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RESUMEN PSICOPATOLOGIA

PUNTUALIZACIONES PSICOANALITICAS SOBRE UN CASO DE PARANOIA DESCRITO


AUTOBIOGRÁFICAMENTE (CASO SHREBER )- Freud

Acerca del mecanismo paranoico.

Tenemos que situar la especificidad de la paranoia (demencia paranoide) en algo diverso: en la particular forma de
manifestarse los síntomas, y nuestra expectativa no consistirá en imputarla a los complejos, sino al mecanismo de la
formación de síntoma o al de la represión. Diríamos que el carácter paranoico reside en que para defenderse de una
fantasía de deseo homosexual se reacciona, precisamente, con delirio de persecución de esa clase.
Los historiales clínicos que poseíamos como material de indagación eran tanto de hombres como mujeres y vimos
con sorpresa cuan nítidamente se discernía en todos ellos en el sector del conflicto patológico, la defensa frente al
deseo homosexual, y como todos habían fracasado en dominar su homosexualidad reforzada desde lo inconciente.
Ocurre que en la paranoia la etiología sexual no es en modo alguno evidente, en cambio, en su causación resaltan de
manera llamativa mortificaciones y relegamientos sociales.
Tampoco el doctor Schreber, cuyo delirio culmina en una fantasía que deseo homosexual que es imposible
desconocer, había presentado mientras estuvo sano —lo atestiguan todos los informes— indicio alguno de
homosexualidad en el sentido vulgar.
Opino que no será superfluo ni injustificado mi intento de mostrar que nuestra inteligencia de hoy —procurada por
el psicoanálisis— sobre los procesos anímicos ya es capaz de hacernos entender el papel del deseo homosexual en
la contracción de una paranoia. Indagaciones recientes nos han llamado la atención sobre un estadio en la historia
evolutiva de la libido, estadio por el que se atraviesa en el camino que va del autoerotismo al amor de objeto. Se lo
ha designado «Narzissismus» (Narcisismo).
Consiste en que el individuo empeñado en el desarrollo, y que sintetiza {zusammfassen} en una unidad sus
pulsiones sexuales de actividad autoerótica, para ganar un objeto de amor se toma primero a sí mismo, a su cuerpo
propio, antes de pasar de este a la elección de objeto en una persona ajena. Una fase así, mediadora entre
autoerotismo y elección de objeto, es quizá de rigor en el caso normal; parece que numerosas personas demoran en
ella un tiempo insólitamente largo, y que de ese estado es mucho lo que queda pendiente para ulteriores fases del
desarrollo. Respecto de quienes luego serán homosexuales manifiestos, suponemos que nunca se han librado de la
exigencia de unos genitales iguales a los suyos en el objeto.
Tras alcanzar la elección de objeto heterosexual, las aspiraciones homosexuales no son —como se podría pensar—
canceladas ni puestas en suspenso, sino meramente esforzadas a apartarse de la meta sexual y conducirlas a nuevas
aplicaciones.
En Tres ensayos de teoría sexual formulé la opinión de que cada estadio de desarrollo de la psicosexualidad ofrece
una posibilidad de «fijación» y, así, un lugar de predisposición. Personas que no se han soltado por completo del
estadio del narcisismo, vale decir, que poseen allí una fijación que puede tener el efecto de una predisposición
patológica, están expuestas al peligro de que una marea alta de libido que no encuentre otro decurso someta sus
pulsiones sociales a la sexualización, y de ese modo deshaga las sublimaciones que había adquirido en su
desarrollo. A semejante resultado puede llevar todo cuanto provoque una corriente retrocedente de la libido
(«regresión») por un lado y, por otro un acrecentamiento general de la libido demasiado violento para que pueda
hallar tramitación por los caminos ya abiertos, y que por eso rompe el dique en el punto más endeble del edificio.
Puesto que en nuestros análisis los paranoicos buscan defenderse de una sexualización así de sus investiduras
pulsionales sociales, nos vemos llevados a suponer que el punto débil de su desarrollo ha de buscarse en el tramo
entre autoerotismo, narcisismo y homosexualidad, y allí se situará su predisposición patológica. Una predisposición
semejante debimos atribuir a la Dementia precox de Kraepelin o esquizofrenia según Bleuler.

INTRODUCCIÓN AL NARCISISMO- CAP I - Freud

El término narcisismo designa aquella conducta por la cual un individuo da a su propio cuerpo un trato parecido al
que daría al cuerpo de un objeto sexual, es decir, lo mira con complacencia sexual, lo acaricia, lo mima, hasta que
gracias a todo esto alcanza la satisfacción plena. En este cuadro cobras el sentido de una perversión pero una
colocación de la libido definible como narcisismo puede reclamar su lugar en el desarrollo sexual regular del
hombre. En este sentido sería complemento libidinoso del egoísmo inherente a la pulsión de autoconservación.
Este narcisismo primario y normal surge a raíz del intento de incluir bajo la premisa de la teoría de la libido el
cuadro de esquizofrenia. Los esquizofrénicos muestran 2 rasgos fundamentales: el delirio de grandeza y el
extrañamiento de su interés respecto del mundo exterior (personas y cosas). Esta última merece aclaración: parecen
haber retirado realmente la libido de las personas y cosas del mundo exterior pero, a diferencia de los histéricos, no
las sustituyeron por otras en las fantasías ¿Cuál es el destino de la libido sustraída de los objetos en la
esquizofrenia? El delirio de grandeza propio de estos estados nos muestra el camino: la libido sustraída del mundo
exterior fue conducida al Yo, y así surge la conducta narcisista.
Ya que el delirio de grandeza no es una creación nueva sino la amplificación y el despliegue de un estado que ya
antes había existido, llamamos a este narcisismo secundario que se edifica sobre la base del primario.
Nos formamos, así, la imagen de una originaria investidura libidinal del Yo, cedida después a los objetos, pero en el
fondo ella persiste y es a las investiduras de objeto como el cuerpo de una ameba a los seudópodos que emite. Las
emanaciones de esta libido, las investiduras de objeto, que pueden ser emitidas y retiradas de nuevo, son las únicas
que saltan a la vista.
¿Qué relación guarda el narcisismo con el autoerotismo, descrito como un estado temprano de la libido? Es un
supuesto necesario que no esté presente desde el comienzo una unidad comparable al YO, éste debe ser
desarrollado. Ahora bien, las pulsiones autoeróticas son iniciales, primordiales, anteriores. Por lo tanto, al
autoerotismo algo tiene que agregársele, una nueva acción psíquica (el desarrollo del yo) para que el narcisismo se
constituya. Entonces, el autoerotismo es inicial y el narcisismo un estado intermedio.

