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Fabio Wasserman
Instituto Ravignani (UBA-CONICET)
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
fwasserm@filo.uba.ar
Introducción
La Revolución de Mayo, como todo proceso que produce un cambio
radical o que al menos lo hace en la percepción de quienes fueron testigos o
partícipes, motivó rápidamente la elaboración de textos que buscaban
fundamentarla, explicarla, orientarla e, incluso, aunque en menor medida,
atacarla. Esto se puede comprobar fácilmente al examinar lo acontecido con
géneros tan diversos como artículos periodísticos, cartas, libelos, informes,
documentos oficiales, folletos, proclamas, poesías, canciones. En fin, más allá
del carácter preciso o exhaustivo de esta enumeración lo que quiero hacer
notar es el impacto que produjo en las modalidades expresivas de la sociedad
rioplatense, pues éstas se saturaron de representaciones sobre lo que estaba
aconteciendo así como también sobre sus causas, su destino, sus protagonistas
y su sentido.
Sin embargo este movimiento discursivo no incluyó también la
publicación de relatos históricos capaces de describir los sucesos
revolucionarios inscribiéndolos a la vez en un proceso más vasto que los
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explique y fundamente. El intento más claro en ese sentido, que tuvo incluso
carácter oficial, no pudo siquiera ser concluido: en 1812 Bernardino
Rivadavia, entonces secretario del Triunvirato, le encargó al domínico Julián
Perdriel una “Historia Filosófica de nuestra feliz Revolución” destinada a
fustigar el orden colonial y a legitimar el movimiento revolucionario. El
encargo no pudo ser cumplido y le fue trasladado dos años más tarde al Deán
Gregorio Funes, quien ya tenía compilado materiales sobre el período
colonial. Fue así que escribió una historia de la región rioplatense cuya
publicación comenzó en 1816 y finalizó al año siguiente con un Bosquejo de
la Revolución1.
Ahora bien, su importancia no estuvo dada tanto por haber sido el primer
relato publicado sobre la Revolución, sino más bien por haber sistematizado
algunas representaciones e ideas sobre la misma que, al ser compartidas por
otros testigos y protagonistas o al encontrar una explicación o una descripción
de lo que habían vivido, lograrían perdurar durante mucho tiempo. Lo notable
es que esto sucedió incluso con algunos de los numerosos autores que se
mostraron fuertemente críticos de esa obra, ya sea por su estilo, por sus
contenidos o por sus omisiones significativas. Tanto es así que en varios textos
pueden encontrarse párrafos tomados del Bosquejo en forma literal o apenas
modificados, sin que necesariamente se haga referencia a ese origen. Y
aunque esto resulte difícil de verificar, es probable que no se tratara de un
1 Ensayo de la Historia Civil de Buenos Aires, Tucumán y Paraguay, , Bs.As., 2da. ed., Imprenta bonaerense, 1856 [1ra. ed.,
Bs.As., t. I, Imprenta de J. M. Gandarillas y socios, 1816, t. II y III, Imprenta de Benavente, 1817]. Las citas utilizadas
corresponden a Bosquejo de nuestra revolución desde el 25 de Mayo de 1810 hasta la apertura del Congreso Nacional, el 25 de
Marzo de 1816, Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba, 1961.
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plagio conciente sino de una vulgarización del texto de Funes que transformó
las ideas, relatos e imágenes allí presentes en lugares comunes que cobraron
vida propia.
En este trabajo me propongo analizar la caracterización que hace Funes de
la Revolución en su Bosquejo, ya que más allá del interés específico que
pueda presentar también permite iluminar las representaciones sobre ese
proceso realizadas a lo largo del siglo XIX2. En ese sentido me detendré
particularmente en el uso que hace de algunas metáforas o imágenes que
serían recurrentemente utilizadas, pues no sólo lograron condensar las
interpretaciones corrientes del proceso revolucionario hasta mediados de ese
siglo sino que también servirían luego para dar cauce a explicaciones
divergentes como la realizada por Mitre en su Biografía del General
Belgrano.
