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ÉTICA A NICÓMACO

ARISTÓTELES
(fragmento sobre la magnanimidad)

Traducción de Marı́a Araujo y Julián Marı́as.


CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES, Madrid 1985.

[...]Suele creerse que los dones de la fortuna contribuyen también a la magna-


nimidad. Ası́ los de noble cuna se juzgan dignos de honor, también los poderosos
o ricos, pues están en una posición más elevada y todo lo que sobresale por algún
bien es objeto de mayor honor. Por eso también tales bienes hacen a los hombres
más magnánimos, porque algunos los honran por ellos; pero en verdad sólo el
bueno es digno de honor, si bien se estima como más digno aquel a quien perte-
necen ambas cosas. Los que sin tener virtud poseen tales bienes, ni se juzgan a
sı́ mismos dignos de grandes cosas con justicia, ni reciben con razón el nombre
de magnánimos. También los que poseen tales bienes se vuelven altaneros e in-
solentes, porque sin virtud no es fácil llevar con decoro la buena fortuna, y como
no pueden sobrellevarla y se creen superiores a los demás, los desprecian y hacen
todo lo que se les antoja. En efecto, imitan al magnánimo sin ser semejantes a
él, pero lo imitan en lo que pueden: lo que es conforme a su virtud no lo hacen,
pero desprecian a los demás. El magnánimo desprecia con justicia (ya que su
opinión es verdadera), pero el vulgo caprichosamente.
No se expone al peligro por bagatelas ni ama el peligro, porque estima pocas
cosas, pero afronta grandes peligros, y cuando lo hace no regatea su vida, por-
que piensa que no es digna de vivirse de cualquier manera. Y es tal, que hace
beneficios, pero se avergüenza de recibirlos; porque lo primero es propio de un
superior, lo segundo de un inferior. Y responde a los beneficios con más, porque
de esta manera el que empezó contraerá además una deuda con él y saldrá fa-
vorecido. También parecen recordar el bien que hacen, pero no el que reciben
(porque el que recibe un bien es inferior al que lo hace, y el magnánimo quiere
ser superior), y oı́r hablar del primero con agrado y del último con desagrado.
Por eso Tetis no menciona a Zeus los favores que ella le ha hecho1 , ni los laconios
al dirigirse a los atenienses, sino los que han recibido.
Es también propio del magnánimo no necesitar nada o apenas, pero estar
muy dispuesto a prestar servicios, y ser altivo con los que están en posición
elevada y con los afortunados, pero mesurado con los de nivel medio, porque
la superioridad sobre los primeros es difı́cil y respetable, pero sobre los últimos
es fácil, y el adoptar con aquéllos un aire grave no indica mala crianza, pero
serı́a grosero hacerlo entre os humildes, lo mismo que usar la fuerza contra los
débiles. Y no ir en busca de las cosas que se estiman o a donde otros ocupan los
primeros puestos; y permanecer inactivo y remiso a no ser allı́ donde se ofrezca
un honor o empresa grande, y ser hombre de pocos hechos, pero grandes y de
renombre. Tiene que ser también hombre de antipatı́as y simpatı́as manifiestas
(porque el ocultarlas es propio del miedoso e implica mayor despreocupación por
1 Cf. Iliada, I, 394 ss., 503.

1
la verdad que por la opinión) y hablar y actuar con franqueza (tiene, en efecto,
libertad de palabra porque es desdeñoso, y veraz salvo por ironı́a: es irónico con
el vulgo): no puede vivir orientando su vida hacia otro, a no ser hacia un amigo;
porque esto es de esclavos, y por eso todos los aduladores a son serviles y los de
baja condición son aduladores. Tampoco es propenso a la admiración, porque
nada es grande para él. Ni rencoroso, pues no es propio del magnánimo guardar
las cosas en la memoria, especialmente malas, sino más bien pasarlas por alto.
Tampoco es murmurador, pues no hablará ni de sı́ mismo ni de otro; pues le
tiene sin cuidado que lo alaben o que critiquen a los demás; por otra parte no es
propenso a tributar alabanzas, y, por lo mismo, no habla tampoco mal ni aun
de sus enemigos, a no ser para injuriarlos. Tratándose de las cosas necesarias
y pequeñas es el menos propenso a lamentarse y a pedir, pues es propio de
un hombre serio tener esta actitud respecto de esas cosas. Y es hombre que
preferirá poseer cosas hermosas e improductivas mejor que productivas y útiles,
porque las primeras se bastan más a sı́ mismas. Los movimientos sosegados
parecen propios del magnánimo, y una voz grave y un modo de hablar reposado;
no es, en efecto, apresurado el que se afana por pocas cosas, ni vehemente aquel
a quien nada parece grande, y éstas son las causas de la voz aguda y de la
rapidez.
Tal es, pues, el magnánimo. El que peca por defecto es pusilánime, y el que
peca por exceso, vanidoso. Ahora bien, tampoco a éstos se los considera malos,
pues no hacen mal a nadie, sino equivocados. Efectivamente, el pusilánime,
siendo digno de cosas buenas, se priva a sı́ mismo de lo que merece, y parece
tener algún vicio por el hecho de que no se cree a sı́ mismo digno de esos bienes
y no se conoce a sı́ mismo; pues desearı́a aquello de que es digno, ya que es
bueno. Estos no parecen ciertamente necios, sino más bien retraı́dos. Pero tal
opinión parece además hacerlos peores: todos los hombres, en efecto, aspiran
a lo que es conforme a sus merecimientos, y ellos se apartan incluso de las
acciones y ocupaciones nobles por creerse indignos de ellas, e igualmente de
los bienes exteriores. Por otra parte, los vanidosos son necios y no se conocen
a sı́ mismos, y esto es manifiesto; en efecto, sin ser dignos de ello acometen
empresas honrosas y después hacen mal papel. Se adornan con ropas, aderezos
y cosas tales y quieren que los éxitos que la suerte les depara sean conocidos de
todos, y hablan de ellos para ser por ellos honrados. Pero la pusilanimidad es
más contraria a la magnanimidad que la vanidad, pues es a la vez más frecuente
y peor.
La magnanimidad, pues, tiene por objeto los grandes honores, como se ha
dicho.

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