TOTEM Y TABÚ - CAP IV – Freud

Freud se propone elucidar el mecanismo de la génesis de la religión. El totémico es un sistema entre ciertos pueblos
primitivos que hace las veces de una religión y otorga las bases para una organización social. El totemismo es una
identificación de hombre con su tótem. Freud toma dos autores que hablaron previamente del totemismo. Reinach
postuló una serie de mandamientos totémicos, que incluye la creencia de los salvajes que descienden del animal
totémico y el tabú de matarlo, con excepción del boquete totémico. Frazer, por su parte, aportó tres tipos distintos
de tótems, la concepción de que el totemismo es tanto un sistema religioso como un sistema social, y la creencia en
que el animal totémico es un antepasado en común que protege a la tribu. El aspecto social del totemismo se plasma
sobretodo en un mandamiento social de rigurosa observancia y una enorme restricción: los miembros de un clan
totémico son hermanos y hermanas, y están obligados a ayudarse y protegerse mutuamente. El tabú corresponde a
la prohibición de casarse y de mantener relaciones sexuales entre miembros de un mismo clan. Es la famosa
exogamia enlazada con el totemismo. El concepto de tótem se vuelve decisivo para la articulación y organización
de la tribu. Bajo ciertas condiciones, y en aparente contradicción con la prohibición de comer al tótem, se produzca
una suerte de goce ceremonial de su carne. El aspecto social más importante de esta articulación totemista de la
tribu consiste en que a ella se conectan determinadas normas establecidas por costumbres para el comercio
recíproco entre grupos. Entre esas normas, en primera línea, las que rigen el intercambio matrimonial. La exogamia
emerge por primera vez en la época totemista. Los tótems fueron originalmente animales y eran considerados
antepasados de cada linaje. El tótem se heredaba solo por la línea femenina; estaba prohibido matar y/o comer al
tótem. Los miembros del clan totémico tenían prohibido mantener comercio sexual recíproco. El totemismo es un
sistema primitivo tanto de religión como de sociedad. Como sistema de religión comprende la unión mística del
salvaje con su tótem; como sistema de sociedad comprende las relaciones que hombres y mujeres establecen entre
sí y con los miembros de otros grupos totémicos. Y con relación con estos dos aspectos del sistema están las dos
pruebas directas o cánones del totemismo: la regla de que un hombre no puede ni matar ni comer a su animal
totémico, y la regla de que no puede casarse ni cohabitar con una mujer del mismo tótem. Freud plantea que existen
tres teorías que intentan dar respuesta a la pregunta por el origen del totemismo. Estas se dividen en:
• Teorías nominalistas: propone que los tótems habrían surgido mediante emblemas heráldicos mediante los
cale los individuos, las familias y los linajes querían distinguirse unos de otros. El carácter del tótem es el de
unos signos de escritura fácilmente figurables. Al llevar el nombre de un animal, derivaron en la idea que
tenían un parentesco con este último.
• Teorías sociológicas: el tótem es el representante visible de la religión de estos pueblos, corporizan la
comunidad, que es el verdadero objeto de veneración.
• Teorías psicológicas: el tótem cumple el lugar de un “alma exterior”; un lugar de refugio para el alma que la
mantiene a salvo. También responde a la falta de conexión entre el coito y la procreación: responde al
animal que ocupaba la fantasía de la mujer la primera vez que se sintió madre. El hombre no comería al
tótem porque se estaría comiendo a sí mismo, solo lo haría para afianzar la identificación con él.
Freud está en desacuerdo con estas tres propuestas. A través de casos de zoofobia infantil Freud comprueba que lo
niños desplazan ciertos sentimientos desde el padre hacia un animal. En estos casos el odio al padre proveniente de
la rivalidad por la madre no puede difundirse desinhibido en la vía anímica del niño: tiene que luchar con la ternura
y admiración que desde siempre sintió hacia esa misma persona. El niño se encuentra en una actitud de sentimiento
de sentido doble, ambivalente, hacia el padre; y en ese conflicto de ambivalencia se procura un alivio si desplaza
sus sentimientos hostiles y angustiados sobre un subrogado del padre. El desplazamiento no puede tramitar ese
conflicto estableciendo una separación entre sentimientos hostiles y tiernos. El conflicto continúa entorno al objeto
de desplazamiento, de este último se apropia la ambivalencia. Los intereses totemistas no despertaron directamente
en el contexto del complejo de Edipo, sino en el complejo de castración. Tanto en el complejo de Edipo como en el
de castración el padre desempeña el papel de oponente a los intereses sexuales. El psicoanálisis anuda a este punto
todo intento de explicación del totemismo. Si el animal totémico es el padre, los dos principales mandamientos del
totemismo, el de no matar al tótem y no usar sexualmente ninguna mujer que pertenezca a él, coincide por su
contenido con los dos crímenes del Edipo, quién mató a su padre y tomó a su madre como mujer; y con los dos
deseos primordiales del niño, cuya represión insuficiente es el núcleo de toda psiconeurosis. William Robertson
Smith plantea la teoría del banquete totémico. En un primer momento el sacrificio no era otra cosa que un acto de
socialidad entre el animal totémico y sus adoradores. El poder ético del banquete público descansaba en
antiquísimas representaciones acerca del significado de comer y beber en común. Si se compartía el banquete con
su dios expresaba el convencimiento que se era de una misma sustancia con él. Una vida que ningún individuo tiene
derecho a eliminar y solo puede ser sacrificada con la complicidad y participación de todos los miembros del clan;
esa es la vida del tótem. El animal sacrificial era tratado como un miembro del mismo linaje, tenían la misma
sangre. El sagrado misterio de la muerte sacrificial se justifica por el lazo que une a los participantes con su dios;
ese lazo no es otra cosa que la vida de la víctima, que mora en su carne y en su sangre, y es distribuido entre todos
en virtud del banquete sacrificial. Esta es la base de todas las uniones de sangre. La acción prohibida solo se
legitima con la acción de todos. Consumada la muerte, el animal es llorado y lamentado; un lamento compulsivo,
inspirado en el miedo de una posible represalia. El psicoanálisis revela que el animal totémico es el sustituto del
padre, y se caracteriza, al igual que el complejo paterno, por los sentimientos ambivalentes. En un comienzo hay un
padre violento que se reserva todas las hembras para sí, y expulsa a los hijos varones, condenándolos a la
abstinencia. Un día los hermanos expulsados se aliaron, mataron y devoraron al padre: unidos llevaron a cabo lo
que individualmente no podían. El padre primordial era envidiado y temido, y en el acto de devorarlo se afianzaba
la identificación con él. El banquete totémico, la primera fiesta de la humanidad, es el recordatorio de aquella
hazaña memorable y criminal con la cual tuvieron comienzo las organizaciones sociales, las limitaciones éticas y la
religión. Tras eliminar al padre, tras satisfacer su odio e imponer su deseo, aparecieron las mociones tiernas en la
forma del arrepentimiento, y apreció la conciencia de culpa, que tiene que ver con el arrepentimiento sentido en
común. El muerto se volvió aún más fuerte de lo que fuera en vida. Lo que antes él prohibía con su existencia,
ahora ellos se lo prohibían con la situación psíquica de la obediencia de efecto retardado. Revocaron su hazaña
declarada no permitida la muerte del sustituto paterno y renunciando a su fruto, las mujeres. Desde la conciencia de
culpa del hijo varón crearon los dos tabúes fundamentales del totemismo, que coinciden con los del complejo de
Edipo necesariamente. El tabú del animal totémico descansa en el sentimiento, mientras que la prohibición del
incesto tiene un fundamento práctico. Fue lo que mantuvo a los hermanos unidos, y salvó la organización que los
hizo fuertes. Es un primer intento de religión porque se figura la necesidad de arrepentimiento frente al padre, para
intentar calmar el ardiente sentimiento de culpa y conseguir una reconciliación con el padre. La religión no solo
muestra el arrepentimiento y los sentimientos de culpa, sino que recuerdan la historia sobre el padre. El animal
totémico es una primera forma de sustituto del padre, que luego se desarrollo y devino en un dios a terrenal y
recuperó su forma humana. La familia fue una restauración de la antigua horda primordial y devolvió a los padres
un fragmento de sus anteriores derechos, pero no fueron resignadas las conquistas del clan fraterno, por estos
nuevos padres. El desarrollo de las religiones posteriores mantuvo la culpa del hijo varón, y el desafío ante el padre.
En conclusión podemos decir que en el complejo de Edipo se conjugan los mismos comienzos que la religión, la
eticidad, la sociedad y el arte.

SEMINARIO 1 – Lacan

Capitulo VII- La tópica de lo imaginario

Todo el problema reside en la articulación de lo simbólico y lo imaginario en la constitución de lo real.


El estadio del espejo no es simplemente un momento del desarrollo. Nos revela algunas de las relaciones del sujeto
con su imagen en tanto Urbild del yo. Ahora bien, ese estadio del espejo, que no podemos negar, tiene una
presentación óptica que tampoco podemos negar.
La óptica también tendría algo que decir. Seguramente mas de uno habrá notado el famoso esquema en el cual
Freud inserta la totalidad del proceso del inconciente.(esquema del peine)
En su interior, freud sitúa las distintas capas que se diferencian del nivel perceptivo, a saber la impresión
instantánea, a la vez, la imagen recuerdo. Estas huellas registradas son luego reprimidas en el inconciente.
La idea que así se nos ofrece es la de una localidad psíquica, se trata exactamente de una realidad psíquica, es decir,
de todo lo que sucede entre la percepción y la conciencia motriz del Yo.
La localidad psíquica corresponderá entonces a un lugar situado en el interior de este aparato, en el que surge uno
de los grados preliminares de la imagen. En el microscopio o en el telescopio son estos lugares puntos ideales,
puntos en los que no se halla situado ningún elemento concreto del aparato. Estas comparaciones no tienen otro
objeto que el de auxiliarnos en una tentativa de llegar a la comprensión de la complicada función psíquica total.
La autorización que nos da Freud para utilizar en la aproximaciones a un hecho desconocido relaciones auxiliares,
me ha incitado a hacer gala de cierta desenvoltura en la construcción de un esquema.
Vamos a usar algo casi infantil, un aparato de óptica mucho mas simple que un microscopio.
Las imágenes ópticas presentan variedades singulares, algunas son puramente subjetivas (las llamadas virtuales),
otras son reales, es decir que se comportan en ciertos aspectos como objetos y pueden ser consideradas como tales.
Pero aún mas peculiar: podemos producir imágenes virtuales de esos objetos que son las imágenes rales. En este
caso, el objeto que es la imagen real recibe el nombre de objeto virtual. Para que haya óptica es preciso que a cada
punto dado en el espacio real le corresponda un punto, y solo uno, en otro espacio que es el espacio imaginario. Es
esta la hipótesis estructural fundamental.
Esquema del ramillete invertido.
Un espejo esférico produce una imagen real, a cada punto de un rayo luminoso proveniente de un punto cualquiera
de un objeto situado a cierta distancia, le corresponde el mismo plano, por convergencia de los rayos reflejados
sobre la superficie de la espera. Otro punto luminoso: se produce entonces una imagen real del objeto.
El ramillete se refleja en la superficie esférica, para aparecer en el punto luminoso simétrico. Dada la propiedad de
la superficie esférica, todos los rayos que emanan de un punto dado aparecen en el mismo punto simétrico; con
todos los rayos ocurre lo mismo. Se forma así una imagen real. Observen que en mí esquema los rayos no se cruzan
por completo, pero así sucede también en la realidad. Más allá del ojo, los rayos continúan su trayectoria, y vuelven
a divergir. Pero, para el ojo son convergentes, y producen una imagen real. Convergen cuando llegan al ojo,
divergen cuando se alejan de él. Si los rayos impresionan al ojo en sentido contrario, se forma entonces una imagen
virtual. Es lo que sucede cuando miran una imagen en el espejo: la ven allí donde no está.
En ese momento, mientras no ven el ramillete real, que está oculto, verán aparecer, si están en el campo adecuado,
un curiosísimo ramillete imaginario, que se forma justamente en el cuello del florero. Como sus ojos deben
desplazarse linealmente en el mismo plano, tendrán una sensación de realidad sintiendo, al mismo tiempo, que hay
algo extraño, confuso, porque los rayos no se cruzan bien. Cuanto más lejos estén, más influirá el paralaje, y más
completa será la ilusión.
Este esquema nos permite ilustrar, de modo particularmente sencillo, el resultado de la estrecha intrincación del
mundo imaginario y del mundo real en la economía psíquica; verán ahora de qué modo.

