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Se denomina inmune a aquél que habiendo padecido una infección, mantiene

luego una defensa permanente contra los gérmenes que la provocaron.


Esta inmunidad puede ser natural o adquirida y a su vez, activa o pasiva.

Activa natural: producida por infecciones.

Activa artificial: producida por vacunas.

Pasiva natural: producida por pasaje transplacentario.

Pasiva artificial: producida por gammaglobulinas.

La inmunidad generada por las vacunas, es similar a la originada por las


enfermedades: la introducción en el organismo de un elemento llamado
antígeno, desencadena una respuesta del organismo, mediante la formación
de otro elemento llamado anticuerpo, que es el que va a actuar como barrera
contra las enfermedades.

Esta formación de anticuerpos, sobreviene luego de un período de latencia


que depende de cada vacuna. Cuando ese antígeno vuelve a tomar contacto
con el organismo, rápidamente se produce una reacción de defensa y bloqueo
del mismo, debido a la memoria antigénica obtenida

El reconocimiento del antígeno por el linfocito CD4 no sólo desencadena la


respuesta inmune activa, sino que da lugar a la memoria inmunológica, que
protegerá al individuo frente a ulteriores exposiciones a este antígeno.

Uno de los dilemas más importantes es si la memoria inmunológica se debe a


células con una vida extraordinariamente larga, que persisten sin ningún
estímulo, o si por el contrario, se necesitan estímulos antigénicos para su
mantenimiento.

Actualmente, se piensa que los mecanismos de la memoria inmunológica son


distintos para la célula T y la célula B. Cuando los linfocitos reconocen a un
antígeno pasan por tres fases:

1) activación y expansión clonal

2)muerte de las células activadas

3) formación de células T de la memoria.


La mayoría de las células T activadas, una vez que cumplen su función, tienen
que ser destruidas ya que, debido a las potentes linfocinas que secretan,
representan un peligro para el organismo. Esta destrucción se realiza por
muerte celular programada (apoptosis). Un pequeño porcentaje de células
sobrevive y origina una población estable de células de memoria.

Cuando hay re-exposición al antígeno, se produce una respuesta acelerada de


las células T que sufren una gran expansión clonal, muy superior a la del
primer contacto, convirtiéndose rápidamente en células efectoras muy
eficaces (respuesta secundaria).

Se ha propuesto que el balance entre células efectoras y células de memoria


depende del nivel de estimulación antigénica. Según este modelo, la
formación de células de memoria estaría condicionada a una sobrecarga
antigénica limitada.

Otra cuestión importante es si la población de células de memoria que se


forma tras la primera exposición al antígeno permanece estable durante
mucho tiempo sin estímulos antigénicos repetidos. Cuando un individuo se
expone a un antígeno, que da lugar a una respuesta rimaria de anticuerpos.
Ante una exposición posterior al mismo antígeno se produce una respuesta
secundaria caracterizada por: a) aparición más rápida; b)predominio de la
globulina IgG frente a la IgM; c) títulos mucho más altos; y, d) anticuerpos con
más afinidad por el antígeno.

La supervivencia a largo plazo de las células B de memoria está en relación


con un estímulo antigénico mantenido. La persistencia de la memoria
inmunológica humoral es esencial para la supervivencia de la especie.

La madre puede transferir anticuerpos al feto por vía transplacentaria,


protegiéndole frente a diversos agentes que podrían ser letales durante un
periodo de susceptibilidad especial por la inmadurez de su sistema inmune. La
respuesta inmunológica frente al antígeno inmunizante es específica y
depende, entre otras cosas, de la naturaleza de aquél.

Los antígenos polisacáridos, presentes en la cápsula de muchas bacterias


comunes (neumococo, H. influenzae tipo b, Neisseria meningitidis etc.) son
poco inmunógenos en niños menores de 18 meses de edad. Esto es debido a la
inmadurez del sistema inmunológico, incapaz de secretar IgG2, que es la
subclase de inmunoglobulinas que de forma preferente vehiculiza los
anticuerpos frente a aquellos antígenos.

Para obviar los problemas anteriores se ha procedido a conjugar los antígenos


polisacáridos a diferentes proteínas, como el toxoide tetánico; diftérico; el
mutante atóxico de toxina diftérica, CRM197; y la proteína externa de la
membrana del meningococo.

Así han surgido las vacunas conjugadas de Haemophilus influenzae tipo b y de


neumococo.
Los tres elementos claves de la respuesta inmunológica son: las células
presentadoras de antígenos (CPA), los linfocitos T y los linfocitos B.<BR.
Las células presentadoras de antígenos más importantes son las células
dendríticas, que se distribuyen por todos los órganos del cuerpo, aunque son
más abundantes en el sistema linfoide. En los ganglios linfáticos, se
concentran en las áreas ricas en células T, para facilitar la activación de estas
últimas.

