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Cuatro Grandes Pasajes Cristológicos Página 1 de 14

CUATRO GRANDES PASAJES CRISTOLOGICOS


Parte 6: HEBREOS 1:1-4

Heb 1:1-4
1
Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los
padres por los profetas,
2
en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de
todo, y por quien asimismo hizo el universo;
3
el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien
sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación
de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las
alturas,
4
hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos

Continuando con el estudio de los cuatro grandes pasajes


cristológicos que son:

1) Jn 1:1-18
2) Col 1:15-23; 2:9-10
3) Heb 1:1-4
4) Fil 2:6-11

Corresponde iniciar hoy el estudio de los versos 1 al 4 del capítulo 1


de la epístola a los Hebreos. Comenzaremos examinando el verso 1 y
la parte a del verso 2. Nuestra lectura de hoy corresponde al
comentario ampliado del nuevo testamento del doctor David F. Burt:

DIOS HA HABLADO, HEBREOS 1:1, 2a


«Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro
tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha
hablado por el Hijo ... »

¡Qué manera más gloriosa de empezar una carta! «Dios, habiendo


hablado muchas veces y de muchas maneras ... » No es un estilo
epistolar que muchos de nosotros emplearíamos, pero ¡qué impacto
nos hace! Nos introduce de lleno en la temática de la Epístola, sin
preámbulos, ambages, introducciones ni saludos personales (en esto
se parece a la primera Epístola de Juan). Además, el texto original
griego se caracteriza por un estilo elegante que resalta la gloria del
tema, por la cadencia del lenguaje, por sus frases elocuentes, bien
equilibradas y redondeadas, y por su ritmo majestuoso. Con razón
alguien ha dicho que los cuatro versículos iniciales de Hebreos
constituyen una de las oraciones más hermosas de toda la literatura
griega. También son notables por la concisión de su contenido y la
concentración de su redacción. En un solo párrafo encontramos
afirmaciones claras y precisas acerca de algunas de las doctrinas más
importantes de la Biblia: la revelación de Dios, la inspiración de su
Palabra y la persona y dignidad de nuestro Señor Jesucristo.

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Cuatro grandes pasajes Cristológicos. Parte 6: Hebreos 1:1-4
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Desde el primer momento, desde la primera palabra, el autor centra


nuestro pensamiento en Dios y su comunicación con el hombre. Es
Dios quien toma la iniciativa en la revelación, y por lo tanto en
nuestra salvación. Dios ha hablado.

Ahora bien, lo primero que el autor quiere que entendamos acerca de


la revelación de Dios es que fue dada en dos momentos distintivos de
la historia, los que él llama:
1. «en otro tiempo» (v. 1) y
2. «en estos postreros días» (v. 2).

El autor vivía en una época cercana al ministerio terrenal de Jesús.


Probablemente había nacido y crecido en aquel «otro tiempo». Había
vivido la transición entre aquellas dos dispensaciones divinas. Para
nosotros, en cambio, tanto los tiempos de los profetas como la época
de Jesús pertenecen a siglos lejanos. Aun así necesitamos recordar la
importancia de la diferencia entre los «dos tiempos». En este estudio,
pues, examinaremos el contraste entre las dos revelaciones, la
antigua de los tiempos proféticos, y la nueva de Jesucristo.

LA REVELACIÓN DE DIOS EN EL PASADO


En el versículo 1, el autor describe la revelación antigua por medio de
siete pequeñas frases que la definen con gran concisión y exactitud.
Vamos a verlas una tras otra.

«Dios».
La primera es sencillamente la palabra «Dios». Dios es la primera
realidad en la vida y, por supuesto, lo es en la revelación. Digo «por
supuesto», pero esta afirmación no parece ser entendida por los
sociólogos y antropólogos. En contraste con la Biblia, casi cualquier
libro secular de hoy que investigue el «fenómeno religioso» empieza
con el hombre, no con Dios. Su enfoque es antropocéntrico. La
religión es percibida como el dechado de las aspiraciones del ser
humano, la proyección de sus necesidades emocionales y filosóficas.
De acuerdo a los sociólogos y antropólogos, el hombre necesita
justificar su existencia, por lo cual se inventa una religión; se siente
solo en el universo, por lo cual se inventa un dios. En el campo
secular se da por sentado que la religión empieza con el hombre, sale
del hombre, sirve al hombre y sólo tiene validez en la medida en que
es útil para el hombre. El que la religión en cuestión sea verdadera, o
el que Dios sea real, no entra en su perspectiva.