El dominio propio del yo primitivo se constituye distinción respecto al mundo exterior: lo que está incluido en el
exterior se distingue de lo que se ha rechazado mediante los procesos de exclusión y de proyección. De allí que, sin
duda, las concepciones analíticas del estadio primitivo de la formación del yo, colocaron en primer plano esas
nociones que son las de continente y contenido.
Su proceso de maduración fisiológica permite al sujeto integrar efectivamente sus funciones motoras y acceder a un
dominio real de su cuerpo. Pero antes de este momento el sujeto toma conciencia de su cuerpo como totalidad.
Insisto en este punto en mi teoría del estadio del espejo: la sola visión de la forma total del cuerpo humano brinda al
sujeto un dominio imaginario de su cuerpo, prematuro respecto al dominio real. Esta formación se desvincula así
del proceso mismo de la maduración, y no se confunde con él. El sujeto anticipa la culminación del dominio
psicológico, y esta anticipación dará su estilo ai ejercicio ulterior del dominio motor efectivo.
Es ésta la aventura imaginaria por la cual el hombre, por vez primera, experimenta que él se ve, se refleja y se
concibe como distinto, otro de lo que él es: dimensión esencial de lo humano, que estructura el conjunto de su vida
fantasmática.
Digamos que la imagen del cuerpo —si la situamos en nuestro esquema— es como el florero imaginario que
contiene el ramillete de flores real. Así es como podemos representarnos, antes del nacimiento del yo y su sur-
gimiento, al sujeto.
Para que la ilusión se produzca, para que se constituya, ante el ojo que mira, un mundo donde lo imaginario pueda
incluir lo real y, a la vez, formularlo; donde lo real pueda incluir y, a la vez, situar lo imaginario, es preciso, ya lo he
dicho, cumplir con una condición: el ojo debe ocupar cierta posición, debe estar en el interior del cono.
Si está fuera de este cono, no verá ya lo que es imaginario. Verá las cosas tal como son, en su estado real, al
desnudo, es decir el interior del mecanismo y, según los casos, un pobre florero vacío o bien unas desoladas flores.
La caja representa el cuerpo de ustedes, El ramillete son los instintos y los deseos, los objetos de deseo que se
pasean. ¿Y qué es el caldero? Tal vez el córtex. El ojo de ustedes no se pasea en medio de todo esto, está fijado allí,
como un pequeño apéndice titilante del córtex. El ojo es aquí el símbolo del sujeto.
¿Qué significa entonces este ojo que está aquí? Significa que en la relación entre lo imaginario y lo real, y en la
construcción del mundo que de ella resulta, todo depende de la situación del sujeto. La situación del sujeto está
caracterizada por su lugar en el mundo simbólico, es decir, en el mundo de la palabra.

Capitulo X – Los dos narcisismos

Este modelo está en la línea misma de los deseos de Freud. Freud explica en varios sitios que las instancias
psíquicas fundamentales deben concebirse en su mayor parte, como representantes de lo que sucede en un aparato
fotográfico: es decir, como las imágenes, virtuales o reales, producidas por su funcionamiento.
Las instancias deben pues interpretarse mediante un esquema óptico. Concepción que Freud indicó muchas veces,
pero que nunca llegó a materializar.
El florero está en la caja y el ramillete encima. El florero será reproducido por el juego de reflexión de los rayos por
una imagen real, no virtual, que el ojo puede enfocar. Si el ojo se acomoda a nivel de las flores que hemos
dispuesto, verá la imagen real del florero rodeando el ramillete, confiriéndole estilo y unidad, reflejo de la unidad
del cuerpo. ¿Cuál es la definición de imagen en óptica? A cada punto del objeto le corresponde un punto de la
imagen, y todos los rayos provenientes de un punto deben cruzarse en un punto único en algún lado.
Podríamos distinguir, sin duda, a partir de las diferentes posiciones del ojo que mira, cierto número de casos que tal
vez nos permitirían comprender las diferentes posiciones del sujeto en relación a la realidad.
Alguien introdujo la cuestión de dos narcisismos. Se dan cuenta de que, en efecto, de eso se trata: de 1a relación
entre la constitución de la realidad y la forma del cuerpo, que de un modo más o menos apropiado, Mannoni ha
llamado ontològica.
Para que este ojo tenga exactamente la ilusión del florero invertido, es decir, para que lo vea en óptimas
condiciones, como si estuviera en el fondo de la sala, hace falta y basta una sola cosa: que hubiera, más o menos en
la mitad de la sala., un espejo plano. ¿Qué veré en el espejo? Primero, mi propia cara, allí donde ella no está. En
segundo lugar, en un punto simétrico al punto donde está la imagen real, veré aparecer esa imagen real como
imagen virtual.

Mannoni hablaba de dos narcisismos. En efecto, existe en primer lugar un narcisismo en relación a la imagen
corporal. Esta imagen es idéntica para el conjunto de tos mecanismos del sujeto y confiere su forma a su Umwelt, en
tanto es hombre y no caballo. Ella hace la unidad del sujeto, la vemos proyectarse de mil maneras, hasta en lo que
podemos llamar la fuente imaginaria del simbolismo, que es aquello a través de lo cual el simbolismo se enlaza con
el sentimiento que el ser humano tiene de su propio cuerpo. Este primer narcisismo se sitúa, si quieren, a nivel de la
imagen real de mi esquema.
En el hombre la reflexión en el espejo manifiesta una posibilidad noètica original, e introduce un segundo narcisismo. Su
pattern fundamental es de inmediato la relación con el otro. El otro tiene para el hombre un valor cautivador. El otro, el alter
ego, se confunde en mayor o menor grado, según las etapas de la vida, con ese ideal del yo.
La identificación narcisista, la del segundo narcisismo, es la identificación al otro que, en el caso normal, permite al
hombre situar con precisión su relación imaginaria y libidinal con el mundo en general. Mannoni dijo ontològico
hace un rato, ¿por qué no? Yo diría exactamente: su ser libidinal. El sujeto ve su ser en una reflexión en relación al
otro, es decir en relación al hh- Ideal. Observen ustedes que es preciso diferenciar las funciones del yo —por una
parte desempeñan para el hombre, un papel fundamental en la estructuración de la realidad— por otra, debe pasar
en el hombre por esa alienación fundamental que constituye la imagen reflejada de sí mismo que es el Ur-Ich;
forma originaria tanto del Icb- ideal como de la relación con el otro.
Este esquema permitirá situar casi todas las cuestiones clínicas, concretas, que plantea la función de lo imaginario
y en particular esas cargas libidinales que, cuando se las maneja, se termina por no comprender ya qué quieren
decir.

Capitulo XI . Ideal del Yo y Yo Ideal.

La manifestación natural de este mundo cerrado de dos nos ilustra la conjunción de la libido objetal y la libido
narcisista. En efecto, el apego de cada objeto para con el otro está hecho de la fijación narcisistica a esa imagen,
porque esa imagen, y sólo ella, es lo que él esperaba.
En el ciclo animal, todo el ciclo de comportamiento sexual está dominado por lo imaginario. Por otra parte, es en el
comportamiento sexual donde se manifiesta la mayor posibilidad de desplazamiento.
La posibilidad de desplazamiento, la dimensión imaginaria, ilusoria, es esencial a todo lo que pertenece al orden de
los comportamientos sexuales. ¿Sucede o no lo mismo en el hombre? Esta imagen podría ser ese IDEAL-ICH del
que hablamos hace un rato. Aquí se revelan los méritos de mi aparatito.
Como sabemos, las manifestaciones de la función sexual en el hombre se caracterizan por un desorden inminente.
Existe una especie de juego de escondite entre la imagen y su objeto normal, suponiendo que adoptemos el ideal de
una norma en el funcionamientote la sexualidad ¿Cómo podemos representarnos entonces el mecanismo por el cual
esa imaginación en desorden llega finalmente, sin embargo, a cumplir su función?
El aparato que he inventado (esquema simplificado de los dos espejos), muestra pues que estando colocado en un
punto muy cercano a la imagen real, puede vérsela no obstante en un espejo en estado de imagen virtual. Esto es lo
que se produce en el hombre.
¿Cuál es su resultado? Una simetría muy particular. En efecto, el sujeto virtual, reflejo del ojo mítico, es decir, el
otro que somos, está allí donde primero hemos visto a nuestro ego: fuera nuestro, en la forma humana. El ser
humano sólo ve su forma realizada, total, el espejismo de sí mismo, fuera de sí mismo. Lo que el sujeto, que sí
existe, ve en el espejo es una imagen, nítida o bien fragmentada, inconsistente, incompleta. Esto depende de su
posición en relación a la imagen real.
De la inclinación del espejo depende pues-que veamos, más o menos perfectamente, la imagen. En cuanto al
espectador virtual, aquel al cual ustedes sustituyen mediante la ficción del espejo para ver la imagen real, basta que
el espejo plano esté inclinado de cierto modo, para que esté en el campo desde donde se ve muy mal. Por este sólo
hecho, también ustedes ven muy mal la imagen en el espejo. Digamos que esto representa la difícil acomodación
de lo imaginario en el hombre.
Podemos suponer ahora que la inclinación del espejo plano está dirigida por la voz del otro. Esto no existe a
nivel del estadio del espejo, sino que se ha realizado posteriormente en nuestra relación con el otro en su conjunto:
la relación simbólica. Pueden comprender entonces que la regulación de lo imaginario depende de algo que está
situado de modo trascendente siendo lo trascendente en esta ocasión ni más ni menos que el vínculo simbólico
entre los seres humanos.
¿Qué es el vínculo simbólico? Para poner los puntos sobre las íes, digamos que, socialmente, nos definimos por
intermedio de la ley. Situamos a través del intercambio de símbolos, nuestros diferentes yos los unos respecto a los
otros.
La palabra, la función simbólica, define el mayor o menor grado de perfección, de completud, de aproximación de
lo imaginario. La distinción se efectúa en esta representación entre el Ideal-ícb y el Ich-Ideal, entre yo ideal e ideal
del yo. El ideal del yo dirige el juego de relaciones de las que depende toda relación con el otro. Y de esta relación
con el otro depende el carácter más o menos satisfactorio' de la estructuración imaginaria.
Semejante esquema ilustra que lo imaginario y lo real actúan al mismo nivel.
Los objetos reales,, que pasan por intermedio del espejo y a través de él, están en el mismo lugar que el objeto
imaginario. Lo propio de la imagen es la carga por la libido. Se llama carga libidinal a aquello por lo cual un objeto
deviene deseable, es decir, aquello por lo cual se confunde con esa imagen que llevamos en nosotros, de diversos
modos, y en forma más o menos estructurada.
Este esquema permite pues la representación de la diferencia entre regresión tópica y regresión genética, arcaica, la
regresión en la historia como también se nos enseña a denominarla.
¿Cuál es mi deseo? ¿Cuál es mi posición en la estructuración imaginaria? Esta posición sólo puede concebirse en !a
medida en que haya un guía que esté más allá de lo imaginario, a nivel del plano simbólico, del intercambio legal,
que sólo puede encarnarse a través del intercambio verbal entre los seres humanos. Ese guía que dirige al sujeto es
el ideal del yo".
La distinción es absolutamente esencial,, y nos permite concebir !o que ocurre en el análisis en el plano imaginario,
y que se Mama transferencia.
Para captarla hay que comprender que es el amor. El amor es un fenómeno que ocurre a nivel de lo imaginario, y
que provoca una verdadera subducción de lo simbólico, algo así como una anulación, una perturbación de la
función del ideal del yo. El amor vuelve a abrir las puertas a la perfección.
El Ich-ídeal, el ideal del yo, es el otro en tanto hablante, el otro en tanto tiene conmigo una relación simbólica,
sublimada, que en nuestro manejo dinámico es a la vez semejante y diferente a la libido imaginaria. El intercambio
simbólico es lo que vincula entre sí a los seres humanos, o sea la palabra, y en tanto tal permite identificar al sujeto.
No hay aquí metáfora: el símbolo da a luz seres inteligentes, como dice Hegel.
El Ich-Ideal, en tanto hablante, puede llegar a situarse en el mundo de los objetos a nivel del Ideal~ich, o sea en el
nivel donde puede producirse esa captación narcisística. Observen que en el momento en que se produce esta
confusión, no hay ya ninguna regulación posible del aparato.

