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ENTRE LA POSTMODERNIDAD, LA

GLOBALIZACION Y EL COMPROMISO DE
HACER VIDA LA CIVILIZACION DEL AMOR
Conferencista: Angélica Raigozo
Autor: Germán Méndez

¿Cómo estar comprometidos en un mundo globalizado y


postmoderno?
En el estilo de Jesús, que es el de la humanidad, existe una paradoja:
cuanto más profundamente uno se sumerge en su propia identidad y se
une con Dios, tanto más trasparente es para los otros. En nuestro caso
para los jóvenes con quienes entramos en contacto, la acción del
Movimiento podría definirse como un compromiso de y para personas de
buena voluntad. Adentrarse en la realidad cambiante de los jóvenes es
adentrarse en la verdadera pasión de vivir. En el evangelio de Juan,
Jesús es la Palabra pronunciada de Dios. El es el héroe, y el modelo para
la nueva humanidad, él es la Buena nueva que damos al mundo a través
de nuestro mensaje juvenil.

Pasión por vivir, como he querido llamar las nuevas realidades de los
jóvenes es donde la vida de Jesús se convierte en un desafío para
nosotros guías del Encuentro, es el modo que encontró Dios para
relacionarse con nuestro mundo. Antes que empeñarnos en agregar más
jóvenes al Movimiento, el carisma emproísta es una búsqueda del cómo
iluminar el mundo de los jóvenes desde sus propios ambientes y en sus
propias culturas, con sus mismos “idiomas”.

Nuestro tema hoy es la misión y la evangelización cristiana, en otras


palabras la actualidad de nuestro mensaje en el mundo. Además,
llevadas a cabo por un grupo de jóvenes en el contexto actual, teniendo
como método el esfuerzo por inculturar el mensaje de Jesús, y en un
mundo enmarcado, para bien o para mal, por la globalización. Cada vez
veo más claro que ni nuestra situación actual, ni la cuestión de la
inculturación pueden afrontarse hoy a no ser colocándolo todo en el
contexto de la globalización. Por consiguiente, es necesario desarrollar
algunos factores que influyen en la misión y en la evangelización de una
manera más actual a las exigencias del hoy. Lo más importante de este
paso comienza cuando nuestra tarea de este nuevo Internacional haya
terminado; entonces, podremos reflexionar acerca de cómo nosotros le
ayudamos a vivir a muchos más jóvenes a través de nuestra acción
evangelizadora. Preguntarnos por la actualidad del manual, es
preguntarnos por nuestra acción.
Todo el amplio contexto en que nos reunimos está enmarcado en la
interrelación de dos palabras que, a primera vista, pueden parecer
semejantes “crisis” y “caos”. Puedo afirmar que, en mi opinión estamos
viviendo entre la crisis y el caos. Crisis es una situación en la que puede
discernir un acontecimiento potencialmente favorable, hacer planes y
luego realizarlos. Situación caótica, por otro lado, es una situación en la
cual casi todo se presenta sin afianzar, como prendido con alfileres.
Nuestras conversaciones se van a resolver en todo momento en torno a
la convergencia de las nuevas realidades, de los cambios tecnológicos,
del desafío de la comunicación y de la imagen, de los cambios religiosos
que constituyen una situación de caos, esto es, un momento de desafío
que va más allá de nuestra capacidad y que no es fácil controlar o
afectar de manera positiva. Si este es nuestro contexto ¿qué es lo que,
ante él, tenemos que hacer nosotros?

Contexto global de la Acción Evangelizadora:


Hablando de las Bases y Carisma del emproísmo, al entrar en el siglo
XXI, una gran división existe dentro de nuestro discurrir juvenil, lo mismo
ocurre en otros grupos y lo podemos observar. Se centra en esta
cuestión: ¿En la esencia de nuestra misión se encuentra el manual de los
encuentros por el manual mismo? ¿O tal lenguaje sería mejor tratarlo
como una reliquia que ha dejado José María Pujadas en un pasado al
origen de nuestra familia emproísta, y ahora nos corresponde
esforzarnos en traducir esa buena noticia según los nuevos ambientes?

