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STINE
CHICAS PELIGROSAS, 01
UNAS CHICAS
PELIGROSAS
Roben O. Warren,
que siempre hace las preguntas adecuadas,
incluso aunque yo no siempre tenga las respuestas
adecuadas.
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ÍNDICE
PRIMERA PARTE......................................................................................5
1. El día más peligroso.........................................................................6
2. Un paseo romántico........................................................................11
3. No te dolerá por mucho tiempo...................................................14
4. ¿Qué quiere de mí?.........................................................................17
5. Te seguiré hasta casa......................................................................20
SEGUNDA PARTE..................................................................................22
6. ¿Ha hecho alguna de las suyas este verano?...............................23
7. No pude parar de gritar.................................................................27
8. No podrás escapar de mí...............................................................34
9. Una sed tan poderosa.....................................................................35
TERCERA PARTE....................................................................................40
10. Volveremos a la normalidad.......................................................41
11. Las escalofriantes noticias de Ari...............................................44
12. No tiene cura.................................................................................49
13. Necesito alimentarme...................................................................53
14. Un aperitivo en la piscina............................................................55
15. ¿Qué sabe el entrenador Bauer?.................................................58
16. ¿Hay alguien en casa?..................................................................62
17. Él nunca me dejará morir............................................................65
18. ¿Quién es el Restaurador?...........................................................68
19. Ari fracasa......................................................................................71
20. Asesinada.......................................................................................76
21. El nuevo vecino de Destiny.........................................................79
22. Bree nunca te cayó bien................................................................83
23. Una muerte en la familia.............................................................85
24. ¡Los cazadores están aquí!...........................................................90
25. A ver si me atrapáis......................................................................95
26. ¿Es Ari un cazador?......................................................................99
CUARTA PARTE...................................................................................103
27. Lorenzo y Laura..........................................................................104
28. Laura, de nuevo..........................................................................109
29. El beso del vampiro....................................................................112
30. Destiny encuentra al Restaurador............................................116
31. Livvy contra Courtney...............................................................120
32. Le han chupado toda la sangre.................................................124
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33. Una lección de naturaleza muy valiosa...................................127
34. Papá da una sorpresa.................................................................130
35. ¿Ross es peligroso?.....................................................................133
36. Renz hace una promesa.............................................................136
37. Recuerdos del campamento de verano....................................138
38. Renz bebe con avidez.................................................................141
39. Destiny mantiene su cita con Renz..........................................144
40. Por fin...........................................................................................147
41. Supongo que debería haberte contado la verdad..................149
42. Desaparecidos.............................................................................152
Epílogo...............................................................................................154
RESEÑA BIBLIOGRÁFICA..................................................................155
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PRIMERA PARTE
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—El verano no puede haberse acabado ya. ¿En serio tengo que marcharme del
campamento Blue Moon?
Eso era lo que Destiny Weller pensaba el día en que empezó a convertirse en
vampiro.
Observó cómo el autobús amarillo se alejaba, llevándose a los últimos
campistas. El autobús dio un bote sobre la estrecha carretera polvorienta, luego giró
y desapareció entre los árboles.
—¡Eh, somos libres! —alguien gritó—. Los cachorros se han ido.
—¡Hay que celebrarlo!
—¿Quién conduce? ¿Traemos un barrilete de cerveza o un pack de seis?
El sol anaranjado de la tarde iba ocultándose tras los árboles. El aire le provocó
un escalofrío repentino, señal de que el verano casi había llegado a su fin.
Destiny se volvió en busca de su hermana Livvy. Los monitores se reunían en
torno a una colina cubierta de hierba que daba a la carretera, riendo y bromeando,
abrazándose unos a otros, celebrando el final del campamento.
Vio a Livvy con otras chicas apiñadas alrededor de Renz, que flirteaba con ellas,
abrazándolas una tras otra. Todas estaban locas por él. ¿Cómo no?
Era tan guapo: alto, bronceado, con aquel pelo negro y ondulado, aquellos ojos
oscuros y seductores, perversos, y una sonrisa irresistible. Tan encantador, tan
divertido, tan… mayor.
No como los otros chicos del campamento, pensó Destiny. No como los otros
monitores mayores y los de su edad, cuya idea de pasarlo bien consistía en darse un
chapuzón desnudos en el lago cuando las luces se apagaban, o meter serpientes en la
cama de los demás.
Renz era demasiado sofisticado para eso.
En realidad Destiny no sabía mucho de él. Sabía que su nombre real era
Lorenzo Angelini, y que tenía cierto acento italiano que lo hacía todavía más sexy.
Había sido contratado como monitor encargado del muelle. Pero cuando el tío Bob, el
propietario del campamento Blue Moon, enfermó de repente, justo antes de que
llegaran los niños, Renz se convirtió en el monitor jefe.
—Te he pillado, lo estabas mirando —Nakeisha Johnson se había acercado a
Destiny por la espalda y la había agarrado de los hombros, sorprendiéndola.
Destiny se rió.
—Le queda bien el equipo de tenis, ¿verdad?
—El verano es demasiado corto —se quejó Nakeisha—. ¿Qué tal si lo sigo hasta
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Livvy, cigarro en mano, dándose un morreo con Cory Field, uno de sus múltiples
admiradores. Él, rodeándole los hombros con un brazo, empezó a llevársela hacia los
árboles que bordeaban el lago—. ¡Livvy! ¡Espera! —vociferó, y Livvy se acercó
corriendo—. ¡Eh, Liv! ¡Para!
Su hermana se volvió y dio una larga calada al cigarrillo. Cory mantuvo el
brazo en sus hombros.
—Vaya, Dee. ¿Qué pasa? —preguntó Livvy.
—¿Qué tal? —dijo Cory—. Qué tranquilo está esto sin los críos, ¿no?
Destiny asintió.
—Liv, aún no has empezado a hacer las maletas.
—Sí. Ya lo sé.
Destiny observó a su hermana. Livvy hacía todo lo posible para diferenciarse de
su gemela. Destiny llevaba el pelo corto, así que Livvy se lo dejaba largo y suelto, por
encima de los hombros. Destiny casi nunca se maquillaba, sólo un poco de colorete y
brillo de labios muy de vez en cuando. Livvy prefería los pintalabios de color
púrpura o rojo oscuro y, ese verano, había llenado su maleta más grande con sombras
de ojos.
Livvy tenía un piercing en la nariz y solía llevar tres pendientes distintos en
cada oreja. Quería tatuarse una mariposa en el hombro, pero se echó atrás al
imaginar lo pesado que se pondría su padre.
Destiny nunca lo admitiría ante nadie, pero admiraba a su hermana por tener
tanto estilo.
Livvy siempre intentaba maquillarla. Una noche, el año anterior, cuando
todavía eran unas crías, Destiny por fin le dio vía libre: pintalabios, rimel, incluso
mechas en el pelo.
Cuando hubo acabado, Livvy comenzó a sonreír.
—No me convence —dijo, tapándose la boca con la mano—. No me convence.
Giró el espejo hacia Destiny y las dos se echaron a reír. Cayeron al suelo, sobre
el espejo de maquillaje de Livvy, riendo hasta que las lágrimas empezaron a rodar
por sus mejillas.
Destiny solía pensar en esa noche. Fue sólo unas semanas antes de que su
madre muriera, unas semanas antes de que la tragedia volviera sus vidas del revés. Y
aquella noche se sintió muy cerca de su hermana, una noche en que la proximidad se
impuso sobre sus múltiples diferencias.
Livvy tiró el cigarrillo y lo pisó con la suela de la sandalia.
—¿Tú ya las has hecho? —preguntó.
Destiny asintió.
—Bueno, sí. Papá y Mikey estarán aquí mañana en cuanto amanezca. Deberías
haber empezado a recoger, lo tienes todo tirado por la cabaña.
Livvy sonrió.
—Tienes razón. Soy una vaga. —Livvy y Cory intercambiaron una mirada de
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complicidad.
—Si quieres, te ayudo —se ofreció Destiny.
—Gracias. Ya lo haré después. Vamos a reunimos en el lago. ¿No te lo han
dicho? Todos los monitores, los grandes y los peques. Estaremos despiertos toda la
noche hasta acabar hechos polvo.
Cory esbozó una amplia sonrisa y le hizo una señal con el pulgar hacia arriba.
Luego dijo:
—Última oportunidad de pasarlo bien.
Destiny suspiró.
—¿No podrías hacer las maletas primero?
—He dicho que luego, mami —replicó Livvy con sequedad. De inmediato su
expresión se suavizó—. Lo siento.
Pero la palabra permaneció entre ellas, suspendida en el aire. Ambas
compartían un mismo pensamiento: «No tenemos mami. Nuestra madre se suicidó el
año pasado.»
Livvy apretó la mano de Destiny.
—Perdona, Dee. Estaré allí dentro de cinco minutos. Te lo prometo —aseguró.
Luego tiró de Cory hacia el bosque.
Destiny se volvió e inició el ascenso por la colina, en dirección a las cabañas. El
sol había desaparecido tras los árboles. Empezaron a oírse los grillos. El círculo de
admiradoras de Renz se había reducido a dos chicas. Éste alzó los ojos hacia Destiny
cuando ésta pasó y la saludó con la mano. Destiny se lo devolvió. Vio cómo la seguía
con la mirada mientras ascendía por la colina hasta alcanzar el refugio principal.
No ha dejado de mirarme durante todo el verano, pensó. Pero nunca me ha
invitado a dar uno de sus famosos paseos nocturnos por el lago. Sólo sé de ellos lo
que me cuentan los otros monitores de mi grupo.
Y Livvy. Sí, Livvy también se había rendido a sus encantos. Y no era ningún
secreto que Renz pasaba mucho tiempo con ella.
¿Tendrá razón Nakeisha? ¿Estaré celosa?
Pues sí.
Vio a un grupo de monitores encender la hoguera del campamento. Ronnie
Herbert, uno de los monitores de su edad con el que Destiny había tenido bastante
trato (sólo era un amigo), se le acercó corriendo con la camiseta azul y blanca del
campamento sobre unos pantalones cortos de color caqui que le venían anchos.
Ronnie se sacó un trozo de papel del bolsillo.
—Destiny, ¿puedes darme tu correo electrónico? ¿Mantendremos el contacto?
—Pues claro —respondió ella—. ¿Sabes? Providence no queda tan lejos de Dark
Springs. Podemos vernos alguna vez.
—Genial. —Ronnie garabateó el correo de Destiny y luego le dio un abrazo—.
Es muy duro despedirse de todo el mundo. —Se volvió y vio que Nakeisha se dirigía
hacia la hoguera—. ¡Eh, Keish, espera! —Echó a correr agitando en el aire el trozo de
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papel.
Destiny siguió avanzando frente a las cabañas de los campistas, ahora vacías y
con aspecto de abandono, algunas puertas abiertas mostraban literas desnudas con
sus colchones planos y grises. Al final de la hilera, empujó la puerta de la cabaña
Iroquois, que había compartido con sus campistas.
Vio un cabello pelirrojo en el suelo, la única señal de que una vez habían vivido
allí niñas de ocho años. El equipaje de Destiny se encontraba perfectamente alineado
ante su litera.
Suspiró.
¿Y si me acerco hasta Arapaho y empiezo a recoger las cosas de Livvy? Seguro
que no lo hará hasta mañana y nos tendrá a papá, a Mikey y a mí esperándola.
Consideró esa posibilidad por un momento y luego decidió que ni hablar, no
era problema suyo.
La verdad es que empiezo a pensar como una madre. Es mi última noche en
este campamento, mi última noche antes de volver al mundo real, y voy a
DIVERTIRME.
Destiny se puso unos vaqueros y una camiseta del campamento. Luego salió a
toda prisa para ayudar a encender el fuego, inconsciente del horror que le aguardaba
fuera.
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2. Un paseo romántico
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—Bien —susurró él. Deslizó un brazo alrededor de sus hombros y la guió colina
abajo. Señaló a unos monitores que bailaban alrededor de los últimos rescoldos de la
hoguera—. ¿Habías visto a alguien bailar tan mal? Tienen suerte de que esté oscuro,
así no pueden verse unos a otros.
Destiny frunció el entrecejo.
—Llevan demasiadas cervezas encima como para que eso les importe.
Él la miró fijamente y preguntó:
—¿No te gusta beber?
Destiny negó con la cabeza.
—Con sólo una cerveza me da la risa tonta.
¿Por qué le cuento esto?
Lo siguió colina abajo hasta llegar a un sendero estrecho y polvoriento que
continuaba entre los árboles.
—¿No hace una noche preciosa? —El la estrechó aún más a medida que
caminaban—. Pero también es triste. Nadie tiene ganas de volver a casa.
—Ha sido un verano muy extraño —contestó la joven—. Livvy y yo hemos
tenido un año muy malo. El campamento era la excusa perfecta para huir.
La mano de Renz descendió desde los hombros hasta detenerse en su cintura.
—¿Quieres huir de tu casa?
La ayudó a saltar por encima de un leño caído. Siguieron por el sendero hasta
pasar una hilera de arbustos de pino.
—No, claro que no —contestó ella—. Estoy deseando volver. Ya sabes, ser una
de las mayores y todo ese rollo.
—Se está tan bien aquí abajo —susurró él, acercando su rostro al de Destiny—.
Los pinos desprenden un olor tan fresco, y me encanta cómo brilla el lago a la luz de
la luna. Finjamos que no nos vamos mañana, Destiny. Que vamos a quedarnos aquí,
en este bosque, para siempre.
Ella se echó a reír. ¿Hablaba en serio?
Renz la había llevado hasta un ancho tocón de árbol cerca del agua y se
sentaron en él. El lago relucía como la plata bajo la luz de aquella pálida luna llena.
El le tomó las manos y las mantuvo en su regazo.
Tengo las manos heladas. ¿Se dará cuenta de lo nerviosa que estoy?, se
preguntó Destiny.
—El lago se ve precioso sin esos cien críos escandalosos zambulléndose sin
parar por la orilla —comentó ella.
Renz le lanzó una de sus deslumbrantes sonrisas.
—No te he perdido de vista en todo el verano —susurró.
—¿Ah, no? —dijo Destiny, alzando los ojos hacia él.
—Esperaba que pudiéramos tomarnos algún tiempo para conocernos.
Destiny puso los ojos en blanco.
—Es la última noche que pasamos aquí, Renz. Lo que me hace suponer que
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Renz la besó de nuevo, esta vez un beso más largo, sujetándole la cara con las
manos. Vio que sus ojos se cerraban. Sintió que el cuerpo de Destiny se relajaba.
Le gusta. Empieza a sentir lo mismo que yo, pensó él.
Pero cuando finalmente ella se apartó, Destiny se echó a reír.
—Eres demasiado viejo para mí, Renz. —Le miró fijamente—. Por cierto,
¿cuántos años tienes? ¿Diecinueve? ¿Veinte?
—Cumplí los doscientos el mes pasado —respondió, sonriendo—. Tienes razón.
Demasiado viejo para ti.
—Bueno, pero estoy segura de una cosa: no eres como los chicos de mi instituto.
¿Dónde creciste? ¿En Italia?
Renz asintió y pensó: «No me apetece hablar. No te he traído aquí para hablar.»
—Crecí en el norte, en las montañas. Rodeado de pobreza y misterio.
Renz le apretó las manos. La pálida luz de la luna brilló en su pelo rubio.
—¿Misterio? ¿Qué hay allí de misterioso?
—La gente de mi pueblo tiene muchas supersticiones y muchos temores —le
explicó, hablando con dulzura y atrayéndola hacia sí—. Tienen miedo de los
antiguos vampiros que vivían en las cuevas que rodean nuestro pueblo. Se decía que
los vampiros volaban Por la noche convertidos en mirlos y murciélagos. Atacaban a
sus habitantes, hombres, mujeres y niños, y les vaciaban de sangre las venas.
