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VIOLENCIA DE GÉNERO

Feminicidio, una historia de asesinos seriales


25/11/2010

El Chalequero, El Estrangulador de Tacuba y Las Poquianchis han llevado al límite la


violencia en contra de las mujeres en nuestro país

El día de hoy se celebra el Día


Internacional de la Eliminación de la
Violencia contra la Mujer, el cual se
instauró en 1999 en conmemoración
del asesinato de las tres hermanas
Mirabal, activistas políticas de la
República Dominicana que fueron
asesinadas en 1960 durante la
dictadura de Rafael Trujillo.

En nuestro país, la violencia contra la


El promedio nacional de asesinatos contra mujeres es de 2, 500 casos
mujer se ha vuelto especialmente
relevante desde que el tema de las
muertas de Ciudad Juárez tomó tintes internacionales y de pronto, todos los ojos del mundo
estaban sobre la ciudad fronteriza del estado de Chihuahua en donde las mujeres, grupo
vulnerable por su simple condición de género, desaparecen para más tarde ser encontradas
muertas, semienterradas en el desierto, mutiladas, violadas, maniatadas y golpeadas.

Pero este suceso, el feminicidio, no es algo nuevo en nuestro país. Desde hace más de 100 años
se han encontrado registros de asesinos seriales que han confesado asesinar únicamente a
mujeres, ya sea por odio, por motivos políticos, económicos, con fines terroristas, por cumplir una
fantasía (casi siempre de tipo sexual), por sentir que la vida de alguien más depende de sus
decisiones o sin motivo aparente.

Estudios demuestran que en Estados Unidos el 98% de los asesinos en serie son hombres, en el
resto del mundo el porcentaje baja hasta el 76%, pero esto no quiere decir que no existan
asesinas en serie. De hecho, en la historia del México moderno se han atrapado a varias “mujeres
asesinas” que mataban únicamente a personas del sexo femenino.

He aquí una escalofriante lista de los asesinos y asesinas de mujeres que han hecho historia en
nuestro país y el mundo por su crueldad y cantidad de víctimas:

- Francisco Guerrero “El Chalequero”


Durante los años de 1880, Francisco Guerrero, mejor conocido como “El Chalequero” debido a
debido a su peculiar vestimenta de pantalones estrechos, fajas multicolores y chalecos con
agujetas o sus chaquetas charras; cometió más de 20 crímenes violentos contra mujeres que

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trabajaban como prostitutas en las calles de la Ciudad de México.

Su modus operandi era sencillo: proponiéndoles un encuentro sexual a las prostitutas, las llevaba
a algún lugar solitaria en donde, dependiendo de la disposición de las víctimas de cumplir los
deseos del Chalequero, éste las violaba, apuñalaba y degollaba para finalmente tirar sus restos
en la Colonia Santa María la Ribera.

En junio de 1888, Guerrero finalmente fue arrestado y condenado a muerte, sin embargo Porfirio
Díaz cambió su sentencia a sólo 20 años en la prisión de San Juan de Ulúa quedando en libertad
en 1904.

Pero el Chalequero volvió a atacar y en 1908 se le acusó de haber decapitado a una anciana, por
lo que fue sentenciado a muerte. Murió en 1910 mientras esperaba su ejecución.

- Gregorio Cárdenas “El Estrangulador de Tacuba”


Nació en la Ciudad de México en 1915. Su madre, una mujer dominante, marcó la vida de Goyo,
al reprimirlo constantemente. De niño, Goyo padeció una encefalitis que le causó un daño
neurológico irreversible, y a partir de ahí se comenzó a mostrar cruel con los animales.

Cuando tenía 27 años, Goyo estudiaba Ciencias Químicas con una beca de PEMEX y ya no vivía
con su madre, sino que rentaba una casa cerca del Centro Histórico.

Sus víctimas fueron prostitutas menores de edad a quienes recogía en su automóvil, las
llevaba a su casa y tras sostener relaciones sexuales con ellas las estrangulaba con un
cordón. Después, procedía a enterrarlas (a algunas amarradas de manos y pies) en su patio.

