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U N IVE R S I DAD D E

SAN MARTÌN DE PORRES

FACULTAD DE MEDICINA HUMANA

Curso:
Ética y Deontología Humana

Temas:
• Caso Tuskegee
• Unidad 731

Docente:
• Dr. Alfredo Benavides

Integrantes:
• Rosalia Vílchez Ruidías

Grupo:
07A

CHICLAYO-PERÙ
2008
CASO TUSKEGEE Y UNIDAD 731

CASO TUSKEGEE......................................................................................................................................3
HISTORIA......................................................................................................................................................3
CASO...........................................................................................................................................................8
LA TERRIBLE UNIDAD 731 JAPONESA.............................................................................................10
EXPERIMENTOS REALIZADOS POR LA UNIDAD 731.............................................................................................15
CONCLUSIONES......................................................................................................................................19
FUENTES DE INFORMACIÒN..............................................................................................................21
FUENTES HEMEROGRÁFICAS..........................................................................................................................21
FUENTES ELECTRÓNICAS...............................................................................................................................21

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CASO TUSKEGEE

Historia

En 1932 el PHS (Servicio Público de Salud) de los Estados Unidos decide


llevar a cabo un estudio sobre la evolución de la sífilis en la población negra de
Tuskegee, en el Condado de Macon (Alabama). Financiado con fondos
federales se planteó como un estudio de casos y controles. Para ello fueron
seleccionados unos cuatrocientos varones negros sifilíticos (de ahí lo de
“claramente racista”), y otro grupo similar de doscientos no sifilíticos pobres y
casi analfabetos sirvió de control. Su objetivo era comparar la salud y
longevidad de la población sifilítica no tratada con el grupo control.

La gran vergüenza: planificación de la


continuidad del estudio para ver la
evolución de la sífilis sin tratamiento en
la población negra

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A los sujetos seleccionados para el
estudio se les ofrecieron algunas
ventajas materiales, incluso sanitarias,
pero que en ningún caso incluían el
tratamiento de la sífilis. También se les
ofreció una comida caliente por día y
cincuenta dólares en caso de muerte
para solventar los gastos de su funeral.

Ante un entierro: los negros eran


inhumados envueltos en un saco y la
primera indemnización que recibían los
pacientes tenía como fin poder
costearse un ataúd. Para muchos esta
era la mayor cantidad de dinero que
habían recibido en su vida.

Además no se les informó de la naturaleza de su enfermedad y sólo se les dijo


que tenían mala sangre (Bad Blood). Para explicar cómo se llegó a esta
situación, el médico blanco que dirigía el ensayo utilizaba una terminología
científica totalmente incomprensible para los sujetos.

El grupo de estudio fue formado


como parte de la sección para
enfermedades venéreas del
servicio de salud publica de los
Estados Unidos (PHS). El inicio del
estudio Tuskegee se le atribuye
comúnmente a Taliaferro Clark. Su
propósito inicial era seguir el
proceso natural de la sífilis sin tratamiento alguno, en un grupo de hombres
afroamericanos, por 6 a 8 meses, para después continuar el seguimiento en

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una fase bajo tratamiento. Mas tarde, Clark accedió a la implementación de
prácticas engañosas sugeridas por otros miembros del estudio. Clark se retiró
del estudio un año después de haber comenzado.

En 1932 Raymond H. Vonderlehr era el director del experimento de Tuskegee.


Personalmente realizó varios de los primeros exámenes físicos y
procedimientos médicos. Vonderlehr desarrolló las políticas que moldearon la
siguiente fase del proyecto. Fue él quien decidió obtener el “consentimiento” de
los sujetos para la realización de punciones lumbares, en busca de signos de
neurosífilis, promocionando las pruebas diagnósticas como un “tratamiento
gratuito especial”. Vonderlehr se retiro como director de la Sección de
Enfermedades Venéreas en 1943.

Jean R. Heller fue asistente de


Vonderlehr y lo sustituyó como
Director de la Sección de
Enfermedades Venéreas del
PHS. La dirección del
experimento por Heller coincidió
con la introducción de la
penicilina en otras clínicas de la
PHS como tratamiento de rutina
para la sífilis, así como con la formulación del Código de Nuremberg, con el
cual se buscaba proteger los derechos de los sujetos de investigación. El
estudio fue expuesto a la opinión pública en 1972; Heller defendió los principios
éticos del experimento hasta el final.

