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La CGT de los Argentinos y la CGT de Azopardo

La Confederación General del Trabajo de la República Argentina (CGT) es la


central sindical histórica de Argentina. Fundada en 1930 como consecuencia
de un acuerdo entre socialistas, sindicalistas e independientes para generar
una central sindical unitaria y plural, tuvo mayoría socialista hasta 1945 y
peronista desde entonces. Actualmente es la central mayoritaria y se ha vuelto
autónoma de los partidos políticos. Internacionalmente está afiliada a la
Confederación Sindical Internacional (mundial), a la Confederación Sindical de
las Américas y a la CCSCS (Mercosur).

La CGT de los Argentinos nació durante la dictadura militar encabezada por


Juan Carlos Onganía. El origen tuvo lugar en el congreso normalizador "Amado
Olmos" de la central obrera del 28 al 30 de marzo de 1968, surgiendo como
una respuesta combativa a las conducciones burocráticas del sindicalismo de
tinte “participacionista” con las políticas impulsadas por el gobierno de facto.
Durante este período de rebeliones obreras y estudiantiles, nacionales e
internacionales, la burocracia sindical nucleada bajo las 62 Organizaciones con
la dirección hegemónica del líder metalúrgico Augusto Timoteo Vandor, pierde
la conducción de la central obrera a manos del sector más combativo de la
clase trabajadora, emergiendo una nueva conducción representativa de su
vocación combativa, cuya figura más destacada fue la del dirigente gráfico
Raymundo Ongaro. Ante el resultado de la votación, los antiguos dirigentes de
la burocracia sindical desconocieron el resultado del congreso y ocuparon la
sede de la calle Azopardo.
La conducción burocrática de la CGT, encarnada en la figura de Augusto
Timoteo Vandor, era más proclive a la gestión de intereses que a las
reivindicaciones sectoriales, manteniendo una línea absolutamente funcional al
poder militar y a la trasnacionalización de la economía nacional.
El congelamiento de salarios en el marco de lo que el régimen se había
prefijado como reordenamiento del campo laboral, la “racionalización
económica” suprimiendo las ventajas obtenidas por la clase trabajadora en los
gobiernos precedentes, encontraba en los viejos dirigentes burocráticos de la
central obrera un elemento clave para ejecutar su concepción de “orden”
autoritario.
De esta forma, a partir del congreso de Amado Olmos tuvo origen una
corriente heterogénea que nucleó amplias expresiones del campo popular,
entre los que se contaban peronistas de base, radicales, marxistas, militantes
católicos radicalizados, junto a los sindicatos tradicionalmente combativos, las
federaciones y seccionales del interior del país dando cuerpo a esta central
obrera bajo las clásicas consignas de ”Más vale honra sin sindicatos que
sindicatos sin honra", y "Unirse desde abajo y organizarse combatiendo". Los
sectores más dinámicos y
combativos de la clase trabajadora dieron forma a esta confederación obrera
antiburocrática, profundamente federal e internamente democrática.
La CGT de los Argentinos provocó la revisión del histórico carácter
movimientista del peronismo para dar paso a su quiebre en varios peronismos
distintos y antagónicos, en donde la tendencia clasista fue el efecto y la causa
de la convergencia de sectores sindicales y políticos del peronismo con
expresiones de la izquierda marxista y de la militancia cristiana radicalizada.
El programa del 1º de mayo de la CGT de los Argentinos, redactado por
Rodolfo Walsh, es la expresión orgánica de ese nuevo estadio de la conciencia
de clase de los trabajadores que despertaba, en un contexto de autoritarismo
político, bajo la llamada “la dictadura de los monopolios”.
El camino hacia la unidad de acción se dirigía hacia los empresarios
nacionales, los pequeños y medianos empresarios, los profesionales, los
estudiantes, los intelectuales, los artistas, los religiosos.
El semanario de la CGT de los Argentinos, cuya dirección estuvo a cargo de
Rodolfo Walsh, con 55 números editados, cuyos dos últimos fueron distribuidos
desde la clandestinidad, constituyó una verdadero instrumento para la
conciencia de clase durante el período de gestación de las políticas
económicas que fueron la génesis de la concentración y centralización
profundizada junto al genocidio de la dictadura de 1976 y llevadas al paroxismo
bajo el período de reinado neoliberal de la década del 90.
En las páginas del semanario de CGTA, dirigido por Walsh con una
redacción integrada por periodistas de la talla de Verbitsky o García Lupo, se
editó por primera vez, en varias notas separadas, la investigación sobre el
asesinato del dirigente metalúrgico Rosendo García junto a líneas editoriales
que informaban sobre los medios y formas de las luchas populares, todo
dirigido a la misma clase obrera. Este llegó a una tirada de un millón de
ejemplares, garantizándose su distribución gracias al compromiso militante y la
conciencia de sus miembros.
La CGTA fue también el escenario en donde se combatió contra la
hegemonía cultural de una clase, y cuyas expresiones más destacadas la
plasman el pintor y muralista Ricardo Carpani, o las del Grupo Cine Liberación
que permitió la filmación de “La hora de los hornos” de Fernando “Pino”
Solanas y Octavio Getino. En cuanto a la acción directa, esta central obrera fue
el instrumento de apoyo activo a la huelga portuaria, a la de los trabajadores
petroleros de Ensenada en septiembre y octubre de 1968, a la de los
trabajadores de los ingenios azucareros de Tucumán y a las movilizaciones
sociales en Tucumán y Rosario.
A través de la relación de su conducción nacional y de su filial cordobesa
con Agustín Tosco, la CGTA participó como principal estructura de apoyo
nacional a las jornadas del Cordobazo, entre el 28 y el 30 de mayo de 1969 y
protagonizó sus ulterioridades más inmediatas, con la convocatoria al paro
nacional para el 1 de julio de ese año. Ante el mismo contexto, la CGT
Azopardo, que reunía a vandoristas y participacionistas, se echaba atrás ante
las presiones del gobierno del general Juan Carlos Onganía y su ministro de
Trabajo, Rubens San Sebastián. El enfrentamiento con el régimen militar se
profundizó dramáticamente el 30 de junio de 1969, cuando un comando ingresa
en el local central de la Unión Obrera Metalúrgica y da muerte a Vandor. Muy
pocas horas después, el gobierno concretaba la ocupación e intervención de la
Federación Gráfica Bonaerense y la mayor parte de los sindicatos integrantes
de la CGTA. Sus principales dirigentes, con Ongaro a la cabeza, van a
compartir la cárcel con Agustín Tosco y Elpidio Torres, los dos líderes visibles
del Cordobazo.
De allí en más, la CGT de los Argentinos ingresa en una etapa de luchas
constantes, y en un proceso de lento deterioro de su poder organizativo. Se
trata de un deterioro que es a la vez transformación. Sus cuadros de dirigentes,
sus activistas, van integrándose en otras formas de lucha, en organizaciones
políticas y en organizaciones armadas. El propio Ongaro, Di Pasquale y
algunos otros dirigentes de CGTA aparecerán, cuatro años después,
integrando la conducción
nacional del Peronismo de Base.
Es paradójico y dramático repasar alguna de las líneas trazadas por el
“Mensaje a los trabajadores y al pueblo argentino” del 1º de mayo de 1968,
escritas por el periodista y militante Rodolfo Walsh. El paralelo con la década
pasada y con muchas de las continuidades que persisten, aún bajo registros
discursivos supuestamente antagónicos, hace que el texto cobre tristemente
una cotidiana actualidad.