SEMINARIO 3: Las Psicosis – Lacan

Seminario 3: Las Psicosis

El discurso concreto es el lenguaje real. Los registros de lo simbólico y de lo imaginario los


encontramos en los otros dos términos con los que articula la estructura del lenguaje: el
significado y el significante. El material significante es lo simbólico. Lacan refuta la existencia de
las lenguas artificiales, que intentan moldearse sobre la significación, razón por la cual no suelen
ser utilizadas. El significante puede quedar metido ahí dentro a partir del momento en que le dan
una significación, en que crean otro significante en tanto que significante, algo en esa función de
significación. No hay dudas de que la significación es de la índole de lo imaginario. Es, al igual de
lo imaginario, a fin de cuentas, siempre evanescente, porque está ligada estrictamente a lo que les
interesa, a aquello en lo que están metidos. Pero, gracias a la existencia del significante, vuestra
pequeña significación personal los arrastra mucho más lejos. Cuando habla el sujeto tiene a su
disposición el conjunto del material de la lengua, y a partir de allí se forma el discurso concreto.
Hay primero un conjunto sincrónico, la lengua en tanto sistema simultáneo de grupos de
oposiciones estructurados, tenemos después lo que ocurre diacrónicamente, en el tiempo, que es
el discurso. No podemos no poner el discurso en determinada dirección del tiempo, dirección
defina de manera lineal. Es cierto que no hay discurso sin cierto orden temporal, y en
consecuencia sin cierta sucesión concreta; aún cuando sea virtual. Pero no es totalmente exacto
que sea una simple línea, es más probable que sea un conjunto de líneas, un pentagrama. El
discurso se instala en este diacronismo. La existencia sincrónica del significante está
caracterizada suficientemente en el hablar delirante.

La palabra real, la palabra en tanto articulada, aparece en otro punto del campo, pero no en
cualquiera, sino en el otro, la marioneta, en tanto que elemento del mundo exterior. El S
mayúscula, cuyo medio es la palabra, está la persona real en tanto que ante uno ocupa un lugar,
está lo que ven, que manifiestamente los cautiva, y es capaz de hacer que de repente se echen en
sus brazos, acto inconsiderado que es del orden imaginario; y luego está el Otro, que también
puede ser el sujeto, pero que no es el reflejo de lo que tiene enfrente, y tampoco es simplemente
lo que se produce cuando se ven verse. Eso quiere decir el inconsciente. Existe la alteridad del
Otro que corresponde al S, es decir al gran Otro, sujeto que no conocemos, el Otro que es de la
índole de lo simbólico, el Otro al que nos dirigimos más allá de lo que vemos. En el medio están los
objetos. Y luego, a nivel del S hay algo que es de la dimensión de lo imaginario, el yo y el cuerpo,
fragmentado o no, pero más bien fragmentado.
El seno mismo del fenómeno de la palabra, trata de integrar los tres planos de lo simbólico,
representado por el significante, de lo imaginario, representado por la significación, y de lo real
que es el discurso realmente pronunciado en su dimensión diacrónica. El sujeto dispone de todo
un material significante que es su lengua, materna o no, y lo utiliza para hacer que las
significaciones pasen a lo real. El punto pivote de la función de la palabra es la subjetividad del
Otro, el hecho de que el Otro es esencialmente el que es capaz, al igual que el sujeto, de
convencer y mentir. En ese Otro debe haber un sector de objetos totalmente reales; esta
introducción de la realidad es siempre en función de la palabra. Para que algo, sea lo que fuere,
pueda referirse, respecto al sujeto y al Otro, a algún fundamento en lo real, es necesario que haya
en algún lado algo que no engañe. El correlato dialéctico de la estructura fundamental que hace de
la palabra del sujeto a sujeto una palabra que puede engañar, es que también haya algo que no
engañe: lo real es ese algo que no engaña. Lo real no puede jugarnos sucio. La referencia al Dios
no engañoso está fundada en los resultados de la ciencia. Nunca hemos probado nada que nos
demuestre que en el fondo de la naturaleza a un demonio engañoso. Pero de todos modos es un
acto de fe que fue necesario en los primeros pasos de la ciencia y de la constitución de la ciencia
experimental.

El narcisismo es la relación imaginaria central para la relación interhumana. Es una relación


erótica (toda identificación erótica, toda captura del otro por la imagen en una relación de
cautivación erótica se hace a través de la relación narcisista), y también es la base de la tensión
agresiva. Para eso exactamente sirve el estadio del espejo: evidencia la naturaleza de esta
relación agresiva y lo que significa. Si la relación agresiva interviene en la formación del yo, es
porque le es constituyente, porque el yo desde el inicio es por sí mismo otro, porque se instaura
en una dualidad interna al sujeto. El yo es ese amo que el sujeto encuentra en el otro, y que se
instala en su función de dominio en lo más íntimo de él mismo. Si en toda relación con el otro,
incluso erótica, hay un eco de esa relación de exclusión, él o yo, es porque en el plano imaginario
el sujeto humano está constituido de modo tal que el otro está siempre a punto de retomar su
lugar de dominio en relación a él, que en él hay un yo que siempre en parte le es ajeno. Hay
conflicto entre la pulsiones y el yo y es necesario elegir. Adopta algunas, otras no. Esta es la
función de síntesis del yo; o mejor sería decir función de dominio. Este amo está siempre a la vez
adentro y afuera, por esto todo equilibrio puramente imaginario con el otro siempre está marcado
por una inestabilidad fundamental. Este punto limítrofe entre el Eros y la relación agresiva del que
hablaba en el hombre, no hay relación alguna para que no exista en el animal. Lacan cita el
ejemplo del picón, el cual cuando no sabe que hacer en el plano de su relación con un semejante
del mismo sexo, cuando no sabe si hay o no que atacar, se pone a hacer lo que hace cuando va a
hacer el amor (cavar agujeros en la tierra). La imagen es funcionalmente esencial en el hombre,
en tanto que le brinda el complemento ortopédico de la insuficiencia nativa, del desconcierto, o
desacuerdo constitutivo, vinculados a la prematuración del nacimiento. Su unificación nunca será
completa porque se hace justamente por una vía alienante, bajo la forma de una imagen ajena,
que constituye una función psíquica original. La tensión agresiva de ese “yo o el otro” está
integrada absolutamente a todo tipo de funcionamiento imaginario en el hombre. El
comportamiento humano nunca se reduce pura y exclusivamente a la relación imaginaria. El
complejo de Edipo significa que la relación imaginaria, conflictual, incestuosa en sí misma, está
prometida al conflicto y a la ruina. Para que el ser humano pueda establecer la relación más
natural, la del macho a la hembra, es necesario que intervenga un tercero, que sea la imagen de
algo logrado, el modelo de una armonía. No es decir suficiente: hace falta una ley, una cadena, un
orden simbólico, la intervención del orden de la palabra, es decir del padre. No del padre natural,
sino de lo que se llama el padre. El orden que impide la colisión y el estallido de la situación en su
conjunto está fundado en la existencia de ese nombre del padre. El orden simbólico debe ser
concebido como algo superpuesto, y sin lo cual no habría vida animal posible para ese sujeto
estrambótico que es el hombre. Su nombre nada tiene que ver con su existencia viviente, la
sobrepasa y se perpetúa más allá.

Capitulo IV – “Vengo del fiambrero”

Al lenguaje se aplica la repartición triple de lo simbólico, de lo imaginario y de lo real.


