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LAS SIETE PALABRAS

Lectura: Juan 13

En estas fechas y en muchos lugares del mundo se conmemora


el hecho más espectacular del mundo: la muerte de Jesucristo en la
cruz. Un hecho sangriento, cruel, lleno de odio y a la vez un hecho
de amor y perdón. Muchas ciudades escenifican los aconteci-
mientos que sucedieron hace casi 2000 años en tierras bíblicas. En
el día de hoy me gustaría que con nuestra mente fuéramos por un
momento atrás en el tiempo y que juntos pudiéramos ser especta-
dores de las últimas palabras de Cristo en la cruz. Para poder hacer
esto vamos a ir a los evangelios de Lucas, Juan y Mateo y extraer
de allí las palabras de Jesús.

1. Palabra de perdón

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lc. 23:34)

Estamos en un lugar terrible; todas las personas expectantes


delante la horrenda escena, tres personas clavadas en la cruz. Mu-
chas personas estaban allí reunidas con el único propósito de bur-
larse de Jesús. En esos días Jesús fue objeto de toda clase de veja-
ciones, burlas, insultos en una palabra, desprecio. La maldad hu-
mana llegó al extremo de crucificarle, distinción que solo lo hací-
an a los peores criminales. Allí estaba Jesús, el Hijo de Dios. Te-
nia poder suficiente para destruirlos a todos o para enviar ángeles
que le sirvieran. Podía con solo una palabra dar muerte a todos y
escapar con vida.

Jesús pronuncia unas palabras, no las que esperaban oír de per-


sonas en semejante situación de dolor y sufrimiento, sino palabras
de perdón, palabras de misericordia: “Padre, perdonalos, porque
no saben lo que hacen”. Él, intercediendo por sus verdugos, inter-
cediendo en el mismo momento, en el mismo lugar de dolor, cuan-
do todavía sentía todo el sufrimiento en su carne, dice “Padre per-
donalos”. No solo no hay odio en él sino que eleva una oración
para que Dios no les tenga en cuenta su pecado, porque son perso-
nas ciegas, personas que no llegan a comprender lo que están ha-
ciendo o lo que está pasando. Personas que están viviendo con los
ojos ciegos a la realidad de la maravillosa presencia de Dios entre
los hombres en la forma del Hijo de Dios, Jesús.

Muchas personas hoy viven sin conocer a Dios, viven a espal-


das de Dios, viven ciegos a las realidades maravillosas del mundo
espiritual. Sus mismos discípulos no llegaron a comprender como
un Mesías, el Esperado, el Prometido, moría en la cruz.

Jesús siempre en todo su ministerio aquí en la tierra se caracte-


rizó por el amor y la misericordia para con todos y en especial a la
gente maltratada, despreciada o enferma. Una vez más demuestra
su misericordia aún cuando la mayoría no pueda entenderlo.

Pero había alguien más cerca de Jesús en estos momentos, dos


malhechores, y esto nos lleva a la segunda palabra que pronunció
Jesús:

2. Palabra de esperanza.

Esta Jesús la pronunció a un malhechor que en algunas ocasio-


nes estamos tentados a llamarle “el buen ladrón” cuando debería-
mos llamarle “el ladrón arrepentido”. En este momento, en este lu-
gar, no había buen o mal ladrón, los dos eran dignos de castigo,
los dos habían hecho lo posible para merecer el castigo de morir
en la cruz, el peor de los castigos de la época. Pero si que nos en-
contramos con dos personajes muy diferentes.

Uno preocupado de sí mismo, preocupado en poder salir airoso


de la cruz, y, casi en tono de burla, habló a Jesús para que con su
poder, se librara Jesús y le librara también a él. No le importaba
nada Jesús, no le interesaba nada de Él, solo quería solucionar su
problema. Muchas personas solo se acuerdan de Dios cuando algo
malo pasa en su vida.

El otro personaje, se reconoce culpable por el hecho de estar


en la cruz. Había hecho méritos suficientes para sufrir el castigo.
Reconocía que merecía justamente la cruz. No intentaba excusar-
se. Hace pocos días, en un programa de televisión, analizaban la
vida de un preso muy singular, que cumplía condena de treinta
años apodado "el rata". Era autodidacta y tenia la habilidad de pa-
recer delante de la cámara como alguien bueno. Pero en ningún
momento se reconoció culpable el de su mal proceder; para él todo
era culpa de las circunstancias de la vida; la sociedad le había lle-
vado allí. No tuvo, según él, ninguna oportunidad de hacer otra
cosa. En ningún momento reconoció su culpa. En cambio este la-
drón reconoce su culpa, reconoce que Jesús esta condenado injus-
tamente. Posiblemente había oído, quizá vivido, en alguna ocasión
cerca de Jesús. Quizás la actividad frente a la cruz le hizo ver que
Jesús era inocente y estaba sufriendo injustamente. El ladrón ve en
él a alguien fuera de lo común y se atreve a hacerle una petición.
“Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”. Este ladrón confía
en Jesús, confía en que Jesús tiene poder para ganar a la muerte.
En una palabra tiene fe en Jesús, cree en él y en sus Palabras.