Destiny le dio un empujón de broma.
—Quieres asustarme, ¿verdad?
Renz asintió.
—Sí. En realidad nací en Filadelfia —bromeó, y ella se echó a reír.
Atrayéndola aún más, Renz sintió en la piel un hormigueo de excitación. Su
boca, su garganta… De repente tan secas… Estaba alerta. Lleno de vida. A Punto.
La agarró por los brazos e inclinó su rostro hacia el de ella. Renz susurró.
—¿Crees que los vampiros existen, Laura?
Con un gemido, Destiny echó la cabeza hacia atrás.
—Perdona, ¿qué dices? ¿Vampiros? ¿Y quién es Laura?
Él la miró fijamente lamiéndose los labios. Todo su cuerpo se estremeció. Sabía
que sus manos temblarían si la soltaba.
—¿Laura? Bueno… es que me recuerda a alguien.
Volvió a abrazarla. La expresión de Destiny se relajó.
—Yo también he pensado en ti este verano —confesó, evitando su mirada.
Ella también es tímida, como Laura, pensó, no como su hermana.
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—¿No te diste cuenta de que te miraba —le Preguntó ansioso. Ella dudó.
—Bueno…
Renz la besó de nuevo. Tímidamente. Tenía tanto miedo de ir demasiado
rápido. Había esperado tanto para llevarla allí, para que llegara ese momento.
Pero ahora el momento por fin había llegado.
—Estoy tan contento de haberte encontrado de nuevo, Laura —musitó,
atravesándola con la mirada—. Te he buscado durante tantos años. Sabía que tarde o
temprano volvería a encontrarte.
Al oír aquellas palabras, Destiny trató de soltarse desesperadamente. Pero Renz
le agarró los brazos con firmeza y la mantuvo frente a él.
—No te alejes de mí, Laura. Esta noche estamos juntos de nuevo.
—Renz, ¿de qué narices estás hablando? ¡Suéltame! Ahora, sí oye, me estás,
asustando.
—No tengas miedo, cariño. Sé que has estado esperando este momento tanto
como yo. No te dolerá por mucho tiempo. Te lo prometo, no te dolerá por mucho
tiempo. Y después estaremos juntos como antes. Juntos para siempre.
Ella se revolvió y forcejeó para librarse de su abrazo, intentó arremeter contra él
con sus puños.
—¡Suéltame! ¡Suéltame, imbécil! ¿Te has vuelto loco?
La dejó hacer, mirándola fijamente a los ojos. Muy fijamente… penetrando en
su mente.
Ella exhaló un largo suspiro, recobró la calma y se abandonó a su abrazo.
—Así está mejor, Laura. Ahora relájate. Ya no quieres resistirte a mí. Esta noche,
bajo la luna llena, yo beberé tu sangre y tú beberás la mía. Dos largos sorbos. Eso es
todo lo que necesitamos, cariño. Y entonces volverás a ser Laura, serás inmortal como
yo y estaremos juntos para siempre. Destiny hizo un débil amago de resistencia.
—Chist… —susurró Renz—. No te muevas. Intenta no pensar en nada, mi vida.
Mantén la mirada fija en mis ojos. Así… ¿Lo ves? Tu mente se está vaciando. No
recuerdas nada. Estás flotando en una nube.
De los labios de la joven escaparon unos gemidos, como los de un animal
pequeño e indefenso cogido en una trampa. Inclinó la cabeza hacia atrás, el cuello se
veía pálido a la luz de la luna. Pálido, terso y delicioso.
—He ofuscado tu mente y no recordarás una palabra de lo que he dicho. Ni
siquiera te acordarás de mí hasta que yo decida que lo hagas. Hasta que yo esté listo
para volar contigo, para pasar cada noche, por toda la eternidad, contigo.
Renz se inclinó, acercando el rostro a su cuello.
—¿A que ahora te sientes bien? Te sientes aturdida y feliz, y las estrellas son tan
gráciles, ¿verdad? Todo es tan hermoso y agradable… tan romántico. Tú siempre
fuiste muy romántica, ¿verdad, Laura?
Sus gemidos se apagaron. Destiny clavó la mirada en él, atónita, los ojos
vidriosos y la respiración entrecortada.
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Renz bajó la mirada hacia ella, respirando hondo, notando el aire frío de la
noche al rozarle el rostro ardiente. Se pasó la lengua por los labios, aquel líquido
viscoso de sabor ferroso le sabía tan dulce.
El agua acariciaba suavemente la orilla del lago. Los árboles susurraban y se
estremecían. En algún lugar sonó el arrullo de una paloma nocturna. Renz volvía a
sentirse vivo, vivo y poderoso.
Estaba feliz, casi pletórico. Había recuperado a su amor perdido.
Quería gritárselo al viento. Quería volar sobre el lago sin cesar de repetir su
nombre.
¡Laura, Laura…!
Pero antes debemos acabar, se dijo. He bebido en abundancia. Ahora es tu
turno.
Aquí estoy cariño. Sé que has esperado tanto como yo y con la misma ansiedad.
La había buscado durante la anterior luna llena. Pero para su desesperación,
ella había dejado el campamento para hacer piragüismo de noche. Tuvo que esperar
cuatro largas semanas más hasta que hubiera de nuevo luna llena.
Y ahora, por fin, la tenía entre sus brazos, lista para dar el último paso.
—¡Oh! —Renz alzó la cabeza al oír el chasquido de un tallo al quebrarse.
«No. No. No.»
Se puso de pie. Ladeó la cabeza de Destiny y le deslizó el brazo alrededor de los
hombros.
Podía oler a alguien que se acercaba. Una chica. Oía su sangre bombeándole en
las venas incluso antes de que ella apareciera.
Renz se volvió cuando Nakeisha apareció ante su vista.
—¿Destiny? Te estaba buscando. Olvidé… —Nakeisha vio que Renz abrazaba a
Destiny—. Oh, perdón. No sabía, quiero decir… Bueno, te veo luego. —Nakeisha se
volvió a toda prisa y se perdió en la espesura del bosque.
¿Se había roto el hechizo?
Renz se volvió hacia su amor. Hacia su trofeo.
Destiny se incorporó, meneando la cabeza.
—¡Uf, estoy mareada!
—No te muevas —susurró Renz—. Estás bien. —Se acercó para sostenerla, pero
Destiny dio un salto hacia atrás—. Vuelve, Destiny. Es sólo un momento.
Ella parpadeó.
—No. Lo siento. Es tarde y me siento tan… rara.
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SEGUNDA PARTE
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juego?
Destiny lo volvió a abrazar.
—¡Para ya! —dijo apartándola—. Es una pasada de juego. Te enseñaré cómo
funciona cuando estemos en el coche. —Echó un vistazo a su alrededor—. ¿Dónde
está Livvy?
—Haciendo el equipaje. Anda, ve a ayudarla. —Le dio un pequeño empujón
hacia la cabaña de su hermana.
Mikey se encaminó hacia Arapaho.
—¡Eh, Liv! ¡Ya estamos aquí! ¿Quieres ver mi juego nuevo?
Al volverse, Destiny vio que su padre avanzaba sonriente por la colina a
grandes zancadas. El sol de la mañana arrancó un destello rojo a sus gafas. Como era
habitual, llevaba despeinada la mata de pelo gris que coronaba su cabeza. Sus
pobladas cejas grises se movían arriba y abajo, como dos enormes orugas, por encima
de sus gafas.
—¿Yo a ti no te he visto antes? —le dijo.
Destiny se lanzó a sus brazos. Apretó su mejilla contra la de él.
—¡Ay! No te has afeitado.
Él se frotó la barbilla.
—Se me habrá olvidado.
Se le ha puesto la barba blanca, observó Destiny. Y parece muy cansado. Lo
miró de soslayo.
—¿Qué? ¿Cuántas noches te has pasado en el laboratorio sin dormir?
—Unas cuantas —respondió, sonriendo con tristeza—. No había nadie en casa.
Os habíais ido todos. ¿Qué otra cosa podía hacer?
Destiny tragó saliva.
—Bueno, ahora estaremos todos. Se acabó el silencio.
—Eso me temo —dijo, y sus ojos azules brillaron tras las gafas.
Ambos rieron.
Livvy salió de la cabaña vestida con pantalones cortos y una camiseta sin
mangas, arrastrando una maleta, una mochila y tres bolsas de lona llenas de ropa a
rebosar.
—No he podido meterlo todo dentro —explicó.
Dejó caer el equipaje y corrió para abrazar a su padre.
—¡Cómo te he echado de menos!
Su padre dio un paso atrás para poder observarla.
—Realmente tienes un aspecto sano.
—¿Eso es un piropo? —inquirió Livvy con ceño.
Sin dejar de mirarla, preguntó:
—¿Ningún tatuaje?
—Pues claro que no, papá. Te lo prometí, ¿recuerdas?
Él se volvió hacia Destiny.
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—Papá parece mucho más viejo —susurró Livvy, a pesar de haber subido ya a
su habitación.
—Eso es porque tiene la barba blanca —dijo Destiny.
Livvy hizo un gesto de negación con la cabeza.
—Se le ve muy cansado. Como si tuviera mucho sueño atrasado. ¿Y no te has
dado cuenta de que no hace más que suspirar? Le ha cambiado la cara. No sé… Tiene
las mejillas hundidas.
Destiny echó un vistazo a las escaleras para asegurarse de que la puerta estaba
cerrada. Las gemelas compartían una gran habitación situada encima del garaje.
Había sido una especie de trastero cuando los Weller se trasladaron allí y ellas
todavía eran pequeñas. Pero su padre levantó paredes, pintó, puso moqueta y lo
transformó en una enorme habitación para preservar toda la intimidad que quisieran
compartir.
A Destiny le encantaba aquella habitación porque era como tener su propio
apartamento. Cuando sus amigos venían a verlas, siempre los llevaban allí.
—Yo creo que papá trabaja demasiado —dijo Destiny, metiendo la ropa sucia en
una bolsa blanca para hacer la colada—. No se ha tomado vacaciones este año.
Livvy, tumbada en la cama, observaba cómo Destiny deshacía el equipaje.
—Está así desde que murió mamá. Parece un zombi.
—Todos echamos de menos a mamá —dijo Destiny con voz queda—. Se me
hace muy extraño volver a casa y que ella no esté. Todavía espero que en cualquier
momento aparezca y nos ayude a deshacer las maletas,
—Y yo —convino Livvy.
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con las manos, como siempre, mientras le describía una especie de convención del
terror a la que su primo le había llevado.
Courtney no había cambiado demasiado durante el verano. Destiny observó
que seguía estando delgada, tenía la cara redonda y llevaba el pelo liso y castaño
muy estirado hacia atrás sujeto en una alta coleta, el peinado típico de las chicas de
cuarto.
«Odio esta cara redonda —se había quejado una vez ante Destiny—. Cada vez
que mi padre me llama Baby–face me dan ganas de estrangularle.»
En ese momento se dedicaba a agrandar un agujero que tenía en la rodilla de
los pantalones mientras escuchaba a Ari.
Destiny dirigió la mirada hacia Ross Starr, en el otro extremo del sofá. Ross se
había afeitado el pelo rubio ese verano y todos habían dado su opinión al respecto.
—¿Qué has hecho este verano? —le preguntó Destiny.
Ross bajó la lata de la que bebía con deleite y esbozó una de sus radiantes
sonrisas.
—He trabajado de socorrista. Ha sido genial. Mira qué moreno estoy.
—¿Socorrista? ¿En serio? ¿Dónde?
—En la costa de Jersey. Mi tía tiene allí una casa.
—¿Has rescatado a alguien? —preguntó Ari.
Los ojos de Ross brillaron al responder:
—Bueno, no. Pero he tenido que hacer el boca a boca unas cuantas veces.
Todos rieron. Destiny observó a Ross. Había pensado en él durante todo el
verano.
—¿Has estado entrenando?
Ross rió entre dientes y mostró los bíceps.
—Mira cómo me he puesto. Ojalá pudiera vivir eternamente.
—¿Para qué? —quiso saber Ari.
—Piensa en todas las chicas con las que podría estar —contestó Ross con una
sonrisa.
Liv se deslizó al lado de Ross en el sofá.
—Qué malo eres —le dijo, y comenzó a juguetear con el aro de plata que Ross
llevaba en la oreja—. ¿Me has echado de menos?
Ross entornó los ojos.
—¿Y tú quién eres?
Más risas.
Destiny refunfuñó por lo bajo. ¿Es que Livvy también iba detrás de Ross?
¿Pensaba liarse con todos los tíos que se le acercaban?
Livvy y Ross se reían de algo. El brazo de Livvy ceñía sus hombros con
descuido.
No puedo creer que esté haciendo esto delante de Courtney, pensó Destiny. Ella
sabe que Courtney está loca por Ross, y que a mí también me gusta.
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Fletch estaba sentado en el suelo junto al sofá, en el lado opuesto, con las
piernas cruzadas, hablando por el móvil.
Cuando Fletch apagó el teléfono, Destiny se acercó a él.
—¿Ross y tú habéis metido muchas canastas este verano?
Él se rascó la cabeza, tenía el pelo ondulado y de color panocha.
—¿No te has enterado? El entrenador Bauer canceló las prácticas de verano. Lo
de su mujer lo ha dejado para el arrastre.
—Ya.
La mujer del entrenador Bauer había muerto casi a final de curso. Marjory
Bauer no era muy mayor, apenas tendría cincuenta años, como su marido. Bauer
pidió la baja. Destiny recordaba los rumores que corrían sobre él: que si se había
vuelto loco, que de madrugada los vecinos le oían hablar solo, que ya no mostraba
ningún interés por entrenar al equipo.
—¿Y vais a ganar algo este año? —preguntó Destiny.
Fletch se encogió de hombros.
—Ross y yo somos los mayores. Habrá que seguir.
—¿Hay más Coca Cola? —vociferó Bree Daniel desde el otro lado de la
habitación. Sentada en el suelo junto a Ari y Courtney, Bree agitaba en el aire su lata
vacía.
Lo cierto es que Destiny no tragaba a Bree, con aquella voz chillona, aquellas
mechas rubias que le caían sobre la cara y un piercing en la ceja que le producía
escalofríos. Bree se había convertido en la mejor amiga de Livvy. O, según Destiny, en
su peor ejemplo. Bree era la que animaba a su hermana para que se hiciera un tatuaje,
y Livvy nunca había fumado un cigarrillo hasta que empezó a juntarse con ella.
—Hay una especie de insecto que escupe un líquido capaz de disolver la piel de
los humanos —le estaba contando Ari a Courtney—. Lo vi en un reportaje en el
Discovery Channel.
—Ari, piérdete —dijo Fletch. Su móvil empezó a sonar y se lo llevó a la oreja.
—Voy abajo a por más bebida —anunció Destiny abriéndose paso hasta las
escaleras—. Creo que nos queda alguna bolsa de patatas. —Levantó la vista hacia
Livvy, que prácticamente estaba sentada en el regazo de Ross—. Oye, Liv, ¿dónde
está papá? ¿Le has visto?
Livvy se limitó a encogerse de hombros sin dejar de mirar a Ross.
¡Qué raro!, pensó Destiny. A papá le gusta subir aquí y charlar con mis amigos.
Empezó a bajar por la escalera.
—¿Tenéis galletas o algo para picar? —oyó a Bree preguntar detrás de ella—.
Me muero de hambre.
Destiny abrió la puerta de par en par y entró en la cocina. Sus ojos tardaron
unos segundos en acostumbrarse a la única y mortecina luz que colgaba sobre la
mesa.
—Ah, hola —saludó al ver a su padre sentado a la mesa. Frente a él se
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—Es lo que estoy haciendo ahora mismo —contestó Courtney, cerrando los ojos
y agarrando el brazo de Ross.