Saussure. El discurso concreto es el lenguaje real, y eso, el lenguaje, habla. Los registros de lo simbólico y de lo
imaginario los encontramos en los otros dos términos con los que articula la estructura del lenguaje, es decir, el
significado y el significante. El material significante es lo simbólico. Si las lenguas artificiales son estúpidas es
porque siempre están hechas a partir de la significación. El significante puede quedar metido ahí dentro a partir del
momento en que le dan una significación, en que crean otro significante en tanto que significante, algo en eso
función de significación. Por eso podemos hablar del lenguaje. La participación significante-significado sin
embargo se repetirá siempre. No hay duda de que la significación es de la índole de lo imaginario.
Cuando habla, el sujeto tiene a su disposición el conjunto del material de la lengua, y a partir de allí se forma el
discurso concreto. Hay primero un conjunto sincrónico, la lengua en tanto sistema simultáneo de grupos de
oposiciones estructurados, tenemos después lo que ocurre diacrónicamente, en el tiempo, que es el discurso. No
podemos no poner el discurso en determinada dirección del tiempo, dirección lineal, dice Saussure.
Pero no es totalmente exacto que sea una simple línea, es mas probable que sea un conjunto de líneas, un
pentagrama. El discurso se instala en este diacronismo.
La existencia sincrónica del significante está caracterizada suficientemente en el hablar delirante por una
modificación: que algunos de sus elementos se aíslan, se hacen mas pesados, adquieren un valor, una fuerza de
inercia particular, se cargan de significación, de una significación a secas. El libro de Shreber está plagado de ellos.
Este libro, escrito entonces en discurso común, señala las palabras que adquirieron para el sujeto ese peso tan
particular. Lo llamaremos una erotización, y evitaremos las explicaciones demasiado simples. Cuando el
significante está cargado de este modo, el sujeto se da perfectamente cuenta.
Esta significación, como toda significación que respete, remite a otra significación. Es precisamente lo que aquí
caracteriza la alusión. Diciendo “Vengo del fiambrero”, la paciente nos indica que esto remite a otra significación.
Desde luego, es un poco oblicuo, ella prefiere que yo entienda. “Ud. comprende” quiere decir que ella misma no
está muy segura de la significación, y que ésta remite, no tanto a un sistema de significación contínuo y ajustable,
sino a la significación en tanto inefable, a la significación intrínseca a su realidad propia, de su fragmentación
personal.
Luego está lo real. La palabra real, quiero decir la palabra en tanto articulada, aparece en otro punto del campo,
pero en cualquiera, sino en el otro, en tanto elemento del mundo exterior.
El S mayúscula, cuyo medio es la palabra, el análisis muestra que no es lo que piensa el vulgo. Está la persona real
que está ante uno en tanto ocupa lugar, está lo que ven, que manifiestamente los cautiva, y es capáz de hacer que de
repente se echen en sus brazos, acto inconsiderado que es del orden de lo imaginario; y luego está el Otro que
mencionábamos, que tambien puede ser el sujeto, pero que no es el reflejo de lo que tiene enfrente, y tampoco es
simplemente lo que se produce cuando se ven verse.
Si lo que digo no es cierto, Freud nunca ha dicho la verdad, porque el inconciente quiere decir eso.
Hay varias alteridades posibles y veremos como se manifiestan en un delirio completo como el de Schreber.
Tenemos primero el dia y la noche, el sol y la luna, esas cosas que siempre vuelven al mismo lugar y a las que
Schreber llama el orden natural del mundo. Existe la alteridad del Otro que corresponde al S, es decir el Gran Otro,
sujeto que no conocemos, el Otro que es de la índole de lo simbólico, el Otro al que nos dirigimos mas allá de lo
que vemos. En el medio, están los objetos. Y luego, a nivel del S hay algo que es de la dimensión de lo imaginario,
el Yo y el cuerpo, fragmentado o no, pero mas bien fragmentado.

Capitulo V- De un dios que engaña y de uno que no engaña.

Podemos, en el seno mismo del fenómeno de la palabra, integrar los tres planos de lo simbólico, representado por el
significante, de lo imaginario representado por la significación, y de lo real que es el discurso realmente
pronunciado en su dimensión diacrónica.
El sujeto dispone de todo un material significante que es su lengua, materna o no, y lo utiliza para hacer que las sig-
nificaciones pasen a lo real. No es lo mismo estar más o menos cautivado, capturado en una significación, y
expresar esa significación en un discurso destinado a comunicarla, que ponerla de acuerdo con las demás
significaciones diversamente admitidas. En este término, admitido, está el resorte de lo que hace del discurso
común, un discurso comúnmente admitido.
Cuando hice el cuadro de tres entradas, localicé las diferentes relaciones en las cuales podemos analizar el discurso
delirante. Este esquema no es el esquema del mundo, es la condición fundamental de toda relación. En sentido
vertical, tenemos el registro del sujeto, de la palabra y del orden de la alteridad en cuanto tal, del Otro. El punto
pivote de la función de la palabra es la subjetividad del Otro, es decir el hecho de que el Otro es esencialmente el
que es capaz, al igual que el sujeto, de convencer y mentir. Cuando dije que en ese Otro debe haber un sector de
objetos totalmente reales, es obvio que esta introducción de la realidad es siempre función de la palabra. Para que
algo, sea lo que fuere, pueda referirse, respecto al sujeto y al Otro, a algún fundamento en lo real, es necesario que
haya en algún lado, algo que no engañe. El correlato dialéctico de la estructura fundamental que hace de la palabra
de sujeto a sujeto una palabra que puede engañar, es que también haya algo que no engañe.
Capitulo VII – La disolución imaginaria.

Consideramos la relación del narcisismo como la relación imaginaria central para la relación interhumana. ¿Qué
hizo cristalizar en torno a esta noción la experiencia del analista? Ante todo su ambigüedad. En efecto, es una
relación erótica y también es la base de la tensión agresiva.
A partir del momento en que la noción de narcisismo entró en la teoría analítica, la nota de la agresividad ocupó
cada vez más el centro de las preocupaciones técnicas. Se trata de ir mas allá. Para eso exactamente sirve el estadio
del espejo. Evidencia la naturaleza de esta relación agresiva y lo que significa. Si la relación agresiva interviene en
esa formación que se llama el 70, es porque le es constituyente, porque el yo es desde el inicio por sí mismo otro,
porque se instaura en una dualidad interna al sujeto. El yo es ese amo que el sujeto encuentra en el otro, y que se
instala en su función de dominio en lo más íntimo de él mismo.
Amo implantado en él por encima del conjunto de sus tendencias, de sus comportamientos, de sus instintos, de sus
pulsiones. No hago más que expresar aquí, el hecho de que hay conflictos entre las pulsiones y el yo, y de que es
necesario elegir. Adopta algunas, otras no; es lo que llaman, no se sabe por qué, la función de síntesis del yo,
cuando al contrario la síntesis nunca se realiza: sería mejor decir función de dominio. ¿Y dónde está ese amo?
¿Adentro o afuera? Está siempre a la vez adentro y afuera, por esto todo equilibrio puramente imaginario con e!
otro siempre está marcado por una inestabilidad fundamental.
Esta imagen es funcionalmente esencial en el hombre, en tanto le brinda el complemento ortopédico de la
insuficiencia nativa, del desconcierto, o desacuerdo constitutivo, vinculados a la prematuración del nacimiento. Su
unificación nunca será completa porque se hace precisamente por una vía alienante, bajo la forma de una imagen
ajena, que constituye una función psíquica original. La tensión agresiva de ese yo o el otro, está integrada
absolutamente a todo tipo de funcionamiento imaginario en el hombre.
Intentemos representarnos- qué consecuencias implica el carácter imaginario del comportamiento humano.
Esto es sólo un apólogo destinado a mostrar que la ambigüedad, la hiancia de la relación imaginaria exige algo que
mantenga relación, función y distancia. Es el sentido mismo del complejo de Edipo.
El complejo de Edipo significa que la relación imaginaria, conflictual, incestuosa en sí misma, está prometida al
conflicto y a la ruina. Para que el ser humano pueda establecer la relación más natural, la del macho a la hembra, es
necesario que intervenga un tercero, que sea la imagen de algo logrado, el modelo de una armonía. No es decir
suficiente: hace falta una ley, una cadena, un orden simbólico, la intervención del orden de la palabra, es decir del
padre. No del padre natural, sino de lo que se llama el padre. El orden que impide la colisión y el estallido de la
situación en su conjunto está fundado en la existencia de ese nombre del padre.
Insisto: el orden simbólico debe ser concebido como algo superpuesto, y sin lo cual no habría vida animal posible
para ese sujeto estrambótico que es el hombre.

Capitulo XXIII – La carretera principal

La carretera principal, si la elegí como ejemplo, es porque es una vía de comunicación. Sucede que vayamos a
pasear por la carretera principal en forma expresa y deliberada, para hacer luego el mismo camino en sentido
contrario. Este movimiento de ida y vuelta es también del todo esencial, y nos lleva por el camino de esta evidencia:
que la carretera principal es un paraje, en torno al cual no sólo se aglomeran todo tipo de habitaciones, de lugares de
residencia, sino que también polariza, en tanto significante, las significaciones. Precisamente porque la carretera
principal es en la experiencia humana un significante indiscutible, marca en la historia una etapa.
La carretera principal es así un ejemplo particularmente sensible de lo que digo cuando hablo de la función del
significante en tanto que polariza, aferra, agrupa en un haz a las significaciones. Hay una verdadera antinomia entre
la función del significante y la inducción que ejerce sobre el agolpamiento de las significaciones. El significante es
polarizante. El significante crea el campo de las significaciones.
Las ciudades se formaron, cristalizaron, se instalaron en el nudo de las rutas. En su encrucijada, por cierto que con
una pequeña oscilación, se produce históricamente lo que se torna centro de significaciones, aglomeración humana,
ciudad, con todo lo que esa dominancia del significante le impone.
¿Qué sucede cuando no la tenemos a ella, la carretera principal, y nos vemos obligados, para ir de un punto a otro, a
sumar senderos entre sí, modos más o menos divididos de agolpamientos de significación? De esto se deducen
varias cosas, que nos explican el deliro del presidente Schreber.
¿Cuál es el significante que está en suspenso en su crisis inaugural? El significante procreación en su forma más
problemática, aquella que el propio Freud evoca a propósito de los obsesivos, que no es la forma ser madre, sino la
forma ser padre.
Conviene detenerse un instante para meditar lo siguiente: que la función de ser padre no es pensable de ningún
modo en la experiencia humana sin la categoría del significante.
¿Qué puede querer decir ser padre?
El asunto es que la sumatoria de esos hechos —copular con una mujer, que ella lleve luego en su vientre algo
durante cierto tiempo, que ese producto termine siendo eyectado— jamás logrará constituir la noción de qué es ser
padre. Ni siquiera hablo de todo el haz cultural implicado en el término ser padre, hablo sencillamente de qué es
ser pudre en el sentido de procrear.
Un efecto retroactivo es necesario para que el hecho de copular reciba para el hombre el sentido que realmente
tiene» pero para el cual no puede haber ningún acceso imaginario, que el niño sea tan de él como de la madre. Y
para que este efecto de retroacción se produzca, es preciso que la noción ser padre, mediante un trabajo que se
produjo por todo un juego de intercambios culturales, haya alcanzado el estado de significante primordial, y que ese
significante tenga su consistencia y su estatuto.
El significante ser padre hace de carretera principal hacia las relaciones sexuales con una mujer. Si la carretera
principal no existe, nos encontramos ante cierto número de caminitos elementales, copular y luego la preñes de la
mujer.
Según todas las apariencias el presidente Schreber carece de ese significante fundamental que se llama ser padre.
Por eso tuvo que cometer un error, que enredarse, hasta pensar llevar él mismo su peso como una mujer. Tuvo que
imaginarse a sí mismo mujer, y efectuar a través de un embarazo la segunda parte del camino necesaria para que,
sumándose una a otra, la función ser padre quede realizada.
¿Cómo hacen los así llamados usuarios de las carreteras cuando no hay carretera principal, cuando es preciso pasar
por carreteras secundarias para ir de un punto a otro? Siguen los indicadores colocados a orillas de la carretera. Es
decir que cuando el significante no funciona,, eso se pone a hablar a orillas de la carretera principal. Cuando no está
la carretera, aparecen carteles con palabras escritas. Acaso sea esa la función de las alucinaciones auditivas verbales
de nuestros alucinados: son los carteles a orillas de sus caminos.
Los significantes se ponen a hablar, a cantar solos. El murmullo continuo de esas frases, de esos comentarios, no es
más que la infinitud de los caminitos. Por lo menos es una suerte que indiquen vagamente la dirección.

