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…pregunté al anciano profesor

alemán de historia y cultura


griega.

Se oyó la risa acostumbrada


y los alumnos se levantaron,
disponiéndose a marcharse.

Papaderos levantó la mano


para hacerlos callar a todos. El
aula quedó en silencio. Me miró
por largo rato, escudriñándome
con la mirada para ver si
hablaba en serio. Leyó en mis
ojos que efectivamente así era.
—Responderé a su pregunta —dijo al
fin.

Se llevó la mano a un bolsillo y


extrajo una billetera de cuero. De ésta,
sacó un espejo redondo muy pequeño,
como del tamaño de una moneda.
Luego, relató lo siguiente:

«Durante la guerra, cuando yo era


pequeño, mi familia era muy pobre.
Vivíamos en un pueblo muy alejado de
todo. En una ocasión, al pasar por un
camino, encontré los trozos de un
espejo roto. Una motocicleta alemana
se había destrozado en un accidente en
ese lugar.»
«Busqué, sin éxito, todos los
trozos para reunirlos y
pegarlos. Entonces, me quedé
sólo con el más grande. Este.
Lo froté contra una piedra para
darle forma redonda. Se
convirtió en mi juguete y me
quedé fascinado al ver que
podía reflejar la luz en lugares
adonde el sol jamás llegaría:
por ejemplo, en hoyos
profundos, grietas y armarios
oscuros. Inventé un juego:
introducir la luz en los lugares
más inaccesibles que
encontrara.»
«Fui creciendo, y me quedé con aquel espejito.
Lo sacaba en ratos de ocio y continuaba aquel
juego desafiante.
En la edad adulta llegué a la conclusión de que
aquello era algo más que un juego de niños: era
una ilustración de lo que podía hacer con mi vida.»
«Comprendí que no soy la luz ni la fuente de ella.
No obstante, la luz —es decir, la verdad, la
comprensión, el amor— está presente y solo
resplandecerá en muchos lugares oscuros si yo la
reflejo.»
«Soy el trozo de un espejo cuyo
diseño y forma desconozco.
Sin embargo, con lo que poseo,
puedo reflejar la luz en rincones
oscuros —es decir, en los puntos
más lóbregos del corazón de los
hombres— y obrar
transformaciones en algunas
personas.
Es posible que otros vean y
hagan lo mismo.»

«Eso es lo que soy.


Ese es el sentido de mi vida»
Seguidamente, sostuvo de nuevo
el pequeño espejo y con cuidado
atrapó unos luminosos rayos de
luz que provenían de la ventana,
reflejándolos en mi rostro y mis
manos, que descansaban
cruzadas sobre el escritorio.

Recuerdo muy poco de lo que


estudié de historia y cultura
griega aquel año. Pero en la
billetera de mi memoria todavía
guardo un pequeño espejo
redondo.
—Ted Cashion

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