La película comenzó con títulos de crédito que goteaban sangre y una música
de órgano atronadora. La primera escena mostraba a una mujer vampiro cubierta con
una capa negra deslizándose sigilosamente por la habitación de un adolescente que
dormía. El chico se despertaba justo a tiempo de gritar antes de que ella le clavara los
colmillos en el cuello.
—¡Eh, yo a ese tío lo conozco! —exclamó Ross.
—A mí a la que me gustaría conocer es a ella —dijo Fletch—. ¿Está cachonda o
qué?
—Tiene un problema de ortodoncia —añadió Bree.
—La habrá visitado tu padre —se burló Livvy.
El padre de Bree era dentista. Cuando estaban en cuarto o quinto curso, había
hecho los correctores dentales para casi todos los amigos de su hija.
Por lo general, Destiny disfrutaba con el cachondeo que se organizaba cuando
veían una de aquellas películas de miedo lamentables. Pero esta vez, nada más
empezar, Destiny experimentó una extraña sensación que le nacía en la boca del
estómago y ascendía hasta atenazarle la garganta.
Bebió un largo sorbo de la lata, pero no sirvió de nada. Sentada en el suelo,
apoyó la espalda contra el sofá. Veía cómo tres vampiros transformados en
murciélagos recobraban su forma humana, forzaban una ventana y se colaban en la
habitación de una chica.
Irguió el pecho. Un sudor frío le humedeció las manos. Tragó saliva con
dificultad.
¿Me estoy poniendo enferma? ¿Qué me pasa?
En la pantalla un vampiro alto y delgado, que le recordaba un poco a Fletch, se
arrastraba por detrás de un sofá en el que una chica leía una revista. Él bajaba la
cabeza, clavaba los colmillos en el cuello de aquella chica aterrada y… Destiny
empezó a gritar.
Lanzó un alarido agudo y estridente que brotaba desde lo más profundo de su
ser. Vio que sus amigos se volvían hacia ella con expresión incrédula. Oyó los gritos
de Ari.
—¿Qué pasa? ¿Qué le pasa?
Vio a Ana–Li deslizarse a su lado y rodearla con los brazos.
—Dee, ¿estás bien?
No. No estaba bien.
No estaba bien porque no podía parar de gritar.
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8. No podrás escapar de mí
Oculto entre las sombras, Renz permanecía en la calle, acechando la casa de los
Weller. Una niebla oscura lo envolvía, protegiéndolo de las miradas ajenas mientras
avanzaba hacia la casa y atravesaba el césped. Había un patinete plateado en la
entrada y dos coches aparcados en el garaje.
—Destiny, por lo que veo, tú y tu hermana tenéis visita.
Podía oír sus voces, sus risas. Alzó la vista y divisó luz en la ventana de encima
del garaje. La niebla formaba un remolino en torno a él a medida que avanzaba por el
sendero que conducía a la parte posterior de la casa. Ahora podía oír los latidos de la
habitación, la sangre corriendo por sus venas.
Miró por la ventana y procuró percibir un latido en concreto. Un latido especial.
—Laura, he venido por ti. Laura, puedo sentir cómo tu corazón se acelera por
mí.
—Sabes que estoy aquí fuera. Sabes que te he seguido.
—Sí. Debemos esperar. Quedan unas semanas hasta la próxima luna llena.
—Me parecerá una eternidad, cariño. Pero por lo menos podré estar cerca
mientras espero.
—Te estaré vigilando. Te prometo que estaré cerca de ti todo el tiempo. No te
perderé de vista. No podrás escapar de mí. Esta vez no.
—Y cuando empieces a cambiar, a adquirir tus poderes, estarás lista para mí.
Lista para comenzar una vida inmortal a mi lado.
—¿Puedes oír mis pensamientos, Laura?
—¿Puedes sentir que estoy aquí? ¿Puedes sentir mi proximidad?
Permaneció inmóvil, como una oscura estatua en aquella densa niebla.
Escuchando… escuchando.
Y entonces oyó los gritos estremecedores provenientes de la habitación. Los
gritos de Destiny. Sus labios esbozaron lentamente una sonrisa.
—Sí… sí.
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TERCERA PARTE
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—¿Un virus?
Su padre asintió. En aquel momento Mikey le dio un empujón que estuvo a
punto de derribarlo.
—Vale, el pobre conejo está muerto. Y Eddy ¿qué?
—Oh, Eddy. —El doctor Weller se puso en pie de un salto—. Venga. Vamos a ver
si encontramos al convicto fugado. —Él y Mikey se metieron corriendo en casa.
De inmediato Destiny se volvió hacia Livvy.
—Papá cree que ha sido culpa de ese virus, pero nosotras sabemos cómo murió
el conejo. Yo… yo no entiendo nada. No sé qué pensar. Tenemos que hablar con
alguien. En serio. Debemos enterarnos de lo que está pasando aquí.
Livvy cruzó los brazos y replicó:
—Ni lo sueñes. No podemos contarle a Ari lo que ha sucedido.
—Claro que no. Pero él sabe bastante sobre lo que está pasando en Dark
Springs. Quizá pueda ayudarnos. Quizá…
—Le prometí a Bree que quedaríamos —dijo Livvy—. Además, hoy me
encuentro perfectamente. Yo creo que fue un virus y que ya casi estoy bien.
Destiny suspiró.
—Pues yo no. Cada vez que me acuerdo de ese pobre animal…
—Vale, vale. Vete a ver a Ari. Además, le molas un montón, así que habla con él
a ver qué barbaridades te cuenta ahora. Pero no se te ocurra decirle nada de nosotras,
Dee. ¡Nada! Ya sabes lo cotilla que es. Si le explicas algo, al día siguiente lo sabrá todo
el colegio.
Destiny miró fijamente a su hermana.
—Tranquila. Guardaremos nuestro secreto. Sea el que sea.
Ari vivía a diez minutos en coche. Así que Destiny cogió el viejo y destartalado
Honda Civic que su padre había conducido hasta la extenuación y que después había
cedido a sus hijas para que lo compartieran.
Ari vivía en una casa enorme y laberíntica situada en la mejor zona de Dark
Springs. La calle estaba envuelta en las sombras proyectadas por los árboles que la
flanqueaban. Destiny ascendió por el camino de asfalto y pasó frente a dos jardineros
que recortaban el seto de la parte delantera del jardín.
Encontró a Ari en su habitación siempre atestada, al final del interminable y
enmoquetado pasillo. Las paredes estaban cubiertas de posters de películas de terror
enmarcados. DRÁCULA APARECE DE NUEVO, proclamaba uno de ellos desde la
cabecera de la cama. Encima de éste, una máscara de hombre lobo completamente
cubierta de pelo parecía mirar fijamente a Destiny.
Las estanterías se hallaban atestadas de libros y revistas. Junto a ellas,
blandiendo un sable de luz, montaba guardia un Caballero Jedi de La guerra de las
galaxias, hecho en plástico y con una altura de casi dos metros. Sobre la cama
deshecha se encontraba la última novela de Anne Rice boca abajo.
Encontró a Ari de espaldas, inclinado sobre el teclado, que pulsaba con furia, y
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con los auriculares puestos. Destiny cruzó la habitación y le dio un golpe suave en la
espalda.
—¡Eh! —Ari dio un respingo y se arrancó los auriculares de las orejas—.
¡Destiny! Me has asustado.
—Perdona, pero es que no podías oírme. —Miró el ordenador—. ¿Qué haces?
Ari dejó los auriculares sobre el escritorio y minimizó la ventana que estaba
consultando.
—Bah, nada. Estos chats sobre Stark Trek son un rollo. Yo creo que son todas
niñatas salidas de doce años con ganas de ligar. No puedes hablar de nada serio.
Ari miró de nuevo el monitor.
—Qué raro. Soy el único que todavía se mete en las páginas de Babylon 5. Ya
nadie es fiel a nada. Todos prefieren Yu–Gi–Oh y esas chorradas para críos.
—Patético —dijo Destiny con cara de póquer, pero no pudo contenerse y estalló
en carcajadas. Ari también se echó a reír.
—Está bien. Soy un tío raro. Todos creen que soy raro. Da lo mismo.
—Yo no creo que seas raro, Ari. —Destiny se dejó caer en el borde de la cama y
cogió el libro de Anne Rice—. A mí me mola que te interese todo eso.
—¿Ah, sí?
Ella asintió y echó un vistazo al murciélago de alas desplegadas que ocupaba la
cubierta del libro. La imagen hizo que se le erizaran los pelos de la nuca.
—Bueno. ¿Y tú qué, Dee? ¿Se puede saber qué te pasó anoche? ¿Tanto miedo te
dio?
Ella se encogió de hombros.
—No lo sé. Creo que fuiste tú quien me asustó, Ari. Con todo eso que contaste
de los ciervos en el bosque.
—Todos se lo tomaron a guasa. —Ari hizo rodar su silla hasta ella y se sentó a
horcajadas, apoyando los brazos en el respaldo—. Aunque no es para tomárselo a
risa.
—¿Porqué?
—Esos animales que han encontrado en el bosque desangrados no han muerto
por culpa de un virus —respondió negando con la cabeza—. Un virus… Eso es lo
que dicen los periódicos para que la gente no se alarme. Pero yo sé la verdad. Sólo
puede tratarse de vampiros.
—Pero Ari…
—Y cada vez estoy más seguro. ¿No sabes la última? ¿Sabes de qué me he
enterado? He oído que hay cazadores de vampiros en Dark Springs.
—¿Cazadores de vampiros? ¿Como Blade? Pero Ari, ¿qué dices? Eso es
imposible.
—Lo he encontrado en Internet. Dos personas distintas lo afirman.
Destiny dejó el libro y se cogió las manos encima del regazo.
—¿Quieres decir cazadores de verdad?
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Destiny mantenía la mirada fija en Ari mientras trataba de pensar a toda prisa.
Se dio cuenta de que Ari esperaba alguna reacción, pero ella no sabía qué decir. El
silencio se interpuso entre los dos.
—Uno de esos cazadores estaba sentado en tu cocina anoche —dijo Ari por fin.
—¿Quién? ¿El entrenador Bauer?
Ari asintió.
—Sólo es un rumor.
La criada entró en la habitación. Llevaba toallas limpias para el cuarto de baño
de Ari. Esperó hasta que saliera.
—No estoy del todo seguro. Pero algunas de las personas con las que chateé me
dijeron que Bauer se había unido a los cazadores. Un tío decía que Bauer era el jefe,
pero yo no me lo trago.
Destiny tragó saliva. Recordó al entrenador y a su padre sentados a la cocina,
sombríos, sin apenas dirigirse la palabra, casi a oscuras.
—¿El entrenador Bauer un cazador de vampiros? Eso es absurdo.
—No tanto. —Ari se encogió de hombros—. La gente habla mucho de lo raro
que se ha vuelto desde que su esposa murió la primavera pasada. Acuérdate de que
pidió la baja.
—¿Por qué no le dejáis en paz de una vez? —Protestó Destiny—. Pobrecillo.
Perdió a su esposa. Necesita tiempo para asimilarlo, Ari. La gente tiene muy mala
idea. Mi padre no es el mismo desde que murió mi madre. ¿Qué? ¿También vas a
empezar a cotillear sobre él? No puedes culpar al entrenador Bauer por estar triste.
—Pero es que fue todo tan extraño… Fui al funeral con mi familia. El ataúd
estaba cerrado. Mamá dijo que le parecía muy raro. La señora Bauer había muerto de
un ataque al corazón. Entonces, ¿por qué no estaba el ataúd abierto?
Destiny hizo un gesto de negación con la cabeza.
—Perdona, pero eso es una idiotez. Quizá sea una tradición familiar mantener
el ataúd cerrado. Puede haber mil explicaciones, Ari.
—Pero eso no es todo —insistió Ari—. Dicen que después de que muriera,
vieron a Bauer cazar conejos y ardillas detrás de su casa. Al parecer, había colocado
trampas en el jardín trasero de la casa y había capturado animales con ellas.
Destiny lo miró entrecerrando los ojos e inquirió:
—¿Y para qué? Si puede saberse.
Ari volvió a encogerse de hombros.
—Y a mí qué me cuentas. Sólo te digo lo que se comenta. Quizá quería usarlos
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Destiny sostenía la lista de la compra con una mano mientras con la otra
empujaba el carro. Ari caminaba a su lado, quejándose entre dientes porque no
conseguía decidirse por nada.
—A mi padre se le está yendo la olla —dijo Destiny, negando con la cabeza—.
No hay nada de comida en casa. Debe de llevar por lo menos un mes sin hacer la
compra. Tiene la cabeza en… —Su voz fue desvaneciéndose.
Eran poco más de las dos de la tarde. Los largos pasillos del supermercado
estaban casi vacíos. En la sección de frutas y verduras un chico de uniforme blanco
rociaba de agua las lechugas con un pulverizador. En medio de uno de los pasillos,
Destiny vio a una anciana apoyada con dificultad en su carro, intentando alcanzar
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—¡Ay! —sorprendido, Ari gritó—. ¿Qué te pasa? ¿Es que los supermercados te
ponen?
Destiny se secó la barbilla sin dejar de mirar el cuello de su amigo. Podía ver la
vena azul que le bajaba desde la línea de la mandíbula.
—Dee, no sabía que yo te gustaba. —Ari se acercó a ella y la besó. Luego echó
un vistazo para asegurarse de que no había nadie mirando, inclinó la cabeza y la
besó de nuevo.
Tengo mucha hambre. Necesito comer.
Sí. Sí. Rodeó con sus manos los hombros de Ari con la intención de tirar de él y
clavarle los dientes en el cuello.
Pero no.
No puedo. No puedo hacerle esto a Ari.
Hizo acopio de todas sus fuerzas para apartarlo de ella.
El sonrió maliciosamente, excitado por sus besos.
No lo entiende. Tengo mucha hambre. Haría cualquier cosa…
—Ari, ¿podrías hacerme un favor? —Su voz sonó tensa y aguda a través de sus
dientes apretados—. Mi padre necesita tabaco de pipa. La marca Old Farmer, creo.
¿Puedes ir a buscarlo?
Él asintió, los ojos todavía abiertos desorbitadamente.
—Claro.
Vio a Ari alejarse por el pasillo. Cuando lo perdió de vista, se volvió hacia el
expositor de carne. Su pecho se agitaba frenético y empezó a jadear. Las manos le
temblaban cuando asieron la bandeja de carne.
Era hígado. Una tajada de carne púrpura, húmeda, goteando sangre.
Goteando.
Sí. ¡Oh, sí!
Lo sacó del estante y se lo llevó a la cara. El rico aroma de la carne, de la sangre
roja, casi le hizo marearse.
¡Oh, sí!
Con un sonoro gruñido, rasgó el envoltorio. Luego elevó la bandeja hasta su
boca y empezó a beber. Absorbía la sangre sin disimulo alguno, su lengua lamía el
fondo de la bandeja. Entonces cogió el hígado resbaladizo con una mano, lo alzó por
encima de su cabeza y lo estrujó, lo estrujó hasta sacarle todo el jugo, lo estrujó sobre
su boca. Hasta la última gota.
Estaba tan sabroso. Era tan… reconfortante.
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—¡Marco!
—¡Polo!
—¡Marco!
—¡Polo!
Destiny observaba a un grupo de niños jugar en la parte menos profunda de la
piscina. Dos de ellos, que habían iniciado una guerra de agua, le salpicaron sus
zapatillas de deporte.
El socorrista, un muchacho alto y delgado con un bronceado increíble, hizo
sonar el silbato y los regañó.
Destiny se ajustó bien las gafas sobre la nariz. El sol de la tarde lucía
resplandeciente en el cielo azul y despejado. Le escocían los ojos. Buscó a su hermana
en la piscina atestada de gente.
