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Víctor Manuel Barrientos Arce.

Raoul Barrett

Palidecía tu rostro. Apagando las luces de mi aprendizaje.


Solía pasar a veces cuando era niño. Contemplaba el olor a
tierra después de que llovía en mi cálida ciudad. La
inmensidad del silencio, el recuerdo de alguno de tantos
sueños que vislumbraba despierto. Me recargaba en mi
ventana escuchando la estación del recuerdo, envolviéndome
en aquel llanto adicto-angustia que me sofocaba. En mi
mundo, donde no había tiempo, donde viajaba por el viento y
respiraba las olas del mar a distancia. Pude detenerte ahí en
seco, antes de que fueras invierno, pero me llamaba tu voz
desde el otro lado de aquel entierro. Pude verte en mi dolor
subiendo por mi cuerpo. Tembloroso me acerqué al terrible
agujero, que aún no me tenía, pero ya me sentía adentro.

La Nada Es Cosa Seria

Damián

Inquieto. Tomaba un café antes de asistir aquel funeral. No


pude hacer nada con eso que me ahogaba. Así como llegaba.
Así se iba. Estaba preocupado por aquella noche donde perdí
el conocimiento. Miré al fondo de la taza de café decidido a
repasar de nuevo lo ocurrido. Ese día hubo una borrachera en
casa del tal Nieto y desperté con tres pesos en el ADO, pero
extrañamente tenía un boleto en la mano rumbo a México.
Tenía la boca hecha un asco. La camisa vomitada oliendo a
Ron. Me di también cuenta que los zapatos que traía ya no
eran los míos, sino unos mocasines que curiosamente me
quedaban perfectos y estaba aunque sucio, pero bueno, un
reloj que tampoco era mío. Mire la hora. Era muy temprano.
Me incorporé de golpe. Algo asustado y sonámbulo mental.
Aunque no muy consciente. Caminé apresuradamente por los
pasillos de la terminal -Poca madre- dije, llevando mis manos
a la cara quitándome algún estorbo imaginario que me hizo
sentir asqueroso -no mames- recé quedamente, caminé por el
Víctor Manuel Barrientos Arce.
Raoul Barrett

establecimiento aceptando vergonzosamente las miradas que


de esquina en esquina me azoraban con sus ojos juzgadores.
Sé que debería haber preguntado al guardia cómo llegué ahí.
No quise intentarlo, después de todo solo era otro teporocho
que de vez en vez terminaba dormido en la zona de espera
.Tome un camión que me llevaba a la Avenida Espadachín,
dónde a pocas cuadras vivía uno de mis cuadernos. Supliqué
por que estuviera ese hijo de la chingada. Era más reventado
que la fregada y que por consecuencia rara vez dormía en su
casa. Toqué desesperado sintiendo la sensación de que me
venían persiguiendo, pero nadie acudía a la puerta. Toqué de
nuevo el timbre, ya desesperado y al borde de mandar todo a
la chingada e irme a pata hasta mi casa. Eran alrededor de las
7:00 a.m. y era domingo por lo cual había poco movimiento
en las calles de la ciudad. Pensé que no podía ser tan malo,
todavía estaba vivo, pero empecé a recordar que cuando
llegué a la fiesta. Pensaba cabeza debajo de donde saque esta
camisa. -¿Cómo llegue ahí?- pensé en un posible asalto, pero
era ilógico que los asaltantes me hubieran llevado a la
terminal y todavía compraran un boleto a México para
después largarse a la fuga. Por fin alguien abrió la puerta. Era
una rubia exuberante que sin deberla ni temerla salió
semidesnuda y digo semidesnuda por que solo usaba una
pantaleta. Adormilada todavía creyó reconocerme y me dijo –
Juan, ¿verdad? ...pasa- y me abrí paso hacia la casa sin aclarar
mi identidad. Pero qué importaba, lo único que quería en ese
momento era echarme agua en mi getota de perro. Entre
corriendo con dirección al baño, por que después de tanto
tiempo de andar con la pinche peste de borracho tatuada en
mi hocico y mi ropa, ya me andaba vomitando en el trayecto.
Me subía y me bajaba la Guácara. Abrí apresuradamente la
puerta -órale pendejo- dijo al verme tapando sus vergüenzas -
¿Qué no ves que estoy cagando?- era Octavio que vivía
ocasionalmente con topo que era al que yo iba a ver. Me valió
una puta madre y empecé a vomitar en la bañera -¡¿Qué?!
¿Qué pedo?- dijo todo friqueado. Mientras a medias lo
escuchaba sentía como si me cagara por la boca. Vomité
tanto que quedé tendido en el suelo medio inconsciente
mientras su voz se iba distorsionando. –Damián- me llamaron
Víctor Manuel Barrientos Arce.
Raoul Barrett