Afiche de la CGT de los argentinos realizado por Ricardo Carpani

La Noche de los Bastones Largos

El 29 de julio de 1966, la policía del dictador Onganía arrasó Ciencias Exactas.


La orden la dio el jefe de la SIDE, general Señorans. Aquí se revela una
historia desconocida de aquella noche trágica. Se conocen el escenario, el día
y los hechos: el viernes 29 de julio de 1966, a un mes

del golpe militar que derrocó al gobierno constitucional del presidente Arturo
Illia e inauguró la dictadura del general Juan Carlos Onganía, en la Facultad de
Ciencias Exactas en la eterna Manzana de las Luces, la Guardia de Infantería
policial que dirigía el general Mario Fonseca cargó a garrotazos y con gases
lacrimógenos contra estudiantes, docentes y profesores extranjeros invitados y
hubo 200 detenidos y numerosos heridos. Se conocen los antecedentes de
esos hechos: entre 1957 y esa noche, la Universidad de Buenos Aires, la más
potente y poblada de las nacionales, vivía una época de oro inaugurada con el
rectorado del filósofo e intelectual Rizieri Frondizi, hermano del Presidente
Arturo. En su gestión, que luego continuó el ingeniero Hilario Fernández Long,
se modernizó la Universidad, se lanzaron campañas de alfabetización, se
fundaron las carreras de Psico logía y Sociología, el Instituto del Cálculo, que
estudió la trayectoria del cometa Haley; se creó el Consejo Nacional de
Investigaciones Cinetíficas y Técnicas (Conicet), se fundó la Editorial
Universitaria de Buenos Aires (Eudeba), que llegó a editar 11 millones de libros
a precios bajos, en fin, se democratizó la Universidad hasta niveles antes
desconocidos en la Argentina. A partir del avance militar en el gobierno de Illia,
los estudiantes encresparon sus críticas: primero, ante la muerte de un
estudiante en las movilizaciones contra la invasión norteamericana a Santo
Domingo, en 1965, que anunciaba el comienzo de la feroz Doctrina de la
Seguridad Nacional en Latinoamérica, y luego, a partir de la amenaza creciente
de reducción del presupuesto educativo, que por entonces era la increíble cifra
del 20% del total del Presupuesto nacional. Pero el inicio del gobierno golpista,
confesional y anticomunista de Onganía atizó la oposición estudiantil.

