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No habrá reforma educativa si faltan los

límites y las jerarquías"


Para la psicóloga Claudia Messing, la familia y la
escuela tienen que cambiar

"Hoy, la Argentina es un país de hijos que mandan y padres que obedecen", dice la
psicóloga Claudia Messing Foto: Carolina Camps
Para la psicóloga Claudia Messing, “no habrá reforma educativa con posibilidad de
éxito si no se producen cambios en la familia” que dejen atrás la falta de límites y
jerarquías de los últimos tiempos. Esa horizontalidad familiar se traduce en “un
deterioro de sus funciones lógicas, que impide o dificulta la comprensión y el manejo de
las categorías abstractas de los estudios superiores, como se observa en los fracasos
masivos para el ingreso en las universidades nacionales”.
Para esta psicóloga y terapeuta familiar especializada en orientación vocacional, la muy
actual falta de autoridad en el seno de las familias, la ausencia de contención y de
diferenciación en los roles familiares e incluso el registro de papeles invertidos –con
hijos que mandan y padres que obedecen– dejan a los jóvenes en un estado de apatía y
desinterés general, les produce dificultades para entusiasmarse, para apasionarse y
entregarse sostenidamente a un objetivo, y les provoca temores y conductas fóbicas que
obstaculizan sus estudios. Sostiene la entrevistada que una verdadera reforma educativa
no puede seguir apuntando exclusivamente a definir los contenidos de la enseñanza,
sino que se debe dar prioridad al acompañamiento de las familias, para ayudarlas a
construir nuevos modelos de contención y diferenciación que permitan a los hijos
asumir una actitud de mayor compromiso frente al aprendizaje.
Messing dirige desde 1992 la Escuela de Posgrado en Orientación Vocacional Vincular-
Familiar, y es conferencista y docente en universidades nacionales y privadas, además
de autora de numerosos trabajos teóricos de investigación y divulgación sobre esta
temática.
Entre sus libros figura Desmotivación, insatisfacción y abandono de proyectos en los
jóvenes , editado por Noveduc, dentro de la colección Familias, dirigida por Eva
Giberti.
-Las estadísticas muestran que, en la Argentina, un alto porcentaje de los
estudiantes que se inscribe en una carrera cambia su elección en algún momento.
Además, hay altas tasas de abandono y es bajísima la relación ingresados-
egresados en la universidad pública. ¿A qué se debe?
-Efectivamente, más del 50 por ciento de los estudiantes inscriptos en el Ciclo Básico
Común (CBC) de la UBA deserta antes de comenzar sus carreras, mientras que egresa
apenas el 20 o el 21 por ciento de los matriculados en todo el sistema universitario,
público y privado, según datos oficiales de la Secretaría de Políticas Universitarias.
Estas estadísticas reflejan indirectamente una compleja problemática que condiciona
dolorosamente la vida de los jóvenes: la desmotivación, la insatisfacción y el abandono
de sus propios proyectos. Muchos jóvenes deciden seguir estudiando después del
secundario porque el mercado les exige un título terciario o universitario, pero sin
sentirse atraídos por ningún campo ocupacional. Otros eligen carreras que coinciden con
sus intereses vocacionales, pero se desmotivan rápidamente.
-¿Es un problema nuevo?
-La desorganización y desconcentración son nuevas problemáticas del aprendizaje. Se
intenta muchas veces acallarlas cediendo a la creciente presión de los laboratorios, en
favor de la medicalización de los niños. Una de las fuentes de ese deterioro es la
posición de simetría y paridad que los padres transmiten a sus hijos, sin advertirlo. Las
dificultades de contención familiar provocan impulsividad y desorganización.
-¿Se puede decir que hoy muchos jóvenes carecen de recursos para vencer las
dificultades de la vida universitaria?
-La falta de límites y jerarquías se traduce en un deterioro de sus funciones lógicas, lo
que, luego, impide o dificulta la comprensión y el manejo de las categorías abstractas de
los estudios superiores, como se observa en los fracasos masivos en el ingreso en las
universidades nacionales. Allí se pone en evidencia que los jóvenes egresan de la
escuela media sin haber incorporado las competencias básicas para ingresar en la
universidad. Es alarmante percibir hasta qué punto estos rasgos de simetría y
