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R. L.

STINE

CHICAS PELIGROSAS, 01

UNAS CHICAS
PELIGROSAS
Roben O. Warren,
que siempre hace las preguntas adecuadas,
incluso aunque yo no siempre tenga las respuestas
adecuadas.

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ÍNDICE

PRIMERA PARTE......................................................................................5
1. El día más peligroso.........................................................................6
2. Un paseo romántico........................................................................11
3. No te dolerá por mucho tiempo...................................................14
4. ¿Qué quiere de mí?.........................................................................17
5. Te seguiré hasta casa......................................................................20
SEGUNDA PARTE..................................................................................22
6. ¿Ha hecho alguna de las suyas este verano?...............................23
7. No pude parar de gritar.................................................................27
8. No podrás escapar de mí...............................................................34
9. Una sed tan poderosa.....................................................................35
TERCERA PARTE....................................................................................40
10. Volveremos a la normalidad.......................................................41
11. Las escalofriantes noticias de Ari...............................................44
12. No tiene cura.................................................................................49
13. Necesito alimentarme...................................................................53
14. Un aperitivo en la piscina............................................................55
15. ¿Qué sabe el entrenador Bauer?.................................................58
16. ¿Hay alguien en casa?..................................................................62
17. Él nunca me dejará morir............................................................65
18. ¿Quién es el Restaurador?...........................................................68
19. Ari fracasa......................................................................................71
20. Asesinada.......................................................................................76
21. El nuevo vecino de Destiny.........................................................79
22. Bree nunca te cayó bien................................................................83
23. Una muerte en la familia.............................................................85
24. ¡Los cazadores están aquí!...........................................................90
25. A ver si me atrapáis......................................................................95
26. ¿Es Ari un cazador?......................................................................99
CUARTA PARTE...................................................................................103
27. Lorenzo y Laura..........................................................................104
28. Laura, de nuevo..........................................................................109
29. El beso del vampiro....................................................................112
30. Destiny encuentra al Restaurador............................................116
31. Livvy contra Courtney...............................................................120
32. Le han chupado toda la sangre.................................................124

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33. Una lección de naturaleza muy valiosa...................................127
34. Papá da una sorpresa.................................................................130
35. ¿Ross es peligroso?.....................................................................133
36. Renz hace una promesa.............................................................136
37. Recuerdos del campamento de verano....................................138
38. Renz bebe con avidez.................................................................141
39. Destiny mantiene su cita con Renz..........................................144
40. Por fin...........................................................................................147
41. Supongo que debería haberte contado la verdad..................149
42. Desaparecidos.............................................................................152
Epílogo...............................................................................................154
RESEÑA BIBLIOGRÁFICA..................................................................155

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PRIMERA PARTE

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1. El día más peligroso

—El verano no puede haberse acabado ya. ¿En serio tengo que marcharme del
campamento Blue Moon?
Eso era lo que Destiny Weller pensaba el día en que empezó a convertirse en
vampiro.
Observó cómo el autobús amarillo se alejaba, llevándose a los últimos
campistas. El autobús dio un bote sobre la estrecha carretera polvorienta, luego giró
y desapareció entre los árboles.
—¡Eh, somos libres! —alguien gritó—. Los cachorros se han ido.
—¡Hay que celebrarlo!
—¿Quién conduce? ¿Traemos un barrilete de cerveza o un pack de seis?
El sol anaranjado de la tarde iba ocultándose tras los árboles. El aire le provocó
un escalofrío repentino, señal de que el verano casi había llegado a su fin.
Destiny se volvió en busca de su hermana Livvy. Los monitores se reunían en
torno a una colina cubierta de hierba que daba a la carretera, riendo y bromeando,
abrazándose unos a otros, celebrando el final del campamento.
Vio a Livvy con otras chicas apiñadas alrededor de Renz, que flirteaba con ellas,
abrazándolas una tras otra. Todas estaban locas por él. ¿Cómo no?
Era tan guapo: alto, bronceado, con aquel pelo negro y ondulado, aquellos ojos
oscuros y seductores, perversos, y una sonrisa irresistible. Tan encantador, tan
divertido, tan… mayor.
No como los otros chicos del campamento, pensó Destiny. No como los otros
monitores mayores y los de su edad, cuya idea de pasarlo bien consistía en darse un
chapuzón desnudos en el lago cuando las luces se apagaban, o meter serpientes en la
cama de los demás.
Renz era demasiado sofisticado para eso.
En realidad Destiny no sabía mucho de él. Sabía que su nombre real era
Lorenzo Angelini, y que tenía cierto acento italiano que lo hacía todavía más sexy.
Había sido contratado como monitor encargado del muelle. Pero cuando el tío Bob, el
propietario del campamento Blue Moon, enfermó de repente, justo antes de que
llegaran los niños, Renz se convirtió en el monitor jefe.
—Te he pillado, lo estabas mirando —Nakeisha Johnson se había acercado a
Destiny por la espalda y la había agarrado de los hombros, sorprendiéndola.
Destiny se rió.
—Le queda bien el equipo de tenis, ¿verdad?
—El verano es demasiado corto —se quejó Nakeisha—. ¿Qué tal si lo sigo hasta

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su casa? Quizá me adopte.


—En realidad estoy mirando a mi hermana —dijo Destiny—. ¿Has visto unos
pantalones cortos más cortos? Si se le ve medio culo.
Nakeisha miró hacia el grupo de chicas que se agolpaba junto a Renz.
—Cuidado, te estás poniendo verde de envidia. A ti lo que te pasa es que tienes
celos. Renz pasa mucho tiempo con Livvy.
—Todos los chicos lo hacen —replicó Destiny. Observó cómo Renz daba a Livvy
un fuerte abrazo de despedida con las manos en su espalda desnuda.
—Deja de menear la cabeza —le ordenó Nakeisha—. ¿Cómo podéis ser tan
distintas siendo gemelas?
—Ya te lo dije, no nacimos al mismo tiempo —contestó Destiny.
—Ya. Bueno, eso lo explica todo —replicó Nakeisha, poniendo los ojos en
blanco.
—Yo soy quince minutos mayor que ella —continuó Destiny—. ¿No te das
cuenta? Tengo que comportarme como una hermana mayor.
Una chaqueta amarilla voló por encima de sus cabezas. Destiny la tiró lejos. Allá
en lo alto, en un cielo cada vez más oscuro, una bandada de gansos que había
emprendido camino desde Canadá pasó graznando en perfecta formación.
Abajo, en la carretera, la furgoneta del campamento, abarrotada de monitores
que se dirigían a la ciudad para comprar cerveza, avanzaba a toda velocidad, los
neumáticos levantando una gran polvareda.
—Todo el mundo parece feliz, pero esto es muy triste —dijo Nakeisha—.
Mañana tomaremos caminos separados. Nunca más te veré. —Se giró y envolvió a
Destiny en un abrazo al que ésta correspondió—. Has sido una amiga estupenda. Te
echaré mucho de menos.
Ambas tenían lágrimas en los ojos.
—Al menos tú volverás a Nueva York —dijo Destiny, soltándola. Le tocó el
cabello corto y liso de color rubio—. No a un sitio aburrido como Dark Springs,
Massachusetts.
Nakeisha se secó las lágrimas de las mejillas.
—Es que me ha entrado algo en el ojo. Eso es todo. No es que odie las
despedidas, ni nada de eso. Tienes mi correo electrónico, ¿no? ¿Y el número de mi
móvil?
Destiny asintió.
—Podemos mandarnos mensajes.
—¿No podrías venir a Nueva York para el día de Acción de Gracias?
Destiny se echó a reír.
—Claro. Si me toca la lotería o algo así.
—Oye, ¿sabes qué? Visitaré algunas facultades en septiembre y octubre. A
Boston voy seguro. Quizá pueda acercarme hasta Dark Springs.
—¡Genial! —exclamó Destiny. Miró por encima del hombro de Nakeisha y vio a

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Livvy, cigarro en mano, dándose un morreo con Cory Field, uno de sus múltiples
admiradores. Él, rodeándole los hombros con un brazo, empezó a llevársela hacia los
árboles que bordeaban el lago—. ¡Livvy! ¡Espera! —vociferó, y Livvy se acercó
corriendo—. ¡Eh, Liv! ¡Para!
Su hermana se volvió y dio una larga calada al cigarrillo. Cory mantuvo el
brazo en sus hombros.
—Vaya, Dee. ¿Qué pasa? —preguntó Livvy.
—¿Qué tal? —dijo Cory—. Qué tranquilo está esto sin los críos, ¿no?
Destiny asintió.
—Liv, aún no has empezado a hacer las maletas.
—Sí. Ya lo sé.
Destiny observó a su hermana. Livvy hacía todo lo posible para diferenciarse de
su gemela. Destiny llevaba el pelo corto, así que Livvy se lo dejaba largo y suelto, por
encima de los hombros. Destiny casi nunca se maquillaba, sólo un poco de colorete y
brillo de labios muy de vez en cuando. Livvy prefería los pintalabios de color
púrpura o rojo oscuro y, ese verano, había llenado su maleta más grande con sombras
de ojos.
Livvy tenía un piercing en la nariz y solía llevar tres pendientes distintos en
cada oreja. Quería tatuarse una mariposa en el hombro, pero se echó atrás al
imaginar lo pesado que se pondría su padre.
Destiny nunca lo admitiría ante nadie, pero admiraba a su hermana por tener
tanto estilo.
Livvy siempre intentaba maquillarla. Una noche, el año anterior, cuando
todavía eran unas crías, Destiny por fin le dio vía libre: pintalabios, rimel, incluso
mechas en el pelo.
Cuando hubo acabado, Livvy comenzó a sonreír.
—No me convence —dijo, tapándose la boca con la mano—. No me convence.
Giró el espejo hacia Destiny y las dos se echaron a reír. Cayeron al suelo, sobre
el espejo de maquillaje de Livvy, riendo hasta que las lágrimas empezaron a rodar
por sus mejillas.
Destiny solía pensar en esa noche. Fue sólo unas semanas antes de que su
madre muriera, unas semanas antes de que la tragedia volviera sus vidas del revés. Y
aquella noche se sintió muy cerca de su hermana, una noche en que la proximidad se
impuso sobre sus múltiples diferencias.
Livvy tiró el cigarrillo y lo pisó con la suela de la sandalia.
—¿Tú ya las has hecho? —preguntó.
Destiny asintió.
—Bueno, sí. Papá y Mikey estarán aquí mañana en cuanto amanezca. Deberías
haber empezado a recoger, lo tienes todo tirado por la cabaña.
Livvy sonrió.
—Tienes razón. Soy una vaga. —Livvy y Cory intercambiaron una mirada de

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complicidad.
—Si quieres, te ayudo —se ofreció Destiny.
—Gracias. Ya lo haré después. Vamos a reunimos en el lago. ¿No te lo han
dicho? Todos los monitores, los grandes y los peques. Estaremos despiertos toda la
noche hasta acabar hechos polvo.
Cory esbozó una amplia sonrisa y le hizo una señal con el pulgar hacia arriba.
Luego dijo:
—Última oportunidad de pasarlo bien.
Destiny suspiró.
—¿No podrías hacer las maletas primero?
—He dicho que luego, mami —replicó Livvy con sequedad. De inmediato su
expresión se suavizó—. Lo siento.
Pero la palabra permaneció entre ellas, suspendida en el aire. Ambas
compartían un mismo pensamiento: «No tenemos mami. Nuestra madre se suicidó el
año pasado.»
Livvy apretó la mano de Destiny.
—Perdona, Dee. Estaré allí dentro de cinco minutos. Te lo prometo —aseguró.
Luego tiró de Cory hacia el bosque.
Destiny se volvió e inició el ascenso por la colina, en dirección a las cabañas. El
sol había desaparecido tras los árboles. Empezaron a oírse los grillos. El círculo de
admiradoras de Renz se había reducido a dos chicas. Éste alzó los ojos hacia Destiny
cuando ésta pasó y la saludó con la mano. Destiny se lo devolvió. Vio cómo la seguía
con la mirada mientras ascendía por la colina hasta alcanzar el refugio principal.
No ha dejado de mirarme durante todo el verano, pensó. Pero nunca me ha
invitado a dar uno de sus famosos paseos nocturnos por el lago. Sólo sé de ellos lo
que me cuentan los otros monitores de mi grupo.
Y Livvy. Sí, Livvy también se había rendido a sus encantos. Y no era ningún
secreto que Renz pasaba mucho tiempo con ella.
¿Tendrá razón Nakeisha? ¿Estaré celosa?
Pues sí.
Vio a un grupo de monitores encender la hoguera del campamento. Ronnie
Herbert, uno de los monitores de su edad con el que Destiny había tenido bastante
trato (sólo era un amigo), se le acercó corriendo con la camiseta azul y blanca del
campamento sobre unos pantalones cortos de color caqui que le venían anchos.
Ronnie se sacó un trozo de papel del bolsillo.
—Destiny, ¿puedes darme tu correo electrónico? ¿Mantendremos el contacto?
—Pues claro —respondió ella—. ¿Sabes? Providence no queda tan lejos de Dark
Springs. Podemos vernos alguna vez.
—Genial. —Ronnie garabateó el correo de Destiny y luego le dio un abrazo—.
Es muy duro despedirse de todo el mundo. —Se volvió y vio que Nakeisha se dirigía
hacia la hoguera—. ¡Eh, Keish, espera! —Echó a correr agitando en el aire el trozo de

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papel.
Destiny siguió avanzando frente a las cabañas de los campistas, ahora vacías y
con aspecto de abandono, algunas puertas abiertas mostraban literas desnudas con
sus colchones planos y grises. Al final de la hilera, empujó la puerta de la cabaña
Iroquois, que había compartido con sus campistas.
Vio un cabello pelirrojo en el suelo, la única señal de que una vez habían vivido
allí niñas de ocho años. El equipaje de Destiny se encontraba perfectamente alineado
ante su litera.
Suspiró.
¿Y si me acerco hasta Arapaho y empiezo a recoger las cosas de Livvy? Seguro
que no lo hará hasta mañana y nos tendrá a papá, a Mikey y a mí esperándola.
Consideró esa posibilidad por un momento y luego decidió que ni hablar, no
era problema suyo.
La verdad es que empiezo a pensar como una madre. Es mi última noche en
este campamento, mi última noche antes de volver al mundo real, y voy a
DIVERTIRME.
Destiny se puso unos vaqueros y una camiseta del campamento. Luego salió a
toda prisa para ayudar a encender el fuego, inconsciente del horror que le aguardaba
fuera.

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2. Un paseo romántico

Hacia las once, la fogata ya había quedado reducida a un montón de ascuas


chisporroteantes y púrpuras. La cerveza se había acabado, una montaña de latas
rebasaba el borde del bidón metálico de la basura, y las botellas de vino iban pasando
por un círculo de seis o siete monitores.
Destiny se unió a otro grupo de monitores, alrededor de una pequeña hoguera
propia, que cantaban las típicas canciones de campamento que se habían visto
obligados a repetir todo el verano, pero añadiéndoles una letra vulgar y grosera.
Reían, se abrazaban y cantaban bajo la luna llena, reflejando en sus caras el fuego que
agonizaba.
Varias parejas se habían alejado de la fogata central para internarse entre los
árboles en dirección al lago. Destiny vio a Livvy desaparecer de nuevo en el bosque
con Cory Field.
—Buenas noches. Me largo. Necesito mi sueño reparador de belleza. —
Nakeisha estrujó una lata de Coca Cola que tenía en la mano y la arrojó a la pila de
latas que sobresalían del bidón de basura—. Te veré por la mañana, Dee. No te vayas
sin despedirte, ¿vale?
Destiny se rió.
—Nos habremos despedido unas doce veces. —Observó a su amiga subir la
colina hacia las cabañas.
Será mejor que yo también me vaya a la cama, decidió Destiny. Papá y Mikey
estarán aquí a las seis en punto.
Se despidió de sus amigos, se puso en pie y echó a andar hacia las cabañas. En
mitad de la colina una figura emergió de las sombras y se interpuso en su camino.
—Renz. ¿Qué tal? —le saludó Destiny, a punto de chocar contra él.
—Te he estado buscando —dijo él con dulzura.
—¿Ah, sí? ¿A mí? —Sentía que le ardían las mejillas—. «Después de todo, no
parece tan chulo».
Su sonrisa resplandecía incluso en la oscuridad. Destiny podía notar cómo su
mirada la atravesaba.
—Aún es pronto. No estarás de retirada, supongo.
—Bueno…
Él le tomó la mano.
—¿Te apetece dar un paseo hasta el lago? Hace mucho que no hablamos.
—Sí. Vale —se oyó decir a sí misma.
Renz le apretó la mano.

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—Bien —susurró él. Deslizó un brazo alrededor de sus hombros y la guió colina
abajo. Señaló a unos monitores que bailaban alrededor de los últimos rescoldos de la
hoguera—. ¿Habías visto a alguien bailar tan mal? Tienen suerte de que esté oscuro,
así no pueden verse unos a otros.
Destiny frunció el entrecejo.
—Llevan demasiadas cervezas encima como para que eso les importe.
Él la miró fijamente y preguntó:
—¿No te gusta beber?
Destiny negó con la cabeza.
—Con sólo una cerveza me da la risa tonta.
¿Por qué le cuento esto?
Lo siguió colina abajo hasta llegar a un sendero estrecho y polvoriento que
continuaba entre los árboles.
—¿No hace una noche preciosa? —El la estrechó aún más a medida que
caminaban—. Pero también es triste. Nadie tiene ganas de volver a casa.
—Ha sido un verano muy extraño —contestó la joven—. Livvy y yo hemos
tenido un año muy malo. El campamento era la excusa perfecta para huir.
La mano de Renz descendió desde los hombros hasta detenerse en su cintura.
—¿Quieres huir de tu casa?
La ayudó a saltar por encima de un leño caído. Siguieron por el sendero hasta
pasar una hilera de arbustos de pino.
—No, claro que no —contestó ella—. Estoy deseando volver. Ya sabes, ser una
de las mayores y todo ese rollo.
—Se está tan bien aquí abajo —susurró él, acercando su rostro al de Destiny—.
Los pinos desprenden un olor tan fresco, y me encanta cómo brilla el lago a la luz de
la luna. Finjamos que no nos vamos mañana, Destiny. Que vamos a quedarnos aquí,
en este bosque, para siempre.
Ella se echó a reír. ¿Hablaba en serio?
Renz la había llevado hasta un ancho tocón de árbol cerca del agua y se
sentaron en él. El lago relucía como la plata bajo la luz de aquella pálida luna llena.
El le tomó las manos y las mantuvo en su regazo.
Tengo las manos heladas. ¿Se dará cuenta de lo nerviosa que estoy?, se
preguntó Destiny.
—El lago se ve precioso sin esos cien críos escandalosos zambulléndose sin
parar por la orilla —comentó ella.
Renz le lanzó una de sus deslumbrantes sonrisas.
—No te he perdido de vista en todo el verano —susurró.
—¿Ah, no? —dijo Destiny, alzando los ojos hacia él.
—Esperaba que pudiéramos tomarnos algún tiempo para conocernos.
Destiny puso los ojos en blanco.
—Es la última noche que pasamos aquí, Renz. Lo que me hace suponer que

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también soy la última chica de tu lista.


Él no respondió. En lugar de eso le alzó la barbilla con delicadeza, acercó su
rostro al de él y la besó.
Un beso corto pero dulce.
Destiny parpadeó.
—Eres un encanto. Pero sé que has traído aquí a todas las monitoras este
verano.
—No eran como tú.
—Claro, claro… —se burló ella.
—Te lo digo en serio —insistió Renz—. No eran como tú, Destiny. «Créeme. No
eran como tú.»

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3. No te dolerá por mucho tiempo

Renz la besó de nuevo, esta vez un beso más largo, sujetándole la cara con las
manos. Vio que sus ojos se cerraban. Sintió que el cuerpo de Destiny se relajaba.
Le gusta. Empieza a sentir lo mismo que yo, pensó él.
Pero cuando finalmente ella se apartó, Destiny se echó a reír.
—Eres demasiado viejo para mí, Renz. —Le miró fijamente—. Por cierto,
¿cuántos años tienes? ¿Diecinueve? ¿Veinte?
—Cumplí los doscientos el mes pasado —respondió, sonriendo—. Tienes razón.
Demasiado viejo para ti.
—Bueno, pero estoy segura de una cosa: no eres como los chicos de mi instituto.
¿Dónde creciste? ¿En Italia?
Renz asintió y pensó: «No me apetece hablar. No te he traído aquí para hablar.»
—Crecí en el norte, en las montañas. Rodeado de pobreza y misterio.
Renz le apretó las manos. La pálida luz de la luna brilló en su pelo rubio.
—¿Misterio? ¿Qué hay allí de misterioso?
—La gente de mi pueblo tiene muchas supersticiones y muchos temores —le
explicó, hablando con dulzura y atrayéndola hacia sí—. Tienen miedo de los
antiguos vampiros que vivían en las cuevas que rodean nuestro pueblo. Se decía que
los vampiros volaban Por la noche convertidos en mirlos y murciélagos. Atacaban a
sus habitantes, hombres, mujeres y niños, y les vaciaban de sangre las venas.
Destiny le dio un empujón de broma.
—Quieres asustarme, ¿verdad?
Renz asintió.
—Sí. En realidad nací en Filadelfia —bromeó, y ella se echó a reír.
Atrayéndola aún más, Renz sintió en la piel un hormigueo de excitación. Su
boca, su garganta… De repente tan secas… Estaba alerta. Lleno de vida. A Punto.
La agarró por los brazos e inclinó su rostro hacia el de ella. Renz susurró.
—¿Crees que los vampiros existen, Laura?
Con un gemido, Destiny echó la cabeza hacia atrás.
—Perdona, ¿qué dices? ¿Vampiros? ¿Y quién es Laura?
Él la miró fijamente lamiéndose los labios. Todo su cuerpo se estremeció. Sabía
que sus manos temblarían si la soltaba.
—¿Laura? Bueno… es que me recuerda a alguien.
Volvió a abrazarla. La expresión de Destiny se relajó.
—Yo también he pensado en ti este verano —confesó, evitando su mirada.
Ella también es tímida, como Laura, pensó, no como su hermana.

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—¿No te diste cuenta de que te miraba —le Preguntó ansioso. Ella dudó.
—Bueno…
Renz la besó de nuevo. Tímidamente. Tenía tanto miedo de ir demasiado
rápido. Había esperado tanto para llevarla allí, para que llegara ese momento.
Pero ahora el momento por fin había llegado.
—Estoy tan contento de haberte encontrado de nuevo, Laura —musitó,
atravesándola con la mirada—. Te he buscado durante tantos años. Sabía que tarde o
temprano volvería a encontrarte.
Al oír aquellas palabras, Destiny trató de soltarse desesperadamente. Pero Renz
le agarró los brazos con firmeza y la mantuvo frente a él.
—No te alejes de mí, Laura. Esta noche estamos juntos de nuevo.
—Renz, ¿de qué narices estás hablando? ¡Suéltame! Ahora, sí oye, me estás,
asustando.
—No tengas miedo, cariño. Sé que has estado esperando este momento tanto
como yo. No te dolerá por mucho tiempo. Te lo prometo, no te dolerá por mucho
tiempo. Y después estaremos juntos como antes. Juntos para siempre.
Ella se revolvió y forcejeó para librarse de su abrazo, intentó arremeter contra él
con sus puños.
—¡Suéltame! ¡Suéltame, imbécil! ¿Te has vuelto loco?
La dejó hacer, mirándola fijamente a los ojos. Muy fijamente… penetrando en
su mente.
Ella exhaló un largo suspiro, recobró la calma y se abandonó a su abrazo.
—Así está mejor, Laura. Ahora relájate. Ya no quieres resistirte a mí. Esta noche,
bajo la luna llena, yo beberé tu sangre y tú beberás la mía. Dos largos sorbos. Eso es
todo lo que necesitamos, cariño. Y entonces volverás a ser Laura, serás inmortal como
yo y estaremos juntos para siempre. Destiny hizo un débil amago de resistencia.
—Chist… —susurró Renz—. No te muevas. Intenta no pensar en nada, mi vida.
Mantén la mirada fija en mis ojos. Así… ¿Lo ves? Tu mente se está vaciando. No
recuerdas nada. Estás flotando en una nube.
De los labios de la joven escaparon unos gemidos, como los de un animal
pequeño e indefenso cogido en una trampa. Inclinó la cabeza hacia atrás, el cuello se
veía pálido a la luz de la luna. Pálido, terso y delicioso.
—He ofuscado tu mente y no recordarás una palabra de lo que he dicho. Ni
siquiera te acordarás de mí hasta que yo decida que lo hagas. Hasta que yo esté listo
para volar contigo, para pasar cada noche, por toda la eternidad, contigo.
Renz se inclinó, acercando el rostro a su cuello.
—¿A que ahora te sientes bien? Te sientes aturdida y feliz, y las estrellas son tan
gráciles, ¿verdad? Todo es tan hermoso y agradable… tan romántico. Tú siempre
fuiste muy romántica, ¿verdad, Laura?
Sus gemidos se apagaron. Destiny clavó la mirada en él, atónita, los ojos
vidriosos y la respiración entrecortada.

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Renz le bajó con delicadeza el cuello de la camiseta. Sus colmillos emitieron un


sonido húmedo y deslizante al descender de las encías. Se pasó la lengua por los
colmillos, quería humedecerlos. Pero notaba la boca seca como la arena.
Ya no pudo aguantar más. Inclinó la cabeza, sacó la lengua y le lamió el cuello.
Su lengua áspera se restregaba contra la piel suave. Se lo lamió con avidez.
Después abrió bien la boca y, con un sonido lastimoso que brotaba de lo más
profundo de sus entrañas, clavó los colmillos. Perforó su piel pálida. Hundió
aquellos colmillos afilados en su cuello…
Y empezó a beber.

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4. ¿Qué quiere de mí?

Destiny contempló el cielo púrpura de la noche. Pequeños puntos blancos de


luz brillaban con luz trémula y danzaban. La luna llena, rodeada de estrellas
resplandecientes, era cada vez más deslumbrante… hasta que tuvo que bajar los ojos.
Sintió la frente caliente de Renz contra la barbilla. Su abundante pelo negro le
rozaba la piel. Oyó un sonido parecido al de las olas, como de agua corriendo. No,
como el que haría un perro bebiendo de un cuenco.
Destiny sintió un ligero dolor en el cuello, más suave que la picadura de un
mosquito. Con un suspiro, Renz levantó la cabeza.
¿Qué era ese líquido que le goteaba por la barbilla?
Destiny intentó pensar. Pero la luna resplandecía de tal forma, como un foco de
luz cegadora, y las estrellas danzaban a un ritmo tan vertiginoso, que se sentía
mareada, abotargada. No podía concentrarse.
Le gustaba la sonrisa de Renz, sus ojos enormes, su frente perlada de sudor.
Pero ¿por qué se curvaban sus dientes sobre la barbilla? ¿Y qué era aquel líquido
oscuro que tenía un olor tan penetrante y metálico?
Concéntrate, concéntrate.
Parpadeó con furia. Sin embargo, todo parecía confuso, lejano.
Contempló los ojos de Renz, de un negro brillante, mirándola fijamente. Y al
sostenerle la mirada, se dio cuenta, asombrada, de que compartía sus pensamientos.
Vio a un niño pequeño, de unos seis o siete años, con el pelo oscuro, el pecho
desnudo y unos pantalones manchados y harapientos que lo cubrían hasta las
rodillas. El niño, con la cara sucia y las costillas que se marcaban en su piel, llevaba
una caña de pescar demasiado larga para él, arrastrándola por un camino
polvoriento.
Destiny sabía que se trataba de Renz, Renz de niño. Renz en su pueblo natal del
norte de Italia donde creció en la pobreza.
Es como si me mostrara su vida, se dijo Destiny. Quiere compartir su historia
conmigo.
Vio al niño volver a casa con los hombros caídos, la cara bañada en lágrimas y
sin ningún pescado. Destiny retrocedió cuando aquel hombre canoso de aspecto
abatido, el padre de Renz, le dio al pequeño un bofetón que lo mandó hasta el muro,
tambaleándose.
¡Ay! Podía sentir el tortazo, el dolor que se extendía por su mejilla.
Parpadeó para alejar el dolor. Y cuando volvió a abrir los ojos, el niño estaba en
un barco, las olas del océano se estrellaban contra el casco gris. El agua espumosa

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bañaba la cubierta oscilante donde el niño, el joven Renz, se aferraba inseguro a la


barandilla, aterrorizado. Un pequeño rostro entre una multitud de rostros más viejos,
pero también horrorizados.
Destiny contemplaba las imágenes en su mente con toda claridad.
Vio al niño cubrir sus ropas raídas con un abrigo gris que le iba demasiado
holgado. Lo vio llegar a Nueva York, recorrer las calles, esquivar los coches de
caballos y los carros. Todo el mundo vestido de negro, la calle semejaba un mar de
sombreros negros, pues todos los hombres llevaban sombrero.
¿Cuánto tiempo hacía de eso?
Cerró los ojos y de pronto el niño ya era un joven. Reconoció a Renz en él: el
gesto altivo, la forma de caminar dando largas zancadas, el pelo oscuro ondeándole
en la cabeza mientras se alejaba calle abajo.
Vio a Renz girar de repente por un callejón estrecho lleno de basura y montones
de periódicos viejos. Y entonces distinguió a otro hombre, larguirucho y pálido, de
pelo liso y blanco recogido en una coleta. Los ojos eran de un gris plata, y tenía barba
de tres días. Vestía un traje azul marino y llevaba una capa de marinero colgada del
hombro.
Destiny los vio estrecharse la mano. Entonces lo entendió. Renz reconoció a ese
hombre en el barco, el barco que lo había traído a América. Sí, aquel hombre era del
mismo pueblo que él.
Destiny gritó cuando el feliz reencuentro se tornó violento.
El hombre del pelo canoso empujó a Renz hacia el muro del edificio. Lo vio
hundir los dientes en el cuello de Renz y beber, la sangre manchando las solapas de
su traje oscuro.
En ese momento Renz dio un gran mordisco al hombre en el cuello y empezó a
chuparle la sangre. Se estaban bebiendo la sangre mutuamente. No podía seguir
mirando. Cerró los ojos pero las imágenes seguían imponiéndose en su mente. Vio a
Renz deambular de nuevo por las calles, pero esta vez de noche, sólo de noche. Le
vio atacar pájaros y ardillas en el parque, clavarles los dientes en el vientre para
beber.
Además podía sentir la sed de Renz, la necesidad acuciante que le impulsaba a
buscar a sus víctimas (humanas) y beber, beber hasta saciar momentáneamente su
sed.
Lo vio esforzarse por mantener su secreto. Y luego compartió su miedo al
comprender que éste había sido descubierto. Hombres recogiendo sus armas,
dispuestos a darle caza. Sintió su mismo terror y después lo vio huir.
Como en una nebulosa, vio pueblos y ciudades confundirse en la oscuridad de
la noche. Y lo vio establecerse lejos de la ciudad, lejos de aquellos que pretendían
destruirle. En una pequeña ciudad de Nueva Inglaterra donde los inviernos eran
largos y los días cortos.
Otro parpadeo. Renz a la luz de la luna con una hermosa joven. La mujer
llevaba un sencillo vestido azul, la melena larga y rubia le caía como una cascada por

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la espalda del vestido.


Se parece a mí, pensó Destiny, y de pronto supo el nombre de la joven: Laura,
de pómulos altos, ojos verdes y magnífica melena rubia. Laura es clavada a mí.
Salvo por la tristeza que reflejaban sus ojos. Unos ojos tan tristes…
Destiny vio lo mucho que Renz amaba a Laura. La adoraba. Y entonces, tras
otro parpadeo, vio el féretro abierto de Laura. Aquellos ojos tristes se habían cerrado
para siempre. Todo sucedió muy rápido.
Vio las lágrimas ardientes de Renz. Y oyó su ira, su voto desesperado de
encontrar de nuevo a Laura. De reunirse con ella sin importarle las décadas o los
siglos que tardara en hacerlo.
Destiny vio que todas las estrellas se arremolinaban sobre ella y el cielo giraba
sin cesar.
Pero yo no soy Laura, se dijo. El mundo aparecía, tan distante como si lo
contemplara a través de una cortina de gasa.
Yo no soy Laura. Y entonces… ¿qué quiere de mí?

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5. Te seguiré hasta casa

Renz bajó la mirada hacia ella, respirando hondo, notando el aire frío de la
noche al rozarle el rostro ardiente. Se pasó la lengua por los labios, aquel líquido
viscoso de sabor ferroso le sabía tan dulce.
El agua acariciaba suavemente la orilla del lago. Los árboles susurraban y se
estremecían. En algún lugar sonó el arrullo de una paloma nocturna. Renz volvía a
sentirse vivo, vivo y poderoso.
Estaba feliz, casi pletórico. Había recuperado a su amor perdido.
Quería gritárselo al viento. Quería volar sobre el lago sin cesar de repetir su
nombre.
¡Laura, Laura…!
Pero antes debemos acabar, se dijo. He bebido en abundancia. Ahora es tu
turno.
Aquí estoy cariño. Sé que has esperado tanto como yo y con la misma ansiedad.
La había buscado durante la anterior luna llena. Pero para su desesperación,
ella había dejado el campamento para hacer piragüismo de noche. Tuvo que esperar
cuatro largas semanas más hasta que hubiera de nuevo luna llena.
Y ahora, por fin, la tenía entre sus brazos, lista para dar el último paso.
—¡Oh! —Renz alzó la cabeza al oír el chasquido de un tallo al quebrarse.
«No. No. No.»
Se puso de pie. Ladeó la cabeza de Destiny y le deslizó el brazo alrededor de los
hombros.
Podía oler a alguien que se acercaba. Una chica. Oía su sangre bombeándole en
las venas incluso antes de que ella apareciera.
Renz se volvió cuando Nakeisha apareció ante su vista.
—¿Destiny? Te estaba buscando. Olvidé… —Nakeisha vio que Renz abrazaba a
Destiny—. Oh, perdón. No sabía, quiero decir… Bueno, te veo luego. —Nakeisha se
volvió a toda prisa y se perdió en la espesura del bosque.
¿Se había roto el hechizo?
Renz se volvió hacia su amor. Hacia su trofeo.
Destiny se incorporó, meneando la cabeza.
—¡Uf, estoy mareada!
—No te muevas —susurró Renz—. Estás bien. —Se acercó para sostenerla, pero
Destiny dio un salto hacia atrás—. Vuelve, Destiny. Es sólo un momento.
Ella parpadeó.
—No. Lo siento. Es tarde y me siento tan… rara.

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Confusa, le hizo un gesto de despedida con la mano sin dejar de parpadear.


Después echó a correr a través de los matojos con la luna reflejándose en su cabello.
Él la siguió con la mirada hasta verla desaparecer tras los pinos y entonces
lanzó un alarido de rabia.
—¡Tan cerca, tan cerca, Laura, mi amor! Pero aún no has terminado.
Su piel se estremeció. Se le erizó el pelo de la nuca. Todavía podía sentir el sabor
de su sangre en la lengua.
Estaremos juntos toda la eternidad, Laura. Te seguiré. Te seguiré hasta casa. No
me reconocerás. No te acordarás de mí. Así que será fácil.
Nuestra sangre se mezclará. Te lo prometo. Volveré. Volveré a por ti. Esta vez
no te dejaré marchar.

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SEGUNDA PARTE

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6. ¿Ha hecho alguna de las suyas este verano?

Destiny vio la furgoneta de su padre renquear colina arriba, dirigiéndose a las


cabañas.
—A primera hora del día —murmuró, temblando en el aire húmedo de la
mañana—. Estaba segura de que sería el primero en llegar.
—¡Eh, Livvy! —exclamó, haciendo bocina con las manos hacia la cabaña
Arapaho—. ¡Despierta! ¡Papá y Mikey ya están aquí!
—¡No me agobies! ¡Estoy haciendo el equipaje! —le contestó su hermana,
también gritando.
Destiny bostezó, se abrazó, y se recogió las mangas de la sudadera hasta los
hombros.
¿Por qué estoy tan cansada hoy?, pensó. Vaya, veo que el parachoques delantero
sigue abollado. Y el coche está cubierto de polvo. Seguro que no lo ha lavado en todo
el verano.
La madre de Destiny siempre se había encargado de las cuestiones prácticas, lo
que permitía a su marido dedicarse de lleno a su trabajo de veterinario y a sus
investigaciones.
Sin mamá aquí, el coche pronto desaparecerá bajo una montaña de barro, pensó
Destiny.
—¡Oye, Livvy! ¿Necesitas ayuda?
No hubo respuesta.
Destiny se volvió y descubrió al rubio y espigado Chris Harvey, monitor
encargado de los talleres de manualidades y artesanía, doblado y vomitando sin
disimulo alguno en uno de los lados de su cabaña.
—¿Qué? Lo pasamos bien anoche, ¿no, Harvey? —gritó alguien desde otra
cabaña.
—¿Qué tal una cervecita, Harvey?
Harvey no estaba en condiciones de responder. Destiny lo vio tambalearse hacia
el interior de su cabaña, secándose la cara con la camiseta.
Oyó las portezuelas de un coche que se cerraban. Luego vio a Mikey salir del
vehículo de un salto. Destiny corrió a su encuentro y resbaló en la hierba húmeda.
—¡Has crecido! —le dijo mientras lo envolvía en un abrazo. Destiny pasó una
mano por el pelo abundante y cobrizo de su hermano.
—Papá me ha comprado un juego nuevo —le dijo, mostrándole la Game Boy—.
¿Ves? Es como una carrera de NASCAR.
—¿No te he visto en todo el verano y lo único que haces es enseñarme un

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juego?
Destiny lo volvió a abrazar.
—¡Para ya! —dijo apartándola—. Es una pasada de juego. Te enseñaré cómo
funciona cuando estemos en el coche. —Echó un vistazo a su alrededor—. ¿Dónde
está Livvy?
—Haciendo el equipaje. Anda, ve a ayudarla. —Le dio un pequeño empujón
hacia la cabaña de su hermana.
Mikey se encaminó hacia Arapaho.
—¡Eh, Liv! ¡Ya estamos aquí! ¿Quieres ver mi juego nuevo?
Al volverse, Destiny vio que su padre avanzaba sonriente por la colina a
grandes zancadas. El sol de la mañana arrancó un destello rojo a sus gafas. Como era
habitual, llevaba despeinada la mata de pelo gris que coronaba su cabeza. Sus
pobladas cejas grises se movían arriba y abajo, como dos enormes orugas, por encima
de sus gafas.
—¿Yo a ti no te he visto antes? —le dijo.
Destiny se lanzó a sus brazos. Apretó su mejilla contra la de él.
—¡Ay! No te has afeitado.
Él se frotó la barbilla.
—Se me habrá olvidado.
Se le ha puesto la barba blanca, observó Destiny. Y parece muy cansado. Lo
miró de soslayo.
—¿Qué? ¿Cuántas noches te has pasado en el laboratorio sin dormir?
—Unas cuantas —respondió, sonriendo con tristeza—. No había nadie en casa.
Os habíais ido todos. ¿Qué otra cosa podía hacer?
Destiny tragó saliva.
—Bueno, ahora estaremos todos. Se acabó el silencio.
—Eso me temo —dijo, y sus ojos azules brillaron tras las gafas.
Ambos rieron.
Livvy salió de la cabaña vestida con pantalones cortos y una camiseta sin
mangas, arrastrando una maleta, una mochila y tres bolsas de lona llenas de ropa a
rebosar.
—No he podido meterlo todo dentro —explicó.
Dejó caer el equipaje y corrió para abrazar a su padre.
—¡Cómo te he echado de menos!
Su padre dio un paso atrás para poder observarla.
—Realmente tienes un aspecto sano.
—¿Eso es un piropo? —inquirió Livvy con ceño.
Sin dejar de mirarla, preguntó:
—¿Ningún tatuaje?
—Pues claro que no, papá. Te lo prometí, ¿recuerdas?
Él se volvió hacia Destiny.

