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Al fin mudo: 1920-2010 » Revista Letrina 05/05/11 12:27 p.m.

30 / 05 / 2010
Al fin mudo: 1920-2010
Categorias: a) Dossier (mayo-junio) Fin del Mundo 12 Comentarios »

por Alejo Camargo

Todavía piensa en sembrar algo. Sus manos traen detrás pocas historias de
españoles y muchas de pasado indígena, aunque ella nunca hable de eso. Su
madre, mi bisabuela, a quien alcancé a conocer cuando era pequeño, tenía unos
ojos en donde las emociones pasaban desapercibidas, y lo más que podía decirse
de ellos es que tenían unas pupilas que demostraban carácter. Los tiempos de mi
abuela demandaban que una mujer tuviera no sólo la habilidad de montar a
caballo con la silla puesta de lado para no abrir las piernas, sino que además
pudiera trotar en el lomo de un marrano, sujeta al cuchillo que le había clavado
en la nuca para matarlo. Mi infancia transcurrió rodeada de nogales y granados
varias veces más altos que yo, rodeada de personas y parientes varias veces más
viejos que yo. Mi personaje favorito era mi abuelo, siempre pensé en contar su
vida y cómo antes de su muerte murió el México por el que vivió noventa y ocho
años. Sin embargo, terminé escribiendo sobre mi abuela, tal vez por el único
motivo de que todavía piensa en sembrar algo.

Mi abuela está revisando unas macetas en las que puso albahaca. Tiene el ceño
fruncido. Tras apoyarse con el bastón avanza por el camino donde antes había un
durazno que creció demasiado y tuvieron que tirarlo, avanza por el camino donde
un tiempo hubo rosales, pero como florecían casi todo el año tuvieron que
quitarlos para evitar la lata de estarlos cuidando, avanza por el camino donde lo
único que queda es una magnolia que, sin previo aviso, logró escapar hacia las
paredes reforzadas de la casa a prueba de terremotos construida por mi abuelo.

Hace dos años, fuimos a sacar su pasaporte y regresamos antes de tiempo. A


pesar de que llevábamos su credencial de elector, el previo pago en el banco, el
acta de nacimiento (todo con más de una copia, incluyendo su foto por triplicado
en la que durante más de ocho años ha permanecido idéntica la mirada de tres
cuartos y el peinado arreglado con esmero sin dejar de ser discreto), nada de eso
fue suficiente. Llegamos temprano, tomamos turno y pasamos la primera puerta.
Yo había dispuesto toda la mañana para estar con ella, pero todo acabó en menos
de treinta minutos.

Cuando murió mi abuelo, ella llevaba al menos 35 de los 64 años de casada sin
comer helado, postre que le encantaba, pero que su esposo le prohibía diciendo
que causaba gripe. También había dejado de tocar el piano. De sus objetos sólo
conservaba un candelabro que limpiaba religiosamente, la máquina de coser y la
de escribir como rastros de una modernidad antigua y gestos de buena familia. Al
principio creí que con la muerte de mi abuelo se iba a terminar un mundo, pero
aún así continuó cotidiano el imperio de mi abuela edificado en la Narvarte.

La idea del pasaporte surgió cuando mi hermano no pudo venir al entierro de mi


abuelo, y como hacía años que no lo veía… ¡eureka! (expresión también de linaje
semiculto, de cuando era bien visto estudiar francés y etimologías para adornar un
poco lo que se decía), ella decidió ir a visitarlo. Por loq ue no sólo podría viajar

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sino que al fin podría también comer todo el helado que quisiera.

El empleado anunció que si no se llevaba un pasaporte previo que hubiera


vencido, mi abuela no podía obtener uno nuevo, debido a que para las actas de
nacimiento anteriores a 1920 hacen falta algunos datos más, por seguridad y para
corroborar la información. La razón era muy simple, México todavía no era digital
ni central y cada quien aún podía hacer uno que otro chiste… como en aquella
ocasión en que el padre de mi abuela fue al registro civil y su compadre,
encargado de la presidencia municipal, le preguntó riendo: “¿cuándo dio su mujer
el grito?” -mi bisabuelo contestó patrióticamente- “¡El quince de septiembre!“. Por
supuesto que el empleado de la oficina de pasaportes no sabía esta anécdota
contada por mi abuela cada octubre en su cumpleaños.