Jesús aprecia estas palabras de confianza y le asegura que, no


cuando venga, sino ahora, hoy estará con Él en el paraíso. Este la-
drón no tuvo oportunidad de hacer ninguna obra buena, no tuvo
oportunidad de bautizarse, tan solo manifestó creer en Jesús y eso
le valió para que Jesús le asegurara la salvación eterna en el paraí-
so.

Amigo oyente, tú al igual que el ladrón, puedes ir a Jesús con


fe y recibir el mismo beneficio que recibió el ladrón. No importa
tu condición, no importa lo que hayas hecho, Jesús dice: “El que a
mí viene, no lo hecho fuera”. Cree en Jesús y serás salvo, tendrás
vida eterna, tendrás el paraíso.

Pero Jesús aún pronunció más palabras, la siguiente la encon-


tramos en Juan 19:26-27.

3. La palabra de atención

Jesús se preocupó de que su madre, la persona que en esos mo-


mentos sufría más, estuviera bien atendida y cuidada. Aún en este
trance tan difícil, cuando su mente y su cuerpo están en agonía,
cuando como humano está soportando las cruentas torturas de la
cruz, tiene unas palabras para aquellas personas queridas que están
con él. ¿quién cuidaría de su madre? Las mejores manos serian
las del discípulo amado. Juan necesitaba de María y María necesi-
taba de Juan. Jesús une estas dos vidas para que se ayuden mutua-
mente. A María para que recupere, en lo posible, a su hijo. A Juan
para que tenga una madre.

Jesús enseña a cada cristiano a pensar en la tierra, en los debe-


res para con nuestros prójimos empezando con los que tenemos
más cerca. No hay que vivir vidas pensando tan sólo en el más
allá, pensando en la gloria y en la salvación de nuestras vidas. El
cristianismo es también tremendamente práctico. El cristianismo
no es sólo pensar en el cielo; es vivir en la tierra y demostrar,
como Cristo lo hizo, que servimos a nuestro Dios y esto se mate-
rializa en un servicio al prójimo. Tenemos deberes y oportunida-
des de hacer el bien. Hagámoslo.

Cada persona necesita de la ayuda, del estimulo, del compañe-


rismo, del amor de otras personas. No podemos vivir aislados y
decir que no necesitamos a nadie. Todos tenemos necesidad de
comprensión y de amor. Jesús también lo sabe y por eso deja al
cuidado de uno y de otro. Juan y Maria se acercaron a la cruz y en-
contraron a un hijo y a una madre. Al acercarnos a la cruz, mu-
chas veces tenemos que renunciar a muchas cosas, y quizá sean
muchas cosas agradables, pero allí encontraremos algo mucho más
valioso: la presencia constante de Jesús en nosotros. Él prometió
que estaría con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.

4. La siguiente palabra es de tristeza

La encontramos en Mateo 27:46. Es quizá la más misteriosa


de todas las palabras. Es una palabra triste, una palabra de deses-
pero. A lo largo de la historia, muchas personas han sufrido marti-
rio por causa de su fe. Muchas personas han sido martirizadas, es-
clavizadas, muertas, porque creían en forma sincera y verdadera
en Jesucristo. Pero a todas ellas, a pesar del sufrimiento, nunca les
faltó la confianza, la seguridad, la presencia de Dios en sus vidas.
En esta ocasión Jesús esta solo, abandonado de sus discípulos,
abandonado de las personas a quienes él ayudó, despreciado por
todos y ahora incluso dejado de la mano de Dios. ¿Cómo es posi-
ble que Dios se abandonara a sí mismo?

N lo que todos los teólogos y cristianos coinciden es que en


este momento, y de forma sobrenatural, Jesús tenia todas nuestras
rebeliones, todas nuestras maldades y Dios no podía, por su pure-
za, soportar toda esta maldad. De ahí esa sensación de abandono
de parte de Jesús. Dios no puede tolerar ni soportar el pecado de
nuestra vida por pequeño o grande que sea. Su pureza es tan per-
fecta, que cualquier mota de pecado, es descubierta inmediatamen-
te y es alejada, separada de la presencia de Dios. Es en este mo-
mento y en forma que no llegamos a entender ni comprender en
toda su magnitud, Dios está juzgando el pecado de toda la huma-
nidad, y lo hace en la persona de Jesús. El se hace pecado por
amor de nosotros, por eso exclama con angustia “Elí, elí, ¿lama
sabactani?”. Este fue el momento más horrible de la crucifixión y
el de mayor garantía para nosotros y nuestra vida. Dios en su
amor no escatimó ni a su propio hijo, sino que lo entregó para to-
dos nosotros (Rom. 8:32). ¿qué nos separará del amor de Dios?
Ni NADA ni NADIE.

