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Taller de Paisaje.

Santa Mª de Guía. Julio. 2006

Primera semana.

Llego al pueblo de Guía, y mi primer paseo en coche por el mismo está marcado por
una total desorientación que me lleva continuamente a perderme por calles estrechas,
adoquinadas y de inclinación casi imposible. El inevitable recorrido por el centro histórico del
pueblo es casi completo. Finalmente la iglesia y su campanario acaban convirtiéndose en el
punto de referencia. En frente de la iglesia, encuentro una pequeña plaza, y detrás de esta, la
casa con el patio canario en su interior que acoge el Centro de Arte Espacio-Guía, lugar hacia
el que me dirijo.

La casa con sus árboles, sus paseos de piedra y sus habitaciones de techo alto, los
amplios ventanales de los pasillos de madera de las plantas superiores, las escaleras que
conducen a azoteas de suelo irregular con vistas panorámicas de esta zona del norte de la isla
y de partes del pueblo, se han de convertir durante estos días, en Taller de Pintura
improvisado.

Los paseos mañaneros de la primera semana me ofrecen, además de algunos regalos


del azar que encuentro en el suelo -un hueso, papeles de colores manuscritos, hojas y
semillas y minucias que voy recogiendo aún no sé porqué- fotografías de diferentes lugares.

Objetos encontrados y multitud de rincones registrados por mi cámara digital y por mi


memoria. Instantáneas del paisaje. Primeros acercamientos.

Cada mediodía, la carretera de vuelta hacia la costa de Agaete, …el pinar de


Tamadaba, el Roque Faneque y las montañas que lo rodean, el azul brillante del cielo, … el
mar.

Los días de la primera semana se hacen cortos, con poco tiempo para detenernos en
los detalles. Se hacen bocetos escasos y las pinturas todavía no se tocan, pero estos primeros
días estarán cargados de detalles influyentes que marcarán el tiempo y el trabajo de la semana
posterior.

A destacar de esta primera semana: Las miradas.

Todas ellas, desde la visión insistente que hace que me pregunte porqué
misteriosamente nos detenemos frente a unos espacios y no otros, y recordamos unos lugares
y no otros. Tenemos unas visiones que queremos que perduren y no otras.

También recogemos unos objetos y no otros.

Las miradas nos marcan la pauta, y los senderos que hacen que nos perdamos una y
otra vez, acaban insistiendo en que sólo hay unas miradas que importan -y no otras- en los
primeros recorridos de fuera y dentro del pueblo.

Primeros acercamientos también por la noche.

Sentados al fresco del patio oímos atentamente los poemas, embriagados y absortos,
dominados por la quietud y la escasa presencia de la luz, la poesía. El brillo de los ojos y las
aproximaciones. Los grillos…

Y después la música, las sonrisas de todos, las voces diversas, las alegrías
compartidas, y al final de esta semana, –inevitablemente- las primeras despedidas.
Segunda semana.

El patio vacío marca las horas tempranas.

Las sombras misteriosas de los árboles con la luz de la mañana dibujan formas en los
lienzos en blanco, distribuidos y abandonados por el patio, como si se tratara de los primeros
esbozos de las pinturas que han de venir después.

Mas tarde el bullicio,… el ir y venir de los pintores, los primeros contactos con el
cuadro, el sonido de los botes de cristal, el rascar del pincel contra la tela. La música otra
vez…. El escenario deja de ser blanco. El color se adueña de todo.

Quedan también para recordar los cafés a media mañana, y los sándwiches de berros
y queso de flor compartidos en el bar del pueblo, donde encuentro algunos libros que hojeo
entre conversaciones.

Con la luz de la tarde empiezan los primeros descubrimientos. Lo que ha quedado de


las múltiples miradas, lo escogido: espacios amplios y diversos,…pequeños fragmentos de
tierra y de momentos,…arquitecturas reconocibles diversas, …muros y puertas, vegetación y
montañas, …la mayoría, espacios realistas plasmados fotográficamente para la memoria.

Cuadros de un mismo tamaño nacidos al unísono. Los paisajes van despertando al


encuentro de la luz.

Se acabó la calma.

Ya no es posible el silencio en medio del intenso calor de la tarde.

La obra se muestra a estas horas en el patio de la casa, repartida aleatoriamente y sin


adornos. Plagada de interferencias visuales a su alrededor.

Nunca se verá igual.

Aquella luz y aquel color no se han de repetir. Quedan las imágenes que son
caprichos, encuadres y plasmaciones de miradas anteriores, reflejos visuales empeñados en
regresar para quedarse.

Del viaje de esta última semana he de destacar sobre todo la luz y su metamorfosis. La
luz que define la quietud de la mañana, la luz cambiante de la tarde y la que acaba por perfilar
hasta los últimos bailes de la madrugada.

El último día soy la primera en llegar, y descubro todo con esa luz que dulcifica el
dibujo de las cosas.

Respiro la intimidad de los árboles y del lugar como si se tratara de un santuario.


Recorro por última vez los pasillos vacíos. Un breve encuentro con el silencio.

Finalmente la inminencia de la vuelta nos conduce a la despedida de todo y de todos.


La idea era vivir una corta pero intensa temporada compartida-

Deseo y suerte.

…Y la promesa de volver.

Susana Guerra Mejías.


Beca de Paisaje de Guía

Sta. Cruz de Tenerife.


Octubre. 2006.

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