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—¿Ha hecho alguna de las suyas este verano?


—Pues claro —replicó Livvy, antes de que Destiny pudiera responder—. ¿Para
qué iba a venir si no?
El doctor Weller se rió entre dientes y levantó la mirada hacia la cabaña de
Livvy.
—Hemos perdido a un miembro de la familia. ¿Dónde está Mikey?
Livvy puso los ojos en blanco.
—Ha descubierto un nuevo tipo de gusano debajo de mi cama. Ha estado
persiguiéndolo por toda la cabaña para analizarlo. Es clavado a ti, papá. Los
animales y los insectos le vuelven loco.
—Nuestras cabañas son el lugar ideal para estudiar la vida de los insectos
mutantes —aclaró Destiny—. Podría pasarse horas ahí dentro.
—Es evidente que Mikey ha madurado —continuó Livvy—. Antes comía
gusanos, ahora se limita a perseguirlos.
—Mejor será que empecemos a meter vuestras cosas en el coche —dijo el doctor
Weller, rascándose la nuca—. Nos queda un largo camino hasta casa.

—Papá parece mucho más viejo —susurró Livvy, a pesar de haber subido ya a
su habitación.
—Eso es porque tiene la barba blanca —dijo Destiny.
Livvy hizo un gesto de negación con la cabeza.
—Se le ve muy cansado. Como si tuviera mucho sueño atrasado. ¿Y no te has
dado cuenta de que no hace más que suspirar? Le ha cambiado la cara. No sé… Tiene
las mejillas hundidas.
Destiny echó un vistazo a las escaleras para asegurarse de que la puerta estaba
cerrada. Las gemelas compartían una gran habitación situada encima del garaje.
Había sido una especie de trastero cuando los Weller se trasladaron allí y ellas
todavía eran pequeñas. Pero su padre levantó paredes, pintó, puso moqueta y lo
transformó en una enorme habitación para preservar toda la intimidad que quisieran
compartir.
A Destiny le encantaba aquella habitación porque era como tener su propio
apartamento. Cuando sus amigos venían a verlas, siempre los llevaban allí.
—Yo creo que papá trabaja demasiado —dijo Destiny, metiendo la ropa sucia en
una bolsa blanca para hacer la colada—. No se ha tomado vacaciones este año.
Livvy, tumbada en la cama, observaba cómo Destiny deshacía el equipaje.
—Está así desde que murió mamá. Parece un zombi.
—Todos echamos de menos a mamá —dijo Destiny con voz queda—. Se me
hace muy extraño volver a casa y que ella no esté. Todavía espero que en cualquier
momento aparezca y nos ayude a deshacer las maletas,
—Y yo —convino Livvy.

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Ambas guardaron silencio. Destiny revisó bien el fondo de su maleta. Vacía.


Había terminado. El equipaje de su hermana seguía apoyado en la pared, intacto.
—¿Y a Mikey qué le pasa? —preguntó Livvy—. Ha estado jugando con esa
chorrada de la Game Boy y apenas nos ha dirigido la palabra.
Destiny se encogió de hombros.
—Me preocupa un poco. Le pregunté cómo se lo había pasado en el
campamento al que fue y dijo que era un aburrimiento. Dijo que no había hecho
ningún amigo porque no le apetecía, y que no aprendió a bucear porque la piscina
tenía demasiado cloro.
—Genial —dijo Livvy—. ¿Habrá llegado el momento de llevarlo al loquero?
Destiny suspiró.
—Ya sabes lo unido que estaba a mamá. El pobre chaval sólo tiene ocho años. —
Atravesó la habitación y se dejó caer en el borde de la cama de su hermana—. No va
a ser nada fácil, Liv. Vamos a tener que ayudar mucho en la casa, ¿sabes?
Livvy se apoyó contra el cabezal de la cama con las piernas cruzadas.
—Dime algo que no sepa. Yo ya he dejado el equipo de las animadoras, así que
podré quedarme en casa con Mikey por las tardes, ¿no? —Suspiró—. Éste es el
último, curso. Se suponía que iba a ser nuestro año. Ya sabes, marcha y desenfreno a
todas horas.
—Y lo será —le aseguró Destiny, inclinándose y cogiendo a su hermana por los
brazos—. Tranquila. Todavía puede serlo. —Se volvió al oír que alguien subía por la
escalera con decisión—. Eh, ¿quién anda ahí? —preguntó.
—Soy yo —tronó una voz profunda con marcado acento extranjero—. ¡He
venido para chuparos la sangre!

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7. No pude parar de gritar

Destiny se levantó de un salto y salió al descansillo. Al bajar la mirada,


descubrió a su amigo Ari Stark en mitad de la escalera. Ari, no muy alto, algo obeso y
con el pelo negro y rizado coronando su rostro severo, llevaba un pantalón corto y
caído de color caqui y una camiseta que mostraba en el pecho una momia burlona.
—Hola. ¿Qué tal? —las saludó—. Mirad qué traigo. —Les mostró un DVD.
Destiny leyó el título: La maldición de la hija del vampiro.
Livvy salió para saludarle y gruñó al ver el DVD.
—No tengo ganas de ver otra de tus repugnantes películas de vampiros.
—Pero si es la tercera parte —protestó Ari, mostrando las encías al sonreír—. Es
la mejor. Los efectos especiales son una pasada.
Livvy se echó el pelo hacia atrás.
—Estoy harta de los efectos especiales. ¿Qué más da que sean una pasada?
Ari parecía dolido. Las películas de terror eran su vida.
—No te hemos visto en todo el verano —le recordó Destiny—. ¿Y sólo piensas
en quedarte ahí sentado viendo una peli?
—Sssssí —contestó Ari—. Bueno, ¿cómo os ha ido? ¿Habéis visto muchas
películas?
—No teníamos tiempo para películas —replicó Livvy—. Estábamos muy
ocupadas acostándonos cada noche con uno distinto.
Ari enrojeció. Las hermanas sonrieron al unísono.
«Se lo ha tragado.»
—¿Y tú qué has hecho este verano? —inquirió Livvy—. ¿Quizás has revisado
algún mapa?
—Ja, ja. —Sus mejillas seguían rojas—, pues matar el tiempo, ya sabes. He
estado ayudando a mi padre un poco en el restaurante. Nos hemos pegado algún
susto por aquí.
Destiny abrió los ojos desorbitadamente.
—¿Susto?
El móvil de Livvy sonó y ella corrió al escritorio para contestar.
—Hola. ¿Dónde estáis? ¿En nuestro jardín? Bueno, vale. Subid. Llevamos meses
sin vernos —Apagó el móvil.
—¿Quién era? —preguntó Destiny.
—Todos.

—Te he echado de menos. —Ana–Li May abrazó a Destiny—. Te llamé al móvil

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un montón de veces, pero nunca lo cogías.


—El campamento estaba en pleno bosque —dijo Destiny—. El móvil no servía
de nada. Yo también te he echado de menos… ¿Qué te has hecho? —Dio un paso
hacia atrás para contemplar mejor a su amiga. Ana–Li May era menuda y delgada,
como un pájaro delicado. A pesar de su estatura tenía una voz increíblemente
profunda, muy femenina, y la energía de cinco personas. Le dio a Destiny un
empujón en broma.
—No me he hecho nada. Lo que pasa es que ya no te acuerdas de cómo soy. Ya
sabes, la distancia es el olvido.
—Intenté mandarte un mensaje —añadió Destiny—. Pero mi ordenador
portátil…
—¿Y qué tal el campamento? ¿Has conocido a algún tío que valga la pena?
—Pues no, la verdad. Pero he hecho muy buenos amigos.
—Vaya rollo —dijo Ana–Li. Saludó con la mano a Livvy, que estaba en el otro
extremo de la habitación—. Lo mismo que yo. ¿Recuerdas ese taller de física en el
que me apunté? Sí, mujer, en el instituto de tecnología… Bueno, pues fue un
muermo.
—Ya hablaremos después a solas —dijo Destiny—. Me encanta cómo llevas el
pelo. Ojalá lo tuviera así de liso y negro.
—Y yo que siempre he querido ser rubia —se quejó Ana–Li.
Destiny le dio un pequeño estirón de pelo a su amiga.
—Quizá podamos llegar a un acuerdo.
Ambas se echaron a reír.
Destiny se volvió para saludar a sus otros amigos. Todos hablaban a la vez. Sus
voces quedaban suspendidas en el bajo techo de la habitación. Estaban tumbados por
la moqueta de color crema, sentados entre los cojines del sofá que dividía en dos
mitades perfectas el dormitorio (cada una propiedad de una hermana), o medio
erguidos en los bordes de las camas.
Destiny sintió que la inundaba una ola de alegría. No era la misma casa fría y
tenebrosa de la primavera pasada, cuando su madre… cuando su madre se suicidó.
Demasiadas lágrimas, demasiados silencios.
Y después de lo ocurrido de repente sus amigos empezaron a tratarlas de otra
manera. Nadie hacía bromas. Todos actuaban de forma forzada, poco natural.
Notaban que los niños las miraban siempre que atravesaban el vestíbulo de la
escuela.
Ya no éramos nosotras. Éramos las chicas cuya madre se había suicidado.
Ocho semanas de trabajo en el campamento Blue Moon habían ayudado a
Destiny a desconectar de todo aquello. Ahora las voces de sus amigos la
reconfortaban. Hacían que se sintiera cómoda y a salvo en su casa otra vez.
Desde la puerta, Destiny echó un vistazo a su alrededor.
En un extremo del sofá, Ari hablaba con Courtney DeWitt, gesticulando mucho

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con las manos, como siempre, mientras le describía una especie de convención del
terror a la que su primo le había llevado.
Courtney no había cambiado demasiado durante el verano. Destiny observó
que seguía estando delgada, tenía la cara redonda y llevaba el pelo liso y castaño
muy estirado hacia atrás sujeto en una alta coleta, el peinado típico de las chicas de
cuarto.
«Odio esta cara redonda —se había quejado una vez ante Destiny—. Cada vez
que mi padre me llama Baby–face me dan ganas de estrangularle.»
En ese momento se dedicaba a agrandar un agujero que tenía en la rodilla de
los pantalones mientras escuchaba a Ari.
Destiny dirigió la mirada hacia Ross Starr, en el otro extremo del sofá. Ross se
había afeitado el pelo rubio ese verano y todos habían dado su opinión al respecto.
—¿Qué has hecho este verano? —le preguntó Destiny.
Ross bajó la lata de la que bebía con deleite y esbozó una de sus radiantes
sonrisas.
—He trabajado de socorrista. Ha sido genial. Mira qué moreno estoy.
—¿Socorrista? ¿En serio? ¿Dónde?
—En la costa de Jersey. Mi tía tiene allí una casa.
—¿Has rescatado a alguien? —preguntó Ari.
Los ojos de Ross brillaron al responder:
—Bueno, no. Pero he tenido que hacer el boca a boca unas cuantas veces.
Todos rieron. Destiny observó a Ross. Había pensado en él durante todo el
verano.
—¿Has estado entrenando?
Ross rió entre dientes y mostró los bíceps.
—Mira cómo me he puesto. Ojalá pudiera vivir eternamente.
—¿Para qué? —quiso saber Ari.
—Piensa en todas las chicas con las que podría estar —contestó Ross con una
sonrisa.
Liv se deslizó al lado de Ross en el sofá.
—Qué malo eres —le dijo, y comenzó a juguetear con el aro de plata que Ross
llevaba en la oreja—. ¿Me has echado de menos?
Ross entornó los ojos.
—¿Y tú quién eres?
Más risas.
Destiny refunfuñó por lo bajo. ¿Es que Livvy también iba detrás de Ross?
¿Pensaba liarse con todos los tíos que se le acercaban?
Livvy y Ross se reían de algo. El brazo de Livvy ceñía sus hombros con
descuido.
No puedo creer que esté haciendo esto delante de Courtney, pensó Destiny. Ella
sabe que Courtney está loca por Ross, y que a mí también me gusta.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

Fletch estaba sentado en el suelo junto al sofá, en el lado opuesto, con las
piernas cruzadas, hablando por el móvil.
Cuando Fletch apagó el teléfono, Destiny se acercó a él.
—¿Ross y tú habéis metido muchas canastas este verano?
Él se rascó la cabeza, tenía el pelo ondulado y de color panocha.
—¿No te has enterado? El entrenador Bauer canceló las prácticas de verano. Lo
de su mujer lo ha dejado para el arrastre.
—Ya.
La mujer del entrenador Bauer había muerto casi a final de curso. Marjory
Bauer no era muy mayor, apenas tendría cincuenta años, como su marido. Bauer
pidió la baja. Destiny recordaba los rumores que corrían sobre él: que si se había
vuelto loco, que de madrugada los vecinos le oían hablar solo, que ya no mostraba
ningún interés por entrenar al equipo.
—¿Y vais a ganar algo este año? —preguntó Destiny.
Fletch se encogió de hombros.
—Ross y yo somos los mayores. Habrá que seguir.
—¿Hay más Coca Cola? —vociferó Bree Daniel desde el otro lado de la
habitación. Sentada en el suelo junto a Ari y Courtney, Bree agitaba en el aire su lata
vacía.
Lo cierto es que Destiny no tragaba a Bree, con aquella voz chillona, aquellas
mechas rubias que le caían sobre la cara y un piercing en la ceja que le producía
escalofríos. Bree se había convertido en la mejor amiga de Livvy. O, según Destiny, en
su peor ejemplo. Bree era la que animaba a su hermana para que se hiciera un tatuaje,
y Livvy nunca había fumado un cigarrillo hasta que empezó a juntarse con ella.
—Hay una especie de insecto que escupe un líquido capaz de disolver la piel de
los humanos —le estaba contando Ari a Courtney—. Lo vi en un reportaje en el
Discovery Channel.
—Ari, piérdete —dijo Fletch. Su móvil empezó a sonar y se lo llevó a la oreja.
—Voy abajo a por más bebida —anunció Destiny abriéndose paso hasta las
escaleras—. Creo que nos queda alguna bolsa de patatas. —Levantó la vista hacia
Livvy, que prácticamente estaba sentada en el regazo de Ross—. Oye, Liv, ¿dónde
está papá? ¿Le has visto?
Livvy se limitó a encogerse de hombros sin dejar de mirar a Ross.
¡Qué raro!, pensó Destiny. A papá le gusta subir aquí y charlar con mis amigos.
Empezó a bajar por la escalera.
—¿Tenéis galletas o algo para picar? —oyó a Bree preguntar detrás de ella—.
Me muero de hambre.
Destiny abrió la puerta de par en par y entró en la cocina. Sus ojos tardaron
unos segundos en acostumbrarse a la única y mortecina luz que colgaba sobre la
mesa.
—Ah, hola —saludó al ver a su padre sentado a la mesa. Frente a él se

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encontraba el entrenador Bauer, el rostro solemne y las manos entrelazadas sobre la


mesa. También vio que delante de su padre había una baraja de cartas aparentemente
intacta.
—¿Qué hay, entrenador? ¿Cómo está? —saludó Destiny.
—Bueno. Voy tirando —contestó él, asintiendo con la cabeza. La luz anaranjada
se reflejaba en su calva.
Destiny se volvió hacia su padre.
—Hay muy poca luz aquí, ¿no?
—Suficiente —respondió con un susurro—. Tengo los ojos un poco irritados.
Demasiadas horas en el laboratorio, supongo. —Se quitó las gafas y se frotó las
sienes.
Destiny abrió la nevera.
—¿No os apetece subir un rato? No sé, aunque sólo sea para saludar.
Los dos hombres se miraron.
—Quizá más tarde —respondió el doctor Weller, y cogió las cartas pero no hizo
ademán alguno de barajarlas.
Destiny sacó un pack de seis latas de Coca Cola y puso encima algunas bolsas
de patatas. Cuando llegó al umbral de la puerta, se detuvo y se volvió hacia ellos.
—Subid, si queréis. Creo que acabaremos viendo una de esas películas
repugnantes que le gustan a Ari.
Su padre le hizo un gesto con la mano y dijo:
—Que os divirtáis.
Cuando Destiny subió, sus amigos se habían enzarzado en una acalorada
discusión. Ari se paseaba de un lado a otro hablando animadamente.
—Había dos —decía—. No me lo estoy inventando.
—Dos ¿qué? —preguntó Destiny, pasándole una lata a Bree.
—Dos ciervos —aclaró Ari—. En Millerton Woods,
Destiny se volvió y le miró.
—Pero ¿de qué hablas? Esos bosques están llenos de ciervos.
—Tú has estado fuera y no tienes idea de lo que está pasando aquí —protestó
Ari—. Los dos ciervos estaban muertos y tenían las venas secas. No les quedaba ni
una gota de sangre. Os lo juro.
Destiny puso los ojos en blanco.
—¿Ah, sí? Y dime, ¿cuántas películas de miedo has visto este verano?
—Esto no es una película —insistió Ari—. Es cierto. Lo dieron por la tele.
—Ari sólo ve las noticias del Science Fiction Channel —dijo Ross.
—Había otros animales: mapaches y alguna ardilla. Estaban muertos y sus
venas estaban vacías, sin una gota de sangre —aseguró Ari muy serio.
—Pobrecillos. Con lo monos que son los mapaches y las ardillas. Me estás
poniendo mala —se quejó Livvy, sujetándose el estómago.
Fletch negó con la cabeza.

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—Courtney, esconde a tus gatos si ves llegar a Ari.


Courtney ahogó un grito.
—¡Puaf! Pero ¿cómo puede alguien chuparle la sangre a un gato?
—¿Tienes sed, Ari? —le preguntó Bree—. He oído a un perro ladrar en la casa
de al lado. Ñam, ñam.
—Hablo en serio —insistió Ari—. Yo… yo sé lo que me digo. Son vampiros. Ahí
fuera hay vampiros, que son los que hacen eso.
Ross y Fletch intercambiaron una mirada escéptica. Bree se atragantó con la
Coca Cola.
—¿Os acordáis de cuando estábamos en tercero y a Ari se le metió en la cabeza
que el señor Hubner era un hombre lobo? —dijo Ross—. Lo único que pasaba era que
ese día no se había afeitado.
Con una sonrisa burlona, Fletch se puso de pie y le pasó a Ari un brazo por los
hombros.
—¿Y no fuiste tú quien le hizo a la señora Klein un trabajo sobre la existencia de
vampiros reales en la historia y te cateó?
—La señora Klein tiene una mente muy estrecha —replicó Ari, dándole un
empujón a Fletch—. Tal vez si consiguierais despegaros de la Play y vierais las
noticias por una vez en vuestra vida…
—Yo también lo vi en la tele —le interrumpió Ana–Li—. Y daban una
explicación científica de lo que había pasado. Decían que se trataba de un virus. Sí,
un virus que había mutado y afectaba a los animales»
—¿Y tú te crees esa bobada? —inquirió Ari—. Pues claro que dirán que es un
virus. No van a contar la verdad.
—A mí me parece que un virus que puede chuparte la sangre da mucho más
miedo que los vampiros —intervino Destiny—. Porque… Bueno, todo el mundo
puede coger un virus, ¿no?
Courtney se estremeció.
—¿Podemos cambiar de tema?
Destiny le pasó una bolsa de patatas a Ari.
—¿Vemos tu película o qué? Venga. Ya está bien de hablar de virus que se
cargan a los ciervos. Pon la peli.
Todos se sentaron en el sofá o en el suelo para ver la tele. Ari metió el DVD en el
reproductor y Destiny apagó las luces.
—A Ari le gustan las películas de vampiros porque se parecen a sus vídeos
caseros. —Oyó que alguien murmuraba.
—Le regalaremos un paquete de pajitas para su cumpleaños —contestó Livvy
en un susurro, y empezó a fingir que sorbía con fuerza.
—Silencio —pidió Ari haciéndose un hueco en medio del sofá, entre Courtney y
Ross—. Estas películas de La hija del vampiro son las mejores. —Se volvió hacia
Courtney, la más miedica de todos, y añadió—: Si te da mucho miedo, cierra los ojos.

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—Es lo que estoy haciendo ahora mismo —contestó Courtney, cerrando los ojos
y agarrando el brazo de Ross.
La película comenzó con títulos de crédito que goteaban sangre y una música
de órgano atronadora. La primera escena mostraba a una mujer vampiro cubierta con
una capa negra deslizándose sigilosamente por la habitación de un adolescente que
dormía. El chico se despertaba justo a tiempo de gritar antes de que ella le clavara los
colmillos en el cuello.
—¡Eh, yo a ese tío lo conozco! —exclamó Ross.
—A mí a la que me gustaría conocer es a ella —dijo Fletch—. ¿Está cachonda o
qué?
—Tiene un problema de ortodoncia —añadió Bree.
—La habrá visitado tu padre —se burló Livvy.
El padre de Bree era dentista. Cuando estaban en cuarto o quinto curso, había
hecho los correctores dentales para casi todos los amigos de su hija.
Por lo general, Destiny disfrutaba con el cachondeo que se organizaba cuando
veían una de aquellas películas de miedo lamentables. Pero esta vez, nada más
empezar, Destiny experimentó una extraña sensación que le nacía en la boca del
estómago y ascendía hasta atenazarle la garganta.
Bebió un largo sorbo de la lata, pero no sirvió de nada. Sentada en el suelo,
apoyó la espalda contra el sofá. Veía cómo tres vampiros transformados en
murciélagos recobraban su forma humana, forzaban una ventana y se colaban en la
habitación de una chica.
Irguió el pecho. Un sudor frío le humedeció las manos. Tragó saliva con
dificultad.
¿Me estoy poniendo enferma? ¿Qué me pasa?
En la pantalla un vampiro alto y delgado, que le recordaba un poco a Fletch, se
arrastraba por detrás de un sofá en el que una chica leía una revista. Él bajaba la
cabeza, clavaba los colmillos en el cuello de aquella chica aterrada y… Destiny
empezó a gritar.
Lanzó un alarido agudo y estridente que brotaba desde lo más profundo de su
ser. Vio que sus amigos se volvían hacia ella con expresión incrédula. Oyó los gritos
de Ari.
—¿Qué pasa? ¿Qué le pasa?
Vio a Ana–Li deslizarse a su lado y rodearla con los brazos.
—Dee, ¿estás bien?
No. No estaba bien.
No estaba bien porque no podía parar de gritar.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

8. No podrás escapar de mí

Oculto entre las sombras, Renz permanecía en la calle, acechando la casa de los
Weller. Una niebla oscura lo envolvía, protegiéndolo de las miradas ajenas mientras
avanzaba hacia la casa y atravesaba el césped. Había un patinete plateado en la
entrada y dos coches aparcados en el garaje.
—Destiny, por lo que veo, tú y tu hermana tenéis visita.
Podía oír sus voces, sus risas. Alzó la vista y divisó luz en la ventana de encima
del garaje. La niebla formaba un remolino en torno a él a medida que avanzaba por el
sendero que conducía a la parte posterior de la casa. Ahora podía oír los latidos de la
habitación, la sangre corriendo por sus venas.
Miró por la ventana y procuró percibir un latido en concreto. Un latido especial.
—Laura, he venido por ti. Laura, puedo sentir cómo tu corazón se acelera por
mí.
—Sabes que estoy aquí fuera. Sabes que te he seguido.
—Sí. Debemos esperar. Quedan unas semanas hasta la próxima luna llena.
—Me parecerá una eternidad, cariño. Pero por lo menos podré estar cerca
mientras espero.
—Te estaré vigilando. Te prometo que estaré cerca de ti todo el tiempo. No te
perderé de vista. No podrás escapar de mí. Esta vez no.
—Y cuando empieces a cambiar, a adquirir tus poderes, estarás lista para mí.
Lista para comenzar una vida inmortal a mi lado.
—¿Puedes oír mis pensamientos, Laura?
—¿Puedes sentir que estoy aquí? ¿Puedes sentir mi proximidad?
Permaneció inmóvil, como una oscura estatua en aquella densa niebla.
Escuchando… escuchando.
Y entonces oyó los gritos estremecedores provenientes de la habitación. Los
gritos de Destiny. Sus labios esbozaron lentamente una sonrisa.
—Sí… sí.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

9. Una sed tan poderosa

¿Cuánto tiempo había estado gritando? Destiny no tenía idea.


Cuando por fin paró, fue como despertar de un sueño.
Ana–Li la sujetaba con fuerza. El pálido rostro de Livvy asomaba por encima de
Ana–Li, la boca abierta en un gesto de sorpresa y preocupación.
Destiny parpadeó, después clavó la mirada en sus amigos. Le dolía la garganta
y el corazón parecía a punto de salírsele del pecho.
—¿Estás bien? ¿A qué venían esos gritos? —preguntó Livvy—. Echándole el
pelo hacia atrás.
Ana–Li dio un paso atrás.
—Nos… nos has asustado.
Destiny sacudió la cabeza para despejarse.
—Lo siento.
Livvy ayudó a Destiny a sentarse en el sofá y preguntó:
—¿Quieres que llame a papá? ¿O prefieres que avisemos a un médico?
—No. Estoy bien —contestó Destiny, tragando saliva. Sentía la boca seca.
Livvy dejó escapar un largo suspiro.
—Dee, me has puesto los pelos de punta.
—Tú no te asustas con facilidad —dijo Ari, negando con la cabeza—. La
próxima vez traeré Los gemelos golpean dos veces.
—No tiene gracia —dijo Livvy con brusquedad, y le cogió la mano a su
hermana—. ¿Por qué te has asustado?
Aún mareada, Destiny se frotó la cara. Sus ojos se resistían a enfocar con
claridad las caras de sus amigos.
—No lo sé. No… no lo entiendo, Liv. Pero ya me siento bien, en serio.
Ana–Li le pasó una Coca Cola y Destiny bebió un buen trago. Todos estaban de
pie, mirándola fijamente.
—Creo que vamos a perdernos el final de la peli —dijo Ari—. ¿A alguien le
apetece venir a casa para verla?
Nadie aceptó la propuesta.
Bree echó un vistazo alrededor, incómoda.
—Será mejor que nos vayamos.
Poco después, Destiny vio a sus amigos dirigirse a las escaleras.
—¡Eh, un momento! —Destiny se levantó con esfuerzo—. Es muy pronto.
Venga ya, no hace falta que os marchéis.
—Nos vemos mañana —dijo Courtney—. Ahora será mejor que descanses, Dee.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

Supongo que lo que te pasa es que estás agotada.


Ella, Bree, Fletch y Ari empezaron a bajar escaleras.
—Llámame luego, ¿vale? —le pidió Ana–Li con preocupación, siguiendo a los
demás por las escaleras.
Ross se acercó a Destiny rascándose la cabeza casi rapada, sus ojos verdes la
observaron con detenimiento.
—Menos mal que ya estás bien. Lo de antes me ha dejado muerto.
Destiny esbozó una sonrisa forzada.
—Fue un truco para librarnos de ese rollo de película.
—Podrían contratarte como actriz en una de esas películas de vampiros. ¡Qué
manera de gritar!
—Me alegro de que te haya gustado.
«¿Por qué había gritado así? ¿Por qué?»
Livvy se interpuso rápidamente entre los dos.
—¿Tú también te vas? Te acompaño —se ofreció.
Él encogió sus amplios hombros.
—Vale.
—Luego te ayudaré a limpiarlo todo —aseguró Livvy.
Destiny permaneció de pie delante del sofá, observando aquel desorden de
vasos de papel, latas vacías y bolsas de patatas. Oyó las pisadas de Ross y Livvy al
bajar por la escalera seguidas de un portazo.
Le dije este verano que Ross me gustaba un montón. ¿Cómo puede hacerme
esto? Sentía la cólera arder en su pecho. Una cólera que a medida que pensaba en
Livvy iba desvaneciéndose. Livvy había sido su mayor preocupación todo el verano.
Bueno, en realidad había empezado a preocuparse por su hermana antes del
verano. No entendía por qué, pero de repente Livvy y Bree Daniel se hicieron
inseparables. Bree era una inconsciente que pasaba del cole y de todo lo que no fuera
salir de marcha. Sus padres se habían divorciado el año anterior y, al parecer,
ninguno de los dos quería su custodia. Así que Bree iba de casa de uno a casa del
otro, aunque casi siempre estaba sola.
¿Por qué su hermana la imitaba?
¿Por qué había perseguido a todos los tíos del campamento? ¿Qué quería
demostrar?
Destiny había pasado muchas noches tumbada en la cama plegable de la
cabaña, después de que las luces se apagaran, contemplando las sombras del techo y
pensando en su hermana.
Mamá no nos quería lo suficiente como para quedarse con nosotros. ¿Por eso
Livvy busca con tanto desespero el amor en cualquier otra parte? ¡Eh, un momento!
Que a la que se le ha ido la bola esta noche es a ti. No estás como para hacer de
psiquiatra de tu hermana.
Con un suspiro, empezó a recoger la basura.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

Lo de siempre. Livvy se larga y me deja sola con toda esta porquería.


Bajó la basura a la cocina.
—Hola, papá. —El señor Weller no se había movido, de la mesa. Ahora estaba
solo, bañado por la luz anaranjada y mortecina que pendía del techo. Tenía una
revista de veterinaria abierta frente a él. Se incorporó y se subió las gafas.
—Pobre entrenador. No sé cómo animarle —se lamentó, mientras se dirigía
hacia el fregadero y cogía un tazón.
—Ninguno de los dos parecíais muy alegres, la verdad —dijo Destiny. Apoyó la
cabeza en el hombro de su padre—. Papá, ¿estás bien?
—Define «bien».
Ella le dio un empujón cariñoso.
—Defínelo tú.
Él se encogió de hombros.
—Disfruto un poco más con mi trabajo.
—¿Ah, sí?
—Sí. Bueno, ocuparse de mascotas con diarrea o de cacatúas con semillas
pegadas en el pico no es que sea muy emocionante. Pero mis trabajos de
investigación me mantienen al día.
Parece mucho más viejo de cerca, pensó Destiny. Si sólo he estado fuera dos
meses. Tiene ojeras y está muy pálido. Los ojos han perdido brillo, están apagados. El
color parece haberse desvanecido de su cara.
—¿Y qué haces todo el tiempo en el laboratorio?
—Es difícil de explicar. Podría decirse que investigo las ramificaciones de
células. Sólo en el tejido animal. Los animales padecen muchas enfermedades que
quizá sean genéticas, ¿sabes? Si soy capaz de alterar la estructura genética, quizá
podría erradicar muchas de sus enfermedades.
—Bueno, te lo debes de pasar en grande. Y dime papá, ¿qué haces para
divertirte?
—Me quedo aquí y dejo que te burles de mí. —Ambos se echaron a reír. Él la
abrazó y añadió—. Me alegro de que hayáis vuelto. Todo estaba tan asquerosamente
silencioso este verano. Y ha sido agradable volver a ver a tus amigos por casa esta
noche. Era un alivio oíros reír y gritar.
Sobre todo gritar, pensó Destiny.
Ella le dio las buenas noches y volvió presurosa arriba, a su habitación.
Horas más tarde, Destiny se despertó bañada en sudor. La luz de la luna, fría y
plateada, penetraba por la ventana abierta, inundándola. Se sentó en la cama,
temblorosa, sentía un hormigueo en la piel.
—¿Qué hora es? Entornó los ojos para distinguir la hora en el radio despertador
que había en la mesita de noche, al lado de la cama—. ¿Las dos menos cuarto?
Se secó la frente con la manga del pijama y, ya del todo despierta, se incorporó.
Estaba sedienta. Apartó la colcha de una patada y se levantó.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

—Me he desvelado. ¿Qué hago? ¡Tengo tanta sed!


No, no era sólo sed. El estómago le tembló. Tenía hambre…
Se estaba muriendo de hambre.
—Estoy vacía, completamente vacía. Qué sed tan increíble. Sed… ¿de qué?
En el rectángulo que formaba la luz de la luna encontró unos vaqueros y una
camiseta. Luego se deslizó descalza hacia la escalera. Bajó con tanto sigilo que los
tablones no crujieron ni una sola vez. Se metió en la cocina, desde donde salió a la
noche fría y clara.
Los grillos cantaban con estrépito, el sonido le martilleaba con fuerza en los
oídos. Todos sus sentidos estaban en funcionamiento y alerta.
El corazón le latía con fuerza. Destiny obedecía a su sed. Giró por un lateral de
la casa, dejó atrás la manguera del jardín enredada en el suelo, atravesó una mata de
altos hierbajos y vio el patinete plateado de Mikey junto a la entrada.
Qué sed tan extraña y poderosa. La boca se le hacía agua. Su nuca estaba
empapada en sudor frío.
Echó a correr. Sus pies desnudos notaban el rocío de la hierba húmeda.
Se detuvo al ver a un conejo agazapado a un lado de la entrada, las orejas tiesas.
Husmeó algo y se quedó rígido.
Destiny se puso a cuatro patas. Tragó saliva. Intentó controlar el hambre. Pero
sólo consiguió que su cuerpo se estremeciera de dolor.
Despacio, muy despacio, empezó a gatear sobre la hierba.
—Estoy cazando… Estoy cazando como un animal.
—Pero ¿qué estoy haciendo? Me encantan los conejos. Quiero aprender a
cuidarlos, como hace papá.
—Me encantan. Sí, me encantan. Me encantan. Me encantan. —Saltó sobre él.
El conejo dejó escapar un leve quejido cuando Destiny lo ciñó por el vientre. Y
al apretar la mano alrededor del animal, sintió el ruido sordo de su corazón, su calor
en las manos frías, el pecho de su presa agitándose.
—Me encantan los conejos. Me encantan los conejos. Tengo mucha hambre.
Tendió al animal sobre el suelo, dejando al descubierto su vientre rosado.
Acercó aquel suave vientre a su boca.
De pronto otras manos lo agarraron por la cabeza, arrebatándoselo de las suyas.
—¡No! —susurró Destiny. Recuperó al animal jadeante con un tirón violento,
desesperado, y entonces alzó los ojos—. ¡Livvy… no!
—Devuélvemelo. —Livvy lo agarró de las orejas y tiró de él.
El conejo emitió un último quejido.
Destiny seguía agarrando a su presa. Bajó la cabeza y clavó los dientes en la
carne suave y cálida.
El conejo dio una sacudida y luego quedó inerte.
Las dos hermanas hundieron los rostros en aquel cuerpo aún caliente y
bebieron, bebieron con ansiedad la sangre caliente… hasta saciar aquella sed, aquella

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sed nueva, aquel hambre espantoso y desconocido.


Destiny oyó un crujido entre los árboles.
¿Había alguien allí?
No le importaba. Tenía que beber. No podía parar.
Por fin, el cuerpo del animal yacía entre sus manos como una bolsa arrugada.
Destiny lo arrojó entre los setos. Sentía la sangre espesa y caliente rodar por las
mejillas, por la barbilla.
Todavía a cuatro patas, miró a su hermana, resollando. Sentía aquel sabor dulce
y metálico en la lengua, en los labios.
Como un animal, pensó. Como una bestia salvaje.
Un gruñido sordo surgió de su boca y por fin recuperó el habla.
—Livvy —susurró—. Livvy, ¿qué nos ha pasado?

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TERCERA PARTE

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

10. Volveremos a la normalidad

Poco después, Destiny y Livvy habían vuelto a enfundarse en las largas


camisetas que se ponían para dormir y estaban en su habitación, una frente a la otra,
muy tensas. Destiny había encendido todas las luces: las de la mesita de noche, la del
techo, incluso la del escritorio, temerosa de que la oscuridad pudiera tragárselas o
transformarlas en esas criaturas de nuevo.
—No… no sé qué decir —musitó.
—¡Oh, Destiny! —sollozó Livvy, y se echó en brazos de su hermana. Apretó el
rostro contra la mejilla de Destiny y dejó que sus lágrimas se mezclaran—. Tengo
tanto miedo —confesó Livvy, cuando finalmente se soltaron—. Ha sido tan…
horrible.
Destiny llevó a su hermana hasta su cama y se sentaron juntas. Livvy se
apretaba con fuerza las manos sobre el regazo. Destiny seguía frotándose la cara
después de haber tomado una buena ducha caliente. ¿Se habría limpiado bien toda la
sangre?
—No tengo muy claro qué ha pasado ahí fuera —dijo—. De repente me sentí
hambrienta.
—Yo también —susurró Livvy—. Era como si… hubiera perdido el control. No
podía detenerme.
Destiny asintió y se mordió el labio para contener las lágrimas.
—Matamos a ese pobre conejo —dijo Livvy, tirando de un par de rizos de su
larga melena húmeda—. Lo despedazamos, Dee, y nos pusimos a… a beber. —Se le
quebró la voz.
Destiny no contestó. Miraba fijamente el cuello de su hermana.
—Déjame ver eso. —Se acercó y le apartó un mechón de pelo.
—¿Qué miras, Dee?
—Una pequeña marca roja. —Destiny pasó el dedo por encima—. Como una
costra.
—¡Oh, Dios mío! —musitó Livvy—. Dee, tú también tienes una.
Destiny ahogó un grito. Ambas se miraron. De repente se sentían más unidas
que nunca, y sin embargo cada una perdida en sus propios pensamientos, igual de
espeluznantes.
Pequeñas heridas en el cuello… la necesidad acuciante de alimentarse con
sangre animal, las historias de Ari sobre vampiros que andan sueltos en el bosque,
cadáveres de animales sin una gota de sangre…
Aquella terrible palabra, “vampiros” flotaba silenciosamente entre ellas.

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Destiny se negó a pronunciarla.


—Es el virus —concluyó Destiny, rompiendo el silencio, mientras se
desenredaba el pelo en un dedo—. Eso es.
—¿Virus? ¿De qué hablas? ¿Te refieres al virus del que hablaba Ana–Li?
Destiny asintió.
—Lo hemos cogido.
—Puede ser —admitió Livvy, meneando la cabeza—. Pero yo no me encuentro
mal. ¿Y tú?
—No —respondió Destiny—. Pero estas marcas en el cuello… Quizá
deberíamos comentárselo a Ari —dijo como si pensara en voz alta—. Le haremos
jurar que guarde el secreto y…
—¿Estás loca? —Livvy se levantó de un salto—. No podemos contarle a nadie lo
que hemos hecho. Es… es repugnante. Hemos de mantenerlo en secreto. Nadie debe
enterarse.
—Ari sabe mucho de estas cosas —insistió Destiny—. Ya le oíste antes, cuando
contaba lo del ciervo en el bosque. Es un experto en todas las cosas raras que pasan
en el mundo.
—Dee, Ari vive en un mundo de fantasía. Se pasa todo el tiempo en el cine y
buscando las webs de Star Trek. Es un chalado de la ciencia ficción. ¡Pero si cree que la
mitad de nuestros profesores son hombres lobo y zombis!
—Vale, vale. —Destiny hizo un gesto a su hermana para que bajara la voz—.
Siéntate. Lo único que digo es que él sabe mucho de todo eso. No se me ocurre nadie
más que pueda ayudarnos. ¿A ti sí?
—Bueno… —Livvy inclinó la cabeza, pensativa—. ¿Qué hay del doctor Curtis?
Si se trata de un virus, él podría ayudarnos.
—Ni hablar. No podemos ir a nuestro médico de cabecera. Se lo contaría a papá.
—Tienes razón.
—Y tampoco podemos contárselo a papá —susurró Destiny, desviando la
mirada hacia las escaleras—. Ni él ni Mikey deben enterarse. Papá aún no se ha
recuperado de lo de mamá. Han pasado seis meses y sigue igual. Parece muy
deprimido, me preocupa. Sólo falta que le demos un disgusto. Sería la gota que
colma el vaso. Y Mikey…
—Mikey también ha cambiado —dijo Livvy—. Antes no era tan miedoso. Esta
tarde se ha colado un gato en el jardín y Mikey se ha metido en casa corriendo. A él
nunca le han asustado ni los gatos ni los perros. Resulta muy deprimente verle correr
de ese modo.
—Y tampoco pasaba tanto tiempo en su habitación —añadió Destiny—. Está
claro que tiene problemas. Debemos tener cuidado, Liv. Mikey no debe saber lo
nuestro. Se asustaría.
—¿Asustarse? —preguntó Livvy con voz queda—. Yo sí que estoy asustada,
Dee. Pero que muy asustada. —Entonces se desplomó. Sus hombros se estremecieron
y empezó a sollozar. Destiny le dio un fuerte abrazo.

