por todo el altiplano.
Willka expresaba un programa más inclusivo que buscaba igualdad social con los
mestizos y pluralismo cultural. No se consideraba un súbdito de los liberales, sino un
aliado y el jefe de los indios. Pronto los aliados entraron en contradicciones insalvables.
18
conservadores (constitucionalistas), se convirtió en una rebelión indígena, en una
“guerra de razas” como lo declaró un soldado. En verdad, los indios no aspiraban
únicamente a rescatar la tierra, sino buscaban un nuevo pacto político, una especie de
federalismo que debía incluir autonomía indígena, igualdad y respecto cultural. La
alianza con el liberalismo se convirtió en una abierta confrontación étnica, lo cual
provocó finalmente que el Ejército Federal (partido liberal) ejecutara a su aliado
indígena y se instaurara un feroz darwinismo social. La propuesta indígena tenía todos
los atributos de un programa que buscaba la construcción de una nación indígena dentro
del estado boliviano por la vía del federalismo. Esta experiencia indígena, vista a la
distancia, no tuvo efectos inmediatos en el subcontinente, pero quedó marcada en la
memoria colectiva, inspirando la propuesta de creación de estados plurinacionales que
hoy sostienen los movimientos indígenas.
El proceso de integración nacional, tomó dos caminos: en los países del Cono Sur, sobre
todo en Argentina, Uruguay y Chile, tomó la forma de un proceso de incorporación
democrática por la vía del sufragio, en cambio, en los países de mayor presencia
indígena, el proceso tuvo una carácter más elitista y por el escaso y desigual desarrollo
económico interno, se movió en el eje territorial, es decir en las negociaciones de las
élites locales y regionales, con el estado central. En este tipo de países, la integración
nacional se cimentó en un nacionalismo sui géneris que combinaba el entreguismo y la
apertura indiscriminada al capital internacional, un discurso nacionalista basado en la
soberanía territorial con relación a los países vecinos y una notable desconfianza en el
nacionalismo de los pueblos indígenas y afrodescendientes. Interesa retomar el estudio
de Florencia Mallon sobre cuatro regiones: Junín y Cajamarca en el Perú; Morelos y la
sierra norte de Puebla en México, para analizar los diferentes niveles de participación en
los movimientos nacionalistas durante las guerras de resistencia a las invasiones
externas de Chile y Francia respectivamente. El análisis del nacionalismo campesino e
indígena, cuestiona otra vez, la supuesta pasividad campesina, la idea de que nunca
entendieron los problemas de la integración nacional y la idea de que eran “cuerpos
colectivos” que luchaban solamente por pactos de antiguo régimen.
19
Cuestionando esta interpretación, Nelson Manrique (1981)31 y Florencia Mallon (1983,
1995)32 descubrieron en este mismo conflicto, un nacionalismo popular muy temprano
entre los campesinos. Según Manrique, los campesinos pasaron de manera sucesiva,
desde la indiferencia frente a la guerra, a una lealtad limitada durante la campaña de
Lima, luego a una conciencia antichilena frente a los atropellos y una alianza con los
terratenientes de la región, para evolucionar luego a una conciencia patriótica que
cuestionó a los terratenientes colaboradores y finalmente a una conciencia de clase anti-
terrateniente. Por su parte, Bonilla replicó en el sentido de que no hay una interpretación
conceptual clara del compromiso campesino con el nacionalismo, ni éste puede ser
extendido a otras franjas del campesinado. Establece varias dudas respecto a “los
nacionalismos espontáneos”, invita a conocer con mayor precisión los contenidos y
significados que para los campesinos tienen los conceptos de “patria”, país” y “nación”.
Insinúa que puede haber un contenido mas bien clasista, antes que nacionalista en la
participación campesina. Pregunta sobre ¿cuáles son en este caso las bases para la
emergencia y reproducción de ese sentimiento nacionalista y hacia dónde apunta?.
Concluye, citando a Emerson, que en general los campesinos “fueron adherentes
pasivos el credo nacionalista” (Bonilla, 1994:260-77).
