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10ª CLASE: LA SEGUNDA TÓPICA

1.— Panorámica de la Obra de Freud:


Freud trabajó continuamente revisando y modificando sus ideas.
La suya fue siempre una obra en progreso y cabe suponer que si
hubiera muerto diez años después —o si hubiera descubierto el
psicoanálisis diez años antes, pues es preciso recordar que inició sus
trabajos sobre las histerias cuando ya casi había cumplido los 40—
nuevas concepciones se hubieran agregado a sus teorías, corrigiéndolas
o completándolas una vez más. Por eso es necesario, cuando se alude a
su pensamiento, tener una idea clara de a qué época nos estamos
refiriendo.
Aun a riesgo de simplificar en exceso, uno podría dividir su obra
en tres períodos o etapas, las cuales revisaremos brevemente antes de
cerrar nuestro estudio sobre la evolución del pensamiento de Sigmund
Freud con una revisión de la Segunda Tópica, también conocida como
modelo estructural:

a) Primera etapa (1886-1897):


Se inicia propiamente con los estudios de Freud en París, donde
se familiarizó con las ideas de Charcot respecto a la semejanza entre
la disociación psíquica que presentaban los sujetos sometidos a la
hipnosis, donde una parte de su mente recibía una orden que la otra
ejecutaba sin recordarla; y las pacientes histéricas con síntomas
conversivos, donde coexistían una parte consciente y otra inconsciente,
que ‘sabía’ realmente lo que se hallaba en la raíz de los síntomas.
Al regresar a Viena e interiorizarse, a través de Breuer, del caso
de Anna O., cuyos síntomas histéricos se aliviaban si expresaba
libremente sus sentimientos y pensamientos en un estado hipnoide,
pensó que estos síntomas (y los de otras neurosis) representaban una
forma de manifestarse de fuerzas inconscientes hasta entonces
sofocadas, que al expresarse como síntomas y no como pensamientos o
sentimientos, se mantenían disociadas de la mente consciente.
Para Freud esta disociación era un proceso activo de
defensa, una forma en que la conciencia del sujeto evitaba tomar
conocimiento de estos contenidos potencialmente perturbadores.
En esta época Freud creyó que los contenidos inconscientes
reprimidos eran básicamente recuerdos de un trauma sexual infantil
y de los intensos afectos asociados a éste. Esta carga afectiva era
disociada activamente y traspasada al síntoma, siendo la
responsable de su mantenimiento en el tiempo.
En esta primera fase el tratamiento se proponía traer a la

1
conciencia los recuerdos olvidados y facilitar una descarga afectiva.
Este era el método catártico.

b) Segunda etapa (1897-1920):


Se inicia con el abandono de la teoría de la seducción, al
descubrir que muchos de los supuestos recuerdos de tales eventos
traumáticos eran en realidad fantasías que habían emergido del Icc. a
raíz de las características del tratamiento.
Implica un importante cambio de énfasis desde los eventos
externos, representados por la situación traumática, a los deseos y
fantasías inconscientes —sobre todo aquellos de índole sexual— en
la causación de las neurosis.
El acento recayó entonces sistemáticamente sobre lo que
provenía del sujeto, pasando a segundo plano la incidencia del medio,
en una especie de vuelta del péndulo en lo concerniente al peso de la
realidad interna versus la realidad externa.
En esta época Freud diferenció tres instancias del aparato
psíquico:

—El Icc., que es la sede de las pulsiones, las cuales tienden a


buscar una descarga inmediata, pues están gobernadas por el
principio del placer.
El modo de funcionamiento del Icc. es conocido como proceso
primario y se caracteriza por la omnipotencia del pensamiento, la falta
de relaciones lógicas o formales entre sus elementos, su atemporalidad,
y la existencia de reglas de asociación simples y primitivas.
Los contenidos del Icc. sólo podían hacerse conscientes a
través de su paso por el Pre.Cc.

—El Pre.Cc. es inconsciente sólo en un sentido descriptivo,


pero no dinámicamente hablando, ya que es susceptible de hacerse
consciente con relativa facilidad, entre otras cosas debido a que sus
contenidos no han sido reprimidos y, por lo tanto, no hay una fuerza
que se oponga activamente a su evocación.
El Pre.Cc., como el Cc., obedece al principio de realidad y
funciona según las reglas del proceso secundario, donde predominan
la lógica y la razón, y el miramiento por los datos concretos de la
realidad externa.

