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III

“¡Sólo! ¡Había vuelto a quedarse sólo!


¡Había vuelto al silencio y a la nada!”

Alejandro Dumas

En ocasiones buscarle un sentido a lo que haces es más complejo de lo que parece. Todas
nuestras acciones tienen un objetivo a corto plazo. Vamos hacia un sitio porque necesitamos
hacer algo que sólo podemos hacer allá. Hablamos con alguien para mitigar nuestra constante
necesidad de sentir compañía. Trabajamos por dinero para nuestro sustento y bienestar. El
dinero no es la felicidad absoluta, pero nadie puede negar que ayuda a que esta se encuentre
muy cerca.

Pero más allá de eso, que brinda sentido o valor a nuestras acciones? Algunos dirán “Debes
dejar algo para tus hijos, para los que vienen atrás, ayudar a tu prójimo en todo momento”.
Suena agradable, parece cierto. Pero de que sirve trabajar en bienestar de los demás? Que
queda para uno mismo? En respuesta a esto los más humanitarios podrán decirme: “Te queda
la satisfacción y alegría de haber ayudado. Debes hacerlo sin esperar nada a cambio”. Pero
este es también una visión egoísta de las cosas. Si trabajar para los demás me brinda alegría,
no estoy en últimas priorizando mi propia alegría mientras les ayudo? Así es como convivimos
día a día. Es el egoísmo el que nos mantiene vivos. Si no tuviera sentido alguno vivir, si
existiéramos sin sentimientos, sin emociones, una vez terminara nuestra niñez, miraríamos
hacia delante y pensaríamos en el suicidio. Si todo fuera monótono, exactamente igual en el
futuro a como es ahora, si nada nos causara satisfacción (un poco de egoísmo) daríamos un fin
temprano a nuestras vidas.

Mi nombre es Walter. O por lo menos ese es el nombre que me dí a mi mismo, no conozco el


nombre que mi madre biológica quizo para mí. Nunca la conocí. En estos momentos pudiera
ser otra persona, pudiera tener un nombre ridículo o cómico que me hubiera convertido en una
persona un poco más retraída o por otro lado, mucho más atrevida al no importarme lo que los
demás pensaran de mí. Fui dado en adopción desde muy temprano, siendo así que mis
primeros recuerdos transcurren entre mis amigos de hogares y madres comunitarias. Estoy
profundamente agradecido con todas ellas. Fueron cuatro en total las que me criaron. A falta de
una sola madre, tuve cuatro de ellas. Cada una me inculcó lo suyo, me castigó a su modo,
conocí la abundancia y la escasez, el trabajo y el ocio. Me considero más completo que
muchos de los jóvenes de mi edad, si es que aún me puedo llamar joven. Como lo dijo una
mujer que casi fue reina cuando le preguntaron cuántos años tenía, ella respondió: “Los
suficientes para saber que la edad y la sabiduría no van de la mano”. Y esto no es
egocentrismo. Hay que vivir, hay que sufrir para ser sabio. Me queda mucho por delante, hay
personas con mucha más sabiduría que yo. Pero he sufrido. Nadie quien haya vivido en una
caja de cristal con todo a la mano, con todo tal y como lo planea puede decir que es sabio. Es
la experiencia de la vida la que nos deja cicatrices y atestiguan nuestras andanzas y
aprendizaje.

Nunca me he encontrado solo. Las mujeres suelen desear hombres capaces de cuidarlas, de
protegerlas. Personas con quienes ellas puedan contar en todo momento, sin que dejen de ser
hombres libres ni se les quite a ellas la libertad. Conmigo tienen todo eso. Obtienen todo lo que
desean. Puedo mantenerme a mi mismo sin dificultad. Puedo mantener mi voluntad estable
aún en las circunstancias más adversas. Por eso me aman, me buscan, se engañan a si
mismas haciéndose creer que me conocen cuando sólo me admiran. Creen que soy único
porque no conocen más hombres. He estado con muchas, con las que quiero, con las que me
atraen hoy y desprecio mañana. Y puedo decir con total certeza que es fácil engañarlas. Aún la
más santa y pura de las mujeres caerá si se les sabe atraer. Ellas no son concientes de esto.
Siguen pensando que están enamoradas.

Llega el momento en que quisiera ser un ignorante en este tema y pensar así fuera por un día
que soy amado. Que la mujer a mi lado sobre la cama realmente desea vivir conmigo el resto
de mis dias, no únicamente mientras mi atractivo se agota, mientras que la carnada que les
muestro se agota. Quisiera que llegara alguna mujer en mis días e hiciera conmigo lo que yo he
hecho muchas veces: hacer creer que amo. Ya nada me causa remordimiento, nada me causa
alegría. He dejado de ser alguien para llegar a ser nada.

Me acosté una vez con una muchacha llamada Samara, como lo hubiera hecho con cualquiera
de las amigas que la acompañaban el día que nos conocimos. La escogí para esa noche por su
timidez. Reflejaba la inocencia de una mujer que anhela sentimientos y se estrella con un
hombre que se los otorga, al menos en apariencia. Mientras bailábamos, me convertí en ese
hombre. Mientras nos desnudábamos le ofrecí algo que ella nunca había tenido: la intimidad,
que alguien te acompañe y te haga el amor haciéndote sentir importante. Al menos por una
noche.

Los minutos pasaban entre caricias y besos íntimos. No hubiera pasado a mayor aquella noche
de no ser por su mirada. Llegó el instante en que me quedé quieto acostado sobre ella
detallándola a los ojos, aquellos ojos grandes y bellos, inocentes.