En los años treinta la comunidad científica tenía cierta confianza en el


tratamiento de la sífilis si bien no se disponía de una terapia específica
verdaderamente eficaz. Sin embargo, ya en 1936 se comprobó que las
complicaciones eran mucho más frecuentes en los infectados que en el grupo

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control, y diez años después resultó claro que el número de muertes era dos
veces superior en los sifilíticos.

Ya en 1947 la penicilina se había convertido en el tratamiento estándar para la


sífilis. Antes de su descubrimiento, la sífilis frecuentemente conducía al
desarrollo de una enfermedad multisistémica, crónica, dolorosa y fatal. En lugar
de tratar a los sujetos sifilíticos con penicilina y cancelar el estudio, los
científicos de Tuskegee se negaron a usar penicilina o a proporcionar
información sobre la misma, con el objetivo de continuar el estudio acerca de
cómo la enfermedad progresa y mata al paciente. Incluso se elaboró una lista
con los nombres de los sujetos sifilíticos para evitar que les sea administrada
(penicilina) por personal sanitario ajeno al ensayo. Los participantes también
fueron persuadidos de entrar a otros programas de tratamiento que estaban
disponibles para otras personas en el área.

Los que recibieron tratamiento antes de 1972 fue


por médicos que no estaban relacionados con el
estudio. La investigación continuó sin cambios
sustanciales y se publicaron trece artículos en
revistas médicas hasta que, el 27 de Julio de
1972 apareció un artículo en el periódico
Washington Star condenando este caso. El
artículo fue escrito por Jean Heller en respuesta
a una carta enviada por Peter Buxtun. La noticia
salió en la primera página del New York Times al día siguiente, momento en el
que comenzó el escándalo y cesó el experimento. La justificación que dieron
los investigadores fue que no hacían más que observar el curso natural de la
enfermedad.

Para el final del estudio, sólo setenta y cuatro de los sujetos de


experimentación continuaban con vida. Veintiocho de los hombres habían
muerto directamente a causa de la sífilis; cien murieron por complicaciones

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derivadas de ella; cuarenta esposas de los sujetos de experimentación fueron
infectadas; diecinueve niños nacieron aquejados de sífilis congénita. Los
supervivientes recibieron tratamiento y una indemnización del gobierno que
también percibieron los familiares de los fallecidos. Ninguno de los
investigadores fue sancionado.

El estudio Tuskegee es
frecuentemente citado como uno
de los más grandes
incumplimientos de ética y
confianza entre el médico y sus
pacientes. Además de que condujo
a la elaboración del reporte
Belmont y al establecimiento del Consejo Nacional para la Investigación
Humana y los consejos Institucionales de Revisión de Protocolos de
Investigación.

El 16 de mayo de 1997 el entonces presidente de los Estados Unidos, Bill


Clinton, pedía disculpas a los ocho sobrevivientes del Experimento Tuskegee:
“El gobierno de los Estados Unidos hizo algo incorrecto –profunda y
moralmente incorrecto. Fue una atrocidad hacia nuestro compromiso con la
integridad y la igualdad para todos nuestros ciudadanos… claramente racista.”

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Caso

Una enfermera que colaboró en el estudio, hizo su declaración ante la comisión


del Senado que investigó el caso.

La señorita Evers, enfermera de raza negra, intentó justificar el estudio por las
ventajas que aportó a la población negra de Tuskegee: por primera vez el
gobierno estadounidense se preocupaba por los negros y ofrecía asistencia
médica gratuita. Para ella lo más importante era que se percibiera esta
preocupación por la gente de color.

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Ella mostró una conducta
ambivalente. Por un lado percibió
las ventajas, ante todo sociales
frente a la cuestión racial y, en su
afán porque prosiga el
experimento, llegó incluso a
trastocar el concepto de secreto
profesional que, lógicamente,
debería referirse a la
preservación de la intimidad de los pacientes y, en cambio, consideró un deber
moral guardar secreto sobre el engaño a que están sometidos.

Pero por otro lado se dio cuenta del perjuicio que suponía no recibir el
tratamiento y abogó porque se les administre el antibiótico, planteándose
abandonar el programa por problemas de conciencia. Finalmente acabó
robando penicilina con objeto de aplicársela a uno de los sujetos. Es curioso los
esfuerzos que hizo para informarle de la posibilidad de reacciones adversas y
su preocupación porque sea el propio paciente quien tome la decisión de recibir
el tratamiento, a pesar de encontrarse ya en una fase de la enfermedad que
afectaba su capacidad de entendimiento.