SEMINARIO 5 - Lacan

Capitulo VIII – La forclusion del nombre del padre.

Este esquema permitirá establecer lo delicado de la distinción, que puede parecerles un poco escolástica, entre el
Nombre del Padre y el padre real — el Nombre del Padre en tanto que llegado el caso puede faltar y el padre que,
según parece, no ha de estar tan presente para que no falte. METAFORA PATERNA.
El Nombre del Padre hay que tenerlo, pero también hay que saber servirse de él. La escencia de la Metáfora Paterna
consiste en el triangulo siguiente:
Madre

Niño Padre

Tenemos, por otra parte, este esquema:


S a

Todo lo que se realiza en S, sujeto, depende de los significantes que se colocan en A. A, sí es verdaderamente el
lugar del significante, ha de ser él mismo portador de algún reflejo de aquel significante esencial que les represento
aquí en este zigzag, que en otro lugar llamo: el esquema L
Tres de estos cuatro puntos cardinales vienen dados por los tres términos subjetivos del complejo de Edipo en
cuanto significantes.
El cuarto término es S. Éste es, en efecto, inefablemente estúpido, porque no posee su significante. Está fuera de los
tres vértices del triángulo edípico, y depende de lo que ocurra en ese juego.
Por eso el cuarto término, S, se representará en algo imaginario que se opone al significante del Edipo y que ha de
ser también, para que case, ternario.
Con respecto a lo que nos interesa, o sea, la dialéctica intersubjetiva, hay tres imágenes para tomar el papel de
guías. No es difícil comprenderlo, pues hay algo en cierto modo completamente dispuesto, no sólo a ser homólogo
a la base del triángulo madre-padre-niño, sino a confundirse con ella — es la relación del cuerpo despedazado, y al
mismo tiempo envuelto en buen número de esas imágenes de las que hablábamos, con la función unificante de la
imagen total del cuerpo. Dicho de otra manera, la relación del yo con la imagen especular nos da ya la base del
triángulo imaginario, indicado aquí en línea de puntos.
M

El otro punto, ahí es precisamente donde vamos a ver el efecto de esa metáfora paterna. Lo verán ocupar su lugar
entre las formaciones del inconsciente. Este punto creo que lo han reconocido ustedes con sólo haberlo visto aquí,
como tercero, con la madre y el niño. Este tercer punto no es otro que el falo. Y por eso el falo ocupa un lugar de
objeto tan central en la economía freudiana. Sólo con esto basta para mostramos cómo se extravía el psicoanálisis
de hoy. Se aleja de él cada vez más. Diluye la función fundamental del falo, con el cual el sujeto se identifica
imaginariamente, para reducirlo a la noción del objeto parcial.
Capitulo IX – La metáfora paterna

La metáfora paterna concierne a la función del padre. La función del padre tiene su lugar bastante amplio en la
historia del análisis. Se encuentra en el corazón de la cuestión del Edipo. Lo importante de la revelación del
inconciente es la amnesia infantil que afecta a los deseos infantiles por la madre y al hecho de que estos deseos
están reprimidos. Y no sólo han sido reprimidos sino que se ha olvidado que dichos deseos son primordiales y que
están todavía presentes.
Distingo 3 polos históricos. En el Primero una cuestión de saber si el complejo de Edipo se encontraba no sólo en
el neurótico sino también en el normal. Por una parte se podía considerar que lo que provoca las neurosis es un
accidente del Edipo, pero también se podía plantear la pregunta ¿Hay neurosis sin Edipo? no siempre desempeña el
papel esencial el drama edípico sino, por ejemplo, la relación exclusiva del niño con la madre. La noción de la
neurosis sin Edipo es correlativa al conjunto de las cuestiones planteadas sobre lo que se llamó el superyó materno.
Freud ya había formulado que el superyó era de origen paterno. Entonces surgió la pregunta — ¿en verdad el
superyó es únicamente de origen paterno? ¿No hay en las neurosis, detrás del superyó paterno, un superyó materno
todavía más exigente, más opresivo, más devastador, más insistente?
Ahora el Segundo polo. Surgió la pregunta de si todo un campo de la patología que entra en nuestra jurisdicción y
se ofrece a nuestros cuidados no podría ser referido a lo que llamaremos el campo preedípico. Lo que ocurre antes
del Edipo tenía también su importancia.
Ciertas partes de nuestro campo de experiencia se relacionan en especial con este terreno de las etapas preedípicas
del desarrollo del sujeto, a saber, por un lado, la perversión, por otro lado, la psicosis.
La perversión era esencialmente considerada una patología cuya etiología debía ponerse en relación con el campo
preedipico, y tenía como condición una fijación anormal. En consecuencia, por otra parte, la perversión no era
considerada sino como la neurosis invertida, la neurosis que había permanecido patente. Lo que en la neurosis se
había invertido, se veía a la luz del día en la perversión. Al no haber sido reprimida la perversión, por no haber
pasado por el Edipo, el inconciente se encontraba a cielo abierto.
Así señalo que en torno a la cuestión del campo preedípico se agrupan la cuestión de la perversión y la de la
psicosis. Ya sea perversión o psicosis, se trata en ambos casos de la función imaginaria.
Tanto en un caso como era el otro, se trata ciertamente de manifestaciones patológicas en las cuales el campo de la
realidad está profundamente perturbado por imágenes.
La historia del psicoanálisis atestigua que la experiencia, la preocupación por la coherencia, la forma en que la
teoría se construye y se mantiene en pie, han hecho atribuir especialmente al campo peedípico las perturbaciones,
en algunos casos profundas, del campo de la realidad por la invasión de lo imaginario. El término imaginario, por
otra parte, parece prestar mejores servicios que el de fantasma, que sería inadecuado para hablar de las psicosis y
las perversiones.
Es, ciertamente, un hallazgo que merece que le prestíamos atención, porque se sitúa en las primeras etapas de las
relaciones imaginarias, con las que pueden ponerse en relación las funciones propiamente esquizofrénicas y
psicòtica en general. Esta contradicción tiene todo su valor, cuando la intención de la Sra. Melanie Klein era ir a
explorar los estadios preedípicos. Cuanto más se remonta en el plano imaginario, más constata la precocidad —
bien difícil de explicar si nos atenemos a una noción puramente histórica del Edipo — de la aparición de un tercer
término paterno, y ello desde las primeras fases imaginarias del niño. Por eso digo que la obra dice más de lo que
quiere decir.
He aquí, pues, ya definidos dos polos de la evolución del interés en torno al Edipo — en primer lugar, las
cuestiones del superyó y de las neurosis sin Edipo, en segundo lugar, las cuestiones relativas a las perturbaciones
que se producen en el campo de la realidad.
Tercer polo, la relación del complejo de Edipo con la genitalización, como se suele decir. No es lo mismo.
Por una parte, el complejo de Edipo tiene una función normativa, no simplemente en la estructura moral del sujeto,
ni en sus relaciones con la realidad, sino en la asunción de su sexo.
Por otra parte, la función propiamente genital es objeto de una maduración después de un primer desarrollo sexual
de orden orgánico, al que-se le ha buscado una base anatómica en el doble desarrollo de los testículos y la
formación de los espermatozoides.
La cuestión de la genitalización es doble. Hay, por un lado, un crecimiento que acarrea una evolución, una
maduración. Hay, por otro lado, en el Edipo, asunción por parte del sujeto de su propio sexo, es decir, para llamar
las cosas por su nombre, lo que hace que el hombre asuma el tipo viril y la mujer asuma cierto tipo femenino, se
reconozca como mujer, se identifique con sus funciones de mujer. La virilidad y la feminización son los dos
términos que traducen lo que es esencialmente la función del Edipo. Aquí nos encontramos en el nivel donde el
Edipo está directamente vinculado con la función del Ideal del yo — no tiene otro sentido.
Ni hablar de Edipo si no está el padre, e inversamente, hablar de Edipo es introducir como esencial la función del
padre. En cuanto al tema histórico del complejo de Edipo, todo gira alrededor de tres polos — el Edipo .en relación
con el superyó, en relación con la realidad, en relación con el Ideal del yo. El Ideal del yo, porque la genitalización,
cuando se asume, se convierte en elemento del Ideal del yo. La realidad, porque se trata de las relaciones del Edipo
con las afecciones que conllevan una alteración de la relación con la realidad, perversión y psicosis.
Superyó R.i
Realidad SS'.r
Ideal del yo I.s

