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La timidez no es necesariamente un mal, sino una ocasión de valorar el

denuedo que viene de Dios. Cómo vencer la timidez

El psiquiatra español Enrique Rojas, en su libro El hombre Light, traza un certero perfil del nuevo
héroe de la época ‘posmoderna’: Es el hombre triunfador, que aspira al poder, a la fama, por encima
de todo, a cualquier precio. Este héroe –plantea Rojas vive instalado en “la atalaya del cinismo”. Su
moral –si es que se la puede llamar así– es la del pragmático: frío, sarcástico, desvergonzado.

Según los parámetros en boga en el mundo de hoy, el hombre exitoso es aquel que reúne, en su
conformación sicológica, entre otros, los siguientes rasgos: audacia, desfachatez e irreverencia. Los
ejecutivos más codiciados por las grandes multinacionales suelen ser profesionales jóvenes,
desinhibidos y poseedores de una alta autoestima.

La educación actual coadyuva a este mismo fin: los más cotizados colegios pretenden formar al
joven para “los desafíos del futuro”, un futuro marcado, claro está, por la competitividad y el éxito a
toda costa.

En esta perspectiva, la timidez es un problema. Un gran problema.

¿Qué pueden hacer los jóvenes creyentes para enfrentar el competitivo mundo en que les ha
tocado vivir? ¿Han de asimilarse a esos modelos para sobrevivir y no ser atropellados en el intento?
La timidez puede ser un problema para triunfar en el mundo, pero para un joven creyente no lo es.
Muchos de los más fieles siervos de Dios en tiempos bíblicos, y en la historia posterior, fueron
personas extraordinariamente tímidas, con unos caracteres que hoy la psicología puede etiquetar
lindamente, y que, en lenguaje común pueden denominarse, simplemente, acomplejados.

Moisés
Moisés tuvo el privilegio de criarse como hijo de la hija de Faraón, en toda la sabiduría de los
egipcios (Hechos 7:21-22), pero cuarenta años más tarde, cuando Dios le habló desde la zarza
ardiente, él dijo: “¿Quién soy yo para que vaya a Faraón...?” y también: “¡Ay, Señor ... soy tardo en
el habla y torpe de lengua.” (Éxodo 3:33; 4:10).

¿Qué es esto? ¿No es timidez, “apocamiento”? Fue necesario que Dios derribara a Moisés del alto
concepto de sí mismo que había llegado a tener en la corte de Faraón (Hechos 7:25), para poderlo
utilizar.

Un Moisés osado habría sido un obstáculo para Dios a la hora de seguir las complejas instrucciones
que le entregó respecto del tabernáculo y de la santidad que debían observar en todas las cosas.
En el servicio a Dios no cabe la iniciativa personal.

Eliseo
Eliseo fue un gran profeta de Dios. En muchos aspectos fue más grande que Elías, su antecesor, y
es también un hermoso tipo de Cristo. Tenía un gran llamamiento, y el poder de Dios estaba con él
de manera asombrosa. Sin embargo, a juzgar por 2 Reyes 2:17, Eliseo era un hombre muy tímido.
Jeremías

Cuando Jeremías fue llamado al ministerio era muy joven. Lo primero que él dice cuando Dios le
llama es: “¡Ah! ¡Ah, Señor Jehová! He aquí, no sé hablar, porque soy niño.” (Jer.1:6). Por naturaleza
parecía demasiado delicado para enfrentar los peligros y dolores que habría de sufrir. Ante eso, el
Señor le dice: “No temas... porque contigo estoy para librarte.” Y agrega: “Yo te he puesto como
ciudad fortificada, como columna de hierro, y como muro de bronce...” (1:8, 18). Jóvenes así –dice
un autor “tienen la sensibilidad de una niña, y el organismo nervioso de una gacela. Les gustan los
bajíos, con su alfombra de arena plateada, más que las olas fuertes que prueban la fortaleza de un
hombre... No obstante, personas como Jeremías pueden desempeñar un papel heroico en el teatro
del mundo, si tan sólo permiten que Dios ponga el hierro de su fortaleza sobre las líneas de su
debilidad natural. Su fuerza sólo se hace perfecta en la flaqueza.”1

Timoteo

A juzgar por las epístolas de Pablo a Timoteo, éste era un joven tímido, por eso las epístolas están
llenas de exhortaciones, órdenes y palabras de aliento. El apóstol le dice: “Ninguno tenga en poco
tu juventud.” (1ª, 4:12). Seguramente él tenía la propensión a menospreciarse a sí mismo, así que el
apóstol lo alienta a comportarse como un siervo de Dios, y a que haga uso de la autoridad que Dios
le ha dado (1ª, 1:3). Pero, consecuentemente con el servicio que él debe prestar, le aconseja
también que no sea contencioso, sino amable para con todos, sufrido y manso (2ª, 2:24-25). Para
un hombre extravertido y audaz es sumamente difícil atender a estos consejos. Además, un siervo
de Dios debe tener la ternura de un pastor, quien lleva en sus brazos al cordero pequeño, y atiende
a la oveja perniquebrada.

La timidez no es un problema

Así, pues, no creemos que la timidez sea un gran problema. Al contrario, una buena cuota de
timidez es necesaria en un joven que teme a Dios. Ella pone al hombre más cerca de los demás, en
la empatía, en la aceptación de sus debilidades, en el respeto por el otro.

La timidez te llevará a buscar tu fortaleza en Dios; te permitirá conocer el denuedo y el valor del
Espíritu Santo en ti. Sabrás que, cuando es preciso ser fuerte, tú serás fuerte, porque Dios lo será
en ti. Tu timidez te llevará a buscar tu seguridad en Dios. Si bien es cierto, ocasionalmente te puede
dificultar el trato con las personas, pero también te evitará ser liviano en el trato con los demás.

Luego, con la edad, esa timidez juvenil que tanto te incomoda irá desapareciendo. El peligro mayor
no está en que ella no se vaya, sino en que tú te vayas al otro extremo.

El ser osado de esta manera es algo que al mundo tal vez le pueda venir bien, pero a un cristiano le
viene definitivamente mal.

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