Algunos chicos de la escuela pasaban el rato cerca de la red de voleibol.
Distinguió a Ana–Li que, raqueta en mano, se dirigía hacia la pista de tenis con otra
chica que Destiny no reconoció.
¿Y quién era aquel tío tan guapo de pelo negro y ondulado que estaba a la
sombra cerca de la valla? A pesar del intenso calor, llevaba una camiseta oscura de
manga larga y pantalones cortos negros.
¿Por qué me sonríe?
¿Le conozco?
—Hola, Dee. ¿Y tú traje de baño? —le preguntó Courtney desde el puesto de
bebidas. Ella y Bree llevaban biquini a rayas. Ambas se estaban comiendo un helado
que agitaron en dirección a Destiny.
Destiny se encaminó hacia ellas y estuvo a punto de tropezar con dos niñas
pequeñas que corrían con sus flotadores hacia las sillas de lona que había en uno de
los extremos de la piscina.
—Hay que aprovechar los últimos rayos de sol —dijo Bree—. La piscina cierra
el viernes.
—Cómo odio que se acabe el verano —se lamentó Courtney—. No puedo
creerlo. Y todavía no sé qué ponerme el primer día de clase.
—Yo iré igual que hoy —aseguró Bree, señalando su biquini—. ¿Y tú, Dee?
—¿Habéis visto a Livvy? —Preguntó Destiny, ignorando la pregunta—. Dejó
una nota en casa diciendo que venía aquí.
Bree chupó su helado.
—Está allí. —Señaló con el dedo—. Se ha traído a Mikey y a su amigo. ¿La ves?
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—¡Uau, pero si no llevo aquí ni media hora! Dee, ¿qué me está pasando?
—Tenemos que irnos —resolvió Destiny. Se puso de pie y llamó a los niños—.
¡Mikey, Chris! ¡Fuera del agua ahora mismo! ¡Nos vamos!
—¡Nooo! Sólo diez minutos más —lloriqueó Mikey.
—No. Nos vamos ahora —dijo Livvy. Los agarró de las manos y tiró de ellos
hacia la escalerilla—. Ya os habéis remojado bastante.
Mikey volvió a salpicarle con agua.
—Idiota. Acabamos de llegar.
—¿Qué tal si os traigo yo mañana? —propuso Destiny.
—No.
Destiny encontró la toalla de Mikey y lo envolvió con ella.
—Deja de protestar —le ordenó Livvy,
—Piérdete.
Livvy advirtió que Chris se acercaba a ellos corriendo. Su holgado bañador
chorreaba agua.
—¿De verdad nos vamos? —preguntó, y entonces resbaló y cayó al suelo—.
¡Ay! —gritó y permaneció inmóvil.
—¿Te has hecho daño? —preguntó Livvy. Corrió hacia él y se agachó a su lado
—. Chris.
Él se sentó despacio.
—Mi rodilla.
—Sólo es un rasguño.
Destiny y Mikey la siguieron.
—Me sale sangre —dijo Chris, sujetándose la pierna.
Destiny observó aquella sangre, de un rojo intenso perceptible incluso a través
de las gafas de sol. La sangre relucía húmeda en la rodilla doblada.
Livvy se inclinó. Cogió la pierna de Chris con las manos y bajó la cabeza hacia
la rodilla.
—Livvy, no —le susurró Destiny.
Pero Livvy se inclinó aún más y empezó a lamer la sangre.
—¡Livvy… nooo! —le advirtió Destiny.
La lengua de Livvy chupaba la sangre mientras su cabeza hacía un movimiento
de vaivén sobre la rodilla del niño.
—Pero ¿qué está haciendo? —preguntó Mikey—. ¿Por qué hace eso?
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mordido, ¿no hay nada que podamos hacer para volver a ser normales? ¿Qué te ha
dicho Ari?
Destiny negó con la cabeza.
—Ari no tiene ni idea.
También le explicó a su hermana el incidente del supermercado, y lo de aquel
empleado que corría hacia ella gritando y señalándola con el dedo.
—Me pilló in fraganti. Casi me da algo. Me vio meter el hígado en el bolso. Le
conté que se me había resbalado de la mano y que el paquete venía abierto, que
estaba mal empaquetado y me había puesto perdida de sangre.
—¿Y se lo creyó?
Destiny asintió.
—Sí. Me pidió disculpas. —Tragó con dificultad—. Estaba tan asustada, Liv.
Faltó muy poco para…
Un grave silencio se cernió sobre ellas. Livvy se acarició la marca del cuello.
—Quizá sí que nos han mordido. Quizá sea verdad que nos hemos convertido
en vampiros. Yo… me cuesta creerlo. Pero tal vez es cierto. —Hundió el rostro entre
las manos—. ¿Tú te crees lo de los cazadores, Dee? ¿Crees que nos darán caza y nos
matarán si se enteran de lo que nos pasa?
—Puede ser. No estoy segura —musitó Destiny.
—Pero nosotras no hemos hecho nada malo —se quejó Livvy entre sollozos—.
Todo esto no es culpa nuestra.
Destiny tuvo la impresión de que Livvy tenía mucho más que decir. Esperó a
ver si continuaba, pero su hermana se sentó en silencio. Cuando se acercó a ella para
abrazarla, se le ocurrió una idea.
—El entrenador Bauer.
Livvy alzó la mirada.
—¿Qué pasa con él?
—Ari dijo que el entrenador podría ser uno de los cazadores. Que hasta podría
ser el jefe. Quizás él sepa algo más sobre vampiros, Liv. Quizá pueda decirnos qué
hacer.
Livvy se apartó de Destiny.
—¿Estás loca? Si el entrenador es uno de los cazadores, no podemos explicarle
lo que nos pasa. Nos atravesará el corazón con una estaca o algo peor.
—Qué va —replicó Destiny con voz queda—. Nos conoce desde que nacimos.
Él y su mujer estaban siempre en nuestra casa. Es como de la familia. Nunca nos
haría daño, Liv. Y quizá conozca algún remedio para ayudarnos. Creo que voy a ir a
verle ahora mismo.
Livvy dudaba.
—Me da miedo, Dee. En serio.
—Bueno, podríamos decirle que estamos preocupadas por un amigo nuestro
del campamento y que sólo queremos información. Tal vez sepa exactamente lo que
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debemos hacer.
—Pero Dee, eso no hay quien se lo trague.
—Estamos desesperadas, ¿vale? Hay que intentarlo todo.
El teléfono sonó y Destiny contestó a la llamada.
—Hola, Dee. Soy papá. ¿Cómo va todo?
«¿Que cómo va todo? Pues no muy bien, papá.»
—Perfectamente.
—Oye, cariño, llegaré tarde a casa. Dos perros se han peleado detrás del patio y
uno le ha sacado un ojo al otro. Si tengo suerte, podré colocárselo de nuevo.
—¡Puaj! ¡Qué asco, papá!
—Destiny, a ti te encantan los animales. Si quieres ser médica o veterinaria, no
puedes decir que estas cosas te dan asco.
—Supongo que no.
—En fin. ¿Podéis prepararos algo de comer y ocuparos de Mikey hasta que yo
llegue?
—Claro, papá.
—Gracias, hija. Os quiero. Hasta luego.
«¿Seguirías queriéndome si supieras que he exprimido la sangre de un hígado
en el supermercado para bebérmela?»
—Nosotros también te queremos, papá. Adiós. —Se volvió hacia Livvy—. Papá
llegará tarde.
—Muy bien. Prepararé mi especialidad para cenar —decidió Livvy.
—¿Tu especialidad? ¿Cuál?
—Pizza congelada.
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la libreta en la cocina.
Destiny encabezó la marcha hacia el lateral de la casa. Rodeó dos grandes
bolsas de mantillo apiladas contra el muro. Una de ellas se había abierto y su
contenido se había derramado sobre la hierba. Las ventanas de la habitación estaban
a oscuras.
Hizo girar el pomo y la puerta de la cocina se abrió de par en par. Las dos
hermanas entraron en la oscura cocina. Destiny cerró la puerta detrás de ellas.
Livvy se abrazó.
—¡Qué calentito y qué bien se está aquí! —Hizo un mohín de disgusto—. ¡Puaj!
Huele a pescado.
—Sí. Tienes razón —susurró Destiny. Luego preguntó, elevando la voz—. ¿Hay
alguien en casa? ¿Entrenador Bauer? ¿Está usted ahí?
Silencio. Destiny oyó el tintineo del congelador en funcionamiento. Sujetaba la
gruesa libreta con las dos manos.
—La dejaré sobre la mesa —dijo—. Tendremos que volver, Liv. Si sabe algo
sobre vampiros. —Dejó la libreta y… dio un respingo al oír un gemido muy cerca.
—¿Has oído eso? —preguntó.
—Sí.
Un tablón del suelo crujió. Se escuchó otro gemido.
Destiny paseó la vista por aquella cocina en penumbra.
—¿Dónde está el interruptor de la luz?
—¿Señor Bauer? —Su voz brotó tensa y chillona—. Señor Bauer, ¿es usted?
Oyeron el sonido de una respiración entrecortada.
Hay alguien aquí. Y está muy cerca. Debe de ser el entrenador. Y entonces, ¿por
qué no contesta?
—¿Entrenador…? Somos nosotras… Destiny y Livvy.
Otro quejido apagado. ¿No venía de la puerta del sótano?
Destiny dio un salto cuando una mano le agarró el hombro por detrás. Lanzó
un alarido.
—Perdona —musitó Livvy—. No quería asustarte. Esto no me gusta nada.
Vámonos de aquí.
—Vale.
Pero antes de que pudieran moverse, Destiny oyó una puerta chirriar. Se volvió
y vio horrorizada cómo la puerta del sótano se abría muy, muy lentamente.
—¿Entrenador? ¿Es usted?
Livvy la estiró del brazo.
—¡Vamos!
Destiny avanzó hacia la pared. Encontró el interruptor de la luz y encendió la
luz de la cocina.
—¡No! ¡Oh, no! —profirió presa de pánico cuando aquella figura pálida y de
ojos hundidos emergió del sótano. Sujetándose la cara con las manos, Livvy abrió la
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Livvy agarró el brazo de Destiny con tanta fuerza que le hizo daño. Destiny
sofocó un grito de terror cuan do la mujer avanzó hacia ellas. El rostro exangüe, la
piel grisácea que caía flácida sobre la mandíbula, los ojos profundamente hundidos
en las cavidades redondas, la piel descolgándose de la carne, un trozo de hueso
amarillo visible a través de un orificio en la mejilla.
Había sido muy guapa. Su madre siempre comentaba lo mucho que le hubiera
gustado parecerse a Marjory Bauer.
—Él... nunca... me dejará... morir. —Aquel sonido áspero y grave surgía como
un estertor desde lo más profundo de su garganta. Cada palabra le suponía un gran
esfuerzo.
—¿Señora Bauer? ¿Es usted de verdad? —farfulló por fin Livvy, escondida
detrás de su hermana.
—Pobre hombre... nunca... dejará... que me muera. No... puede... soportar... la
idea de... separarse... de mí. —En el fondo de sus cavidades sus ojos rodaron hasta
quedar en blanco—. No... se... da... cuenta... de lo egoísta... que es. Yo... quiero...
morir.
—Señora Bauer, por favor. —Destiny retrocedió tambaleándose y tropezó con
Livvy.
—Yo… quiero… morir, pero él no… me… deja.
—Dee, mira. Mira lo que lleva en la mano —susurró Livvy.
Dee bajó la mirada. La señora Bauer sujetaba una estaca de madera, afilada en
uno de los extremos.
—Pobre hombre… —continuaba Marjory Bauer. De pronto su cabello se agitó y
Destiny distinguió la piel desgarrada en la nuca, una amplia brecha que dejaba al
descubierto los tendones grises y un fragmento de hueso—. Él me mantiene a su
lado… pero yo… quiero morir. Por favor… Por favor… —Levantó la estaca y se la
ofreció a Destiny.
Destiny dio otro paso atrás, hacia la mesa de la cocina.
—Señora Bauer, ¿qué está diciendo? ¿Qué le ha pasado?
—Él me esconde en… el sótano —añadió, obviando la pregunta de Destiny—.
Él me quiere todavía… a su lado. Pero… no soporto… esta vida. Todo el día…
despierta… sin luz… Nunca veo… la luz. Obligada a ir vagando… a buscar…
comida. —De nuevo levantó la estaca hacia Destiny—. Por favor… por favor…
acábalo… por mí.
—¡No! —exclamó Destiny, apoyada contra la mesa. No tenía escapatoria—. No.
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gorgoteo. Destiny sintió una ola de aliento fétido que se abatía sobre su rostro,
cuando la mujer inclinó la cabeza y bajó los colmillos hacia su cuello.
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a ser normales?
La señora Bauer se movió con rapidez. Se precipitó sobre ellas, agarró la mano
de Livvy y le dio un fuerte pellizco.
—Eres muy guapa. ¿Tú no querrás ser como yo? Una muerta viviente. Ja, ja.
¿Qué rima con viviente?
Livvy puso una mueca de dolor. Agitó el brazo, pero la mujer asía la mano con
firmeza.
—Está bien. ¿Puede ayudarnos? —preguntó Livvy con voz entrecortada.
—¿Habéis visto al Restaurador? —preguntó la señora Bauer. Soltó la mano de
Livvy y se volvió hacia Destiny—. El Restaurador es el único. El puede… restaurar
vuestra vida. Demasiado tarde para mí. No pudo ayudarme. Pero vosotras…
podríais tener un poco más de tiempo.
El corazón de Destiny se aceleró. ¿Había de verdad alguien que pudiera
salvarlas? ¿Alguien capaz de impedir que acabaran como Marjory Bauer? Podía oír
los latidos de su corazón.
—¿Quién es el Restaurador? ¿Cómo podemos encontrarle? —preguntó Destiny.
—Demasiado tarde para Jenny —decía la señora Bauer, meneando la cabeza—.
Cayó del caballo y se partió el cráneo. Adiós, Jenny. Perdóname. Fui muy mala
contigo. No sabía que te caerías del caballo. ¿A qué no?
Destiny estiró de una de las andrajosas mangas de la mujer.
—Por favor, díganos cómo podemos encontrar al Restaurador.
—Debéis dejaros guiar por vuestros mayores. Vuestros mayores os guiarán.
—¿Que nos guiarán? No lo entiendo —replicó Destiny.
—Los cazadores se acercan —dijo la señora Bauer—. Ellos saben quiénes han
sido buenos y quiénes han sido malos. Lo saben. Van a matar a los malos. Pero… a
mí, no. Mi marido… no dejará que me maten. Por favor… mátame.
—Señora Bauer. El Restaurador… Háblenos de él.
—Tengo mucha hambre.
—Por favor.
—Mucha hambre. Necesito alimento. Tú también. Tú también. Tú eres una de
ellos. Tú eres una de nosotros.
—Sí. Pero ¿quién es el Restaurador?
—Mucha hambre —La señora Bauer se apartó de ellas. Destiny observó los
jirones de piel, el amplio agujero detrás del cuello. La mujer abrió la puerta de par en
par y se internó en la noche.
Destiny se aferraba a su hermana. De pronto el silencio las envolvía. Sólo se
escuchaba su respiración agitada.
—¿Esto está pasando de verdad? —consiguió articular por fin Livvy.
—Vámonos —Destiny condujo a Livvy hasta la puerta—. ¿Puedes conducir tú?
yo todavía estoy temblando.
—Supongo.
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Una vez en el interior del coche, a Livvy se le cayó la llave al suelo. Tanteó hasta
encontrarla y cuando lo hizo, le costó meterla en la ranura del contacto.
—Dios mío. Esa pobre mujer —se lamentó Livvy, estremeciéndose—. ¿Has visto
cómo está?
