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Mundo Judío - 10/02/2008

¿Pureza ritual o pureza moral?


Luego de haber tratado en las últimas semanas la cuestión de animales puros e impuros (cap. 11), la
purificación de la parturienta (cap. 12) y la lepra humana (cap. 13), en la porción de la Torá de la presente
semana el libro del Levítico legisla acerca de la purificación del leproso (cap. 14) y de las impurezas sexuales,
tanto del hombre (15:1-18) como de la mujer (vers. 19-33). Ciertamente, estas cuestiones rituales están muy
alejadas de la realidad mental y existencial del hombre moderno secular, considerándolas propias de un
estadio social primitivo en la evolución religiosa de Israel. Sin embargo, y debido al lugar central que dichas
regulaciones ocupan en el Pentateuco, merecen de todas maneras nuestra atención.
Según puede definirse, ``la pureza es la disposición requerida para acercarse a las cosas sagradas'' (X.
León-Dufour ed., Vocabulario de Teología Bíblica [Barcelona, Editorial Herder, 1980] p. 752). De acuerdo a la
teología bíblica, no sólo los sacerdotes debían obviamente preservar su condición de pureza a los efectos de
llevar a cabo las actividades cultuales propias de su función (Levítico 21), sino que el ideal religioso israelita
era que todo el pueblo hebreo se mantuviera alejado de todo lo que no es limpio (por ejemplo, excrementos
[Deuteronomio 23:13ss.]), de lo que está enfermo (como ser lepra [Levítico 13-14]) o corrompido (como el
caso de cadáveres [Números 19:11-16]), de flujos seminales o de sangre menstrual (Levítico 15), y de
animales impuros (Levítico 11), para convertirse en ``un reino de sacerdotes y una nación santa'' (Éxodo 19:6;
Levítico 19:2; Números 15:40).
Cada una de las impurezas mencionadas en el párrafo anterior exigía ritos de purificación especiales. La
complejidad del ritual estaba en un todo de acuerdo con el grado de intensidad de la contaminación. Además
del ritual mismo, la purificación exigía un tiempo de espera que variaba en cada uno de los casos: hasta la
tarde del día mismo en que el individuo se convirtió en impuro (Levítico 11:39-40); siete días (Levítico 12:2),
catorce días (Levítico 12:5), treinta y tres días (Levítico 12:4), y sesenta y seis días (Levítico 12:5). Por último,
la acción purificatoria obligaba a hacer uso de agua (inmersión), fuego (para objetos metálicos contaminados),
o la aspersión de sangre por parte del sacerdote sobre el altar y la cortina del santuario (Levítico 16:15).
Este énfasis puesto en los aspectos rituales externos de la pureza sufrió un severo cambio en la visión de los
profetas, en la literatura salmódica y de sabiduría, trastocándose en una pureza de carácter moral. Según
esta nueva perspectiva religiosa, los sacrificios y abluciones no tiene ahora valor en sí si carecen de una
purificación interior. Como lo había anunciado el profeta Oseas sin tapujos: ``Porque yo quiero amor, no
sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos'' (6:6). Otro ejemplo lo encontramos en el libro de Job,
en donde se atribuye una singular importancia a la pureza de manos (22:30), de la oración (16.17) o de la
conducta (11:4). Finalmente, la pureza de corazón es ahora una condición sine qua non para entrar en el
recinto sagrado: ``¿Quién subirá al monte de Yahveh? ¿Quién podrá estar en su recinto santo? El de manos
limpias y puro corazón, el que a la vanidad no lleva su alma, ni con engaño jura'' (Salmos 24:3-4).
Es generalmente una verdad muy difundida y aceptada acríticamente, que el judaísmo de la época del
Segundo Templo se habría caracterizado por la presencia de dos corrientes totalmente opuestas: Por un lado,
el fariseísmo habría puesto el énfasis en la pureza ritual y la ley, mientras que Jesús -y luego la Iglesia- en la
moralidad y lo espiritual. Un ejemplo de ello lo encontramos en la siguiente presentación ``de los hechos''.
Según el teólogo X. León- Dufour, por un lado, ``las prácticas de pureza persisten en el judaísmo de la época
de Jesús, y el formalismo legal remacha la ley acentuando las condiciones materiales de la pureza:
abluciones repetidas (Marcos 7:3ss.), lavados minuciosos (Mateo 23:25), huida de los pecadores que
propagan la impureza (Marcos 2:15ss), señales puestas en las tumbas para evitar las contaminaciones por
inadvertencia (Mateo 23:27)'' (op. cit., p. 754). Y por el otro, Jesús proclamó un nuevo mensaje, ``que la única
pureza es la interior (así en el original. A.R.): Nada de lo que entra de fuera en el hombre puede mancharlo,
porque de dentro, del corazón del hombre proceden los malos deseos [Marcos 7:14-23]'' (op. cit.). Luego esta
doctrina fue continuada y aún desarrollada por el apóstol Pablo: ``Nada es en sí impuro'' (Romanos 14:14).
Sin embargo, el descubrimiento de los rollos del Mar Muerto nos ha revelado la existencia de una comunidad
religiosa, en donde la antinomia entre la pureza ritual y la moral se vio neutralizada. Por un lado, la
Comunidad o Yahad (¿un grupo de origen esenio?) era una agrupación ultra-conservadora, obsesionada por
las cuestiones de pureza ritual, hasta el punto de separarse de sus hermanos para preservar su condición
inmaculada. Según lo encontramos formulado de manera clara en uno de los rollos más antiguos: ``Y sobre
las fornicaciones que se practican en medio del pueblo: ellos son [miembros de la congregación de perfecta]
santidad, como está escrito: `Santo es Israel'' Y sobre su [animal puro,] está escrito que no emparejará dos
especies; y sobre el vestido, [está escrito que no] mezclará materiales; y que no sembrará su campo [o su
viña con dos especies] porque son santos. Y los hijos de Aarón son los [más santos de los santos,] pero
vosotros sabéis que una parte de los sacerdotes y del pu[eblo se mezclan] y ellos se cruzan y profanan la
simiente [santa (...) [Y vosotros sabéis que] nos hemos separado de la mayoría del pue[blo y nos abstenemos]
de mezclarnos en estos asuntos, y de unirnos a ellos en estas cosas'' (Carta haláquica, texto conjunto, 78-93,
en: F. García Martínez ed., Textos de Qumrán [Madrid: Editorial Trotta, cuarta edición, 1993] p. 129).
Pero, por el otro, este grupo ultra-legalista combinó el formalismo ritual con la idea de la pureza moral (según
esta moralidad era definida por la secta misma). Como lo vemos claramente en este pasaje: ``Que no entre
en las aguas para participar en el alimento puro de los hombres de santidad pues no se han purificado, a no
ser que se conviertan de su maldad; pues es impuro entre los transgresores de su palabra'' (Regla de la
Comunidad V:13-14, en: García Martínez, op. cit., p. 55).
En Qumrán, entonces, el concepto de impureza se identificó con el concepto de pecado. Según el
investigador americano J. Neusner, una innovación sin paralelo en el judaísmo antiguo. Como él lo afirma, en
Qumrán ``aquel que peca es impuro y requiere purificación; la impureza de la mujer menstruante y la de una
persona arrogante no se distinguen en modo alguno'' (citado en: F. García Martínez, ``El problema de la
pureza: la solución qumránica'', en: F. García Martínez y J. Trebollé Barrera, Los hombres de Qumrán
[Madrid: Editorial Trotta, 1993] p. 183).
La conclusión es, pues, que la supuesta oposición entre el legalismo sacerdotal-farisaico y la espiritualidad
profética-cristiana fue abolida en el judaísmo de Qumrán, que puso énfasis tanto en la pureza ritual como en
la moral. Y esta ``solución qumránica'', a su vez, fue el preanuncio de la doctrina adoptaba por el rabinismo
posterior, según la cual el ritualismo no tiene valor si no se encuentra acompañado por una actividad del
espíritu. Como lo ejemplifican las siguientes palabras del afamado sabio rabí Akiva (siglo II e.c.): ``Al que dice:
`pecaré y me arrepentiré, pecaré y me arrepentiré', no se le dará la posibilidad de hacer penitencia. `Pecaré y
el Iom Kipur lo perdonará', el Iom Kipur no le perdonará. Las transgresiones del hombre contra Dios, el Día
del Perdón las perdona. Pero los pecados contra el prójimo, el Iom Kipur no los perdona en tanto no lo
consienta su prójimo'' (Mishná Yoma 8,9).
¡Shabat Shalom!
Dr. Adolfo Roitman

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