desde la sala -¿Dónde estabas cabrón? Te busqué como


pendejo toda la noche después del merequetengue y tu ni tus
pinches luces- era topo que gimoteaba a lo lejos y al llegar al
baño hizo un gesto de nausea, tapándose la nariz se acercó a
mí. Todavía estaba tirado en la bañera empapado en sudor y
apestando al olor nauseabundo que produce el alcohol. Me
miró luego de asquear por segunda vez. Yo lo alcanzaba a ver
parado junto a mí mientras cuando volteé a ver a su amigo no
paraba de ladrar:

- ¡Hijos de la chingada! ¿Qué no ven que estoy cagando? Así


me estuviera chaqueteado les hubiera dado lo mismo
cabrones. No respetan, hijos de la chingada-

-Tan siquiera voltéense y déjenme limpiarme el pinche culo-


topo rió nerviosamente mientras me miraba con un gesto
espantoso

- No mames pinche Damián, estas hecho una mierda. Que


pedo, ¿te asaltaron o que chingaos te pasó?

-Yo no me llamo Damián –dije. Después de eso perdí el


conocimiento.

La nada es cosa seria

Marion y Frank

Oscuro.
Víctor Manuel Barrientos Arce.
Raoul Barrett

Tranquilidad implacable; caminaba cabizbajo, flaco y


pálido. Arrastrando una tristeza visible por la lluvia en
sus ojos.

-Como me he metido en esto- decía sollozando la


agonía de aquella herida que tenia. Mentiras de la
vida. De las verdades de los dioses. De la esperanza
perdida en quien sabe donde. Confundido sol, una luz
en tinieblas .Ya no abría nada. No podía creer lo que
venia, no podría entender lo que sucedería se escurrió
a la sobra.

- Para ti como es la nada – preguntó a Marion. Una chica


vecina que conocía desde que él sabe o tiene uso de razón.
Ella había llegado al nuevo barrio, cuando todavía era una
barriga en su madre. Los años pasaron. Siempre platicaba con
ella en las noches. Algunas veces comían juntos, sus padres
eran amigos. A él y ella les agradaba la idea de tener vecinos
compartiendo la misma casa .Ellos rentaban el piso de planta
baja. Ya habían pasado dos años y las dos familias habían
tenido ningún tipo de problemas, al contrario, siempre
tuvieron una especie de relación especial. Los sábados y los
domingos jugaban baraja en la planta baja y en la planta azul.
Los viernes por la noche leían cuentos y jugaban a las
escondidas. Algunas veces parecía que eran solo una familia
como todas las demás. El padre de Frank era ministro de una
iglesia y su madre devota católica. Los padres de Marion eran
profesores universitarios especializados en Historia y
Literatura del viejo mundo. Los niños, en ese entonces, no
entendían de compromiso ni de odios, ni soledades, ni
divorcios. Nada podía hacer que algún día en sus vidas fuera
intolerable. Cuando crecieron fueron a la misma secundaria,
donde por algún tiempo, diluyeron su relación de hermanos-
amigos. Todo iba bien hasta que un día. Marion despertó con
un dolor en el pecho. Ojos heridos. Le tembló el cuerpo. Tuvo
una visión.
Una visión que la dejó pensando en la nada. La inmensidad y
la insignificancia. Sátira. Ironía. Todas estas cosas en su
cabeza se repetían. Frank sintió la pesadez en su cuello. Se
Víctor Manuel Barrientos Arce.
Raoul Barrett