Asombrosamente, en su declaración, Evers acabó justificando el experimento


Tuskegee porque perseguía un “bien más amplio”, aunque resaltando que
nunca se habría realizado en una población blanca. Ella también creía haber
vivido un momento histórico y consideraba que los perjuicios ocasionados a los
pacientes podían justificarse por los beneficios obtenidos para la comunidad
negra en general.

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LA TERRIBLE UNIDAD 731 JAPONESA

Al terminar la Primera Guerra Mundial en 1918 los médicos de ejército japonés


comenzaron a estudiar los productos químicos y biológicos usados durante los
combates en Europa. El Comandante Terunobu Hasebe fue asignado para
controlar los resultados obtenidos por un equipo de 40 científicos dirigidos por
el doctor Ito. Pronto las observaciones del grupo de expertos demostraron que
se trataban de armas capaces de producir devastaciones masivas en los
ejércitos enemigos, pero para el orgulloso ejército japonés aquello resultó
demasiado deshonorable. Sin embargo, esta actitud cambiaría tras el viaje de
un, entonces, desconocido médico a occidente.

Ishii Shiro se graduó en la Universidad de Kyoto en


1920, e inmediatamente entró en el ejército. En 1924,
volvió a la Universidad de Kyoto para cursar estudios
especializados, casándose con la hija de Torasaburo
Akira presidente de la universidad, doctorándose en
1927. Un año después fue enviado a Europa con el
cargo de agregado militar, viajando durante dos años en
diversas ocasiones a América, familiarizándose con las investigaciones
biológicas de los países Occidentales. A su regreso a Japón se consagró a

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promover, investigación y fabricar armas biológicas. Su teoría se basaba en
que la guerra moderna sólo podría ser ganada con el uso de la ciencia y su
capacidad para producir armas de destrucción masiva.

Un hecho fortuito ayudó a implantar las teorías de Ishii. Tras su regreso de


Europa, un tipo de meningitis hizo erupción en Shikoku. Ishii diseñó un filtro de
agua especial que ayudó a parar la expansión de la enfermedad. Su capacidad
como bacteriólogo comenzó a ser famosa, sobre todo en el ejército, donde
presentó la epidemia como una muestra del resultado que podían dar sus
armas científicas.

Las armas biológicas industriales resultaban ideales para su país cuyos


recursos naturales eran muy pobres. En plena carrera armamentística, poco
importó su falta de moralidad, Ishii encontró partidarios poderosos de sus ideas
en el ejército: el Coronel Tetsuzan Nagata, jefe de asuntos militares; el Coronel
Yoriniichi Suzuki, jefe de lST, la sección táctica del Estado Mayor del Ejército
Imperial; el Coronel Ryuiji Kajitsuka jefe de buró médico del ejército; y el
Coronel Chikahiko Koizumi, cirujano jefe del Ejército. El apoyo definitivo vino
de la mano del Ministro del Ejército Sadao Araki líder de la facción
fundamentalista del ejército "proceder imperial".

El 18 de septiembre de 1931, Japón ocupó el todo del nordeste de China. Ishii


y su unidad para investigación bacteriológica se estableció al norte de
Manchuria, en donde el ejército de Kuantung podía mantener un suministro
ilimitado de prisioneros chinos para realizar toda clase de experimentos
humanos.

Al final de agosto, 1932, Ishii llevó un grupo de 10 científicos de la Universidad


Médica del Ejército hacer una gira de Manchuria y regresó con la decisión para
asentar definitivamente su centro de investigaciones en un lugar cerca del rió
Peiyin a 20 kilómetros sur de Harbin. El centro se inauguró a finales de 1932

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bajo el nombre de Unidad de Kamo o Unidad de Togo. Ishii fue promovido a
coronel y recibió un presupuesto de 200.000 yens.