5. La siguiente palabra es de necesidad

La encontramos en Juan 19:28 y es una muy corta: “tengo


sed”.

Evidentemente después del tiempo que pasó clavado en la


cruz, expuesto al cálido sol, después de la sangre que perdió y del
gran sufrimiento que soportó, tiene necesidad física, tiene sed.
Esto nos demuestra que en la cruz él fue un verdadero hombre,
sintió en su cuerpo todo el peso del sufrimiento horrendo de la
cruz. Una vez que se ha ocupado de los presentes, de la necesidad
y petición del ladrón en la cruz, del cuidado y atención para sus
seres queridos, después de sentir todo el peso del pecado de la hu-
manidad, ahora siente una necesidad personal: “tengo sed”.

La última profecía se cumple, el último enemigo en vida queda


vencido, ahora todo depende de las personas, el plan de Dios esta
realizado, esto nos acerca a la sexta palabra que encontramos en
Juan 19:30: “consumado es”.

6. Palabra de garantía

Jesús había cumplido con éxito el encargo. Jesús había reali-


zado la labor que se le encomendó y con satisfacción puede decir
“la he acabado”, ya esta hecho, se ha realizado.

Dios en su soberanía, en su majestad y poder, decide humanar-


se, limitarse a un cuerpo humano, nacer, vivir entre los hombres,
ser uno de ellos, demostrando como debemos vivir nosotros y fi-
nalmente acude a la cruz para llevar, perdonar, limpiar todos nues-
tros pecados y así limpios poder presentarnos ante la presencia de
Dios.
Esta obra fue difícil, dolorosa, pero ahora ya esta acabada.
Ahora cualquier persona, en cualquier lugar y de cualquier condi-
ción puede acercarse a la cruz, depositar su fe en Cristo y poder
disfrutar de una nueva relación con Dios que había sido rota por
culpa del pecado. Nuevamente podemos relacionarnos con nuestro
Creador, con nuestro Dios. Estas palabras encierran una seguridad
y una esperanza maravillosa. El hombre ahora puede acercarse a
Dios, el precio por nuestras rebeliones está pagado, la factura está
pagada. Hemos sido comprados por la sangre de Cristo. ¡Gloria a
Dios!

Entramos en la última palabra de Cristo que encontramos en


Lucas 23:46.

7. Palabra de confianza

Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.

Una vez realizada toda la obra, una vez efectuado todo el plan
y el propósito de Dios, descansa tranquilo y confiado en su Padre.
La muerte ya no produce pánico. El enemigo último ha sido venci-
do. Ahora la muerte ya no es horrenda, tenebrosa, oscura. La
muerte solo es un paso que hay que dar para entrar en relación con
nuestro Padre Dios. Con qué confianza Jesús muere. No es la an-
gustia del que no sabe a dónde va, sino la tranquilidad del que
sabe que en el otro lado le espera su Padre.

En Juan 14:1-3, Jesús nos dice que va a preparar un lugar para


nosotros, va a preparar un lugar para ti y para mí. La muerte sig-
nifica para el creyente un mayor beneficio. En la vida terrena nos
movemos por fe, caminamos sin poder ver la realidad espiritual en
forma visible pero después podremos contemplarlo cara a cara, vi-
viremos, en la misma presencia de Dios. Qué maravilla para los
creyentes. Nos unimos al apóstol Pablo cuando dirigiéndose a los
filipenses les dice la ganancia que representa la muerte: Porque
para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia (Fil 1:21).

CONCLUSIÓN

Jesús pidió perdón para todos y esto te incluye a ti y a mí, pro-


metió vida eterna al ladrón, al igual que te lo promete a ti y a mí.
Jesús proveyó de cuidado a Maria y a Juan como también provee
para ti y para mí. Él sufrió por ti la carga de tus pecados hasta el
extremo de sentirse abandonado de Dios y soportar una abrasadora
sed. Antes de entregar su Espíritu al Padre pudo exclamar con una
divina firmeza que la obra de la salvación, es decir la obra de tu
salvación y la mía, estaba consumada.

Tenemos entonces seguridad de nuestra salvación porque no


descansa en nosotros sino en Cristo. Pero a la vez tenemos la res-
ponsabilidad como hijos suyos de que este mensaje de salvación
llegue a todo el mundo. Unámonos a la iglesia de los salvados por
Aquél que nos dio la vida por medio de su muerte en la cruz.

Amén.

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