La Biblia, en cambio, siempre parte de Dios como primera causa. «De


él, y por él, y para él, son todas las cosas» dice Romanos 11:36.
Pensemos en Génesis 1:1: «En el principio creó Dios los cielos y la
tierra»; o en Juan 1:1: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era
con Dios, y el Verbo era Dios». Y ahora en Hebreos 1:1 leemos:
«Dios, habiendo hablado».

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Ni el autor de Hebreos ni los demás autores bíblicos se detienen para


intentar demostrar la existencia de Dios. Sencillamente la
presuponen. Dan por sentado que la manera en la que Dios se
comunica con el ser humano, interviene en la historia e interpreta
aquellas intervenciones en su revelación a los profetas, es evidencia
suficiente para cualquiera que esté dispuesto a considerarla. Quizás
también sobrentienden que la existencia de Dios jamás puede ser
demostrada -ni tampoco negada- por argumentos filosóficos y
debates teóricos. Dios, por así decirlo, es la gran premisa de la Biblia.

Así pues, cuando el autor de Hebreos empieza a hablarnos de la


revelación divina, no nos habla del «sentido religioso del ser
humano», ni tampoco nos describe la diversidad de formas religiosas
que ha habido en diferentes culturas, ni centra nuestra atención en lo
humano. Su punto de partida es radicalmente diferente. Es bíblico y
cristiano. Su manera de ver las cosas empieza con Dios mismo.

Si queremos entender la vida lo primero que debemos saber es que


existe un solo Dios y que este Dios verdaderamente se ha
comunicado con el hombre. «Él está allí y no está callado».

Él es un Dios cuyo carácter (o «nombre», para utilizar la palabra


bíblica), persona y obra han sido revelados por Él mismo.

Conviene considerar que nuestro texto tampoco empieza: «Los


dioses, habiendo hablado ... » Dios es uno y único. Por lo tanto, los
demás seres que pasan por dioses no lo son. O bien son
manifestaciones de demonios, o bien son creaciones (<<pro-
yecciones», para volver al lenguaje sociológico) del ser humano,
creadas a su misma imagen conforme a sus propios deseos y
pasiones.
El Dios del que el autor de Hebreos nos habla es el Dios que se reveló
«a los padres»; es decir, el Dios que habló a Adán, Noé, Abraham,
lsaac, Jacob, etc. Es el Dios, por lo tanto, que se reveló como Jehová
(o más exactamente Yahvé), el «Yo soy el que soy», cuya existencia
trasciende todo conocimiento nuestro y cuya realidad se escapa de
toda definición expresada en los términos finitos de nuestro
vocabulario humano, por lo cual hemos de conocerle por «Aquel que
es». Puesto que Él es quien da origen a todas las demás realidades, y
puesto que nosotros somos una de ellas, no podemos alcanzarle ni
envolverle para poder comprenderle y describirle.

No se trata, pues, de una deidad cualquiera. Hebreos, por así decirlo,


nos habla de un Dios con nombre y apellidos. «Yo Jehová», dice a
Isaías; «éste es mi nombre» en Isaías 42:8. Es el Dios de los padres.
Es igualmente el Dios que habla por medio del Hijo, Jesucristo. Por lo
tanto, es el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el Dios y Padre de
nuestro Señor Jesucristo. Aparte de Él no hay otro. No compartirá su
gloria con otros, ni admite que el hombre le confunda con los
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supuestos dioses de otras religiones. Es el Dios que ha hablado, que


se ha manifestado de una manera inconfundible, clara y definida. Y es
el único Dios, de manera que todo ser espiritual, adorado por la
religión que sea, que no se ajuste total y absolutamente a las
características que Dios mismo ha revelado, no es, ni puede ser,
divino.

Este Dios único e inconfundible es el comienzo de todo, el Alfa y la


Omega tanto de la creación como de la revelación. La revelación no
es una iniciativa humana. Los escritos del Antiguo Testamento,
aunque redactados por hombres, no son una obra meramente
humana. No reflejan las «aspiraciones religiosas del pueblo hebreo»,
ni su «creatividad espiritual», sino que son mensajes divinos dirigidos
a Israel. Proceden de Dios. Ellos dieron origen al pueblo hebreo, no
viceversa.

