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En 1988 una revista del corazón, Diez minutos, publicó una serie de reportajes
sobre el mundo de los enigmas. El responsable de aquella sección era un veterano y
no muy crítico periodista del misterio que hoy en día ya está retirado de estas lides. En
aquellas páginas contaba una historia en la cual dos testigos aseguraban haber vivido
una experiencia asombrosa al atravesar su coche en la sierra de Guadarrama. En una
curva vieron una chica hacer autostop. Decidieron recogerla. Vestía de blanco. Era
una mujer bella. Se sentó en el asiento trasero del vehiculo. Al llegar a una curva la
muchacha dijo al conductor que tuviera precaución. Era una curva peligrosa. El
muchacho que iba al volante hizo caso. Instantes después comprobó que la
autostopista había desapercibo. Con el tiempo averiguó que una joven de similares
características físicas había fallecido poco antes en aquella curva y a consecuencia de
un trágico accidente automovilístico. Es como si hubiera llegado desde el más allá
para advertir a los conductores.
Aunque en aquella ocasión se dio por cierta la historia podemos afirmar con
rotundidad que este relato es falso. Se trata de la más universal y conocida de todas
las leyendas urbanas. La chiva de la curva. Un relato que aquí hemos hecho alusión
en varias ocasiones pero hoy vamos a buscar el origen de esta fantasmal historia que,
dicho sea de paso, tiene varias versiones. Pero esas distintas versiones también nos
ayudarán a conocer su origen. Nos situamos en una localidad extremeña. Según la
leyenda allí tuvo una historia singular. La de un joven motorista que acudía a una
discoteca un sábado por la noche. Al llevar vio una muchacha vestía de blanco,
siempre de blanco, mojada por la intensa lluvia. El joven estremecido, decidió prestarle
su cazadora de motorista. Al rato se prestó a llevarla a su casa y así lo hizo. Pero el
chico decidió pedirle una cita a aquella joven. Ella aceptó. Además, le devolvería su
cazadora. Al día siguiente quedó en ir a buscarla allí mismo, a la puerta de su propia
casa. Lo hizo, lógicamente, pero cuando abrieron la puerta ocurrió lo impensable.
Abrió la madre. Hasta ahí todo normal. Pero la mujer se enojó con el joven. Creía que
estaba de broma. Era la madre de la chica y aseguró que su hija había muerto el año
anterior en un accidente de moto. Él se mostró incrédulo. Pensó que era una trampa.
Que le habían robado su cazadora. Pero a indicación de la madre fue al cementerio
donde estaba enterrada. Efectivamente ahí estaba la lapida con su nombre y una foto
de la joven. Era ella. Pero lo más sorprendente es que sobre su tumba reposaba su
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cazadora. La cazadora que había prestado a aquella chica calada hasta los pies que
se había encontrado la noche anterior.
Como decimos esta historia circuló por las localidades próximas a Chicago en
1939. Cincuenta años después la leyenda, muy similar, y con distintas versiones,
llegaría a España. Pero entre las dos fechas la narración sufrió modificaciones. En
1940, un año después, encontramos la primera en Nueva York. Nos habla de un
matrimonio que circulaba en coche. Los faros iluminaron la cuneta. Ahí había una
chica con una maleta. La recogieron. Tras media hora el conductor se dio cuenta que
la muchacha había desaparecido pero había dejado la maleta. Tenía escrita su
dirección. El matrimonio, lógicamente, se dirigió hacia allí. En la casa les abrió la
puerta una señora. Era la décima vez que alguien le traía una maleta idéntica. Todos
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los visitantes anteriores contaban lo mismo: una joven había subido en el coche y se
había dejado la maleta con la dirección. La señora les contó que esa chica era su hija
y que murió en un accidente de coche. Había salido de viaje con una maleta de ese
estilo. Nunca volvió.
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