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Fragmentos del Libro de las Primeras Edades

En las primigenias edades aquellas del Gran Caos, en las entrañas


de la Tierra, el enérgico y fuerte Djin los materiales fundió, el laborioso y
paciente Gob la forjó y al aflorar a la superficie de las Tierras
Nemorosas, el pronto y activo Paralda y la flexible y atenta Nicksa,
pulimentándola la finalizaron.

Las gentiles hadas transportaron esta magnificente gema de cristal


de roca desde su lecho de nacimiento hasta las faldas de la Cordillera
Kässlownev, hasta cuyo más alto pico audaces elfos la llevaron. Desde
allí y durante interminables eones, Grësdreck emanó reverberaciones de
concordia que al mundo armonizar lograron de modo tal que a partir de
ello fue conocido como Ackreia, que es como decir Mundo de la Armonía
y la Concordia. De tal momento a partir y aun cuando elementales,
hombres, animales e incluso dragones y unicornios, hablaba cada uno la
lengua que particular le era, entre todos se comprendían; las lenguas
todas, habladas o no, entendidas por todos eran.

Mas ¡ay! De los seres que el mundo entonces habitaban, eran los
humanos los únicos proclives al vicio y la pasión, de los que tan solo por
el orgullo era sobrepasada la ambición. Fue esta última la que a su fin
acarreó a Ackreia.

Frëmkhom -el hombre imperfecto-, escuchando o creyendo hacerlo,


que Grësdreck era tan pura y poderosa que aquel que poseerla lograra
sería tal como lo que en nuestros días se conoce como un dios, en su
retorcido ánimo la idea fijó de entre sus manos tener tan preciado don.

Fue así como Frëmkhom decidió llegar a los Kässlownev. Setenta


de nuestros actuales días tardó Frëmkhom en alcanzar la cúspide del
Daimunkh, el pico más alto de los Kässlownev. Ni la más insana de las
imaginaciones pudo entonces, ni podrá hoy ni nunca, pergeñar siquiera
el horrible rictus de aquel hombre, el más desdichado de los seres, al
frente a él tener a Grësdreck, como tampoco podría el más delirante de
los juglares balbucir al menos algo que remoto parecido tuviese con la
convulsa desesperación de aquella miserable criatura por ya poseer el
objeto de su -a falta de una palabra precisa- demencia. Haría falta
finalmente, el malsano genio de algún perturbado y protervo poeta ciego
que con infectas palabras y sórdida voz cantar pudiera el ambiente en el
que los aviesamente mefíticos miasmas enmarcaban, bajo un
indeciblemente profundo y obscuro abismo de depravación por cielo, la
escena que tan solo el más negro y desdichado corazón humano hubo de
presenciar: simple, total y absoluta falta de espíritu.

Mas tan monstruoso extravío jamás podría quedar impune.


Al con su furiosa y abyecta mano tomar a Grësdreck, un
majestuosamente colosal rayo de indefectible justicia, desde el centro
mismo de los cielos proveniente, sobre la gema cayó. Se cuenta que el
fulgor de tan tremendo meteoro fue tal que ni diez mil universos con sus
miríadas de soles pobremente emularlo podrían y, el estruendo que
provocó su caída sobre el mundo de entonces, sólo medianamente sería
comparado quizá al fragor de todas las batallas que desde aquel
momento y en todos los mundos en que fragmentado quedó Ackreia y
aun a través de todas las eras y hasta el final de las mismas, han y
habrán de anegar sus corrompidas atmósferas.

Exactamente por la mitad partida quedó Grësdreck. Una de las


mitades, pura e inmaculada, por las hadas al Sidhe llevada fue. La otra,
pervertida y mancillada, en la mano, único resto de lo que alguna vez
fuera un cuerpo humano, por las desvencijadas laderas del Daimunkh,
hasta las faldas mismas de los Kässlownev y más allá aún, hasta las
entrañas de la tierra, hubo de despeñarse...

De tan infausto momento a partir, ningún otro peligro sino los


rigores del ambiente y la terrible soledad acechan al temerario viajero
que el camino hacia la cima del Daimunkh osa emprender. Terrible
soledad que da el bizarro o estúpido peregrino la peor de las compañías:
la de él mismo tal como realmente es.

Mas por un providencial hado, aun cuando no falten en todas las


eras almas necias que por las vías de la desgraciada aventura, llámese
ésta arte mágica o crimen, intentan tener al menos una de las mitades
de Grësdreck, por un providencial hado -repito-, una de las mitades
depositada es, por fuerzas desconocidas, en el seno de una criatura de
la raza humana al momento de ser concebida. Ambas fuerzas, las
mismas que desde aquel entonces -desde la más umbría de las
desventuras- gobiernan al mundo y que son representadas por la luz y la
obscuridad, entran fatalmente en movimiento.

Al llegar una de las partes de Grësdreck a este mundo, la otra, por


un género de magnetismo necesario, hace lo mismo. Nacen entonces dos
criaturas, una de luz y otra de obscuridad, siempre un niño y una niña.
Mas no creáis que el carácter de estos inocentes seres corresponde a la
mitad que en su seno inconscientemente albergan y no es sino hasta en
algún fortuito -o fatal, al parecer nadie lo sabe- momento que Grësdreck
despierta en sus dos partes que comienzan éstas, presas tal vez de la
más fuerte de las potencias de todos los universos, el amor, a buscarse
mutuamente.
Son entonces estas dos criaturas humanas impelidas la una hacia la
otra en perfecta armonía aun sin su consentimiento y mucho menos con
su conciencia. Surgen así sutiles señales que tanto los siervos de la luz
como los sirvientes de las tinieblas saben, desde los más remotos
tiempos reconocer, iniciando de este modo las más cruentas de las
batallas que tengan jamás parangón alguno: todos los mundos que una
vez formaron Ackreia entran en el combate; todas las razas que pueblan
todos los universos emprenden la, en demasiadas ocasiones, fratricida
lucha; las huestes de la luz quieren ver el renacimiento de Ackreia; las
turbas de la obscuridad tratan de encarnar el aciago extravío de
Frëmkhom...

Aun cuando en un principio inconscientes de su condición,


paulatinamente, en medio de toda esta sombría barahúnda, toman los
Förkljds -que así genéricamente se denomina a los Portadores de
Grësdreck-, conciencia de su nodal situación y tanto el Wordoljd -el
lucífero- como el Ghaosljd -el obscuro-, nombres que reciben también
ambas mitades de Grësdreck, comienzan a sufrir en sus adentros un
conflicto perfectamente análogo al que conmueve a los mundos.

Acosados, guiados, extraviados, brutalmente confundidos y


tristemente manipulados por apóstoles y esbirros, transitan los Förkljds
por su existencia, llegando jamás -desde el principio del tiempo y hasta
el momento presente- a encontrarse... pereciendo tiranizadas por la más
desoladora de las tristes soledades...

Alp Kinski Attphemus III

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