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Me voy a la peluquería

¿Cuántas veces hemos pronunciado esta frase en nuestra vida? ¿Y cuál es el primer
pensamiento que nos viene cuando la pronunciamos? ¿Obligación, cumplimiento con un
hábito, aventura, sorpresa, placer, estar entre amigos?

Todos deberíamos llegar a un centro de peluquería anunciando contentos: “me he dado


una hora y vengo a relajarme, a que me dejéis lo máximo de guapo o guapa y salir
contento”. Y en muchos centros de peluquería, esto es posible. Por lo que es importante
pedir opiniones a los amigos de su experiencia a la hora de cortarse el pelo, para probar
y probar hasta dar con el centro que se adapte mejor al carácter de cada uno.

La intimidad de la peluquería
Nada más entrar, es bueno dejarse relajar con los aromas a champú y cremas naturales
que acostumbran a impregnar muchos centros. Los sonidos amistosos, de atención entre
personas, de agua, secadores, invitan también al relax.

El hecho de dejar el abrigo, la prenda exterior, y colocarse una bata invita a olvidarse
del mundo del que uno llega y a adentrarse en un universo corporal vinculado al placer
y alejado del pensamiento. Como muchos técnicos orientales, la peluquería invita
también a dejar los pensamientos fuera.

Envolverse en toallas que huelen a limpio es el siguiente paso placentero. Apoyarse


rodeados de mullido algodón y poner la cabeza, clave de nuestras vidas, en manos de un
profesional que va a lavarla y mimarla, es un acto de confianza, de pérdida de control,
que nos remite a épocas infantiles en que se cuidaban de nuestros lavados. Es un buen
momento para cerrar los ojos y sentir, sentir, sentir.

El cabello lavado parece haber expulsado los restos que pudieran quedar de las
obligaciones y preocupaciones del día y nos lleva, envuelto en toalla, a una nueva etapa
en nuestro tiempo íntimo en la peluquería.

Frente a frente en la peluquería


Ahora nos sentamos frente a frente ante el espejo y nos miramos. La bata oculta nuestra
ropa, pañuelos, aquello que nos viste y contribuye a crear la imagen de nosotros
mismos. Vemos nuestra cara y nuestro pelo mojado que cae, sin gracia, con sus meses
de crecimiento, sus puntas abiertas, su corte olvidado. Es otro gran momento: mirarnos,
reconocernos. Ahora somos nosotros con nosotros mismos, nada más.

Inmediatamente después, nos interesamos por saber qué va a hacer el peluquero de


nuestro cabello. Se lo mira, lo toca, y empieza el turno de preguntas. No es lo mismo ir
a la peluquería en invierno que en primavera, verano u otoño, porque no nos sentimos
igual y porque cada estación tiene sus propias “leyes”. Así que para el peluquero o la
peluquera es importante conocer nuestros deseos y necesidades: si nos sentimos
preparados para un nuevo corte o preferimos mantenernos en nuestro estilo habitual, si
vamos a tener tiempo para secarlo y moldearlo o es el momento de un corte práctico que
no necesite marcar. Si hemos visto algún peinado que nos inspire, si deseamos
protegernos frente al frío o evitar el calor.
También es el momento de las sugerencias. Muchas veces no pensamos en ideas o
soluciones que la peluquería realiza cada día y que pueden ser buenas para nosotros.
Tratamientos de hidratación, mechas de color, manicura, liftings…, un buen centro de
peluquería está siempre atento a las necesidades de la piel y el cabello en cada
temporada.

Artística peluquería
El inicio del corte del cabello es el momento mágico de la visita a la peluquería. Ver
cómo el profesional, después de estudiarlo, empieza a sujetarlo y cortarlo en distintas
direcciones, cómo va cayendo el extremo maltrecho y la lacia caída empieza a adquirir
ondas, dinamismo.

Por más que uno trata de imaginar en este momento cómo quedará al final del proceso,
es imposible. Una pieza de creación es siempre un montón de caos, de piezas sueltas
hasta que se consigue el equilibrio final y se completa. Un cuadro no es más que
pinceladas sueltas hasta que expone su imagen en su totalidad. ¡Y no hablemos de una
pieza de música! Nuestro cabello es en estos momentos una serie de mechones en
desorden, de diferentes largos, que sólo el peluquero ve en su conjunto tal y como
quedará.

El secado completa el proceso con la caricia del aire caliente en la cabeza y en el pelo.
El nuevo corte ya empieza a asomar y con él, la imagen de una misma a la que estamos
acostumbrados, renovada.¡Gracias, peluquería!

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