Yo entreveo en la lejanía objetiva que tal disyunción quizá no tenga


tanta importancia. Nuestras conversaciones más importantes tendrán
que girar alrededor del tema de la vocación cristiana, el primer mensaje
del encuentro, que se define después como el tema del Hombre Nuevo,
y más adelante como el Joven Líder Comunitario, y que a mi manera de
ver supone una entrega total a la liberación de nuestros jóvenes en
medio de tantos conflictos que les llevan a vivir sin sentido su
existencia. La acción evangelizadora entonces se nos convierte en un
problema de esencia –de actualidad- y en un problema de forma –de
método-. Todo el debate sobre cual ha de ser los pasos que debemos dar
y que es lo que debemos actualizar de nuestro manual, por ejemplo, es
un debate acerca de cómo entender la relación de los guías del
movimiento con las nuevas generaciones de jóvenes y sus nuevas
realidades.

En América latina (aunque el movimiento no es exclusivamente una


familia de Latinoamericanos), el Movimiento nace donde la cultura
juvenil es bien diversa y particularmente grande, el Papa Juan Pablo II se
refirió a nosotros como un continente joven; José María Pujadas nos dice
que esta es nuestra hora, pensando en la juventud de los 60; ¿qué diría
ahora de los jóvenes del 2006 con mayores oportunidades y
perspectivas que aquella época? Tener éxito, para la mayoría de los
jóvenes, es llegar a controlar gran parte del mundo juvenil, esta es la
misma visión empresarial y del consumo que tantas veces hace nuestra
vida inauténtica; tener éxito es llegar a presentar la buena noticia de
Jesús para que la nueva juventud pueda hacer un discernimiento y una
opción para sus vidas, este es nuestro anuncio. Para Latinoamérica no
ha cambiado la situación de pobreza, o de injusticia o de corrupción, o
de violencia, pero nuestra acción puede llevar a opciones más concretas
en estos campos. Como resultado tal compromiso, a medida que se
tenga éxito, la nueva acción evangelizadora, irá aportando a la vida de
los jóvenes un modo de construir la civilización del amor más desde ellos
mismos, y desde sus culturas propias.

En Norteamérica las cosas siguen un camino diferente. He podido


acompañar en este tiempo el Encuentro de Promoción Juvenil. Por un
lado los elementos tradicionales en los que podemos entender una
cultura juvenil han perdido muchas veces su valor. Para los muchos
jóvenes americanos, lanzarse y participar en un movimiento de las
características del nuestro, es como entrar en una cafetería a la hora del
lunch, los jóvenes prefieren hacer una “vida a la carta”. Sin embargo, las
Iglesias católicas están llenas y los estudios sociales muestran que gran
parte de esa población es de gente joven.

No quiero estar ciego para no ver las muchas cosas maravillosas que la
modernidad ha traído consigo. Lo que quiero destacar aquí es que lo
más cercano que podemos discernir como principio que guía las
relaciones globales es una idea solidaria e interdisciplinar: Como mejor
funciona el mundo es cuando la racionalidad práctica del hombre y de la
mujer, toma decisiones compatibles entre sí mismos, y para esto no es
necesario estar limitada por regulaciones gubernamentales nacionales o
internacionales más allá de todo esto se encuentra el espíritu que nos
impulsa a vivir con intensidad (P. José María Pujadas).

Mientras hay diferencias culturales acerca de cómo un norteamericano,


un europeo o un latino metido en negocios ha de llevar este principio a
la práctica, la regla de la ideología del dejad haced es casi universal y
llega a serlo cada vez más. Es el principio fundamental de la
globalización. Y, por más tétrico que éste contexto pueda parecer, ha de
entenderse la regla global de este principio pragmático, si
verdaderamente se quiere entender el contexto global de la misión
cristiana.