Otras células presentadoras de antígenos son los macrófagos y las células B


activadas.

Las células foliculares dendríticas se encuentran en los folículos linfoides y


son capaces de mantener los antígenos en su superficie, cuando están
recubiertos por anticuerpos o complemento, por medio de receptores para Fc
y C3, durante mucho tiempo. Cuando el antígeno es captado por las células
dendríticas circulantes, éstas emigran a las áreas T de los órganos linfáticos o
del bazo y, después de procesarlo en su citoplasma, le presentan a los
linfocitos CD4, en la hendidura que forman las dos cadenas de HLA de clase II.

El reconocimiento del antígeno por el linfocito CD4 es totalmente específico,


debido a que las cadenas a y b del receptor del linfocito T TCR) poseen una
región variable (V) similar a las de las inmunoglobulinas La intensidad y
características de la respuesta inmunológica dependen, en gran medida, de la
naturaleza del antígeno, la concentración del mismo y la vía por la que se
administra.

El estímulo de los linfocitos CD4 por algunos antígenos da lugar a una


respuesta TH1 caracterizada por la secreción de gamma interferón,
interleucina 2, interleucina 12 y linfotoxina. Esta respuesta origina una
población de linfocitos citotóxicos, que es fundamental en la defensa y
aclaramiento de infecciones producidas por microorganismos intracelulares,
como bacterias, protozoos y virus. Los linfocitos CD8 citotóxicos así
generados, reconocen a los microorganismos intracelulares cuando se
presentan en la superficie celular junto a los HLA de clase I. Esta respuesta
citotóxica está dirigida contra un gran número de péptidos del agente
infeccioso, lo que impide el escape de éste por variación antigénica.

Otros antígenos desencadenan una respuesta TH2 al ser reconocidos por los
linfocitos CD4. En este caso se produce una secreción de interleucina 4,
interleucina 5, interleucina 6 e interleucina 10. Esta respuesta favorece la
producción de anticuerpos que median la destrucción de organismos
extracelulares. Los anticuerpos neutralizantes previenen, además, las
infecciones por algunos virus y otros microorganismos al neutralizarlos antes
de que alcancen el receptor celular y puedan entrar en la célula. Los
anticuerpos, sin embargo, pueden contribuir a la destrucción de células
infectadas por virus que expresan el antígeno en su superficie, por dos
mecanismos: citotoxicidad dependiente de anticuerpos, y lisis de las células
por anticuerpos más complemento. Es característico que los anticuerpos estén
dirigidos contra unos pocos epítopos del antígeno, a diferencia de la respuesta
celular.
Hay una regulación recíproca entre las respuestas TH1 y TH2. Así, la IL-12
favorece la respuesta TH1 e inhibe la respuesta TH2, mientras que la IL-4
tiene el efecto contrario.

A la vista de estos hechos, es importante seleccionar los antígenos de la


vacuna para generar las respuestas deseadas. Las vacunas dirigidas a prevenir
infecciones intracelulares, como la malaria, infección por VIH, u otros virus,
deben ser capaces de generar respuestas citotóxicas. Por el contrario, una
respuesta humoral vigorosa puede neutralizar las toxinas de algunos gérmenes
(difteria y tétanos) o neutralizar virus circulantes, como los enterovirus.

En algunos casos, ambas respuestas parecen contribuir a la defensa de la


infección. Así, los anticuerpos frente al virus varicela- zoster protegen al
sujeto de la primoinfección (varicela) tras la vacunación, habiéndose
demostrado una correlación entre los títulos de los mismos y el grado de
protección. Sin embargo, algunas personas vacunadas que pierden los
anticuerpos con el tiempo, no adquieren la infección al entrar en contacto
con el virus, lo que demuestra la importancia de la inmunidad celular.

NOTAS:

ANTICUERPO: Es la molécula que produce el sistema inmunitario y vuelca al


torrente sanguíneo, como respuesta al ingreso de un elemento llamado
antígeno (ver), que puede ser bacterias, virus o sustancias extrañas al
organismo. Son inmunoglobulinas y tienen la capacidad de unirse a al antígeno
y bloquear su acción: ellas son la G, M, D, A, E.

ANTÍGENO: Es toda sustancia capaz de provocar una respuesta inmune: la


introducción de un antígeno en el organismo, genera la formación de
anticuerpos contra ese antígeno. Los antígenos pueden estar conformados por
moléculas, virus o bacterias enteras o partes de ellas, substancias vegetales o
animales, células extrañas al organismo humano.

FUENTE: http://www.salud.bioetica.org/inmunidad.htm

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