aferró a las ropas de la cama. Sus huesos se le enterraban en


la carne. Caminaba el dolor en su cuerpo. Pisoteando su
esencia, satisfaciéndose de su espiritual inocencia. Despertó
de súbito golpe y en la pesadez de la noche sintió un bulto
encima que lo aterró. Un bulto de nada. Un ser sin forma. Sin
estructura. Gritó en pensamientos. No pudo moverse.
Después se levantó de golpe, abrió su recámara, bajó las
escaleras y en la sala estaba Marion sentada en un viejo sillón
contemplando la nada. La luz era tenue. Una pequeña
lámpara de escritorio, le dejaron ver sus ojos. Estaban
blancos. Curiosos. Hermosos. Ahora sus ojos estaban en
Frank.

La nada es cosa seria

El espejo

...La existencia....
...Que significa realmente existir...
...¿Qué es lo que pasa?...
...Catalina...
...¿Dónde estás?...
...¿Qué significa todo esto?...

Despertó en una calle desierta. Empapado en sudor y charco. La luna observaba todo
con su ojo de hueso. Desenterró como pudo sus párpados de aquel sueño, no recordaba
nada. ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado? ¿Quién era Catalina? ¿Por qué se sentía
enamorado de ella? ¿Por qué no recordaba nada? Su aroma. Sus labios. Recuperó
rápido el equilibrio y salió corriendo pensando en todo eso y en nada. Sólo corrió sin
saber a donde, se sentía perseguido. Perseguido por alguien que estaba a gusto dentro de
él. Corrió y corrió por las áridas y desiertas callejuelas cubiertas todas de madrugada,
con charcos espejos de la sombría mañana, y ecos, los ecos que goteaban en su cabeza.
Cada punzada recordaba su voz como un hermoso espejismo de mente, como un
Víctor Manuel Barrientos Arce.
Raoul Barrett

fantasma, escuchaba su voz y mas la amaba y sentía como si la tocara en su paso torpe y
cansado paso con un destino hacia la nada. Cayó de rodillas ante una ventana, miró su
rostro empapado en un trozo de lluvia pronto de aquella venta, una música hipnotizarte
inspiraba su rostro ajeno. Un piano tocaba una sonata dulce y sombría, con pequeñas
esquirlas de angustia que cercenaban su corazón mancillado con alma desesperada. La
noche se iba poco a poco como una ola en el mar que no regresaba. La pequeña tocatas
y sus 3 movimientos lo acurrucaron en sus ropas rotas y empapadas. Calmó las voces en
un momento dejándolo en una contemplación como si ya no tuviera que preocuparse de
nada. Sumergido en aquella burbuja de pensamientos, cerró los ojos. Arrancándolo de
este plano de nuevo. La vio hermosa. Sonriendo junto a el. Con sus ojos de sol que dan
vida y el silencio y él sonreía...

- Rubén, despierta- dijo un joven de mediana edad, con la cara angustiada y la


estampa amodorrada.

- ¿Te sientes bien?- Habló de nuevo


- Ay, ya ándale despiértate, me estas asustando-
- Catalina- balbuceó como si viera alguien desvanecerse a lo lejos.

- ¿Catalina?- Interrogó Octavio llevándose una mano a la nunca -estás pendejo, ¿cuál
Catalina?...Que no sería Petronila, la chacha que se acaba de ir y que corriste con
tus Guácaras. No mames el cuarto apesta a mierda.
-
- Que y ahora tu que, - interrumpió fastidiado haciendo un chasquido con la boca,
volteando después de reojo para poder verlo. Soltó un gemido primitivo exigiendo
intimidad.

- ¿Que chingados quieres? ¡Déjame dormir...! ¡Carajo, es domingo no la chingues!


-decía mientras se acomodaba de nuevo.