La Cultura un semillero para estimular el amor:


Hablar del amor en una cultura es una de las más profundas
necesidades, posibilidades y capacidades que tiene el ser humano, todo
ser humano. Es algo que está inscrito en su naturaleza, es un proyecto y
responsabilidad que tenemos todos. Alguna vez leí que todo lo que se ha
hecho en este mundo, incluso muchos males, han sido por amor.

En la cultura humana están entretejidos muchos factores, valores,


antivalores (en cuanto que van en contra de la persona humana y de su
proceso humanizador), dentro de los cuales está el amor, como algo más
que se suma al maremagnum de situaciones que como hombres y
mujeres del postmodernismo nos ha correspondido vivir.

La cultura es algo que se va transformando por los aportes de los que


conformamos un determinado conglomerado social. Es como un reloj de
arena que va aportando cada grano para que vaya cayendo lentamente
y vaya marcando el tiempo, así la cultura se enriquece y se transforma
con lo que todos vamos dando. Dentro de ella tenemos que poner el
grano de arena del amor, que va sumando en un mismo deseo. Una de
las características más maravillosas del amor, es esta precisamente dar
y anhelar que el ser humano acepte se transforme y propague el amor
como una tarea de la vida diaria.

La cultura actual es reacia a recibir lo que necesita y pide lo que le


satisface, esto permite que entren en ella muchos antivalores que hacen
que sea causa de autodestrucción de sus mismos actores.

La cultura latinoamericana es de las culturas más abiertas al calor


humano, al afecto, a expresar el amor, pero se está viendo abocada a
recibir lo extraño a su propia raíz cultural, esto es, lo que viene de países
y continentes de vieja data, que con su avanzada en civilización han
conseguido que sus valores se vayan centrando en lo económico
productivo, desplazando al ser humano y, viviendo su estilo muy propio
y particular de manifestar y vivir el amor, pero que a la larga hacen al
propio hombre un ser enajenado para sí mismo y sus congéneres. Y
aunque la cultura es la que se impone a sí misma, hay mentes que
hacen que vaya tomando el rumbo que ellos desean, haciendo que ésta
asuma unas determinadas características convenientes a sus intereses.
¿Qué nos queda?, ser autóctonos frente a lo extraño, no tener miedo a
“perdernos” los supuestos avances que traen otros estilos de vida. Cada
cultura genera lo que es más conveniente y constructiva para sí misma,
así que debemos es pensar en lo propio, vivir lo propio y tener nuestro
propio estilo para crear nuestra civilización. A este respecto es bueno
aclarar que enriquecemos y nos enriquecemos cuando compartimos, y
esa es una de las cualidades del amor, todo se comparte, se participa.
Creo que cuando se da un proceso de interrelación cultural es bueno
tener conciencia clara de quiénes somos, para no perder de vista qué
ponemos en juego y por lo tanto qué podemos ganar o perder, pues
exponemos lo mejor de nosotros mismos. Dado que se genera una
comunidad, como la forma más adecuada de asociación y la mejor que
permite la vivencia de los principios más humanizadores que trae el
amor, se conlleva a que se geste una nueva forma de vida, forma de
vida que es la que llevamos inherente en nuestra riqueza cultural
latinoamericana. Se trata de contra restar espacios al individualismo, a
los grupos cerrados o ghettos. He aquí la tarea de nuestra acción
renovadora y reestructurada.

Del hombre viejo al hombre nuevo:


Para acoger el amor, tengo que cambiar, pues él exige todo, el amor
exige del enamorado que tenga un corazón nuevo, disponible, abierto a
todos. La civilización del amor está para generar cambios, y esos
cambios tienen que surgir primero de nosotros mismos, de nuestras
estructuras, de nuestras formas de pensar, de percibir al otro, de actuar
frente al otro.

Todo cambio trae sus consecuencias, una de las constantes cuando se


habla de renovación, como en este caso frente al tema de
reestructuración, es que tenemos la tentación de mostrar resistencia al
cambio, nos cuesta abrirnos a la novedad, pero si no hay esta apertura
no habrá nada nuevo, pues habrá continuidad, y una especie de
uniformidad en la continuidad de cuanto hacemos y como vivimos.