Mallon en “Peasant and Nation” destaca que los campesinos peruanos y mexicanos
buscaban atraer al nacionalismo liberal a las perspectivas comunitarias, produciendo un
“liberalismo comunitario”: tierra, autonomía política y cultural, fueron los elementos
clave en la propuesta campesina. Argumenta que si bien, el nacionalismo campesino,
resulta derivativo del nacionalismo liberal, sin embargo se diferencia porque expresa sus
intereses y concepciones propias. De esta manera, la agencia campesina permite un
reprocesamiento de la promesa liberal, en zonas en las que, por el carácter desigual del
desarrollo del capitalismo, la difusión de la forma mercancía y la modernidad incipiente
que se difundió desde el XVI, hicieron posible que la nación se genere en la periferia, a
pesar de que no existan todos los rasgos de la modernidad. Aunque los discursos partían
de una base común, terminaron diferenciándose: en Morelos y Cuernavaca los aldeanos
habían “construido discursos populares, radicales y sofisticados en torno a nociones de
derechos liberales”; en tanto, “los liberales en posición de poder elaboraron discursos
racistas y de exclusión”. Aquí queda claro, de un lado, el discurso “derivativo” de los
aldeanos que tomaron el discurso liberal y lo matizaron con su interpretación, frente al
que, la élite liberal responde solamente con racismo y exclusión, cortocircuitándose
cualquier tipo de relación y por tanto de legitimidad.
31
Manrique, Nelson, Las guerrillas indígenas en la guerra con Chile, CIC, 1981
32
Mallon, Florencia, The defense of community in Peru´s Highlands, Princenton, 1983; and, Peasant and Nation: the making of
postcolonial Mexico and Peru, University of California Press, 1995
20
campesino (Tutino, 1996:345-46), sin embargo, debemos destacar la aguda percepción
de Mallon para mostrarnos un hecho de larga duración que tuvo su origen en la
exclusión campesina.
V. CONCLUSIONES
Para concluir, me parece pertinente ubicar el papel de los indios y los campesinos en la
historiografía latinoamericana, puesto que su participación, ha sido un asunto harto
controversial que ha ido cambiando drásticamente en estos últimos tiempos. El debate
es antiguo, extenso y ha registrado enfoques y variantes muy diversos, de manera que,
nos remitiremos a las tendencias más generales que influyeron y continúan influyendo
en explicar el papel de estos actores sociales.
Uno de los debates más apasionados que se produjo en el seno del marxismo
latinoamericano, fue aquel que se produjo en entre 1920-30 entre las posiciones de la
Internacional Comunista, el Mariateguismo y los indigenistas, en torno a la relación
entre “minorías nacionales”, “minorías raciales” y “lucha de clases”. La Internacional
Comunista, siguiendo a Lenin, defendía el derecho de la autodeterminación de las
minorías nacionales subyugadas, en este caso de los indios latinoamericanos, de formar
repúblicas nativas independientes. Por su parte, un sector de los indigenistas,
consideraban que los factores raciales explicaban la pobreza de los indios, por tanto
había que asimilarlos a la cultura occidental, convirtiéndolos en sujetos activos de la
construcción nacional; mientras su sector más radical, sostenía, como lo planteó
Valcárcel en 1927, la creación para el caso del Perú, de un estado quechua-aymara, y
excluir las tradiciones costeñas, criollas o mestizas. Mariátegui replicó a las dos
posiciones, sosteniendo que la “cuestión indígena” era un problema de clases que no se
resolvería con medidas administrativas, educativas, raciales o culturales, sino con la
alteración del sistema de tenencia de la tierra y la revolución socialista. Más allá del
enorme mérito de haberse planteado el problema, estas tesis tenían un elemento en
común: ninguna de ellas había consultado a los indígenas su punto de vista, de manera
que estas posiciones provenían de posiciones doctrinarias, en el primer caso, o incluso
de posiciones mestizas urbanas, en el caso de las otras (Becker, 2002). En este sentido,
estas proposiciones estaban de acuerdo en que la solución al problema indígena
provenía desde fuera, desde el partido, la doctrina o el liderazgo urbano: el gran ausente
fue el indigenado.
La ausencia de los indígenas en los debates sobre su futuro, marcó sin duda alguna la
historia intelectual latinoamericana, que curiosamente, desde los años 30, se volvió cada
vez más distante. Hoy sabemos que el indigenismo creó un indio “abstracto,
desocializado, intemporal” pintado como amenaza, que al ser asumido así por la
oligarquía terminó bloqueando eventuales relaciones; y de otra, “al hablar de los otros,
es decir de los indios, concluyeron representando sus propios intereses”33 la de un
grupo de intelectuales que deseaba cuotas de poder a nombre de este discurso.