En 1936 se establecieron definitivamente dos


unidades por orden de Emperador Hirohito: una
era la unidad de Ishii bajo el nombre de
"Prevención Epidémica y Sección de purificación de Agua del Ejército de
Kuantung" (el nombre no se cambió a Unidad 731 hasta las 1941), que fue
trasladada a una nueva base en Pingfan a 20 kilómetros al sudoeste de Harbin.
La segunda fue la Unidad de Yujiro Wakamatsu (después cambió a Unidad
100) estableciéndose en Mengchiatun, cerca de Changchun, con el nombre de
“Sección de Prevención de la Enfermedad Veterinaria del Ejército de
Kuantung”. En junio de 1938, la Unidad 731 tuvo lista su base de Pingfang que
ocupaba una área de 32 kilómetros cuadrados ocupada por 3.000 personas
entre científicos y técnicos.

En la campaña del 13 de agosto de 1937, y ante la atenta mirada de las


armadas occidentales, el ejército japonés usó gas venenoso contra las tropas
chinas. Antes de entrar en guerra contra los aliados Japón usó por lo menos en
cinco ocasiones productos de guerra bacteriológica en China, intentando
producir epidemias y plagas: el 4 de octubre de 1940 un avión japonés dejó
caer bacterias en Chuhsien, provincia de Chechiang, causando la muerte de
21 personas; el 29 del mismo mes otro avión japonés lanzó bacterias sobre
Ningpo, igualmente en Chechiang, matando a 99 personas; el 28 de noviembre
del mismo año, los aliados se enteraron de que aviones japoneses habían
dejado caer gérmenes en Chinhua pero no produjeron víctimas; en enero 1941
Japón extendió gérmenes en Suiyuan y Shansi causando erupciones
epidémicas de cierta consideración.

Estados Unidos, ante estos resultados no tomó el programa biológico japonés


en serio, posiblemente porque Japón estaba muy lejos y no podría lanzar un
ataque masivo contra el continente americano. Los informes de la época,

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sorpresivamente, también afirman que los militares estadounidenses creían
que los japoneses serían incapaces de desarrollar sofisticadas armas
biológicas sin la ayuda de “hombres blancos”. En agosto 1942, el periódico
médico Rocky Mountain publicó un largo artículo con el título "Pruebas de
guerra de gérmenes japonesas contra chinos” asombrando a los desprevenidos
americanos.

Entre el gran número de prisioneros japoneses capturados en el Pacífico Sur


se habían localizados a médicos especializados en la guerra de destrucción
masiva. Se averiguó que Japón sólo les había dejado saber lo que les convenía
antes de entrar en guerra. Su programa se encontraba mucho más avanzado
de lo que jamás habían sospechado. Los americanos se enteraron entonces
que Tokio era el centro para la experimentación biológica y por primera vez
surgió el nombre de Ishii Shiro como precursor de la guerra biológica japonesa
con su unidad camuflada como especialistas en prevención epidémica tras la
oficina principal de purificación de agua a Harbin. De pronto, el tamaño de
Unidad 731 y sus bombas de gérmenes y virus resultaron un peligro real.

La enorme distancia que separaba a Japón de Estados


Unidos parecía su protección más segura, pero los
japoneses habían ideado un sistema increíblemente
sencillo y barato de alcanzar el continente enemigo.
Varios sumergibles nipones ya habían lanzado globos con
cargas incendiarias sobre las costas de Estados Unidos y
Canadá. Los aliados los consideraban como un arma
ridícula que no obtenía ningún resultado, sólo producía
pequeños incendios. Aquellos incendios eran observados
desde los sumergibles anotándose el éxito o el fracaso de
alcanzar la costa, de tal modo que Ishii y sus hombres
pudieran calcular la cantidad de globos que se debían
lanzar con armas biológicas para que pese a los fallos su resultado fuera letal.
Los globos “Fugo” resultaron un peligro inesperado.

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Sólo una semana después de Japón se rindió, el coronel Sanders se
encontraba entre el primer grupo de americanos que aterrizó en Japón. Su
misión era localizar la máquina de guerra biológica japonesa y al propio Ishii lo
más pronto posible. En los siguientes tres meses, Sanders interrogó a muchos
miembros militares y científicos de Unidad 731, entre ellos a Yoshijiro Umezu,
Jefe del Personal del Ejército de Kuantung, al Comandante en Jefe del Ejército,
el diputado coronel Tomosa Masuda, al especialista Jun'ichi Kaneko, pero no el
propio Ishii que siempre se le escapaba de las manos.