El cambio se dará como un valor constante, pues el amor es fuente


inagotable de bondades al ser creativo buscando el bien del prójimo.

Nuestra realidad cultural está en un acelerado cambio, pero un cambio


que puede llevar a deshumanizar, de hacer que seamos seres
enajenados, alienados, pues nos puede y, de hecho, nos saca de nuestro
enfoque y forma de vivir. Estoy convencido que el asombro frente a lo
nuevo no es excusa para que perdamos de vista de dónde venimos,
quiénes somos y para dónde vamos. Frente a esta realidad tan
cambiante el sí es dar un cambio, pero hacerlo teniendo “las riendas” de
todo el asunto, y propiciar el cambio hacia el amor.

La libre opción del Movimiento:


El hombre, siendo consciente de su condición como ser llamado a existir
y vivir para el amor, debe hacer una opción radical por él, pues es lo que
lo personaliza, lo humaniza, lo hace ser verdadero ser humano, lo saca
de la falacia de lo efímero y lo transporta a lo que no acaba, a lo eterno,
pues el amor tiene su fuente en Dios que es amor, que ha comunicado,
revelado el amor.

Esta opción lleva unos sacrificios, un cambio de mente, de corazón, de


actitud, de parámetros y estilos de vida, pues él lo pide todo. El amor es
exigente, pues significa, dentro de nuestra manera de tomarlo, asumirlo
tal como lo hizo Jesús de Nazareth en la Cruz. El dolor es algo que irá,
como se colige de la experiencia de Cristo, inherente. Es cierto, el amor
duele, pues nos arranca de nuestros egoísmos, de nuestro orgullo, pero
nos lleva al mundo de lo sencillo, lo humilde, lo que es pensar en el otro
y postergarnos siempre; es la llave que nos abre el secreto de ser
verdaderamente felices, aún cuando el dolor gima en lo más íntimo de
nuestra puerta, de nuestra existencia.

Optar por algo es decidir que eso será el centro de nuestra vida. Para el
hombre no debería existir más opción que el amor, pues es lo que
realmente lo realiza, lo satisface, le da lo que realmente anhela y le
llena. Dios como su fuente es quien puede hacer que esta realidad se
cumpla en nosotros, pues llenándonos de esa fuerza, de ese misterio
que me lleva a ser don para los demás, para Él y para su creación, hace
que me abra y me realice con los demás, por y para los demás.

Cuando le hablamos a un joven de Latinoamérica para que tome


conciencia de la necesidad de cambiar, por ejemplo su manera de
pensar con respecto a algún vicio, no lo hacemos para imponer en el
valores de nuestra escala por muy buena que pueda ser, sino porque
queremos cristalizar en él la necesidad de realizar sus sueños más altos
de ser feliz verdadera y permanentemente.

El Encuentro supone un esfuerzo permanente:


En líneas anteriores quedó dibujada alguna idea de lo que significa e
implica el amor. Sin embargo, es bueno decir, como decía algún autor,
que donde está el hombre está como una sombra el dolor. Esto se
constata desde que nacemos hasta que morimos: el dolor nos
acompaña. Es el viajero que no nos abandona, pues al ser seres
perfectibles, el dolor es el único que nos lleva a las puertas de nuestra
limitada condición para instalarnos en el mundo de las posibilidades de
mejorar para realizarnos. Esta visión del dolor es sólo una de sus
facetas. Su riqueza es inagotable, desde que queramos ver que es una
fuente maravillosa para alcanzar la plenitud de ser a la que estamos
llamados.