Dirigiremos hacia la función del Edipo en tanto que repercute directamente en la asunción del sexo —, concierne a
la cuestión del complejo de castración en lo que tiene de poco elucidada.
Y entonces, ¿el padre? ¿Qué hacía, el padre, en aquella época? ¿Cómo está implicado en todo esto?
Cuando buscamos la carencia paterna, ¿en qué nos interesamos con respecto al padre? Se amontonan preguntas en
el registro biográfico. El padre, ¿estaba o no estaba? ¿Viajaba, se ausentaba, volvía a menudo? Y también —
¿puede constituirse de forma normal un Edipo cuando no hay padre? Un Edipo podía muy bien constituirse también
cuando el padre no estaba presente. El padre existe sin estar. Incluso en los casos en que el padre no está presente,
cuando el niño se ha quedado solo con su madre, complejos de Edipo completamente normales se establecen de una
forma homogénea con respecto a los otros casos. En lo que se refiere a la carencia del padre, quisiera simplemente
hacerles observar que nunca se sabe de qué carece el padre.
La normalidad del padre es una cuestión, la de su posición normal en la familia es otra. Hablar de su carencia en la
familia no es hablar de su carencia en el complejo. En efecto, para hablar dé su carencia en el complejo hay que
introducir otra dimensión distinta de la realista, definida por el modo caracterológico, biográfico u otro, de su
presencia en la familia.
Examinemos ahora, el complejo y empecemos por recordar su a b c. Al principio, el padre terrible. De entrada,
prohíbe la madre. Éste es el fundamento, el principio del complejo de Edipo, ahí es donde el padre está vinculado
con la ley primordial de la interdicción del incesto. Es el padre el encargado de representar esta interdicción.
Ustedes esperan que diga bajo amenaza de castración. Es cierto, hay que decirlo, pero no es tan simple. El vínculo
de la castración con la ley esencial. La relación entre el niño y el padre está gobernada, por supuesto, por el temor
de la castración. Vuelve hacia él en función de de la relación dual, en la medida en que proyecta imaginariamente
en el padre intenciones agresivas equivalentes o reforzadas con respecto a las suyas, pero que parten de sus propias
tendencias agresivas. La forma en que la neurosis encarna la amenaza castrativas vinculada con la agresión
imaginaria. Es una represalia.
Este Edipo invertido nunca está ausente en la función del Edipo, quiero decir, que el componente de amor al padre
no se puede eludir. Es el que proporcional el final del complejo de Edipo, su declive, en una dialéctica también muy
ambigua del amor y de la identificación, de la identificación en tanto que tiene su raíz en el amor. Identificación y
amor, no es lo mismo — es posible identificarse con alguien sin amarlo y viceversa—, pero ambos términos están,
sin embargo, estrechamente vinculados y son absolutamente indisociables.
El sujeto se identifica con el padreen la medida en que lo ama, y encuentra la solución terminal del Edipo en un
compromiso entre la represión amnésica y la adquisición de aquel término ideal gracias al cual se convierte en el
padre. No ocurre así si la neurosis estalla. Por la misma ; vía, la del amor, puede producirse la posición de inversión,
a saber, que en lugar de una identificación benéfica, el sujeto se encuentra afectado por su simpática posicioncita
pasivizada en el plano del inconsciente, que reaparecerá en el momento oportuno, una especie de bisectriz de
ángulo squeeze-panic. Consiste en lo siguiente — frente a ese padre temido, prohibido, pero que por otra parte es
tan amable, colocarse en el lugar adecuado para obtener sus favores, hacerse amar por él. Pero como hacerse amar
por él consiste en primer lugar en pasar a la categoría de mujer, y una siempre conserva su pequeño amor propio
viril, esta posición, como nos lo explica Freud, supone el peligro de la castración, aquella forma de homosexualidad
inconsciente que deja al sujeto en una situación conflictiva con múltiples repercusiones, represión, debido a la
amenaza de castración que supone tal posición.
Está claro también que algo se articula en tomo al hecho de que el padre le prohíbe al niño pequeño hacer uso de su
pene en el momento en que dicho pene empieza a manifestar sus veleidades. Diremos que se trata de la prohibición
del padre con respecto a la pulsión real.
¿Pero por qué el padre? La experiencia demuestra que la madre también lo hace. Por lo tanto, es conveniente!
indicar que el padre, en tanto que prohíbe en el nivel de la pulsión real, no es tan esencial.

Padre real Castración imaginario

Madre simbólica
Frustración real

Padre -imaginario Privación simbólico

¿De qué se trata en el nivel de la amenaza de castración? Se «rata de la intervención real del padre con respecto a
una amenaza imaginaria, R.i, la castración es un acto simbólico cuyo agente es alguien real, el padre o la madre que
le dice y cuyo objeto es un objeto imaginario. ¿Qué es lo que prohíbe el padre? Prohíbe la madre. En cuanto objeto
es suya, no es del niño, en este plano es donde se establece aquella rivalidad con el padre que por sí misma
engendra una agresión. El padre frustra claramente al niño de su madre.
He aquí otro piso, el de la frustración. El padre interviene como provisto de un derecho, no como un personaje real.
Aquí es el padre en cuanto simbólico el que interviene en una frustración, acto imaginario que concierne a un objeto
bien real, la madre, en tanto que el niño tiene necesidad de ella, S'.r.
Finalmente, viene el tercer nivel, el de la privación, que interviene en la articulación del complejo de Edipo. Se
trata, entonces, del padre en tanto que se hace preferir a la madre, dimensión que se ven ustedes obligados a hacer
intervenir en la función terminal, la que conduce a la formación del Ideal del yo, S<—S'.r. En la medida en que el
padre se convierte en un objeto preferible a la madre, puede establecerse la identificación terminé La cuestión del
complejo de Edipo invertido y de su función se establece en este nivel.
Ahora tratemos de introducir la solución.
¿Qué es el padre? Toda la cuestión es saber lo que es en el complejo de Edipo.
Pues bien, ahí el padre no es un objeto real, aunque deba intervenir como objeto real para dar cuerpo a la castración.
Si no es un objeto real, ¿qué es pues? No es tampoco únicamente un objeto ideal, porque por este lado sólo pueden
producirse accidentes. Ahora bien, a pesar de todo, el complejo de Edipo no es tan sólo una catástrofe, porque es el
fundamentó de nuestra relación con la cultura, como se suele decir.
Ahora, naturalmente, ustedes me dirán — El padre es el padre simbólico, usted lo ha dicho. Lo que les traigo hoy da
precisamente un poco más de precisión a la noción de padre simbólico. Es esto — una metáfora. Una metáfora es un
significante que viene en lugar de otro significante, esto es el padre en el complejo de Edipo. El padre es un significante que
sustituye a otro significante. Aquí esta el mecanismo, el único mecanismo de la intervención del padre en el complejo de Edipo.
La función del padre en el complejo de Edipo es la de ser un significante que sustituye al primer significante introducido en la
simbolización, el significante materno. El padre ocupa el lugar de la madre, S en lugar de S’ siendo S’ la madre en cuanto
vinculada ya con algo que era x, es decir el significado en la relación con la madre.

.
PADRE MADRE
MADRE x

Es la madre la que va y viene, el mundo varía con su llegada y puede desvanecerse. La cuestión es ¿Cuál es el
significado? ¿que es lo que quiere, esa? Le da vueltas a alguna otra cosa, a la x, el significado. Y el significado de
las idas y vueltas de la madre es el falo. En primer lugar, si el niño se ve llevado a preguntarse lo que significa que
ella vaya y venga, es porque él es el objeto parcial, y lo que eso significa es el falo.
El niño puede llegar a entrever muy pronto lo que es la x imaginaria y hacerse falo. Pero la vía imaginaria no es la
vía normal. Por esta razón supone lo que se llama fijaciones.
¿Cuál es la viña simbólica? Es la vía metafórica. Planteo de entrada el esquema que nos servirá de guía, el resultado
ordinario de la metáfora se producirá en tanto que el padre sustituye a la madre como significante.
S . S’  S [1]
S x [s’]

El elemento significante intermedio cae y la S entra por vía metafórica en posesión del objeto de deseo de la madre,
que se presenta entonces en forma de falo.
Pretendo que toda la cuestión de los callejones sin salida del Edipo puede resolverse planteando la intervención del
padre como sustitución de un significante por otro significante. La metáfora se sitúa en el inconciente.

Capitulo X – Los tres tiempos del Edipo

UNA INTRODUCCIÓN A LOS TRES REGISTROS – F. Schejtman

Los tres de Freud y los tres de Lacan.


La triada lacaniana: simbólico, imaginario y real.
Los primeros tres de Freud fueron inconciente, preconciente y conciencia, y su tripartición última: Yo, Ello y
Superyo.
El famoso trío de Lacan sostiene su enseñanza desde su inicio, Lacan no retorna a Freud desarmado, sino que lo
hace con sus tres: simbólico, imaginario y real.

Retorno a Freud
Se destacan tres aspectos de ese retorno:
En primer lugar, el supone entre sus contemporáneos una suerte de “ida de Freís”. No podría retornarse a un lugar
del cual no se ha salido. El retorno a Freud lacaniano es una rectificación del modo en que se leía y se propone
también como un movimiento de reconquista del campo freudiano.
En segundo lugar, el retorno a Freud es el intento de recuperar un abordaje racional de la experiencia analítica. La
enseñanza de Lacan conlleva una exigencia de la racionalidad que compromete la posición del analista. El
psicoanálisis es conminado a dar razón de su práctica. Hay en la experiencia analítica, por una parte, lo indecible o
lo imposible de decir, ello no habilita de ningún modo al analista a hacer de su práctica algo inefable o a suponerla
intransmisible. Se le exige que de su práctica de razones.
En tercer lugar, el retorno a Freud que propone Lacan hace diferencia incluso y sobre todo con freud mismo. El
texto freudiano supone diversos abordajes del mismo. Sintetizaremos 3 vertientes:
1 – Aquella por la cual Lacan continúa el trayecto freudiano extendiendo sus planteos en la misma dirección
sostenida por Freud. Muchas veces consiguiendo extraer consecuencias que no se hallaban del todo explicitadas o
apenas se esbozaban en los desarrollos freudianos.
2 – Otra en la que Lacan se encarga no sólo de extender el desarrollo de Freud sino establecer su lógica. El abordaje
de algunos conceptos freudianos se ordena lógicamente a partir de la poderosa trilogía lacaniana.
3 – Ultima vertiente en la cual encontramos a Lacan sosteniendo definidamente una posición diferente o en el
extremo crítica respecto de los planteos freudianos.

El retorno a Freud es uno que continúa pero al mismo tiempo marca una suerte de discontinuidad con Freud.