En septiembre de 1945, Sanders descubrió que la Unidad 731 estaba envuelta


en horrorosos experimentos con humanos. Informado el general MacArthur de
las increíbles torturas y suplicios por los que habían pasado, no sólo los presos
chinos, sino los propios americanos contestó: "Necesitamos más evidencias.
Simplemente no podemos actuar sin más. Siga yendo. Haga más preguntas. Y
quédese callado sobre todo esto".

Sanders estuvo sólo diez semanas en Japón pues comenzó a sentirse


enfermo. Se trataba de una tuberculosis que tardó en curar dos años. La
segunda fase de investigación fue realizada por el teniente coronel Arvo T.
Thompson, un veterinario.

Cuando Coronel Thompson llegó a Japón, el Tribunal Militar Internacional para


el Este Lejano apenas había comenzado sus juicios sobre los criminales de
guerra japoneses. Por fin fue localizado Ishii Shiro. Intentando ocultarlo a los
soviéticos se le declaró muerto, se publicó la noticia en los periódicos y se
simuló un entierro en su pueblo natal. El interrogatorio de Ishii duró desde 17
de enero al 25 de febrero de 1946.

Ishii cambió sus conocimientos no sólo por su indulto y el de sus hombres;


también por que fuera borrado por completo su historial y pudiera llevar una
vida normal. Shiro Ishii tras su estancia en Estados Unidos volvió al Japón

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recibiendo los máximos honores. Murió en 1959 de un cáncer en la garganta
tras haber sido gobernador de Tokio, presidente de la Asociación Médica y del
Comité Olímpico del Japón en la posguerra.

Aquella protección a unos científicos que causaron el sufrimiento y el dolor sin


el menor remordimiento repelió a muchos de los americanos que intervinieron
en su protección y ocultamiento. El coronel Thompson terminó suicidándose y
el general McArthur se manifestó en contra de aquella actuación de su
gobierno y fue retirado de la misión por petición propia.

Experimentos con seres humanos


similares a los realizados por el
grupo de Ishii, se habían condenado
como crímenes de guerra por el
Tribunal Militar Internacional en el
juicio contra los criminales de guerra
nazis, comenzado en Nuremberg el
30 de septiembre de 1946. Sin
embargo, el gobierno de Estados Unidos perdonó a los científicos japoneses a
cambio de sus secretos en la guerra bacteriológica amparándose en la excusa
de que se aproximaba un posible enfrentamiento con la Unión Soviética.

Experimentos realizados por la unidad 731

• Disección de personas vivas para experimentos de laboratorio y en


ocasiones asesinados simplemente para documentar la muerte. El número
de personas utilizado para este fin iba de las 400 a las 600 cada año.

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Médico japonés examina las vísceras de un prisionero atado y
sin anestesiar.

• A partir de la segunda mitad de 1940, las tropas agresoras japonesas


empezaron el uso a gran escala de armas bacteriológicas, y
desencadenaron todo tipo de enfermedades infecciosas como el cólera, el
tifus, la pestilencia, ántrax, difteria y bacteria de la disentería.

• Congelaban a los prisioneros y los sometían a técnicas de deshidratación


severas y documentaban la agonía.

Los prisioneros chinos recibían el nombre de marutas


(madera para quemar). En esta imagen sus cuerpos
congelados esperan ser analizados.

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• Los exponían a bombas para aprender a curar a los heridos japoneses.
Bombardearon poblados y ciudades chinas con pulgas infectadas y dieron a
los niños golosinas con ántrax. Después entraban para comprobar los
daños a la población y se llevaban enfermos todavía vivos para abrirlos y
perfeccionar el arma.

• Contaminaron las fuentes de agua.

• Algunos de los experimentos llevados a cabo allí incluían inyectar a los


sujetos con bacterias causantes de la peste bubónica producidas en
moscas infectadas, para luego registrar la evolución de la enfermedad e
incluso disecarlos en estado consciente.

Prisioneros dejados a merced de las ratas para


comprobar su capacidad de contaminación

• Los japoneses no dejaron nada sin probar: hongos, fiebre amarilla,


tularemia, hepatitis, gangrena gaseosa, tétano, cólera, disentería, fiebre
escarlata, ántrax, muermo, encefalitis de las garrapatas, fiebre hemorrágica,
difteria, neumonía, meningitis cerebroespinal, enfermedades venéreas,
peste bubónica, tifus, tuberculosis y otras endémicas de China y Manchuria.
Realizaron pruebas con cianuro, arsénico, heroína, con veneno de

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serpientes y de pez erizo. En este programa murieron más de 10.000
personas.