—La tercera instancia psíquica discernida por Freud es el Cc., que


está representada por todo aquello respecto de lo cual el individuo tiene
conciencia en un momento determinado.

2
Las pulsiones estaban representadas por cantidades de
energía que podían investir distintos objetos internos o externos.
La energía de las pulsiones fue bautizada por Freud como libido, en el
caso de la pulsión sexual, y empujaba al organismo hacia los objetos en
los cuales podía satisfacer sus necesidades.
A la base del conflicto psíquico se encontraban ahora la
represión de pulsiones y tendencias inconscientes que entraban
en conflicto con el principio de realidad, y la ambivalencia que
solía caracterizar las relaciones del yo con sus distintos objetos.
Entre todas estas tendencias inconscientes, el complejo de
Edipo, que había sido reprimido alrededor de los 6 años, dando paso al
prolongado período de latencia sexual, jugaba un papel esencial en el
desencadenamiento de las neurosis. La ambivalencia en las relaciones
con los progenitores de ambos sexos era su marca distintiva y
Freud lo consideraba un fenómeno universal.
La finalidad del psicoanálisis en este período era ‘volver
consciente lo inconsciente’. Este objetivo se lograba mediante un
trabajo interpretativo de las asociaciones libres, sueños y actos
fallidos del paciente.

c) Tercera etapa (1920-1939):


En 1920 Freud publicó ‘Más Allá del Principio del Placer’ y en
1923 ‘El Yo y el Ello’. Ambas obras representan un cambio
fundamental en sus concepciones sobre las pulsiones y el aparato
psíquico respectivamente.
En el primer trabajo trasciende la diferenciación que hasta
entonces había hecho entre pulsiones sexuales y de autoconservación,
introduciendo las pulsiones de muerte, que ahora se oponían a las
pulsiones de vida, que englobaban a los dos tipos de pulsiones hasta
entonces reconocidas.

2.— El Yo y el Ello (1923):


En esta obra fundamental, quizá la más importante de Freud,
junto con ‘La Interpretación de los Sueños’ (1900) y los ‘Tres
Ensayos de Teoría Sexual’ (1905), su autor formula el modelo
estructural, también conocido como Segunda Tópica del aparato
psíquico.
Este modelo no reemplaza totalmente a la Primera Tópica,
sino que la completa y perfecciona, puesto que se había alcanzado un
punto en el cual la conceptualización de la mente con sus sistemas Icc.,
Pre.Cc. y Cc. comenzaba a resultar insuficiente para explicar
cabalmente el conflicto neurótico y otras características del

3
funcionamiento de la psique.
El conflicto neurótico consistía en la oposición entre lo
reprimido inconsciente y el sistema Pre.Cc.-Cc. Otra forma de
entenderlo era decir que lo que entraba en conflicto eran pulsiones
sexuales que resultaban intolerables para la conciencia de la persona y
los procesos defensivos que buscaban mantenerlas inconscientes;
pero si bien las primeras se habían estudiado a fondo en los
primeros tiempos del psicoanálisis, no era posible afirmar lo mismo
respecto a los segundos.
¿Dónde se ubicaban los mecanismos de defensa y a qué
instancia psíquica correspondía su manejo? Esto era algo que no
quedaba claro en la Primera Tópica. ¿Las defensas eran una labor de la
parte consciente de la mente o acaso de sus estratos inconscientes? La
respuesta no era fácil: si la responsabilidad correspondía al Cc.,
como parecía sugerirlo el hecho de que representara, de alguna
manera, el otro polo del conflicto neurótico, ¿cómo explicar entonces
que la persona neurótica fuera la mayoría de las veces
inconsciente de sus mecanismos de defensa? Y si, por otra parte,
éstas eran un asunto que competía al Icc., ¿cómo explicar un
conflicto al interior de una sola instancia psíquica, lo que de
alguna manera contradecía la noción misma de conflicto?
El modelo del Icc.-Pre.Cc.-Cc. podía explicar razonablemente bien
la formación de los síntomas neuróticos, pero con el tiempo Freud se dio
cuenta de que detrás de esos síntomas tenía que encontrarse una
estructura de personalidad que, a su vez, implicaba una estructura
defensiva y unas resistencias caracterológicas que permitían mantener
esos síntomas a lo largo del tiempo, pese al trabajo interpretativo del
analista.
El modelo estructural da cuenta, precisamente, de esa
necesidad de una estructura de personalidad.
Estudiaremos por separado cada una de las tres instancias
psíquicas que lo componen.