Hace unos momentos mencionábamos tres textos: Génesis 1,


Hebreos 1 y Juan 1. Es posible matizar más aún la relación entre ellos.
Todos empiezan con la realidad de Dios: Génesis nos revela a Dios
como Creador de todo; Hebreos como el que ha tomado la iniciativa
en la revelación; y Juan 1 combina los énfasis de Génesis y Hebreos y
revela a Dios como aquel que da origen tanto a la creación como a la
revelación. El Evangelio de Juan, escrito después de Hebreos, recoge
las ideas de los dos textos anteriores y nos enseña que el «Verbo» no
sólo constituye la suprema revelación de Dios (<<A Dios nadie lo vio
jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a
conocer» en Jn 1:18), sino que también fue a través de él que Dios
realizó la creación.

El origen de todo está en Dios. Él es la primera causa. ¡Qué


apropiado, pues, que la primera palabra de nuestra epístola a los
hebreos sea «Dios»!

«Habiendo hablado».
En segundo lugar, Dios ha hablado. El Dios del que estamos hablando
no es una fuerza impersonal. No es una abstracción o energía.
Solamente una «persona» tiene la capacidad de hablar y de
comunicarse. Dios, al hablar, se revela como un ser personal.
Decir que Dios es un ser inteligente, racional y personal, casi es
insultante, porque damos por sentado que, si Dios es el creador de
toda inteligencia, la suya tiene que trascender infinitamente la
comprensión de la nuestra. Pero no por esto debemos pensar que, si
Él es tan diferente de nosotros y si nosotros somos inteligentes y
personales, Dios no puede serlo.

Dios es una «superpersona», y tendrá «superinteligencia» (om-


nisciencia), pero no puede ser menos de lo que Él mismo ha creado.
Es por esto que, aun casi sin saber lo que decimos, nos atrevemos a
afirmar que Dios es un ser personal. Decir que Dios tiene
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personalidad no es reducirle a la categoría de un ser humano.


Estamos utilizando un vocabulario que sabemos muy bien que no
hace justicia a la realidad de Dios. Inevitablemente describe a Dios en
términos humanos, a lo trascendente en términos de lo finito. Pero no
tenemos otros.

Dios es un ser personal que se comunica con el hombre. Aquí


tampoco el autor se detiene a defender sus ideas. Él da por sentado,
igualmente, la idea de la revelación de Dios. El que Dios haya hablado
es un hecho claro y contundente, asumido tanto por él como por sus
lectores. Dios no se esconde de su creación. No se comunica sólo con
los seres espirituales. El Dios verdadero no se calla, sino más bien se
deleita en revelarse y relacionarse con nosotros.

Nuevamente hemos de decir que, como consecuencia, lo que cuenta


en la religión no son las diversas maneras en las que el hombre ha
intentado buscar a Dios (esto puede tener cierto interés como estudio
sociológico, pero no nos conducirá a la verdad acerca de Dios), ni la
capacidad creadora de la mente humana al inventar dioses, sino la
identificación, comprensión y acatamiento de lo que el Dios verdadero
ha dicho. En este sentido el concepto de «revelación» en la Biblia está
en el polo opuesto de la religión entendida como creatividad humana.
Es Dios quien se ha revelado a sí mismo y no el hombre el que ha
descubierto (o inventado) a Dios. Dios ha hablado.

Y podemos decir que Dios ha hablado en tres Personas. Es bastante


obvio que en estos primeros momentos de su epístola, el autor
estuviera pensando en Dios tal y como era conocido en tiempos del
Antiguo Testamento y, por lo tanto, primordialmente en la persona del
Padre. Sin embargo, en el capítulo 2 versículo 3, vemos que el
Evangelio, la plena revelación de parte de Dios, fue anunciado
primeramente por el Señor (entiéndase el Señor Jesucristo). Y si
pasamos al capítulo 3 verso 7 vemos que la revelación del Antiguo
Testamento es la Palabra del Espíritu Santo. Decir que Dios nos habla
es decir que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo nos hablan.

«Muchas veces».
En tercer lugar, el autor nos dice que Dios ha hablado repetidamente.
Una cosa está bien clara si leemos el Antiguo Testamento: vez tras
vez Dios habla. En el Pentateuco, constantemente leemos: «y dijo
Dios». En los libros proféticos: «Así dice el Señor». Dios habla a lo
largo de la revelación del Antiguo Testamento. Habla a Adán y Eva;
habla a Caín; habla a Noé, Abraham, Isaac, Jacob. Habla a Moisés y
Josué. Habla a David y Salomón. Habla a una larga lista de profetas,
comenzando por Samuel. Desde luego Dios ha hablado muchas
veces.

