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Prólogo

Compartiendo el otro lado

Al abrir briosos “Desde mi otro lado”, sospechamos que se nos muestra un trabajo de
un nuevo poeta, voluntarioso, lunático, tardío, que se auto – publica porque otra colocación no
logró calzar.

Sospecha infundada.

Sin duda, es un poeta nuevo, pero viejo poeta en la voz, en el verso. Lo demuestra
musical en la titulación del primer poema de primorosa materia sabrosa, “Versos” y en los
versos que se yerguen generosos y necesarios ante el celoso lector torturado (¿qué otro tronío
tiene típico el colocado y calado lector de poesía):“Invento rítmicas ondas/expandiéndose en
las frases,/compendio de sentimientos/a lo ancho de una vida,/la mía, diré, aunque de ella/ no
soy dueño, sólo/su sonoro instrumento”. Al leerlos más que rítmicas olas que se expanden
extensas como morena panacea rozando ansiosas nuestras vidas, erguidas son horizontales
versos sostenidos por nada en el aire como piedras que rasgan el ánima, que nos nivelan la
veleidosa vida y nos hacen entender derechos, los poetas fingen espacio, porque no quedan
versos.

Este poeta tiene tierra errabunda, que el obliga a errar y errar a la ánima que se
apercibe. Somos terrenos, terrestres, apegados y gastados de un terruño, que se rumia en
miasmas variados: desde las cordilleras de franela hasta una canción en inglés. Todo lo
nuestro sabe a tierra, bebemos de la tierra, razonamos en ella. El amor es tierra. La dicha es
tierra. El mar que como una rama rala nos salva es tierra rabiosa. Todos los versos verdaderos
y sostenibles que nos acompañan ansiosamente a lo largo de este poemario, saben a tierra,
tiemblan como la tierra, y nos hacen trepidar. Poseen un pálpito que seda como la
contemplación placentera de una terrestre y espesa selva de baja jara, de espliego, tomillo y
brezo.
Al abrir al azar el poemario de García – Hoyuelos, ya sentí, tiritando y desde mi misma
depresión de pregunta tarada, es sabor arbórico, a selva verde erguida a la vista e
infranqueable, infestada de hipocresías, mentiras y estoques, de arrepentimientos sin destino
que militaron en la tinaja de Diógenes y generaron ronchones de picotadas de negro vencejo.
“Borres el aire con tus bruscos/movimientos, recogiendo/las plegarias que enviamos/los
hombres a lo divino./Todas las perdiste de tanto piar,/mi pequeño charlatán.”

Pero viejo poeta en la voz, en el verso.

Cierto que el poeta que cito es novedoso, vivo, voluntario, y, puede, que lunático; pero
no así su voz. Bécquer, Góngora, Cernuda, se concitan convocados vocativamente en cada
vocablo, en cada verso que nos solivianta, en cada estrofa trópica, que mueve a musicalidad a
nuestro siniestro y espeso, nada dadivoso, entendimiento miserable, tendente al tedioso trabajo
y no al amor. El amor, sin moralina, sin morada, es a lo que se anima la lectura de este
poemario, a pesar de su mordedura de demencia, a pesar de ser mortificación y filial, siempre
filial, que es el amor de alma madura que rabia y se alimenta de mensajes tardíos – que el
amante manso se sojuzga con el mundo y sólo, tras su locura, anuncia su enamoramiento de
¿qué? Todos los poetas románticos y mansos que vieron siempre el ángulo oscuro, el arpa
silenciosa, la vida viatica. Una vida que dadivosamente se da con seriedad a los otros de rostro
humano, al humus (de nuevo la tierra, ¡qué errática se vuelve cuando andamos dando
andanadas de nada!, salvas de humo) hermanante. Cada verso vehicula a quien lo lee a su
propio abrazo. Porque este poeta recita cimentando encantado la posibilidad de que le sitiemos
de abrazos abracadabrantes. Y en tal alcance, cancela la posibilidad de la muerte (como Cesar
Vallejo, como Cernuda, como Dámaso caminando calado las calles que nunca llevarán su
nombre).
He ahí las grandes desmesuras que menta este poemario: recorrer el mundo, la tierra,
como si recorriésemos el cuerpo de cada ser humano en demanda de la mansedumbre y la
sensatez, de una urdimbre multitudinaria donde nada importe la tez, del diverso abrazo de
razonable levedad, sin veleidades, dadivosamente. La tierra, el ser humano, la errática razón
que se nos escapa, que nos evade con voluntad evasiva y lunática tipos de postal oscura y que
nos vuelven raquíticos, politicastros sicóticos y Alicias, que nos envuelven en sus idealidades
mundanas, mundos de los que huir, en su malicia de mala-villa. Y qué mejor que al otro lado,
a este lado donde nos convoca capacitado nuestro amigo García – Hoyuelos.

José Manuel Prado-Antúnez. Escritor y crítico literario. Aranda de Duero, 29/10/06

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