3.— El Ello:
Freud se basó en las ideas del psicoanalista alemán Georg
Groddeck en el sentido de que no vivimos de acuerdo a los dictados de
nuestra voluntad, sino que “somos vividos”1 por fuerzas
desconocidas y, en última instancia, incognoscibles.
El término ello, de hecho, fue acuñado por Groddeck, quien a su
vez lo tomó de Nietzsche.

1
en S. Freud, El Yo y el Ello, Obras Completas, Vol. 19, Amorrortu editores, Bs. As. (1990), p. 25.

4
Freud adoptó por primera vez la expresión en 1923, en “El Yo y el
Ello”.
Estaría formado por las pulsiones y los instintos, así como
por todo lo que es constitucional y heredado en el ser humano.
Es por definición inconsciente, y está regido por el proceso
primario y por el principio del placer.
Constituye el núcleo de nuestro ser.
Las pulsiones son un concepto límite entre lo psicológico y
lo biológico, al adoptarlo Freud trasciende la tradicional dicotomía
entre cuerpo y alma que predominaba en la ciencia y la filosofía de la
época.
En realidad, son un fenómeno biológico que posee una
representación psíquica, que permite, de alguna manera, hacerlas
aprehensibles.
Estos son los equivalentes psíquicos de las pulsiones: deseos,
representaciones y fantasías que llegan a la conciencia vía Pre.Cc.,
e incitan al yo a actuar para descargarlas en los objetos del mundo
externo y lograr su satisfacción.
A diferencia de los estímulos externos, es imposible huir de la
estimulación interna representada por las pulsiones.
Como ya hemos visto, las pulsiones tienen:

—Fuente de origen, representada por las zonas erógenas, en


el caso de las pulsiones sexuales.
—Intensidad o impulso dinámico, que está dada por la libido,
en las pulsiones sexuales.

—Un objeto, en el cual pueden ser satisfechas y con el que


mantienen una relación sumamente flexible.

—Un fin o meta, que consiste en restablecer un equilibrio


tensional mediante su adecuada descarga.

En el ello coexisten pulsiones de vida —incluyendo las sexuales


y de autoconservación— y pulsiones de muerte, tal como vimos en la
clase correspondiente, razón por la cual no profundizaré aquí en ese
tema.

4.— El Yo:
Este concepto ya estaba presente en la Primera Tópica y
representaba a la primera persona del singular (Ich=yo, en alemán),

5
al individuo.
También representaba a aquella parte que se oponía a las
pulsiones y movilizaba a las defensas en el conflicto neurótico.
El yo es aquella parte del aparato psíquico que tiene que ver
con la realidad, se encuentra ubicado entre el mundo interno y el
externo, y actúa como receptor de los impulsos que le llegan desde
ambos.
Ontogenéticamente hablando, Freud consideraba que era una
parte del ello que se había modificado por el impacto de las
pulsiones internas y de los estímulos externos, y tendía a
identificarlo con el estrato cortical.
Así, en el momento del nacimiento no existiría un yo, o más
bien ello y yo se encontrarían indiferenciados, de modo que, en los
niños pequeños, el yo cede automáticamente a los impulsos del
ello, pero con los años se va haciendo cada vez más capaz de
postergarlos y controlarlos.
Dado que es la única instancia psíquica que tiene acceso a
la motilidad voluntaria, está en una excelente posición para
enfrentar los peligros que lo amenazan desde el mundo externo,
ya sea huyendo de ellos o efectuando algún tipo de modificación en su
medio o en sí mismo; pero de los peligros del interior —
representados, claro está, por la presión de las pulsiones— no puede
escapar, y si no puede tramitarlos a través de su acción racional sobre
el medio o sobre sí mismo, tenemos aquí sembradas las semillas de la
neurosis, que estaría representada por este fracaso del yo.
Al principio se lo identificaba con el Cc., pero cubre también
áreas del Pre.Cc. y del Icc.
Como ya señalé, Freud comprendió que la oposición entre Cc. e
Icc. no lograba explicar muchos fenómenos y conflictos psíquicos.
Entonces vio que lo central era la contraposición entre yo y ello; y
que la represión era un trabajo del yo al servicio del superyó.
En esta época el objetivo del psicoanálisis podía ser caracterizado
con la siguiente fórmula: “Donde ello era, yo debe devenir”.2
En otras palabras, que el paciente debía reemplazar una conducta
compulsiva, gobernada por los requerimientos del ello, por otra más
racional, bajo el imperio del yo.
Así como el ello era la sede de las pulsiones y su energía
fundamental era la libido, el yo dependía de una energía neutra
desplazable, de libido desexualizada, sobre todo a través del
mecanismo de la sublimación.
2
en S. Freud, Nuevas Conferencias de Introducción al Psicoanálisis, Obras Completas, Vol. 22,
Amorrortu editores, Bs. As. (1990), p. 74.