De la prevalencia de lo simbólico a la equivalencia de los registros.


Esta tripartición lacaniana de los simbólico, imaginario y real se modifica de un extremo a otro de su obra. Hay dos
cortes en la enseñanza de Lacan respecto de su tratamiento de los tres registros y sus relaciones. Una primera
escansión en los años ’50 en el inicio de su enseñanza y otra en los ’70, cerca del final de la misma.
En cuanto a las relaciones entre los tres registros existe en los ’50 una evidente supremacía de lo simbólico respecto
de lo imaginario y lo real. Si algo se destaca de la crítica de Lacan al posfreudismo es el olvido del registro
simbólico como eje crucial. Los posfreudianos, según Lacan, perdieron el hilo del descubrimiento fundamental de
Freud al internarse y perderse en el frondoso bosque de lo imaginario. La anticipación freudiana de los desarrollos
de la lingüística moderna, hacen notar que las formaciones del inconciente (sueños, síntomas, actos fallidos) son
hechos del lenguaje y solo se resuelven por su relación con el registro de lo simbólico.. esta supremacía de lo
simbólico se refleja también en aquel fundamento lacaniano “el inconciente estructurado como un lenguaje”, un
inconciente que se halla mas ligado al significante (a lo simbólico) que al significado (a lo imaginario). Veite años
después termina suponiéndola los tres registros como homogéneos, tal homogeneidad queda refrenada por un
hallazgo que le permite dar cuenta de la relación entre sus tres en esta época: EL NUDO BORROMEO.
En la cadena borromea, si se suelta alguno de los anillos, cualquiera de ellos, se sueltan los otros. Cualquiera de los
anillos funciona respecto de los otros sosteniéndolos amarrados. El tercero es la garantía que sostiene al nudo sin
que se desarme. Los tres círculos son intercambiables, homogéneos e indistinguibles unos de otros.

Lacan se vale del anudamiento borromeo para asentar aquel que será un pilare en su enseñanza: su conocido “no
hay relación sexual”, la posibilidad de que dos anillos se complementen uniéndose por la vía “interpretación”
pasando cada uno por el agujero del otro. El planteo de Lacan descarta tal posibilidad para los seres hablantes, toda
vez que su “no hay relación sexual” supone la impugnación de esa ilusión extendida: impugnación de la ilusión de
que los sexos son complementarios. Que de dos podría hacerse uno, tal pretensión del mito puesta en cuestión por
la sentencia lacaniana: “no hay relación sexual”. A partir de lo señalado, los seres hablantes se anudan porque, en
efecto, es lo que ocurre, se enlazan. Pero entonces tal entre los sexos se establece de modo borromeo.

H M H M

No deja de ponerse de manifiesto la función necesaria que en tal anudamiento cumple el tercero (representado en la
figura de la derecha por ese anillo del centro que consigue encadenar H y M). La función del tercero deviene
necesaria tratándose de un lazo borromeo, sino se trata de algo contingente. Se trate de lo que fuere, el borromeo es
el encadenamiento obligatorio entre los sexos allí donde falta la complementariedad, allí donde no hay relación
sexual.

Insistencia de lo simbólico
Del modo en que lacan aborda lo simbólico en los ’50 resaltamos en hincapié que hace en considerar las
formaciones del inconciente, aquellas que el inconciente produce por su trabajo, del ladote lo simbólico, como
hechos del lenguaje.
El avance freudiano radica mas bien en afirmar que puede accederse a ese sentido descifrando el sueño como se
descifra un jeroglífico. Que el inconciente está estructurado como un lenguaje, que la materia de sus formaciones
(el producto de su trabajo: sueños x ej.) es el lenguaje mismo y que puede conocerse su sentido descifrándolos.
Lo que encuentra a nivel del retorno de lo reprimido es una “insistencia palabrera”, la del inconciente estructurado
como un lenguaje.

Resistencia de lo imaginario
No hay insistencia mas que sobre el fondo de algo que inevitablemente resiste. Esa resistencia es conceptualizada
en los ’50 como imaginaria. Tendríamos así, insistencia del inconciente, insistencia del retorno de lo reprimido, del
lado simbólico, y resistencia a nivel imaginario. Esa resistencia es el Yo.
Los síntomas analíticos se producen en la corriente de una palabra que intenta pasar (simbólico). Ésta palabra
encuentra siempre la doble resistencia de loa que llamaremos “el ego del sujeto y su imagen” (imaginario).

En el esquema L se distinguen y oponen lo simbólico y lo imaginario, no hay lugar para lo real en este esquema.
Esta oposición se construye a partir de estos dos ejes:
1 – “ a-a’ ”: El eje imaginario, en el que se condensan todas las relaciones del Yo con el semejante, del Yo con el
otro en minúscula, del yo con su imagen especular, a partir de la que se constituye como tal y por lo que es
designado con la misma letra a minúscula. También este eje es el lugar de la resistencia en tanto que imaginaria:
“La doble resistencia del ego del sujeto y su imagen”
2 – “ A-S ”: el eje simbólico donde puede ubicarse la “insistencia palabrera del inconciente”. Esa palabra que desde
el Otro con mayúscula (el inconciente es el discurso del Otro) se dirige al Sujeto (S) convocándolo desde el lapsus,
el sueño o el síntoma. Retorno de lo reprimido, palabra plena que, proveniente del Otro, de esa Otra escena, se hace
oír quebrando la cháchara de palabra vacía del eje imaginario, con la irrupción de alguna formación del inconciente.

El sujeto sólo recibe el mensaje que le viene del Otro en el instante en que ese eje imaginario a-a’ trastabilla y se
revela, se desbarata la convicción que hace que creamos que somos nosotros quienes comandamos nuestro discurso.
a-a’ es entonces el eje en el cual cada quien supone que lo que dice es producto de lo que quiere decir. Ese es el
discurso del Yo, pero no es más que palabra vacía en la que el ego del sujeto se reconoce y se ensalza, puesto que
allí se sitúa el narcisismo.

Relectura del estadio del espejo: el sostén simbólico del yo y del narcisismo.

En cuanto a las relaciones entre los tres registros existe en los ’50 una evidente supremacía
de lo simbólico respecto de lo imaginario y lo real. Esta supremacía de lo simbólico se
refleja en aquel fundamento lacaniano “el inconciente estructurado como un lenguaje”, un
inconciente que se halla mas ligado al significante (a lo simbólico) que al significado (a lo
imaginario). Del modo en que lacan aborda lo simbólico en los ’50 resaltamos el hincapié
que hace en considerar las formaciones del inconciente, aquellas que el inconciente
produce por su trabajo (sueños, lapsus, síntomas, etc.), del lado de lo simbólico, como
hechos del lenguaje. Lacan dirá entonces que el inconciente está estructurado como un
lenguaje, que la materia de sus formaciones (el producto de su trabajo: sueños, lapsus,
etc.) es el lenguaje mismo y que puede conocerse su sentido descifrándolos. Por lo tanto, lo
que encuentra a nivel del retorno de lo reprimido es una “insistencia palabrera”, insistencia
de lo simbólico, la del inconciente estructurado como un lenguaje. Las formaciones del
Inconciente comportan la insistencia propia de un mensaje que quiere hacerse oír y se hace
oír de una manera simbólica.
Pero, no hay insistencia sobre el fondo de algo que inevitablemente resiste. Esta resistencia
es conceptualizada por lacan como imaginaria. Tendríamos así, insistencia del lado del
inconciente, insistencia del retorno de lo reprimido, del lado de lo simbólico y resistencia a
nivel imaginario, es una resistencia del YO. Lacan va a decir:
Los síntomas analíticos (como formaciones del inconciente) se producen en la corriente de
una palabra que intenta pasar (simbólico). Ésta palabra encuentra siempre la doble
resistencia de lo que llamaremos “el ego del sujeto y su imagen” (imaginario).

arreglar
En el esquema L se distinguen y oponen lo simbólico y lo imaginario, no hay lugar para lo
real en este esquema. Esta oposición se construye a partir de estos dos ejes:
1 – “ a-a’ ”: El eje imaginario, en el que se condensan todas las relaciones del Yo con el
semejante, del Yo con el otro en minúscula, del yo con su imagen especular, a partir de la
que se constituye como tal y por lo que es designado con la misma letra a minúscula.
También este eje es el lugar de la resistencia en tanto que imaginaria: “La doble resistencia
del ego del sujeto y su imagen”
2 – “A-S”: el eje simbólico donde puede ubicarse la “insistencia palabrera del inconciente”.
Esa palabra que desde el Otro con mayúscula (el inconciente es el discurso del Otro) se
dirige al Sujeto (S) convocándolo desde el lapsus, el sueño o el síntoma. Retorno de lo
reprimido, palabra plena que, proveniente del Otro, de esa Otra escena, se hace oír
quebrando la cháchara de palabra vacía del eje imaginario, con la irrupción de alguna
formación del inconciente.

a-a’ es entonces el eje en el cual cada quien supone que lo que dice es producto de lo que
quiere decir. Ese es el discurso del Yo, pero no es más que palabra vacía en la que el ego
del sujeto se reconoce y se ensalza, puesto que allí se sitúa el narcisismo.

En los ’50, muchas veces lo real es un real que no se distingue se la realidad. Va a tomar a
la angustia como el signo mismo que indica la presencia de lo real. Ese real que se revela
en el nivel de este descubrimiento angustiante, es como tal “Innombrable”, y designar a
ese real como innombrable debe indicarnos que es situado no solamente por fuera de lo
imaginario sino también por fuera de lo simbólico. Lo real entonces, no es la realidad, sino,
más bien, aquello que en la realidad queda oculto, ese real va tomando la forma de un
objeto. El objeto que causa la angustia es exactamente aquello que, como real, debe
permanecer oculto si es que se pretende sostener una realidad estable. “Lo rechazado de
lo simbólico retorna o reaparece en lo real”
Lo real comenzará siendo señalado como aquello que resiste a la simbolización pero luego
agregará que es este mismo real que resiste a la simbolización aquello que, como causa,
provocará el insistente trabajo del inconciente por simbolizarlo. El trabajo del inconciente es
simbólico pero su causa es real.

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