—Nunca lo olvidaré. Voy a tener pesadillas el resto de mi vida. —Destiny
agarró a Livvy por el brazo—. Mírame. No puedo dejar de temblar. No podemos
permitir que nos pase lo mismo, Liv. Hay que impedirlo. Debemos encontrar al
Restaurador. No nos queda mucho tiempo.
Destiny empezó a manosear los controles del salpicadero.
—¿No se puede poner más alta la calefacción? Sigo temblando.
—Destiny, el Restaurador no existe. Esa mujer estaba delirando… igual que eso
que decía de Jenny y la piruleta.
Hicieron el trayecto a casa en silencio. La camioneta del doctor Weller estaba
aparcada en la entrada. A través de la ventanilla, Destiny vio que las luces de la casa
estaban encendidas. Todavía temblorosa, corrió hasta la puerta trasera.
Su padre las saludó desde la puerta. A la luz estridente del porche, su padre se
veía cansado, viejo.
—Acabo de llegar —anunció con dulzura—. Aquí hay unas personas que
quieren veros.
Destiny y Livvy intercambiaron una mirada. Ambas pensaron lo mismo: ¡Los
cazadores!
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Por favor, largaos de aquí. Tengo mucho miedo. No puedo pensar con claridad.
No hago más que acordarme de esa horrible mujer. Todavía resuena en mis oídos
aquella voz de ultratumba.
Ross sostenía en alto un billete de cinco dólares.
—Mirad. Es el regalo de cumpleaños de mi abuela. Venga, vámonos a Dono
house. Yo invito.
Fletch rodeó con el brazo los amplios hombros de Ross.
—¡Eso es un hombre! —Se dirigió hacia Livvy—. ¿Tú vienes?
Livvy se acercó a Destiny y susurró:
—Quizá deberíamos ir. Sí, mujer. Así nos olvidamos un poco… de todo.
Destiny hizo un gesto de negación con la cabeza.
—Yo paso. Pero si a ti te apetece.
Livvy no perdía de vista a Ross.
—Bueno, la verdad es que sí.
—Eh, vosotras dos. Vamos, antes de que Ross se arrepienta —les urgió
Courtney desde la puerta.
Livvy dio media vuelta y se encaminó hacia ellos, llevándose el móvil a la oreja.
—Voy a llamar a Bree. Igual se viene.
La puerta se cerró tras ella. Destiny cerró los ojos, disfrutando del silencio. Pero
de pronto le asaltó a la mente la imagen de la señora Bauer, la piel desgarrada y
putrefacta, los ojos convertidos en dos diminutas canicas hundidas en el cráneo.
Destiny comenzó a subir por la escalera. Su padre se encontraba en la cocina,
esperando a que el agua de la tetera hirviera. Se volvió cuando la oyó entrar.
—¿No sales con tus amigos?
Destiny negó con la cabeza.
—No. Estoy muerta.
Sus ojos se estrecharon mientras la observaba.
Debería explicarle lo que nos pasa a Livvy y a mí.
La tetera silbó y su padre se dispuso a retirarla del fuego.
Destiny se precipitó escaleras arriba hacia su cuarto. Se dejó caer en la silla del
escritorio y encendió la luz de la lámpara. Entonces, con los codos apoyados junto al
ordenador portátil, hundió el rostro entre las manos.
Esto es una pesadilla. Me siento muy sola e indefensa. Casi se lo cuento a papá.
Pero no puedo hacerle eso. Está fatal. Tan viejo, tan triste. Además, ¿qué podría hacer
él?
Destiny se puso frente al espejo. Se tocó con delicadeza los pequeños pinchazos
del cuello. ¿Por qué no cicatrizaban? Se acercó un poco más al cristal.
¿Qué ha visto la señora Bauer en mis ojos? Sí. La verdad es que tienen un
aspecto extraño. Mis pupilas… han disminuido de tamaño…
Descolgó el auricular y marcó el número de Ari. Contestó tras el tercer tono.
—Hola, Ari. Soy yo. ¿Qué haces?
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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS
—¡Dee! Estoy viendo La noche de los muertos vivientes. La versión de 1990. Quiero
compararla con la de 1968. La original, claro.
—¿Cuál es mejor? —preguntó Destiny, tratando de mostrar interés.
—La original, por supuesto. La fotografía en blanco y negro impone todavía
más.
—Ari, ¿puedo hacerte una pregunta? ¿Recuerdas nuestra conversación de esta
tarde?
—Sí. Sobre vampiros, ¿no?
—Sí. Bien. Tengo otra pregunta. ¿Tú has…?
—¿Por qué de pronto te interesan tanto los vampiros, Dee?
Sospechaba algo. Sentía la garganta seca.
—¡Eh, ya sé por qué! —dijo Ari—. Claro, ya está.
Destiny estuvo a punto de soltar el auricular. No debería haber ido a verle. Lo
había adivinado.
—Es porque tú estás de acuerdo conmigo —continuó Ari—. Tú tampoco crees
que lo que mató a esos animales fuera un virus, sino los vampiros.
—Bueno… sí. —Destiny respiró hondo—. Verás, yo… Me gustaría saber más
cosas de ellos.
—¡Bien! —exclamó Ari—. Venga, pregunta.
—Vale. ¿Has oído hablar del Restaurador?
Silencio al otro lado de la línea. Luego Ari dijo:
—El Restaurador… ¿Seguro que no te refieres a El Regurgitador Ese monstruo
gigante que se pasaba todo el tiempo vomitando sobre Tokio?
—No. No es una película —aclaró Destiny, impaciente—. Se supone que es
alguien que existe de verdad.
—¿El Restaurador?
Venga, Ari. Por favor, dime que lo Conoces. Dime algo, te lo suplico.
—¿El Restaurador es un profesor? —preguntó Ari.
—No lo creo.
—Me ha venido a la cabeza un libro, que leí sobre vampiros. Hace mucho
tiempo. En él había profesor que aseguraba que podía curar a los vampiros ¿Te
refieres a eso?
—¡Sí! Supongo. Un profesor… ¿Recuerdas algo más?
—No. La verdad es que no. Bueno, Destinity he perdido. Tú ganas. Premio para
la señorita.
Destiny suspiró.
—¿Cuál es el premio?
—Mmm… ¿Qué te vengas conmigo al cine mañana por la noche?
—¿Y el premio de consolación? No espera fue una broma. Mañana lo hablamos.
Oye, tengo otra llamada. Luego seguimos.
Colgó el auricular. No tenía otra llamada pero necesitaba pensar. Un profesor…
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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS
La señora Bauer había dicho que los mayores las guiarían. Y Ari había hablado
de un profesor. ¿Quién más podría ayudarla? ¿Quién más podría darle alguna
información sobre el Restaurador?
¿Quizás el entrenador Bauer?
Recordó una imagen de su infancia. Vio al entrenador Bauer mucho más joven.
Destiny lo recordaba lanzándoles una pelota de fútbol a ella y a Livvy. ¿Cuántos años
debían de tener? Siete u ocho. Su padre estaba junto a la entrada, con una sonrisa
bonachona y las manos en los bolsillos, vociferándoles las jugadas que tenían que
hacer. El entrenador hacía correr a las dos niñas por su jardín, el jardín del vecino, y
les lanzaba la pelota muy alta.
Livvy siempre bajaba la cabeza. A veces Destiny daba un salto y
milagrosamente cogía la pelota. Entonces el entrenador daba vítores y brincaba.
Cuando les tocaba lanzar la pelota a ellas, Bauer les advertía: «No lancéis como lo
hacen las chicas. Estirad el brazo hacia atrás. No lancéis como las chicas.»
Destiny quería mucho al entrenador Bauer porque era el único adulto que no la
trataba como a una delicada princesita.
Al recordar aquellos partidos de fútbol en el jardín, Destiny se echó a llorar.
Pobre entrenador. Escondiendo a su esposa en el sótano, negándose a dejarla morir. Y
verse obligado a cazar a los vampiros que arruinaron la vida de su mujer y la suya
propia.
Aquellos pensamientos terribles poblaban su mente. Destiny se inclinó sobre el
ordenador. Apretó el botón de encendido y esperó el pitido que avisaba de que el
ordenador estaba listo para empezar. Entonces se conectó a Internet y marcó
Google.com.
Tecleó «El Restaurador» y «vampiros», y esperó el resultado de la búsqueda.
Tardó sólo dos segundos. Por increíble que parezca, había una sola entrada. «Pero si
era la correcta, sería más que suficiente.»
La mano le temblaba. Destiny movió el ratón y pulsó la página, que fue
apareciendo lentamente. Lanzó un bufido de protesta al leer el enorme titular azul en
el extremo superior de la pantalla:
EFECTIVO EN UN 99 %
UN RESTAURADOR DE CABELLO ASOMBROS
RECOMENDADO POR LOS MÉDICO
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Destiny 1W: Oye, Nak, ¿no te sientes un poco rara desde que dejamos el campamento?
Nak 123: ¿Rara en qué sentido?
Destiny 1W: No rara y ya está. Rara, rara de verdad.
Nak 123: Sí. ¿Cómo te has enterado? Me transformo en murciélago cada noche y voy
volando por ahí en busca de víctimas.
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20. Asesinada
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Destiny miraba fijamente algo que había en el suelo, cerca de una excavadora. ¿Sería
la ropa que algún trabajador se había dejado?
No. De pronto las nubes se abrieron y la luz de la luna inundó el solar,
mostrando una pierna blanca y pálida.
No. Eran dos piernas, que destacaban poderosamente sobre la negrura del
suelo.
Destiny observó la melena de pelo rubio, iluminada tenuemente por la luna. Y
entonces la escena se desvaneció como en un sueño, la figura desmadejada e inmóvil
parecía hundirse en el suelo cada vez que las nubes tapaban la luna y la oscuridad se
imponía de nuevo.
—¡Oh, no, Bree! —Livvy ahogó un grito y echó a correr. Sus zapatillas hacían
un ruido sordo al impactar contra el suelo. Su pelo se batía sobre la espalda. Destiny
respiró hondo y se apresuró a seguirla.
—No, por favor.
Pero sí, era Bree. Llevaba una minifalda y una chaqueta de cuero marrón.
Estaba tendida boca arriba, con las piernas estiradas y un brazo escondido debajo del
cuerpo. La abundante cabellera le cubría el rostro.
—¿Bree? ¿Bree? —Livvy pronunció su nombre con voz aguda y estridente—.
¡Bree, soy yo! —Se dejó caer a su lado y empezó a apartarle el pelo de la cara—.
¿Bree? ¿Bree? Soy yo, Livvy. ¿Bree?
Respirando con dificultad, Destiny permanecía detrás de su hermana, sin
apartar la vista de aquel cuerpo inerte. Los ojos de Bree estaban abiertos, mirando
hacia arriba sin comprender, con expresión horrorizada. La boca, todavía con carmín,
permanecía abierta, como paralizada en un grito.
—¿Bree? ¡Por favor, di algo! ¡Por favor! —Su garganta emitió un sollozo—.
Está… muerta. Está muerta, Dee. Dios mío. Está muerta.
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La luz de la luna cayó de nuevo sobre ellas. Destiny parpadeó cuando la imagen
de Bree apareció borrosa ante sus ojos. Entonces su mirada se detuvo en la mancha
oscura en el cuello resplandeciente de Bree.
Oh, no.
Detrás de su hermana, Destiny no podía dejar de mirar aquel punto. Tendió una
mano temblorosa y rozó con los dedos el cuello de Bree. Tenía la piel suave y fría.
Dos pequeños pinchazos. Unas gotas diminutas de sangre habían quedado
adheridas a los orificios.
Alguien le había chupado la sangre.
Alguien le había chupado toda la sangre hasta matarla.
Livvy alzó la cabeza y miró a Destiny a través de las lágrimas.
—Destiny, ¿cuánto hace que has salido de casa?
Destiny abrió la boca, sorprendida. La pregunta la dejó perpleja.
—¿Qué? ¿Qué insinúas?
—¿Has vuelto a sentir hambre? —preguntó Livvy mientras sostenía la mano sin
vida de Bree—. Contesta, Dee. ¿Ha vuelto a pasarte?
Tratando de mantener la calma, le espetó, incrédula:
—¿Me estás acusando? Livvy, ¿me estás acusando? ¿Es que te has vuelto loca?
Livvy miró a su hermana. Las lágrimas rodaban por sus mejillas. Dejó la mano
de Bree sobre la hierba y se incorporó de un salto, sollozando ruidosamente.
—Lo… lo siento —masculló entre lágrimas—. Perdóname, Dee. No quería decir
eso. —Rodeó con los brazos a Destiny y la apretó con fuerza, pegando su mejilla
caliente y húmeda a la de su hermana—. Perdóname.
—Tranquila —susurró Destiny—. Lo entiendo. Está bien.
Pero algo no estaba bien.
Mi propia hermana me acusa de asesinato.
¿Qué será lo siguiente?
Destiny salió de la casa, levantando mucho las piernas para estirar los
músculos. Caía una lluvia fina, pero no le importaba. Tenía que salir.
Fue hasta el camino de entrada haciendo footing y luego dio la vuelta para
dirigirse a Drake Park, tres manzanas más abajo. Se bajó la capucha para que la lluvia
le mojara la cara. Las gotas frías eran un alivio para su frente sudorosa.
Llevaban tres días de constante lluvia y tristeza.
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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS
El funeral de Bree, con el viento azotando los paraguas negros; la tumba, aquel
agujero profundo y rectangular, medio lleno de barro oscuro; la lluvia martilleando
sobre el oscuro ataúd de madera, como lágrimas, como lágrimas que cayeran de un
cielo dibujado al carbón.
¿De verdad era Bree la que estaba dentro de ese ataúd? Parecía imposible.
Nunca olvidaré los sollozos de Livvy. La cara sombría de papá. Su cabeza, tan
doblada sobre los hombros que parecía habérsele separado del cuello. Su mano sobre
mi hombro. Nunca olvidaré lo ligera que la sentía, su calidez penetrando a través de
mi blusa oscura.
Y el entrenador Bauer, tan pálido, los labios muy apretados, la cabeza inclinada,
sentado solo en la última fila. Lo observé durante el servicio. No levantó la vista ni
una sola vez. ¿Estaría pensando en Marjory, su mujer? ¿Estaría pensando que quizá
fue ella la que mató a Bree para alimentarse?
Y la madre de Bree, cuyos gritos resonaban en los muros de la iglesia. «¿Por
qué? ¿Por qué ha tenido que pasar esto? ¿Alguien puede decírmelo?», gritaba. Se
desmayó junto al féretro y tuvieron que sacarla fuera.
Y cuando el pastor empezó a hablar, los sollozos del recinto ahogaban la música
del órgano.
La lluvia cesó, pero las gotas continuaban cayendo de los árboles. Destiny cruzó
la calle y, corriendo, llegó hasta el parque. Sus zapatos chapoteaban en los charcos del
suelo. A sus espaldas, sonó el claxon de un coche, pero ella no se volvió.
Quiero correr hasta desfallecer. Hasta que ya no me queden fuerzas ni para
pensar.
Sin embargo, el aire fresco y húmedo mantenía sus sentidos alerta, despejaba su
mente, sus pensamientos se hacían más nítidos. El ruido suave y sordo de sus
pisadas resonaba en sus oídos. Pero también podía oír las carreras precipitadas de los
conejos y las ardillas bajo los árboles. El ruido del agua corriendo en Drake Creek, el
cauce poco profundo de agua pardusca en el extremo opuesto del parque. Escuchó
los pasos ligeros de una ardilla listada que excavaba su madriguera bajo la hierba
húmeda.
Destiny se tapó las orejas con las manos.
No puedo soportarlo. Debo recuperar mi vida anterior.
—Hola. —Un hombre joven le salió al paso desde detrás de un árbol.