6
a) Desarrollo del yo:
El yo incipiente del niño pequeño se desarrolla a partir de un
doble proceso de introyección de lo agradable (experiencias,
objetos) y de proyección de lo desagradable, característico de la
fase oral del desarrollo psicosexual.
Ambas funciones constituyen la base de la identificación
primaria, que se dirige fundamentalmente hacia las figuras de la
madre y el padre, y que representan las primeras formas de amor
objetal.
A estas funciones de introyección y proyección se agrega una
fuerte tendencia a la imitación, todo lo cual va contribuyendo al
desarrollo gradual del yo infantil.
Al principio éste es estructuralmente débil, pero está imbuido por
un sentimiento de omnipotencia, que nace de su tendencia a
introyectar oralmente los objetos gratificantes del mundo externo y de
la influencia aún poderosa del ello, dominado por el proceso primario.

b) Principal tarea del yo:


Su tarea fundamental es sin duda la supervivencia del
individuo, la cual garantiza, en relación al mundo externo, a través
de:
—Tomar noticia de los estímulos (percepción).
—Almacenar información y experiencias sobre ellos (memoria).
—Evitar estímulos super intensos (por la huida).
—Enfrentar estímulos moderados (lo que se conoce como
adaptación).
—Aprender a modificar el mundo exterior para lograr sus fines
(actividad aloplástica).
Y en relación al mundo interno:
—Gobernar las exigencias pulsionales, ya sea postergando
la gratificación hasta que las circunstancias sean más favorables, o
bien sofocándolas.
El yo es epicúreo, aspira al placer y quiere evitar el displacer,
pero a diferencia del ello, se rige por el principio de realidad.3
Si el displacer aumenta de manera inesperada o incontrolable
experimenta angustia.
3
El yo es epicúreo. Haciendo un parangón con las principales escuelas filosóficas del mundo
helenístico, podría decirse que el superyó es estoico (cuando no cínico), el yo epicúreo y el ello
hedonista.

7
El yo experimenta displacer al aumentar la tensión pulsional, y
placer al rebajarla.

c) Entre las funciones más importantes del yo destacan:


—El examen de la realidad, que implica percibir y determinar si
lo percibido pertenece al mundo externo o interno, si es real o no.
—La función sintético-integrativa implica que el yo debe hacer
concordar las pulsiones del ello con las exigencias de la realidad y del
superyó.
Cumple una función homeostática que implica cuatro pasos:
(1º) Percibir las necesidades pulsionales; (2º) percibir las
condiciones externas; (3º) realizar una coordinación o síntesis de
los impulsos del ello, las exigencias del superyó y las
condiciones ambientales; y (4º) ejecutar modificaciones en el
medio (aloplastía) y en sí mismo (autoplastía), a través de su control
de la conducta voluntaria.
—La represión, así como el resto de los mecanismos de
defensa, son funciones del yo, pero fundamentalmente de sus partes
preconscientes e inconscientes.
—El esquema corporal, que es una imagen interna del propio
cuerpo que el yo va configurando a través de sus diversas experiencias
de contacto con el mundo externo.

5.— El Superyó:
Aparece por primera vez en “El Yo y el Ello”, y es una respuesta
de Freud a las críticas del neurólogo norteamericano James Putnam4,
quien se quejaba de que el psicoanálisis no tomaba en cuenta las
aspiraciones morales del ser humano.
El superyó era el producto de la incorporación al yo (vía
introyección e identificación) de las prohibiciones y normas
paternas.
Al principio pertenece al yo, pero después se va diferenciando
hasta volverse en gran medida inconsciente.
Freud lo consideraba el heredero del complejo de Edipo,
puesto que su núcleo era el producto de la incorporación en el yo de
las imágenes de ambos padres al resolverse la situación edípica:
Primero la del rival edípico, como una forma de aplacarlo,
constituyéndose así en un juez, censor y crítico de la conducta y
pensamientos del yo. Sus características (sobre todo su severidad)
4
James Putnam. Fue una de las figuras del mundo médico de los Estados Unidos que ayudó a
abrir las puertas de las universidades de su país a las enseñanzas de Freud, de modo que, si bien
nunca fue psicoanalista, se hallaba en buenos términos con éste, quien respetaba su opinión.