Se conocen también los móviles dictatoriales: poner fin a la autonomía


universitaria y la libertad de cátedra; silenciar las criticas; escarmentar la
rebeldía estudiantil y docente de todas las universidades nacionales. Y se
conocen las consecuencias: 1.378 docentes que renuncian o parten al exilio.
Unos 301 emigraron: 215 eran científicos y 86 investigadores en distintas
áreas. Se inició el éxodo de científicos que no se detendría a partir de
entonces.

Cuarenta años después del asalto violento de la Policía a Ciencias Exactas,


que se denominó La noche de los bastones largos, es posible afirmar que se
quebró no sólo la más formidable acumulación de conocimiento científico que
la Argentina había logrado hasta mediados del siglo XX, sino también se abrió
el camino a la intolerancia y se atrincheró a una generación de argentinos en la
idea fatal de que la violencia política era el recurso para restaurar la libertad.
En nombre del hijo
Se conocen, entonces, los hechos, los protagonistas, los móviles y las
consecuencias de aquella noche trágica. Pero aún permanecen oscuras, en los
pliegues siempre apretados de la historia, muchas preguntas. Esa noche, hubo
un joven estudiante de Física que intentó avisar que la Policía llegaría para
invadir y reprimir en Ciencias Exactas . ¿Quién era ese joven?Eduardo Scolnik
-miembro hoy del Departamento de Programación Informática del INDEC-
contó a Clarín episodios aún desconocidos pero que expresan la complejidad y
paradojas que rodearon no pocas veces la historia argentina.

Eduardito Señorans era único hijo del general Eduardo Argentino Señorans y
Romilda Cerruti Costa. "Estudiante de Física en la Facultad de Ciencias,
Eduardito Señorans había sido un militante católico, fuerza de choque en las
manifestaciones de la 'laica o libre', por el bando de los que querían la
educación privada y religiosa en las escuelas. Pero hacia 1962 ingresa a la
Facultad y, recién producida la revolución cubana, y seguramente por eso y por
la influencia de su tío, el abogado laboralista y nacionalista católico Luis Benito
Cerrutti Costa, Eduardito comenzó a virar a posiciones de izquierda. Nos
conocemos en 1963. Teníamos muchas charlas entre nosotros. Eduardito
decía que la revolución cubana iba en serio, que era una verdadera revolución
porque habían encarado a fondo el tema de la educación de la gente, a diez o
quince años".

En ese período, recordó Scolnik, Eduardito Señorans comienza a enfrentarse


duramente con su padre, para entonces general de brigada. El general
Señorans había sido jefe del Estado Mayor de la llamada "Revolución
Libertadora" que comandada por los generales Eduardo Lonardi y Pedro
Eugenio Aramburu derrocó a Juan Perón en setiembre de 1955. Unido por
convicción a Lonardi, Señorans fue su subsecretario de Guerra. Mientras que
su cuñado, Luis Benito Cerrutti Costa, fue nombrado ministro de Trabajo y
Previsión. El golpe interno de Aramburu contra Lonardi lo alejó del Ejército en
noviembre de 1955. Fue Onganía quien sacará de la actividad privada a
Señorans para darle el cargo de jefe de la SIDE, cuando, en junio de 1966
instaure una dictadura integrista con pretenciones milenaristas. Señorans,
entonces, se transformó en una pieza clave de esa dictadura. Su hijo, en pleno
1966, recuerda Scolnik, "ya revistaba en las filas de la izquierda universitaria
aunque como líbero, es decir, sin partido". Su tío Cerrutti Costa, que había
confluido con Señorans en el antiperonismo en 1955, había comenzado
también a virar hacia posiciones revolucionarias. Será editor de Operación
masacre, de Rodolfo Walsh, y a fines del sesenta y principios del setenta, se
encargará de la defensa de presos políticos, entre ellos varios guerrilleros
peronistas y guevaristas. Fue cofundador de la revista Nuevo Hombre y editor
del diario El Mundo, para entonces todas empresas vinculadas a la guerrilla
guevarista del ERP. Deberá exiliarse en París en 1975 ante las reiteradas
amenazas de la Triple A. Murió en 1977.