-
- Pendejo todavía que me preocupo por ti -interrumpió por un segundo- además que
puto eres, ¡quien sabe que estabas soñando, estabas chillando y hablando dormido,
pero por mi ojalá te sigan cogiendo, pendejo... -y alejándose salió del cuarto
azotando la puerta.
-
- Puta madre-. Dijo volteando al techo mientras recordaba con el estomago aquello
que estaba sintiendo. Permaneció por un rato en ese estado. Parecía ver en un plano
imaginario. Algo de realidad en ese conocimiento extraño que se escondía sobre
aquel nebuloso velo inverosímil. Se durmió de nuevo cayendo en un estado
profundo de tranquilidad. Cuando despertó no recordaba nada, pensó que no había
soñado nada esta vez.
-
Víctor Manuel Barrientos Arce.
Raoul Barrett

- Que hueva...- refunfuñaba Rubén mientras luchaba por despertar de una vez por
todas...
-
- ¿Qué chingados estabas soñando? - la puerta se abrió de nuevo. Era Octavio con
aire de burla graznando al aire una risa fingida. Entró y miró a Rubén con sarcasmo.
Caminó por el dormitorio hasta las ventanas con cortinas espesas que estorbaban al
ojo del sol, y de un golpe las abrió maliciosamente.

- Jaja, jajaja, jojo, jaja pinche huevón-. Emitió una carcajada lastimosa y tomando una
caja de madera vacía se sentó a lado de Rubén.

- Pinche baboso, cómo serás pendejo, o ni siquiera eso cabrón. Hoy, aparte de que no
es domingo y que no tuviste la pinche amabilidad de ir a recoger a mi hermana ayer
que sí era domingo y ¡qué! – rió de nuevo –además – dijo quedamente- ¿quién sabe
dónde hijos de la chingada te metiste? – como si se le hubiera acabado el aire
respiró profundamente y sin dejar de sonreír encendió un cigarrillo, lo miró y
continuó diciendo- Claro no era a huevo, pero quedaste muy formal que me ibas a
hacer el paro. –suspiró- en fin no hubo pedo- dejo de sonreír y lo miro
detenidamente.

- Rubén aun estaba adormilado y tapado hasta la cabeza. Octavio dio una bocanada
grande y profunda. – en fin – balbuceó exhalando el humo y contemplando la danza
nebulosa que escapaba de su boca

- - ¿Dónde chingados te metiste güey? Ayer te vinieron a buscar unos tipos muy
extraños, parecían...- se detuvo y vio que Rubén no se movía, estaba dormido aún.-
Chale- remilgó- Me estas escuchando o estoy hablando solo como pendejo.

- Si guey... – balbuceó Rubén acurrucándose sobre la almohada.

- ¡Vete a la verga, ya levántate! pa huevón que eres....

- ¿Qué pedo? Sí te estoy escuchando, pero déjame descansar... estoy muy puteado...

Octavio lo interrumpió y jaló las cobijas para destaparlo. Vomitó una carcajada burlona
mientras Rubén aún somnoliento se contorsionaba berrinchudamente en el colchón
buscando en posición fetal y con los ojos cerrados algo con que taparse.

- Es lunes y son las pinches 10 de la mañana y no fuiste a trabajar pinche huevón -rió
lastimosamente-

- No mames, no digas mamadas si ayer fue sábado y estuvimos en la fiesta del


pendejo de tu cuñado.

- Mamadas las que me das pinche pendejo, que este bruto tarado o estás güey. eso fue
ayer pinche estúpido y ayer fue domingo. Cabrón...
Víctor Manuel Barrientos Arce.
Raoul Barrett

- No, mames neta. – dijo Rubén.

- Octavio lo vio con desprecio.

- Güey...chale... vete a la verga. cerró la puerta.

- Que güey, acabo de despertar... chale...

Se levantó, vistió y desayunó huevos con jamón mientras escuchaba a Beethoven.