Degrégori agrega que con ello les expropiaron “buena parte de los mecanismos y el
capital simbólico a partir de los cuales podían construir un nosotros indios”34. Por su
parte, las versiones más ortodoxas del marxismo latinoamericano enfatizaron la escasa o
33
Franco, Carlos, La otra modernidad, 1991:61
34
Degrégori, Ivan, 1998
21
nula participación de los campesinos e indígenas en la impugnación al nuevo pacto
postcolonial y en la construcción de los estados nacionales. Según esta versión, serían
una masa “débil, amorfa, incompetente, gelatinosa y carente de mando” (Ianni,
1990:26). En estas condiciones las élites, impusieron desde arriba los modelos de
desarrollo, la integración nacional y el carácter de la nación. Esta versión “autoritaria”,
con fuerte dosis de racismo y paternalismo, de suyo lleva implícita un enorme desprecio
por los subalternos, especialmente de los campesinos, a quienes los suponen vaciados
de cualquier potencial histórico. Una variante de este enfoque va más allá en su
reproche a los subalternos, señala que ni las clases medias, como tampoco los
trabajadores urbanos, realizaron una oposición al “nuevo orden colonial”, sino
únicamente “a la situación privilegiada que dentro de ese orden se ha reservado lo que
se llama la oligarquía” (Halperin, 1983:296)
Sin embargo, las posiciones se fueron flexibilizando con la tenaz persistencia de los
indios y su continuo renacimiento. Varios estudios comenzaron a mostrar la
participación de los campesinos e indígenas en numerosos acontecimientos. En la
evaluación de estas participaciones, muchos continúan considerando que lo hicieron en
calidad de adherentes pasivos, reclutados por los caudillos militares, caciques o
coroneles, por ideologías religiosas o liberales, o por el culto a determinado líder. Este
enfoque considera que su carácter heterogéneo (en términos sociales, raciales y
culturales), el desarrollo fragmentario del capitalismo y la modernidad; y las grandes
diferencias entre la ciudad y el campo, entre tradición y modernidad, no permitieron a
las poblaciones rurales, contar con la preparación o la experiencia democrática
necesarias, para comprender la política y la naturaleza de los cambios. Supuestamente,
los campesinos no entenderían la diferencia entre lo público y lo privado, confunden al
gobierno con el gobernante, al movimiento social con el partido político, al liderazgo
con la demagogia, entonces, terminan atrapados por los caudillos o por las ideologías
que los manipulan. Otra versión de esta misma interpretación, es aquella que atribuye a
los indios un comportamiento político encerrado en sí mismos, que solo elaboraron
propuestas étnicas y locales, utopías regresivas e imposibles, que por su inadaptación no
permitieron alianzas de mayor envergadura, menos influir los cambios en la
construcción de la nación o de los modelos económicos en juego.
Una importante contribución fue aquella que considera que los campesinos e indígenas
latinoamericanos son “actores colectivos” o “cuerpos jerarquizados” de la sociedad
tradicional u “holista” de antiguo régimen35, que lucharon por pactos de reciprocidad
con su respectivo estado formado por ciudadanos ilustrados, representantes de la
modernidad. Mediante estos pactos, tal como lo mostró Platt para el caso boliviano 36,
lograban mantener ciertos derechos corporativos sobre la tierra para buscar protegerse
de la feroz arremetida de los hacendados; mantener sus autogobiernos locales y lograr
ciertas protecciones estatales respecto a las reclutas militares y el comercio. En otra
perspectiva, F.X Guerra en sus numerosos trabajos, ha mostrado que estos pactos entre
estos dos tipos de culturas políticas y sociabilidades, permite explicar el papel de los
caudillos, de los caciques y coroneles, como intermediarios necesarios entre “ la
modernidad política en el poder y el enorme mundo rural o provincial, con sus
sociabilidades, sus fidelidades y jerarquías de corte antiguo o colonial” (Chevalier,
1999:274). Esta nueva explicación del pacto con el estado, mostró, de una parte, a unos
indios activos con capacidad de negociación y de defender con levantamientos la
35
Guerra, 1992; Chavalier, 1999
36
Platt, Tristan, 1982.