—¡Oh! —exclamó Destiny.
Su sonrisa era cálida.
—Perdona. No quería asustarte.
Destiny lo miró de soslayo. Su cara le sonaba. ¿Dónde lo había visto antes?
Vestía una larga guerrera negra abierta que mostraba un jersey y unos
pantalones de color canela. Llevaba el pelo negro y ondulado cuidadosamente
peinado hacia atrás.
—Me encanta pasear por aquí —dijo él con un leve acento extranjero—. Se
respira tanta paz.
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Destino asintió.
—Sí. A este parque no viene casi nadie.
Él se acercó y la miró fijamente a los ojos, sin parpadear.
—¿Vives cerca de aquí?
Destino señaló con la cabeza.
—A unas cuantas manzanas.
¿Es miope o qué? ¿Por qué me mira así?
—Soy nuevo por aquí —explicó él—. Me he mudado hace sólo unas semanas.
Destino se metió las manos en los bolsillos.
—¿Y te gusta esto?
Una sonrisa se dibujó en su atractivo rostro.
—Ya lo creo. Y estoy seguro de que dentro de unas semanas va a gustarme
todavía más.
Destino parpadeó.
—¿Unas cuantas semanas?
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Destiny intentó apartar la mirada, pero fue inútil. No podía moverse. Los ojos
de aquel hombre eran como dos negros túneles, sin final, que no llevaban a ninguna
parte.
Él le desabrochó el chubasquero y le bajó el cuello de la sudadera. Su boca se
abrió y dejó al descubierto unos colmillos curvados y amarillentos.
—No puedo esperar más… no puedo esperar. —Inclinó la cabeza.
Destiny sintió una punzada de dolor en el cuello.
No podía moverse, no podía respirar. Sus ojos estaban tan nublados como el
cielo. Sin embargo, veía el pelo negro y ondulado de él por debajo de su barbilla, las
sacudidas de aquella cabeza sobre su cuello mientras bebía… bebía… bebía.
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—¿Qué hay? —Livvy apartó la vista del espejo del tocador cuando Destiny
entró en la habitación—. ¿Dónde has estado?
—En Drake Park —respondió Destiny, y se quitó el chubasquero amarillo y lo
arrojó sobre la cama. Le dolían los brazos y las piernas. Estaba muy cansada—. He
ido a correr.
Intrigada, Livvy la miró y preguntó:
—¿Lloviendo?
Destiny se sentó en la cama y se sacó las zapatillas de deporte, estaban húmedas
y llenas de barro.
—Necesitaba salir a tomar el aire. ¿Y tú cómo estás?
Livvy apartó los frascos y tubos de maquillaje.
—No muy bien. No dejo de pensar en lo de Bree. No puedo quitármelo de la
cabeza.
Destiny se encaminó hacia el extremo de la habitación donde estaba su hermana
y le puso las manos sobre los hombros.
—Es muy duro. Yo también pienso en ella. Supongo que tardaremos tiempo en
superarlo.
La expresión de Livvy se tornó implacable.
—Nunca te cayó bien, ¿verdad? Ya lo sé. Creías que era una mala influencia
para mí. Porque era tan… distinta. Siempre hacía lo que le daba la gana. No le
importaba lo que la gente pensara de ella. —Miró fijamente a Destiny—. Tú la
considerabas vulgar, y un poco zorra, ¿no? La odiabas porque tu hermana pasaba
cada vez más tiempo con ella.
—Livvy, no. Escúchame… —Las palabras se le enredaban en la garganta.
—Estaba claro que no la soportabas.
—¡Escúchame! —exclamó Destiny—. Pagándolo conmigo no vas a solucionar
nada. Ya sé que estás furiosa porque tu amiga está muerta. Pero culpándome a mí no
vas a conseguir que vuelva. Tú y yo, las dos tenemos que…
—¿Qué es eso? —la interrumpió Livvy. Señaló con un dedo hacia el cuello de
Destiny—. Estás sangrando.
—¿Qué? —Destiny se miró en el espejo—. Oh, no. —Su corazón empezó a latir
con fuerza al ver dos pequeñas gotas de sangre en el cuello. Livvy le pasó un pañuelo
de papel y ella se secó la sangre.
Observó detenidamente aquellas dos marcas rojas, los diminutos cortes en la
piel. Dos cortes recién hechos.
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—¡Livvy! Hola.
Livvy llevaba un chaleco azul sobre una camiseta ajustada y bastante corta de
color rosa y azul, y unos vaqueros de cintura baja. Ignoró a Destiny. Se comía a Ross
con la mirada.
—¿Por qué estáis vaciando el garaje? ¿Vais a mudaros ahí dentro?
Ross depositó en el suelo la caja que estaba cargando.
—Destiny me pidió que la ayudara.
—Livvy, creo que papá también te pidió que ayudaras —le recordó Destiny. No
pretendía que su voz sonara tan cortante, pero le fastidió que Livvy apareciera justo
cuando ella y Ross empezaban a hablar de cosas importantes.
Livvy caminó hacia Ross y le sacudió un poco de polvo que le quedaba en el
hombro. Luego sonrió con picardía.
—¿Qué tal un pequeño descanso?
Ross se volvió hacia Destiny.
—No ha estado nada mal para empezar.
Destiny asintió.
—Sí, gracias. Has sido muy amable al ayudarme.
Livvy lo arrastró hacia la puerta y lo llevó a un lado del garaje. Destiny los oyó
reírse. Decidió que ella también se merecía un descanso. Después de sacudirse la
parte delantera de los téjanos, se encaminó hacia la casa.
Fingió no verlos. Su hermana mantenía a Ross apoyado contra la pared del
garaje. Los brazos de él le rodeaban la cintura y ella le sujetaba con las manos el
rostro. Livvy, con la cabeza ligeramente ladeada, le estaba dando un prolongado y
apasionado beso.
Destiny desvió la mirada y se metió corriendo en casa.
Ross y Livvy se quedaron al lado del garaje casi media hora. Desde la ventana,
Destiny vio alejarse a Ross. En cuanto Livvy entró en la cocina, le espetó:
—Tú y yo tenemos que hablar.
Los ojos de Livvy reflejaban su cólera.
—¿Puedo beber algo antes? —Livvy sacó de la nevera una lata de té frío, tiró de
la anilla, bebió un gran sorbo y siguió a Destiny escaleras arriba, hacia el dormitorio.
—No entiendo por qué no quieres colaborar —le reprochó Destiny con voz
temblorosa.
Livvy la miró.
—¿Colaborar en el garaje?
—No. Ya sabes a qué me refiero. Colaborar para encontrar una forma de
salvarnos. Colaborar para encontrar al Restaurador. Te comportas como si
tuviéramos todo el tiempo del mundo.
Livvy suspiró.
—¿Qué se supone que debemos hacer? ¿Buscarlo en el listín telefónico?
—Debemos hacer todo lo que haga falta —replicó Destiny—. Nos queda muy
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poco tiempo. He estado consultando todos los libros que hay en la biblioteca sobre
vampiros y todo lo relacionado con lo sobrenatural. He buscado una página tras otra
en Internet. He telefoneado al departamento de ciencias de la universidad. He vuelto
a tener otra larga conversación con Ari, pero empieza a sospechar algo. Estoy
desesperada. Incluso he llamado a uno de esos teléfonos que aparecen en las revistas
y que recogen testimonios sobre fenómenos paranormales.
—¿Y bien? —preguntó Livvy.
Destiny frunció el entrecejo.
—Nada. No aparece en ninguna parte. Nadie ha oído nunca hablar del
Restaurador. Ni rastro de él, Livvy. Tengo mucho miedo.
—¿Y crees que yo no? —protestó Livvy.
—Pero tú no estás colaborando en nada. Finges que todo va bien. Pero no es
cierto. Sólo nos queda una semana, dos como mucho. No podemos quedarnos de
brazos cruzados mientras van pasando los días. Has estado actuando de una forma
muy rara, Liv. Desde que murió Bree estás insoportable conmigo.
Livvy bajó la cabeza. El pelo le cayó sobre la cara, pero no hizo ademán de
apartárselo.
—Vale, vale. ¿Qué quieres que haga?
—Lo primero es permanecer unidas. No podemos dejar que nada nos separe. —
Destiny pensó en Ross. Tuvo que esforzarse para alejarlo de su mente—. No
podemos rendimos, Liv —continuó—. Hay que hacer todo lo posible por encontrar al
Restaurador. Iremos a ver a la señora Bauer otra vez. Sabe más de lo que dice.
Volveremos allí. Descubriremos lo que necesitamos saber y nos salvaremos.
Un sollozo escapó de la garganta de Livvy, que empezó a retorcerse el pelo con
los dedos.
—¿Cómo quieres que todavía crea que hay esperanza? He perdido a mi mejor
amiga. Y tengo sed, siempre tengo sed. Nunca tengo suficiente sangre, Dee. Nunca.
Destiny rodeó con un brazo los hombros de su hermana.
—Encontraremos al Restaurador a tiempo. Estoy segura. Ya lo verás.
Un grito agudo y escalofriante sobresaltó a Destiny.
—¡Que alguien me ayude!
Los alaridos de Mikey venían de abajo.
Ambas hermanas se precipitaron hacia la escalera.
—¡Eddy está muerto! —oyeron gritar a Mikey—. ¡Eddy está muerto!
¡Ayudadme! ¡Mi hámster está muerto!
Destiny se volvió y clavó la mirada en Livvy.
—No pude evitarlo —susurró Livvy—. Tenía mucha sed.
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Las luces del coche rasgaban la niebla, enviando haces de luz amarilla en todas
direcciones. Destiny conducía despacio, inclinada sobre el volante. El cielo era de un
negro sólido; la niebla, cada vez más espesa, como si quisiera absorber el coche.
Livvy estaba encorvada en el asiento del acompañante, las rodillas en el
salpicadero, los brazos firmemente cruzados sobre su jersey negro.
—No puedo creer que me haya dejado convencer para volver aquí —protestó
en un susurro.
Destiny redujo la velocidad al divisar una señal de STOP.
—¿Había otra alternativa? Ya te lo he dicho. He estado investigando día y
noche, y no he encontrado ni una sola pista. ¡Ni una!
—Pero esa mujer es… un vampiro. Está loca. Se le ha ido la cabeza. Podría ser
peligrosa.
Destiny pisó el acelerador.
—No nos hará daño. Además, ¿es que no te acuerdas? Nos dijo que ya éramos
casi vampiros. Siempre te olvidas de ese detalle.
Livvy se tocó la marca del cuello.
—Estamos condenadas, Dee. Esa loca no va a ayudarnos.
—Tiene que ayudarnos —insistió Destiny—. No seas tan negativa. Tiene que
ayudarnos.
Condujo el coche hasta el camino de entrada. La casa del entrenador Bauer
estaba a oscuras, medio oculta por la cortina de niebla. A Destiny le parecía casi
irreal, como si fuera una casa encantada que formara parte de un decorado de cine.
Está encantada. Por una mujer que no está viva ni muerta.
—Enciende la linterna. No veo nada —musitó Livvy mientras avanzaban por el
sendero de entrada.
—No. No la usaré hasta que estemos dentro. No queremos ser vistas, ¿verdad?
—¡Ay! —Livvy tropezó con una gran roca que había en uno de los laterales de
la casa y se dio contra el muro de piedra.
—Ten cuidado —murmuró Destiny, asiendo a Livvy por el hombro y
ayudándola a incorporarse—. Las luces están apagadas. El entrenador Bauer ha
salido.
—Sí, con los cazadores. Para limpiar la ciudad de vampiros —dijo Livvy.
—Chist. Cállate. Ya tenemos bastante.
—¿Y si la señora Bauer no está? ¿Y si ha salido a dar una vuelta y de paso
llevarse por delante a alguno de nuestros amigos?
Destiny se detuvo de golpe y ordenó a su hermana:
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Livvy se llevó las manos a la cara. El miedo tensaba sus rasgos. Destiny agarró a
la señora Bauer por uno de sus huesudos brazos.
—¿Hay alguna salida? ¿Cómo podemos escapar?
—Han venido —repitió la señora Bauer, la mirada fija en el techo—. Por fin los
cazadores han venido.
Escudriñando en la oscuridad, Destiny descubrió una escalera apoyada contra
la pared opuesta. ¿Conduciría a una puerta que daría al exterior? Sí.
—¡Deprisa! —Destiny soltó a la señora Bauer y se apresuró a dirigirse hacia la
escalera. Livvy la siguió corriendo. Destiny trepaba por los peldaños a cuatro patas y
al llegar arriba, empujó la puerta, que se abrió levemente.
Soltó un grito de alegría cuando el cielo de la noche se reveló ante sus ojos.
Haciendo acopio de todas sus fuerzas, abrió la puerta del todo, trepó un poco más y
fue a parar sobre el césped.
Entonces se volvió y ayudó a Livvy tirando de ella. Podía oír las pisadas de los
hombres al atravesar el sótano. Sus voces. Sus gritos y sus lamentos.
Destiny intentó ver a través de la niebla. Más allá de los arbustos situados
detrás del jardín, distinguió las siluetas negras de unos árboles. ¡El bosque!
—Vamos.
Ella y Livvy se pusieron en marcha, corriendo a toda velocidad. Sus zapatos
resbalaban en la hierba húmeda por el rocío. Cuando ya se hallaban cerca de los
árboles, Destiny miró atrás y vio a la señora Bauer tratando de salir del sótano.
La señora Bauer salió a gatas y, tambaleándose, inició su huida hacia los
árboles.
—¡A ver si me atrapáis! —vociferó—. ¡Matadme si podéis! —Su negra camisa se
mecía al viento, el pelo ralo revoloteaba alrededor de aquel rostro esquelético.
Destiny y Livvy se pusieron a resguardo entre los árboles. Se agacharon una al
lado de la otra, escondidas en la oscuridad. Respirando con dificultad, asomaron la
cabeza para echar un vistazo al jardín.
Centelleantes linternas halógenas emitían amplios círculos de luz blanca sobre
el césped, que parecía tan claro como si fuera de día. Iluminaban las figuras que
perseguían a la señora Bauer, que finalmente se vio atrapada en un violento enjambre
de focos.
Aferrada a la áspera corteza de un árbol, Destiny divisó las sudaderas con
capucha, oyó sus gritos.
—Livvy, el más alto… ¿No es el entrenador Bauer?
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altos juncos. Más allá, había un riachuelo estrecho y poco caudaloso. Ella y Livvy
chapotearon con los pies en el agua al cruzarlo para adentrarse en el laberinto de
árboles que se extendía al otro lado.
¡Qué raro! No me cuesta respirar, pensó Destiny. Y de pronto, se dio cuenta de
que era capaz de ver los árboles, los arbustos, los matojos con toda claridad, como si
estuvieran a plena luz del día.
Vio a Livvy correr delante de ella, acelerando y salvando los obstáculos como si
se encontrara en un campo de juego.
Nunca he corrido tan deprisa, pensó Destiny. Puedo ver cada una de las hojas
de los árboles, los matojos, cualquier piedra en el suelo… ¿Dónde están los
cazadores?
Destiny volvió la vista atrás. No había luces. Las voces sonaban muy lejanas.
Destiny y Livvy ganaron velocidad. Prácticamente volaban sobre el suelo, sus
sentidos se mantenían alerta, no se cansaban, no sentían dolor en los costados, su
respiración no era agitada.
—Ya está —murmuró Destiny—. Los hemos dejado atrás.
—En mi vida he corrido tan deprisa —susurró Livvy.
—Sí, les hemos sacado ventaja sin problemas —corroboró Destiny—. Eso… eso
es porque ya no somos humanas. Corremos más que ellos porque somos casi
animales.