-“Quédate quieta un momento”- Le dije

Me devolvió la mirada, esta vez con lágrimas en sus ojos. Llegué a pensar que había herido
sus sentimientos, que había notado el error al acostarse conmigo y se encontraba en la
decisión de insultarme e irse, o hacerse a un lado y concretar su llanto. Le insistí en quedarse
quieta, con afán de descubrir que había detrás de esas lágrimas, cual había sido mi error esa
noche, quién era la mujer debajo mío y que en este momento me consumía en cuerpo y alma.

-“Deseo moverme, Walter”.

Esas fueron sus últimas palabras en la noche.

Algunas horas después me encontraba sentado a su lado contemplando el amanecer. Excepto


el abrazo ausente ente nosotros, parecíamos un par de novios luego de su primera noche de
luna de miel. Estábamos sentados en un parque, sobre una pequeña elevación del terreno. Los
segundos transcurrieron inicialmente con absoluta calma. Luego, a medida que la luz sol llenó
nuestros rostros, el tiempo se dio prisa. Un nuevo día había acabado de comenzar. Y pese a
las incontables noches en las que había sucumbido y hecho sucumbir a una mujer en placer,
esta era la primera en la que amanecía al lado de una de ellas.

Pero distábamos mucho de ser amantes, novios, incluso amigos. Éramos aún un par de
desconocidos sentados en el mismo sitio. Ya no había más intimidades corporales entre los
dos. Confiábamos en ese momento el uno al otro por el simple hecho de ser totalmente
extraños y de querer conservar en absoluto secreto lo que entre los dos había pasado, o
pasara.

Me habló de su vida como si hubiera sido eterna hasta el momento. Como si algún narrador
sublime contara la más triste y conmovedora de las historias con absoluta maestría. Pero ella lo
hacía con naturalidad. Sincera. Calmada. Me enteré del nefasto día en que su padre había
olvidado su rol de protector y había sucumbido a la lujuria con ella. Aquel día, cruel y extraño
para cualquier niña inocente, se repetiría una y otra vez. Incontables meses, según ella, las
veces en que había imaginado que el hombre sobre ella era un novio, un ser amado. La noche
que pasó conmigo había acontecido exactamente lo contrario, y en sus pensamientos llegué a
convertirme en su padre.

- “Por que dejaste que las cosas continuaran?” le pregunté.


- “Si me hubiera ido, no habrías conocido la razón. No estaríamos en este lugar
conversando. Seguiría sin tener alguien en quien confiar”
- “Ni siquiera me conoces, Samara. No sabes más que mi nombre. Luego de esto cada
uno se irá para su hogar. No seremos más que un recuerdo el uno para el otro”.

Pero no fue así. Durante los siguientes días nos encontramos sagradamente. Era una ley
interna en nuestras almas la que nos obligaba a compartir un momento el uno con el otro. No
hubo más noches entre los dos, ni besos apasionados ni abrazos lujuriosos. Sólo el deseo de
escucharnos, de conocernos. No éramos amantes, no novios. No había necesidad de eso. Ni
siquiera me gusta decir en este momento que somos amigos, somos más bien compañeros en
el camino. Un camino extenso que sabemos donde inicia, pero nadie sabe a donde lleva.

Luego conocí a su padre. Entré a aquella casa con la intención de darle muerte si llegaba a
mirar con deseo a Samara. Me llevé una extraña sorpresa al encontrar a un viejo decrépito
sobre una silla, casi incapaz de recordar el lugar en que se encontraba, marchito sobre su
pañal sucio, casi ciego. Incomunicado. La madre de Samara era mucho más joven y jovial.
Pero, era aquella madre cómplice de lo que acontecía con su padre?

-“Ella lo suponía. Pero de no haber sido por el dinero que mi padre traía al hogar,
ambas estaríamos mendigando en este instante. Quién puede decirlo? Incluso
hubiéramos dejado que muchos más hombres abusaran de nosotras con el fin de
mantenernos. Mi madre también era víctima. Sólo que acostarse entre esposos no es
ilegal”

La miré con desprecio apenas escuché aquel asqueroso argumento material. Quise irme
inmediatamente y olvidar todo aquello. Volver alguna noche con un arma en la mano y darle fin
a esas tres miserables vidas. Acabar la depravación del padre, el silencio de la madre y la
tristeza de la hija.

“Sólo he perdido el derecho a amar, Walter. Pero no el derecho a preservar mis


sueños”.

Salí de aquel hogar reflexivo. Hay personas que aceptan las adversidades con franqueza, con
sumisión y simplemente les hacen frente. Pienso aún que soy una de aquellas personas, pero
había algo nuevo en mí. Volví mi mirada hacia aquella casa y noté el bello rostro de Samara
asomado por la ventana adivinando mis pensamientos. Ahora sentía la innata necesidad de
protegerla, de cuidarla. No existía más la lujuria en mi mente, no con ella. No sé si ella pensara
lo mismo, no tengo modo de adentrarme en sus pensamientos.

Todavía no sé si ella me quiere realmente. A veces pienso que estoy a su lado sólo por su
necesidad de protección. Pero prefiero permanecer en mi engaño, anhelo vivir para siempre en
esta posible mentira. Nunca nos besamos, no nos abrazamos. Sólo somos un par de extraños
que confían entre sí. Que se estiman y se respetan. Se necesitan mutuamente. Sin lujuria. Y
cada día me entusiasmo más al pensar de modo egoísta que soy uno de esos pocos hombres
afortunados que viven para otra persona, mientras sueñan por ellos mismos.

Eldanior

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