Sin embargo, esta misma frase se podría traducir: «en muchas


porciones» o «en muchas partes». Comprendida así, da a entender
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que Dios ha hablado en distintas etapas. No todo el mensaje de la


revelación de Dios fue dado en el mismo momento. La revelación del
Antiguo Testamento es progresiva. Es como si Dios dijese una palabra
y luego diese tiempo para que los seres humanos pudiesen digerida
bien antes de comunicar otra. Así, paulatina y progresivamente, Dios
iba revelándose a lo largo de los siglos. Pero al ser progresivo, el
mensaje del Antiguo Testamento necesariamente era parcial y
fragmentario. Dios revelaba a uno una cosa, a otro otra. Ninguno
recibió toda la revelación. Es como si a lo largo del Antiguo
Testamento se hubieran ido formando las piezas de un rompecabezas.
Pero, como veremos en el versículo 2, sólo fue en Jesucristo que todas
las piezas ocuparon su lugar definitivo para revelarnos el cuadro
completo. Por lo tanto, la revelación del pasado fue de inspiración
verdadera, de origen divino; pero incompleta, parcial, dada
progresivamente, a trozos.

«Y de muchas maneras».
Si la frase anterior nos ha hablado de la naturaleza repetida de la
revelación del Antiguo Testamento, ahora vemos su naturaleza
multiforme. Dios ha hablado de muchas maneras. A veces por medio
de sueños, a veces por una inspiración profética o intuición interior, a
veces mediante una voz audible. Había muchas «maneras» en su
comunicación. Dentro de esta variedad no debemos olvidarnos
(porque nuestra Epístola no se olvidará) de los símbolos y tipos,
patrones, metáforas e imágenes del Antiguo Testamento,
especialmente del culto levítico. Tampoco debemos olvidar las
diversas formas literarias en las que los escritores del Antiguo
Testamento vertieron la revelación divina: poesía y prosa, discursos y
sermones, leyes y refranes, narración histórica y apocalíptica.
Asimismo debemos recordar la diversidad del carácter y de la cultura
de los hombres que recibieron la revelación.

Así pues, no sólo había variedad en el contenido de la revelación, que


llegaba paulatinamente, sino también en su forma. Es como si en el
Antiguo Testamento la luz de Dios quedase fragmentada a través del
prisma de los diversos hombres que la recibieron, de modo que cada
uno refleja un color diferente; en cambio Jesucristo reúne en sí todos
los colores y produce la luz resplandeciente de la revelación de Dios.
Lo importante para nuestro autor, sin embargo, es que, por medio de
esta gran variedad, sigue siendo Dios el que habla.

En otro tiempo
En quinto lugar Dios habló «en otro tiempo». Lejos de negar la validez
del mensaje del Antiguo Testamento, el autor de Hebreos ratifica su
origen divino. Cuando dice que Jesús es la revelación de Dios por
excelencia, no niega en absoluto el carácter divino de las revelaciones
anteriores. Aquí tenemos un claro respaldo de parte del Nuevo
Testamento de la fiabilidad, inspiración, autoridad divina y naturaleza
sagrada del Antiguo.
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Las Escrituras son Palabra de Dios, y hemos de aceptarlas y


escucharlas como tal. Pero, dice el autor, aquella revelación fue para
otro tiempo. Los tiempos avanzan y nosotros ahora estamos en los
«postreros días». El mensaje del Antiguo Testamento era un mensaje
absolutamente válido para su tiempo.
Pero ahora ha venido una nueva revelación. Ésta no contradice la
anterior, pero la «cumple». El mensaje del Antiguo Testamento queda
absorbido dentro del Nuevo y debe ser entendido conforme a la luz
mayor de la nueva revelación.

Según los expertos en griego la frase «otro tiempo» indica cierta


distancia; se refiere a un tiempo ya un poco lejano. De hecho, desde
los tiempos de Malaquías, hacía unos cuatrocientos años, no había
habido revelación por los profetas. Por lo tanto, el autor de Hebreos,
escribiendo en el primer siglo, puede decir: Hermanos, ¿os acordáis
de que en otro tiempo, ya hace siglos, Dios hablaba a nuestros
padres? Bien, ahora Dios ha vuelto a hablar en nuestro tiempo y su
nueva palabra es para nosotros. En absoluto niega la naturaleza
divina de la revelación anterior, pero indica que aquélla queda
supeditada ahora a la nueva Palabra de Dios para la época que ha
llegado en el Señor Jesucristo.