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—Volveremos a la normalidad, Liv —susurró—. No dejaremos que vuelva a


suceder. Encontraremos la manera. Estoy segura.
Pero una idea aterradora se negaba a abandonar su mente:
«¿Y si no la encontramos?, ¿Y si no la encontramos?»

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11. Las escalofriantes noticias de Ari

A medida que el sol de la mañana empezaba a ascender, Destiny iba


apartándose de la luz.
Los ojos me escuecen. Me arden los párpados. ¿Siempre ha brillado tanto el sol
aquí dentro?
—Livvy, ¿estás despierta? —la llamó Destiny en voz baja—. ¿Notas la luz del
sol? ¿No te duelen los ojos?
—Sí. ¿Qué pasa con la luz? ¡Ay!
—No lo sé. —Destiny corrió hacia la ventana y bajó las persianas. Echó un
vistazo al radio despertador: las siete menos cuarto—. Tenemos que salir afuera
enseguida, Liv. Antes de que papá y Mikey se despierten.
—¿Para qué?
—El conejo. Lo tiré por el jardín. Hay que encontrarlo y esconderlo para que no
lo vean.
Livvy se hizo un lío con los pies mientras intentaba apartarse el pelo de la cara.
La camisa de dormir, empapada de sudor, se le adhería al cuerpo.
—Qué noche tan horrible.
—Venga, vístete de una vez —ordenó Destiny—. Esconderemos a ese conejo y
luego nos meteremos de nuevo en la cama.
En pantalón corto y camiseta, bajaron las escaleras de puntillas y descalzas y
atravesaron la casa hasta llegar a la entrada.
Procurando no hacer ruido, Destiny abrió la puerta. El aire de la mañana era
fresco y suave.
Livvy salió primero seguida de Destiny, parpadeando ante el resplandeciente
sol anaranjado que se alzaba sobre los árboles.
—Ay. El sol me deslumbra.
Haciendo visera con la mano, cruzaron el jardín y empezaron la búsqueda a lo
largo del seto.
—Aquí está. —Destiny lo vio primero. El cuerpo del animal yacía hecho un
ovillo, como un guante abandonado en la hierba. Miró a su alrededor, frenética—. Lo
llevaremos al bosque que hay detrás de la casa. Allí nunca va nadie.
Se abrieron paso hacia el seto cruzando el jardín. Los ojos del conejo se habían
hundido en el cráneo. El vientre estaba desgarrado. La sangre seca y oscura
apelmazaba su pelaje gris.
—Nosotras hemos hecho esto —murmuró Livvy. Destiny sintió un nudo en el
estómago.

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—No digas nada. Nos desharemos de él y ya está. —Respiró hondo, luego se


inclinó, espantó un montón de moscas y recogió al animal—. Está rígido.
Destiny se volvió y, con el conejo entre las manos, se encaminó hacia la parte
trasera.
—Buenos días —saludó una voz. Destiny alzó la vista y se encontró con su
padre que se acercaba a ellas haciendo footing. El sudor empapaba su camiseta gris.
Destiny se llevó a toda prisa las manos a la espalda.
—Me he pegado una buena carrera esta mañana —dijo, enjugándose la frente
con la mano—. Un poco temprano para vosotras, ¿no?
—Verás… nos hemos acostumbrado al horario del campamento —asintió
Destiny.
—Sí. En pie al amanecer —añadió Livvy.
—Nos llevará un tiempo volver a las viejas costumbres —continuó Destiny—.
Ya sabes. Salir hasta las dos de la madrugada, dormir hasta el mediodía.
Las miró de soslayo.
—Tendríais que venir a correr conmigo por las mañanas. Te da energía para el
resto del día.
—Quizá —dijo Destiny, apretando el cuerpo del conejo contra su espalda.
—¿Podéis ayudarme? —preguntó una voz desde la casa.
Todos se volvieron para ver a Mikey con su pijama a rayas azules y blancas en
la entrada.
—¡Eddy ha vuelto a escaparse! —gritó.
Cuando Mikey echó a correr por el césped, Destiny dejó caer al conejo.
—Ese estúpido hámster. ¿Cómo lo ha hecho para salirse de la jaula? —protestó
Livvy.
Mikey se encogió de hombros.
—No lo sé. Estuve jugando con él anoche. Quizá le dejé la puerta abierta. Yo…
Eh, ¿qué es eso?
Mikey apartó a Destiny de un empujón y bajó la vista hacia el conejo muerto.
—¡Qué asco! Pero ¿qué le ha pasado?
Destiny abrió los ojos desorbitadamente, fingiendo sorpresa.
—Oh, Dios… ¿Qué es? ¿Un conejo?
—Parece que lo han atropellado, ¿no? —dijo Livvy.
Su padre se acercó a toda prisa y se agachó al lado de Mikey para examinar al
animal. Después lo levantó y le dio la vuelta.
—Tiene muy mala pinta —dijo.
Destiny miró de reojo el rostro de su padre. ¿Sospecharía algo?
El doctor Weller volvió a dejar el animal en el suelo.
—Tal vez ha sido un zorro. Mmm… O quizás ese virus del que todo el mundo
habla.
Destiny se inclinó con expresión interrogante.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

—¿Un virus?
Su padre asintió. En aquel momento Mikey le dio un empujón que estuvo a
punto de derribarlo.
—Vale, el pobre conejo está muerto. Y Eddy ¿qué?
—Oh, Eddy. —El doctor Weller se puso en pie de un salto—. Venga. Vamos a ver
si encontramos al convicto fugado. —Él y Mikey se metieron corriendo en casa.
De inmediato Destiny se volvió hacia Livvy.
—Papá cree que ha sido culpa de ese virus, pero nosotras sabemos cómo murió
el conejo. Yo… yo no entiendo nada. No sé qué pensar. Tenemos que hablar con
alguien. En serio. Debemos enterarnos de lo que está pasando aquí.
Livvy cruzó los brazos y replicó:
—Ni lo sueñes. No podemos contarle a Ari lo que ha sucedido.
—Claro que no. Pero él sabe bastante sobre lo que está pasando en Dark
Springs. Quizá pueda ayudarnos. Quizá…
—Le prometí a Bree que quedaríamos —dijo Livvy—. Además, hoy me
encuentro perfectamente. Yo creo que fue un virus y que ya casi estoy bien.
Destiny suspiró.
—Pues yo no. Cada vez que me acuerdo de ese pobre animal…
—Vale, vale. Vete a ver a Ari. Además, le molas un montón, así que habla con él
a ver qué barbaridades te cuenta ahora. Pero no se te ocurra decirle nada de nosotras,
Dee. ¡Nada! Ya sabes lo cotilla que es. Si le explicas algo, al día siguiente lo sabrá todo
el colegio.
Destiny miró fijamente a su hermana.
—Tranquila. Guardaremos nuestro secreto. Sea el que sea.
Ari vivía a diez minutos en coche. Así que Destiny cogió el viejo y destartalado
Honda Civic que su padre había conducido hasta la extenuación y que después había
cedido a sus hijas para que lo compartieran.
Ari vivía en una casa enorme y laberíntica situada en la mejor zona de Dark
Springs. La calle estaba envuelta en las sombras proyectadas por los árboles que la
flanqueaban. Destiny ascendió por el camino de asfalto y pasó frente a dos jardineros
que recortaban el seto de la parte delantera del jardín.
Encontró a Ari en su habitación siempre atestada, al final del interminable y
enmoquetado pasillo. Las paredes estaban cubiertas de posters de películas de terror
enmarcados. DRÁCULA APARECE DE NUEVO, proclamaba uno de ellos desde la
cabecera de la cama. Encima de éste, una máscara de hombre lobo completamente
cubierta de pelo parecía mirar fijamente a Destiny.
Las estanterías se hallaban atestadas de libros y revistas. Junto a ellas,
blandiendo un sable de luz, montaba guardia un Caballero Jedi de La guerra de las
galaxias, hecho en plástico y con una altura de casi dos metros. Sobre la cama
deshecha se encontraba la última novela de Anne Rice boca abajo.
Encontró a Ari de espaldas, inclinado sobre el teclado, que pulsaba con furia, y

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

con los auriculares puestos. Destiny cruzó la habitación y le dio un golpe suave en la
espalda.
—¡Eh! —Ari dio un respingo y se arrancó los auriculares de las orejas—.
¡Destiny! Me has asustado.
—Perdona, pero es que no podías oírme. —Miró el ordenador—. ¿Qué haces?
Ari dejó los auriculares sobre el escritorio y minimizó la ventana que estaba
consultando.
—Bah, nada. Estos chats sobre Stark Trek son un rollo. Yo creo que son todas
niñatas salidas de doce años con ganas de ligar. No puedes hablar de nada serio.
Ari miró de nuevo el monitor.
—Qué raro. Soy el único que todavía se mete en las páginas de Babylon 5. Ya
nadie es fiel a nada. Todos prefieren Yu–Gi–Oh y esas chorradas para críos.
—Patético —dijo Destiny con cara de póquer, pero no pudo contenerse y estalló
en carcajadas. Ari también se echó a reír.
—Está bien. Soy un tío raro. Todos creen que soy raro. Da lo mismo.
—Yo no creo que seas raro, Ari. —Destiny se dejó caer en el borde de la cama y
cogió el libro de Anne Rice—. A mí me mola que te interese todo eso.
—¿Ah, sí?
Ella asintió y echó un vistazo al murciélago de alas desplegadas que ocupaba la
cubierta del libro. La imagen hizo que se le erizaran los pelos de la nuca.
—Bueno. ¿Y tú qué, Dee? ¿Se puede saber qué te pasó anoche? ¿Tanto miedo te
dio?
Ella se encogió de hombros.
—No lo sé. Creo que fuiste tú quien me asustó, Ari. Con todo eso que contaste
de los ciervos en el bosque.
—Todos se lo tomaron a guasa. —Ari hizo rodar su silla hasta ella y se sentó a
horcajadas, apoyando los brazos en el respaldo—. Aunque no es para tomárselo a
risa.
—¿Porqué?
—Esos animales que han encontrado en el bosque desangrados no han muerto
por culpa de un virus —respondió negando con la cabeza—. Un virus… Eso es lo
que dicen los periódicos para que la gente no se alarme. Pero yo sé la verdad. Sólo
puede tratarse de vampiros.
—Pero Ari…
—Y cada vez estoy más seguro. ¿No sabes la última? ¿Sabes de qué me he
enterado? He oído que hay cazadores de vampiros en Dark Springs.
—¿Cazadores de vampiros? ¿Como Blade? Pero Ari, ¿qué dices? Eso es
imposible.
—Lo he encontrado en Internet. Dos personas distintas lo afirman.
Destiny dejó el libro y se cogió las manos encima del regazo.
—¿Quieres decir cazadores de verdad?

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—Auténticos cazadores de vampiros, Dee. He oído que se están preparando.


—¿Preparando? ¿Preparando para qué?
—No me lo estoy inventando. Eso prueba que no soy el único. Los cazadores
también creen que hay vampiros en Dark Springs. Y quieren ir tras ellos y
exterminarlos.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

12. No tiene cura

Destiny mantenía la mirada fija en Ari mientras trataba de pensar a toda prisa.
Se dio cuenta de que Ari esperaba alguna reacción, pero ella no sabía qué decir. El
silencio se interpuso entre los dos.
—Uno de esos cazadores estaba sentado en tu cocina anoche —dijo Ari por fin.
—¿Quién? ¿El entrenador Bauer?
Ari asintió.
—Sólo es un rumor.
La criada entró en la habitación. Llevaba toallas limpias para el cuarto de baño
de Ari. Esperó hasta que saliera.
—No estoy del todo seguro. Pero algunas de las personas con las que chateé me
dijeron que Bauer se había unido a los cazadores. Un tío decía que Bauer era el jefe,
pero yo no me lo trago.
Destiny tragó saliva. Recordó al entrenador y a su padre sentados a la cocina,
sombríos, sin apenas dirigirse la palabra, casi a oscuras.
—¿El entrenador Bauer un cazador de vampiros? Eso es absurdo.
—No tanto. —Ari se encogió de hombros—. La gente habla mucho de lo raro
que se ha vuelto desde que su esposa murió la primavera pasada. Acuérdate de que
pidió la baja.
—¿Por qué no le dejáis en paz de una vez? —Protestó Destiny—. Pobrecillo.
Perdió a su esposa. Necesita tiempo para asimilarlo, Ari. La gente tiene muy mala
idea. Mi padre no es el mismo desde que murió mi madre. ¿Qué? ¿También vas a
empezar a cotillear sobre él? No puedes culpar al entrenador Bauer por estar triste.
—Pero es que fue todo tan extraño… Fui al funeral con mi familia. El ataúd
estaba cerrado. Mamá dijo que le parecía muy raro. La señora Bauer había muerto de
un ataque al corazón. Entonces, ¿por qué no estaba el ataúd abierto?
Destiny hizo un gesto de negación con la cabeza.
—Perdona, pero eso es una idiotez. Quizá sea una tradición familiar mantener
el ataúd cerrado. Puede haber mil explicaciones, Ari.
—Pero eso no es todo —insistió Ari—. Dicen que después de que muriera,
vieron a Bauer cazar conejos y ardillas detrás de su casa. Al parecer, había colocado
trampas en el jardín trasero de la casa y había capturado animales con ellas.
Destiny lo miró entrecerrando los ojos e inquirió:
—¿Y para qué? Si puede saberse.
Ari volvió a encogerse de hombros.
—Y a mí qué me cuentas. Sólo te digo lo que se comenta. Quizá quería usarlos

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como cebo para atrapar vampiros. Yo qué sé.


—Menuda tontería. Eso es ridículo.
—Pero mola —replicó Ari con una sonrisa irónica—. ¿O es que no te gustaría
ver a un vampiro de verdad? Yo me uniría a los cazadores. En serio, si me
admitieran, me iría con ellos. Haría lo que fuera por ver a un vampiro vivo. ¿Tú no?
—Ni hablar. Me moriría de miedo. —Destiny sintió un escalofrío. Miró a su
amigo a los ojos y preguntó—. ¿De verdad te unirías a ellos?
Él asintió.
—Todo eso es una barbaridad —dijo Destiny—. Estamos en una ciudad
pequeña y tranquila. ¿Cómo se te ocurre pensar que alguien en Dark Springs vaya a
convertirse en vampiro?
—No es tan difícil, Dee. Podría pasarle a cualquiera, supongo. Incluso a la gente
de aquí. Con que te muerda un vampiro…
—¿Y ya está? ¿Y qué pasa después de que te haya mordido? ¿Te vuelves
vampiro? ¿Así de fácil?
—Bueno —dijo Ari, rascándose la cabeza—. En los libros que he leído pone algo
más. Verás, la luna llena debe haber alcanzado su punto más alto en el cielo. El
vampiro tiene que chuparte la sangre a la luz de la luna, y tú tienes que chuparle la
suya.
Destiny hizo una mueca.
—¡Puaj! Beber sangre… ¡Qué asco! —De repente se descubrió tocándose la
marca del cuello.
—Sólo te digo lo que he leído —protestó Ari.
—Vale. ¿Y tiene cura? —Soltó Destiny de sopetón—. Es decir, si te muerden,
¿puedes curarte?
Ari reflexionó un instante.
—No lo creo.
—¿No puedes volver a ser normal? —Destiny era consciente de que había
alzado la voz.
—No. No hay cura. Nunca he leído nada sobre curarse. Bueno, tal vez si eres un
neófito…
—¿Un qué? ¿Neófito?
—Si te interesa el tema, puedo dejarte unos libros, Dee. —Se dirigió hacia las
estanterías.
—No. Sólo dime qué es un neófito —insistió.
—Es como si fueras medio vampiro. Si el vampiro bebe tu sangre pero tú no
bebes la suya, eres sólo un neófito.
—¿Y luego?
—Serás un neófito hasta la siguiente luna llena. Entonces el vampiro puede
acabar su trabajo: intercambiar su sangre contigo y completar la transformación.
El corazón de Destiny parecía a punto de estallar.

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—Y si él no consigue acabar, ¿qué pasa contigo?


—Te vuelves medio loco, creo. Algunos libros dicen que te conviertes en un
muerto viviente, medio humano y medio vampiro, y te pasas todo el tiempo
intentando saciar tu ansia de sangre.
Eso es imposible, pensó Destiny. Eso no puede tener nada que ver con Livvy y
conmigo.
Sin embargo, el recuerdo de la noche anterior… de aquella sed incontenible, de
ellas dos bebiendo con avidez la sangre del animal, le hizo estremecerse. Su mente
era un torbellino de pensamientos terribles e inquietantes.
Destiny advirtió que había cerrado los ojos y, al abrirlos, vio que Ari estaba
mirándola fijamente.
—¿Qué ocurre, Dee? —le preguntó. Sus ojos parecían buscar una respuesta en
su mirada—. ¿Qué te pasa? ¿Desde cuándo te interesan los vampiros?
Destiny respiró hondo.
Ari se dejó caer en la silla y acercó su rostro al de ella.
—¿Qué ocurre, Dee? Vamos, ¿por qué no me lo cuentas?
—Oh, lo siento —se disculpó Destiny, echándose el pelo hacia atrás—. Pero
acabo de acordarme de que le he prometido a mi padre que iría al supermercado. Y
mírame. Aquí estoy sentada, escuchando historias de vampiros que ponen los pelos
de punta.
Se dirigió hacia la puerta. Él permaneció arrellanado en la silla.
—Oye, me alegro de que hayas venido. Menos mal que tú no me ves como un
tío raro porque me gusta leer sobre vampiros y esos temas.
—Ha sido muy instructivo. De veras.
Ari se incorporó de un salto.
—¿Adonde vas? ¿Al super del centro comercial o al otro?
—Pues no lo sé.
—Voy contigo. Mis padres están en el club, jugando setenta y dos hoyos. No
hay nada de comer en casa.

Destiny sostenía la lista de la compra con una mano mientras con la otra
empujaba el carro. Ari caminaba a su lado, quejándose entre dientes porque no
conseguía decidirse por nada.
—A mi padre se le está yendo la olla —dijo Destiny, negando con la cabeza—.
No hay nada de comida en casa. Debe de llevar por lo menos un mes sin hacer la
compra. Tiene la cabeza en… —Su voz fue desvaneciéndose.
Eran poco más de las dos de la tarde. Los largos pasillos del supermercado
estaban casi vacíos. En la sección de frutas y verduras un chico de uniforme blanco
rociaba de agua las lechugas con un pulverizador. En medio de uno de los pasillos,
Destiny vio a una anciana apoyada con dificultad en su carro, intentando alcanzar

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una caja de cereales de una estantería situada encima de su cabeza.


—¿Dónde está todo el mundo? —preguntó Ari—. Esto está desierto. ¿Te
imaginas que nos han invadido los extraterrestres y tú y yo somos los últimos
humanos vivos del planeta?
—Precisamente lo que estaba pensando —contestó Destiny.
—¿Viste aquel episodio de La dimensión desconocida en el que un hombre desea
que todo el mundo desaparezca… y va y desaparecen todos? Un clásico.
Él continuó hablando, pero su voz se alejaba de la mente de Destiny, dando
paso a un sonido atronador, como el rugido del océano. Se tapó las orejas, pero era
inútil.
Parpadeó con fuerza. Veía a Ari hablando, pero no podía oírle por encima de
aquel rugido ensordecedor. Se paró frente al estante de la carne. Se le hizo la boca
agua. Tragó saliva.
El bramido disminuía a medida que su hambre aumentaba.
Esto no es una alucinación. Tengo mucha hambre.
El hilo musical del supermercado sonaba de forma discordante en sus oídos.
Todos sus sentidos se activaron de repente. El aroma fuerte y agrio de la carne en las
estanterías del refrigerador inundaba sus fosas nasales.
Tenía hambre.
Ari seguía a su lado, apoyando una mano en el lateral del carro.
Destiny percibía la música enlatada del supermercado y también el pulso
uniforme de la sangre corriendo por las venas de su amigo.
Su corazón se aceleraba a medida que la sed se apoderaba de ella.
Ari movía la cabeza al ritmo de la música. Su cuello pálido brilló de repente a
los ojos de Destinity.
Su estómago tembló por aquel vacío punzante. Podía notar la saliva que le caía
por la barbilla.
No puedo evitarlo. No puedo controlarlo.
Agarró a Ari por el hombro y acercó la boca a su cuello.

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13. Necesito alimentarme

—¡Ay! —sorprendido, Ari gritó—. ¿Qué te pasa? ¿Es que los supermercados te
ponen?
Destiny se secó la barbilla sin dejar de mirar el cuello de su amigo. Podía ver la
vena azul que le bajaba desde la línea de la mandíbula.
—Dee, no sabía que yo te gustaba. —Ari se acercó a ella y la besó. Luego echó
un vistazo para asegurarse de que no había nadie mirando, inclinó la cabeza y la
besó de nuevo.
Tengo mucha hambre. Necesito comer.
Sí. Sí. Rodeó con sus manos los hombros de Ari con la intención de tirar de él y
clavarle los dientes en el cuello.
Pero no.
No puedo. No puedo hacerle esto a Ari.
Hizo acopio de todas sus fuerzas para apartarlo de ella.
El sonrió maliciosamente, excitado por sus besos.
No lo entiende. Tengo mucha hambre. Haría cualquier cosa…
—Ari, ¿podrías hacerme un favor? —Su voz sonó tensa y aguda a través de sus
dientes apretados—. Mi padre necesita tabaco de pipa. La marca Old Farmer, creo.
¿Puedes ir a buscarlo?
Él asintió, los ojos todavía abiertos desorbitadamente.
—Claro.
Vio a Ari alejarse por el pasillo. Cuando lo perdió de vista, se volvió hacia el
expositor de carne. Su pecho se agitaba frenético y empezó a jadear. Las manos le
temblaban cuando asieron la bandeja de carne.
Era hígado. Una tajada de carne púrpura, húmeda, goteando sangre.
Goteando.
Sí. ¡Oh, sí!
Lo sacó del estante y se lo llevó a la cara. El rico aroma de la carne, de la sangre
roja, casi le hizo marearse.
¡Oh, sí!
Con un sonoro gruñido, rasgó el envoltorio. Luego elevó la bandeja hasta su
boca y empezó a beber. Absorbía la sangre sin disimulo alguno, su lengua lamía el
fondo de la bandeja. Entonces cogió el hígado resbaladizo con una mano, lo alzó por
encima de su cabeza y lo estrujó, lo estrujó hasta sacarle todo el jugo, lo estrujó sobre
su boca. Hasta la última gota.
Estaba tan sabroso. Era tan… reconfortante.

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Se metió aquella carne roja y viscosa en la boca y la masticó. Notaba cómo le


caía la sangre por la barbilla.
Bajó la mirada y vio a Ari acercarse por el pasillo correteando.
—Oh, no. —Presa de pánico, se sacó el hígado crudo de la boca. ¿Dónde
esconderlo?
Destiny abrió la bolsa, metió dentro el hígado y la cerró.
Con el corazón galopante y todavía aturdida por el placer, Destiny se limpió la
sangre de la barbilla con el reverso de la mano. Se dio la vuelta para recibir a Ari,
pero sus ojos se detuvieron en el pasillo más cercano.
Un empleado de uniforme blanco venía corriendo hacia ella, con los ojos muy
abiertos y haciéndole gestos sin parar de gritar.
—¡Joven! ¡Eh, joven!
Me ha visto. Lo ha visto todo. ¡Todo!

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14. Un aperitivo en la piscina

—¡Marco!
—¡Polo!
—¡Marco!
—¡Polo!
Destiny observaba a un grupo de niños jugar en la parte menos profunda de la
piscina. Dos de ellos, que habían iniciado una guerra de agua, le salpicaron sus
zapatillas de deporte.
El socorrista, un muchacho alto y delgado con un bronceado increíble, hizo
sonar el silbato y los regañó.
Destiny se ajustó bien las gafas sobre la nariz. El sol de la tarde lucía
resplandeciente en el cielo azul y despejado. Le escocían los ojos. Buscó a su hermana
en la piscina atestada de gente.
Algunos chicos de la escuela pasaban el rato cerca de la red de voleibol.
Distinguió a Ana–Li que, raqueta en mano, se dirigía hacia la pista de tenis con otra
chica que Destiny no reconoció.
¿Y quién era aquel tío tan guapo de pelo negro y ondulado que estaba a la
sombra cerca de la valla? A pesar del intenso calor, llevaba una camiseta oscura de
manga larga y pantalones cortos negros.
¿Por qué me sonríe?
¿Le conozco?
—Hola, Dee. ¿Y tú traje de baño? —le preguntó Courtney desde el puesto de
bebidas. Ella y Bree llevaban biquini a rayas. Ambas se estaban comiendo un helado
que agitaron en dirección a Destiny.
Destiny se encaminó hacia ellas y estuvo a punto de tropezar con dos niñas
pequeñas que corrían con sus flotadores hacia las sillas de lona que había en uno de
los extremos de la piscina.
—Hay que aprovechar los últimos rayos de sol —dijo Bree—. La piscina cierra
el viernes.
—Cómo odio que se acabe el verano —se lamentó Courtney—. No puedo
creerlo. Y todavía no sé qué ponerme el primer día de clase.
—Yo iré igual que hoy —aseguró Bree, señalando su biquini—. ¿Y tú, Dee?
—¿Habéis visto a Livvy? —Preguntó Destiny, ignorando la pregunta—. Dejó
una nota en casa diciendo que venía aquí.
Bree chupó su helado.
—Está allí. —Señaló con el dedo—. Se ha traído a Mikey y a su amigo. ¿La ves?

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Cuando Destiny distinguió a Livvy en la piscina, se alejó corriendo. Sus


zapatillas resbalaban en el suelo mojado.
—¿Qué pasa? —oyó preguntar a Courtney detrás de ella.
Livvy vio a Destiny y la saludó con la mano. Estaba subiendo a Mikey y a su
amigo en una pequeña colchoneta roja de plástico.
—¿No llevas bañador? —gritó Livvy.
—No he venido a bañarme. Yo… Tenemos que hablar —dijo Destiny.
—Hola, Dee —la saludó Mikey, que saltó fuera de la colchoneta—. Mira qué me
enseñaron en el campamento. —Y empezó a cruzar la piscina chapoteando.
—Muy bien —lo animó Destiny.
—Hacía mucho calor. Me he traído a Mikey y a Chris —dijo Livvy—. ¿Qué
ocurre?
Destiny se acuclilló para poder hablar más bajo. Se inclinó sobre la piscina.
—Ha pasado algo en el supermercado, Liv. Casi me pillan…
—¿No íbamos a hacer una carrera? —las interrumpió Mikey, sujetándose en el
lateral de la piscina.
—Ahora no. Dee y yo estamos hablando —explicó Livvy.
—¡Me lo prometiste! —exclamó Mikey. Intentó agarrarse al brazo de Livvy pero
no llegó. De un manotazo, le quitó a su hermana las gafas de sol, que se hundieron
en el agua de inmediato. Mickey se echó a reír.
Destiny vio cómo los ojos de Livvy se abrían. Se le desencajó la cara, se llevó las
manos a los ojos y empezó a gemir.
¡Nooo! Le escuecen. ¡Y mucho!
Mikey le dio un empujón y soltó otra carcajada. Le encantaban las tonterías que
hacía su hermana.
Pero Destiny sabía que el dolor de Livvy era real.
Livvy mantenía las manos apretadas sobre los ojos.
—¡Dee, haz algo! ¡Los ojos! ¡No puedo soportarlo!
Destiny levantó a su hermano por los hombros.
—Sumérgete ahora mismo y tráele las gafas.
Mikey obedeció, sus pies chapotearon un instante sobre la superficie. Luego
apareció con las gafas y se las puso a Livvy en la mano.
Jadeante y con los hombros temblorosos, Livvy se las puso de inmediato.
—Ja, ja. Muy bueno —celebró Mikey, salpicando con agua a Livvy—. Cada día
eres más payasa. —Luego se volvió y se fue nadando hacia su amigo Chris.
—Estoy bien, estoy bien, pero… ¿qué me ha pasado? —preguntó Livvy a su
hermana.
Un intenso temor invadió a Destiny.
—Livvy, nuestros ojos… no resisten la luz del sol. —masculló—. Y mira tu piel.
¿No te has puesto crema protectora? Te has quemado.
Livvy echó un vistazo a sus brazos y piernas.

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—¡Uau, pero si no llevo aquí ni media hora! Dee, ¿qué me está pasando?
—Tenemos que irnos —resolvió Destiny. Se puso de pie y llamó a los niños—.
¡Mikey, Chris! ¡Fuera del agua ahora mismo! ¡Nos vamos!
—¡Nooo! Sólo diez minutos más —lloriqueó Mikey.
—No. Nos vamos ahora —dijo Livvy. Los agarró de las manos y tiró de ellos
hacia la escalerilla—. Ya os habéis remojado bastante.
Mikey volvió a salpicarle con agua.
—Idiota. Acabamos de llegar.
—¿Qué tal si os traigo yo mañana? —propuso Destiny.
—No.
Destiny encontró la toalla de Mikey y lo envolvió con ella.
—Deja de protestar —le ordenó Livvy,
—Piérdete.
Livvy advirtió que Chris se acercaba a ellos corriendo. Su holgado bañador
chorreaba agua.
—¿De verdad nos vamos? —preguntó, y entonces resbaló y cayó al suelo—.
¡Ay! —gritó y permaneció inmóvil.
—¿Te has hecho daño? —preguntó Livvy. Corrió hacia él y se agachó a su lado
—. Chris.
Él se sentó despacio.
—Mi rodilla.
—Sólo es un rasguño.
Destiny y Mikey la siguieron.
—Me sale sangre —dijo Chris, sujetándose la pierna.
Destiny observó aquella sangre, de un rojo intenso perceptible incluso a través
de las gafas de sol. La sangre relucía húmeda en la rodilla doblada.
Livvy se inclinó. Cogió la pierna de Chris con las manos y bajó la cabeza hacia
la rodilla.
—Livvy, no —le susurró Destiny.
Pero Livvy se inclinó aún más y empezó a lamer la sangre.
—¡Livvy… nooo! —le advirtió Destiny.
La lengua de Livvy chupaba la sangre mientras su cabeza hacía un movimiento
de vaivén sobre la rodilla del niño.
—Pero ¿qué está haciendo? —preguntó Mikey—. ¿Por qué hace eso?

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15. ¿Qué sabe el entrenador Bauer?

Livvy soltó la rodilla de Chris y levantó la cabeza. Destiny pudo ver la


expresión aturdida de su hermana.
—¿Por qué has hecho eso? —Mikey agarró a su hermana por el hombro—.
¿Qué te pasa?
Livvy le miró en silencio.
—Es un truco de primeros auxilios que nos enseñaron en el campamento —le
explicó Destiny, tratando de hablar con naturalidad—. Es la forma más rápida de
evitar que la herida sangre. —Se volvió hacia Chris—: ¿Cómo está ahora?
—Bien.
Livvy ayudó a Chris a levantarse del suelo.
—¿Lo ves? Ya casi no sale sangre. Te pondremos una venda cuando lleguemos a
casa.
Destiny observó el rostro de su hermano. ¿Se lo había tragado? Mikey seguía
mirando a Livvy con cautela.
Destiny se despidió con un gesto de Bree y Courtney. Mientras se dirigían hacia
el aparcamiento, Destiny vio a aquel chico de negro todavía a la sombra, todavía
sonriente… todavía mirándola. Apartó la vista enseguida.
¿Qué le pasa a éste?
Una vez en la habitación y con la puerta cerrada, Livvy cogió a Destiny de la
mano.
—No pude contenerme. De pronto me sentí hambrienta. Vi sangre en la rodilla
de Chris y…
—Chist. —Destiny le apretó la mano—. Tranquila —susurró—. Creo que se han
tragado el rollo que les metí.
—¿Tranquila? ¿Cómo quieres que esté tranquila? Nosotras… ¿Y si a nosotras…?
—Su voz se quebró.
—Nos ha mordido un vampiro. —Destiny completó la frase. Un escalofrío
recorrió su espalda—. No he parado de darle vueltas. Quizá fue en el campamento.
Es el único sitio donde podría haber pasado.
Livvy soltó la mano de Destiny y se dejó caer sobre la cama.
—Dee, hay que encontrar a alguien que pueda ayudarnos.
—Ya lo sé. Y ha de ser pronto. —Le explicó a Livvy lo que Ari le había contado
sobre los cazadores de vampiros en Dark Springs y sobre la diferencia que hay entre
un vampiro completo y un neófito.
—Pero ¿no existe ningún antídoto? —susurró Livvy—. Si realmente nos han

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mordido, ¿no hay nada que podamos hacer para volver a ser normales? ¿Qué te ha
dicho Ari?
Destiny negó con la cabeza.
—Ari no tiene ni idea.
También le explicó a su hermana el incidente del supermercado, y lo de aquel
empleado que corría hacia ella gritando y señalándola con el dedo.
—Me pilló in fraganti. Casi me da algo. Me vio meter el hígado en el bolso. Le
conté que se me había resbalado de la mano y que el paquete venía abierto, que
estaba mal empaquetado y me había puesto perdida de sangre.
—¿Y se lo creyó?
Destiny asintió.
—Sí. Me pidió disculpas. —Tragó con dificultad—. Estaba tan asustada, Liv.
Faltó muy poco para…
Un grave silencio se cernió sobre ellas. Livvy se acarició la marca del cuello.
—Quizá sí que nos han mordido. Quizá sea verdad que nos hemos convertido
en vampiros. Yo… me cuesta creerlo. Pero tal vez es cierto. —Hundió el rostro entre
las manos—. ¿Tú te crees lo de los cazadores, Dee? ¿Crees que nos darán caza y nos
matarán si se enteran de lo que nos pasa?
—Puede ser. No estoy segura —musitó Destiny.
—Pero nosotras no hemos hecho nada malo —se quejó Livvy entre sollozos—.
Todo esto no es culpa nuestra.
Destiny tuvo la impresión de que Livvy tenía mucho más que decir. Esperó a
ver si continuaba, pero su hermana se sentó en silencio. Cuando se acercó a ella para
abrazarla, se le ocurrió una idea.
—El entrenador Bauer.
Livvy alzó la mirada.
—¿Qué pasa con él?
—Ari dijo que el entrenador podría ser uno de los cazadores. Que hasta podría
ser el jefe. Quizás él sepa algo más sobre vampiros, Liv. Quizá pueda decirnos qué
hacer.
Livvy se apartó de Destiny.
—¿Estás loca? Si el entrenador es uno de los cazadores, no podemos explicarle
lo que nos pasa. Nos atravesará el corazón con una estaca o algo peor.
—Qué va —replicó Destiny con voz queda—. Nos conoce desde que nacimos.
Él y su mujer estaban siempre en nuestra casa. Es como de la familia. Nunca nos
haría daño, Liv. Y quizá conozca algún remedio para ayudarnos. Creo que voy a ir a
verle ahora mismo.
Livvy dudaba.
—Me da miedo, Dee. En serio.
—Bueno, podríamos decirle que estamos preocupadas por un amigo nuestro
del campamento y que sólo queremos información. Tal vez sepa exactamente lo que

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debemos hacer.
—Pero Dee, eso no hay quien se lo trague.
—Estamos desesperadas, ¿vale? Hay que intentarlo todo.
El teléfono sonó y Destiny contestó a la llamada.
—Hola, Dee. Soy papá. ¿Cómo va todo?
«¿Que cómo va todo? Pues no muy bien, papá.»
—Perfectamente.
—Oye, cariño, llegaré tarde a casa. Dos perros se han peleado detrás del patio y
uno le ha sacado un ojo al otro. Si tengo suerte, podré colocárselo de nuevo.
—¡Puaj! ¡Qué asco, papá!
—Destiny, a ti te encantan los animales. Si quieres ser médica o veterinaria, no
puedes decir que estas cosas te dan asco.
—Supongo que no.
—En fin. ¿Podéis prepararos algo de comer y ocuparos de Mikey hasta que yo
llegue?
—Claro, papá.
—Gracias, hija. Os quiero. Hasta luego.
«¿Seguirías queriéndome si supieras que he exprimido la sangre de un hígado
en el supermercado para bebérmela?»
—Nosotros también te queremos, papá. Adiós. —Se volvió hacia Livvy—. Papá
llegará tarde.
—Muy bien. Prepararé mi especialidad para cenar —decidió Livvy.
—¿Tu especialidad? ¿Cuál?
—Pizza congelada.

—Quítame la corteza del borde —dijo Mikey.


—¿No puedes esperarte? Aún está en el horno —replicó Livvy—. Además, ¿por
qué no quieres la corteza?
—Mamá siempre me la quitaba —dijo, y en ese momento sus ojos se abrieron
desorbitadamente y sus mejillas enrojecieron—. Oye, quítamela. ¿Vale?
Destiny miró a su hermano menor.
—Mamá te quitaba la corteza para comérsela ella. El borde era la parte que más
le gustaba, ¿sabes? Una noche la pillé aquí abajo, cuando estábamos todos en la
cama, comiéndose un plato entero de corteza de pizza. —Luego se inclinó y le
susurró a Mickey al oído—: No pasa nada por el hecho de que hables de mamá.
Puedes hablar de ella siempre que quieras.
El la miró y exclamó:
—¡Cállate!
—¿Qué?
—¡Que te calles! —Y salió dando un portazo.

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Livvy echó un vistazo al horno.


—Casi lista.
Destiny sacó tres platos del armario. Mientras los colocaba en la mesa de la
cocina, algo sobre el banco que había junto a la ventana llamó su atención.
—¿Qué es eso?
Lo cogió. Era una libreta gruesa con la tapa rayada y desgastada y las páginas
sobresaliendo por los lados. Se la apoyó en una rodilla para hojearla.
—Livvy, mira. Es la libreta donde apunta las jugadas el entrenador Bauer. Debió
de dejársela aquí la otra noche.
Livvy estaba sacando la pizza del horno.
—Volverá por ella.
—No. ¿No te das cuenta? Ésta será nuestra excusa.
—¿Te refieres a…?
—Nuestra excusa para ir a verle esta noche. Le diremos que hemos ido a
devolvérsela. Después le diremos que hemos oído todos esos rumores sobre
vampiros y quizás entonces nos cuente algo que pueda servirnos de ayuda.
Livvy clavó la mirada en la libreta. Destiny vio el miedo reflejado en el rostro
de su hermana.
—Yo también tengo miedo —confesó Destiny—. Estoy aterrorizada. Pero
tenemos que hablar con alguien. El entrenador podría ser nuestra última esperanza.

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16. ¿Hay alguien en casa?