El último crimen del Estrangulador fue cuatro días después. La víctima no fue una prostituta, sino
una amiga del asesino llamada Graciela Arias Ávalos, estudiante del bachillerato de Ciencias
Químicas de la UNAM. Goyo pasó por ella en su automóvil y tras confesarle su amor (que no fue
correspondido), comenzó a golpearla con la manija del auto que arrancó de un tirón hasta que la
mató. El asesino condujo a su casa y la enterró como de costumbre.

Días después del asesinato de Graciela, Goyo fue internado, por órdenes de su madre, en el
Hospital Psiquiátrico del Dr. Oneto Barenque en Tacubaya.

Ahí, miembros del Servicio Secreto lo interrogaron por la desaparición de Arias, y a pesar de que
Goyo trató de despistarlos con su demencia, finalmente confesó que la había matado y les indicó
el lugar donde la había ocultado.

Guiados por Goyo, la policía entró en su domicilio y sin necesidad de excavar vieron un pie que
sobresalía del suelo. Más tarde encontraron los 4 cadáveres de las mujeres y el diario de Goyo en
donde, con todas sus letras, admitía los 3 asesinatos y, con especial culpabilidad, el de Graciela.

El asesino pidió una máquina de escribir para redactar su declaración, la cual sorprendió a todos

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por la precisión de su lenguaje y la utilización de recursos de novela policíaca y de nota roja.

La justicia le dictó auto de formal prisión y fue recluido en el Palacio Negro de Lecumberri, en el
pabellón para enfermos mentales. Poco tiempo después sus abogados consiguieron transferirlo al
Manicomio General de La Castañeda, supuestamente para recibir tratamiento. Allí le dieron
electrochoques y le inyectaron pentotal sódico para constatar si en verdad estaba loco o sólo
fingía.

- Delfina y María de Jesús González Valenzuela “Las Poquianchis”


Nacidas en Guanajuato y Jalisco respectivamente, estas hermanas no gozaron de una infancia
tranquila. Su padre, policía a las órdenes de Porfirio Díaz, mató a un hombre inocente, por lo que
tuvieron que huir al pueblo de El Salto, en Jalisco y sus hijas cambiaron su apellido por temor a
las represalias.

Con la herencia que les dejaron sus padres, Delfina abrió una cantina que no sólo vendía
bebidas alcohólicas, sino que también vendía los servicios de jóvenes prostitutas.

Tras la muerte del hijo de Delfina a manos de unos militares (que ella vengó mandándolos matar),
Carmen y ella tuvieron que regresar a Guanajuato en donde la prostitución no estaba castigada.
Ahí se reunieron con su hermana María de Jesús, quien también se dedicaba a la prostitución.
Compraron 2 cantinas de donde obtuvieron su apodo: La Barca de Oro antes había sido una
cantina propiedad de un homosexual al que todos conocían como El Poquianchis, por lo que el
apodo se les heredó automáticamente.

Delfina propuso comprar un rancho que transformaron en su centro de operaciones. Ahí eran
llevadas las niñas más bonitas de los pueblos y rancherías cercanos de muy corta edad que
pronto se convertirían en esclavas sexuales para el beneficio de las Poquianchis.

A manera de “bienvenida”, los ayudantes de las hermanas las violaban y las examinaban
para ver si “tenían lo que se necesitaba”, si se quejaban las golpeaban y tras un baño de agua
helada las sacaban a que atendieran a los clientes del bar, amenazadas de muerte si trataban de
huir o no se comportaban a la altura.

Pobremente alimentadas, golpeadas y maltratadas, al cumplir 25 años las jóvenes eran


entregadas al “Verdugo”, un amigo de las Poquianchis, quien las encerraba por varios días en
el rancho, golpeándolas con una tabla de madera y un clavo afilado durante días. Después las
echaba a una zanja, enterrándolas vivas. A otras les quemaban la piel con planchas calientes, las
arrojaban de la azotea, les destrozaban la cabeza a golpes; cualquier atrocidad que se le
ocurriera al asesino o a las hermanas.

Las Poquianchis pronto incursionaron en el satanismo, así que a sus rituales de bienvenida le
sumaron animales sacrificados, sodomía, zoofilia, orgías, etcétera. Además las hermanas,
cegadas por la avaricia, comenzaron a vender la carne de las prostitutas asesinadas en el
mercado.