Aunque a cualquiera le podrían parecer muy sencillos e inocentes los requisitos


para corroborar el nacimiento con alguna otra fuente aludida como fidedigna, no
fue así en el caso de mi abuela. Una a una fue descartando las opciones
enumeradas en un papelito. En primer lugar, ella no tenía el acta de nacimiento
de un hermano porque era hija única. Tampoco parecía una alternativa que
pudiera conseguir un comprobante de primaria cuando ya no existía ni su escuela.
Era del todo imposible llevar a testificar a alguno de sus padres que, de estar
vivos, deberían tener para ese entonces entre 115 y 120 años, sin que se pueda
decir la edad con exactitud, ya que por ese entonces tampoco se llevaba muy bien
la cuenta. El caso es que mi abuela no podía salir del país, estaba arraigada en su
colonia a la que había llegado en tiempos cuando todavía no había metrobús y el
viaducto no estaba entubado, cuando aún había vacas y la gente tenía abejas, en
esos días en que el terreno costaba lo mismo que en el Pedregal.

Afortunadamente había una posibilidad más, el notario más cercano tenía que
constatar físicamente que los nombres del acta de nacimiento anterior a 1920
coincidieran con los registros de la parroquia en donde había sido bautizada. Mi
abuela me preguntaba si unos papeles en los que la autoridad estaba dada por la
caligrafía y por un sello serían válidos en lugar del otro requisito. Al principio no
entendí por qué rechazaba la última de las opciones que el empleado propuso,
hasta que finalmente mi abuela no pudo más y me confeso que no había sido
bautizada porque sus padres no estaban casados. Agregó que eso era también
bastante común en aquella época.

Hace un año, después de la misa en memoria de mi abuelo, le pregunté cómo iba


lo de su pensión y si había logrado sacar su pasaporte. Me dijo sonriendo y
sujetándose las manos a la altura del pecho, que lo segundo ya lo tenía resuelto,
pues el nieto de quien la registró es el notario del pueblo, además, había logrado
contactar al padre de la iglesia en la que nunca le colocaron agua bendita. En
cambio, lo de su pensión, a pesar de que le creyeron que era ella desde la
primera ocasión, me dijo que no había podido arreglarse. Unas veces le decían
que la fotocopia no salió bien, que era por los dos lados, otras que tenía que
empezar todo de nuevo debido a que no calculó bien el mes desde el que corría la
pensión. En fin, usaban cualquier pretexto para no permitirle concluir su trámite.

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Mi abuela acaba de regresar de su viaje. Revisa unas macetas, dice que va quitar
la albahaca porque ya creció mucho y quiere poner en su lugar unas hierbas de
olor. No ha arreglado aún lo de su pensión, aunque cada ocho semanas va
religiosamente a ver el estado de su asunto. Puede ser que esté dejando que se le
acumule como inversión a largo plazo, también puede ser que, aburrida de comer
helado a diario y de limpiar el candelabro, lo considere un entretenimiento. Tal vez
esta es su forma de divertirse porque en la ciudad no hay caballos ni marranos, y
porque ha transformado sus visitas a la administración pública en un deporte
extremo, sin importarle los altos riesgos de muerte que implica cada excursión, o
bien, porque, efectivamente, nadie cree en la legitimidad de las actas de
nacimiento anteriores a 1920, ni en las de defunciones del 2010.

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1. Daniel Dice:
May 1, 2010 a 10:36 PM

¡Vaya! Qué maravilla de cuento. Ya casi no nos damos cuenta de lo mucho que la humanidad va
perdiendo de la Tierra. Supongo que no hay remedio alguno para este luto más que cuentos como el
tuyo. El mundo se va haciendo viejo y a todos nos parece más nuevo y moderno. A mí ya casi no me
quedan vivos que me cuenten historias de aquellas épocas. Apenas dos generaciones y ya parece que
hablamos una civilización enterrada. Gracias por tu texto. Por cierto, las imágenes de flores me hicieron
recordar las sábanas floridas de mi abuela que tanto quiero. Saludos.

2. emmanuel P Dice:
May 1, 2010 a 11:37 PM

Bravo. Cuántos recuerdos has hecho aflorar en mi. Gracias.

3. Julita Dice:
May 3, 2010 a 1:51 PM

me encantó como narras una situacion simple con una profundidad emocional tan fuerte. Con un ritmo
tranquilo como en las epocas viejas, me hace recordar a mis abuelas que ya no estan conmigo pero que
quisiera con toda mi alma tener a mi lado aun. gracias por los recuerdos.