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dependerán de la intensidad y forma de resolución del conflicto edípico.
La parte más tolerante y benigna del superyó se forma a
partir de la integración de la figura de la madre, y hace que las
pulsiones sean reprimidas por amor y lealtad, más que por miedo.
Cuando el yo la complace se siente como niño bueno y amado.5
En este sentido, el yo se siente siempre como un niño cuando
enfrenta las exigencias del superyó.
También es importante destacar que el superyó puede ser
mucho más severo que los padres reales, ya que está dotado de
toda la agresividad inherente a las pulsiones del individuo y, por otra
parte, se configura más a partir del propio superyó de los padres que de
sus actitudes y conductas reales.
Dado que gran parte del superyó es inconsciente, puede
percibir muchas tendencias del ello que son desconocidas para
el yo consciente, lo que origina sentimientos de culpa
inconscientes y una necesidad neurótica de castigo (por ejemplo,
en casos de fracaso inesperado o depresión a las puertas del éxito).
En Freud, el superyó aparece a los 5 años aproximadamente,
en el momento culminante del Edipo; otros autores, como Melanie Klein,
consideran que es mucho más precoz.
Antes de su surgimiento, el yo sólo debe actuar tomando en
cuenta al principio del placer y al principio de realidad, después debe
considerar también sus requerimientos.
Es preciso recordar, nuevamente, que ni el ello ni el superyó se
relacionan directamente con el mundo, sino a través de la acción
ejecutiva del yo.
Freud sostenía que “mientras el yo trabaja(ba) en... acuerdo
con el superyó, no (era) fácil distinguir las exteriorizaciones de
ambos”. Este debería ser el caso de los sujetos sanos, no neuróticos;
en cambio, cuando “las tensiones... entre ellos se hacen sentir con
nitidez”6, es fácil saber donde actúa el uno y donde está el otro.

6.— Conclusión:
Freud no murió en Viena, la ciudad que amó y odió, y en la que
vivió toda su larga y productiva vida, excepto los tres primeros y el
último año.
En marzo de 1938 Alemania anexó Austria a sus territorios,
5
El yo se siente como niño bueno y amado. Es decir, se aproxima más al ideal del yo, que
corresponde a un modelo o patrón ideal de sí mismo al que la persona intenta adecuarse.
6
En S. Freud, Esquema del Psicoanálisis, Obras Completas, Vol. 23, Amorrortu editores, Bs. As.
(1990), p. 208.

9
mediante un plebiscito manipulado, ante la indiferencia del mundo y, lo
que es peor, de los propios austriacos.
Bajo el nuevo régimen nazi los judíos fueron perseguidos y
deportados a campos de concentración, que luego resultaron campos
de exterminio7, el psicoanálisis fue prohibido y los libros de
Freud, junto a los de muchos otros, quemados en hogueras en las
calles.8
Su departamento en Bergasse nº19 fue allanado varias veces, sus
ahorros confiscados y sus hijos detenidos temporalmente por la
Gestapo. Finalmente aceptó los ofrecimientos de Jones y los
psicoanalistas británicos, y decidió emigrar a Inglaterra, pero esto
no hubiera sido posible de no ser por la hábil gestión del embajador
norteamericano Bullit y la generosa ayuda de la condesa Marie
Bonaparte9, quien sufragó los gastos del viaje por tren y pagó el
rescate exigido por los nazis, ya que a esas alturas Freud no tenía
fondos ni derecho a vender sus propiedades.
Freud viajó con toda su extendida familia, incluyendo nueras,
yernos y nietos, la familia de su médico de cabecera y sirvientas, lo que
no debe haber hecho fácil la tarea de Bullit.
Al cruzar la frontera en dirección a Suiza, oficiales de la
Gestapo le exigieron firmar un documento en el que se aseguraba que
había sido bien tratado, y Freud, irónico hasta el final, escribió de su
puño y letra: “Puedo recomendar los servicios de la Gestapo a
cualquiera de mis amigos”.10
Se estableció en Hampstead, Londres, y murió de cáncer al año
siguiente, el 23 de septiembre de 1939, a las 3 de la madrugada,
luego de que su médico de cabecera, el dr. Max Schur, le aplicara una
doble dosis de morfina, a solicitud de su propio paciente.