22
vigencia de esos acuerdos; pero de otra, también los límites y dependencias de sus
actuaciones.
Una visión distinta, es aquella de los denominados “estudios postcoloniales” que han
demostrado que los campesinos e indígenas, en determinadas circunstancias mostraron
capacidad política no solo para entender las propuestas de las élites, sino para asumirlas,
procesarlas y transformarlas e incorporar en ellas sus intereses diferenciados. El mérito
más reconocido de los estudios postcoloniales es haber mostrado la agencia política de
los campesinos y de los indígenas, con lo que no solo cuestionaron a las anteriores
interpretaciones, sino mostraron que fueron actores sociales que influyeron y fueron
influidos por los procesos. Este enfoque renovó decisivamente la historia política, al
incorporar a los campesinos y de manera más general a las capas subalternas en la
construcción de las naciones-estados y los modelos económicos en América Latina:
(Halperin, 1996; Tutino, 1997; Mallon, 1997). Mas allá de los pactos de antiguo
régimen, los campesinos e indígenas habrían reprocesado las propuestas de “las élites
ilustradas y modernas”, para radicalizarlas a favor de sus intereses, lo cual revela una
ruptura con el dualismo político y una sorprendente agencia campesina. Una
matización de esta versión, propone que en algunos casos, las elites propiciaron estos
comportamientos de los subalternos para buscar su integración (Allan Knigth: 1986),
sin que ello niegue la agencia campesina, pero en cambio explica las frecuentes
traiciones y frustraciones de varios movimientos que creyeron en las promesas de los
caudillos y caciques a los que apoyaron. La agencia campesina no se agota en la
política. Varios estudios reconocen sus iniciativas para matizar los modelos económicos
desde su experiencia milenaria en el manejo de los recursos. Olivier Dollfus, por
ejemplo, mostró la originalidad de la región andina que impone determinados límites y
desafíos a los procesos de ocupación y desarrollo, y los conocimientos acumulados por
las sociedades nativas que crearon una serie de soluciones, cuya fuerza matizó las
propuestas de desarrollo que se impusieron (Dollfus, 1991).
Una versión más reciente, aún poco desarrollada para el caso latinoamericano, se inspira
en los trabajos de los “estudios subalternos” de los hindúes 37. Sugieren que es posible
una acción de los subalternos por fuera del discurso de las élites, que no tiene como
centro la construcción del estado, ni el debate sobre los modelos económicos, sino se
origina en sus propias percepciones e intereses: ni pasivos, ni atrapados, ni derivativos
del discurso de las élites, sino distintos en su programa y en su comportamientos. En
este enfoque, deberíamos abandonar los estudios sobre la “biografía de la nación” y de
los modelos económicos, que finalmente corresponden a la propuesta de modernización
europeocentrista, en el orden de la razón y el progreso (Prakash, 1996:293) que de suyo
implica la exclusión de otros idearios no occidentales, no modernos, para centrarnos en
las historias cotidianas y diferenciadas de los excluidos, historia “que siempre
permanece heterogénea y elusiva a la política de los de “arriba””(Rivera y Barragán,
1996) . Rowe y Schelling, por ejemplo, analizando la cultura popular, cuyos “rostros”
más visibles se presentan en países con fuerte presencia indígena y afro descendiente
encuentran en las rebeliones del sur peruano, en el catolicismo popular en México, el
Perú y Brasil; en la literatura rural y narrativa de los cangaceiros brasileños; en varias
expresiones urbanas de música, baile, teatro, circo, telenovela, medios de comunicación,
carnaval y fútbol, especialmente de Brasil, la búsqueda por construir una identidad de
mayor categoría social y étnica, la creación de contrasímbolos, de propiedades mágicas
que cuestionan la cooptación liberal de los subalternos a través de instituciones y
37
Ver “ Subaltern Studies. Writings on South Asian Hisroty and Society”, pubicación periódica editada desde 1982.
23
concepciones liberales: exclusión y acción, hegemonía y contrahegemonía, dominación
y resistencia, imposición y respuesta, actúan como cara y reverso de una misma
moneda38.
38
Rowe, William y Vivian Schelling, Memoria y Modenidad, GRIJALVO, 1991
24
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