Atónita, Livvy convino:
—Tienes razón, Dee. Algo terrible está sucediendo. Puedo ver a los murciélagos
que se esconden en esos árboles. Y… y puedo oler su sangre. Sí, puedo oír su sangre
latiendo, y olería… olería… ¡Oh, me encuentro fatal!
—¡Oh, Livvy! —se lamentó Destiny, y atrajo a su hermana hacia ella para poder
abrazarla con fuerza—. ¿Cuánto tiempo nos queda? Dentro de unas semanas, o quizá
de unos días, dejaremos de ser nosotras para siempre. Nos convertiremos en unas
repugnantes criaturas nocturnas que se alimentan de sangre, y nos volveremos locas,
como la pobre señora Bauer.
—Tengo hambre —gimió Livvy.
—Hemos de encontrar al Restaurador —dijo Destiny, y luego añadió con voz
vacilante—. Y pronto.
—Pero ¿cómo? No nos ha dado ni una sola pista, Dee.
—Ya lo sé. Sólo repetía que estaba cerca. Cerca.
—Tal vez eso no significa nada. Había perdido la razón, Dee. No sabía lo que se
decía.
—Ya lo sé, pero —de improviso el hambre se apoderó de ella. Una fuerte
punzada en el estómago, un dolor serpenteante que la hizo gemir.
Vio a los mapaches avanzar furtivamente y en silencio en los límites del bosque,
el pelaje gris brillante, las colas ondulantes tras ellos. Destiny los contó.
—Seis pequeños guiados por uno grande y gordo.
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—¿Habéis visto a los cazadores? —preguntó Ari, jadeante—. He oído que salían
esta noche. He ido en su busca.
—Nosotras… no hemos visto a nadie —mintió Destiny.
—Vaya rollo —se quejó Ari, negando con la cabeza—. Me muero de ganas por
ver a un vampiro.
¿Sospechará algo?, se preguntó Destiny. ¿Por qué nos mira de esa forma
entonces?
—¿De dónde venís? —preguntó.
Las dos contestaron al unísono.
—Del centro comercial —dijo Livvy.
—De casa de Courtney —dijo Destiny.
Ari las miró con los ojos entrecerrados.
—Me estáis tomando el pelo, ¿verdad? —Se acercó a Destiny y señaló hacia su
cara—. ¿Eso que tienes en la barbilla es sangre?
—¿Eh? —Destiny contuvo la respiración y se frotó la barbilla con un dedo—.
Ah, sí. Me he mordido el labio. No es nada.
No me gusta cómo me mira… ¿Estará mintiendo? ¿Y si en realidad fuera un
cazador de vampiros? ¿Y si se ha unido a los otros? ¿Y si estaba con los demás en
casa del entrenador Bauer y nos ha seguido hasta aquí?
No puedo creerlo. Fui a su casa y le hice un montón de preguntas. Pero si sólo
me faltó decirle que yo también era un vampiro. ¿Cómo he podido ser tan estúpida?
—Quizá vaya a veros más tarde —le dijo Ari a Destiny.
¿Con quién? ¿Con tus amigos, los cazadores? ¿Vendrás a matarnos?
—Mejor otro día —replicó Destiny—. Livvy y yo necesitamos dormir para estar
guapas mañana. Ya sabes, mañana empezamos el cole. ¿O es que ya no te acordabas
de eso?
Ari esbozó una sonrisa burlona.
—Ah, sí, claro. El cole. Casi se me olvida.
—Todavía no hemos decidido qué ponernos —añadió Livvy—. Y eso puede
llevarnos horas.
—Ya. Oye, Dee, ¿podrías echarme una mano con francés este semestre?
¿A qué está jugando? ¿Qué intenta? ¿Despistarnos?
—Claro. No te preocupes.
—Genial. —Sonrió a Destiny—. Hasta mañana, chicas. —Se puso la capucha y
echó a correr hacia su casa.
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CUARTA PARTE
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El hombre era una auténtica fiera y su hija había resultado ser un cervatillo
dulce y encantador.
Lorenzo contempló aquella luna llena amarilla cuando Laura volvió a caer entre
sus brazos. Las lágrimas rodaban por sus mejillas y manchaban el hombro de la
camisa de Renz.
—Ojalá las cosas fueran distintas —sollozó ella—. Pero debemos continuar
viéndonos a escondidas. Si mi padre se enterara, no quiero ni pensar lo que haría
contigo. Te mataría, Lorenzo. Cuando la furia lo domina, es muy capaz de hacerlo.
—Conozco un modo de estar juntos para siempre —musitó él—. Duele un poco
al principio, pero sólo durante un tiempo. Después podríamos vivir juntos por toda
la eternidad.
Ella lo miró. Tenía las mejillas rojas y húmedas por el llanto; sus bellos ojos
verdes, muy abiertos y rebosantes de lágrimas.
—Lorenzo, mi amor. ¿Qué estás diciendo? Ya te he explicado que mi padre no
consentirá…
—Tu padre no puede detenernos, Laura —la interrumpió él, y entonces no
pudo resistirse por más tiempo. La luna llena había llegado a su punto más alto en el
cielo. Sus colmillos afilados descendieron de las encías—. Apenas te dolerá, mi amor.
A partir de esta noche, nuestra vida será un goce continuo.
Los colmillos se clavaron muy profundos en su cuello.
Ella ahogó un gemido de sorpresa, pero no hubo lloros, ni gritos de protesta.
No se resistió ni forcejeó para liberarse.
Al beber su sangre caliente y dulce, supo que ella le pertenecía.
Fue el momento más feliz de su vida.
Cuando Renz terminó, Laura le clavó los dientes en el pecho y también bebió su
sangre.
Nuestra sangre se ha mezclado cuando la luna llena ha alcanzado su cénit,
pensó. Ahora ya es mía.
Con la sangre goteando de sus labios, se besaron.
Renz escuchó los gritos airados, pero no quería que aquel abrazo terminara.
Unas manos lo agarraron con violencia y lo empujaron a un lado.
Al volverse… Renz descubrió el rostro iracundo del padre de Laura. Su pecho
se agitaba bajo el abrigo negro, tenía los puños apretados. Todo su cuerpo temblaba
de rabia.
Lo acompañaban dos hombres con barba y aspecto sombrío que vestían
chalecos largos. Renz bajó la vista hacia los mosquetones de largas bayonetas que
portaban.
—Matadle —ordenó Hanover.
Los hombres, obedientes, apuntaron con sus bayonetas.
Laura dio un salto para ponerse delante de Renz y abrió la boca en un grito de
protesta. Su padre la empujó a un lado y la hizo caer sobre la hierba.
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—He oído que el colegio va a llevar más acompañantes este año para asegurarse
de que nadie la líe —dijo Ana–Li.
—Oye, quizá Renz venga de acompañante. —Destiny intentó meterse en la
conversación.
—Pues sí que te gusta —dijo Livvy con ceño.
Destiny se encogió de hombros.
—¿Y a ti qué te pasa? ¿Es que no pueden gustarme los chicos mayores?
—De todas formas, lo importante es que esa noche no llueva —intervino Ana–
Li—. Al parecer, hay que andar más de seis kilómetros hasta llegar al campamento.
—¿No se puede ir en coche? —preguntó Ari, y se echó a reír de su propia gracia
—. Por cierto, ¿sabíais que habrá luna llena esa noche? —Sonrió a Ana–Li y soltó un
aullido imitando al hombre–lobo—. ¡Auuuuuu! Será una noche inolvidable.
Destiny se estremeció. No sabía que habría luna llena esa noche. De repente
sintió un sudor frío.
Livvy echó una ojeada a su reloj.
—¿Dónde se ha metido Ross? Dijo que nos encontraríamos aquí.
—¿Seguro? —preguntó Destiny—. Lleva media hora sentado en aquella mesa.
Está con Courtney. —Señaló hacia allí.
—¿Qué dices? —Livvy se volvió.
Ross estaba con Courtney en una mesa situada cerca de la puerta. Le rodeaba
los hombros con un brazo, y sus caras se mantenían casi pegadas mientras hablaban.
Ambos reían y Courtney hundió la frente en el pecho de Ross.
Livvy se puso en pie de un salto.
—No puedo creerlo. Ese idiota. ¿Qué hace ahí con Courtney?
—Livvy… ven aquí —la llamó Destiny—. ¡Eh! Cálmate. ¿A dónde vas?
Su pelo se agitaba al caminar. Livvy pasó por delante de la mesa donde estaba
Ross. Siguió mirando al frente, ignorándolos por completo. Destiny la vio abrir de
par en par la puerta de cristal y alejarse tras ella.
—Vaya, creo que tenemos problemas. —Ana–Li se tapó la boca con la mano.
La camarera acudió con la hamburguesa de Livvy y su bebida. Miró al sitio
vacío.
—¿Va a volver?
—No lo creo —le respondió Destiny.
Después de las clases, Destiny bajó por las escaleras, dejó atrás el comedor vacío
y encontró el despacho de Renz al final del pasillo, junto al armario del conserje.
Llamó con los nudillos y abrió la puerta de madera.
Lo encontró junto a una estantería vacía, de espaldas a ella. Se volvió cuando la
oyó entrar, y una sonrisa se dibujó en sus labios.
Llevaba un jersey negro de cuello alto y vaqueros negros. Su pelo negro brillaba
bajo la única luz que pendía del techo, al igual que sus ojos oscuros.
—Bienvenida a mi castillo —dijo señalando alrededor.
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para largarse con el coche a los manantiales. Ari le contó que había alquilado dos
películas de miedo y que eran una auténtica pasada.
Destiny se esforzaba por prestarle atención, pero apenas oía nada de lo que
decía. Seguía sintiéndose rara, desconcertada, confusa. No podía dejar de pensar en
Renz.
Era tan dulce, tan amable y delicado. Algunos retazos de la conversación
volvían a ella. Sólo palabras y frases sueltas que flotaban en su mente: «Sangre por
sangre…», «poderes…», «luna llena…», «Laura…».
Destiny trataba de encontrarle un sentido a todo aquello.
De pronto se dio cuenta de que Ari la observaba atentamente. ¿Habría visto las
marcas del cuello y deducido lo que estaba ocurriendo?
—Dee, hay algo que quiero decirte —susurró él.
Ella condujo el coche hasta el sendero de entrada a su casa. Su corazón latía con
fuerza. No podía hablar. Asintió al tiempo que le hacía una señal de que siguiera.
—Bueno… —Ari vacilaba, retorciéndose las manos con nerviosismo—. Verás, es
sólo que… Bueno que… que tú me gustas.
Entonces se abalanzó sobre ella y la besó en la boca.
Duró sólo unos segundos, pero Destiny se quedó tan atónita que apenas pudo
reaccionar.
Él le sonrió.
—Quizá nos veamos luego.
—Sí. Puede —replicó ella, todavía conmocionada.
Ari bajó del coche.
Destiny volvió a casa. Metió el coche en el garaje y subió a su habitación a toda
prisa.
—Eh, Liv —llamó.
Livvy estaba sentada frente al ordenador, escribiendo un correo electrónico.
Acabó el mensaje, lo envió y entonces se volvió hacia Destiny.
—¿Dónde has estado?
Destiny arrojó la mochila al suelo.
—Ya te dije que había quedado con el señor Angelini.
—¿Cómo ha ido? —Antes de que Destiny respondiera, Livvy agregó—: Por
cierto, mientras estaba conectada, has recibido un mensaje de Nakeisha.
Destiny se aproximó a su hermana.
—¿Ah, sí? ¿Y qué dice?
—Que viene a Dark Springs el sábado. Está visitando universidades en Boston.
Pero dice que su madre la traerá hasta aquí y que podrá quedarse un par de horas.
—Bien.
Pero Destiny no pensaba en Nakeisha.
—¿De qué has hablado con Renz? —preguntó Livvy—. Yo no me reuniré con él
hasta después de la excursión.
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—Pues… hemos hablado de… —Destiny intentaba recordar. Luchaba por ligar
las palabras sueltas—. Dijo… dijo algo sobre la sangre —contestó al fin.
Livvy, que estaba colocándose bien el pendiente de la nariz, se quedó perpleja.
—¿Que él… qué?
—Oh, Dios mío —murmuró Destiny—. Dios mío, Liv. Dijo algo de la sangre. Sí,
ahora lo recuerdo. Dijo algo así como «sangre por sangre», y también habló de la
luna llena.
Destiny meneaba la cabeza, como si intentara sacudirse las palabras de encima
y así aclarar su memoria.
Livvy estaba de pie mirando a su hermana, la cabeza ladeada y una expresión
de alarma.
—Dee, ¿te encuentras bien? ¿No irás a desmayarte ahora?
—Oh, Dios mío. Oh, Dios mío —repetía Destiny sin dejar de mover la cabeza—.
Es verdad, Liv. Yo… le pregunté si tenía poderes, y él dijo que sí.
—Pero Dee…
—Oh, Dios mío. ¿No te das cuenta, Liv? ¿No te das cuenta?
Livvy la miró entrecerrando los ojos.
—¿De qué hablas?
—Es Renz —dijo con la voz rota por la emoción—. Quería demostrármelo hoy.
Es él. ¿No lo ves? «Renz es el Restaurador.»
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—Ha sido un accidente —se justificaba Livvy, tapándose la cara con las manos
—. De verdad. Sólo apreté un poco.
Courtney acunaba el brazo roto en su brazo sano.
—No puedo soportarlo. Me duele mucho.
Destiny notó que su estómago se agitaba ante la visión de aquel hueso astillado
asomando entre la piel desgarrada.
—Hay que llevarla al hospital. —Se volvió hacia Ari—. ¿Has venido en coche?
—Yo la llevaré —se ofreció Ross, y ayudó a Courtney a caminar hacia la puerta.
Courtney era un mar de lágrimas. Antes de salir, miró furibunda a Livvy.
—Zorra envidiosa. Me lo has partido en dos. ¿Cómo has podido hacerme esto?
Juro que te acordarás de ésta.
Livvy abrió la boca para protestar, pero no pudo emitir sonido alguno.
Ross le deslizó a Courtney un brazo alrededor de los hombros y la condujo por
las escaleras.
—¡Ross, no vayas! —le advirtió Livvy—. Quédate aquí. Deja que la lleve Ari.
Ross no respondió. Ari se precipitó hacia las escaleras.
—Mejor será que vaya con ellos y les eche una mano.
Desaparecieron escaleras abajo. Destiny oyó cómo la puerta de la cocina se
cerraba tras ellos.
Abrazándose a sí misma, Livvy cruzó la habitación hacia Destiny.
—Apenas la toqué. Sólo fue un accidente. No pretendía romperle el brazo. Tú
me crees, ¿verdad?
Destiny suspiró.
—Sí, te creo.
Livvy cerró los ojos.
—Ella empezó. Ella me agarró primero. ¿De qué va esta tía? Sabe de sobra que
estoy enamorada de Ross.
Destiny contuvo la respiración.
—¿Enamorada? ¿Has dicho «enamorada»?
Livvy asintió y abrió los ojos.
—Sí. Eso es lo que he dicho. ¿Por qué me miras así?
—Bueno… por nada. Pero recuerda que probablemente Ross sea un cazador de
vampiros. ¿Crees que seguiría contigo si se enterara?
—Yo le intereso. Me lo ha dicho.
—Pero ya conoces a Ross. Ninguna chica le dura demasiado. Siempre tiene tres
o cuatro que le van detrás.
—Esta vez es diferente —insistió Livvy—. Él y yo… hemos estado hablando. Él
va conmigo en serio. Courtney ha hecho todo lo posible para que lo dejáramos. Pero
no voy a permitírselo. Ella se lo ha buscado, Dee. De verdad. Ella se lo ha buscado.
Destiny negó con la cabeza.
—¿Ella se lo ha buscado? ¿Ella se ha buscado que le rompieras un brazo? ¿Es
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No puedo creerlo. Pero es verdad. Papá es un cazador. Mis amigos y papá son
cazadores de vampiros.