7
Campos de exterminio. De los seis hermanos de Sigmund Freud, sólo Anna sobrevivió a la
Segunda Guerra Mundial. Alexander, el menor, murió en Toronto, en 1943; en tanto que Rosa,
Marie, Adolfine y Pauline desaparecieron en campos de concentración nazis alrededor de 1942.
8
Libros de Freud quemados por los nazis. “Contra la glorificación de la vida instintiva que degrada
el alma, y por la nobleza del espíritu humano, entrego a las llamas las obras de Sigmund Freud”,
fueron las palabras proferidas por el encargado de arrojar los libros a la hoguera, prefigurando los
argumentos de incontables detractores del psicoanálisis en los años venideros.
9
El embajador Bullit y la condesa Bonaparte. William C. Bullit era a la sazón embajador
norteamericano en París y su segunda esposa había sido paciente de Freud.
Desarrollaron una sólida amistad a partir de su accidentada colaboración en una biografía
psicológico-política del presidente Wilson.
La condesa Marie Bonaparte, casada con el príncipe George de Grecia, era descendiente directa
de Napoleón I y nieta del fundador del casino de Montecarlo.
Fue psicoanalizada por Freud en 1925, y se convirtió en psicoanalista y una de las principales
organizadoras del primer círculo analítico francés. No tardó en convertirse en amiga íntima y
confidente de Freud. Entre otras obras, fue autora de un notable estudio psicoanalítico de la vida y
obra de Edgar Allan Poe.
10
cit. en P. Gay, Freud: A Life for Our Time, W. W. Norton & Co., N. York (1988), p. 628.

10
“Mi querido Schur —le dijo—, usted ciertamente recordará nuestra
primera conversación. Prometió entonces no olvidarse de mí cuando mi
hora llegara. Ahora no queda nada sino sufrimiento y no tiene sentido
seguir adelante”.11
Schur recordaba y le administró las inyecciones letales esa noche.
Antes alcanzó a redactar su ‘Esquema del Psicoanálisis’
(1938), su última obra significativa y una síntesis maestra de su
pensamiento.
De entre sus muchas fértiles ideas, que ya forman parte de la
herencia cultural de la humanidad, me gustaría destacar las siguientes:
El descubrimiento del inconsciente dinámico.
La concepción de la mente como fuerzas en conflicto.
El principio de las series complementarias y su aplicación al
estudio de los problemas mentales, pues hasta entonces la psiquiatría y
la neurología enfatizaban la importancia de la herencia y olvidaban la
influencia ambiental.
El descubrimiento y validación de la psicoterapia, la cura a
través de las palabras, como una forma eficaz para aliviar el sufrimiento
psíquico.
El poder de la pasión, la libido, en toda actividad humana, y
el papel fundamental que juega en sus obras más sublimes, así como en
las neurosis.
La teoría de la represión y su importancia para la causación de
la neurosis.
La importancia de conocerse a uno mismo para el logro de la
libertad, la felicidad y la responsabilidad en las acciones humanas.
El descubrimiento del complejo de Edipo y su importancia para
el desarrollo de las personas, sea éste universal o no.
El descubrimiento de la sexualidad infantil.
La importancia del esclarecimiento sexual de los niños.
La idea del determinismo psíquico, que implica que cada
evento, no importa cuan accidental o inexplicable parezca, tiene un
sentido que le es propio y representa un eslabón en una cadena
causal, a veces imposible de seguir hasta sus orígenes.
Por último, pero no por eso menos importante, la idea de que
sólo podemos juzgar a los seres humanos por sus acciones, no
por sus fantasías o pensamientos, puesto que en ellos, ya sean
conscientes o inconscientes, los buenos y los malos, los sanos y los

11
cit. en P. Gay, Freud: A Life for Our Time, W. W. Norton & Co., N. York (1988), p. 651.

11
neuróticos, estos últimos y los perversos, los adultos y los niños, los
cuerdos y los locos, no se diferencian más que en una cuestión de
grados.
Y aun así, si los juzgamos por sus acciones, debemos ser muy
cuidadosos y prudentes, pues éstas, en la mayoría de los casos,
están determinadas por factores inconscientes de los que no
somos plenamente responsables.

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