A los padres
En sexto lugar Dios habló “a los padres”. No creo que la frase se
refiera, como en otras ocasiones, sólo a los patriarcas (Abraham,
Isaac y Jacob), sino a todos los antepasados de los lectores hebreos.
Dios dirigió su palabra a todos los israelitas desde Abraham (y aun
antes) hasta Malaquías. Los judíos tuvieron el privilegio de ser los
depositarios de «la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto
y las promesas» como dice: Romanos 9:4.

Quizás el autor emplea la frase «nuestros padres» con un sentido


biológico, refiriéndose al hecho de que sus lectores son descendientes
de Jacob. Es cierto que no podemos excluir un uso más generalizado,
en el sentido de que los santos del antiguo pacto son los padres
espirituales de todos los creyentes cristianos. Fue precisamente al
escribir a una iglesia con un porcentaje elevado de miembros gentiles
que Pablo pudo llamar a los israelitas «nuestros padres» (en 1
Corintios 10:1).
El apóstol evidentemente consideraba que los creyentes gentiles eran
hijos espirituales de los «padres» del Antiguo Testamento. Pero no
puedo por menos que ver aquí un pequeño refuerzo de la idea de que
esta epístola va dirigida a lectores hebreos.

Por los profetas


En séptimo lugar Dios habló «por los profetas». Éstos eran la agencia
humana de la revelación divina. Ninguno de ellos pretendía inventar
su propia doctrina, ninguno hacía alarde de sus propias intuiciones
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religiosas, ninguno se atrevía a ser «creativo» en estas materias,


porque las tenían por sagradas. En cambio, todos pretendían haber
recibido su mensaje de parte de Dios y se veían a sí mismos como
simples portavoces de una voluntad ajena.

No debemos limitar la referencia a los «profetas» a aquellos hombres


de finales del período del Antiguo Testamento que solemos llamar
«los profetas», pero que los hebreos llamaban «los profetas
posteriores». La referencia aquí es a todo aquel que verdaderamente
(en palabras de Pedro) fuera un «hombre santo de Dios que hablara
inspirado por el Espíritu Santo» en 2 Pedro 1:21. En este sentido
Abraham era profeta (como dice Génesis 7:20), como también David
(como dice Hechos 2:30).
Por supuesto, la referencia ha de incluir también a Moisés, a los
redactores de los libros poéticos, históricos y sapienciales del Antiguo
Testamento, además de los libros que solemos llamar proféticos.

LA REVELACIÓN DE DIOS EN JESUCRISTO


Dios, pues, ha hablado en otro tiempo. El autor escribe a lectores
hebreos que tenían aquella Palabra como su gloria nacional. Era
motivo de suprema satisfacción para ellos que Dios los hubiera
elegido para ser el objeto de su revelación. Pero, dice el autor, si
vuestro privilegio en el pasado era maravilloso, pensad que lo que
ahora tenéis es mucho más maravilloso aún.

En el versículo 2 dejamos atrás el pasado y procedemos a la nueva (y


definitiva) revelación de Dios en Jesucristo. El autor se expresa con
palabras que indican por un lado un principio de continuidad con
respecto al mensaje del Antiguo Testamento, y por otro lado un
principio de contraste.

La continuidad radica en que es el mismo Dios el que sigue hablando.


Los Cristianos no han inventado una nueva deidad ni un nuevo
mensaje. Hay un solo Dios verdadero, el que siempre ha existido, el
mismo Dios que hablaba tan claramente en el pasado, ahora vuelve a
hablar en Jesucristo.

El cristianismo, por lo tanto, no empieza como religión en el año cero


de nuestra era. Creer en Jesús es creer en el mismo Dios de siempre.
El Evangelio cristiano es incomprensible sin las revelaciones
anteriores del Antiguo Testamento, porque es su culminación.

Pero después de 400 años de silencio, nos llega otra vez la voz de
Dios. Y evidentemente esta nueva revelación no será inferior a la
anterior.
Su superioridad se ve precisamente en que es una revelación
posterior. Si hace falta una nueva palabra es porque la anterior
quedaba corta. Puesto que Dios no cambia, no debemos pensar que

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la nueva revelación anula la antigua, ni que la contradice; pero


debemos comprender que la perfecciona y la culmina.

La ley del Antiguo Testamento no debe ser contemplada como si


estuviese en oposición al Evangelio del Nuevo Testamento, porque
encontramos el Evangelio en las promesas del Antiguo Testamento, y
a la vez encontramos la Ley en las exhortaciones de Cristo y los
apóstoles. Hay continuidad. Jesús, como Él mismo dijo en Mateo
5:17, no vino para negar, abrogar, o corregir la revelación anterior,
sino para cumplirla, llevándola a su pleno florecimiento. El Antiguo
Testamento nos prepara para el Nuevo y el Nuevo es la consumación
del Antiguo.