El sufrimiento es una forma del dolor, pero a mi manera de ver, más


interna, más intensa, pues toca nuestras fibras más sensibles, más
susceptibles. Es un hontanar de riquezas humanizadoras, claro que no
es para buscar, igual que con el dolor, sino para acoger y aceptar, pues
cuando el ser humano lucha irracionalmente contra todo aquello que
sabe es inevitable en su vida, es mejor aceptarlo para que, como
compañero de viaje, me diga todo lo que me tiene que decir y pueda
encontrar un sentido a eso que para nuestra inconforme naturaleza no
tiene razón de ser.
Pero, ¿qué tiene que ver el dolor con el amor? Antes quedó dicho que el
amor duele al desinstalarnos y expulsarnos hacia fuera de nuestro
propio yo, pero el amor nos da la satisfacción de que en medio de su
dolor o del sufrimiento que engendra, nos libera, sacándonos de la
cárcel del yo, instalándonos en el mundo enriquecedor y abierto del otro.
Y eso en un esfuerzo, pero tiene un una recompensa pues siempre hay
más alegría en el dar que en el recibir.

La vocación cristiana que promovemos:


El hombre es el único ser visible que existe sobre el mundo conocido que
tiene la gran capacidad de ser consciente, que denominamos como el
homo sapiens-sapiens, es decir, el hombre que piensa que piensa. Esto
nos dice que reflexiona y se da cuenta que reflexiona y además, puede
meditar sobre lo reflexionado. Es una maravilla de lo que es capaz el
hombre cuando se detiene a pensar creativamente su mundo. Esto nos
debe llevar a decir que tenemos todo el potencial requerido para
construir lo que deseemos, pero sólo se logrará en la medida en que
seamos conscientes de lo que hacemos, por qué lo hacemos y para qué
lo hacemos, y esto siempre pensado en plural.

En cuanto a la civilización del amor, el hombre debe darse cuenta que,


aun cuando esta realidad se sale de su consciente y metódica reflexión
(en cuanto científica), es de experiencia que cuando se aparta de los
modelos que sabe le llevan al bien común, se encuentra con resultados
nada deseables y muy destructivos, aunque pareciera en primera
instancia que logra lo que quiere. Definitivamente el amor es siempre
pensar en un tú para construir un nosotros.

El punto de partida la renovación:


El amor siempre nos dará más. Es parte de su naturaleza, pues así es
Dios, nos da más de lo que esperamos. Eso es lo que anhelamos, y es lo
que, para la construcción del hombre y la cultura del amor, está llamado
a hacer todo ser humano.
El ser humano es capaz de infinidad de cosas, y es de lo mejor cuando
las cosas están peor. Se busca que estemos en sintonía para lograr
mejorar las condiciones de todos, donde haya una vida plena, digna.

El amor es un plus, es decir, más, es darle a la vida un sentido, ponerle


algo que llena. No podemos ignorar que el amor es la facultad que hace
del hombre un ser por y para dar y recibir, es el don en sí que se recibe y
aunque no sea así , está satisfecho de lo que hace y de lo que da. En el
amor, pues, no hay egoísmo. Esto conlleva a que tengamos que
satisfacer todas las expectativas dichas anteriormente para que sea una
realidad la civilización del amor. Y el hombre civilizado es el que vive a
plenitud, en completa libertad los valores que su grupo social proponen
y deciden vivir para el bien mancomunado de todos.
Ese plus del amor es aquél que nos permite estar completamente
disponibles, sin importar, ni medir. Cuando esto se da tenemos una
sociedad que está construyéndose, progresando y siendo cada vez más
humana. Esa es la civilización del amor. Esa es la cultura que tenemos la
responsabilidad de ir edificando, de fomentar en cada uno de los actos,
gestos, palabras y demás situaciones que como seres humanos estamos
viviendo en el día a día. Es la construcción del hombre nuevo, de la
mujer nueva, que hacen todo por amor, para el amor, que dan a manos
llenas, que permiten el desarrollo del otro, de la otra, que siempre se
autosuperan al lograr romper las barreras de todos los antivalores que
nos van destruyendo.

La civilización del amor es la opción de la civilización de Dios, cuando


mora en los corazones. Es decirle que su propuesta es la que
necesitamos, que queremos poner por obra, que permite que
cumplamos con nuestra meta: nuestra propia felicidad y realización.

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