2 Esta ponencia forma parte de la investigación realizadas para mi Tesis Doctoral en curso Historia, memoria e identidad:
representaciones del pasado en el discurso de las elites políticas y letradas rioplatenses (1830-1860), bajo la dirección de José
C. Chiaramonte. Algunos avances pueden encontrarse en mi artículo “De Funes a Mitre: imágenes de la Revolución de Mayo
durante la primera mitad del siglo XIX”, en Prismas. Revista de Historia intelectual, Universidad Nacional de Quilmes, año 5,
número 5, sept. 2001
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suficiente distancia de ellos. Tanto es así que el Bosquejo comienza con una
fuerte prevención sobre la posibilidad misma de lograr dilucidar lo sucedido:
“Es consejo de un sabio, que la historia de las revoluciones debe escribirse, ni tan distante
de ellas, que se haya perdido la memoria de los hechos, ni tan cerca, que le falte la
libertad al escritor. En este último caso todos los que la leen constantemente la citan ante
su tribunal para ver si aprueba o condena su conducta, y forman su juicio por los
sentimientos que los afectan. La historia entonces viene a ser en la opinión pública un
caos de incertidumbres, a pesar de haber sido escrita por los anales más verídicos” (p. 7).
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afectaron su relato sino que también lo harían con las representaciones y las
narraciones de la Revolución y las guerras de independencia realizadas
durante gran parte del siglo XIX, en tanto éstas cobraron forma en escritos de
protagonistas de la misma o de sus allegados, principalmente a través de
memorias, biografías, autobiografías y rectificaciones históricas.
En el caso de Funes esto puede apreciarse en algo que también estaría
presente de ahí en más y que es una cierta ambigüedad a la hora de valorar la
Revolución y, más precisamente, sus consecuencias. Es que si bien existía
consenso en señalar que ésta había inaugurado una era nueva para América
que para muchos era una verdadera redención, pronto se hizo evidente que
también había dado lugar a una serie de males que parecían ser cada vez más
agudos y difíciles de remediar. En general, lo que se argüía era que la libertad
conquistada después de tres siglos de opresión no había logrado ser canalizada
y orientada, quedando así desquiciados los vínculos sociales y políticos. Pero
esto no era sólo un problema que afectaba las relaciones entre distintos
sectores sociales, sino que también, y para muchos en primer lugar, a las de la
propia elite:
“Menos por los obstáculos exteriores, que por una enfermedad común a todo Estado en
revolución, debe decirse, que nuestros asuntos no se iban presentando bajo una forma
siempre bienhechora. Ya se percibe que vamos a hablar de nuestras intestinas disensiones.
En el tránsito repentino de nuestra revolución, el sentimiento demasiado vivo de nuestras
servidumbre sin límites nos llevó al ejercicio demasiado violento de una libertad sin
freno. Un joven lleno de talentos y conocimientos, dice un autor moderno, asombrado de
leer en cada página de los antiguos el diario de lo que sucedía a sus ojos en la última
revolución francesa, tuvo la feliz ocurrencia de escribirla con pasajes sacados de esos
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mismos autores, y sin otro trabajo que las citas compuso una obra original. (...) En efecto,
cuando fijamos la consideración en nuestras disensiones, no parece sino que Cicerón,
Tacito y Salustio escribieron para nosotros”.” (pp. 16/7).
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Pero esto no era sólo una percepción de Funes, pues en general los relatos
sobre la Revolución tendían a explicarla a través de una serie de
circunstancias favorables que fueron aprovechadas por los americanos sin que
hubieran sido provocadas por éstos. Quien planteó con mayor crudeza esta
posición fue Gorriti, al fundar su rechazo a un proyecto para premiar a los
autores de la Revolución presentado diez años más tarde en el Congreso
Constituyente. Entre otras razones, alegaba que el proyecto era imposible de
cumplir ya que la Revolución había sido preparada por
“(...) la estolidez de Carlos IV, la corrupcion de Godoy, la ineptitud de Sobre-Monte, la
ambicion de Bonaparte, los periodicos de España, la conducta equivocada de Liniers, las
intrigas de Goyeneche, las perfidias de la Junta central, y la incapacidad de Cisneros, (…)
”3
Ahora bien, sostener que una serie de sucesos que pusieron en crisis a la
Monarquía española y su administración local habían sido los factores
desencadenantes de la Revolución, no significaba que se desmereciera su
carácter trascendente. Por el contrario, esos hechos circunstanciales, algunos
posible de explicar históricamente pero otros contingentes, habían sido los
agentes providenciales de la Libertad y la Independencia a las que estaban
predestinados los americanos por la propina naturaleza injusta y violenta del
vínculo colonial. Claro que en este caso la providencia había evidenciado una
vez más que sus designios resultan inescrutables, ya que se había manifestado
a través de hechos y personas que merecían ser repudiadas más que
3 Sesión nº 140, 31/5/1826 en Diario de Sesiones del Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas del Río de la
Plata, pp. 6/7.
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reivindicadas. Con lo cual, no habría héroes que celebrar ni nada demasiado
digno que rememorar.