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Pero su perfecta organización estaba a punto de venirse abajo. Una de las jóvenes consiguió
escapar y dio aviso a la policía, quienes ordenaron registrar tanto el rancho como el bar. Ahí
encontraron algo que jamás olvidarían: las celdas de castigo, cadáveres de bebés recién nacidos
y mujeres enterrados, las jóvenes anémicas, golpeadas, quemadas y violadas, además de los
trozos de carne lista para ser vendida por kilo en el mercado.

Las Poquianchis fueron directo a la cárcel, donde hordas de padres que creían a sus hijas
desaparecidas se arremolinaron fuera para tratar de matar a las hermanas asesinas, a quienes se
les impusieron 40 años de cárcel por más de un centenar de homicidios, pese a que ellas
alegaban ser inocentes.

Después de varios años en la cárcel, María de Jesús quedó libre y desapareció sin dejar rastro,
Carmen murió de cáncer encarcelada y Delfina, la Poquianchis mayor, murió accidentalmente
cuando un trabajador de la prisión dejó caer sobre su cabeza una lata con 30 kilos de cemento.
Tras 15 días de agonizar en el hospital, finalmente murió.

Violencia de género y feminicidio


La violencia de género y el feminicidio son dos temas que van de la mano, sin embargo no son lo
mismo. El primero se concibe como un atentado a los derechos humanos de las mujeres y es uno
de los más graves problemas sociales de nuestro país, puesto que enaltece la condición de los
hombres como “seres superiores” que las mujeres y esto permite excluir a las mujeres de la vida
política, económica, social y laboral.

El feminicidio, por otro lado, es el genocidio contra mujeres (el genocidio se entiende como
el exterminio o eliminación sistemática de un grupo social por motivo de raza, de etnia, de
religión, de política o de nacionalidad). En el feminicidio los daños hacia las mujeres son
perpetrados por violentos, violadores y asesinos individuales y grupales ocasionales o
profesionales, que conducen a la muerte cruel de algunas de las víctimas.

Los crímenes son concertados por asesinos seriales e individuales: parejas sentimentales,
parientes, novios, esposos, acompañantes, familiares, visitas, colegas y compañeros de trabajo y
grupos mafiosos de delincuentes. Todos estos asesinatos tienen en común el hecho de que las
mujeres que asesinan son consideradas usables, prescindibles, maltratables y desechables. Y,
desde luego, todos coinciden en su crueldad y son, de hecho, crímenes de odio contra las
mujeres.

La cruda realidad

Aunque los relatos anteriores podrían bien ser parte de un guión de una cinta de terror, la realidad
es que en México la violencia contra las mujeres es cuestión de cada día y se da en todos los
ámbitos posibles.

Las mujeres, ricas o pobres, trabajadoras o amas de casa, solteras, casadas, divorciadas o

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viudas, sufren de violencia en sus hogares, en el noviazgo, por parte de sus parejas o de gente
relacionada con el crimen organizado.

De acuerdo a cifras de la Comisión Especial de Feminicidios de la Cámara de Diputados, el


promedio nacional de asesinatos contra mujeres es de 2, 500 casos, siendo Chihuahua y el
Estado de México los estados con más altos índices de delitos de este tipo.

Sin embargo, estos 2,500 homicidios al año no significan mucho pues se cree que en realidad son
casi el doble, ya que los registros no existen y a eso hay que sumarle los casos en los que la
víctima no muere pero sí sufre violaciones, golpizas, amenazas o cualquier tipo de agresión física,
verbal o psicológica.

Así, el feminicidio es un asunto que, como muchos otros en nuestro país, permanece impune y en
donde la justicia no ha podido tomar un papel principal. ¿Cuántas más deberán de sufrir y/o
morir para que esta situación se detenga?

Este día, sin duda, es un buen comienzo para pensar seriamente en tan delicado tema y buscarle
soluciones eficaces y concretas. Notas relacionadas: Violencia contra la mujer no distingue
edad, clase social o profesión

La violencia contra las mujeres, una agresión que lastima a todos Se celebra el Día Internacional
de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer http://noticias.universia.net.mx/en-
portada/noticia/2009/11/25/129952/celebra-dia-internacional-eliminacion-violencia-contra-
mujer.html

Fuente: Universia

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