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Este gobierno ya tomó una decisión en materia fiscal de enorme relevancia en términos
financieros y de las condiciones del bienestar: la reforma del ISSSTE. Esta medida es
sumamente controvertida por motivos eminentemente técnicos que deberían exponer de
manera más clara los sindicatos y los partidos de oposición; también lo es por causa del
efecto adverso que tendrá sobre los ingresos y las pensiones de los trabajadores.
El manejo de las cuentas públicas tiene, por supuesto, un alto componente técnico, que sólo
debe quedarse en ese ámbito: el de la técnica. Además, está la cuestión de la transferencia
inevitable de recursos entre los distintos grupos de la sociedad y, por eso, es
invariablemente un asunto de naturaleza política. Quien desde el gobierno y desde
cualquier otro punto de vista eluda considerar explícitamente este rasgo es un inepto, o
bien, se hace el tonto.
Según datos oficiales, 38 por ciento de la deuda pública corresponde a los fondos que se
usan para financiar los compromisos del IPAB y del fondo carretero por la intervención del
Estado desde 1995 para sanear los bancos y del fallido programa de concesión de carreteras
al sector privado. Esa es una muestra clara de dichas transferencias, a las que se suma ahora
el caso del ISSSTE y que se pagan con los impuestos y con la carencia generalizada de
recursos sobrantes para el gasto social.