4. Miguel Angel Dice:


May 3, 2010 a 1:56 PM

Esas abuelas que han visto pasar el tiempo y siguen arrancado albahaca del jardín para poner otra cosa.
Qué recuerdos! Muchas gracias por compartirlo.

5. Ivon Dice:
May 3, 2010 a 1:59 PM

Mi querido cuenta-cuentos, has traído a mi memoria las propias remembranzas de mi abuela y el tiempo
compartido con ella en aquel pueblito escondido atrás de un par de antenas de telecomunicaciones en
cierto valle de Hidalgo. ¡Gran cuento! Un abrazo.

6. Paola Dice:
May 3, 2010 a 2:29 PM

Mi querido Ale mientras leia no podia dejar de imaginar la carita de orgullo de tu abuela cuando lea este
hermoso cuento.UN beso y abrazo

7. Mario Dice:
May 3, 2010 a 3:02 PM

Bien Alejandro por el cuento. Me hizo recordar historias de la calle de Anaxagoras y de los pasajes en la
colonia Narvarte. El tiempo pasa, nuevas personas pasan y se apropian de los espacios urbanos que
solían oler a aliento de ancianos y libros empolvados en estantes de madera rígida, a su vez nuestros

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recuerdos de los animales y las plantas se van transparentando con el pasar de los autos, como si fuera
una última exhalación. La modernidad abre puertas y cierra espacios en los que el tiempo dedicado a
escuchar un acetato sentado solamente en sillón y no hacer más que escuchar la música se van
borrando, y las teclas ruidosas de la máquina de escribir, son mera nostalgia para las laptops actuales.
Sin embargo, todos dejamos nuestro pasado en alguna parte. Quizás sea mejor no aferrarse tanto al
pasado, dejarlo ir y correr como un río, pues como el mismo las mismas lágrimas se pueden derramar y
bueno, el futuro no las contempla en su envidiable ser.

8. GRACIELA GALINDO Dice:


May 3, 2010 a 5:25 PM

Es un relato precioso que da cuenta del cambio vertiginoso de la máquina de escribir a la información
digitalizada Me gusto muchísimo

9. alejo Dice:
May 6, 2010 a 7:10 AM

muchas gracias a todos... la imagen es de una pintora “naturista“ llamada Claire Baisler... que me parece
mágica... pintar flores, naturaleza... si les interesa vean su página http://www.clairebasler.com/ sí, la
narvarte es inolvidable, incluso con sus camellones que de repente se atraviesan y te hacen salir
volando.. aunque como dirían los mudanzeros locales, la colonia ya no es lo que era antes... había una
casa que era el símbolo de la colonia que simplemente se transformó en #$#%$/ departamentos...
siempre quise entrar a verla por dentro.. y como no acordarse de la glorieta de etiopía aunque ahora le
hayan agregado un apellido que a mi parecer parece como un peluquín falso a algo que ya tenía una vida
propia.... pero bueno.. será cuestión de gustos... y aunque ya no vivo por ahí.. siempre quedan los
recuerdos.... les recomiendo también que vean http://www.elaguilaylaserpiente.com/ una buena
animación y sin duda va a ser una gran película.... alejo

10. elDiego Dice:


May 22, 2010 a 12:08 PM

Querido J: Casi puedo ver en el cariño con que tratas las palabras y las imágenes de tu relatito, el
cuidado que pones en todos los que hemos tenido la fortuna de ir a tu casa y como que no quiere la cosa,
disfrutar de una rica cena y una mejor plática y compañía en ese patiecillo con vista al cielo, a la estancia
y la cocina. Cuentas cuentos. Y los cuentas bien. Abrazo, D

11. Leticia Dice:


Jun 14, 2010 a 5:50 PM

Una vida, una colonia, una familia y hasta un país que transcurren a través de un durazno, rosas blancas
y albahaca, son muchas cosas que sólo se pueden guardar en en un corazón gande como el tuyo y en un
relato redondo y dulce como este. Besos. Lety

12. Guillermo Dice:


Jun 27, 2010 a 7:11 PM

Este relato -tan sereno- me hizo pensar que la literatura sobre las mujeres no podría nunca ser un coto
reservado a las mujeres mismas -como a veces se presume-, porque para describir y entender a las
mujeres siempre hará falta un hombre. G.

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