autoritarismo transmitidos consciente e inconscientemente se manifiestan cada vez más
temprano en los jóvenes, produciendo daños importantes. Hoy los niños dan órdenes a
sus padres, deciden acerca de los profesionales con los que desean ser atendidos,
intentan resolver situaciones familiares problemáticas, mientras padecen paralelamente
graves problemas de aprendizaje, terrores fóbicos paralizantes, situaciones de estrés y
frecuentes dolores de cabeza por la "adultez" e hiperexigencia en la que se ubican.
-¿Esto influye más tarde en las elecciones vocacionales?
-Claro. Pero no se trata de la tradicional desorientación vocacional por falta de
información sobre las carreras o por mandatos familiares. Estamos hablando de nuevas
sintomatologías emocionales, de una gran desconexión emocional que deja a los jóvenes
en un estado de apatía, desmotivación y desinterés general, con dificultades para
entusiasmarse, para apasionarse y entregarse sostenidamente a un objetivo.
-¿Cuál es el origen de estos nuevos fenómenos?
-Son resultado del impacto de las profundas transformaciones del contexto social,
histórico, cultural, laboral y educativo, y de las gravísimas dificultades que tienen los
padres en este contexto para construir modelos de contención. La pérdida de la
seguridad en la condición salarial, en el marco de un Estado debilitado en su función
reguladora, arrastra al conjunto de sus instituciones, y muy particularmente a la familia
y a la escuela. Se cede al mercado de consumo y a los medios masivos de comunicación
parte de la función estructurante y se propone una cultura de la inmediatez, el
consumismo, hedonismo, individualismo, narcisismo y facilismo.
-¿Los padres han flexibilizado demasiado sus papeles?
-Más allá de los múltiples cambios de la familia actual (familias ensambladas,
consensuadas, monoparentales, etcétera) y de la dosis de autoritarismo y violencia que
todavía persiste, existen denominadores comunes, que pasan por la mayor cercanía,
confianza y demostración afectiva en el vínculo entre padres e hijos. Pero esta
proximidad en el vínculo con los hijos, que ha sido una gran conquista, porque ha
barrido con el miedo y la distancia de épocas anteriores, no se ha podido acompañar con
la construcción de buenos modelos de contención y diferenciación. Los padres
establecen con sus hijos vínculos cercanos y afectuosos, pero a la vez simétricos e
indiscriminados. Los padres transmiten inconscientemente una posición de paridad con
sus hijos, que genera en la interacción con el medio externo múltiples sintomatologías
actuales.
-¿Es más difícil sostener la autoridad de los padres en un mundo sin certezas?
-La autoridad de los padres es mucho más difícil de sostener en un mundo atravesado
por la incertidumbre, la inseguridad social y laboral, la falta de garantías y certezas,
donde los únicos apoyos son los propios valores y la propia percepción. Los límites ya
no se pueden establecer autoritariamente, por decreto, sino que tienen que ser
reconocidos y aceptados para ser internalizados, lo cual implica un arduo trabajo de
coherencia y consistencia por parte de los adultos, que deben aprender a trabajar en
conjunto.
-¿Cómo se revierte este cuadro?
-El desconocimiento de la simetría instalada en los vínculos familiares actuales es un
factor que dificulta enormemente la construcción de nuevos modelos de contención y
autoridad dentro de las familias. El restablecimiento del contacto comunicativo y la
expresión de los afectos permite salir de la desconexión emocional. El ejercicio del
respeto y la renuncia al maltrato y la violencia en la comunicación hacen que los
jóvenes recuperen el respeto por sus propios intereses vocacionales. La reincorporación
de los padres como figuras protectoras permite la salida de las situaciones fóbicas que la
situación de aprendizaje y el compromiso con una carrera despiertan. La recuperación
de la jerarquía grande-chico permite establecer jerarquías y elegir entre los propios
intereses para poder llegar a una decisión. El aprendizaje de una posición activa en la
comunicación, a través del ejercicio de la insistencia, el pedido y la expresión de las
propias emociones sin sometimiento ni desubicación, prepara a los jóvenes para vencer
los obstáculos de la vida universitaria y también de la vida laboral.
Por Carmen María Ramos
Para LA NACION

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