En todo esto vemos un principio de continuidad. Es el mismo Dios


quien habla en ambas revelaciones, y la una es incompleta sin la otra.
Pero, por otro lado eI autor señala un contraste entre Ias dos
revelaciones. Pertenecen a diferentes momentos: ya no se trata de un
período en el pasado, sino de una nueva época, los «postreros días».

Los oyentes son diferentes: ya no son los padres de antaño sino


nosotros mismos. y sobre todo el medio por el cual Dios nos habla es
diferente: antes hablaba por medio de los profetas, ahora habla por el
Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Es decir, el autor afirma y defiende el
origen divino de los dos Testamentos, pero lo hace de tal manera que
deja patente la primacía del Nuevo.

En estos postreros días


El primer punto de contraste lo encontramos en la primera frase. Dios
había hablado «en otro tiempo», pero ahora habla «en estos postreros
días». O más literalmente, «al final de estos días». Con esta frase el
autor indica que la revelación por medio del Hijo es la Palabra final de
Dios, por cuanto corresponde al período «final» de la historia humana.

El lenguaje aquí habrá sido familiar para los primeros lectores. Ellos
sabían que los rabinos dividían la historia en dos grandes
dispensaciones: el «tiempo presente» anterior a la venida del Mesías;
y la «era venidera» (o el «mundo venidero» del que se nos habla en
Hebreos 2:5) en la que el Mesías establece su reino. Pero ahora el
Mesías ha llegado y los tiempos cambian. El «tiempo presente» ya es
del pasado; el «mundo venidero» ya no es futuro, sino que ha
empezado a estar presente. (Es importante recordar esto si vamos a
interpretar correctamente textos como Hebreos 9:9-10
Lo cual es símbolo para el tiempo presente, según el cual se
presentan ofrendas y sacrificios que no pueden hacer perfecto,
en cuanto a la conciencia, al que practica ese culto, ya que
consiste sólo de comidas y bebidas, de diversas abluciones, y
ordenanzas acerca de la carne, impuestas hasta el tiempo de
reformar las cosas

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Hemos entrado en los «postreros días», un período comprendido


entre la primera venida del Señor Jesucristo y su retorno en gloria.
Con la llegada del Mesías, ha comenzado a manifestarse la era
venidera, la que Pablo llama «el cumplimiento del tiempo» (en
Gálatas 4:4) o «la dispensación del cumplimiento de los tiempos»
(en Efesios 1:10). Por lo tanto, debemos recordar que cuando la
Biblia habla de los «últimos días», no se está refiriendo a años que
aun quedan en el futuro, ni aun período que vendrá justo antes de la
segunda venida de Jesucristo, sino a todos los años que van desde la
primera venida hasta la segunda. Por esto el apóstol Pablo puede
afirmar que nos «han alcanzado los fines de los siglos» en (1
Corintios 10:11). Y nuestro autor (en Heb 9:26) dice que con la
venida de Cristo ha llegado «la consumación de los siglos». La
consumación de los siglos no es una fecha que aún queda por venir.
Ya ha llegado.

En otras palabras, los «postreros días» constituyen el período


intermedio en el cual nuestra redención «ya» ha sido potencialmente
realizada pero «todavía no» ha sido consumada. Es el espacio de la
misericordia y paciencia de Dios, en el cual está abierta de par en par
la puerta de la salvación como dice (2 Pedro 3:9). Es el tiempo entre
la primera y la segunda venida de Jesucristo: el Mesías ya ha venido
pero aún ha de venir; el reino de Dios ya se ha acercado pero aún no
se ha manifestado en su perfección.

Éstos son los postreros días. Empezaron cuando el Hijo anunció el


mensaje definitivo de Dios, y acabarán cuando el Hijo vuelva por
segunda vez para salvar a los que le esperan como dice: Heb 9:28
“así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y
aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le
esperan”.

Nos ha hablado
El segundo punto de contraste está en aquellos que reciben la
revelación de Dios. Antes Él había hablado a los padres, ahora nos ha
hablado a nosotros. Por supuesto, este «nosotros» se refiere en
primer lugar al autor y a los primeros lectores hebreos, descendientes
según la carne de los «padres» del versículo 1. Sin embargo, el
«nosotros» no sólo se hace extensivo a cualquier hebreo que leyese
esta epístola, sino a cualquier cristiano, sea judío o gentil. Dios nos ha
hablado a todos por medio de su Hijo, por cuanto los creyentes
gentiles también somos hijos de Abraham por adopción en Jesucristo.