Una mujer embarazada es descuartizada para analizar los


efectos de los productos en ella y el feto.

• Algunos murieron como consecuencia de las investigaciones. Otros fueron


ejecutados cuando quedaron tan débiles que no podían continuar en la
Unidad 731 y en otros tantos puntos se hicieron tests con insectos, y todo
tipo de gérmenes. Se probaba la resistencia humana al botulismo, ántrax,
brucelosis, cólera, disentería, fiebre hemorrágica, sífilis y también la
resistencia a los rayos X.

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Conclusiones

• Estos dos casos son un claro ejemplo de aberrantes abusos de sujetos


humanos. Es por eso que en 1974, el Congreso Estadounidense crea una
comisión para abordar el problema de la experimentación con sujetos
humanos, formada, no sólo por científicos, sino también por otros
profesionales: filósofos, juristas, teólogos, sociólogos, etc. Cuatro años más
tarde esta comisión da a conocer sus conclusiones en el llamado Informe
Belmont,

• Está claro que en los dos casos tratados se transgreden los Principios
Bioéticos.

o El de beneficencia, ya que no se buscó el mayor bien de los pacientes.

o El de autonomía, al no haber obtenido su consentimiento en base a una


información adecuada y llevando a cabo actuaciones bajo engaño.

o El de justicia, pues no hubo una selección equitativa de los sujetos y se


utilizó una población tan vulnerable como la de negros indigentes,
ofreciéndoles además ciertas ventajas como medio de coacción.

o El de no-maleficencia, el de más categoría moral desde la época


hipocrática, pues no administrar un tratamiento indicado es maleficente y
puede llegar a ser homicidio por omisión.

• Es evidente también que en los dos experimentos mencionados no se


tienen en cuenta los siguientes artículos de Nüremberg:

o art. 1º: “Es absolutamente esencial el consentimiento voluntario del


sujeto humano. Esto significa que la persona implicada debe tener

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capacidad legal para dar consentimiento, su situación debe ser tal que
pueda ser capaz de ejercer una elección libre, sin intervención de
cualquier elemento de fraude, engaño, coacción u otra forma de
costreñimiento o coerción; debe tener suficiente conocimiento y
comprensión de los elementos implicados que le capaciten para hacer
una decisión razonada y consciente. Este último elemento requiere que
antes de que el sujeto de experimentación acepte una decisión
afirmativa, debe conocer la naturaleza, duración y fines del experimento,
el método y los medios con los que será realizado; todos los
inconvenientes y riesgos que pueden ser esperados razonablemente y
los efectos sobre su salud y persona que pueden posiblemente
originarse de su participación en el experimento (…) “

o art. 9º: “Durante el curso del experimento el sujeto humano debe estar
en libertad de interrumpirlo si ha alcanzado un estado físico o mental en
que la continuación del experimento le parezca imposible”.

• En el experimento de Tuskegee se llega incluso a trastocar el concepto de


secreto profesional que, lógicamente, debería referirse a la preservación de
la intimidad de los pacientes y, en cambio, considera un deber moral
guardar secreto sobre el engaño a que están sometidos.

• El médico, antes que investigador, debe ser el protector de la vida y la salud


de su paciente, y el sujeto que participe en una investigación debe recibir el
mejor tratamiento disponible. Ninguna de estas normas éticas fue aplicada
en los casos estudiados.

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FUENTES DE INFORMACIÒN

Fuentes Hemerográficas

• Agustín del Cañizo Fernández- Roldán. “El experimento Tuskegee/ Miss


Evers’ Boys (1997). Estudio de la evolución de la sífilis en pacientes negros
no tratados”. Revista Med Cine 1 2005; 12- 16

Fuentes Electrónicas

• http://www.sau-net.org/comites/bioetica.htm

• www.usal.es/~revistamedicinacine/numero_1/version_espanol/esp_1/tuske_
esp.pdf

• http://www.revistacts.net/4/10/015/file

• http://laperiferiaeselcentro.blogspot.com/2007/07/el-experimento-
tuskegee.html

• sgm.casposidad.com/prensa/u731.htm

• www.editorialbitacora.com/armagedon/unidad/unidad.htm

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