Las zapatillas de Destiny crepitaron sobre la gravilla de la entrada. Se apretó la


libreta contra la pechera del jersey. Un viento, súbitamente frío, se levantó formando
pequeños remolinos, señal de que el otoño se acercaba, y agitó los viejos árboles que
rodeaban la casa, retorciéndolos hasta hacerlos crujir.
—Está muy oscuro —musitó Livvy, unos pasos por detrás de Destiny—. No
creo que esté en casa.
—Podría volver. Vamos a probar.
Destiny alzó la vista y contempló aquella casa de dos plantas construida en
piedra. Una contraventana suelta colgaba de una de las ventanas del piso superior.
Altos matojos de hierbajos caían sobre el pórtico delantero. Junto a la ventana de la
parte frontal, una mata de rododendro descendía a un lado, marchita, aplastada,
como si hubiera sido pisoteada.
—¡Qué desastre! Con lo bonita que estaba la casa cuando la señora Bauer vivía
—susurró Livvy—. ¿Te acuerdas? Estaba orgullosa de su jardín.
Destiny trepó por el pórtico de cemento. Oyó a un perro ladrar, posiblemente
de la casa de enfrente. Una fuerte ráfaga de viento estuvo a punto de tirarla. No
había ninguna luz en el porche. Buscó a tientas el timbre. Por fin lo encontró y llamó.
—No está en casa —dijo Livvy en un murmullo, y se abrazó a sí misma. Sólo
llevaba una camiseta—. Estoy helada. ¿Por qué hace tanto frío? Pero si hoy hemos
estado en la piscina. Qué tiempo más raro.
Ponte el abrigo ahora mismo. Destiny recordó la voz de su madre.
Le vino a la mente la imagen de Livvy dando una pataleta, negándose a
ponerse el abrigo. Era la eterna discusión entre Livvy y su madre. Duró años. Era la
chaqueta de la discordia, y su madre nunca ganó la batalla. Como era tan tozuda,
Livvy era capaz de ir al cole nevando vestida sólo con una camiseta y unos vaqueros
con tal de no dar su brazo a torcer.
Miró a su hermana, allí, temblando, mientras el viento racheado le revolvía el
cabello.
Por lo menos hay cosas que nunca cambian.
No hubo respuesta. Destiny volvió a tocar el timbre y lo mantuvo pulsado un
buen rato. Oyó el sonido metálico al otro lado de la puerta.
—No está. Vámonos ya. Me estoy helando —protestó Livvy.
Destiny pegó la oreja a la puerta. No se oía nada dentro de la casa.
—No podemos dejarle la libreta aquí, en la puerta. Seguro que la puerta de
atrás está abierta. —Nadie en Dark Springs cerraba la puerta trasera—. Le dejaremos

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la libreta en la cocina.
Destiny encabezó la marcha hacia el lateral de la casa. Rodeó dos grandes
bolsas de mantillo apiladas contra el muro. Una de ellas se había abierto y su
contenido se había derramado sobre la hierba. Las ventanas de la habitación estaban
a oscuras.
Hizo girar el pomo y la puerta de la cocina se abrió de par en par. Las dos
hermanas entraron en la oscura cocina. Destiny cerró la puerta detrás de ellas.
Livvy se abrazó.
—¡Qué calentito y qué bien se está aquí! —Hizo un mohín de disgusto—. ¡Puaj!
Huele a pescado.
—Sí. Tienes razón —susurró Destiny. Luego preguntó, elevando la voz—. ¿Hay
alguien en casa? ¿Entrenador Bauer? ¿Está usted ahí?
Silencio. Destiny oyó el tintineo del congelador en funcionamiento. Sujetaba la
gruesa libreta con las dos manos.
—La dejaré sobre la mesa —dijo—. Tendremos que volver, Liv. Si sabe algo
sobre vampiros. —Dejó la libreta y… dio un respingo al oír un gemido muy cerca.
—¿Has oído eso? —preguntó.
—Sí.
Un tablón del suelo crujió. Se escuchó otro gemido.
Destiny paseó la vista por aquella cocina en penumbra.
—¿Dónde está el interruptor de la luz?
—¿Señor Bauer? —Su voz brotó tensa y chillona—. Señor Bauer, ¿es usted?
Oyeron el sonido de una respiración entrecortada.
Hay alguien aquí. Y está muy cerca. Debe de ser el entrenador. Y entonces, ¿por
qué no contesta?
—¿Entrenador…? Somos nosotras… Destiny y Livvy.
Otro quejido apagado. ¿No venía de la puerta del sótano?
Destiny dio un salto cuando una mano le agarró el hombro por detrás. Lanzó
un alarido.
—Perdona —musitó Livvy—. No quería asustarte. Esto no me gusta nada.
Vámonos de aquí.
—Vale.
Pero antes de que pudieran moverse, Destiny oyó una puerta chirriar. Se volvió
y vio horrorizada cómo la puerta del sótano se abría muy, muy lentamente.
—¿Entrenador? ¿Es usted?
Livvy la estiró del brazo.
—¡Vamos!
Destiny avanzó hacia la pared. Encontró el interruptor de la luz y encendió la
luz de la cocina.
—¡No! ¡Oh, no! —profirió presa de pánico cuando aquella figura pálida y de
ojos hundidos emergió del sótano. Sujetándose la cara con las manos, Livvy abrió la

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

boca en un prolongado grito de terror.


Abrazadas una a la otra, las chicas veían hipnotizadas cómo aquella figura
cadavérica se cernía sobre ellas.
—¡Señora Bauer! —Exclamó Destiny—. ¡No puede ser! ¡Usted está muerta!
—No estoy muerta —replicó la señora Bauer con un susurro ronco—. Soy una
muerta viviente.

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17. Él nunca me dejará morir

Livvy agarró el brazo de Destiny con tanta fuerza que le hizo daño. Destiny
sofocó un grito de terror cuan do la mujer avanzó hacia ellas. El rostro exangüe, la
piel grisácea que caía flácida sobre la mandíbula, los ojos profundamente hundidos
en las cavidades redondas, la piel descolgándose de la carne, un trozo de hueso
amarillo visible a través de un orificio en la mejilla.
Había sido muy guapa. Su madre siempre comentaba lo mucho que le hubiera
gustado parecerse a Marjory Bauer.
—Él... nunca... me dejará... morir. —Aquel sonido áspero y grave surgía como
un estertor desde lo más profundo de su garganta. Cada palabra le suponía un gran
esfuerzo.
—¿Señora Bauer? ¿Es usted de verdad? —farfulló por fin Livvy, escondida
detrás de su hermana.
—Pobre hombre... nunca... dejará... que me muera. No... puede... soportar... la
idea de... separarse... de mí. —En el fondo de sus cavidades sus ojos rodaron hasta
quedar en blanco—. No... se... da... cuenta... de lo egoísta... que es. Yo... quiero...
morir.
—Señora Bauer, por favor. —Destiny retrocedió tambaleándose y tropezó con
Livvy.
—Yo… quiero… morir, pero él no… me… deja.
—Dee, mira. Mira lo que lleva en la mano —susurró Livvy.
Dee bajó la mirada. La señora Bauer sujetaba una estaca de madera, afilada en
uno de los extremos.
—Pobre hombre… —continuaba Marjory Bauer. De pronto su cabello se agitó y
Destiny distinguió la piel desgarrada en la nuca, una amplia brecha que dejaba al
descubierto los tendones grises y un fragmento de hueso—. Él me mantiene a su
lado… pero yo… quiero morir. Por favor… Por favor… —Levantó la estaca y se la
ofreció a Destiny.
Destiny dio otro paso atrás, hacia la mesa de la cocina.
—Señora Bauer, ¿qué está diciendo? ¿Qué le ha pasado?
—Él me esconde en… el sótano —añadió, obviando la pregunta de Destiny—.
Él me quiere todavía… a su lado. Pero… no soporto… esta vida. Todo el día…
despierta… sin luz… Nunca veo… la luz. Obligada a ir vagando… a buscar…
comida. —De nuevo levantó la estaca hacia Destiny—. Por favor… por favor…
acábalo… por mí.
—¡No! —exclamó Destiny, apoyada contra la mesa. No tenía escapatoria—. No.

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No puedo, señora Bauer.


Destiny miró a su hermana, cuyos ojos reflejaban el terror que sentía. Livvy
había retrocedido hasta la puerta de la cocina y buscaba a tientas el pomo.
—Lo siento. No puedo hacerlo —se disculpó Destiny—. Sólo… sólo vine a
devolverle a su marido la libreta. Livvy y yo… no le diremos a nadie que la hemos
visto. Se lo prometo. Le guardaremos el secreto. Nosotras…
La señora Bauer se acercó aún más. Tenía a Destiny acorralada contra la mesa.
Alzó de nuevo la estaca y Destiny descubrió que la piel de sus dedos se había
desgarrado y sólo quedaban los huesos.
—¿Tú… no vas a ayudarme a escapar de… esta pesadilla?
—Lo siento. No puedo. Déjeme ir, por favor.
Aquellos ojos hundidos volvieron a rodar en sus cuencas.
—Jenny me robó la muñeca cuando tenía cinco años. ¿Lo sabías?
Destiny tragó saliva.
—No… No entiendo lo que dice.
Livvy hacía gestos frenéticos a su hermana desde el otro lado de la puerta
abierta para que escapara. Sin embargo, la señora Bauer la mantenía inmovilizada
contra la mesa.
—Jenny cogió mi muñeca y tuve que comprarme otra. Yo sólo tenía cinco años.
Lloré mucho. No quería volver a jugar con Jenny.
Dios mío. Ha perdido la razón.
Los fríos ojos de la señora Bauer bajaron hasta mirar a Destiny.
—Hambre —murmuró a través de sus labios ennegrecidos—. Siempre tengo…
mucha hambre. Necesito alimento… ahora. Por eso… me he levantado. He de…
comer.
Estaba a punto de abalanzarse sobre Destiny… estaba muy cerca. Destiny
percibía el olor de su piel putrefacta.
—Gracias… por venir, querida. —La señora Bauer dejó caer la estaca de su
mano.
—Señora Bauer, por favor. No se lo diremos a nadie. Se lo juro. Yo…
—Gracias por venir. Tengo mucha hambre… mucha. Debo beber sangre…
Ahora.
De improviso alargó sus manos huesudas. Cogió a Destiny por sorpresa. La
chica intentó liberarse, pero aquellas manos tenían mucha fuerza, no parecían
humanas. Aferraron su cabeza y apretaron con determinaron.
Destiny advirtió que los ojos hundidos de la señora Bauer se agrandaban por la
emoción. Vio los colmillos curvados y amarillentos brotar desde las encías oscuras de
aquel ser.
Intentó gritar. Intentó soltarse. Pero aquellas manos huesudas la mantenían
presa.
El vientre hundido de la señora Bauer emitió un sonido húmedo, como de

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gorgoteo. Destiny sintió una ola de aliento fétido que se abatía sobre su rostro,
cuando la mujer inclinó la cabeza y bajó los colmillos hacia su cuello.

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18. ¿Quién es el Restaurador?

Destiny lanzó un último grito de desesperación y esperó hasta que el dolor


recorrió todo su cuerpo. Notó la lengua de la señora Bauer rasposa contra la piel.
Luego oyó que la mujer dejaba escapar un jadeo sobrecogedor.
La señora Bauer apartó la cabeza, los ojos, más hundidos que nunca en las
cavidades, fijos en Destiny.
—Tú también —susurró.
Livvy cogió a la señora Bauer por el hombro.
—¡Suéltela! ¡Suelte a mi hermana!
La señora Bauer se echó hacia atrás y chocó contra Livvy. Se volvió. Su mano
huesuda rodeó el cuello de Livvy.
—Tú también —susurraba una y otra vez—. Tú también. Tú también.
Livvy saltó hacia atrás. Todavía podía sentir la presión de aquella mano en su
cuello. Livvy se deslizó al lado de su hermana y dijo:
—Vamos, Dee. Venga. Vámonos de aquí.
—También a vosotras… os han mordido —musitó la señora Bauer—. Veo las
marcas. Lo… veo… en… vuestros ojos.
Temblando y sintiendo aún la aspereza de aquella lengua seca sobre su piel,
Destiny rodeó con un brazo la cintura de su hermana.
—Espera. No corras —musitó—. No quiere hacernos daño. Tal vez puede
ayudarnos.
—Tenéis… hasta la próxima luna llena —espetó aquella voz ronca—. No mucho
tiempo… Sólo unas semanas. Salvaos. Salvaos.
—Pero ¿cómo? —preguntó Destiny—. ¿Qué podemos hacer?
—Sólo unas semanas —repitió la señora Bauer. Se rascó la mejilla y se arrancó
un jirón de piel—. Pero… tened cuidado. Los cazadores están ahí fuera. Los
cazadores… os encontrarán.
—Entonces… ¿es cierto? —inquirió Destiny—. ¿Hay cazadores de vampiros en
Dark Springs?
—Jenny cogió mi muñeca —dijo la señora Bauer, proyectando los ojos hacia el
interior de su cabeza—. Jenny cogió mi muñeca y entonces yo la tiré al barro. Le eché
a perder su vestido de domingo. Ja, ja…
—Señora Bauer, por favor —la interrumpió Destiny—. ¿De verdad hay
cazadores?
—Jenny me dio una piruleta, pero se la arrojé a la cara.
—¿Puede ayudarnos? —insistió Livvy—. ¿Puede ayudarnos para que volvamos

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a ser normales?
La señora Bauer se movió con rapidez. Se precipitó sobre ellas, agarró la mano
de Livvy y le dio un fuerte pellizco.
—Eres muy guapa. ¿Tú no querrás ser como yo? Una muerta viviente. Ja, ja.
¿Qué rima con viviente?
Livvy puso una mueca de dolor. Agitó el brazo, pero la mujer asía la mano con
firmeza.
—Está bien. ¿Puede ayudarnos? —preguntó Livvy con voz entrecortada.
—¿Habéis visto al Restaurador? —preguntó la señora Bauer. Soltó la mano de
Livvy y se volvió hacia Destiny—. El Restaurador es el único. El puede… restaurar
vuestra vida. Demasiado tarde para mí. No pudo ayudarme. Pero vosotras…
podríais tener un poco más de tiempo.
El corazón de Destiny se aceleró. ¿Había de verdad alguien que pudiera
salvarlas? ¿Alguien capaz de impedir que acabaran como Marjory Bauer? Podía oír
los latidos de su corazón.
—¿Quién es el Restaurador? ¿Cómo podemos encontrarle? —preguntó Destiny.
—Demasiado tarde para Jenny —decía la señora Bauer, meneando la cabeza—.
Cayó del caballo y se partió el cráneo. Adiós, Jenny. Perdóname. Fui muy mala
contigo. No sabía que te caerías del caballo. ¿A qué no?
Destiny estiró de una de las andrajosas mangas de la mujer.
—Por favor, díganos cómo podemos encontrar al Restaurador.
—Debéis dejaros guiar por vuestros mayores. Vuestros mayores os guiarán.
—¿Que nos guiarán? No lo entiendo —replicó Destiny.
—Los cazadores se acercan —dijo la señora Bauer—. Ellos saben quiénes han
sido buenos y quiénes han sido malos. Lo saben. Van a matar a los malos. Pero… a
mí, no. Mi marido… no dejará que me maten. Por favor… mátame.
—Señora Bauer. El Restaurador… Háblenos de él.
—Tengo mucha hambre.
—Por favor.
—Mucha hambre. Necesito alimento. Tú también. Tú también. Tú eres una de
ellos. Tú eres una de nosotros.
—Sí. Pero ¿quién es el Restaurador?
—Mucha hambre —La señora Bauer se apartó de ellas. Destiny observó los
jirones de piel, el amplio agujero detrás del cuello. La mujer abrió la puerta de par en
par y se internó en la noche.
Destiny se aferraba a su hermana. De pronto el silencio las envolvía. Sólo se
escuchaba su respiración agitada.
—¿Esto está pasando de verdad? —consiguió articular por fin Livvy.
—Vámonos —Destiny condujo a Livvy hasta la puerta—. ¿Puedes conducir tú?
yo todavía estoy temblando.
—Supongo.

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Una vez en el interior del coche, a Livvy se le cayó la llave al suelo. Tanteó hasta
encontrarla y cuando lo hizo, le costó meterla en la ranura del contacto.
—Dios mío. Esa pobre mujer —se lamentó Livvy, estremeciéndose—. ¿Has visto
cómo está?
—Nunca lo olvidaré. Voy a tener pesadillas el resto de mi vida. —Destiny
agarró a Livvy por el brazo—. Mírame. No puedo dejar de temblar. No podemos
permitir que nos pase lo mismo, Liv. Hay que impedirlo. Debemos encontrar al
Restaurador. No nos queda mucho tiempo.
Destiny empezó a manosear los controles del salpicadero.
—¿No se puede poner más alta la calefacción? Sigo temblando.
—Destiny, el Restaurador no existe. Esa mujer estaba delirando… igual que eso
que decía de Jenny y la piruleta.
Hicieron el trayecto a casa en silencio. La camioneta del doctor Weller estaba
aparcada en la entrada. A través de la ventanilla, Destiny vio que las luces de la casa
estaban encendidas. Todavía temblorosa, corrió hasta la puerta trasera.
Su padre las saludó desde la puerta. A la luz estridente del porche, su padre se
veía cansado, viejo.
—Acabo de llegar —anunció con dulzura—. Aquí hay unas personas que
quieren veros.
Destiny y Livvy intercambiaron una mirada. Ambas pensaron lo mismo: ¡Los
cazadores!

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

19. Ari fracasa

Destiny contuvo la respiración cuando entró en la sala de estar y vio a las


visitas, Courtney, Fletcher y Ross se habían sentados en el suelo, animando a Mikey,
que hacía carreras de coches con la Play Station.
Courtney se puso de pie.
—Hola, Dee. ¡Menuda cara traes!
Destiny y Livvy se miraron.
—Verás, es que… no os esperábamos —dijo Destiny.
—¿Dónde estabais? —preguntó su padre—. No esperaba encontrar a Mikey en
casa de nuestra vecina, la señora Mitchell.
—Bueno, teníamos un montón de cosas que hacer —respondió Destiny,
vacilante. ¿Notarían ellos lo alterada y exhausta que se sentía?
—Ya lo veo. Un montón —corroboró Livvy. No resultaba de mucha ayuda, la
verdad.
—Bien hora de irse a la cama para Mikey —anunció el doctor Weller,
rascándose el cabello encanecido—. ¿Qué opinas, Mikey?
—Opino que no —replicó Mikey. Sus dedos se movían con agilidad sobre los
mandos de control. El coche daba un giro en la pista de carreras que aparecía en
pantalla.
Fletch se apoyó en el hombro de Mikey para incorporarse.
—Muy chulo el juego. —Estiró los brazos por encima de la cabeza—. ¿Qué,
tíos? ¿Vamos a algún sitio o qué?
—Yo no —respondió Destiny—. Estoy muy… cansada.
Ross se puso de pie.
—Quedan sólo unos días para que empiecen las clases. Hay que divertirse.
¿Quién se viene a Dono house? Comemos algo y de paso quizá nos encontramos con
gente de clase.
—No tengo dinero —se quejó Courtney—. Alguien tendrá que invitarme.
Fletch se volvió hacia ella.
—Oye, Court. Siempre te estamos invitando. ¿Cómo es que nunca tienes
dinero?
—¿Quizá porque soy pobre?
—Muy buena ésa, Fletch. —Ross le dio a su amigo una palmada en la espalda—
¿Alguna otra pregunta brillante?
—Olvídame. —Fletch agarró a Ross y empezaron un simulacro de pelea.
—Eh, chicos. Ya vale —ordenó Destiny.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

Por favor, largaos de aquí. Tengo mucho miedo. No puedo pensar con claridad.
No hago más que acordarme de esa horrible mujer. Todavía resuena en mis oídos
aquella voz de ultratumba.
Ross sostenía en alto un billete de cinco dólares.
—Mirad. Es el regalo de cumpleaños de mi abuela. Venga, vámonos a Dono
house. Yo invito.
Fletch rodeó con el brazo los amplios hombros de Ross.
—¡Eso es un hombre! —Se dirigió hacia Livvy—. ¿Tú vienes?
Livvy se acercó a Destiny y susurró:
—Quizá deberíamos ir. Sí, mujer. Así nos olvidamos un poco… de todo.
Destiny hizo un gesto de negación con la cabeza.
—Yo paso. Pero si a ti te apetece.
Livvy no perdía de vista a Ross.
—Bueno, la verdad es que sí.
—Eh, vosotras dos. Vamos, antes de que Ross se arrepienta —les urgió
Courtney desde la puerta.
Livvy dio media vuelta y se encaminó hacia ellos, llevándose el móvil a la oreja.
—Voy a llamar a Bree. Igual se viene.
La puerta se cerró tras ella. Destiny cerró los ojos, disfrutando del silencio. Pero
de pronto le asaltó a la mente la imagen de la señora Bauer, la piel desgarrada y
putrefacta, los ojos convertidos en dos diminutas canicas hundidas en el cráneo.
Destiny comenzó a subir por la escalera. Su padre se encontraba en la cocina,
esperando a que el agua de la tetera hirviera. Se volvió cuando la oyó entrar.
—¿No sales con tus amigos?
Destiny negó con la cabeza.
—No. Estoy muerta.
Sus ojos se estrecharon mientras la observaba.
Debería explicarle lo que nos pasa a Livvy y a mí.
La tetera silbó y su padre se dispuso a retirarla del fuego.
Destiny se precipitó escaleras arriba hacia su cuarto. Se dejó caer en la silla del
escritorio y encendió la luz de la lámpara. Entonces, con los codos apoyados junto al
ordenador portátil, hundió el rostro entre las manos.
Esto es una pesadilla. Me siento muy sola e indefensa. Casi se lo cuento a papá.
Pero no puedo hacerle eso. Está fatal. Tan viejo, tan triste. Además, ¿qué podría hacer
él?
Destiny se puso frente al espejo. Se tocó con delicadeza los pequeños pinchazos
del cuello. ¿Por qué no cicatrizaban? Se acercó un poco más al cristal.
¿Qué ha visto la señora Bauer en mis ojos? Sí. La verdad es que tienen un
aspecto extraño. Mis pupilas… han disminuido de tamaño…
Descolgó el auricular y marcó el número de Ari. Contestó tras el tercer tono.
—Hola, Ari. Soy yo. ¿Qué haces?

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

—¡Dee! Estoy viendo La noche de los muertos vivientes. La versión de 1990. Quiero
compararla con la de 1968. La original, claro.
—¿Cuál es mejor? —preguntó Destiny, tratando de mostrar interés.
—La original, por supuesto. La fotografía en blanco y negro impone todavía
más.
—Ari, ¿puedo hacerte una pregunta? ¿Recuerdas nuestra conversación de esta
tarde?
—Sí. Sobre vampiros, ¿no?
—Sí. Bien. Tengo otra pregunta. ¿Tú has…?
—¿Por qué de pronto te interesan tanto los vampiros, Dee?
Sospechaba algo. Sentía la garganta seca.
—¡Eh, ya sé por qué! —dijo Ari—. Claro, ya está.
Destiny estuvo a punto de soltar el auricular. No debería haber ido a verle. Lo
había adivinado.
—Es porque tú estás de acuerdo conmigo —continuó Ari—. Tú tampoco crees
que lo que mató a esos animales fuera un virus, sino los vampiros.
—Bueno… sí. —Destiny respiró hondo—. Verás, yo… Me gustaría saber más
cosas de ellos.
—¡Bien! —exclamó Ari—. Venga, pregunta.
—Vale. ¿Has oído hablar del Restaurador?
Silencio al otro lado de la línea. Luego Ari dijo:
—El Restaurador… ¿Seguro que no te refieres a El Regurgitador Ese monstruo
gigante que se pasaba todo el tiempo vomitando sobre Tokio?
—No. No es una película —aclaró Destiny, impaciente—. Se supone que es
alguien que existe de verdad.
—¿El Restaurador?
Venga, Ari. Por favor, dime que lo Conoces. Dime algo, te lo suplico.
—¿El Restaurador es un profesor? —preguntó Ari.
—No lo creo.
—Me ha venido a la cabeza un libro, que leí sobre vampiros. Hace mucho
tiempo. En él había profesor que aseguraba que podía curar a los vampiros ¿Te
refieres a eso?
—¡Sí! Supongo. Un profesor… ¿Recuerdas algo más?
—No. La verdad es que no. Bueno, Destinity he perdido. Tú ganas. Premio para
la señorita.
Destiny suspiró.
—¿Cuál es el premio?
—Mmm… ¿Qué te vengas conmigo al cine mañana por la noche?
—¿Y el premio de consolación? No espera fue una broma. Mañana lo hablamos.
Oye, tengo otra llamada. Luego seguimos.
Colgó el auricular. No tenía otra llamada pero necesitaba pensar. Un profesor…

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

La señora Bauer había dicho que los mayores las guiarían. Y Ari había hablado
de un profesor. ¿Quién más podría ayudarla? ¿Quién más podría darle alguna
información sobre el Restaurador?
¿Quizás el entrenador Bauer?
Recordó una imagen de su infancia. Vio al entrenador Bauer mucho más joven.
Destiny lo recordaba lanzándoles una pelota de fútbol a ella y a Livvy. ¿Cuántos años
debían de tener? Siete u ocho. Su padre estaba junto a la entrada, con una sonrisa
bonachona y las manos en los bolsillos, vociferándoles las jugadas que tenían que
hacer. El entrenador hacía correr a las dos niñas por su jardín, el jardín del vecino, y
les lanzaba la pelota muy alta.
Livvy siempre bajaba la cabeza. A veces Destiny daba un salto y
milagrosamente cogía la pelota. Entonces el entrenador daba vítores y brincaba.
Cuando les tocaba lanzar la pelota a ellas, Bauer les advertía: «No lancéis como lo
hacen las chicas. Estirad el brazo hacia atrás. No lancéis como las chicas.»
Destiny quería mucho al entrenador Bauer porque era el único adulto que no la
trataba como a una delicada princesita.
Al recordar aquellos partidos de fútbol en el jardín, Destiny se echó a llorar.
Pobre entrenador. Escondiendo a su esposa en el sótano, negándose a dejarla morir. Y
verse obligado a cazar a los vampiros que arruinaron la vida de su mujer y la suya
propia.
Aquellos pensamientos terribles poblaban su mente. Destiny se inclinó sobre el
ordenador. Apretó el botón de encendido y esperó el pitido que avisaba de que el
ordenador estaba listo para empezar. Entonces se conectó a Internet y marcó
Google.com.
Tecleó «El Restaurador» y «vampiros», y esperó el resultado de la búsqueda.
Tardó sólo dos segundos. Por increíble que parezca, había una sola entrada. «Pero si
era la correcta, sería más que suficiente.»
La mano le temblaba. Destiny movió el ratón y pulsó la página, que fue
apareciendo lentamente. Lanzó un bufido de protesta al leer el enorme titular azul en
el extremo superior de la pantalla:

EFECTIVO EN UN 99 %
UN RESTAURADOR DE CABELLO ASOMBROS
RECOMENDADO POR LOS MÉDICO

Decepcionada, Destiny se apartó del ordenador.


¿Dónde más puedo mirar?
Posó de nuevo la vista sobre la pantalla y descubrió que acababa de recibir un
mensaje.

Nak 123: Hola, Dee. ¿Estás ahí?

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

Destiny se inclinó sobre el teclado y empezó a escribir.

Destiny 1W: ¿Nakeisha? ¿Qué hay? Te echo de menos.


Nak 123: Yo también. Y al campamento. Creo que el campamento debería durar diez
meses y el cole dos, en verano.
Destiny 1W: Tienes razón. ¿Ya has empezado las clases?
Nak 123: Próxima semana. Salgo con amigos. Hago algún canguro, ¿y tú?
Destiny 1W: Lo mismo. ¿Sabes algo de los otros?
Nak 123: Casi nada. Estoy planeando las visitas a las facultades. ¿Y tú?
Destiny 1W: Aún no.

Destiny dudó. ¿Fue en el campamento donde el vampiro nos mordió a Livvy y


a mí?, se preguntó. ¿Fue allí donde pasó? ¿Habría mordido a alguien más?
Respiró hondo y tecleó.

Destiny 1W: Oye, Nak, ¿no te sientes un poco rara desde que dejamos el campamento?
Nak 123: ¿Rara en qué sentido?
Destiny 1W: No rara y ya está. Rara, rara de verdad.

Conteniendo el aliento, Destiny esperó la respuesta. Cuando al fin apareció,


quedó atónita.

Nak 123: Sí. ¿Cómo te has enterado? Me transformo en murciélago cada noche y voy
volando por ahí en busca de víctimas.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

20. Asesinada

¿Qué? Destiny no podía apartar la vista de la pantalla.


¿Está hablando en serio? ¿Será una broma. Tengo que enterarme…

Destiny 1W: Yo también. Cazo animales y les chupo la sangre.


Nak 123: Eso es lo que ocho semanas en el campamento pueden hacer contigo. A mí me
ha salido pelo en la cara y por las noches aúllo a la luna.
Destiny 1W: Auuuuu.

Nakeisha estaba bromeando. Destiny suspiró aliviada.


Las dos chicas chatearon unos minutos más Nakeisha le contó que haría un
viaje con su madre en otoño para visitar facultades y que podrían pasar con el coche
por Dark Springs. Destiny le contestó que estaba deseando verla.
Cuando apagó el ordenador, los parparos le pesaban, le dolían los músculos.
Qué día tan largo y espantoso, pensó y bostezaba.
Se desperezó, caminó hasta la ventana abierta y echó un vistazo al jardín.
Serpenteantes nubes oscuras se enroscaban en la pálida media luna. El jardín se
encontraba envuelto en sombras. Un coche pasó muy despacio frente a la casa, la luz
del piloto brilló. Destiny podía oír la música que sonaba en la radio del vehículo.
Entornó los ojos y divisó una ardilla gris que se desplazaba velozmente entre la
hierba con una nuez en la boca.
La oigo. Oigo las pisadas de la ardilla. La muchacha se llevó una mano a la
boca. De repente se sintió indispuesta. Se le revolvió el estómago. Tuvo que hacer un
esfuerzo para no vomitar.
Estoy cambiando. Mi cuerpo está cambiando. Tengo un oído sobrehumano.
Dios mío, puedo oír hasta las pisadas de una ardilla.
Cerró los ojos y escuchó con atención, concentrada. Podía oír la respiración de
alguien. Era Mikey, dormido. Respirando de forma acompasada y suave, abajo, en su
habitación. Y también oía a su padre, murmurando para sí, probablemente mientras
leía un libro en la cama. Su estómago tembló, emitiendo un barboteo que Destiny oyó
con claridad.
¿Dónde está Livvy? Tenemos que hablar. No hay tiempo que perder.
Cogió el teléfono y marcó el número de su hermana. Livvy contestó tras el
segundo tono.
—¿Dónde estás? —preguntó Destiny.
—Ya lo sabes. En Dono house.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

—Vale. Pues ven a casa ahora mismo. Tenemos que hablar.


—Pero si todavía es pronto, Dee.
—No. Ven a casa, Liv. Ahora. No es momento de estar por ahí de marcha.
Tenemos que idear un plan.
Livvy dudó. Destiny percibió el murmullo de la gente en el restaurante, sonaba
el ritmo uniforme de la música reggae.
—De acuerdo. Voy para allá. Tranquila.
Destiny colgó.
No aparecerá hasta dentro de un par de horas. La conozco. Será mejor que vaya
a buscarla.
Se puso la chaqueta vaquera, se cepilló el pelo, se calzó sus zapatillas de
deporte y salió de la casa.
Fuera, la noche era fría y oscura. El viento soplaba racheado, levantando las
hojas muertas del suelo. Dono house estaba sólo a cinco o seis manzanas en dirección
al centro. Destiny se subió la cremallera de la chaqueta y echó a correr. Cuando
llevaba recorridas tres manzanas, vio una figura que caminaba hacia ella por la acera.
—¿Livvy?
—¡Sí! —contestó su hermana—. Pero ¿tú qué haces aquí?
—Venía a buscarte —respondió Destiny, jadeando.
Livvy frunció el entrecejo.
—Te dije que iba hacia casa.
Destiny se encogió de hombros.
—Quería tomar un poco el aire.
—Estoy preocupada por Bree —dijo Livvy.
—¿Porqué?
—Bueno, dijo que se reuniría con nosotros, pero no ha aparecido. La he llamado
al móvil y… no contesta.
—Qué extraño —susurró Destiny.
Se volvieron y emprendieron el camino de regreso a casa. La luna seguía
deslizándose tras las nubes, para volver a aparecer al poco rato, como si una pálida
luz intermitente se reflejara sobre las casas y el césped.
—¿No lo oyes? —preguntó Destiny—. ¿No oyes el crujido de las hojas? ¿Y los
insectos subiendo por el tronco de los árboles?
Livvy abrió la boca.
—Sí. Sí que lo oigo, Dee. Da… miedo. El sonido es tan claro. Como si el mundo
entero se acercara a nosotras.
Como si nos hubiéramos convertido en animal, pensó Destiny. En una especie
desconocida de criatura nocturna.
Destiny señaló algo con el dedo.
—¿Qué es eso?
Se encontraban frente al solar vacío que había junto a la casa de la esquina.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

Destiny miraba fijamente algo que había en el suelo, cerca de una excavadora. ¿Sería
la ropa que algún trabajador se había dejado?
No. De pronto las nubes se abrieron y la luz de la luna inundó el solar,
mostrando una pierna blanca y pálida.
No. Eran dos piernas, que destacaban poderosamente sobre la negrura del
suelo.
Destiny observó la melena de pelo rubio, iluminada tenuemente por la luna. Y
entonces la escena se desvaneció como en un sueño, la figura desmadejada e inmóvil
parecía hundirse en el suelo cada vez que las nubes tapaban la luna y la oscuridad se
imponía de nuevo.
—¡Oh, no, Bree! —Livvy ahogó un grito y echó a correr. Sus zapatillas hacían
un ruido sordo al impactar contra el suelo. Su pelo se batía sobre la espalda. Destiny
respiró hondo y se apresuró a seguirla.
—No, por favor.
Pero sí, era Bree. Llevaba una minifalda y una chaqueta de cuero marrón.
Estaba tendida boca arriba, con las piernas estiradas y un brazo escondido debajo del
cuerpo. La abundante cabellera le cubría el rostro.
—¿Bree? ¿Bree? —Livvy pronunció su nombre con voz aguda y estridente—.
¡Bree, soy yo! —Se dejó caer a su lado y empezó a apartarle el pelo de la cara—.
¿Bree? ¿Bree? Soy yo, Livvy. ¿Bree?
Respirando con dificultad, Destiny permanecía detrás de su hermana, sin
apartar la vista de aquel cuerpo inerte. Los ojos de Bree estaban abiertos, mirando
hacia arriba sin comprender, con expresión horrorizada. La boca, todavía con carmín,
permanecía abierta, como paralizada en un grito.
—¿Bree? ¡Por favor, di algo! ¡Por favor! —Su garganta emitió un sollozo—.
Está… muerta. Está muerta, Dee. Dios mío. Está muerta.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

21. El nuevo vecino de Destiny

La luz de la luna cayó de nuevo sobre ellas. Destiny parpadeó cuando la imagen
de Bree apareció borrosa ante sus ojos. Entonces su mirada se detuvo en la mancha
oscura en el cuello resplandeciente de Bree.
Oh, no.
Detrás de su hermana, Destiny no podía dejar de mirar aquel punto. Tendió una
mano temblorosa y rozó con los dedos el cuello de Bree. Tenía la piel suave y fría.
Dos pequeños pinchazos. Unas gotas diminutas de sangre habían quedado
adheridas a los orificios.
Alguien le había chupado la sangre.
Alguien le había chupado toda la sangre hasta matarla.
Livvy alzó la cabeza y miró a Destiny a través de las lágrimas.
—Destiny, ¿cuánto hace que has salido de casa?
Destiny abrió la boca, sorprendida. La pregunta la dejó perpleja.
—¿Qué? ¿Qué insinúas?
—¿Has vuelto a sentir hambre? —preguntó Livvy mientras sostenía la mano sin
vida de Bree—. Contesta, Dee. ¿Ha vuelto a pasarte?
Tratando de mantener la calma, le espetó, incrédula:
—¿Me estás acusando? Livvy, ¿me estás acusando? ¿Es que te has vuelto loca?
Livvy miró a su hermana. Las lágrimas rodaban por sus mejillas. Dejó la mano
de Bree sobre la hierba y se incorporó de un salto, sollozando ruidosamente.
—Lo… lo siento —masculló entre lágrimas—. Perdóname, Dee. No quería decir
eso. —Rodeó con los brazos a Destiny y la apretó con fuerza, pegando su mejilla
caliente y húmeda a la de su hermana—. Perdóname.
—Tranquila —susurró Destiny—. Lo entiendo. Está bien.
Pero algo no estaba bien.
Mi propia hermana me acusa de asesinato.
¿Qué será lo siguiente?

Destiny salió de la casa, levantando mucho las piernas para estirar los
músculos. Caía una lluvia fina, pero no le importaba. Tenía que salir.
Fue hasta el camino de entrada haciendo footing y luego dio la vuelta para
dirigirse a Drake Park, tres manzanas más abajo. Se bajó la capucha para que la lluvia
le mojara la cara. Las gotas frías eran un alivio para su frente sudorosa.
Llevaban tres días de constante lluvia y tristeza.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

El funeral de Bree, con el viento azotando los paraguas negros; la tumba, aquel
agujero profundo y rectangular, medio lleno de barro oscuro; la lluvia martilleando
sobre el oscuro ataúd de madera, como lágrimas, como lágrimas que cayeran de un
cielo dibujado al carbón.
¿De verdad era Bree la que estaba dentro de ese ataúd? Parecía imposible.
Nunca olvidaré los sollozos de Livvy. La cara sombría de papá. Su cabeza, tan
doblada sobre los hombros que parecía habérsele separado del cuello. Su mano sobre
mi hombro. Nunca olvidaré lo ligera que la sentía, su calidez penetrando a través de
mi blusa oscura.
Y el entrenador Bauer, tan pálido, los labios muy apretados, la cabeza inclinada,
sentado solo en la última fila. Lo observé durante el servicio. No levantó la vista ni
una sola vez. ¿Estaría pensando en Marjory, su mujer? ¿Estaría pensando que quizá
fue ella la que mató a Bree para alimentarse?
Y la madre de Bree, cuyos gritos resonaban en los muros de la iglesia. «¿Por
qué? ¿Por qué ha tenido que pasar esto? ¿Alguien puede decírmelo?», gritaba. Se
desmayó junto al féretro y tuvieron que sacarla fuera.
Y cuando el pastor empezó a hablar, los sollozos del recinto ahogaban la música
del órgano.
La lluvia cesó, pero las gotas continuaban cayendo de los árboles. Destiny cruzó
la calle y, corriendo, llegó hasta el parque. Sus zapatos chapoteaban en los charcos del
suelo. A sus espaldas, sonó el claxon de un coche, pero ella no se volvió.
Quiero correr hasta desfallecer. Hasta que ya no me queden fuerzas ni para
pensar.
Sin embargo, el aire fresco y húmedo mantenía sus sentidos alerta, despejaba su
mente, sus pensamientos se hacían más nítidos. El ruido suave y sordo de sus
pisadas resonaba en sus oídos. Pero también podía oír las carreras precipitadas de los
conejos y las ardillas bajo los árboles. El ruido del agua corriendo en Drake Creek, el
cauce poco profundo de agua pardusca en el extremo opuesto del parque. Escuchó
los pasos ligeros de una ardilla listada que excavaba su madriguera bajo la hierba
húmeda.
Destiny se tapó las orejas con las manos.
No puedo soportarlo. Debo recuperar mi vida anterior.
—Hola. —Un hombre joven le salió al paso desde detrás de un árbol.
—¡Oh! —exclamó Destiny.
Su sonrisa era cálida.
—Perdona. No quería asustarte.
Destiny lo miró de soslayo. Su cara le sonaba. ¿Dónde lo había visto antes?
Vestía una larga guerrera negra abierta que mostraba un jersey y unos
pantalones de color canela. Llevaba el pelo negro y ondulado cuidadosamente
peinado hacia atrás.
—Me encanta pasear por aquí —dijo él con un leve acento extranjero—. Se
respira tanta paz.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

Destino asintió.
—Sí. A este parque no viene casi nadie.
Él se acercó y la miró fijamente a los ojos, sin parpadear.
—¿Vives cerca de aquí?
Destino señaló con la cabeza.
—A unas cuantas manzanas.
¿Es miope o qué? ¿Por qué me mira así?
—Soy nuevo por aquí —explicó él—. Me he mudado hace sólo unas semanas.
Destino se metió las manos en los bolsillos.
—¿Y te gusta esto?
Una sonrisa se dibujó en su atractivo rostro.
—Ya lo creo. Y estoy seguro de que dentro de unas semanas va a gustarme
todavía más.
Destino parpadeó.
—¿Unas cuantas semanas?