A esto creo que podemos añadir una idea que, si bien no es explícita
en el texto, la sobrentendemos por contraste con el versículo 1. Allí
veíamos la naturaleza parcial, fragmentaria e incompleta del mensaje
del Antiguo Testamento. Dios había había hablado «en muchas
porciones», o sea, en diversas etapas, aclarando progresivamente su
revelación. Por vía de contraste podemos deducir que la revelación de
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Dios en Jesucristo es completa y final. En contraste con la naturaleza


frágmenta y progresiva de la revelación del Antiguo Testamento, en el
Hijo llegamos a la culminación, a un mensaje definitivo. O para
expresar lo mismo en palabras de Calvino:

«La diversidad de visiones y medios usados en el Antiguo Testamento


indica que existía un estado de cosas no definitivo. Pero cuando habla
de los "postreros tiempos" insinúa que ya no hay razón para esperar
una nueva revelación, porque lo que Cristo trajo no fue algo eventual
sino definitivo».

El mensaje de Jesucristo es final y completo al menos por dos


razones. En primer lugar por la calidad del mensajero. Dios no nos ha
enviado un mensajero más, sino que el mismo ha tomado forma
humana para revelarnos su mensaje. En segundo lugar, porque el
mensajero es el mensaje. El Hijo es en sí el verbo. Quien le ha visto a
El ha visto al Padre. Luego no puede haber expresión más perfecta de
la revelación de Dios que la que encontramos en el Señor Jesucristo.
La revelación no esta solamente en sus Palabras, sino también en su
misma persona.

Precisamente Hebreos investigará más la persona de Jesucristo que


sus palabras. Nosotros, pues, tenemos el privilegio de vivir en un
tiempo en que no sólo recibimos un mensaje de parte de Dios, sino
que además conocemos a Dios en el mismo mensajero. En palabras
de Pedro:
«Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han
sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de
aquel que nos llamó» (2 Pedro 1:3).

En este punto hagamos una aclaración. Cuando decimos que


Jesucristo nos trae el mensaje final y completo de Dios, no queremos
decir que por esto Dios haya dejado de hablar en nuestros días. Esto
sería negar el ministerio del Espíritu Santo en la dirección de nuestras
vidas. Lo que queremos decir es que, mientras en el Antiguo
Testamento los que recibían la palabra por los profetas siempre tenían
como punto de referencia la venida del Mesías en el futuro, nosotros,
en cambio, si bien es cierto que esperamos el retorno de Jesucristo en
el futuro, sin embargo tenemos como punto de referencia para
nuestra doctrina algo que ocurrió en el pasado. Puesto que ya se ha
manifestado el Hijo de Dios, nuestra comprensión de los propósitos de
Dios no queda velada por incertidumbres que sólo serán aclaradas en
el futuro.

El misterio ya se nos ha revelado como lo afirma Efesios 1:9; 3:5


Ef 1:9 dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su
beneplácito, el cual se había propuesto en si mismo,

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Cuatro grandes pasajes Cristológicos. Parte 6: Hebreos 1:1-4
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Ef 3:5 misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los


hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles
y profetas por el Espíritu

Lo que nosotros vemos no es la sombra de una realidad venidera,


sino la realidad misma. En principio no nos falta nada para una plena
comprensión del Evangelio. En cuanto a las doctrinas fundamentales
de la fe, no queda nada por ser revelado. En Jesucristo se plasman
perfectamente el carácter y la persona de Dios; no queda ninguna
revelación más acerca de Dios mismo, excepto la experiencia de
conocerle a Él como Él nos conoce a nosotros como dice (1 Corintios
13:12), experiencia que será nuestra cuando Cristo vuelva en gloria.
Con respecto al ser humano y al camino por el cual éste puede ser
salvo, todo queda claramente explicitado en el Evangelio que Cristo
nos ha traído.

Por lo tanto, nuestra tarea como creyentes que vivimos después de la


revelación de Dios en Jesucristo, no es la de esperar otra revelación
de parte de Dios, como si nos faltara algo o como si la revelación del
Nuevo Testamento no fuera clara ni completa, sino la de interpretar y
entender fielmente la de Jesucristo.

Pero dicho esto, debemos añadir que, tanto para la interpretación


correcta de la revelación como para la comprensión correcta de
nuestro cometido personal dentro del servicio del Hijo, seguimos
necesitando la dirección del Espíritu Santo. Para efectos vocacionales
y de ministerio necesitamos que Dios siga hablándonos.