Destiny se alejó de la ventana y se encaminó hacia la calle. Se escondió detrás de
su coche cuando la puerta de la entrada principal se abrió de par en par.
Contuvo la respiración y asomó la cabeza por encima del parachoques. Los
chicos salían deprisa, con las estacas bien sujetas a un lado. Vio a Ross susurrarle algo
a Fletch, que a su vez soltó una carcajada y le dio un empujón bromeando.
El doctor Weller salió de espaldas. Cerró con llave la puerta principal. Tomó
varias bocanadas de aire mientras miraba alrededor.
No. Por favor, papá. Por favor. No mires aquí.
Agazapada detrás del coche, Destiny los vio avanzar presurosos y en silencio
por la acera. Se dio la vuelta y descubrió la furgoneta de su padre aparcada en la otra
esquina.
En cuclillas, se deslizó al otro lado del coche. En ese momento pasó otro coche
que derramó sus luces sobre los chicos. Destiny los vio esconder las estacas de
madera para que el conductor no las descubriera.
Se hacinaron en el interior de la furgoneta. Vio cómo su padre se colocaba al
volante y arrancaba. Los pilotos traseros emitieron un resplandor rojo. Unos
segundos más tarde, la furgoneta tomó la curva y se alejó.
Destiny se puso en pie de un salto.
¿Adónde se dirigía su padre? Buscó con nerviosismo las llaves del coche. Se le
cayeron al suelo. Temblando, las recogió y subió a toda prisa al coche. Qué alivio
sentarse. Respiró hondo, arrancó y se fue tras ellos.
No tardó en darles alcance. Conducían deprisa a través de North Town, la parte
más antigua de Dark Springs: casas pequeñas muy pegadas unas a otras sobre
terrenos de escasas dimensiones; un colmado abierto las veinticuatro horas en una
esquina y un cine clausurado en la otra.
Destiny pisó el freno cuando vio que la furgoneta se detenía en la curva. Las
portezuelas se abrieron de golpe y los chicos saltaron al suelo antes de que el
vehículo se hubiera parado del todo.
Destiny, sin dejar de mirar a los muchachos, dio un volantazo brusco. El coche
se metió en la curva con una sacudida y rebotó en el asfalto.
Los chicos corrían por el césped de un pequeño jardín, saltando por encima de
los arbustos, moviéndose con cautela y sosteniendo las estacas sobre sus cabezas.
¿De quién es esta casa? Yo he estado ahí. ¿No es la casa de la bibliotecaria de la
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Decía que se quedaba trabajando hasta tarde, cuando en realidad ya era un cazador.
Livvy se estiraba un mechón de cabello.
—No… no puedo creerlo.
—Tienes que mantenerte alejada de Ross —le advirtió Destiny—. Él también es
un cazador.
—¿Y qué? —gritó Livvy.
—¿Cómo que y qué? ¿Es que has perdido el juicio? Si Ross descubre nuestro
secreto…
—Ross nunca me haría daño —replicó Livvy—. ¡Nunca! Ross me ama.
La voz de Destiny era un murmullo estridente.
—¿Se quedaría contigo si lo supiera? Dime, ¿se quedaría contigo?
—Lo que pasa es que estás celosa. Tienes celos porque Ross está enamorado de
mí.
Aquellas palabras hirieron a Destiny.
—No estoy celosa. Es un cazador, y si descubriera que…
—¡Ya lo sabe! —exclamó Livvy—. Ross ya lo sabe. Se lo he contado yo. Lo sabe
todo.
—¿Qué? ¿Cómo has podido? —gritó Destiny—. ¿Cómo has podido poner en
peligro nuestras vidas? Juramos guardar el secreto. Nos lo juramos una a la otra.
¿Cómo has podido decírselo?
Livvy desvió la mirada hacia la pared y no contestó.
—¿Cuándo se lo contaste? ¿Qué te dijo? Contéstame —le exigió Destiny—.
Contéstame, Livvy. ¿Qué te dijo?
Livvy no se movió y tampoco contestó.
—¿Es que no te das cuenta de lo que has hecho? —le espetó Destiny—. ¿No te
das cuenta del peligro que corremos ahora?
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Destiny vio a Renz caminar por el pasillo. Pareció sorprendido de verla, pero
enseguida disimuló esbozando una sonrisa.
—Buenos días, Destiny. ¿Querías verme? Espero que no lleves mucho rato
esperando.
—Quería hablar contigo antes de que empezaran las clases.
El se cambió la cartera de mano, abrió la puerta y la dejó pasar delante. Una vez
sentado, la miró y volvió a sonreír. Sus ojos negros destellaban.
—Pareces cansada. ¿Y esas ojeras?
—Anoche no dormí mucho —respondió Destiny—. No sabía si venir y hablar
contigo… Esto no es fácil.
Su mirada traspasaba los ojos de Destiny.
—¿Qué quieres?
Destiny le sostuvo la mirada.
—Bueno… la verdad es que no sé cómo decirlo. —Tenía la garganta seca.
No puedo hacerlo, pensó. Esto es una locura. Debería darme media vuelta y
salir corriendo.
Renz se inclinó hacia ella. La luz se reflejaba en sus ojos.
—¿Por qué no te limitas a decirlo? No puede ser tan difícil.
—Sí. Sí que lo es.
—Bien…
Sus ojos parecían desprender una intensa luz. No parpadeaba. De pronto
Destiny sintió como si Renz penetrara en su mente, como si pudiera leerle el
pensamiento.
—Quieres que hablemos sobre la luna llena, ¿verdad? —musitó Renz.
Destiny contuvo la respiración. Le había leído la mente.
Ella asintió.
—Estás nerviosa por lo que pueda suceder el sábado por la noche.
Destiny asintió de nuevo.
—Entonces lo sabes —susurró ella—. Tú… tú eres el Restaurador, ¿no es cierto?
Él parpadeó.
—¿Quién?
—El Restaurador. Eres tú. Tú eres el que restaura a la gente, el que les devuelve
su vida anterior después de que hayan sido mordidos.
Él guardó silencio.
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—Por favor, Renz. Dime la verdad —rogó, la voz en suspenso—. Por favor.
¿Eres tú? ¿Tú eres el Restaurador?
Renz la contempló en silencio durante largo rato. Parecía meditar su respuesta.
Por fin, una amplia sonrisa iluminó su atractivo rostro. Tomó la mano de Destiny y
susurró:
—Sí. Soy yo.
Destiny notó el calor de aquella mano al tocarla. Exhaló un largo suspiro de
alivio.
—¡Oh! ¡Gracias a Dios! —exclamó—. Livvy y yo… Nosotras te necesitamos,
Renz. Te necesitamos más que a nadie en el mundo. No nos queda demasiado
tiempo. ¿Nos ayudarás?
Renz sostuvo su mano entre las suyas. Se puso de pie y se acercó a ella.
—Ya no tienes de qué preocuparte —dijo—. El sábado por la noche hay luna
llena. Y yo estaré allí, con todos vosotros, en la excursión del colegio. Iré a buscarte y
te prometo que entonces me haré cargo de ti.
—Gracias. Oh, gracias —murmuró la joven.
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Renz estaba sentado a su mesa, reclinado en la silla, con los ojos cerrados.
—Destiny… —susurró. Pensar en el sábado por la noche lo llenaba de emoción
—. Destiny… Laura. Sí, te convertirás en Laura.
Los recuerdos flotaban en su mente. Fue la primavera anterior… hacía sólo
unos meses, aunque le parecía que había pasado mucho tiempo, cuando vio a su
amor en la parte trasera de la escuela, esperando de nuevo a sus hijas. Sí, se hacía
llamar Deborah Weller, y estaba casada con un veterinario de aspecto aburrido.
No me importa cómo te hagas llamar. Esta noche volverás a ser Laura, pensó
alzando la mirada hacia la luna llena. Dejó que la luz de la luna le reconfortara, luego
se volvió otra vez hacia ella. Tenía miedo de perderla si apartaba la vista de ella
aunque fuera sólo un momento.
Desde aquel encuentro casual en el aparcamiento del colegio, no había podido
dejar de pensar en Deborah Weller, la perseguía, la acechaba. Se deslizaba hasta la
ventana de la cocina por las noches y espiaba a la familia mientras cenaba. La veía a
través de la ventana, se regodeaba en su risa, en su sonrisa, en sus brillantes ojos
verdes.
¿Puedes sentir que estoy cerca?
¿Puedes sentir mi amor por ti?
Ahora estamos separados, Laura. Pero no por mucho tiempo.
Y entonces, al cabo de unos días, Renz supo que el momento había llegado. La
luna llena proyectaba una luz plateada sobre la furgoneta mientras ella esperaba en
el aparcamiento vacío. Él emergió de las sombras, se encaminó al coche, listo para
reclamar a su amada.
Ella tenía los cristales de las ventanillas subidos. Su larga cabellera rubia le
cubría los hombros, reflejando la luz de la luna. Él dio unos golpecitos en la
ventanilla y la vio sobresaltarse.
Ella lo observó durante unos instantes, y entonces lo recordó. Bajó el cristal.
—¿Señor Angelini? Qué casualidad que hayamos vuelto a encontrarnos en este
aparcamiento.
Su voz era grave, tenía la textura del terciopelo, igual que la de Laura.
—¿Podría ayudarme? —le preguntó él, disimulando a duras penas el temblor
de su voz—. Se me han caído las llaves. Si abre usted la puerta, la luz del coche me
ayudará a encontrarlas.
Ella no dudó. Él se estiró y la agarró, sujetándola con tanta fuerza que no podía
gritar.
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Renz sabía todo eso porque siempre permanecía cerca… cerca de la casa y de
sus habitantes.
Si aparto la vista de ella, ni siquiera por un segundo, podría desaparecer. Y
volvería a perderla.
Pero no. La luna llena, suspendida en lo más alto del firmamento, iluminaba la
casa como si de un reflector se tratase. Y Laura se encontraba en su habitación.
«Esperándome.»
Se deslizó con sigilo por un extremo de la casa, apretando su cuerpo contra el
muro de piedra, y se encaminó directo a su habitación, que quedaba atrás. La
ventana estaba abierta. Las cortinas se mecían en la brisa ligera.
Dudó un instante, conteniendo su excitación. Pero ya podía sentir el dulce sabor
de su sangre en la lengua. Y una vez que la sangre se hubiera mezclado, Renz podía
imaginar su regocijo al reunirse de nuevo con él.
Levantó las manos hasta el alféizar, se impulsó y entró sin esfuerzo en la
habitación. Apartó las cortinas. Una discreta lámpara en la mesita de noche
proporcionaba toda la luz que había en la estancia.
Retrocedió tambaleante hasta la pared cuando la vio, parpadeando para
ahuyentar aquella espantosa imagen.
La imagen del cuerpo de Deborah colgando muy rígido de la lámpara del techo.
Sus pies desnudos suspendidos sobre el suelo. Una cuerda gruesa le rodeaba el
cuello. La cabeza inclinada hacia atrás, los ojos en blanco dirigidos al techo, la cara de
un tono violáceo, la lengua púrpura colgando de su boca abierta.
—¡No!
Desvió la mirada hacia la pared. No podía soportar ver aquello.
«¿Por qué lo has hecho, Laura? ¿Por qué has vuelto a arrebatarme a mi amor?»
Se quedó allí, encorvado, con la mirada fija en la pared, inmóvil durante lo que
le pareció una eternidad. Finalmente, se desplazó hacia la ventana.
—Adiós, Laura —se despidió con un susurro—. Adiós. He vuelto a perderte
una vez más.
Descendió trepando desde la ventana. Cruzó raudo el césped. No miró atrás.
—Has escapado de mí. Pero tienes dos hijas. Dos Lauras. Tú has huido de mí.
«Pero no permitiré que ellas lo hagan.»
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tienda al abrirse.
Se sentó muy despacio.
La cremallera se abrió del todo y mostró la luna llena brillando desde el cielo
oscuro.
Y entonces Renz asomó la cabeza dentro, tapando la luna, los ojos muy abiertos
por la emoción.
—Laura. Ha llegado el momento —susurró—. He venido a buscarte. ¿Estás
lista?
—Sí —susurró Destiny a su vez—. Estoy lista.
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Renz se inclino hacia ella y extendió la mano. Destiny la cogió y dejó que tirara
de ella hasta ponerse de pie.
—¡Por fin! —susurro él, y una sonrisa se dibujo en su rostro.
La condujo fuera de la tienda. Destiny vio las brasas anaranjadas de la fogata,
que despedían chispas y hacia que reluciera el cielo nocturno…
Renz la sujetaba entre sus brazos. Acerco su oído y susurró:
—He esperado tanto tiempo esta noche.
Destiny sintió un cosquilleo en la piel. Sus músculos se tensaron. Él acercó el
rostro al de ella. Los colmillos salieron ron de sus encías.
—¿Estás lista, Laura? ¿Estás lista?
—Sí —musitó Destiny—. Sí, sí…
Entonces asió el poste que había escondido detrás la tienda y lo levantó en alto.
Con un gemido muy profundo lo hundió en el pecho de Renz.
Renz abrió los ojos desorbitadamente. Se tambaleó hacia atrás.
Destiny apretó la estaca hundiéndosela aún más.
—Oh, no. Oh, no —susurraba Renz, debatiéndose.
Cayó de espaldas.
—He estado planeando esto toda la semana. Es lo único que podía hacer.
Y ahora, ¡muere, Renz… muere!
—Oh, no —repetía él—. Tú no puedes… —Agitaba los brazos y las piernas
como un insecto sujeto con un alfiler—. Laura, yo te amo. Te amo, Laura.
Consiguió incorporarse y la agarró por los hombros. Sus dedos huesudos le
apretaban, clavándose en el suéter, en la carne.
—Te amo, te amo… —Luchaba por atraerla hacia él.
Haciendo acopio de todas sus fuerzas, Destiny empujó la estaca hasta
atravesarle el cuerpo y clavarlo en el suelo.
—Muere, Renz… ¡Muere!
Un gorgoteo escapó de la boca abierta de Renz. Destiny vio con horror cómo el
cuerpo de Renz comenzó a deshacerse. Los brazos y las piernas crujían mientras se
retorcían. La piel del rostro se derritió. Su pecho se hundió. El cráneo se desintegró,
dejando tan sólo los colmillos.
En cuestión de segundos, lo único que quedó en el suelo fue un montón de
harapos envueltos en una nube de polvo que flotaba en el aire.
Respirando con dificultad, Destiny se volvió… y vio a su padre justo detrás.
—Destiny. Estaba aquí —musitó—. He visto…
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42. Desaparecidos
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Epílogo
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RESEÑA BIBLIOGRÁFICA
R. L. STINE
Destiny y Livvy son dos hermanas gemelas que siempre disfrutaron de la popularidad
en el instituto: guapas, listas y con muchos amigos. Pero algo sucedió el pasado verano, algo
terrible y oscuro que ni siquiera pueden recordar. Ni ellas mismas logran explicar qué está
sucediéndoles. La luz del sol les abrasa los ojos. Son capaces de correr o saltar de manera
sobrehumana. Y sufren una sed insaciable que no saben cómo mitigar. Además de sentir una
creciente pasión por la sangre… ¿Tal vez sus encuentros con el oscuro y seductor Renz tienen
algo que ver con este cambio?
Mientras Livvy disfruta de las increíbles posibilidades que su nueva situación le brinda,
Destiny lucha desesperadamente por recuperar la normalidad. Entre sus amigos y familiares
empiezan a correr los rumores, e incluso se habla de unos misteriosos cazavampiros que
patrullan por la ciudad durante la noche. Las dos hermanas deberán ser muy cautas, porque ni
ellas son quienes parecen, ni aquellos que las rodean son quienes dicen ser…
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