El hombre asintió sin apartar su intensa mirada de ella mientras seguía


acercándose.
Me está poniendo nerviosa, pensó. La verdad es que es muy guapo, pero hay
algo en él…
—Tengo que irme —anunció Destino, pero él la agarró por los hombros para
que no se moviera.
—No te vayas, Laura. No quiero que te vayas. —Sus ojos se fundían con los de
ella. Destino le sostenía la mirada, incapaz de apartarla—. La espera se me está
haciendo muy dura —añadió—. Miro la luna cada noche y pienso en ti. En nosotros
y en lo felices que seremos dentro de unas semanas.
Destino oía el sonido del agua y el susurro de las hojas de los árboles, pero no
las palabras de aquel desconocido, ¿Qué estaba diciendo?
La atrajo hacia él y apretó su rostro contra el de Destino.
—Estás aquí, junto a mí… Me cuesta tanto resistirme.
Sentía su rostro frío sobre la mejilla. Destino trataba de entenderlo, pero sus
palabras se confundían con el rumor del viento.
—Me quedaré cerca de ti —musitó, los labios secos rozándole la oreja—. Estaré
donde pueda verte todos los días. Y cuando llegue el momento… cuando llegue el
momento, amor mío, vendrás conmigo. Vendrás conmigo y beberás mi sangre. Y
entonces serás mía para siempre.
Los árboles y sus hojas marchitas se inclinaban por encima de su cabeza.
Destiny se sentía mareada y débil.
—Perdóname. Pero ya no puedo resistirme más —susurró él. Echó hacia atrás la
cabeza, sus ojos negros centelleaban.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

Destiny intentó apartar la mirada, pero fue inútil. No podía moverse. Los ojos
de aquel hombre eran como dos negros túneles, sin final, que no llevaban a ninguna
parte.
Él le desabrochó el chubasquero y le bajó el cuello de la sudadera. Su boca se
abrió y dejó al descubierto unos colmillos curvados y amarillentos.
—No puedo esperar más… no puedo esperar. —Inclinó la cabeza.
Destiny sintió una punzada de dolor en el cuello.
No podía moverse, no podía respirar. Sus ojos estaban tan nublados como el
cielo. Sin embargo, veía el pelo negro y ondulado de él por debajo de su barbilla, las
sacudidas de aquella cabeza sobre su cuello mientras bebía… bebía… bebía.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

22. Bree nunca te cayó bien

—¿Qué hay? —Livvy apartó la vista del espejo del tocador cuando Destiny
entró en la habitación—. ¿Dónde has estado?
—En Drake Park —respondió Destiny, y se quitó el chubasquero amarillo y lo
arrojó sobre la cama. Le dolían los brazos y las piernas. Estaba muy cansada—. He
ido a correr.
Intrigada, Livvy la miró y preguntó:
—¿Lloviendo?
Destiny se sentó en la cama y se sacó las zapatillas de deporte, estaban húmedas
y llenas de barro.
—Necesitaba salir a tomar el aire. ¿Y tú cómo estás?
Livvy apartó los frascos y tubos de maquillaje.
—No muy bien. No dejo de pensar en lo de Bree. No puedo quitármelo de la
cabeza.
Destiny se encaminó hacia el extremo de la habitación donde estaba su hermana
y le puso las manos sobre los hombros.
—Es muy duro. Yo también pienso en ella. Supongo que tardaremos tiempo en
superarlo.
La expresión de Livvy se tornó implacable.
—Nunca te cayó bien, ¿verdad? Ya lo sé. Creías que era una mala influencia
para mí. Porque era tan… distinta. Siempre hacía lo que le daba la gana. No le
importaba lo que la gente pensara de ella. —Miró fijamente a Destiny—. Tú la
considerabas vulgar, y un poco zorra, ¿no? La odiabas porque tu hermana pasaba
cada vez más tiempo con ella.
—Livvy, no. Escúchame… —Las palabras se le enredaban en la garganta.
—Estaba claro que no la soportabas.
—¡Escúchame! —exclamó Destiny—. Pagándolo conmigo no vas a solucionar
nada. Ya sé que estás furiosa porque tu amiga está muerta. Pero culpándome a mí no
vas a conseguir que vuelva. Tú y yo, las dos tenemos que…
—¿Qué es eso? —la interrumpió Livvy. Señaló con un dedo hacia el cuello de
Destiny—. Estás sangrando.
—¿Qué? —Destiny se miró en el espejo—. Oh, no. —Su corazón empezó a latir
con fuerza al ver dos pequeñas gotas de sangre en el cuello. Livvy le pasó un pañuelo
de papel y ella se secó la sangre.
Observó detenidamente aquellas dos marcas rojas, los diminutos cortes en la
piel. Dos cortes recién hechos.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

Livvy se levantó de golpe y sacudió a Destiny con furia.


—¡Sabía que me ocultabas algo! No has estado corriendo. Dime la verdad. ¿Qué
has estado haciendo?
—No… no lo sé —balbuceó Destiny.
—Explícame cómo te has hecho eso —exigió Livvy.
Destiny contemplaba horrorizada su propia imagen en el espejo.
—No lo sé… No sé qué ha pasado, Liv. De verdad que fui a correr y…
—¡Estás mintiendo! —gritó Livvy—. Tú estás metida en algo. En algo que no
quieres contarme.
—Livvy, escucha. Por favor.
Las manos de Livvy se habían cerrado en dos puños apretados.
—¡No! Escúchame tú a mí. Te creo. Sé que no mataste a Bree, pero estabas allí,
Dee. Justo donde ella apareció muerta, y no había ningún motivo para que estuvieras
allí. Y ahora… vuelves a casa con marcas de colmillos en el cuello y no quieres
decirme qué ha pasado.
—¡Te digo que no lo sé! —exclamó Destiny.
—Sí que lo sabes. ¿Qué pasa, Dee? ¿Qué está pasando?
Destiny intentó abrazar a su hermana, pero ésta se apartó.
—Estás histérica. No sabes lo que dices —le reprochó Destiny—. Tienes que
creerme. No estoy haciendo nada a tus espaldas, Liv. Estamos juntas en esto y…
—Tú no has perdido a tu mejor amiga —replicó Livvy apretando los dientes, y
descargó el puño sobre el tocador haciendo volar los frascos que había encima.
Después se volvió, bajó las escaleras a toda prisa y dio un portazo al salir.
Destiny se acercó al espejo y estudió las marcas en su cuello todavía frescas. La
mano le temblaba cuando las rozó con los dedos. Su cuerpo se estremeció.
—Livvy, no me dejes ahora —susurró—. Te necesito más que nunca. El timbre
de la puerta sonó.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

23. Una muerte en la familia

Destiny se precipitó hacia la puerta principal y la abrió de par en par.


—Ross. ¿Qué tal? —Se dio cuenta de que su mano seguía sobre aquellas heridas
tiernas y todavía rojas. La bajó lentamente y se colocó bien el cuello de la sudadera.
Ross entró en la casa. Llevaba una chaqueta de los Red Sox y unos vaqueros
desteñidos.
—¿Cómo te va, Dee?
—No muy bien. ¿Y a ti?
—Más o menos igual. No te muevas. —Ross se acercó y le quitó algo del pelo.
Se lo enseñó: una hoja enroscada y húmeda.
—He ido al parque a correr —explicó ella, alisándose el cabello—. Ya sabes…
para tomar un poco el aire. Tenía ganas de estar a solas.
Él asintió.
—Fletch y yo hemos jugado un partido de baloncesto esta mañana en la pista,
sólo para tener la mente ocupada durante un rato. Estaba lloviendo, pero nos daba lo
mismo.
Ella le condujo hasta la cocina.
—¿De dónde vienes?
Él cogió un taburete.
—He ido a ver a Courtney. Tenía clase de tenis.
Destiny llenó dos vasos con jugo de naranja y le pasó uno.
—He hablado con Courtney esta mañana. Ya sabes que lo pasa fatal con las
películas de Ari. Ahora dice que tiene mucho miedo y que no piensa salir de noche.
Ross bebió un buen sorbo.
—Sí. He intentado animarla.
—Courtney siempre ha sido muy gallina. Acuérdate de cuando éramos
pequeños y nos escondimos detrás de su garaje y empezamos a aullar y a hacer
ruidos para asustarla. La convencimos de que el garaje estaba encantado. Durante
semanas fue incapaz de entrar para sacar la bici.
—Eso fue antes de que yo viniera a vivir aquí —dijo Ross—. ¿Por qué os
pasabais tanto con ella?
Destiny se encogió de hombros.
—Los niños son muy crueles. Y Courtney era la víctima perfecta.
La palabra «víctima» permaneció entre ellos, suspendida en el aire. Destiny se
arrepintió al instante de haberla pronunciado. Lanzó un suspiro.
—El cole empieza el lunes. Es el último año, se supone que el más importante. Y

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

ninguno de nosotros tiene ganas de ir.


—¿Has leído el periódico esta mañana? Llaman al tipo que mató a Bree el
Vampiro Asesino, porque no quedaba ni una gota de sangre en el cuerpo. La policía
dice que debe de tratarse de un psicópata.
Destiny parpadeó. «Psicópata.» Se frotó con un dedo la pequeña herida del
cuello. «Psicópata.»
¿Habrá sido ese mismo psicópata el que me ha mordido a mí? ¿También piensa
matarme? ¿Por qué no consigo recordar nada? ¿Por qué?
—Entonces, ¿ya no creen que sea un virus? —preguntó Destiny, haciendo un
esfuerzo por ordenar sus pensamientos.
—No —contestó Ross—. Han descartado lo del virus. Creen que se trata de
algún chalado que empezó con animales y ahora le ha dado por las personas.
Destiny hizo un gesto de asentimiento con la cabeza tratando de disimular el
miedo.
—He oído que va a haber toque de queda —continuó Ross—. No se podrá estar
en la calle más tarde de las diez.
—Quizá lo atrapen pronto —aventuró Destiny, cautelosa.
—Quizás es un vampiro de verdad —añadió Ross, mientras hacía girar el vaso
entre sus manos.
Ella lo miró a los ojos.
—Hablas como Ari.
—Quizás esta vez Ari tiene razón. Hablo en serio. Pero si de verdad es un
vampiro, hay gente aquí que sabe cómo ocuparse de él.
Destiny miró fijamente a Ross e inquirió:
—¿Quieres decir… los cazadores?
Ross se sorprendió al oír la pregunta.
—¿Los conoces?
Destiny se le acercó.
—¿Qué sabes tú de ellos?
Ross se encogió de hombros. Una extraña sonrisa se dibujó en sus labios.
—Nada, nada. Sólo rumores.
—Oye, Ross. ¿Has oído hablar del Restaurador? —le soltó Destiny de
improviso.
Él se acabó el zumo de naranja.
—¿El Restaurador? ¿Te refieres a un restaurador de cuadros o algo así?
—No. El Restaurador es alguien que tiene algo que ver con los vampiros. —
Destiny le lanzó una mirada ansiosa. «Por favor, dime que sí.»
Ross negó con la cabeza.
—Pues no tengo ni idea. —La miró con detenimiento—. ¿Y por qué me
preguntas a mí eso?
Destiny sintió que se ruborizaba.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

—No… es por algo que dijo Ari el otro día.


Ross desvió la mirada hacia el vestíbulo.
—¿Está tu padre en casa? En realidad venía a verle a él.
—¿A papá? —Destiny no podía disimular su sorpresa—. Está en la consulta.
Lleva trabajando seis días sin parar, pero dijo que hoy vendría a casa temprano. Si
quieres esperarle…
—Bueno.
—¿Para qué quieres verle?
Ross se rascó la cabeza casi pelada al cero.
—Mi perro se ha puesto malo. Quería pedirle consejo.
—¿Sparky? ¿Qué le pasa?
Ross dudó.
—Pues no lo sé. Pero no hace más que vomitar.
Destiny lo observó atentamente. Parecía muy incómodo. No era el Ross de
siempre. Tuvo el presentimiento de que lo del perro era mentira. Pero ¿por qué iba a
mentirle?
—¿Falta mucho para que llegue? —preguntó Ross.
Destiny asintió.
—Podrías ayudarme mientras esperas.
—¿A qué?
—Convencí a papá de que el garaje necesitaba una mano de pintura.
Últimamente está tan aturdido que la casa se está cayendo a pedazos sin que él se dé
cuenta. Estoy intentando que reaccione. El caso es que dijo que si yo lo sacaba todo y
lo apilaba a un lado de la casa, pintaría el garaje. ¿Quieres ayudarme?
Ross puso los ojos en blanco.
—¡Qué guay!
—Venga, hombre. No tardaremos mucho.—Destiny lo empujó hacia el garaje.
Empezaron por las bicicletas y los utensilios de jardinería. Luego Ross sacó
unos sacos llenos de musgo y tierra de plantar. Charlaron sobre los amigos, el colegio
que estaba a punto de empezar, el verano y, con mucho tacto, evitaron nombrar a
Bree.
Es un tío genial, pensó Destiny. Me encanta. Se lo imaginó rodeándola con sus
brazos… besándola.
—Eres tan distinta a tu hermana —dijo Ross, y sus mejillas se tiñeron de rosa.
Estaban sacando la bicicleta de Mikey y un Mercedes de plástico amarillo a pedales,
que su hermano conducía cuando tenía tres años.
—¿Distinta? ¿A qué te refieres? —le preguntó Destiny.
Antes de que Ross pudiera responder, una voz los llamó desde la puerta del
garaje.
—¡Eh, ¡Vosotros dos! ¿Qué hacéis?
Ross abrió mucho los ojos.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

—¡Livvy! Hola.
Livvy llevaba un chaleco azul sobre una camiseta ajustada y bastante corta de
color rosa y azul, y unos vaqueros de cintura baja. Ignoró a Destiny. Se comía a Ross
con la mirada.
—¿Por qué estáis vaciando el garaje? ¿Vais a mudaros ahí dentro?
Ross depositó en el suelo la caja que estaba cargando.
—Destiny me pidió que la ayudara.
—Livvy, creo que papá también te pidió que ayudaras —le recordó Destiny. No
pretendía que su voz sonara tan cortante, pero le fastidió que Livvy apareciera justo
cuando ella y Ross empezaban a hablar de cosas importantes.
Livvy caminó hacia Ross y le sacudió un poco de polvo que le quedaba en el
hombro. Luego sonrió con picardía.
—¿Qué tal un pequeño descanso?
Ross se volvió hacia Destiny.
—No ha estado nada mal para empezar.
Destiny asintió.
—Sí, gracias. Has sido muy amable al ayudarme.
Livvy lo arrastró hacia la puerta y lo llevó a un lado del garaje. Destiny los oyó
reírse. Decidió que ella también se merecía un descanso. Después de sacudirse la
parte delantera de los téjanos, se encaminó hacia la casa.
Fingió no verlos. Su hermana mantenía a Ross apoyado contra la pared del
garaje. Los brazos de él le rodeaban la cintura y ella le sujetaba con las manos el
rostro. Livvy, con la cabeza ligeramente ladeada, le estaba dando un prolongado y
apasionado beso.
Destiny desvió la mirada y se metió corriendo en casa.
Ross y Livvy se quedaron al lado del garaje casi media hora. Desde la ventana,
Destiny vio alejarse a Ross. En cuanto Livvy entró en la cocina, le espetó:
—Tú y yo tenemos que hablar.
Los ojos de Livvy reflejaban su cólera.
—¿Puedo beber algo antes? —Livvy sacó de la nevera una lata de té frío, tiró de
la anilla, bebió un gran sorbo y siguió a Destiny escaleras arriba, hacia el dormitorio.
—No entiendo por qué no quieres colaborar —le reprochó Destiny con voz
temblorosa.
Livvy la miró.
—¿Colaborar en el garaje?
—No. Ya sabes a qué me refiero. Colaborar para encontrar una forma de
salvarnos. Colaborar para encontrar al Restaurador. Te comportas como si
tuviéramos todo el tiempo del mundo.
Livvy suspiró.
—¿Qué se supone que debemos hacer? ¿Buscarlo en el listín telefónico?
—Debemos hacer todo lo que haga falta —replicó Destiny—. Nos queda muy

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

poco tiempo. He estado consultando todos los libros que hay en la biblioteca sobre
vampiros y todo lo relacionado con lo sobrenatural. He buscado una página tras otra
en Internet. He telefoneado al departamento de ciencias de la universidad. He vuelto
a tener otra larga conversación con Ari, pero empieza a sospechar algo. Estoy
desesperada. Incluso he llamado a uno de esos teléfonos que aparecen en las revistas
y que recogen testimonios sobre fenómenos paranormales.
—¿Y bien? —preguntó Livvy.
Destiny frunció el entrecejo.
—Nada. No aparece en ninguna parte. Nadie ha oído nunca hablar del
Restaurador. Ni rastro de él, Livvy. Tengo mucho miedo.
—¿Y crees que yo no? —protestó Livvy.
—Pero tú no estás colaborando en nada. Finges que todo va bien. Pero no es
cierto. Sólo nos queda una semana, dos como mucho. No podemos quedarnos de
brazos cruzados mientras van pasando los días. Has estado actuando de una forma
muy rara, Liv. Desde que murió Bree estás insoportable conmigo.
Livvy bajó la cabeza. El pelo le cayó sobre la cara, pero no hizo ademán de
apartárselo.
—Vale, vale. ¿Qué quieres que haga?
—Lo primero es permanecer unidas. No podemos dejar que nada nos separe. —
Destiny pensó en Ross. Tuvo que esforzarse para alejarlo de su mente—. No
podemos rendimos, Liv —continuó—. Hay que hacer todo lo posible por encontrar al
Restaurador. Iremos a ver a la señora Bauer otra vez. Sabe más de lo que dice.
Volveremos allí. Descubriremos lo que necesitamos saber y nos salvaremos.
Un sollozo escapó de la garganta de Livvy, que empezó a retorcerse el pelo con
los dedos.
—¿Cómo quieres que todavía crea que hay esperanza? He perdido a mi mejor
amiga. Y tengo sed, siempre tengo sed. Nunca tengo suficiente sangre, Dee. Nunca.
Destiny rodeó con un brazo los hombros de su hermana.
—Encontraremos al Restaurador a tiempo. Estoy segura. Ya lo verás.
Un grito agudo y escalofriante sobresaltó a Destiny.
—¡Que alguien me ayude!
Los alaridos de Mikey venían de abajo.
Ambas hermanas se precipitaron hacia la escalera.
—¡Eddy está muerto! —oyeron gritar a Mikey—. ¡Eddy está muerto!
¡Ayudadme! ¡Mi hámster está muerto!
Destiny se volvió y clavó la mirada en Livvy.
—No pude evitarlo —susurró Livvy—. Tenía mucha sed.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

24. ¡Los cazadores están aquí!

Su padre llamó cuando todavía estaban intentando calmar a Mikey. Destiny


contestó al teléfono.
—Trabajaré hasta muy tarde. Tengo varios gatos aquí que necesitan una
operación de estómago. ¿Podéis haceros cargo de Mikey esta noche?
—Claro, papá. Tranquilo. Pero me tienes preocupada. Todos los días te quedas a
trabajar hasta muy tarde. ¿Cuándo vas a tomarte un descanso? —Destiny oyó a su
padre suspirar.
—No puedo resistir ver a los animales sufrir. Es superior a mí. Hasta luego,
Dee. —Colgó.
Destiny se quedó mirando el teléfono. Su madre siempre conseguía arrancar a
su padre del consultorio.
Ya sé que se preocupa por nosotros. Pero ¿por qué ahora prefiere pasar la
mayor parte del tiempo en el laboratorio?
Se volvió hacia Livvy.
—Papá llegará tarde. Quiere que nos ocupemos de Mikey.
—¿Y qué hay de la señora Bauer?
—Tengo una idea. —Marcó el teléfono de Ana–Li—. ¿Podrías quedarte con
Mikey un par de horas?
—Claro —contestó Ana–Li—. Pero ¿qué ocurre? ¿Dónde vais a estar vosotras?
—Bueno… tenemos que hacer algunos recados para papá. Suministros que
necesita y no sé qué más. Él no puede dejar la consulta. —Algo rebuscado. ¿Se lo
tragaría?
—Tranquilas. Ahora voy para allá.
Destiny se dirigió a Mikey.
—¿Estás mejor?
—No —contestó con un gruñido, y preguntó a sus hermanas—. ¿Vosotras
también vais a morir?
Pasmada ante la pregunta, Livvy dijo con voz entrecortada:
—¿Cómo diablos…?
Destiny lo entendía. El pobre chaval había perdido a su madre y a su mascota.
Se había enterado de lo de Bree. Demasiados muertos en un año.
—Livvy y yo no nos vamos a morir —le aseguró con dulzura—. Nos
quedaremos contigo, Mikey. Y te cuidaremos siempre.
Él la observó durante unos segundos, como estudiándola.
Espero estar diciéndole la verdad. Pobre Mikey, pobrecillo. Si no encontramos al

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

Restaurador, podría perdernos también a nosotras.


Se volvió rápidamente, para que su hermano no pudiera ver las lágrimas en sus
ojos.

Las luces del coche rasgaban la niebla, enviando haces de luz amarilla en todas
direcciones. Destiny conducía despacio, inclinada sobre el volante. El cielo era de un
negro sólido; la niebla, cada vez más espesa, como si quisiera absorber el coche.
Livvy estaba encorvada en el asiento del acompañante, las rodillas en el
salpicadero, los brazos firmemente cruzados sobre su jersey negro.
—No puedo creer que me haya dejado convencer para volver aquí —protestó
en un susurro.
Destiny redujo la velocidad al divisar una señal de STOP.
—¿Había otra alternativa? Ya te lo he dicho. He estado investigando día y
noche, y no he encontrado ni una sola pista. ¡Ni una!
—Pero esa mujer es… un vampiro. Está loca. Se le ha ido la cabeza. Podría ser
peligrosa.
Destiny pisó el acelerador.
—No nos hará daño. Además, ¿es que no te acuerdas? Nos dijo que ya éramos
casi vampiros. Siempre te olvidas de ese detalle.
Livvy se tocó la marca del cuello.
—Estamos condenadas, Dee. Esa loca no va a ayudarnos.
—Tiene que ayudarnos —insistió Destiny—. No seas tan negativa. Tiene que
ayudarnos.
Condujo el coche hasta el camino de entrada. La casa del entrenador Bauer
estaba a oscuras, medio oculta por la cortina de niebla. A Destiny le parecía casi
irreal, como si fuera una casa encantada que formara parte de un decorado de cine.
Está encantada. Por una mujer que no está viva ni muerta.
—Enciende la linterna. No veo nada —musitó Livvy mientras avanzaban por el
sendero de entrada.
—No. No la usaré hasta que estemos dentro. No queremos ser vistas, ¿verdad?
—¡Ay! —Livvy tropezó con una gran roca que había en uno de los laterales de
la casa y se dio contra el muro de piedra.
—Ten cuidado —murmuró Destiny, asiendo a Livvy por el hombro y
ayudándola a incorporarse—. Las luces están apagadas. El entrenador Bauer ha
salido.
—Sí, con los cazadores. Para limpiar la ciudad de vampiros —dijo Livvy.
—Chist. Cállate. Ya tenemos bastante.
—¿Y si la señora Bauer no está? ¿Y si ha salido a dar una vuelta y de paso
llevarse por delante a alguno de nuestros amigos?
Destiny se detuvo de golpe y ordenó a su hermana:

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

—¡Basta! Deja ya de quejarte y de comportarte como una cría. Estoy harta de


que me obligues a ser la mayor.
Livvy abrió la boca para protestar, pero cambió de idea.
—Sólo recuerda por qué estamos aquí —añadió Destiny—. Para encontrar al
Restaurador. —Abrió con mucho cuidado la puerta trasera. Estiró el cuello hasta
meter la cabeza en la cocina—. ¿Hay alguien en casa? —preguntó con un susurro.
Silencio.
La frialdad de la niebla se aferraba a ella a medida que se adentraba en la cálida
cocina. Se frotó la nuca, intentando mitigar la humedad que sentía. Después
encendió la linterna.
Hizo danzar el círculo de luz por toda la habitación. Los platos se apilaban en el
fregadero. Un envase de comida preparada permanecía en la mesa, junto a dos
botellas de cerveza vacías.
Enfocó con la linterna la puerta del sótano. Estaba ligeramente abierta. ¿Se
habría escapado la señora Bauer? ¿Estaría vagando por las calles?
—Vamos —ordenó Destiny con un hilo de voz.
Livvy se mantuvo pegada a la espalda de su hermana, mientras ésta seguía el
haz de luz hasta la puerta del sótano. Destiny empujó la puerta muy despacio hasta
abrirla de par en par.
—¿Hay alguien ahí?
Silencio.
Destiny oía el zumbido del congelador. Fuera, en alguna parte, quizás un par de
manzanas más abajo, sonó el claxon de un coche.
Iluminando con la linterna las escaleras, Destiny encabezó la marcha. Los
escalones de madera crujían a medida que descendían hacia el sótano.
Destiny se detuvo cuando llegaron al final para coger aire. Si al menos su
corazón dejara de latir de aquel modo.
—¿Dónde está? ¿La ves por ahí abajo? —Livvy estaba tan cerca de ella que
Destiny notaba su aliento caliente en la nuca.
Destiny desplazó el haz de luz entre el desorden del sótano. Iluminó un montón
de cajas apiladas de tres en tres. Luego un sofá viejo y un enorme baúl negro con un
gran cerrojo en la parte frontal.
La luz se detuvo encima de una cama estrecha pegada a la pared. Lo primero
que Destiny distinguió fue la colcha oscura que la cubría. Después descubrió la
cabeza sobre la almohada. ¡Era la señora Bauer!
—Por lo menos no duerme en un ataúd —musitó Destiny.
—Has visto demasiadas películas con Ari —susurró Livvy.
Aunque le temblaban las piernas, Destiny se obligó a dar unos pasos hacia la
mujer dormida. De repente, la señora Bauer se encogió, dejó escapar un alarido de
furia y se cubrió los ojos con el reverso de una de sus huesudas manos.
Destiny bajó la linterna. Ni siquiera se había dado cuenta de que enfocaba

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directamente al rostro de la mujer.


Con un rugido, la señora Bauer se incorporó hasta quedar sentada. Se frotó los
ojos profundamente hundidos en sus cavidades redondas. El pelo, escaso, le caía
sobre la cara.
—¿Quiénes sois? ¿Habéis venido por mí? —Su voz era profunda, como si
surgiera de un lugar muy lejano. Las manos y los brazos se agitaban frente a ella—.
¿Quiénes sois?
—Somos… nosotras de nuevo —consiguió musitar Destiny—. Las gemelas
Weller.
La mujer ladeó la cabeza primero a un lado y luego a otro.
—Yo conocía a una gemela, pero murió.
Destiny tenía la garganta seca. Se percató de que le temblaban las manos.
—Señora Bauer, no queremos molestarla. Sólo queríamos preguntarle…
—Conocía a una gemela, pero murió… murió… murió… —La señora Bauer
repetía las palabras como en una ronca cantinela.
—Queremos hacerle sólo una pregunta. Y después nos iremos —aseguró
Destiny.
—Tengo mucha hambre —anunció la mujer con voz áspera. Se puso de pie, la
colcha oscura se le enredó con la larga camisa de dormir negra—. Mucha hambre.
—¿Quién es el Restaurador? —preguntó Livvy, sin despegarse de Destiny—.
Por favor… díganos, ¿quién es el Restaurador?
La mujer meneó de nuevo la cabeza.
—Muy cerca —susurró—. Muy cerca.
—¿Qué es lo que está tan cerca? —quiso saber Destiny—. ¿El Restaurador? ¿El
Restaurador está muy cerca?
—Tengo hambre —murmuraba la señora Bauer. Se metió un dedo en una de las
cuencas y sacó una mosca muerta—. Mucha hambre. Muy cerca…
—¿El Restaurador está cerca? —casi suplicaba Destiny—. Por favor, díganoslo.
Necesitamos saber quién es el Restaurador.
—Usted lo sabe, ¿verdad? —le urgió Livvy—. ¿Puede decírnoslo?
—Él… no pudo… restaurarme —contestó la mujer—. Lo intentó. Era…
demasiado… tarde para mí.
—Así que conoce al Restaurador. ¿Dónde podemos encontrarle? —volvió a
preguntar Destiny—. Por favor… díganoslo.
—Muy cerca. Muy cerca.
Destiny contuvo la respiración, a la espera de que la señora Bauer añadiera algo
más.
—¡Díganoslo! —rogó Livvy—. ¡Díganoslo!
Un ruido sordo por encima de sus cabezas hizo que las tres se sobresaltaran. La
señora Bauer retrocedió hasta chocar contra el muro.
Destiny oyó un portazo en el piso superior. Luego los ruidos se hicieron más

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nítidos. Pisadas. Cruzaban presurosas el suelo de la cocina.


—¡Los cazadores! —exclamó en un susurro la señora Bauer, cuyos ojos
hundidos rodaban frenéticos en sus cuencas—. Han venido. Me han encontrado.
—Destiny tragó saliva.
—¿Los cazadores? ¿Han venido aquí para…?
—Para matarme —concluyó la señora Bauer. Se había llevado las manos a la
cabeza, estirándose los escasos mechones de pelo que aún le quedaban—. Para
matarme.
Livvy agarró a Destiny por el brazo.
—Deprisa. Tenemos que largarnos. Si nos encuentran, se preguntarán qué
estamos haciendo aquí con ella. Y si descubren las marcas en el cuello, también nos
matarán.
La puerta del sótano se abrió de par en par. Destiny oyó voces masculinas que
hablaban deprisa, con vehemencia. El haz de una linterna se precipitó por la escalera.
Desesperada, Destiny se volvió recorriendo el sótano con la mirada.
—No hay ninguna salida, Liv —murmuró—. No hay escapatoria. Estamos
atrapadas.

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25. A ver si me atrapáis

Livvy se llevó las manos a la cara. El miedo tensaba sus rasgos. Destiny agarró a
la señora Bauer por uno de sus huesudos brazos.
—¿Hay alguna salida? ¿Cómo podemos escapar?
—Han venido —repitió la señora Bauer, la mirada fija en el techo—. Por fin los
cazadores han venido.
Escudriñando en la oscuridad, Destiny descubrió una escalera apoyada contra
la pared opuesta. ¿Conduciría a una puerta que daría al exterior? Sí.
—¡Deprisa! —Destiny soltó a la señora Bauer y se apresuró a dirigirse hacia la
escalera. Livvy la siguió corriendo. Destiny trepaba por los peldaños a cuatro patas y
al llegar arriba, empujó la puerta, que se abrió levemente.
Soltó un grito de alegría cuando el cielo de la noche se reveló ante sus ojos.
Haciendo acopio de todas sus fuerzas, abrió la puerta del todo, trepó un poco más y
fue a parar sobre el césped.
Entonces se volvió y ayudó a Livvy tirando de ella. Podía oír las pisadas de los
hombres al atravesar el sótano. Sus voces. Sus gritos y sus lamentos.
Destiny intentó ver a través de la niebla. Más allá de los arbustos situados
detrás del jardín, distinguió las siluetas negras de unos árboles. ¡El bosque!
—Vamos.
Ella y Livvy se pusieron en marcha, corriendo a toda velocidad. Sus zapatos
resbalaban en la hierba húmeda por el rocío. Cuando ya se hallaban cerca de los
árboles, Destiny miró atrás y vio a la señora Bauer tratando de salir del sótano.
La señora Bauer salió a gatas y, tambaleándose, inició su huida hacia los
árboles.
—¡A ver si me atrapáis! —vociferó—. ¡Matadme si podéis! —Su negra camisa se
mecía al viento, el pelo ralo revoloteaba alrededor de aquel rostro esquelético.
Destiny y Livvy se pusieron a resguardo entre los árboles. Se agacharon una al
lado de la otra, escondidas en la oscuridad. Respirando con dificultad, asomaron la
cabeza para echar un vistazo al jardín.
Centelleantes linternas halógenas emitían amplios círculos de luz blanca sobre
el césped, que parecía tan claro como si fuera de día. Iluminaban las figuras que
perseguían a la señora Bauer, que finalmente se vio atrapada en un violento enjambre
de focos.
Aferrada a la áspera corteza de un árbol, Destiny divisó las sudaderas con
capucha, oyó sus gritos.
—Livvy, el más alto… ¿No es el entrenador Bauer?

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—No estoy segura. Creo que sí.


—Y todos esos que gritan… Dios mío. Yo conozco esas voces. ¿No son los del
equipo de baloncesto? —preguntó Destiny con un hilo de voz.
Livvy miró hacia delante.
—Creo… creo que sí. ¿Está Ross ahí? ¿Él también es un cazador? Oh, no. ¿Por
qué no nos lo ha dicho?
Destiny se agarró a su hermana cuando los cazadores, cubiertos con sus
capuchas oscuras, formaron un círculo alrededor de la señora Bauer.
—¡Venid a por mí! ¡Venid a por mí! —los desafiaba a voz en grito. La mujer
vociferaba envuelta en la luz blanca, con los brazos flotando sobre su cabeza.
Y entonces uno de los cazadores se adelantó con decisión. Alzó los brazos. Y en
la luz zigzagueante, Destiny distinguió la estaca de madera que sostenía entre las
manos.
La mujer pareció trastabillar hacia atrás cuando el hombre avanzó hacia ella,
enarboló la estaca por encima de su cabeza… y se la clavó en el pecho.
Como el aullido de un animal salvaje, el alarido escalofriante de la señora Bauer
resonó entre los árboles.
Destiny soltó a su hermana y se cubrió los oídos con las manos. Aun así, no
pudo evitar oír aquel terrible lamento de angustia.
Después se hizo el silencio cuando la señora Bauer cayó sobre el césped.
—¡No! Oh, no. —Livvy dejó escapar un tenue gemido.
Destiny contuvo la respiración y le tapó la boca a Livvy con la mano.
—¿Quién anda ahí? —gritó uno de los chicos.
Un escalofrío de terror recorrió la espalda de Destiny cuando las figuras
encapuchadas apartaron la vista de la mujer muerta.
—Hay alguien en el bosque —anunció otro.
—¿No es ése Fletch? —susurró Livvy—. Sí. Creo que sí.
Destiny y Livvy intercambiaron una mirada de pánico.
—Hay más vampiros en el bosque. Vamos por ellos —ordenó uno de los
hombres.
Los círculos blancos de luz se desviaron hacia los árboles.
Destiny permaneció inmóvil al ver a los cazadores avanzar a paso ligero en
dirección al bosque, recorriendo el terreno con las linternas.
Van a encontrarnos. También nos matarán. Van a clavarme una estaca en el
corazón. Mis propios amigos. Mis propios amigos van a matarme.
Destiny dio un empujón a Livvy y ambas echaron a correr sin separarse,
bajando la cabeza para evitar las ramas, esquivando los arbustos y las raíces de los
árboles que sobresalían.
—¡Por aquí! —gritó alguien muy cerca de ellas.
Las luces rebotaban sobre los troncos de los árboles.
Sin parar de correr, Destiny atravesó como una flecha un amplio terreno de

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altos juncos. Más allá, había un riachuelo estrecho y poco caudaloso. Ella y Livvy
chapotearon con los pies en el agua al cruzarlo para adentrarse en el laberinto de
árboles que se extendía al otro lado.
¡Qué raro! No me cuesta respirar, pensó Destiny. Y de pronto, se dio cuenta de
que era capaz de ver los árboles, los arbustos, los matojos con toda claridad, como si
estuvieran a plena luz del día.
Vio a Livvy correr delante de ella, acelerando y salvando los obstáculos como si
se encontrara en un campo de juego.
Nunca he corrido tan deprisa, pensó Destiny. Puedo ver cada una de las hojas
de los árboles, los matojos, cualquier piedra en el suelo… ¿Dónde están los
cazadores?
Destiny volvió la vista atrás. No había luces. Las voces sonaban muy lejanas.
Destiny y Livvy ganaron velocidad. Prácticamente volaban sobre el suelo, sus
sentidos se mantenían alerta, no se cansaban, no sentían dolor en los costados, su
respiración no era agitada.
—Ya está —murmuró Destiny—. Los hemos dejado atrás.
—En mi vida he corrido tan deprisa —susurró Livvy.
—Sí, les hemos sacado ventaja sin problemas —corroboró Destiny—. Eso… eso
es porque ya no somos humanas. Corremos más que ellos porque somos casi
animales.
Atónita, Livvy convino:
—Tienes razón, Dee. Algo terrible está sucediendo. Puedo ver a los murciélagos
que se esconden en esos árboles. Y… y puedo oler su sangre. Sí, puedo oír su sangre
latiendo, y olería… olería… ¡Oh, me encuentro fatal!
—¡Oh, Livvy! —se lamentó Destiny, y atrajo a su hermana hacia ella para poder
abrazarla con fuerza—. ¿Cuánto tiempo nos queda? Dentro de unas semanas, o quizá
de unos días, dejaremos de ser nosotras para siempre. Nos convertiremos en unas
repugnantes criaturas nocturnas que se alimentan de sangre, y nos volveremos locas,
como la pobre señora Bauer.
—Tengo hambre —gimió Livvy.
—Hemos de encontrar al Restaurador —dijo Destiny, y luego añadió con voz
vacilante—. Y pronto.
—Pero ¿cómo? No nos ha dado ni una sola pista, Dee.
—Ya lo sé. Sólo repetía que estaba cerca. Cerca.
—Tal vez eso no significa nada. Había perdido la razón, Dee. No sabía lo que se
decía.
—Ya lo sé, pero —de improviso el hambre se apoderó de ella. Una fuerte
punzada en el estómago, un dolor serpenteante que la hizo gemir.
Vio a los mapaches avanzar furtivamente y en silencio en los límites del bosque,
el pelaje gris brillante, las colas ondulantes tras ellos. Destiny los contó.
—Seis pequeños guiados por uno grande y gordo.

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—¡Sí! ¡Sí! me muero de hambre.


Después de limpiarse la sangre de la cara con las hojas caídas, las dos hermanas
salieron del bosque. Fueron a parar a la calle Steinway, a unas cinco o seis manzanas
de casa.
Destiny echó un vistazo alrededor.
—Hemos despistado a los cazadores —concluyó, y se encaminó hacia la calle a
grandes zancadas.
—Por ahora —añadió Livvy, lúgubre—. Pero ¿y si encuentran nuestro coche
aparcado allí? Se darán cuenta…
—Hay que recuperarlo… enseguida.
Sumidas en sus propios pensamientos, no se percataron de que una figura
avanzaba por la acera opuesta hasta que casi se les echó encima.
Destiny profirió un grito de asombro.
Llevaba una sudadera oscura, el pelo negro y revuelto enmarcaba su rostro, y
los vaqueros estaban manchados y rotos.
—¡Ari! —exclamó Destiny—. ¿Qué haces aquí?

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26. ¿Es Ari un cazador?