En cuanto a la doctrina cristiana, nuestro punto de referencia es hacia


atrás, hacia la revelación definitiva. Es por esto que el Señor
Jesucristo dice a sus discípulos que el Espíritu tomará de las cosas de
Cristo para hacérselas saber y para traerlas a su memoria (Juan
14:26; 16:14). Pero en cuanto a la vivencia cristiana seguimos
necesitando la dirección y la iluminación del Espíritu Santo a fin de
entender bien la revelación de Jesucristo y de saber lo que Él desea
de nosotros

Por lo tanto, debemos evitar dos peligros. Uno es el de pensar que, si


Dios ha ido revelando su mensaje a lo largo de muchos siglos,
debemos esperar recibir una nueva revelación doctrinal hoy en día.

El otro es la tentación de utilizar este texto, u otros parecidos, como si


dijese que, debido a la revelación completa y definitiva en Jesucristo,
podemos prescindir de la dirección del Espíritu Santo en nuestras
vidas y vivir la vida cristiana como si sólo fuera cuestión de seguir
mecánicamente las directrices de la Palabra escrita. No es cuestión de
tener que elegir entre la palabra de Cristo plasmada en el Nuevo
Testamento y la dirección del Espíritu Santo en nuestras vidas, sino
que más bien ambas cosas son necesarias.
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Hasta aquí el tema principal es que Dios nos ha hablado a nosotros. El


privilegio es inmenso. Y su mensaje es completo y definitivo.

«Por el Hijo».
En realidad ya hemos empezado a considerar el tercero, y más
importante, de los puntos de contraste: Dios no nos habla ahora por
los profetas, sino por su Hijo. De hecho este contraste es de tanta
importancia que conduce al autor en los versículos siguientes a toda
una reflexión sobre quién es el Hijo de Dios.

Con respecto a esta frase el texto griego es más específico y exacto


que las traducciones modernas.

Literalmente no dice «por el Hijo», sino «por Hijo» o «en Hijo». Aquí
hay un nuevo contraste con el versículo 1: Dios ha hablado «por los
profetas» y «en Hijo». La omisión del artículo, aunque es un detalle
pequeño, tiene su importancia. Yo estoy escribiendo «en castellano».
En la nueva dispensación Dios emplea un nuevo lenguaje. También es
el lenguaje de Dios. Él es la Palabra de Dios en sí. Dios nos habla «en
Hijo». Es como si el texto dijera: «Dios nos ha hablado como Hijo», o
«en forma de Hijo».

Jesucristo no es sólo el mensaje de Dios encarnado, sino Dios mismo


encarnado. Dios nos habla en Jesucristo, no sólo por medio de sus
palabras, sino también a través de su vida, sus actos y
supremamente a través de su obra propiciatoria. Con nuestra
traducción, «por el Hijo», el texto nos da la impresión de que la
comunicación de Dios por medio del Hijo y de los profetas es
esencialmente la misma. Pero «en Hijo» nos habla de la encarnación,
de la presencia de Dios mismo en Jesucristo, de que Jesucristo no es
sólo un canal utilizado por Dios para su comunicación, sino que es
Dios mismo manifestado «en forma comunicable», de una manera
comprensible para los hombres. Jesucristo no es sólo un hombre
inspirado por Dios, sino una persona divina que nos habla.

Aquí está el meollo del contraste entre el mensaje de antes y el de


ahora. En ambos casos Dios habla. Pero ahora el mensaje no es sólo
perfecto por ser definitivo sino por el vehículo de su transmisión. En el
Hijo es Dios mismo quien nos habla directamente. Jesucristo no es un
portavoz humano que, por recibir un mensaje especialmente
significativo o por tener un oído especialmente afinado al mensaje de
Dios, merece ser considerado algo más que un profeta.

No es un ser humano cualquiera al que por sus méritos y vida santa


Dios haya elegido para elevarle a un rango superior al de los profetas.
Es Dios mismo en forma humana. Cuando los padres escuchaban a
los profetas, estaban en presencia de hombres, hombres pecadores,
hombres limitados, aunque utilizados por Dios para transmitirles el
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mensaje. Cuando nosotros escuchamos a Jesucristo, ciertamente


estamos en presencia de un hombre por cuanto Él se hizo verdadero
hombre, pero estamos en presencia de algo más: de Dios mismo.

y éste es el tema que ahora el autor nos explicará más ampliamente.


El cual estudiaremos en el próximo programa

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