Scolnik recuerda que las contradicciones en esa familia estallaron con


virulencia precisamente la noche del 29 de julio de 1966. "Fuimos amigos
estrechos. Nos conocían por 'los eduarditos'. Los padres me invitaban a su
casa en Cardales. Era el amigo entrañable de un hijo único entrañable.
Nuestros padres eran parecidos. Mi padre era un médico que huyó de Ucrania
porque la revolución bolchevique le expropió todo. Mi padre era profundamente
anticomunista. No se podía hablar nada con él que no coincidiera con su
ideología. Lo mismo le pasaba a Eduardito Señorans. Había un constante
enfrentamiento con su padre."

Luego del golpe de Onganía -continúa Scolnik-, "el régimen consideraba a la


Universidad como un 'nido de rebeldes, comunistas'. Y la verdad, visto a la
distancia, nadie hacía nada que pudiera afectar las bases del sistema, todavía.
Y si bien la izquierda estaba fragmentada, la derecha también. Y el aglutinante
de la derecha fue el anticomunismo. Así que debían construir ese enemigo que
los uniera. Recuerdo que el decano de Exactas, Rolando García, entonces era
un gran admirador de las universidades norteamericanas. Pedía subsidios a la
Fundación Ford y estaba muy lejos de ser un comunista o un revolucionario.
Era un científico que pedía libertad de pensamiento y de investigación".Al mes
del golpe, la agitación estudiantil crecía en tanto se defendía la autonomía
universitaria atacada por el decreto ley 16.912. "La noche del 29 de julio,
entonces, Eduardito estaba en su casa. Escucha a su padre hablar por teléfono
con Fonseca, el jefe de la Policía Federal. Eduardito me contó luego (ese día
yo estaba enfermo y no había ido a la facultad) que su padre le dijo a Fonseca:
'Andá a la Facultad de Ciencias Exactas y matalos a palos'".
Entonces, el joven Señorans trató de avisar lo que ocurriría a sus compañeros
en la Facultad. "Llamó por teléfono, pero el que lo atendió no le creyó lo que le
decía, que la Policía cargaría contra la Facultad. Desesperado, corrió hasta la
Facultad -ellos vivían en la calle Junín y Peña- para avisarle al decano Rolando
García lo que se estaba planeando. Pero cuando llegó, la Facultad ya estaba
acordonada y no pudo entrar. Así que, desconsolado, me llamó y me dijo que
igual se metería a defender la Facultad. Le dije que no lo hiciera, que ya era
tarde. A las 22, se desata la represión. Eduardito siempre se sintió culpable. Yo
nunca pude volver a esa casa. Los dos dejamos la Facultad. Nos fuimos.
Eduardito no quería ser asociado a su padre. Nos dejamos de ver por años. El
murió en los años ochenta."
El último servicio público del general Señorans, antes de morir en 1993, fue
defender al dictador Leopoldo Galtieri en el juicio militar por la Guerra de
Malvinas. Señorans pidió su absolución con el argumento de que las
decisiones políticas no podían ser revisadas ni pasibles de castigo. "Tal vez
-reflexiona Scolnik- esa orden de reprimir inédita en la historia de la
Universidad era también el odio que sentía el general contra quienes, él
pensaba, habían cambiado la cabeza a su hijo."
De llegar a tiempo, el gesto del joven Señorans no hubiera cambiado la
decisión dictatorial de cerrar la Universidad. Tal vez se hubiera evitado la
violencia brutal contra esas cabezas. Porque la historia suele tramarse con
grandes madejas y con pequeños hilos, casi invisibles pero igualmente
decisivos.

Aparece la guerrilla argentina


La guerrilla argentina nace por dos causas principalmente. En primer lugar, el
acercamiento entre las clases medias y bajas y en segundo lugar, la atracción
que producía Perón desde el exilio, en la juventud que lo seguía.
Hubo dos movimientos guerrilleros destacados en Argentina. El ERP (Ejército
Revolucionario del Pueblo) era el brazo armado del Partido Revolucionario de
los Trabajadores. Eran marxistas y consideraban al peronismo una operación
de la burguesía para ganar tiempo y retrasar la concreción de la revolución
obrera.
Por otro lado estaba la principal fuerza guerrillera de origen urbano generada
en Latinoamérica, los Montoneros. Eran partidarios de la lucha armada y
transformaron la imagen de Perón, haciéndolo ver un personaje revolucionario.

Algunos integrantes del


grupo guerrillero Uturuncos,
en plena selva tucumana, a
fines de la década del
50 Foto: Gtza. La Gaceta de
Tucumán

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