—¿Habéis visto a los cazadores? —preguntó Ari, jadeante—. He oído que salían
esta noche. He ido en su busca.
—Nosotras… no hemos visto a nadie —mintió Destiny.
—Vaya rollo —se quejó Ari, negando con la cabeza—. Me muero de ganas por
ver a un vampiro.
¿Sospechará algo?, se preguntó Destiny. ¿Por qué nos mira de esa forma
entonces?
—¿De dónde venís? —preguntó.
Las dos contestaron al unísono.
—Del centro comercial —dijo Livvy.
—De casa de Courtney —dijo Destiny.
Ari las miró con los ojos entrecerrados.
—Me estáis tomando el pelo, ¿verdad? —Se acercó a Destiny y señaló hacia su
cara—. ¿Eso que tienes en la barbilla es sangre?
—¿Eh? —Destiny contuvo la respiración y se frotó la barbilla con un dedo—.
Ah, sí. Me he mordido el labio. No es nada.
No me gusta cómo me mira… ¿Estará mintiendo? ¿Y si en realidad fuera un
cazador de vampiros? ¿Y si se ha unido a los otros? ¿Y si estaba con los demás en
casa del entrenador Bauer y nos ha seguido hasta aquí?
No puedo creerlo. Fui a su casa y le hice un montón de preguntas. Pero si sólo
me faltó decirle que yo también era un vampiro. ¿Cómo he podido ser tan estúpida?
—Quizá vaya a veros más tarde —le dijo Ari a Destiny.
¿Con quién? ¿Con tus amigos, los cazadores? ¿Vendrás a matarnos?
—Mejor otro día —replicó Destiny—. Livvy y yo necesitamos dormir para estar
guapas mañana. Ya sabes, mañana empezamos el cole. ¿O es que ya no te acordabas
de eso?
Ari esbozó una sonrisa burlona.
—Ah, sí, claro. El cole. Casi se me olvida.
—Todavía no hemos decidido qué ponernos —añadió Livvy—. Y eso puede
llevarnos horas.
—Ya. Oye, Dee, ¿podrías echarme una mano con francés este semestre?
¿A qué está jugando? ¿Qué intenta? ¿Despistarnos?
—Claro. No te preocupes.
—Genial. —Sonrió a Destiny—. Hasta mañana, chicas. —Se puso la capucha y
echó a correr hacia su casa.

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Livvy no podía disimular el pánico.


—¿Nos habrá visto salir del bosque? ¿Y si es uno de ellos, Dee?
Destiny hizo un gesto de negación con la cabeza.
—No lo sé. No sé qué pensar.
Volvieron por el coche e hicieron el camino de vuelta en silencio. Destiny no
podía dejar de pensar en Marjory Bauer. Una y otra vez oía su grito escalofriante
cuando la estaca descendió hacia ella. Veía la madera atravesar el cuerpo de aquella
infeliz. Y después… aquel silencio tan espantoso, tan espeso.
Aquella pobre mujer quería morir. Quería que su marido la matara. ¿Fue el
propio entrenador Bauer quien finalmente lo hizo? ¿Era él la figura encapuchada que
empuñó la estaca hasta atravesarle el pecho?
Las gemelas entraron sigilosamente en la casa por la puerta trasera.
Destiny ahogó un grito cuando oyó las voces en la sala de estar. Echó un vistazo
a través del pasillo y vio a su padre y al entrenador Bauer.
Bauer estaba incluso más pálido de lo habitual. Parecía muy apesadumbrado.
Tenía el rostro hundido en las manos, y de vez en cuando lo alzaba y hablaba con
nerviosismo.
Por su parte, el doctor Weller meneaba la cabeza con tristeza.
Ambos hablaban en susurros. Destiny no entendía lo que decían. Paralizada por
el miedo, se mantenía junto a su hermana, sin apartar la vista de los dos hombres.
¿Está el entrenador Bauer contándole a papá que ha matado a su esposa? ¿Nos
habrá visto en el bosque?

El día siguiente amaneció desapacible y gris, amenazando lluvia. Destiny y


Livvy contemplaban el instituto de Dark Springs desde el otro lado de la calle.
Se trataba de un edificio anticuado de tres pisos, construido originariamente en
ladrillo amarillo que los años y la intemperie habían vuelto de un marrón terroso.
Una espesa hiedra se extendía por el tejado inclinado de pizarra negra, oscureciendo
aún más la fachada del colegio. Dos altas chimeneas de ladrillo, situadas una junto a
la otra en la parte posterior del edificio, arrojaban bocanadas de humo negro a un
cielo de color gris plomizo.
—Hoy se parece más a un castillo encantado —comentó Livvy, ajustándose la
mochila sobre los hombros.
—Eso es por tu estado de ánimo —dijo Destiny—. Además, estas gafas de sol lo
oscurecen todo aún más.
Sus ojos se habían vuelto todavía más sensibles. Tenían que ponerse gafas de sol
siempre que salían a la calle.
—Ya me dirás cómo vamos a justificar hoy lo de las gafas, Dee.
—Quizá nadie nos pregunte.
Cruzaron la calle. Destiny notó una gota fría en la frente. Ella y Livvy fueron

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casi corriendo hasta la entrada principal. Abrieron la puerta al rugido de voces y


chasquidos de taquillas que se abrían y cerraban.
Ana–Li detuvo a Destiny en la puerta de la oficina del director.
—Eh, ¿qué haces con gafas de sol?
—Nada, una bobada. Tengo una infección en los ojos. La hemos pillado las dos
—contestó Destiny.
Ana–Li se volvió para mirar a Livvy a través del vestíbulo. Estaba hablando con
un grupo de chicos.
—Vaya, fíjate qué vaqueros tan cortos lleva. Se creerá que está muy sexy. No
entiendo cómo se le ocurre ponérselos para venir al colegio.
Destiny suspiró.
—Así es Livvy. —Sorprendió a Ana–Li observándola.
—Estás muy delgada, Dee. ¿Te has puesto a dieta?
—Pues no.
—Va a sonar el timbre. ¿Ya sabes cuál es tu aula?
—Acabo de llegar, Ana–Li. Tengo que mirar la lista. Luego te alcanzo, ¿vale?
—¿Almorzamos en Dono house? Conduzco yo.
—Sí. ¿Por qué no?
Destiny se abrió paso a través de un grupo de niños para llegar al tablón donde
se anunciaban las aulas.
—Está buenísimo —oyó decir a una chica detrás de ella—. Espera a que lo veas.
En serio. Parece un actor de cine.
—Me han dicho que viene de McCall y que está en prácticas —afirmó otra de
las chicas.
—Pues por ahí se rumorea que es el nuevo consejero de facultad.
—Quizás haga alguna tutoría después de clase —bromeó la primera chica.
Ambas rieron.
Destiny siguió avanzando entre la multitud que rodeaba el tablón de anuncios.
Encontró la lista y buscó su nombre.
—Dee, estás en la clase de la señora Down, conmigo.
—Courtney, ¿qué hay? Vaya, te has cortado el pelo.
—La semana pasada —dijo Courtney, ahuecándose el pelo de los lados y
agitándolo—. La coleta quedaba muy sosa. ¿Dónde te has metido, Dee? Te he
llamado un montón de veces y…
—Lo siento de veras. Las cosas se me han complicado un poco.
—¿Has estado enferma? Estás muy pálida.
—Bueno…
«Se me nota. Todos se dan cuenta de que he cambiado.»
—Muévete. Estás bloqueando el tráfico. —En broma, Fletch le dio a Destiny un
empujón—. ¡Cómo molan las gafas! Déjamelas ver.
Hizo un amago de arrancárselas, pero Destiny se apartó. Sabía que las luces

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brillantes del vestíbulo le quemarían los ojos.


—Venga, Dee. Sólo quiero verlas.
—Tengo una infección en los ojos.
—¡Puaj! —Retrocedió hasta chocar con otros alumnos, haciéndole gestos con las
manos de que se mantuviera alejada de él.
Sonó el primer timbre. El vestíbulo empezó a vaciarse a medida que los chicos
se encaminaban a sus respectivas aulas. Destiny buscó a Courtney, pero se había
alejado por el pasillo.
Destiny pasó junto a dos chicos que parecían muy perdidos, sin duda eran
nuevos. Subió a toda prisa por las escaleras, la mochila rebotaba en su espalda, luego
giró por el primer pasillo… y casi se dio de bruces con un chico joven.
—Oh, perdón.
Lo miró con detenimiento. Observó su pelo negro y ondulado peinado hacia
atrás, la frente amplia y bronceada, los ojos negros y penetrantes, la sonrisa cálida.
Llevaba un jersey de cuello alto color crema y unos pantalones negros muy
ajustados. En una de sus orejas sobresalía un pendiente de plata.
Debía de ser ese nuevo profesor tan atractivo. La chica no había exagerado lo
más mínimo.
—Lo siento. Ha sido culpa mía —se disculpó él—. No me he fijado por dónde
iba. —Tenía un ligero acento italiano.
—No pasa nada —consiguió responder Destiny, rendida ante la profunda
mirada de aquellos ojos negros. Era tan guapo.
—Me llamo Lorenzo Angelini —añadió. Le tomó la mano y se la estrechó—.
Pero todos me llaman Renz. Soy nuevo aquí. Confío en que lleguemos a conocernos
bien.

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CUARTA PARTE

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27. Lorenzo y Laura

Al ver a los estudiantes apresurándose hacia sus clases, un viejo sentimiento de


nostalgia se apoderó de él. Le asaltaron sus recuerdos de juventud. Apoyó la espalda
contra la pared de baldosas, recreándose en el pasado.
Si pudiera hacer retroceder el tiempo… Retroceder hasta aquellos días
deslumbrantes y sin nubes de hacía dos siglos, cuando Laura Hanover caminaba por
los campos de su padre en aquel pequeño pueblo, Dark Springs.
La vida de Lorenzo Angelini había transcurrido entre una nebulosa de ansia y
deseo. Durante siglos, su vida no había sido más que eso: ansia por recordar, ansia
por alimentarse y ansia por encontrar a la bella Laura de nuevo, a la Laura perdida.
Esos deseos habían conformado su existencia. Hacía mucho tiempo que era
vampiro, y toda la sangre que había consumido había impedido que envejeciera. Su
aspecto era joven y saludable. Podía caminar a plena luz del día sin que el sol lo
cegara.
No había diferencia entre el día y la noche para él. Vivía únicamente para
sobrevivir a la oscuridad que lo envolvía a todas horas. Vivía sólo para encontrar a
Laura.
Laura, con su piel cremosa, los pómulos altos y firmes, sus brillantes ojos color
esmeralda, verdes como la hierba alta de los campos por donde paseaban juntos.
Su voz… aquella risa maravillosa…
Renz no podía esperar más para escucharla de nuevo. El tiempo se la había
arrebatado. Y ahora luchaba por recuperar aquella sonrisa, por recordar el dulce
aroma de gardenia de su perfume. Hizo uso de todo su poder para evocar su forma
de caminar, sus pasos largos bajo las faldas que acariciaban el prado.
Aquella noche, en el callejón de Nueva York, el vampiro había cambiado su
destino para siempre. Ahora su vida transcurría en un eterno invierno, eterno…
hasta que vio a Laura.
Era un día gris de otoño. Había estado huyendo, dejando tras de sí una ciudad
inhóspita tras otra, una capa de piel de castor robada cubría su harapiento traje
negro.
—¿Qué ciudad es ésta? —preguntó al propietario de una desvencijada pensión
de dos pisos. Le dijeron que era Dark Springs. Lorenzo ocupó una habitación por la
que pagaba medio dólar a la semana. Cuando ésta acabó, no pagó. Muy al contrario,
mordió al viejo en el cuello y le chupó la sangre. Sabía amarga, demasiado vieja,
rancia, como un vino al que el tiempo hubiera echado a perder.
Aquél fue el día en que vio a Laura. Era día de mercado. Los lugareños se

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agrupaban en la estrecha calle principal y en la amplia explanada. Ella ayudaba a su


padre cargando una cesta de patatas hasta un puesto del mercado.
Sus ojos se encontraron sostuvo la mirada, ella no bajó la suya. Él sintió algo…
una atracción. ¿La había sentido ella también? Aquella discreta sonrisa no le daba
ninguna pista.
Reunió todo el valor que tenía y caminó hacia el puesto del mercado. Supo
entonces que se había enamorado de ella. Supo que tenía que conquistarla y retenerla
a su lado para siempre.
Debía hacerla también inmortal.
Ella rió cuando él bromeó con las patatas. Pintó una cara en una de ellas y le
dijo que se parecía a su padre. Ella se la arrebató y protestó.
—¿Cómo voy a venderla ahora? —le dijo—. Fuera de aquí. Por tu culpa nos
vamos a volver pobres.
Pero el rubor de sus mejillas y el destello de sus ojos le decían que en realidad
no quería que se alejara de allí.
Lorenzo sabía usar sus encantos. Muchas jóvenes habían caído rendidas ante él,
ante su atractivo rostro italiano, ante su negro pelo ondulado, ante el misterio que
contenían sus ojos oscuros. Habían caído rendidas… y habían muerto.
Pero decidió que Laura tendría otro destino.
Laura vivirá conmigo a través de los siglos.
No tardó en dar largos paseos con ella por aquel pueblo pequeño y acogedor.
Reía con ella… la besaba, con delicadeza al principio, luego sin ocultar su pasión. Y
qué emoción cuando ella le demostró que sentía la misma pasión por él.
Ya fuera por sus andrajosas vestiduras o quizá por su mirada salvaje, el padre
de Laura no aceptaba a Renz. La pareja tenía que verse en secreto en la ciudad o
junto a los burbujeantes manantiales de las oscuras colinas rocosas.
Una cálida noche de verano en los manantiales, con el aroma de las caléndulas
y de los pinos flotando en el aire, y la luna llena colgando en lo alto de un cielo
despejado, Renz envolvió a Laura en un tierno abrazo, puso la mejilla junto a la suya
y susurró:
—Quiero que permanezcas siempre a mi lado.
Para su sorpresa, ella se apartó.
—Mi padre nunca lo permitirá —dijo ella, mientras se estiraba nerviosa las
largas mangas de la blusa—. No confía en ti, Renz. Por razones que no puedo
comprender. Nunca permitirá que nos casemos, y aunque me rompa el corazón, no
puedo oponerme a mi padre. No tengo más remedio que obedecerle.
Era lo que Renz suponía.
El granjero Hanover era un hombre corpulento, vehemente, irritable. Una vez,
en un acceso de furia, había estado a punto de matar a un comerciante que estaba de
paso amenazándolo con una horca. Y Lorenzo le había visto levantar un cerdo de
más de cien kilos del suelo y meterlo de nuevo en la pocilga.

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El hombre era una auténtica fiera y su hija había resultado ser un cervatillo
dulce y encantador.
Lorenzo contempló aquella luna llena amarilla cuando Laura volvió a caer entre
sus brazos. Las lágrimas rodaban por sus mejillas y manchaban el hombro de la
camisa de Renz.
—Ojalá las cosas fueran distintas —sollozó ella—. Pero debemos continuar
viéndonos a escondidas. Si mi padre se enterara, no quiero ni pensar lo que haría
contigo. Te mataría, Lorenzo. Cuando la furia lo domina, es muy capaz de hacerlo.
—Conozco un modo de estar juntos para siempre —musitó él—. Duele un poco
al principio, pero sólo durante un tiempo. Después podríamos vivir juntos por toda
la eternidad.
Ella lo miró. Tenía las mejillas rojas y húmedas por el llanto; sus bellos ojos
verdes, muy abiertos y rebosantes de lágrimas.
—Lorenzo, mi amor. ¿Qué estás diciendo? Ya te he explicado que mi padre no
consentirá…
—Tu padre no puede detenernos, Laura —la interrumpió él, y entonces no
pudo resistirse por más tiempo. La luna llena había llegado a su punto más alto en el
cielo. Sus colmillos afilados descendieron de las encías—. Apenas te dolerá, mi amor.
A partir de esta noche, nuestra vida será un goce continuo.
Los colmillos se clavaron muy profundos en su cuello.
Ella ahogó un gemido de sorpresa, pero no hubo lloros, ni gritos de protesta.
No se resistió ni forcejeó para liberarse.
Al beber su sangre caliente y dulce, supo que ella le pertenecía.
Fue el momento más feliz de su vida.
Cuando Renz terminó, Laura le clavó los dientes en el pecho y también bebió su
sangre.
Nuestra sangre se ha mezclado cuando la luna llena ha alcanzado su cénit,
pensó. Ahora ya es mía.
Con la sangre goteando de sus labios, se besaron.
Renz escuchó los gritos airados, pero no quería que aquel abrazo terminara.
Unas manos lo agarraron con violencia y lo empujaron a un lado.
Al volverse… Renz descubrió el rostro iracundo del padre de Laura. Su pecho
se agitaba bajo el abrigo negro, tenía los puños apretados. Todo su cuerpo temblaba
de rabia.
Lo acompañaban dos hombres con barba y aspecto sombrío que vestían
chalecos largos. Renz bajó la vista hacia los mosquetones de largas bayonetas que
portaban.
—Matadle —ordenó Hanover.
Los hombres, obedientes, apuntaron con sus bayonetas.
Laura dio un salto para ponerse delante de Renz y abrió la boca en un grito de
protesta. Su padre la empujó a un lado y la hizo caer sobre la hierba.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

Entonces los hombres sujetaron a Renz por los brazos. Lo mantuvieron


inmovilizado mientras Hanover levantaba un puño gigantesco y lo descargaba con
fuerza sobre su rostro.
Puedo sentir dolor, pensó Lorenzo, sorprendido.
El puño volvió a descender, esta vez sobre su oreja izquierda.
Oyó a Laura gritar de nuevo.
Otro enérgico movimiento. Esta vez le asestó un puñetazo entre los ojos. El
dolor retumbó en su cabeza.
Quejándose, Lorenzo se incorporó renqueando. Se deshizo de sus captores,
esquivó otro golpe de aquel puño imponente y huyó corriendo hacia el bosque.
Siguiendo al viento y con la cabeza baja, buscó refugio entre los árboles.
Percibía el ruido sordo que hacían las botas de aquellos hombres al perseguirle. Pero
a diferencia de él, ellos no eran capaces de adoptar formas distintas. Cuando alcanzó
los árboles, su cuerpo se encogió y corrió convertido en un ratón de campo por el
sotobosque.
Sin embargo, sus pensamientos no se habían dado a la fuga, seguían atrapados
por Laura.
Su padre ha llegado demasiado tarde. Ahora no podrá separarnos. No podrá
evitar que sigamos juntos, porque yo he bebido de su sangre y ella ha bebido de la
mía bajo el resplandor de la luna llena.
Lorenzo, en una carrera desenfrenada se metió en un amplio agujero abierto en
el suelo. Oía cómo aquellos hombres le buscaban entre los árboles, lanzando
maldiciones entre jadeos. Permaneció allí hasta que las pisadas se desvanecieron.
Laura, iré por ti esta noche. Iré a buscarte cuando tu odioso padre se haya
dormido y te sacaré de allí, te llevaré lejos de él, donde ya no haya nadie a quien
temer.
Esperó hasta que la luna se ocultó tras los árboles. Entonces, todavía convertido
en un ratón de campo, se abrió paso entre la alta hierba de los prados del norte, hasta
llegar a la pequeña granja de madera de pino.
El ratón se detuvo en el camino de tierra que se extendía tras la ventana del
dormitorio de Laura. Se cuerpo se alzó, transformándose entre crujidos (el sonido de
los huesos al estirarse) a medida que recuperaba su forma humana.
Se inclinó sobre el áspero muro de madera y subió con cautela al alféizar de la
ventana. Las cortinas se mecían en la brisa cálida y suave. La ventana estaba abierta.
«Como invitándole a entrar.»
Sí. Laura estaría esperándolo. Por supuesto que sí. Esperaba que fuera a
rescatarla para llevársela de aquella lóbrega granja para siempre. Para brindarle una
vida que transcendería el tiempo.
Se sujetó al alféizar y se dio impulso. Sus botas rascaron el muro de madera
cuando se coló dentro. Las cortinas se enredaron en su cuerpo al posarse en el suelo
de la habitación.
—¿Laura? —susurró, pero no hubo respuesta.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

¿Podría estar durmiendo plácidamente tras la terrible escena sucedida en los


manantiales?
Lorenzo se desembarazó de las cortinas y avanzó hacia la cama.
—Laura. He venido por ti.
Seguía sin haber respuesta.
Su cama se reveló ante él contra el muro desnudo. La incierta luz de la luna
arrojaba sombras azules sobre los pliegues de la colcha.
—¿Laura?
Distinguió su cabeza, ligeramente ladeada sobre la almohada. Sus hermosos
cabellos rubios le cubrían el rostro.
Sí. Laura. La bella Laura. Esperándole con la ventana abierta.
—¿Laura? Soy yo.
Tendió una mano y tocó con suavidad el hombro de su camisón.
Y entonces… la vio.
Los ojos casi se le salen de las órbitas, la mano resbaló de su hombro.
Con un aullido de rabia y dolor, Lorenzo retrocedió tambaleante, cayó de
espaldas sobre las cortinas, dejó que se arremolinaran alrededor de su cuerpo otra
vez, amortiguando sus gritos, sus lamentos de horror y desesperación.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

28. Laura, de nuevo

A través de las cortinas de gasa, distinguió su silueta a la pálida y mortecina luz


de la luna.
La estaca.
Una estaca de madera, ensartando el pecho de Laura. Un círculo de sangre
oscura, ya seca, rodeaba la estaca y se extendía sobre la colcha.
Laura. La bella Laura, reposaba plácidamente, los brazos bajo la colcha, el pelo
cubriendo aquel rostro pálido y adorable.
Laura asesinada por su propio padre, asesinada para mantenerla alejada de
Lorenzo, de la vida eterna que él había planeado para ambos.
Lorenzo se envolvió en las cortinas como formando una larva con ellas… un
refugio en el que esconderse ante aquella imagen de su hermosa Laura, reposando
serenamente en el lecho, con la estaca de madera sobresaliendo de su cuerpo inmóvil,
vuelto hacia el muro.
De su garganta brotó otro sollozo, se apretó con más fuerza contra las cortinas
que lo envolvían y cerró los ojos. Pero eso no impidió que las lágrimas siguieran
cayendo.
Y entonces el dolor se transformó en furia, rasgó las cortinas y besó por última
vez la fría mejilla de Laura. Después se encaminó hacia la habitación de su padre.
El hombre se encontraba despierto, sentado en una mecedora de madera junto a
un fuego del que sólo quedaban rescoldos. La furia contraía los rasgos de su cara.
Grandes gotas de sudor perlaban su frente.
Sus manos grandes y poderosas sujetaban algo en el regazo. Sólo sus ojos se
movieron cuando Lorenzo entró en la habitación.
Me estaba esperando, pensó Lorenzo.
A la roja luz titilante de las últimas brasas, vio el objeto que las manos de
Hanover aferraban… un poste de valla puntiagudo.
Planea matarme a mí también. Pero no lo conseguirá. Laura será vengada.
Lorenzo saltó al cuello de Hanover y hundió en él los colmillos. Hanover abrió
la boca para gritar, pero sólo pudo emitir un gorgoteo.
La estaca de madera se deslizó de sus manos y cayó al suelo con gran
estruendo.
Lorenzo bebió hasta la última gota de sangre y luego le desgarró el cuello con
las manos. Le arrancó la cabeza y la arrojó al fuego.
Su corazón seguía latiendo frenético cuando miró por última vez la cabeza de
ojos desorbitados que yacía boca abajo sobre las brasas anaranjadas. Después se

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

marchó, descolgándose por la ventana hacia la oscuridad.


Una oscuridad que le acompañaría durante décadas. ¿Cuántos años habían
transcurrido? ¿Doscientos? Era incapaz de recordarlo.
No podía soportar permanecer demasiado tiempo alejado de Dark Springs.
Sobrevivía saliendo por la noche en busca de sus presas, aquellos animales de los que
pudiera alimentarse. Las décadas se sucedían sin esperanza, sin placer, sin luz.
Hasta que vio a Laura de nuevo.
¿Laura?
¡No! ¡No podía ser!
Sin embargo, su rostro era el de Laura: los pómulos altos, la sonrisa, los
brillantes ojos verdes. Lorenzo no podía creer lo que estaba viendo. Se quedó
mirándola desde el otro extremo del aparcamiento de la escuela.
Ella estaba apoyada contra una furgoneta negra, con la mirada fija en la entrada
posterior de la escuela, tamborileando impaciente sobre el coche con los dedos. Su
hermosa cabellera rubia le caía suelta hasta el cuello. Su cara…
Su cara…
Laura.
La muchacha echó un vistazo al reloj. Él vio el anillo de casada en su dedo. Ella
se echó el pelo hacia atrás. Se mordía el labio, inquieta.
La emoción, la incredulidad le impedían reaccionar, pero se obligó a acercarse a
ella.
—¿No nos hemos visto antes? Creo que nos conocemos. —Le dedicó la más
deslumbrante de sus sonrisas.
Sin dejar de morderse el labio, ella lo miró de soslayo.
—No. Creo que no.
Lorenzo se rascó la cabeza.
—Disculpe. He debido de equivocarme. Conocí a una mujer que se
apellidaba… Hanover. Se parece mucho a usted. Yo…
—¿Hanover? —Los ojos de la mujer se agrandaron—. ¿En serio? Parte de mi
familia era Hanover. Pero hace mucho tiempo. Varias generaciones atrás.
Lorenzo esbozó una sonrisa bondadosa.
—Ya veo. Me habré confundido. Me llamo Lorenzo Angelini —le dijo—. ¿Está
usted esperando a alguien?
Ella se volvió hacia la escuela.
—Sí. A mis hijas. Les dije que vendría a recogerlas a esta hora. Pero tendré que
entrar a buscarlas. —Vio su mano extendida—. Oh, disculpe. Me llamo Deborah
Weller. Encantada de conocerle.
El contacto de su mano le hizo estremecerse. La retuvo hasta que ella la retiró.
La puerta trasera del colegio se abrió y dos niñas rubias salieron corriendo.
—¡Destiny! ¡Livvy! Venid aquí —les ordenó Deborah.
Hizo señales a sus hijas de que se apresuraran y abrió la portezuela del coche.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

—Ha sido un placer, señor Angelini.


—El placer ha sido mío.
«Un placer indescriptible.»

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

29. El beso del vampiro

—¿Quién ha pedido patatas con queso?


Ari levantó la mano y la camarera dejó el plato frente a él, junto a su
hamburguesa doble con queso.
—¿Estás a dieta, Ari? —Ana–Li alargó el brazo a través de la mesa y cogió una
patata que había caído del plato—. ¡Ay! Queman.
Ari sonrió con sorna.
—Coge otra y te doy.
Ana–Li cogió otra.
Ari la agarró por la muñeca.
—Suéltala. Suéltala.
Destiny vio al encargado mirándoles.
—Chicos, basta ya. No querréis que nos echen de aquí a patadas.
—No sería la primera vez —contestó Ari, retorciendo la muñeca de Ana–Li
hasta obligarla a soltar la patata… dentro de su Coca Cola.
Ana–Li soltó una carcajada.
Livvy se acercó a la mesa.
—Hazme sitio —ordenó a Ari, y se apretujó junto a él—. ¿Ya habéis pedido? —
Observó el plato de Destiny—. ¿Dos hamburguesas?
Destiny asintió.
—Estaba muerta de hambre.
—Nunca te han gustado las hamburguesas tan poco hechas —se extrañó Ana–
Li—. ¡Puaj! Si tienen hasta sangre.
Livvy le hizo un gesto a la camarera levantando el brazo.
—Yo también tomaré una hamburguesa. Muy, muy poco hecha, y una Coca
Cola light. —Se volvió hacia Ana–Li—. ¿Qué te cuentas?
—Ari no quiere darme patatas.
Ari dio un golpe sobre la mesa con la mano.
—Aquí las tienes. Cómetelas todas. —Y empujó el plato hacia Ana–Li.
—Gracias. —Ana–Li empezó saborear las patatas.
Livvy se inclinó sobre la mesa y susurró.
—¿Habéis oído a las chicas de esa mesa? Están hablando del nuevo consejero de
facultad. ¿Cómo se llama? Ah, sí. Renz.
Ari sonrió maliciosamente.
—Sí. No hace más que decirle a todo el mundo que lo llame Renz. ¿Qué nombre

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es ése? Parece sacado de una película de ciencia ficción. Renz el Aniquilador.


—Es muy mono —dijo Ana–Li.
Destiny soltó el tenedor.
—¿Mono? ¿Estás de guasa? Está buenísimo.
A Ana–Li se le escapó una risita.
—A Dee le gustan los tipos misteriosos y fúnebres.
—Eh, que he quedado con él después de dase —anunció Destiny. Al otro lado
de la mesa, Livvy frunció el entrecejo—. ¿Pasa algo, Liv?
Livvy negó con la cabeza y suspiró.
—Nada, nada. Tranquila.
—Suéltalo —exigió Destiny.
Livvy jugueteaba con uno de sus largos pendientes.
—Me estaba acordando de Bree. Se ha perdido el último año en el cole. Se lo ha
perdido todo.
—Yo también la echo de menos —dijo Ana–Li con un hilo de voz.
Ari tragó un buen pedazo de su hamburguesa.
—Esta mañana han dicho en la televisión que todavía no tienen ninguna pista
sobre el Vampiro Asesino. Y los cazadores tampoco.
Destiny lo miró atónita.
—¿Los cazadores? ¿Qué pasa con ellos? ¿Es que han salido por la tele?
Ari se ruborizó.
—No. Es que he oído lo que dicen algunos chicos del cole. Decían que hay
vampiros en la ciudad y cazadores de vampiros. La verdad es que no me entero
mucho. ¿Vosotros no habéis oído nada de todo eso? —Dio otro mordisco a su
hamburguesa, evitando la mirada de Destiny.
Así que es uno de los cazadores, decidió Destiny. ¿Por qué se ha ruborizado?
Porque no quería decirlo. Se le ha escapado.
Destiny miró de reojo a Ari a través de la mesa y un escalofrío le recorrió la
espalda. «Lo conozco desde que íbamos a tercero. ¿De verdad sería capaz de cazarme
y matarme? ¿Es que van a ser nuestros propios amigos los que nos maten?»
—A Bree le habría encantado estar con nosotros en la última excursión del cole.
Se moría de ganas por ir —añadió Livvy.
—Sí que le habría gustado —convino Ari, y su rostro se iluminó—. Voy a
llevarme un saco de dormir gigante. Por si acaso alguna de vosotras necesita
compañía por la noche. —Sonrió a Destiny.
—Pillaron a algunos chicos el año pasado —dijo Ana–Li—. El señor Arthur
entró en la tienda y… allí estaban, armando jaleo. Les cayó una buena.
—Ya me enteré —dijo Livvy—. Los expulsaron unos días.
—Valía la pena —añadió Ari. La grasa de la hamburguesa le caía por la barbilla.
Sonrió a Destiny con picardía y ésta desvió la mirada.
Ana–Li le pasó una servilleta.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

—He oído que el colegio va a llevar más acompañantes este año para asegurarse
de que nadie la líe —dijo Ana–Li.
—Oye, quizá Renz venga de acompañante. —Destiny intentó meterse en la
conversación.
—Pues sí que te gusta —dijo Livvy con ceño.
Destiny se encogió de hombros.
—¿Y a ti qué te pasa? ¿Es que no pueden gustarme los chicos mayores?
—De todas formas, lo importante es que esa noche no llueva —intervino Ana–
Li—. Al parecer, hay que andar más de seis kilómetros hasta llegar al campamento.
—¿No se puede ir en coche? —preguntó Ari, y se echó a reír de su propia gracia
—. Por cierto, ¿sabíais que habrá luna llena esa noche? —Sonrió a Ana–Li y soltó un
aullido imitando al hombre–lobo—. ¡Auuuuuu! Será una noche inolvidable.
Destiny se estremeció. No sabía que habría luna llena esa noche. De repente
sintió un sudor frío.
Livvy echó una ojeada a su reloj.
—¿Dónde se ha metido Ross? Dijo que nos encontraríamos aquí.
—¿Seguro? —preguntó Destiny—. Lleva media hora sentado en aquella mesa.
Está con Courtney. —Señaló hacia allí.
—¿Qué dices? —Livvy se volvió.
Ross estaba con Courtney en una mesa situada cerca de la puerta. Le rodeaba
los hombros con un brazo, y sus caras se mantenían casi pegadas mientras hablaban.
Ambos reían y Courtney hundió la frente en el pecho de Ross.
Livvy se puso en pie de un salto.
—No puedo creerlo. Ese idiota. ¿Qué hace ahí con Courtney?
—Livvy… ven aquí —la llamó Destiny—. ¡Eh! Cálmate. ¿A dónde vas?
Su pelo se agitaba al caminar. Livvy pasó por delante de la mesa donde estaba
Ross. Siguió mirando al frente, ignorándolos por completo. Destiny la vio abrir de
par en par la puerta de cristal y alejarse tras ella.
—Vaya, creo que tenemos problemas. —Ana–Li se tapó la boca con la mano.
La camarera acudió con la hamburguesa de Livvy y su bebida. Miró al sitio
vacío.
—¿Va a volver?
—No lo creo —le respondió Destiny.
Después de las clases, Destiny bajó por las escaleras, dejó atrás el comedor vacío
y encontró el despacho de Renz al final del pasillo, junto al armario del conserje.
Llamó con los nudillos y abrió la puerta de madera.
Lo encontró junto a una estantería vacía, de espaldas a ella. Se volvió cuando la
oyó entrar, y una sonrisa se dibujó en sus labios.
Llevaba un jersey negro de cuello alto y vaqueros negros. Su pelo negro brillaba
bajo la única luz que pendía del techo, al igual que sus ojos oscuros.
—Bienvenida a mi castillo —dijo señalando alrededor.

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—Creo que el conserje lo utilizaba como almacén —le aclaró Destiny. La


angosta habitación no tenía ventanas. Una estantería, un pequeño archivador, una
mesa, una silla de despacho y otra plegable para las visitas delante de la mesa
constituían su único mobiliario.
—Ya sabes el chiste —bromeó—. Era una habitación tan pequeña que para
cambiar de opinión había que salir fuera.
Destiny rió, quizá con excesivo entusiasmo.
Le hizo señas de que se sentara en la silla plegable.
Ella recorrió con la mirada los estantes vacíos.
—Señor Angelini, ¿dónde están sus cosas?
Él se acercó al extremo de la mesa. Destiny percibió su loción de afeitar, o su
colonia, era un aroma penetrante, nada dulce.
—Por favor, llámame Renz —le pidió inclinándose—. Mis libros todavía no han
llegado. Ha habido problemas con la empresa de transporte. Sin ellos me encuentro
perdido. —Volvió a sonreírle, sus ojos oscuros buscaron los de ella.
Destiny sintió un estremecimiento de excitación.
—Todavía tengo que decorarla. Colgar alguna cosa, algo que dé un poco de
color a esto. —Suspiró—. Me cuesta acostumbrarme a los cambios. Trasladarme a
otra ciudad, empezar un trabajo nuevo… Tardo cierto tiempo en ponerme en marcha.
Destiny sonrió.
—No sé qué se siente. Siempre he vivido en Dark Springs.
Me siento muy cómoda con él, pensó. Qué raro. Es como si nos conociéramos
de toda la vida. Es la primera vez que hablamos y no estoy nada nerviosa.
Él se levantó y cerró la puerta.
—Deberíamos hablar un poco sobre las distintas universidades. Voy a buscar tu
ficha, Laura.
Destiny parpadeó.
—¿Laura? No. Soy Destiny.
Él se quedó a su lado. El aroma de su fragancia la inundó. Era el olor del aire
libre, de los pinos, de los bosques el que aspiró.
—No —la contradijo él en un susurro—. Tú eres Laura. ¿No te acuerdas de mí,
Laura? ¿No estás contenta de volver a verme?
Con una fuerza prodigiosa, alzó a Destiny del suelo.
—Señor Angelini, por favor. No lo entiendo, yo…
Destiny no se resistió cuando él la envolvió entre sus brazos, le acercó el rostro
al suyo y la besó en los labios.

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30. Destiny encuentra al Restaurador

—Laura… Laura… —susurraba él cuando por fin dejo de besarla.


Destiny le miró a los ojos.
Te conozco. Sé lo que piensas. Sé quién eres.
La habitación se llenó de penumbra, como si una niebla gris se hubiera
levantado sobre ella e1 aroma a pino la transportó a los bosques. Entre la niebla cada
vez más espesa, podía oír el aleteo de los pájaros los gritos de los animales nocturnos
y el áspero cantar de los grillos.
—Te acuerdas de mí, ¿verdad, Laura? —musitó él.
Su respiración le producía un cosquilleo en la oreja. El cosquilleo descendió por
el cuello y la espalda. Sabía que estaba temblando, pero no podía evitarlo.
Él la abrazaba con fuerza.
—Te acuerdas de mí. Y te acuerdas del amor que sentíamos el uno por el otro.
Te acuerdas de la luna llena de la noche en que nuestro amor nos cambió para
siempre. Sangre por sangre.
La miraba fijamente a los ojos, sin parpadear.
Destiny se sentía incapaz de apartar la mirada, de moverse, de protestar.
Respiró hondo y por fin se oyó a sí misma decir:
—Tú tienes poderes… —Sus palabras sonaban apagadas, como si vinieran de
muy lejos.
Renz no dejaba de mirarla.
—¿Qué has dicho?
—Lo que estás haciendo conmigo. Tienes poderes, ¿no es cierto?
Renz esbozó una amplia sonrisa.
—Bueno…
—Por favor, háblame de ellos. Háblame de tus poderes.
Un golpe en la puerta la sobresaltó.
Alguien llamaba.
Renz la soltó y retrocedió.
La puerta se abrió de par en par y la niebla se desvaneció.
Parpadeando, Destiny miró a Ari cuando éste asomó la cabeza por la puerta.
Tenía los ojos muy abiertos.
—Oh, perdón —se disculpó sin soltar el pomo de la puerta—. No sabía que
estabas ocupado, Renz. —Echó una ojeada a Destiny—. ¿Qué tal, Dee?
—Bien.
—¿Ya te ha buscado una facultad?

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Renz rió entre dientes.


