• Proclamar el texto, guardar silencio y escucharlo con el mayor respeto. El texto
puede ser leído cuantas veces sea necesario. Entre todos, procuramos recordar lo que pasó en la narración del Evangelio: sus personajes, quiénes hablan, qué dicen, qué grupos hay, qué sucede. Lo importante es escuchar lo que quiere decir el texto bíblico en sí antes de compararlo con nuestra realidad o dar nuestra opinión. • Meditar el texto, uniéndolo con la vida por medio de las preguntas. Después de un tiempo prudencial de silencio y oración (ver recuadro), pasamos a compartir. No se trata de discursos, consejos o lo que debería ser. Aportamos lo que sale de nuestra oración, de lo más profundo de nosotros. Es muy importante que nos escuchemos unos a otros con respeto y atención. El Mensaje de Dios lo recibiremos entonces como fruto del esfuerzo común. No es para discutiri. • Celebrar la Palabra de Dios: Llegar a un compromiso de grupo a la luz de la Palabra de Dios. Hacer oración y rezar un salmo relacionado con el tema del día. Concluir con oraciones de los participantes o con un canto final.
En lo personal, estos pasos:
• Leer y releer, cada vez más, hasta conocer lo que está escrito; • Repetir en la mente o vocal, lo que fue leído y comprendido y rumiarlo hasta que, desde la cabeza y la boca, pase al corazón y entre en el ritmo de la propia vida; • Responder a Dios en la oración y pedir que nos ayude a practicar lo que su Palabra nos pide; • El resultado es una nueva luz en los ojos que permite saborear la Palabra y mirar el mundo de manera distinta. Con esa luz en los ojos, se comienza, nuevamente, a leer, a repetir, a responder a Dios, y así sucesivamente..