En fin, aunque no siempre se lo planteara en forma tan cruda, esto llevaba
a considerar a la Revolución como el sujeto promotor de ese proceso histórico
–ya sea en sí misma, o como encarnación de Leyes Divinas, de la Libertad, de
la Justicia o más tarde del Progreso–, mientras que los revolucionarios sólo se
habrían convertido en tales por la fuerza de los hechos: como notaría Alberdi
medio siglo después, era la Revolución la que había hecho a los
revolucionarios y no al revés4.
Si bien no asume una posición tan radical como lo haría Gorriti, algo de
esto también está presente en la obra de Funes. Ya vimos que, aunque algo
escueta, la propia descripción que hace de la crisis imperial le permite a
cualquier lector concluir que el impulso emancipador había sido consecuencia
de factores que escapaban al control o tan siquiera a la previsión de sus
protagonistas. De todos modos, y para que no quepa duda alguna, Funes lo
reafirma explícitamente al asegurar que la Revolución había sido “producida
por el mismo curso de los sucesos” (p. 10). De ese modo sintetizó una
interpretación de la Revolución en clave providencial que perduraría durante
mucho tiempo, aunque iría asumiendo cada vez más su carácter profano en
tanto manifestación de leyes históricas o naturales.
Esto permite entender un recurso empleado por Funes como es cifrar el
4 En una dura crítica a la interpretación que hacía Mitre de la Revolución, nota que este no veía “(…) la acción general de las
cosas que gobiernan esos mismos hombres que, pareciendo gobernar, obedecen y siguen. Lejos de ser los autores de la
Revolución, es ésta la autora de ellos”, J. B. Alberdi, “Belgrano y sus historiadores” en Grandes y pequeños hombres del Plata,
El Pensamiento Político Hispanoamericano, tomo VI, Bs. As., De Palma, 1964, pg. 213.
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proceso revolucionario en imágenes que remiten a fenómenos naturales,
incontrolables e irrevocables: ya sea la creación de la Junta el 25 de Mayo de
1810 cuando “revienta por fin el volcán cuyo ruido habia resonado
sordamente” (pp. 9/10); o la reacción encabezada desde Córdoba por Liniers,
Concha, y Orellana, destinada al fracaso por luchar “contra una tempestad
inaudita y en mares desconocidos” (p. 14).
Éstas u otras imágenes similares que remiten a fenómenos naturales que
no pueden ser previstos ni afectados por las acciones humanas –un meteorito,
un torrente, una marea, un terremoto–, serían recurrentemente invocadas para
explicar o para describir los sucesos revolucionarios. Es posible que esto
obedeciera a convenciones retóricas, lo cual no obsta a que adquirieran un
sentido preciso que era el de caracterizar a la Revolución como parte de un
proceso cuyo curso excedía toda decisión humana. Ahora bien, cuando se las
considera desde una perspectiva de más largo plazo, resulta evidente que no
mantuvieron un sentido único: la atribución de un carácter irrevocable al
proceso revolucionario perduraría, pero a condición de ir mutando el énfasis
en el señalamiento de la desintegración del orden monárquico y colonial, en la
búsqueda de agentes, intereses o ideas cuyo desarrollo había entrado en
contradicción con la existencia de ese orden. Aunque en ambos casos la
Revolución es considerada como expresión de una legalidad trascendente que
busca ser expresada mediante el recurso a analogías con fenómenos naturales,
serían muy diversas sus consecuencias, al menos en lo que hace a su
caracterización, su sentido y su inclusión en una narrativa histórica.
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Si se quiere, éste el recorrido que va de Funes a Mitre, pues sería éste
quien lograría dar forma en un relato histórico a la postulación de agentes
concientes que habrían impulsado la Revolución. En ese sentido debe
entenderse su afirmación de que tras el conocimiento de la caída de la Junta
Central española en mayo de 1810
“Había llegado en efecto el momento de deponer a las autoridades españolas, cuya caída
estaba hacía largo tiempo decretada en las juntas secretas de los patriotas. Varias causas
habían retardado hasta entonces este movimiento maduramente preparado, que muchos han
considerado como una aventura sin plan y sin vistas ulteriores, improvisada en vista del
estado de la España. Los sucesos que hemos narrado y los trabajos perseverantes de los
patriotas en el sentido de la independencia y de la libertad, prueban que era un hecho que se
venía preparando fatalmente, como la marea que sube impulsada por una fuerza invisible y
misteriosa, obedeciendo a las eternas leyes de la atracción”5.