—Por si no te habías dado cuenta, Ari, inscribirse en una universidad es un
proceso muy largo. —Se apartó de Destiny y se dirigió hacia Ari—. ¿Querías algo?
—Dijiste que tenías unos folletos, ¿te acuerdas? De Brown y Tufts.
—Déjame ver. —Con ceño, Renz se encaminó al archivador y empezó a remover
por el cajón.
Destiny se quedó contemplándolo. Estaba tan guapo con aquel jersey negro a
juego con los vaqueros.
Renz le entregó a Ari un par de folletos de colores brillantes.
—No estoy seguro de que acepten el modelo de solicitud ordinario —le advirtió
Renz, mientras lo conducía a la puerta—. Lo comprobaré.
Destiny se puso en pie, vacilante.
—Supongo que por hoy ya hemos terminado.
Renz se volvió y la miró de nuevo. Parecía estar sumido en sus propios
pensamientos.
—Sí, ya hemos terminado. —Su sonrisa era reconfortante—. Pero todavía nos
queda por planear las visitas a las facultades. Háblalo con tus padres, ¿vale? Y
después volveremos a reunimos.
Destiny le dio las gracias y se encaminó hacia el armario del conserje. Ari la
esperaba en el pasillo.
—¿Cómo te ha ido, Dee?
—Bien, supongo.
Pasaron frente al comedor y subieron por las escaleras.
—¿Tú también estás colada por él como las demás?
Destiny se rió y dijo:
—La verdad es que no está nada mal.
Ari negó con la cabeza.
—Se supone que los consejeros de facultad deberían tener un montón de
papeles y libros, toda la información sobre las universidades. Su despacho está
completamente vacío. Se pasa todo el tiempo en el vestíbulo, flirteando con toda la
que se le cruza por delante.
—Oh, pero si estás celoso —se burló Destiny.
—Sí, claro —replicó él, pero sus mejillas se tiñeron de un rosa intenso.
—Ari, ¿cómo es que todavía estás aquí? Ya hace rato que se han acabado las
clases.
Él se encogió de hombros.
—Tenía cosas que hacer. ¿Te vas a casa andando?
—No. Esta mañana he traído el coche. ¿Te llevo?
—Sí, claro. ¡Qué suerte! Gracias.
Le llevó a casa. Hablaron sobre las clases de francés. Destiny le prometió que lo
ayudaría. Cotillearon sobre unos compañeros que se habían saltado algunas clases

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para largarse con el coche a los manantiales. Ari le contó que había alquilado dos
películas de miedo y que eran una auténtica pasada.
Destiny se esforzaba por prestarle atención, pero apenas oía nada de lo que
decía. Seguía sintiéndose rara, desconcertada, confusa. No podía dejar de pensar en
Renz.
Era tan dulce, tan amable y delicado. Algunos retazos de la conversación
volvían a ella. Sólo palabras y frases sueltas que flotaban en su mente: «Sangre por
sangre…», «poderes…», «luna llena…», «Laura…».
Destiny trataba de encontrarle un sentido a todo aquello.
De pronto se dio cuenta de que Ari la observaba atentamente. ¿Habría visto las
marcas del cuello y deducido lo que estaba ocurriendo?
—Dee, hay algo que quiero decirte —susurró él.
Ella condujo el coche hasta el sendero de entrada a su casa. Su corazón latía con
fuerza. No podía hablar. Asintió al tiempo que le hacía una señal de que siguiera.
—Bueno… —Ari vacilaba, retorciéndose las manos con nerviosismo—. Verás, es
sólo que… Bueno que… que tú me gustas.
Entonces se abalanzó sobre ella y la besó en la boca.
Duró sólo unos segundos, pero Destiny se quedó tan atónita que apenas pudo
reaccionar.
Él le sonrió.
—Quizá nos veamos luego.
—Sí. Puede —replicó ella, todavía conmocionada.
Ari bajó del coche.
Destiny volvió a casa. Metió el coche en el garaje y subió a su habitación a toda
prisa.
—Eh, Liv —llamó.
Livvy estaba sentada frente al ordenador, escribiendo un correo electrónico.
Acabó el mensaje, lo envió y entonces se volvió hacia Destiny.
—¿Dónde has estado?
Destiny arrojó la mochila al suelo.
—Ya te dije que había quedado con el señor Angelini.
—¿Cómo ha ido? —Antes de que Destiny respondiera, Livvy agregó—: Por
cierto, mientras estaba conectada, has recibido un mensaje de Nakeisha.
Destiny se aproximó a su hermana.
—¿Ah, sí? ¿Y qué dice?
—Que viene a Dark Springs el sábado. Está visitando universidades en Boston.
Pero dice que su madre la traerá hasta aquí y que podrá quedarse un par de horas.
—Bien.
Pero Destiny no pensaba en Nakeisha.
—¿De qué has hablado con Renz? —preguntó Livvy—. Yo no me reuniré con él
hasta después de la excursión.

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—Pues… hemos hablado de… —Destiny intentaba recordar. Luchaba por ligar
las palabras sueltas—. Dijo… dijo algo sobre la sangre —contestó al fin.
Livvy, que estaba colocándose bien el pendiente de la nariz, se quedó perpleja.
—¿Que él… qué?
—Oh, Dios mío —murmuró Destiny—. Dios mío, Liv. Dijo algo de la sangre. Sí,
ahora lo recuerdo. Dijo algo así como «sangre por sangre», y también habló de la
luna llena.
Destiny meneaba la cabeza, como si intentara sacudirse las palabras de encima
y así aclarar su memoria.
Livvy estaba de pie mirando a su hermana, la cabeza ladeada y una expresión
de alarma.
—Dee, ¿te encuentras bien? ¿No irás a desmayarte ahora?
—Oh, Dios mío. Oh, Dios mío —repetía Destiny sin dejar de mover la cabeza—.
Es verdad, Liv. Yo… le pregunté si tenía poderes, y él dijo que sí.
—Pero Dee…
—Oh, Dios mío. ¿No te das cuenta, Liv? ¿No te das cuenta?
Livvy la miró entrecerrando los ojos.
—¿De qué hablas?
—Es Renz —dijo con la voz rota por la emoción—. Quería demostrármelo hoy.
Es él. ¿No lo ves? «Renz es el Restaurador.»

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31. Livvy contra Courtney

Era domingo por la noche y las chicas se habían retirado a su habitación.


Destiny tenía que hacer una redacción para la clase de francés, pero permanecía
sentada con la mirada perdida en la pantalla del ordenador. No podía quitarse a
Renz de la cabeza.
Mañana por la mañana, lo primero que haremos será ir a verle. Le pediremos
que nos restaure, que nos devuelva a nuestra vida de antes. Él puede ayudarnos.
Estoy segura de que puede. Livvy y yo nos pondremos bien.
En el otro lado de la habitación Livvy hablaba con sus amigos por teléfono.
Unas fuertes voces las interrumpieron. Destiny se volvió para descubrir a Ross
y a Ari en lo alto de la escalera.
—¿Qué hay? ¿Dejando los deberes para el último momento? —preguntó Ari.
—¿Os habéis enterado de lo de Charley Robbins? —preguntó Ross—. Lo han
pillado robando donuts en el supermercado. ¿Qué os parece? Llevaba una caja de
donuts debajo del jersey. Menudo imbécil.
—Se le ha ido la olla. Está acabado —dijo Ari—. Algunos aseguran que lo ha
hecho por una apuesta.
—He corrido diez kilómetros esta tarde —informó Ross—. Me he recorrido
todo el pantano. Ha sido una pasada. Estoy en forma para salir a la cancha, creo.
Tenía que encontrarme con Fletch. Dice que tiene pie de atleta. ¿Cómo va a tener pie
de atleta si nunca ha sido atleta?
Ari se frotó el estómago.
—¿Tenéis algo de comer? Mis padres han salido y se me ha olvidado cenar.
Una vida normal, pensó Destiny. Después de que Livvy y yo veamos a Renz,
volveremos a tener una vida normal. No tendremos que preocuparnos cada vez que
suene el timbre. Ni preguntarnos si Ross y Ari son cazadores de vampiros.
Fue corriendo a la cocina para prepararle a Ari un sándwich. Para su sorpresa,
él la siguió.
—En realidad no tengo hambre —dijo—. Pensé que quizás así podríamos estar
solos. —Volvió a besarla, esta vez fue un beso más largo.
Ella se apartó.
—Ari, yo… no sé qué decir. Verás, no estoy segura…
Él suspiró.
—Bueno, después de todo tal vez sí que me comeré ese sándwich.
Destiny le preparó un sándwich de jamón. Luego los dos volvieron a la
habitación.

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Destiny se percató enseguida de que Livvy y Ross no habían perdido el tiempo.


Estaban muy juntos en el sofá. Livvy le había puesto una pierna en el regazo y lo
rodeaba con los brazos. Al besarlo, su pelo cubría el rostro de Ross.
Se oyeron pisadas en la escalera. Era Courtney.
Llevaba una gorra de punto que cubría su pelo castaño, un jersey azul claro
sobre una camiseta roja y unos pantalones anchos de color caqui.
—Hola, Dee. ¿Qué hacéis? —Su sonrisa se desvaneció cuando vio a Ross y a
Livvy sentados en el sofá.
Livvy se desenroscó de Ross, pero mantuvo la pierna en su regazo. El
pintalabios se le había corrido del todo.
—¡Ross! ¡Eres un cerdo! —le espetó Courtney con los dientes apretados. Fue al
sofá dando zancadas—. Dijiste que vendrías a mi casa…
Ross alzó las manos en señal de tregua. Intentó zafarse de Livvy, pero ella
deslizó un brazo alrededor de sus hombros y se arrimó todavía más a él,
sosteniéndole la mirada a Courtney con aire desafiante.
—Al parecer se le olvidó —se mofó Livvy, apartándole a Ross unos mechones
rubios de la cara.
—¡Zorra! —la insultó Courtney y se abalanzó sobre Livvy, la agarró por los
hombros y tiró de ella para ponerla de pie.
—¡No me toques! —le advirtió Livvy. —Oye, deja que me levante. —Ross
apartó a Livvy, se puso de pie y se alejó del sofá—. ¡Courtney… para!
Sollozando, Courtney tiraba de Livvy con todas sus fuerzas. La agarró del pelo
y estiró de él.
Livvy lanzó un grito de rabia. Bajó la cabeza, pero no pudo librarse de las
garras de Courtney.
—¡Suéltame! ¡Que me sueltes!
—¡Eh, dejadlo ya! ¡Quietas las dos! —les ordenó Destiny.
Pero no le hicieron caso. Courtney sacudía la cabeza de Livvy de un lado a otro.
Las dos luchaban ahora de pie.
Livvy agarró a Courtney del brazo y se lo retorció con fuerza.
Destiny oyó un crujido espantoso.
Livvy la soltó y retrocedió unos pasos, jadeando, con los ojos muy abiertos por
la sorpresa.
El brazo de Courtney caía lánguidamente a un costado. Gritando, cayó de
rodillas.
—¡Me lo has roto! ¡Me has roto el brazo!
Livvy se volvió hacia Destiny.
—No lo he hecho a propósito. Sólo apreté un poco.
—¡Cómo me duele! ¡Me duele mucho! —se quejaba Courtney. Intentó levantar
el brazo, pero sólo consiguió aullar de dolor.
Destiny fue corriendo a su lado. Ross ayudó a Courtney a levantarse.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

—Ha sido un accidente —se justificaba Livvy, tapándose la cara con las manos
—. De verdad. Sólo apreté un poco.
Courtney acunaba el brazo roto en su brazo sano.
—No puedo soportarlo. Me duele mucho.
Destiny notó que su estómago se agitaba ante la visión de aquel hueso astillado
asomando entre la piel desgarrada.
—Hay que llevarla al hospital. —Se volvió hacia Ari—. ¿Has venido en coche?
—Yo la llevaré —se ofreció Ross, y ayudó a Courtney a caminar hacia la puerta.
Courtney era un mar de lágrimas. Antes de salir, miró furibunda a Livvy.
—Zorra envidiosa. Me lo has partido en dos. ¿Cómo has podido hacerme esto?
Juro que te acordarás de ésta.
Livvy abrió la boca para protestar, pero no pudo emitir sonido alguno.
Ross le deslizó a Courtney un brazo alrededor de los hombros y la condujo por
las escaleras.
—¡Ross, no vayas! —le advirtió Livvy—. Quédate aquí. Deja que la lleve Ari.
Ross no respondió. Ari se precipitó hacia las escaleras.
—Mejor será que vaya con ellos y les eche una mano.
Desaparecieron escaleras abajo. Destiny oyó cómo la puerta de la cocina se
cerraba tras ellos.
Abrazándose a sí misma, Livvy cruzó la habitación hacia Destiny.
—Apenas la toqué. Sólo fue un accidente. No pretendía romperle el brazo. Tú
me crees, ¿verdad?
Destiny suspiró.
—Sí, te creo.
Livvy cerró los ojos.
—Ella empezó. Ella me agarró primero. ¿De qué va esta tía? Sabe de sobra que
estoy enamorada de Ross.
Destiny contuvo la respiración.
—¿Enamorada? ¿Has dicho «enamorada»?
Livvy asintió y abrió los ojos.
—Sí. Eso es lo que he dicho. ¿Por qué me miras así?
—Bueno… por nada. Pero recuerda que probablemente Ross sea un cazador de
vampiros. ¿Crees que seguiría contigo si se enterara?
—Yo le intereso. Me lo ha dicho.
—Pero ya conoces a Ross. Ninguna chica le dura demasiado. Siempre tiene tres
o cuatro que le van detrás.
—Esta vez es diferente —insistió Livvy—. Él y yo… hemos estado hablando. Él
va conmigo en serio. Courtney ha hecho todo lo posible para que lo dejáramos. Pero
no voy a permitírselo. Ella se lo ha buscado, Dee. De verdad. Ella se lo ha buscado.
Destiny negó con la cabeza.
—¿Ella se lo ha buscado? ¿Ella se ha buscado que le rompieras un brazo? ¿Es

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

que no viste cómo le salía el hueso entre la piel?


—Podía haber sido peor.
—No digas eso, Livvy. ¿Te has vuelto loca?
Livvy dejó escapar un sollozo.
—Tú no lo entiendes, Dee. Eres como ellos.
—Deja de hablar así —replicó Destiny—. Tenemos cosas más importantes que
hacer.
—¡No hay nada más importante que Ross y yo! —exclamó Livvy entre sollozos.
—Tranquila. Tranquila. No sabes lo que dices. Escúchame, Liv. Ahora mismo lo
más importante es hablar con Renz. Debemos verle lo antes posible y explicarle que
necesitamos sus poderes especiales. Nosotras…
Destiny guardó silencio cuando oyó que alguien cerraba de golpe la puerta de
la entrada. Unos segundos más tarde, escuchó unos pies que se arrastraban despacio
hacia la cocina.
Ambas salieron a la escalera.
—¡Papá! ¿Eres tú? ¿Ya estás en casa? —inquirió Destiny.
No hubo respuesta.
Destiny bajó la primera.
—¿Papá?
Estaba de espaldas a ellas, inclinado sobre el fregadero, lavándose las manos.
—¿Papá…?
Cuando se volvió, Destiny lanzó un chillido. Su camisa estaba hecha trizas y
manchada. Tenía hilos de sangre seca en la frente y varios cortes en las manos.
—¡Oh, Dios mío! —gritó Destiny—. Papá, ¿estás bien? ¿Qué te ha pasado?

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

32. Le han chupado toda la sangre

—Estoy bien —dijo—. De verdad.


Ambas corrieron hacia él.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó Destinity.
—Un pequeño accidente de coche.
Livvy lo sujetó cuando vio que las rodillas le fallaban.
—¿Un accidente de coche? ¿Estás herido? ¿Te encuentras bien?
—Estoy bien. En serio. —Se soltó de Livvy y puso las manos bajo el agua
caliente que salía del grifo—. Iba distraído, supongo, y me di contra un buzón poca
cosa.
Destiny lo miraba fijamente.
—¿Que ibas distraído? Papá, tienes que poner más atención. Podrías haberte
matado.
—Ya lo sé —dijo negando con la cabeza—. Pero estoy bien, tranquilas.
—No, tú no estás bien —repuso Destiny—. No pareces el mismo, y lo sabes.
—Trabajas demasiado —dijo Livvy—. Mira qué hora es.
—Lo sé, lo sé —musitó—. Cuando tenéis razón, la tenéis. —Esbozó una sonrisa
forzada. Después cerró el grifo y fue goteando por la cocina hacia su cuarto.
Destiny y Livvy intercambiaron una mirada nerviosa.
—Está lleno de cortes —murmuró Livvy.
—Me tiene muy preocupada.
Destiny cerró la ventana de la cocina. La camioneta de su padre permanecía en
el sendero de la entrada, cerca del garaje, la luz de la cocina la ilumino.
—Esto es muy raro —le dijo a Livvy—. Ven aquí. Mira eso. El coche de papá…
no tiene ni un rasguño.

Dos días después, el teléfono la despertó. Destiny levantó la cabeza de la


almohada y echó un vistazo por la ventana. El cielo de la mañana era todavía de un
gris marengo.
Se abalanzó sobre el teléfono y descolgó el auricular.
—¿Diga? —contestó con voz ronca, medio adormilada—. ¿Diga? ¿Quién es?
Se oían unos sollozos amortiguados, y luego una voz entrecortada que no
reconoció.
—Dee, soy yo.
—Por favor, ¿quién es?

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

—Lo siento. Es que no puedo parar de llorar.


—¿Ana–Li? ¿Eres tú? ¿Qué pasa? ¿Estás bien?
—Sí, estoy bien. Bueno, no. Es Courtney… Courtney.
La impresión despertó a Destiny del todo. Se incorporó en la cama y puso los
pies en el suelo.
—¿Courtney? Sí, ya lo sé. Se rompió el brazo la otra noche.
—¿El brazo? ¡No, no, no! Está muerta, Dee —dijo Ana–Li entre sollozos—. Sus
padres la encontraron en el jardín. Está muerta. Su sangre… Oh, Dios mío… le han
chupado toda la sangre, Dee. Courtney está muerta.
Destiny se tapó la boca con la mano para no gritar. La voz de Ana–Li sonaba
irreal en sus oídos. Sus palabras no tenían sentido.
No quería que lo tuvieran.
«Dios mío, que no sea verdad.»
Pero lo era. Sin dejar de llorar, Ana–Li añadió:
—No hay cole. Han suspendido las clases. Todo el mundo tiene miedo. Estoy
muy asustada, Dee. El Vampiro Asesino… Él… ha atacado de nuevo. Pobre
Courtney. Todavía no… me lo creo. Estuve con ella ayer. Primero Bree y ahora…
«¿El Vampiro Asesino? Lo dudo mucho.»
—Te… te llamaré más tarde, Ana–Li. Ahora no puedo hablar. Luego… ¿vale?
Yo… no puedo seguir.
Colgó el auricular y arrojó el teléfono sobre la cama.
—¡Livvy!
Miró a su hermana, que estaba tumbada en la cama, con el pelo desparramado
por la almohada y una mano que le colgaba por uno de los costados hasta tocar el
suelo.
—¡Livvy… la has matado!
Livvy levantó la cabeza, soñolienta.
—¿Qué dices?
—No disimules. Deja de hacerte la tonta conmigo. —Destiny agarró a su
hermana por los hombros y la sacudió para que se despejara—. La has matado. Has
matado a Courtney.
Livvy apartó las manos de su hermana y bostezó.
—¡Oh, Dios mío! ¿Courtney está muerta? —Cerró los ojos—. ¿Cómo… cómo ha
sido?
—¡Tú sabes cómo! —exclamó Destiny—. Has sido tú, ¿verdad, Livvy? Tenías
miedo de perder a Ross. Y entonces tú… tú. —La voz de Destiny se quebró en un
sollozo.
Livvy giró la cara hacia otro lado.
—Es horrible —murmuró—. Es horrible. Me cuesta creerlo.
Temblando, Destiny bajó la vista hacia su hermana.
—¿Es que quieres hacerme creer que lo sientes? ¿Cómo has podido, Livvy?

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

Courtney no debía morir… sólo porque ella y Ross…


—No metas a Ross en esto —replicó Livvy—. No he sido yo, Dee. Te lo juro.
A Destiny volvió a fallarle la voz.
—Mi propia hermana… No puedo ni mirarte a la cara.
—Bueno, no tendrás que hacerlo por mucho tiempo.
—¿Qué significa eso? ¿Qué estás diciendo? ¿Te has vuelto loca? ¿Cómo has
podido llegar tan lejos? ¿Es que tú también has perdido el juicio como la señora
Bauer?
—Habla por ti, Dee. —Livvy se levantó, se bajó la camisa de dormir y se
encaminó al cuarto de baño.
De inmediato Destiny la siguió y la obligó a volverse.
—Livvy… has matado por Ross. Has matado a un ser humano. ¿Es que eso no
significa nada para ti? ¿No te das cuenta de lo que has hecho? ¿No ves el lío en que
nos has metido a las dos? Debemos encontrar a Renz ahora mismo. Tiene que
restaurarnos.
—Quizá yo ya tengo mis propios planes —dijo Livvy entre dientes.
—¿De qué estás hablando?
Livvy se metió en el lavabo y cerró de un portazo.
—¿De qué estás hablando, Livvy? ¿Qué planes son ésos?

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

33. Una lección de naturaleza muy valiosa

—¿Dónde está tu hermana? —Preguntó Ana–Li.


Destiny se encogió de hombros.
—Ni lo sé ni me importa. Se fue de casa después del desayuno. Ni siquiera me
dirigió la palabra.
—Sólo está asustada —dijo Ana–Li—. Como todos. Nuestros amigos están
cayendo uno a uno. Nadie sabe qué hacer. Livvy lo paga con los demás. Es su estilo.
Ya se le pasará… cuando atrapen al asesino.
Destiny pasó todo el día en casa de Ana–Li. Ari, Fletch y algunos más se dejaron
caer por allí después de comer. Ninguno tenía demasiadas ganas de hablar, pero se
sentían más seguros estando juntos.
Destiny sólo pensaba en Livvy, y también en Renz.
El cole está cerrado. Hoy no podremos verle. ¿Cuánto tiempo más podremos
esperar?
Volvió a casa a la hora de cenar. No había nadie. Un mensaje de su padre la
avisaba de que se quedaría trabajando hasta tarde y de que Mikey estaba con un
amigo. Ni rastro de Livvy.
Destiny no tenía hambre, pero metió una pizza congelada en el horno y apenas
engulló una porción sin saborearla. Después subió a su habitación. Empezó a
caminar de un lado a otro, preguntándose qué debía hacer.
Recogió del suelo la camisa de dormir de Livvy, del mismo lugar donde ésta la
había arrojado por la mañana, la dobló y se la colocó en su cama. El tocador de Livvy
era un desbarajuste de sombras de ojos y pintalabios. Destiny empezó a ordenarlos y
a tapar cada frasco y tubo con su tapón correspondiente.
Destiny comenzó a sentirse extraña justo después de las ocho. Fue entonces
cuando empezó a notar un hormigueo en la piel, un picor en la espalda y una
sensación punzante en lo más profundo de su estómago.
Al principio no le dio importancia, pero el hormigueo se transformó en dolor y
los pinchazos y la náusea del estómago la hicieron doblarse en dos.
Necesito un poco de aire fresco.
Abrió la ventana y respiró hondo. Se agarró al alféizar con tanta fuerza que las
manos le dolieron.
Por favor, por favor… que se me pase de una vez.
Notó que sus cabellos se ponían rígidos y los oyó crujir, y luego también su piel
empezó a crujir. Se soltó de la ventana y sus manos se encogieron súbitamente.
¿Qué me está pasando?

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

Sentía que su cuerpo se replegaba hacia el interior de sí misma, cerrándose…


transformándose muy deprisa. Todos sus miembros crujían y perdían flexibilidad.
Los músculos se tensaron, la visión se le nubló. El corazón le golpeaba con furia
en el pecho.
¿Estoy enferma? ¿Qué está pasando? No puedo controlarlo.
Vio sus prendas arrugadas hechas un ovillo bajo ella. Se encontró flotando, sin
esfuerzo.
Se alejó revoloteando del alféizar de la ventana, cruzó la habitación aleteando
hasta posarse en el espejo del tocador.
—¡NOOOOOOOO! —el grito brotó de su garganta con el sonido de un silbido
agudo.
Desplegando las alas, se miró de soslayo en el espejo, la visión era extraña,
fragmentada. Pero pudo verse con la suficiente claridad.
Vio su cuerpo peludo pegado a unas alas delgadas y venosas, sus diminutos
ojos rojos, la boca de roedor que se abría incrédula al contemplar en el espejo… a
aquel murciélago.
Con un chirrido de horror, agitó las alas frenéticamente y giró sobre sí misma
en pleno vuelo.
Hambre. Tenía mucha hambre.
Se precipitó por la ventana abierta y se internó en la noche.
Ya no soy humana. Soy un murciélago. Quiero… ir a casa. Quiero volver.
Pero el hambre la guió por el cielo gris y púrpura, sobre las casas oscuras. Le
producía placer sentir el viento frío que soplaba a gran velocidad bajo sus alas.
Notaba los latidos acelerados retumbando en su pecho y el hambre acuciante en el
vientre.
Sus alas se agitaban en silencio cuando rozó volando un terreno arbolado… y
encontró lo que andaba buscando: una lechuza posada en la rama más alta de un
árbol, mirando al frente, inmóvil, y las plumas erizadas por el viento. Una lechuza
gorda, rebosante de sangre deliciosa…
Se lanzó sobre ella, abriendo su boca ávida, emitiendo un agudo chillido,
descendió y le clavo los colmillos en el pecho.
No esperaba encontrar resistencia. Pero la lechuza se defendió causándole un
profundo corte en el ala izquierda. Se debatía con violencia y le rasgó el vientre con
el pico.
Cayeron de la rama sobre el musgo húmedo del suelo.
La lechuza no dejaba de dar bandazos. Destiny aleteaba con energía por encima
de ella, los colmillos firmemente aferrados a su vientre.
La lechuza emitía un sonido agudo mientras arañaba las alas de Destiny con sus
garras y le hincaba el pico en mitad del cuerpo, un pinchazo afilado tras otro.
El dolor se extendió por los músculos de Destiny hasta paralizarla. Se
desprendió de su presa. La sangre salpicó su piel palpitante y se dio cuenta de que se

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

trataba de su propia sangre.


He cometido un terrible error. No sabía que… las lechuzas son más fuertes…
más fuertes que los murciélagos. No lo sabía…
Demasiado débil para agitar las alas… demasiado débil para escapar.
Cayó de espaldas sobre la hierba ensangrentada, la lechuza se posó en su
vientre diminuto y gris. Con las garras intentaba de nuevo destrozarle las alas.
Hundió el pico en el cuello de Destiny.
Yo no sabía… Yo no sabía…

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

34. Papá da una sorpresa

Destiny abrió los ojos.


No veo nada. Estoy ciega.
Pero entonces las estrellas y la luna casi llena aparecieron ante su vista tras los
jirones de nubes grises.
Vio el tejado de su garaje. Alzó la cabeza del césped, se volvió y distinguió la
parte trasera de su casa.
Estoy tumbada en el jardín, detrás de mi casa, completamente desnuda.
Se sentó y se frotó el pecho. Sangre seca.
Es real. Ha ocurrido de verdad.
¿Cómo he conseguido vencer a la lechuza? ¿Cómo es que aún estoy viva?
Poco a poco, aquel espantoso recuerdo cobró nitidez. Cuando la lechuza la
atacó, ella ya había empezado a transformarse, a recuperar su forma humana, pudo
ver sus manos espantando con furia a aquel pájaro.
La lechuza, sorprendida, alzó las alas, remontó el vuelo y se perdió en la noche.
Destiny se estremeció. El rocío, tan frío en su piel, le mojaba las piernas. Se
retiró una hoja seca del pelo y se arrodilló.
Se volvió hacia la casa. La bicicleta amarilla de Mikey permanecía apoyada
contra el muro, junto a la pelota de fútbol. Las luces de la cocina estaban encendidas
y también las de la habitación de encima del garaje… su dormitorio.
Se incorporó lentamente, revisando sus brazos y piernas. Le dolían los
músculos, pero podía caminar. Ocultándose entre las sombras más oscuras, se abrió
paso hasta la puerta trasera y echó un vistazo al interior.
No había nadie en la cocina.
En silencio, abrió la puerta y entró. El reloj de la cocina marcaba las nueve
menos cuarto. Había estado fuera menos de una hora. Aguzó el oído, a la espera de
escuchar voces, música, la televisión… pero no. La casa seguía vacía.
Todavía temblando y con la mente hecha un torbellino, Destiny subió con sigilo
a su habitación. Tomó una larga ducha. Y cuando el agua caliente caía sobre su
cuerpo, lo decidió.
He de decírselo a papá. No puedo mantenerlo en secreto por más tiempo. Esto
ha llegado demasiado lejos. Esta noche me he convertido en murciélago. ¿Y si ya es
demasiado tarde para mí? ¿Y si ya es demasiado tarde para que Renz pueda
curarme?
No puedo enfrentarme a esto sola. Tengo mucho miedo. Ya no puedo controlar
ni mi propio cuerpo. Dentro de muy poco habrá luna llena. Tengo que contárselo a

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

papá. No puedo guardarlo dentro de mí por más tiempo.


Se puso una camiseta, un jersey holgado y unos vaqueros. Cogió las llaves del
coche y salió sin perder un instante hacia el garaje. Su padre había cogido la
furgoneta, pero el Civic seguía allí.
Con manos temblorosas, se agarró con fuerza al volante para mantenerlas
firmes.
Debo contárselo a papá. Después de todo, él es médico. Quizá… quizá…
Echó marcha atrás. La portezuela del conductor estuvo a punto de rozar el
muro del garaje.
Tranquila, Dee. Concéntrate en el volante.
Miró el reloj del salpicadero. Casi las nueve y media y su padre todavía en la
consulta. Pobrecillo. ¿Por qué trabajaría tanto?
Las calles pasaban frente a ella envueltas en una nebulosa. Antes de que
pudiera darse cuenta, ya estaba aparcando frente a la clínica veterinaria de su padre.
Las farolas de la calle bañaban el edificio cuadrado de ladrillo rojo. El letrero sobre la
puerta de cristal era sencillo, estarcido en letras azules sobre un fondo blanco:
CLÍNICA VETERINARIA WELLER
Destiny salió del coche. Se secó las manos húmedas y frías en los pantalones.
Temía que el corazón le estallara.
Nunca me he puesto tan nerviosa antes de hablar con papá. ¿Qué pensará
cuando se lo diga? ¿Qué va a decir?
Las persianas del amplio ventanal junto a la entrada no estaban del todo
bajadas, y vio que las luces de la sala de espera estaban encendidas. La consulta y el
laboratorio daban a la parte trasera.
Destiny tomó aire y se encaminó hacia la puerta. Pero un destello de
movimiento en la ventana llamó su atención. Se volvió y se acercó para mirar por
debajo de la persiana.
—Oh, vaya.
Se deslizó a un lado para no ser descubierta. Su padre estaba sentado en el
escritorio de la sala de espera, haciendo gestos y hablando a un grupo de chicos
sentados frente a él.
Estaban de espaldas a la ventana. Intentando mantenerse fuera de su campo de
visión, Destiny entornó los ojos para observar mejor el interior de aquella sala
intensamente iluminada.
Parece una reunión. Pero no tiene sentido. ¿Para qué iba a celebrar papá una
reunión a estas horas de la noche?
Y entonces reconoció a Ross, sentado en la silla más próxima a la ventana; y a
Fletch a su lado; y en el extremo opuesto, a otros chicos del instituto.
Destiny se apartó de la ventana. Apoyó la espalda contra el frío muro de
ladrillo.
¿Qué hacen ésos ahí con mi padre?

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

¿De qué podrían estar hablando?


Pegada al muro, se inclinó de nuevo y fisgó por la ventana. Se habían puesto de
pie. Escuchó el ruido de las sillas al levantarse. Su padre abrió la puerta del armario
donde guardaban los abrigos y se inclinó.
Un coche pasó por detrás de ella y la enfocó con sus faros. Se mantuvo erguida.
El coche aminoró la marcha y después siguió su camino.
Aquella luz brillante le quemaba en los ojos. Parpadeando con fuerza, volvió a
acercarse a la ventana. El doctor Weller sacaba algo del armario. Destiny vio con
claridad lo que llevaba entre las manos: estacas de madera, afiladas por uno de los
extremos. Entregó una a cada chico.
—¡Oh, no!
Se resistía a creer lo que veía. Mirar a través de la ventana era como hacerlo a
través de un sueño.
Ése no es mi padre. Esos no son mis amigos.
No tuvo demasiado tiempo para pensar. Alguien apagó las luces en la sala de
espera. La ventana quedó a oscuras.
Iban a salir.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

35. ¿Ross es peligroso?

No puedo creerlo. Pero es verdad. Papá es un cazador. Mis amigos y papá son
cazadores de vampiros.
Destiny se alejó de la ventana y se encaminó hacia la calle. Se escondió detrás de
su coche cuando la puerta de la entrada principal se abrió de par en par.
Contuvo la respiración y asomó la cabeza por encima del parachoques. Los
chicos salían deprisa, con las estacas bien sujetas a un lado. Vio a Ross susurrarle algo
a Fletch, que a su vez soltó una carcajada y le dio un empujón bromeando.
El doctor Weller salió de espaldas. Cerró con llave la puerta principal. Tomó
varias bocanadas de aire mientras miraba alrededor.
No. Por favor, papá. Por favor. No mires aquí.
Agazapada detrás del coche, Destiny los vio avanzar presurosos y en silencio
por la acera. Se dio la vuelta y descubrió la furgoneta de su padre aparcada en la otra
esquina.
En cuclillas, se deslizó al otro lado del coche. En ese momento pasó otro coche
que derramó sus luces sobre los chicos. Destiny los vio esconder las estacas de
madera para que el conductor no las descubriera.
Se hacinaron en el interior de la furgoneta. Vio cómo su padre se colocaba al
volante y arrancaba. Los pilotos traseros emitieron un resplandor rojo. Unos
segundos más tarde, la furgoneta tomó la curva y se alejó.
Destiny se puso en pie de un salto.
¿Adónde se dirigía su padre? Buscó con nerviosismo las llaves del coche. Se le
cayeron al suelo. Temblando, las recogió y subió a toda prisa al coche. Qué alivio
sentarse. Respiró hondo, arrancó y se fue tras ellos.
No tardó en darles alcance. Conducían deprisa a través de North Town, la parte
más antigua de Dark Springs: casas pequeñas muy pegadas unas a otras sobre
terrenos de escasas dimensiones; un colmado abierto las veinticuatro horas en una
esquina y un cine clausurado en la otra.
Destiny pisó el freno cuando vio que la furgoneta se detenía en la curva. Las
portezuelas se abrieron de golpe y los chicos saltaron al suelo antes de que el
vehículo se hubiera parado del todo.
Destiny, sin dejar de mirar a los muchachos, dio un volantazo brusco. El coche
se metió en la curva con una sacudida y rebotó en el asfalto.
Los chicos corrían por el césped de un pequeño jardín, saltando por encima de
los arbustos, moviéndose con cautela y sosteniendo las estacas sobre sus cabezas.
¿De quién es esta casa? Yo he estado ahí. ¿No es la casa de la bibliotecaria de la

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

escuela? ¿No es ésa la casa de la señora Lindro?


Los rostros de los cazadores quedaban ocultos por las sombras. No obstante,
podía distinguir sus siluetas inclinadas al correr.
Entonces oyó los gritos. El ruido de cristales rotos y el sonido sordo de sus
botas al derribar la puerta de entrada.
Dios mío, Dios mío. Esto no es posible. Han entrado en la casa por la fuerza. Mi
padre ha entrado por la fuerza en una casa. Se han metido dentro.
Poco después, volvió a oír unos gritos y luego el agudo gemido de una mujer.
Un gemido de dolor, de terror.
Destiny se tapó las orejas, pero aun así percibió aquel alarido escalofriante.
Sofocando un grito, volvió a meterse en el coche. Aquel grito persistía en sus
oídos. Dio un portazo, pero no pudo acallar aquel lamento.
Tengo que volver a casa. Tengo que contárselo a Livvy.
Giró completamente el volante, el coche tomó bruscamente la dirección
contraria y estuvo a punto de empotrarse contra un camión de la basura aparcado. El
rechinar de las llantas le recordó el chillido de la mujer.
Mi padre, mi propio padre…
¿Qué voy a hacer ahora?
Encontró a Livvy tumbada en la cama, leyendo un artículo de la revista People.
—¿De dónde vienes? —preguntó Livvy con sequedad cuando Destiny cruzó a
toda prisa la habitación.
—Escúchame bien. Te… tenemos problemas —dijo Destiny casi gritando.
Livvy puso los ojos en blanco.
—No me digas.
Destiny se sentó a su lado, en el borde de la cama.
—Sí. Sí te digo. Papá es un cazador. Lo he visto. Acabo de descubrirlo. Nuestro
padre es un cazador.
La revista cayó de las manos de Livvy.
—Dios mío. ¡Eso es imposible!
Destiny respiró hondo.
—Es verdad. Y también he visto a Ross y a Fletch, que iban con él, y a otros
chicos del cole. Entraron en casa de la señora Lindro.
—¿La bibliotecaria?
Destiny asintió.
—La han matado. La oí gritar. Fue horrible.
Livvy se incorporó. Meneó la cabeza y preguntó.
—¿Ross estaba allí? ¿Con papá?
—Sí. Te lo juro. Los dos son cazadores,
—Pero papá nunca nos haría daño. Somos sus hijas.
Destiny tragó saliva con dificultad.
—No sé qué haría si se enterara. Nos ha estado engañando todo este tiempo.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

Decía que se quedaba trabajando hasta tarde, cuando en realidad ya era un cazador.
Livvy se estiraba un mechón de cabello.
—No… no puedo creerlo.
—Tienes que mantenerte alejada de Ross —le advirtió Destiny—. Él también es
un cazador.
—¿Y qué? —gritó Livvy.
—¿Cómo que y qué? ¿Es que has perdido el juicio? Si Ross descubre nuestro
secreto…
—Ross nunca me haría daño —replicó Livvy—. ¡Nunca! Ross me ama.
La voz de Destiny era un murmullo estridente.
—¿Se quedaría contigo si lo supiera? Dime, ¿se quedaría contigo?
—Lo que pasa es que estás celosa. Tienes celos porque Ross está enamorado de
mí.
Aquellas palabras hirieron a Destiny.
—No estoy celosa. Es un cazador, y si descubriera que…
—¡Ya lo sabe! —exclamó Livvy—. Ross ya lo sabe. Se lo he contado yo. Lo sabe
todo.
—¿Qué? ¿Cómo has podido? —gritó Destiny—. ¿Cómo has podido poner en
peligro nuestras vidas? Juramos guardar el secreto. Nos lo juramos una a la otra.
¿Cómo has podido decírselo?
Livvy desvió la mirada hacia la pared y no contestó.
—¿Cuándo se lo contaste? ¿Qué te dijo? Contéstame —le exigió Destiny—.
Contéstame, Livvy. ¿Qué te dijo?
Livvy no se movió y tampoco contestó.
—¿Es que no te das cuenta de lo que has hecho? —le espetó Destiny—. ¿No te
das cuenta del peligro que corremos ahora?

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

36. Renz hace una promesa

Destiny vio a Renz caminar por el pasillo. Pareció sorprendido de verla, pero
enseguida disimuló esbozando una sonrisa.
—Buenos días, Destiny. ¿Querías verme? Espero que no lleves mucho rato
esperando.
—Quería hablar contigo antes de que empezaran las clases.
El se cambió la cartera de mano, abrió la puerta y la dejó pasar delante. Una vez
sentado, la miró y volvió a sonreír. Sus ojos negros destellaban.
—Pareces cansada. ¿Y esas ojeras?
—Anoche no dormí mucho —respondió Destiny—. No sabía si venir y hablar
contigo… Esto no es fácil.
Su mirada traspasaba los ojos de Destiny.
—¿Qué quieres?
Destiny le sostuvo la mirada.
—Bueno… la verdad es que no sé cómo decirlo. —Tenía la garganta seca.
No puedo hacerlo, pensó. Esto es una locura. Debería darme media vuelta y
salir corriendo.
Renz se inclinó hacia ella. La luz se reflejaba en sus ojos.
—¿Por qué no te limitas a decirlo? No puede ser tan difícil.
—Sí. Sí que lo es.
—Bien…
Sus ojos parecían desprender una intensa luz. No parpadeaba. De pronto
Destiny sintió como si Renz penetrara en su mente, como si pudiera leerle el
pensamiento.
—Quieres que hablemos sobre la luna llena, ¿verdad? —musitó Renz.
Destiny contuvo la respiración. Le había leído la mente.
Ella asintió.
—Estás nerviosa por lo que pueda suceder el sábado por la noche.
Destiny asintió de nuevo.
—Entonces lo sabes —susurró ella—. Tú… tú eres el Restaurador, ¿no es cierto?
Él parpadeó.
—¿Quién?
—El Restaurador. Eres tú. Tú eres el que restaura a la gente, el que les devuelve
su vida anterior después de que hayan sido mordidos.
Él guardó silencio.