Octavio ya no estaba en la casa, había salido dos horas antes de que Rubén se dignara a
pararse .Ya había terminado de comer cuando las notas de un piano mental lo mecían hacia
el espejo. Camino hacia el dormitorio llevado por un oleaje interno supernatural. Antes de
llegar de frente y sin mirarse. La melodía se detuvo. Sintió la presencia de alguien más pero
dentro de él. –Deja vü – pensó en voz alta. Suspiro profundamente como quien siente una
caricia de recuerdos, camino hacia el espejo. Ahí estaba el ojeroso, delgado y algo viejo
reflejo de sí mismo. Un tráfico de voces y ecos en su cabeza congestionó por unos
segundos su entendimiento. No prestó atención, viéndose fruncir el ceño, vio que algo se
asomó de una de las esquinas del mismo. Pensó que todavía estaba atontado. Buscó la llave
del lavabo y sin dejar de verse a los ojos extrañamente, tomó un poco de agua entre sus
manos y azotó el líquido contra su cara. -respiró temerosamente- no entendía por qué tenía
miedo , no recordaba nada de lo que había hecho, sólo recordaba un nombre, ese nombre
que con solo sentir el recuerdo le decía todo pero aun no lo comprendía, aún no sabía cómo
pensarlo, ni siquiera imaginarlo, sólo lo sentía. Vio la sombra de nuevo en el espejo, pero
esta vez la observó. No era nada que pareciera humano, ni si quiera lucía como un
fantasma. Por unos momentos tuvo miedo. Bajó nerviosamente la vista hacia el lavabo -
estoy loco- pensó -¿Me estoy volviendo loco?- La pregunta no le era nueva, lo cual le
lastimaba existencialmente. Se preguntaba si todo por lo que había luchado era verdad. No
sabía ya que creer. Estaba seriamente confundido. El conocimiento que había encontrado
era demasiado para poder separarlo y comprenderlo. Todo eso le importaba tanto. -Todo
eso importa tanto- pensaba. Cabizbajo intentó encontrar las respuestas en el suelo. Intentó
recobrar fuerzas. Cuando regreso su vista al espejo, quedo atónito y con los ojos abiertos,
curiosos, aterrados y angustiados vio lo que siempre había temido ver. No era él. Y no es
que hubiera una aparición, era la cara de siempre, el cuerpo de siempre, pero sabía que no
era él, la sombra se movió una vez mas por el espejo, esta vez viró la cabeza hacia atrás
rápidamente para ver que era eso. No vio nada, solo sintió un estrépito y doloroso golpe en
el cabeza y cayó.

Lunes 12 de noviembre 1834 París, Francia.

Querida Catalina:

Ayer llegue a la ciudad de París muy de madrugada, la ciudad era callada, triste y
deshabitada. La neblina era áspera y helada. Caminé unos cuantos pasos por las calles sin
rumbo fijo para ver si podía ver algo o alguien a quien preguntarle pero nada. Creo que
Víctor Manuel Barrientos Arce.
Raoul Barrett

llegué en mal momento. Algo debe de haber pasado en la ciudad desde mi última visita.
Algo grave. La gente de las tabernas y hoteles está alarmada. De todas las casas de huésped
a las que fui a pedir posada me corrieron, dándome como excusa estar llenos, dicen que hay
una plaga que levanta a los muertos. Ayer en la taberna un anciano nos contó a todos
mientras tomábamos unas cervezas, que había un monstruo en el bosque, muchos decían
que era el mismo demonio. Me contaba un viejo anciano – pero creo que he de andar con
cuidado, tú y yo sabemos muy bien de estas cosas de demonios y espíritus, pero a
diferencia de lo que hemos visto parece ser que este fenómeno no se le compara. El anciano
también dijo que ya hacia varias semanas que habían destruido todos los espejos de la
aldea, nunca escuche superchería como esta, incluso se me hizo casi divino el hallazgo,
necesito explorar más fondo, parece ser que...

El demonio, con la carta aún en sus manos, pudo leer hasta el último momento de la mente
de Fred y no por que estuviera escrito en la carta, si no por que había absorbido el último
suspiro del poder alquimista. Dejó el cuerpo sin vida botado entre las solas y sombrías
calles de París. Y desapareció……. Continuara

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