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—Por favor, Renz. Dime la verdad —rogó, la voz en suspenso—. Por favor.
¿Eres tú? ¿Tú eres el Restaurador?
Renz la contempló en silencio durante largo rato. Parecía meditar su respuesta.
Por fin, una amplia sonrisa iluminó su atractivo rostro. Tomó la mano de Destiny y
susurró:
—Sí. Soy yo.
Destiny notó el calor de aquella mano al tocarla. Exhaló un largo suspiro de
alivio.
—¡Oh! ¡Gracias a Dios! —exclamó—. Livvy y yo… Nosotras te necesitamos,
Renz. Te necesitamos más que a nadie en el mundo. No nos queda demasiado
tiempo. ¿Nos ayudarás?
Renz sostuvo su mano entre las suyas. Se puso de pie y se acercó a ella.
—Ya no tienes de qué preocuparte —dijo—. El sábado por la noche hay luna
llena. Y yo estaré allí, con todos vosotros, en la excursión del colegio. Iré a buscarte y
te prometo que entonces me haré cargo de ti.
—Gracias. Oh, gracias —murmuró la joven.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

37. Recuerdos del campamento de verano

Destiny recibió a Nakeisha en la puerta, y las dos se abrazaron. Destiny condujo


a su amiga al salón.
—¡Estás estupenda!
Nakeisha giró sobre sí misma, luciendo su atuendo. Llevaba un jersey blanco
sobre un top de color naranja, una minifalda de ante marrón y medias oscuras.
—Es mi uniforme para las entrevistas de las universidades. ¿Qué te parece?
Destiny rió cuando Nakeisha desfiló arriba y abajo como una modelo en una
pasarela.
—Supongo que no caminarás así cuando vayas a una entrevista. ¿Cómo va?
Nakeisha se encogió de hombros.
—Bueno, sólo he visitado unas cuantas facultades. Mamá quiere que me quede
en el Este. No me deja echar solicitud en las de California.
Nakeisha miró a Destiny entornando los ojos.
—¿Has adelgazado?
Destiny se mordió el labio inferior.
—Un poco.
—Pues no te pases —le recomendó Nakeisha con su franqueza habitual—.
Haces la misma pinta que teníamos las dos después de aquella excursión de dos días
en canoa. Parece que estés acabada.
—Hace días que no duermo bien —dijo Destiny mientras le indicaba a su amiga
que se sentara en el sofá de cuero verde—. No sé por qué, la verdad. Debe de ser la
emoción de dejar el colegio.
Nakeisha miró alrededor.
—Qué casa tan bonita. ¿Livvy no está?
Destiny se sentó a su lado en el sofá.
—No. No sé dónde anda.
—A ver si viene. Me gustaría saludarla.
—Livvy y yo hemos discutido bastante últimamente. —Las palabras surgieron
de su boca de forma espontánea. No pretendía decir eso. No quería meter a Nakeisha
en sus problemas. No quería explicarle nada de lo que estaba ocurriendo.
—No me extraña —dijo Nakeisha—. Sois muy diferentes. Cuesta creer que seáis
gemelas.
—Bueno… —De repente Destiny sintió un repentino impulso de sincerarse con
su amiga, pero se contuvo.
—Oye, ¿sabes de qué me he enterado? —preguntó Nakeisha—. ¿Recuerdas a

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

Ronnie Herbert? No imaginas a qué se dedica.


Destiny negó con la cabeza.
—Sólo recibí un mensaje suyo a finales de verano.
—Verás, ¿te acuerdas de que era un as con los ordenadores del campamento?
Bueno, pues ha abierto su propio taller de informática, y trabaja allí después de clase.
Revisa equipos de otra gente, instala ordenadores y programas. Dice que está
ganando un montón de pasta.
—Bien por Ronnie —dijo Destiny con falso entusiasmo.
—¿Sabes algo de los demás? Oh, espera. —Nakeisha se puso en pie de un salto
—. Casi se me olvida. Mira qué he traído. —Fue al recibidor, revolvió en su bolso y
sacó un libro delgado—. ¿Lo tienes?
—¿Qué es?
Nakeisha volvió al sofá y le mostró el libro a Destiny.
—Es el anuario del campamento. Lo recibí ayer por la mañana.
—A mí no me lo han mandado.
Nakeisha se lo puso a Destiny en el regazo.
—Bueno, échale un vistazo. Mira, nosotras salimos en la cubierta…
—Vaya, precisamente el día que diluvió —se lamentó Destiny—. Parecemos dos
pollos mojados. —Destiny pasó la página de inmediato—. Aquí está aquella fogata
del infierno. Jamás olvidaré los gritos que daban esos críos. —Nakeisha se echó a reír
y añadió—. La mitad de ellos se mearon después en la cama por la noche.
—Mira, aquí Livvy ha quedado muy bien —dijo Destiny, acercándose el libro a
los ojos—. ¿Quién es ése con el que está?
Nakeisha le arrebató el libro para ver mejor la foto.
—¿Cuándo fue tomada? Livvy estaba con uno distinto cada día, ¿no? La verdad
es que no dejaba nada para las demás.
Destiny seguía observando las fotos.
—Oh, mira. Ésta es buena.
Ojalá estuviera de vuelta en el campamento. Ojalá pudiera hacer retroceder el
tiempo…
—Pero ¿sabes lo más raro de todo? —Nakeisha cogió el libro y pasó
rápidamente las páginas—. No hay ni una sola foto de Renz. Ni una.
Destiny se quedó perpleja.
—¿Renz…?
—Sí. Míralo. —Nakeisha volvió a ponerle el libro en el regazo—. Renz estaba en
todas partes, ¿te acuerdas? Participaba en todas las actividades. Entonces, ¿cómo es
posible que no lo hayan incluido en el anuario?
Destiny notaba la garganta seca. Dejó que el anuario resbalara de su regazo y
cayera al suelo.
—¿Renz? ¿En el campamento? Pero si trabaja en mi cole. Es imposible que
estuviera allí.

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—¿Mmm? ¿En tu cole? —Nakeisha volvió a levantarse. Se puso en jarras y miró


a Destiny con ceño—. ¿Estás de guasa? Estoy hablando de Renz. R–e–n–z.
Convivimos con él todo el verano. Tú estabas colada por él y le seguías a todas
partes, como hacíamos todas. ¿Me estás diciendo que ya no te acuerdas?
Destiny alzó la mirada hacia su amiga. De pronto todo le daba vueltas. Se
agarró a un lado del sofá.
Renz en el campamento… Renz, el nuevo consejero de facultades del instituto,
en el campamento. ¿Cómo era posible?
Y de repente, se vio a sí misma con él. Sí, en el lago… la luna llena en lo más
alto reflejándose en el agua trémula. Renz inclinado sobre ella… besándola…
Oh, Dios mío.
Lentamente, la verdad se abrió paso en el torbellino de sus pensamientos.
Ahora sí. Ahora lo entiendo.
Ni una sola foto de Renz en el anuario. Ningún recuerdo de él en el
campamento. Pero estaba allí. Le conocía. Me gustaba… le besé.
Ni fotos ni recuerdos de él.
A los vampiros no se les puede fotografiar…
Renz es un vampiro. Sí. No puede estar más claro. Gracias a Nakeisha y al
anuario. Renz es el vampiro que nos ha destrozado la vida.
—Él no es el Restaurador —concluyó pensando en voz alta.
Nakeisha seguía de pie.
—¿Qué? No sabes lo que dices, Dee.
Oh, sí. Ya lo creo que lo sé.
Renz no es el Restaurador.
Nakeisha seguía hablando, pero Destiny era incapaz de escucharla. Sus
palabras quedaban sepultadas por la terrible verdad que acababa de descubrir.
Destiny se llevó las manos a la cara y cerró los ojos.
Renz no es el Restaurador… Mi padre es un cazador de vampiros… mis amigos
también son cazadores. Mi hermana no me habla. Después del sábado, seré como la
señora Bauer, una bestia, una loca, a la que sólo mueve un ansia insaciable de sangre.
—¿Destiny? ¿Te has tomado algo o qué? ¿Estás bien? —La voz de Nakeisha,
desde muy lejos, a kilómetros de distancia, se coló entre sus pensamientos.
No. No estoy bien.
No estoy bien.
No tengo a nadie que pueda ayudarme. Nadie en quien confiar.
El sábado por la noche… el sábado por la noche… el sábado por la noche… mi
vida habrá terminado.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

38. Renz bebe con avidez

Renz estaba sentado a su mesa, reclinado en la silla, con los ojos cerrados.
—Destiny… —susurró. Pensar en el sábado por la noche lo llenaba de emoción
—. Destiny… Laura. Sí, te convertirás en Laura.
Los recuerdos flotaban en su mente. Fue la primavera anterior… hacía sólo
unos meses, aunque le parecía que había pasado mucho tiempo, cuando vio a su
amor en la parte trasera de la escuela, esperando de nuevo a sus hijas. Sí, se hacía
llamar Deborah Weller, y estaba casada con un veterinario de aspecto aburrido.
No me importa cómo te hagas llamar. Esta noche volverás a ser Laura, pensó
alzando la mirada hacia la luna llena. Dejó que la luz de la luna le reconfortara, luego
se volvió otra vez hacia ella. Tenía miedo de perderla si apartaba la vista de ella
aunque fuera sólo un momento.
Desde aquel encuentro casual en el aparcamiento del colegio, no había podido
dejar de pensar en Deborah Weller, la perseguía, la acechaba. Se deslizaba hasta la
ventana de la cocina por las noches y espiaba a la familia mientras cenaba. La veía a
través de la ventana, se regodeaba en su risa, en su sonrisa, en sus brillantes ojos
verdes.
¿Puedes sentir que estoy cerca?
¿Puedes sentir mi amor por ti?
Ahora estamos separados, Laura. Pero no por mucho tiempo.
Y entonces, al cabo de unos días, Renz supo que el momento había llegado. La
luna llena proyectaba una luz plateada sobre la furgoneta mientras ella esperaba en
el aparcamiento vacío. Él emergió de las sombras, se encaminó al coche, listo para
reclamar a su amada.
Ella tenía los cristales de las ventanillas subidos. Su larga cabellera rubia le
cubría los hombros, reflejando la luz de la luna. Él dio unos golpecitos en la
ventanilla y la vio sobresaltarse.
Ella lo observó durante unos instantes, y entonces lo recordó. Bajó el cristal.
—¿Señor Angelini? Qué casualidad que hayamos vuelto a encontrarnos en este
aparcamiento.
Su voz era grave, tenía la textura del terciopelo, igual que la de Laura.
—¿Podría ayudarme? —le preguntó él, disimulando a duras penas el temblor
de su voz—. Se me han caído las llaves. Si abre usted la puerta, la luz del coche me
ayudará a encontrarlas.
Ella no dudó. Él se estiró y la agarró, sujetándola con tanta fuerza que no podía
gritar.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

Por fin. Por fin. «Por fin.»


Sus colmillos descendieron y se clavaron profundamente en su cuello. Bebió
con avidez, manteniéndola a su lado sin que ella opusiera resistencia.
Una vez saciado, con la sangre cayéndole por los labios y la barbilla, alzó la
cabeza y susurró:
—Ahora debes beber tú, Laura. Ahora eres tú la que debe beber mi sangre.
Él levantó el cuello para acercárselo. Advirtió la confusión en sus profundos
ojos verdes, la duda pintada en su rostro.
—Bebe —le ordenó—. Bebe y así podremos estar juntos.
Ella volvió la cabeza.
La puerta de la escuela se abrió y las gemelas aparecieron.
No. Oh, no.
Renz la soltó. Retrocedió y se deslizó entre las sombras de los árboles, al otro
lado del aparcamiento.
Vio a las niñas correr hacia el coche. Vio a Laura frotarse los pinchazos con el
cuello de la blusa, cubriéndose la herida. Saludó a las niñas. Confusa, aturdida y sin
plena conciencia de lo que acababa de suceder.
Pero yo sí sé lo que ha pasado, pensó. He bebido tu sangre bajo la luna llena y
ahora tú debes beber la mía. Te necesito. Te necesito.
Las niñas ya estaban dentro del coche. Oyó el chasquido del seguro de las
puertas. Esperó hasta que el vehículo se alejara y salió del aparcamiento. Entonces
inclinó la cabeza hacia atrás y lanzó un largo aullido que no parecía humano, un
aullido de rabia, de frustración y de dolor.
Pasaron los días. Renz sabía que tendría que esperar un mes hasta la siguiente
luna llena. Vigilaba su casa. Lo que hacía en ella. Deborah salía a menudo.
¿Qué le habrá explicado a su marido? ¿A sus hijas? ¿Que está enferma?
Por las noches veía al marido volver de la clínica veterinaria. Veía lo que llevaba
a su esposa. Le llevaba animales, conejos, hamsters, pequeños roedores. ¿Para
alimentar a su esposa quizá?
Así que el marido lo sabe, dedujo Renz. Le trae la comida a casa. Pero eso es lo
único que puede hacer por ella. Lo único.
Sólo yo puedo salvarte, Laura. Sólo yo puedo brindarte la vida que planeamos
juntos tantas décadas atrás.
Los días y las noches se sucedían muy despacio. La última tormenta de invierno
dio paso a unas noches más cálidas, propias de la primavera. Renz miraba la luna,
expectante.
Por fin, la luna llena se elevó muy alto sobre los árboles. La casa de Laura se
hallaba a oscuras, a excepción de una luz que destacaba en su habitación. Las
gemelas disfrutaban de las vacaciones de primavera y se habían ido a casa de una
amiga. Su hermano menor había ido a pasar una noche de acampada con otros niños,
no muy lejos de casa. El marido trabajaba hasta tarde en el laboratorio.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

Renz sabía todo eso porque siempre permanecía cerca… cerca de la casa y de
sus habitantes.
Si aparto la vista de ella, ni siquiera por un segundo, podría desaparecer. Y
volvería a perderla.
Pero no. La luna llena, suspendida en lo más alto del firmamento, iluminaba la
casa como si de un reflector se tratase. Y Laura se encontraba en su habitación.
«Esperándome.»
Se deslizó con sigilo por un extremo de la casa, apretando su cuerpo contra el
muro de piedra, y se encaminó directo a su habitación, que quedaba atrás. La
ventana estaba abierta. Las cortinas se mecían en la brisa ligera.
Dudó un instante, conteniendo su excitación. Pero ya podía sentir el dulce sabor
de su sangre en la lengua. Y una vez que la sangre se hubiera mezclado, Renz podía
imaginar su regocijo al reunirse de nuevo con él.
Levantó las manos hasta el alféizar, se impulsó y entró sin esfuerzo en la
habitación. Apartó las cortinas. Una discreta lámpara en la mesita de noche
proporcionaba toda la luz que había en la estancia.
Retrocedió tambaleante hasta la pared cuando la vio, parpadeando para
ahuyentar aquella espantosa imagen.
La imagen del cuerpo de Deborah colgando muy rígido de la lámpara del techo.
Sus pies desnudos suspendidos sobre el suelo. Una cuerda gruesa le rodeaba el
cuello. La cabeza inclinada hacia atrás, los ojos en blanco dirigidos al techo, la cara de
un tono violáceo, la lengua púrpura colgando de su boca abierta.
—¡No!
Desvió la mirada hacia la pared. No podía soportar ver aquello.
«¿Por qué lo has hecho, Laura? ¿Por qué has vuelto a arrebatarme a mi amor?»
Se quedó allí, encorvado, con la mirada fija en la pared, inmóvil durante lo que
le pareció una eternidad. Finalmente, se desplazó hacia la ventana.
—Adiós, Laura —se despidió con un susurro—. Adiós. He vuelto a perderte
una vez más.
Descendió trepando desde la ventana. Cruzó raudo el césped. No miró atrás.
—Has escapado de mí. Pero tienes dos hijas. Dos Lauras. Tú has huido de mí.
«Pero no permitiré que ellas lo hagan.»

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

39. Destiny mantiene su cita con Renz

Ana–Li le lanzó el disco volador a Destiny este reboto en la mano abierta de


Destiny y siguió planeando hasta colarse por la abertura de una de las tiendas de
campaña.
Ana–Li soltó una carcajada.
—Espero que no haya nadie dentro.
Destiny corrió por el césped, recogió el disco y lo lanzó de nuevo hacia su
amiga. Contempló la luna elevándose cada vez más en el cielo púrpura ya de noche.
Un escalofrío de miedo recorrió su espalda.
Intento fingir que todo es normal. Pero de seguro Ana–Li ya se ha dado cuenta
de lo distraída y asustada que estoy.
En el centro del círculo formado por las tiendas, la fogata crepitaba y lanzaba
chispas. Algunos las azuzaban, intentando que las llamas prendieran? en el margen
de la explanada, alguien había encendido un radiocasete y algunos chicos bailaban.
Lejos del ruido, un grupo de padres y profesores, los acompañantes, charlaban
en la orilla del lago.
Ana–Li hizo un lanzamiento muy bajo y el disco rodó hacia el fuego.
—¡Hace una noche estupenda! —exclamó—. No hay ni una nube en el cielo.
Destiny musitó una respuesta. Su estómago temblaba. Se esforzaba por
dominar el hambre que sentía.
Dentro de muy poco seré incapaz de controlarme. Dentro de muy poco ya no
podré saciar mi sed. Después de esta noche, Livvy y yo nos convertiremos en unas
criaturas repugnantes, unas criaturas que serán perseguidas por mi padre y sus
cazadores. Destiny le pasó el disco a Ana–Li.
—No tengo ganas de jugar más —anunció.
Al otro lado del campamento vio a Renz, rodeado por un grupo de chicas
coqueteando, todos reían. La estaban pasando bien. Junto al transistor, algunas chicas
tiraban del señor Smith, el profesor de español, para que se animara a bailar.
Una brisa repentina agitó los árboles. Destiny se estremeció de nuevo. Vio a su
padre junto a otros padres junto al lago.
Papá, si supieras lo que está a punto de sucederle a tus hijas…
—Todo el mundo se esfuerza por pasarlo bien —dijo Ana–Li—. Ya sé que es la
excursión del último año y todo ese rollo, pero ¿quién está para fiestas? Con dos
chicas de nuestra clase muertas, dos de nuestras mejores amigas… —La voz se le
quebró. Destiny suspiró.
—Se suponía que el último año iba a ser el mejor de nuestra vida…

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

Ana–Li echó un vistazo alrededor.


—¿Dónde está tu hermana?
Destiny se encogió de hombros.
—Estamos en la misma tienda, pero no la he visto desde que llegamos. Debe de
estar en el bosque con Ross porque tampoco lo veo a él.
El estómago de Destiny tembló una vez y de repente sus sentidos se
agudizaron. Podía oír el recorrido de las sangre por las venas de Ana–Li. Podía oír las
conversaciones que tenían lugar en el otro extremo del campamento, un parloteo
confuso en el que todos hablaban y que estallaba en sus oídos.
—Creo que voy por un perrito caliente. Dee, ¿te vienes?
—No, gracias.
Destiny vio a Ana–Li correr hacia la mesa de la comida.
Se volvió para encontrar a Ari justo detrás de ella.
—¡Sorpresa!
Destiny dio un respingo.
—Oye, no me pegues esos sustos, ¿vale?
—¿No quedamos en que íbamos a hablar anoche? —preguntó él.
Destiny lo había olvidado por completo.
—Sí, ya lo sé, pero…
—En aquella parte del lago hay una especie de muelle —señaló él—. Algunos
han ido allí. Y están montando una buena.
—No me apetece —se disculpó Destiny—. Verás, Ari… no me encuentro muy
bien, quiero tumbarme un rato en la tienda.
Sus ojos brillaron con picardía.
—¿Puedo ir contigo? —Se rió—. Es broma.
—Si se me pasa dentro de un rato, iré a buscarte —dijo Destiny, percibiendo la
decepción en el rostro de su amigo.
—Vale. Nos vemos luego.
Quizá. Quizá me veas o quizá no. Quizás entonces no me reconozcas, Ari.
He hecho todo lo posible por encontrar al Restaurador. Lo he intentado todo
para salvarnos. Pero he fracasado.
Y ahora la luna está ascendiendo en el cielo. A todos les parece preciosa, la luna
llena de otoño, tan grande, tan dorada.
Para mí significa la muerte.
Su estómago la apremiaba, sentía la garganta tan seca que dolía. Se enterró en el
saco de dormir. Pero las paredes de la tienda eran tan finas y transparentes que podía
ver la luz parpadeante de la fogata a través de ellas. Además, todos gritaban tanto
que parecía que estuvieran dentro de la tienda con ella.
¿Qué hora es?
¿Vendrá Renz por mí cuando la luna haya llegado a su punto más alto?
Cerró los ojos, pero volvió a abrirlos cuando oyó el siseo de la cremallera de la

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

tienda al abrirse.
Se sentó muy despacio.
La cremallera se abrió del todo y mostró la luna llena brillando desde el cielo
oscuro.
Y entonces Renz asomó la cabeza dentro, tapando la luna, los ojos muy abiertos
por la emoción.
—Laura. Ha llegado el momento —susurró—. He venido a buscarte. ¿Estás
lista?
—Sí —susurró Destiny a su vez—. Estoy lista.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

40. Por fin

Renz se inclino hacia ella y extendió la mano. Destiny la cogió y dejó que tirara
de ella hasta ponerse de pie.
—¡Por fin! —susurro él, y una sonrisa se dibujo en su rostro.
La condujo fuera de la tienda. Destiny vio las brasas anaranjadas de la fogata,
que despedían chispas y hacia que reluciera el cielo nocturno…
Renz la sujetaba entre sus brazos. Acerco su oído y susurró:
—He esperado tanto tiempo esta noche.
Destiny sintió un cosquilleo en la piel. Sus músculos se tensaron. Él acercó el
rostro al de ella. Los colmillos salieron ron de sus encías.
—¿Estás lista, Laura? ¿Estás lista?
—Sí —musitó Destiny—. Sí, sí…
Entonces asió el poste que había escondido detrás la tienda y lo levantó en alto.
Con un gemido muy profundo lo hundió en el pecho de Renz.
Renz abrió los ojos desorbitadamente. Se tambaleó hacia atrás.
Destiny apretó la estaca hundiéndosela aún más.
—Oh, no. Oh, no —susurraba Renz, debatiéndose.
Cayó de espaldas.
—He estado planeando esto toda la semana. Es lo único que podía hacer.
Y ahora, ¡muere, Renz… muere!
—Oh, no —repetía él—. Tú no puedes… —Agitaba los brazos y las piernas
como un insecto sujeto con un alfiler—. Laura, yo te amo. Te amo, Laura.
Consiguió incorporarse y la agarró por los hombros. Sus dedos huesudos le
apretaban, clavándose en el suéter, en la carne.
—Te amo, te amo… —Luchaba por atraerla hacia él.
Haciendo acopio de todas sus fuerzas, Destiny empujó la estaca hasta
atravesarle el cuerpo y clavarlo en el suelo.
—Muere, Renz… ¡Muere!
Un gorgoteo escapó de la boca abierta de Renz. Destiny vio con horror cómo el
cuerpo de Renz comenzó a deshacerse. Los brazos y las piernas crujían mientras se
retorcían. La piel del rostro se derritió. Su pecho se hundió. El cráneo se desintegró,
dejando tan sólo los colmillos.
En cuestión de segundos, lo único que quedó en el suelo fue un montón de
harapos envueltos en una nube de polvo que flotaba en el aire.
Respirando con dificultad, Destiny se volvió… y vio a su padre justo detrás.
—Destiny. Estaba aquí —musitó—. He visto…

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

—Papá… —farfulló Destiny. Todo su cuerpo temblaba—. Papá, le he matado.


No tenía más remedio… vino a por mí.
Se bajó el cuello del jersey y le enseñó las dos heridas idénticas.
—¡No! —El doctor Weller lanzó un alarido—. Se quedó mirándola unos
instantes con los ojos muy abiertos, conmocionado.
Entonces recogió la estaca de madera del suelo y la alzó sobre su cabeza.
—¡Nooo! —aulló Destiny—. ¡Papá, por favor, no! ¡No me hagas daño!
—¿Por qué no me lo dijiste? —gritó su padre. Arrojó la estaca lejos, al bosque, y
rodeó a Destiny con sus brazos.
Destiny sentía las ardientes lágrimas de su padre en las mejillas.
—Dee, ¿por qué no me lo dijiste? Yo nunca te haría daño. ¡Nunca!
—Porque… —Destinity lo miro a los ojos—. Sé quién eres, papá. Sé que eres un
cazador de vampiros.
Su padre negó con la cabeza.
—Sí, sí, soy un cazador. Pero, Dee… puedo ayudarte. He encontrado una cura.
Destiny levantó la vista hacia él.
—Tú… tú eres…
Él asintió.
—Sí. Soy el Restaurador.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

41. Supongo que debería haberte contado la verdad

El doctor Weller cogió a Destiny de la mano y la llevó a su tienda situada en el


otro extremo del campamento. Una vez a salvo, cayó de rodillas y vio a su padre
abrir el maletín.
—¿Qué vas a hacer, papá?
Él se inclinó sobre el maletín.
—He encontrado una fórmula, Dee. Me ha llevado mucho tiempo, pero estoy
seguro de que funciona.
Con una mano sostuvo el brazo de su hija y con la otra levantó una aguja
hipodérmica. Le buscó una vena y luego clavó la aguja en ella.
Sintiendo un fuerte escozor, Destiny preguntó con un hilo de voz:
—¿Me curaré de verdad?
Él asintió con expresión solemne.
—El efecto no es instantáneo, pero notarás que los síntomas desaparecen poco a
poco. —Las lágrimas rodaban por sus mejillas—. Nunca creí que tendría que usarla
con mi propia hija. —Cuando acabó, volvió a meter la aguja en su estuche.
Destiny sintió una oleada de calor que inundaba su cuerpo.
La cura estuvo delante de mis narices todo el tiempo, pensó.
—Pero… papá, ¿cómo has descubierto esta cura? ¿Cómo lo has hecho?
Él le apretó la mano y exhaló un hondo suspiro.
—Dee, hay tantas cosas que desconoces. Supongo que debería haberte contado
la verdad.
Ella lo miró fijamente.
—¿La verdad?
—La verdad sobre tu madre.
Su cuello se puso rígido.
—¿Qué pasa con mamá?
Él tomó aire.
—No va a gustarte lo que voy a decirte. Esperaba no tener que contártelo jamás.
Verás… tu madre fue atacada por un vampiro. Ocurrió el año pasado, a finales de
invierno.
Destiny miraba a su padre, atónita.
—Pero… nos dijiste que se había suicidado.
—Y es cierto. No pudo soportar aquel horror. Después de ser mordida, empezó
a cambiar. Dijimos que estaba enferma. ¿Cómo íbamos a explicaros lo que estaba
pasando?

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

—Dios mío. ¡Oh, Dios mío! —musitó Destiny.


—Me puse a trabajar en el laboratorio —continuó su padre, sin soltarle la mano
—. Trabajé día y noche. Sabía que acabaría descubriendo un remedio gracias a mis
investigaciones. Pero… fracasé. No lo encontré a tiempo. Fracasé, Dee. Estaba tan
desesperado, me sentía tan desgraciado.
—¿Mamá… atacada por un vampiro? Pero eso es imposible. Yo…
—Al principio no era demasiado grave. Pero su hambre aumentaba. Intenté
ayudarla. Le traía animales del laboratorio para que se alimentara. Pero quedaba
poco para que hubiera luna llena. Ya no era ella. Cada vez necesitaba más sangre. Su
ansia era tan inmensa que salía por las noches en busca de presas. No sabía lo que se
hacía. Y… causó más de una víctima humana.
Destiny contuvo la respiración y cerró los ojos.
—No, mamá… Oh, no, mamá no…
—También es muy duro para mí… —La voz se le quebró—. No sé cómo puedo
contarte todo esto cuando ni yo mismo soy capaz de asimilarlo.
Destiny abrió los ojos.
—Continúa, papá. Por favor. Quiero conocer la verdad.
Respiró hondo y agregó:
—Bien… La esposa del entrenador Bauer, pobre Marjory, la mejor amiga de tu
madre, fue una de sus víctimas. Después de eso, cuando fue consciente de lo que le
había hecho a Marjory, no pudo superar el horror y el remordimiento que sentía. No
podía soportar su sentimiento de culpa. Y ella… se mató. Ella…
Apartó la mirada de su hija. Destiny vio cómo sus hombros temblaban.
Ella trataba de asimilar todo lo que le estaba contando.
—¿Y por eso te convertiste en cazador de vampiros?
—Sí —respondió volviéndose hacia ella—. Aprendí todo lo que pude sobre
ellos. Aprendí cómo encontrarlos, cómo cazarlos, cómo matarlos. Y al mismo tiempo
trabajaba sin descanso en el laboratorio… Trabajé hasta casi perder la vista… hasta
que encontré una fórmula para curar a vampiros que no hubieran hecho el paso
definitivo.
Destiny se aferró con fuerza al brazo de su padre.
—Pero la señora Bauer…
—Lo intenté, pero no lo logré. Había pasado demasiado tiempo. No pude
restaurarla. Pobre Bauer. Me suplicó que acabara con su sufrimiento. Él no tenía valor
para hacerlo. Así que fui con mis ayudantes… y lo hice. —Se le escapó un sollozo—.
He vivido todo este tiempo con ese espanto. Sólo quería ahorraros ese sufrimiento.
Yo…
—¡Oh, Dios mío! ¡Livvy! —exclamó Destiny, poniéndose en pie de un salto—.
¡Papá! ¡Livvy también fue mordida por un vampiro! No puedo creer que me haya
olvidado de ella. ¡Tenemos que encontrarla! ¡Y rápido!
Le pasó a Destiny una linterna. Luego cerró el maletín y salieron a toda prisa.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

—Mis pobres niñas. Mis pobres niñas. Rápido. ¡Vamos!


Primero buscaron por el campamento, después se dirigieron al lago.
Dios mío, que no le haya pasado nada, suplicaba Destiny en su interior. Por
favor, que lleguemos a tiempo de salvarla.
Se internaron en el bosque, siguiendo el círculo de luz que arrojaba la linterna.
La luna llena brillaba sobre ellos, tiñendo de plata las hojas de los árboles. En algún
lugar se oyó el arrullo de una paloma nocturna, acompasado y melodioso.
Livvy, ¿dónde estás?
Livvy, no te escondas de nosotros.
Se abrieron paso a través de los árboles y las zarzas. La luz de la linterna
parpadeaba, amenazando con apagarse. Después resucitaba.
Destiny dio un respingo cuando vio a Livvy y a Ross al borde de un prado
cubierto de hierba. Estaban de rodillas, inclinados sobre un ciervo caído.
El doctor Weller los enfocó con la linterna.
Livvy y Ross levantaron la cabeza lentamente. La sangre brillante goteaba por
su rostro.
—¡Largo de aquí! —les espetó Livvy con acritud—. ¿No veis que tenemos
hambre?

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

42. Desaparecidos

Destiny se quedó atónita.


—¡Livvy… no! —logró articular.
—No tienes que hacerlo. Papá es el Restaurador. Papá puede curaros a los dos.
Ross parpadeó varias veces, aturdido. Después bajó la cabeza y volvió a hundir
el rostro en el vientre del ciervo. Comenzó a beber, sorbiendo con avidez.
Livvy miró a Destiny y a su padre con aire desafiante.
—¡No queremos curarnos! —exclamó—. Ross y yo… ya hemos hecho nuestra
elección. Queremos estar juntos… para siempre.
—¡Livvy, no lo hagas! —le rogó el doctor Weller—. Quizá todavía estemos a
tiempo. Si me dejas…
Destiny avanzó con decisión hacia el ciervo.
—Deja que papá lo intente. Quizá pueda curarte. ¡Déjale que lo intente!
—¡Somos una familia! —gritó el doctor Weller con los ojos llenos de lágrimas—.
Livvy, somos tu familia. Te necesitamos. Te necesitamos a nuestro lado.
—¡Ya es demasiado tarde! —replicó Livvy—. Cuando volví del campamento, ya
era inmortal.
—¡No! —dijo Destiny con voz entrecortada.
—Renz bebió mi sangre y yo bebí la suya —añadió Livvy, la sangre goteándole
por la barbilla—. No quería morir, no quería que me pasara como a mamá. No
soportaba la idea de la muerte, la idea de ser enterrada bajo tierra como ella. Quería
vivir para siempre… y Renz me dio la oportunidad.
Destiny meneaba la cabeza, tratando de ordenar sus pensamientos.
—Pero tú y yo. Liv, nosotras…
—Lo siento, Dee. Lo siento mucho. Yo no quería ser su Laura. Pero nunca
supuse que iría por ti. Cuando volvimos a casa, fingí ser una neófita —explicó Livvy,
clavando la mirada encendida en su hermana—. Fingí que estaba asustada por lo que
estaba pasando, Dee. ¿Nunca te has preguntado por qué jamás te ayudé a buscar al
Restaurador? Yo ya tenía una vida nueva… una vida inmortal, y era feliz. Y pensé
que tú también te acostumbrarías y acabarías siéndolo.
—¡No, Livvy…! ¡No!
—Y esta noche Ross y yo hemos intercambiado nuestra sangre —confesó Livvy,
cogiendo la mano de Ross—. Nuestra sangre se ha mezclado bajo la luna llena. Lo
hemos hecho, Dee. Porque queremos estar juntos. ¡Para toda la eternidad!
—¡No! ¡No! No permitiré que lo hagas —gritó Destiny, avanzando tambaleante
hacia el ciervo muerto—. ¡Eres mi hermana! ¡Somos gemelas!

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

Una extraña sonrisa se dibujó en los labios ensangrentados de Livvy.


—Quizá no quieras seguir siendo mi hermana cuando te enteres del resto. Yo
maté a Bree y a Courtney. No quería hacerlo. Eran mis amigas. Pero ¿qué podía
hacer? No podía resistir el hambre. Tenía que alimentarme. No tuve elección. Las
maté a las dos.
—¡No! —exclamó Destiny—. ¡No, por favor…! ¡No! ¡Estás mintiendo! ¡Por
favor… dime que mientes!
Detrás de ella, vio a su padre buscar algo en el maletín. Sacó una aguja
hipodérmica.
—Tal vez aún estamos a tiempo —insistió—. Somos una familia, Livvy. Somos
una familia. Piensa en Mikey, en lo mucho que te necesita. Por favor… yo también te
necesito. Dame la mano.
—¡Nooo! —Hundió el rostro en sus manos vacías.
Destiny vio a dos pájaros que emprendían el vuelo, dos sombras aladas
recortándose sobre la luna llena. Se habían ido… desapareciendo en aquel cielo
negro.
—¿Destiny?
Oyó una voz a sus espaldas. Se volvió y descubrió a Ari, que corría hacia el
prado.
—Destiny, ¿estás bien? He ido a buscarte a la tienda y no estabas.
—Oh, Ari —gimió. Lo abrazó y se echó a llorar.

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

Epílogo

Destiny no podía dormir. Se agitaba de un lado a otro de la cama, apretaba la


almohada, apartaba la colcha. Habían pasado seis semanas desde que Livvy se había
ido… y Destiny no conseguía dormir sin soñar con ella.
No quiero dormir porque tendré pesadillas.
Pero estoy agotada. Necesito dormir.
—¿Dee? —Oyó que una suave voz la llamaba.
Levantó la cabeza y descubrió que Mikey se había subido a su cama.
—¿Dee? ¿Estás despierta?
—Sí. —Lo miró entornando los ojos.
—No puedo dormir. —Se apretujó contra ella—. Sigo soñando con Livvy.
—Yo también —susurró Destiny.
Mikey permaneció en silencio durante un momento, luego preguntó:
—¿Es verdad que nunca más volverá?
Destiny suspiró.
—No lo sé, Mikey. La verdad es que no lo sé. Lo único que podemos hacer es
esperar que…
Se incorporó en la cama cuando oyó un suave golpeteo. ¿Era en la ventana?
Sí. Un golpeteo y un aleteo.
Mikey se levantó. Destiny salió de la cama tras él y ambos se precipitaron hacia
la ventana.
Era una noche clara iluminada por la luna. Nada se movía.
Y de pronto, un pájaro revoloteó frente al cristal de la ventana.
—Un mirlo —susurró Destiny.
Mikey temblaba, pegado a ella. Destiny le paso un brazo por los hombros.
El pájaro estaba fuera, suspendido en al aire con las alas desplegadas flotaba al
otro lado del cristal mirando. Mirando al interior, anhelante… Mirando con los ojos
verdes de Livvy.
—Quie… quiere entrar —musitó Mikey.
Destiny vaciló. Un escalofrío le recorrió la espalda. Fijó la mirada en los ojos
verdes de la pájara.
—Ábrele —susurró Mikey—. Déjale entrar.
Destiny tendió el brazo hacia la ventana. Pero el mirlo dio media vuelta y
emprendió el vuelo perdiéndose en la noche.

***

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

RESEÑA BIBLIOGRÁFICA
R. L. STINE

Robert Lawrence Stine (Columbus (Ohio), 8 de octubre de 1943), es


conocido por escribir para adolescentes. Sus novelas más conocidas son de
terror, sobre todo la colección Goosebumps (Pesadillas, en España o
Escalofríos en otros países hispanoparlantes). En sus libros se ven envueltos
niños o adolescentes en historias de auténtico pavor. Ha sido conocido como
el Stephen King para niños.
Robert Lawrence Stine, el mayor de tres hermanos se graduó de la
Universidad Estatal de Ohio en 1968, luego se mudó a Nueva York y
comenzó a trabajar de escritor. Escribió docenas de libros de chistes para
niños, bajo el seudónimo de Jovial Bob Stine, y creó la revista de humor Bananas, donde
trabajó durante 10 años. En 1969, se casó con Jane Waldhorn, quien se convirtió en editora,
escritora y también formó Parachute Press. En 1980, la pareja tuvo a su único hijo, un niño
llamado Matthew.
En 1986, Stine escribió su primera novela de horror, Cita a Ciegas. A la que pronto le
siguieron las novelas Casa de Playa, Golpea y Corre y La Novia; en 1989, creó Fear Street
(la "Calle del Miedo") y en 1992, creó Escalofríos, que fue el paso definitivo a la fama. Con
Pesadillas–Escalofríos logró vender cerca de 250 millones de libros en todo el mundo. Esta
serie también gozó de más popularidad gracias a la serie de televisión que contaba sus
historias.
Actualmente vive en Manhattan (Nueva York) y ha publicado una autobiografía titulada,
"It Came from Ohio: My Life As a Writer".

UNAS CHICAS PELIGROSAS

En su belleza se oculta el peligro.

Destiny y Livvy son dos hermanas gemelas que siempre disfrutaron de la popularidad
en el instituto: guapas, listas y con muchos amigos. Pero algo sucedió el pasado verano, algo
terrible y oscuro que ni siquiera pueden recordar. Ni ellas mismas logran explicar qué está
sucediéndoles. La luz del sol les abrasa los ojos. Son capaces de correr o saltar de manera
sobrehumana. Y sufren una sed insaciable que no saben cómo mitigar. Además de sentir una
creciente pasión por la sangre… ¿Tal vez sus encuentros con el oscuro y seductor Renz tienen
algo que ver con este cambio?
Mientras Livvy disfruta de las increíbles posibilidades que su nueva situación le brinda,
Destiny lucha desesperadamente por recuperar la normalidad. Entre sus amigos y familiares
empiezan a correr los rumores, e incluso se habla de unos misteriosos cazavampiros que
patrullan por la ciudad durante la noche. Las dos hermanas deberán ser muy cautas, porque ni
ellas son quienes parecen, ni aquellos que las rodean son quienes dicen ser…

***

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R. L. STINE UNAS CHICAS PELIGROSAS

Titulo original: Dangerous girls


© 2003, R. L. Stine
Traducción: Dora Garde
© 2003, Parachute Publishing, LLC
© 2004, Ediciones B S.A.
ISBN: 84-666-1287-4
Deposito legal CO 1 710 2003

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